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«Todos me dicen el negro llorona, negro pero cariñoso» Los colores de la historia de la familia

Coco, no son sólo el sepia, ni el blanco y negro, como las fotografías de los seres queridos
que parecieran echarnos un ojo, desde la ofrenda del día de muertos. Son los chirriantes
amarrillos, verdes fosforescentes, ámbar y violetas impresos en los festivos banderines
mexicanos los que llevan grabados la genealogía y tradición familiar. Y nos narran, cual
fotogramas, el drama de una familia de zapateros, marcada por un dolor, por una herida
que no termina de cerrar ¿Qué familia no tiene heridas? En la de mamá Coco la música
hace muchos años ya no alegra, la música es tragedia, es tristeza. Los sonidos de las
cuerdas de la guitarra, como para todos, son recuerdos. Mas en la película la música
pareciera hablar, es otra de las protagonistas, los temas «Plaza de la Cruz» o «Crossing the
Marigold Bridge» son un claro ejemplo de ello, si nos referimos sólo a la «música de fondo».
La música en cada escena, no acompaña, reafirma su importancia, aunque la familia del
chanaco de los Coco la haya proscrito. Qué es México sino sus charros, su Jorge Negrete, su
Miguel Aceves Mejía, su Juan Gabriel, su Chavela Vargas, sus rancheras ¿Cómo negarlos?
Por eso aunque «abuelita» haga pedazos la guitarra de su nieto Miguel, a vista y paciencia de
toda la familia; este no se dejará amilanar, osado e ingenioso-como todo niño-, buscará la
forma de aumentarle canas a su familia. Inmediatamente les dirá el odio que siente por
frustrar sus sueños. Es difícil odiar lo que uno más ama, aunque sea un primer paso para la
independencia (la reconciliación llega con la madurez). En el cementerio, buscará la tumba
de su tatarabuelo Humberto de La Cruz, sí un mero charro mexicano, y le pedirá “permiso”
para robar su guitarra y demostrar en el concurso de la plaza, que lleva su nombre, que la
música corre por sus venas. En plena festividad del día de los muertos, el cementerio no es
escenario de terror. Familias enteras visitan a sus antepasados, dicta la tradición que es el
único día que los muertos pueden cruzar el puente que separa a los vivos de los muertos para
visitarnos, siempre y cuando sean recordados en este mundo. Y al robar el pequeño Coco la
guitarra de su tatarabuelo, la magia de la festividad nos permite cruzar con él y ver, con sus
ojos de niño, el mundo de los que han partido.
En esta historia se entrecruzan muchas historias: Está la del niño que quiere realizarse como
artista y reniega de las tradiciones familiares. La de la hija, la bisabuela o “Mamá Coco”,
abandonada por su padre (un charro que partió para viajar cantando allí donde le paguen en
busca de sus sueños), «Abuelita» que oficializó en la familia el dolor de la música, su dolor.
La historia oficial y la verdadera de Humberto de La Cruz, su mejor amigo –Héctor- y la
historia de “Mamá Imelda”. Todas las historias se cruzan y, gracias a Miguel, dan un giro
espectacular. Sí, los niños pueden poner de cabeza a toda la familia en este u otro mundo.
Este filme da vida a un argumento original y bien trabajado. Elemento como la fantasía, la
muerte, la trascendencia, la familia y la realización del ser, tan universales, mezclados con un
animismo occidental de pura cepa conforman ese argumento original.
Otro mérito digno de resaltar lo constituye la influencia de la música viva de un país y, por
qué no decirlo, de un continente. Así pues la iconografía artística de México desfila a lo largo
de la historia, pues aunque no veamos la osamenta de Octavio Paz ni de Juan Rulfo, la poesía
de las callejuelas y el ambiente de Comala saltan a la vista: la arquitectura pueblerina y la
milenaria mesoamericana, los alebrijes, fuegos artificiales en las plazas, el cementerio, el cine
mexicano, su gastronomía, la vestimenta, los artistas y costumbres están retratados de manera
preciosa y detallista. Adicionalmente debo exponer aquí un par de razones por las que todos
nos identificamos con Coco. Primero los ojos de niño: los descendiente no conocen de los
pleitos de los mayores. Se quieren entre ellos, se aprecian. Ven con ojos distintos nuestros
problemas. Segundo: El aprecio que guardamos por nuestra familia que nos ama muchísimo.
Este filme toca fibra. Se aproxima a la niñez, se desliza por las historias de todos sus
personajes y traspasa la muerte. Una parte de la letra de la canción nominada al óscar basta
para notarlo: “Recuérdame, aunque tenga que emigrar/ Recuérdame, si mi guitarra oyes
llorar/ Ella con su triste canto te acompañará/ Hasta que en mis brazos estés, recuérdame”.
A pesar del típico Happy End.hoolywodense, Coco es para llorar ¡y cómo gratifica hacerlo!
«Ayer lloraba por verte llorona, hoy lloro porque te vi». Por todo ello se trata de un filme que
no debemos dejar de ver con toda la familia.
Nominaciones al Oscar. La primera es en la categoría de mejor película animada compitiendo
con «Loving Vincent» que es, desde mi punto de vista, una obra maestra, lo que no nos
impide afirmar que Coco es la película animada del año y no sabemos cuánto tiempo tendrán
que esperar las familias de América hasta que se produzca una obra de similar magnitud y
autenticidad. La otra es la categoría de mejor canción original. Aquí creo que debería cantarse,
en la ceremonia de los Oscar, la versión en español.
Al ver Coco, no puedo negarlo, reí y la culpa la tuvo mi sobrina (me causó mucha gracia verla
llorar) y derramé mis lágrimas porque lo que vi no me lo esperaba, porque recordé a mi mamá
mecha (sin comillas) quien insufló en mí y toda la familia el don de la vida a costa de la suya
por eso en mi vida habrá un antes y un después de ver Coco. Sentí: «Una melodía bella que
el alma tocó/ Con el ritmo que vibra en nuestro interior/ Amor verdadero nos une por
siempre, en el latido de mi corazón».

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