2017
La revolución de la independencia de Estados
Unidos De norte América.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Gran Bretaña poseía en el norte de América 13
colonias. Desde el punto de vista económico, las del norte vivían del comercio y la
industria, y estaban dominadas por la burguesía, y las del sur de la agricultura, por los
terratenientes. el "Pacto colonial" las obligaba a suministrar materias primas a la metrópolis
un cambio de recibir los productos manufacturados. Desde el punto de vista político,
dependía totalmente de la Gran Bretaña y no tenía representación en la representación
parlamentaria en Londres, lo que creaba que los hombres se encontraban entre los colonos
al no poder participar en la toma de decisiones.
Tras la Guerra de los Siete Años contra Francia (1756-63), la Corona Británica necesitaba
más recursos, por lo que pedían nuevos impuestos a los colonos, que protestaron
violentamente, lo que provocó que se retiraran las tasas, excepto la del té ( Motín de
Boston). La Corona respondió con la clausura del puerto de Boston y las Leyes
Coartecitivas de 1774. En septiembre de ese año se celebró un Congreso en Filadelfia, que
no reivindicará todavía la independencia, sino que se limitará a la economía.
Estas colonias formadas, mayormente, por gente culta de credo protestante, gracias a su
espíritu eminentemente laborioso como a las inmensas riquezas del territorio, consiguieron
en pocos años progresar grandemente, a la vez que su población experimentó también
considerablemente crecimiento.
Fue un conflicto que enfrentó a las Trece Colonias británicas originales en América del
Norte contra el Reino de Gran Bretaña. Ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la
derrota británica en la batalla de Yorktown y la firma del Tratado de París.
Durante la guerra, Francia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas terrestres
comandadas por Rochambeau y por el Marqués de La Fayette y por flotas bajo el comando
de marinos como Guichen, de Grasse y d'Estaing. España, por su parte, lo hizo inicialmente
gracias a Bernardo de Gálvez y de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante
las armas y los suministros proporcionados por los navíos del comerciante Diego María de
Gardoqui y abriendo un frente en el flanco sur.
Las colonias británicas que se independizaron de Gran Bretaña edificaron el primer sistema
político liberal y democrático, alumbrando una nueva nación, los Estados Unidos de
América, incorporando las nuevas ideas revolucionarias que propugnaban la igualdad y la
libertad. Esta sociedad colonial se formó a partir de oleadas de colonos inmigrados y no
existían en ella los rasgos característicos del rígido sistema estamental europeo.
En las colonias del sur (Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia) se había
organizado un sistema esclavista (con unos 500.000 esclavos negros) que explotaban
plantaciones de tabaco, algodón y azúcar. De este modo, la población estaba compuesta por
grandes y pequeños propietarios y esclavos.
Los antecedentes a la guerra de la Independencia de los Estados Unidos se remontan a
la confrontación franco-británica en Norteamérica y a las consecuencias de la guerra de los
Siete Años.
La guerra de los Siete Años terminó en 1763. El 10 de febrero, el Tratado de París ponía fin
al imperio colonial francés en América del Norte y consolidaba a Inglaterra como la
potencia hegemónica. En oposición solo tenía a España, que controlaba Nueva Orleans, la
ciudad más importante, con unos 10 000 habitantes. Respecto a Francia, la pérdida
territorial no fue sentida como algo catastrófico. Se conservaban los derechos pesqueros
en Terranova y la población católica francófona recibiría un trato de respeto. Por otro lado,
en el Caribe las pérdidas podían ser compensadas, pues la colonia principal francesa del
Caribe, Saint-Domingue (la Española) con capital en Puerto Príncipe, producía la mitad del
azúcar consumido en todo el mundo, y su comercio con África y las Antillas estaba en
pleno apogeo.
Respecto a los colonos estadounidenses, la guerra modificó radicalmente el panorama
anterior. Los francófonos católicos de Quebec, tradicionales enemigos de los colonos
estadounidenses de las Trece colonias, recibieron un trato respetuoso por parte de las
autoridades británicas. Trato que se confirmó en 1774 cuando se dotó a Canadá de un
estatuto particular dentro de las colonias estadounidenses, llevándose sus fronteras hasta la
confluencia del Ohio y el Misisipi. Asimismo su población conserva un derecho civil
propio y la Iglesia católica es reconocida. Todos estos movimientos fueron mal aceptados
por la población de las Trece colonias.
La causa inmediata de este conflicto fue el injusto trato que Gran Bretaña infligía a los
colonos, pues éstos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli pero no tenían los medios
para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados.
Gran Bretaña obtuvo el triunfo sobre Francia en la guerra de los Siete Años (1756-1763)
recibiendo gran ayuda económica y militar de las colonias, aunque dicha colaboración no
les fue recompensada. Las medidas represivas del gobierno inglés (producidas tras
sublevaciones como el Motín del té de Boston y las sanciones de las Actas Intolerables)
provocaron el inicio de la guerra de independencia.
El descontento se extendió por las Trece Colonias y se organizó una manifestación
en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos indispensables como el
papel, el vidrio o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el gobierno
inglés hizo oídos sordos a las peticiones de los colonos. Pero éstos no iban a consentir que
la situación continuara así, con lo que se reunieron junto a varios miembros de otras
poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación. En 1773 los
colonos se reunieron en Boston. De Gran Bretaña llegaban tres naves cargadas de cajas que
contenían té. Varios miembros de la sociedad secreta se disfrazaron de indios y fueron
nadando hasta alcanzar los tres barcos. Una vez allí capturaron a sus tripulantes y tiraron la
mercancía por la borda. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, lo que
intranquilizó a los británicos.
En 1774 se reunió por primera vez el Congreso de los colonos en contra de la servidumbre
a los británicos y a favor de una patria independiente, el Primer Congreso Continental. Ya
se discuten unas hipotéticas leyes. Pese al clima de enemistad contra los ingleses en las
colonias, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey inglés Jorge III, siendo
llamados kings friends.
Los primeros combates
El 19 de abril de 1775, soldados ingleses salieron de Boston para impedir la rebelión de los
colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos en la vecina ciudad
de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Alguien, nadie
sabe quién, abrió fuego, y comenzó de este modo la guerra de independencia. Los ingleses
tomaron Lexington y Concord, pero en su regreso hacia Boston fueron hostigados por
cientos de voluntarios de Massachusetts. Se producen las primeras bajas de la contienda,
ocho soldados colonos. Para junio, 10.000 soldados coloniales estaban sitiando Boston.
En mayo de 1775, un Segundo Congreso Continental se reunió en Filadelfia y empezó a
asumir las funciones de gobierno nacional. Nombró catorce generales, autorizó la invasión
de Canadá y organizó un ejército de campaña bajo el mando de George Washington, un
hacendado virginiano y veterano de la guerra franco-india. Consciente de que las colonias
sureñas desconfiaban del fanatismo de Massachusetts, John Adams presionó para que se
eligiera a este coronel de la milicia virginiana, que tenía cuarenta y tres años,
como comandante en jefe. Fue una elección inspirada. Washington, que asistía al Congreso
de uniforme, tenía el aspecto adecuado; era alto y sereno, con un digno aire militar que
inspiraba confianza. Como dijo un congresista: «No era un tipo que actuara alocadamente,
que despotricara y jurara, sino alguien sobrio, firme y calmado.»
Se empezaron a reclutar soldados de entre todas las partes de las colonias. Muchos de ellos
eran agricultores o cazadores, bravucones y poco entrenados en el combate. En las primeras
luchas contra los británicos, George Washington llegó a decir: «hemos reclutado un
ejército de generales, no obedecen a nadie.»
Al principio, la guerra fue desfavorable para los colonos. En junio de 1775 ambos ejércitos
se encontraron en Bunker Hill, frente a Boston. Los rebeldes se habían atrincherado en la
colina y, pese a que los británicos asaltaron las posiciones continentales con violencia, los
colonos consiguieron aguantar el ataque durante bastante tiempo; cuando los últimos
asaltantes logran llegar a la cima las bajas británicas son de 800. Es una victoria pírrica para
los ingleses. Los insurgentes, además, hicieron circular su versión de los hechos, que no era
otra sino que se habían retirado simplemente por la falta de munición y no por el empuje de
los casacas rojas. Después de dejar la colina Bunker Hill, los colonos se centraron
en fortificar la otra colina, Dorchester Heights, que lo consiguieron gracias a los cañones
que capturaron en el fuerte Ticonderoga, y que trajo en una compleja operación desde allí el
joven coronel Henry Knox (esta operación de transporte se conoce como "noble tren de
artillería"). El general británico William Howe, al ver esta fortificación, decidió rendirse y
evacuar la ciudad de Boston el 17 de marzo de 1776 (día de la evacuación).
El 2 de julio de 1776, el Congreso finalmente resolvió que: «estas Colonias Unidas son, y
por derecho deben ser, estados libres y soberanos». El 4 de julio de 1776 se reunieron 56
congresistas estadounidenses para aprobar la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos, que Thomas Jefferson redactó con la ayuda de otros ciudadanos de Virginia. Se
imprimió papel moneda y se iniciaron relaciones diplomáticas con potencias extranjeras. En
el congreso se encontraban cuatro de las principales figuras de la independencia: George
Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams. De los 56 congresistas,
14 murieron durante la guerra. Benjamin Franklin se convierte en el primer embajador y
jefe de los servicios secretos.
La unidad se extendió entonces por las Trece Colonias para luchar contra los británicos. La
declaración presentó una defensa pública de la guerra de Independencia, incluida una larga
lista de quejas contra el soberano inglés Jorge III. Pero sobre todo, explicó la filosofía que
sustentaba la independencia, proclamando que todos los hombres nacen iguales y poseen
ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad;
que los gobiernos pueden gobernar sólo con el consentimiento de los gobernados; que
cualquier gobierno puede ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo. Esta
teoría política tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y ocupa un lugar prominente
en la tradición política anglosajona.
Estos hechos convencieron al gobierno británico de que no se enfrentaba simplemente a
una revuelta local de Nueva Inglaterra. Pronto se asumió que el Reino Unido estaba
envuelto en una guerra, y no en una simple rebelión, por lo que se adoptaron decisiones de
política militar dieciochesca convencional, consistente en maniobras y batallas entre
ejércitos organizados.
Este cambio de estrategia forzó a los británicos a evacuar Boston en marzo de 1776 y
transferir sus principales fuerzas a Nueva York, cuya población se presumía más favorable
a la Corona, con un puerto más amplio y una posición central. En consecuencia, en el
verano de 1776, sir William Howe, que sustituyó a Gage como comandante en jefe del
ejército británico en Norteamérica, llegó al puerto de Nueva York con una fuerza de más de
treinta mil hombres. Howe tenía intención de aislar Nueva Inglaterra de los otros rebeldes y
derrotar al ejército de Washington en una batalla decisiva. Iba a pasar los dos años
siguientes tratando de llevar a cabo este plan.
Según todas las apariencias, un enfrentamiento militar parecía muy ventajoso para Gran
Bretaña, una de las potencias mundiales más poderosas, con una población de unos once
millones, frente a los dos millones y medio de colonos, un quinto de los cuales eran
esclavos negros. La armada británica era la mayor del mundo y casi la mitad de sus buques
participaron inicialmente en el conflicto con los nacientes Estados Unidos. El ejército era
una fuerza profesional bien entrenada; en 1778, llegó a tener cerca de cincuenta mil
soldados estacionados solo en Norteamérica, a los cuales se añadieron más de treinta
mil mercenarios alemanes durante la contienda.
Para enfrentarse a ese poder militar, los rebeldes tenían que empezar de la nada. El Ejército
Continental contaba con menos de cinco mil efectivos permanentes, complementados por
unidades de las milicias estatales de diferentes tamaños. En la mayoría de los casos estaban
mandados por oficiales inexpertos y no profesionales. George Washington, el comandante
en jefe, por ejemplo, solo había sido coronel de regimiento en la frontera virginiana y tenía
poca experiencia en combate. No sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca
había dirigido un asedio a una posición fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido
de las capas medias de la sociedad: había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en
coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial francés. Es más, «sucede con frecuencia
que los colonos preguntan a los oficiales franceses qué oficio tienen en Francia». No es de
extrañar, pues, que la mayoría de los oficiales británicos pensara que el ejército insurgente
no era «más que una banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones» incapaces
de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Un general británico llegó a alardear que
con mil granaderos podía «ir de un extremo a otro de Norteamérica y castrar a todos los
hombres,
Sin embargo, estos contrastes eran engañosos, porque las desventajas británicas eran
inmensas desde el principio del conflicto. Gran Bretaña tenía que conducir la guerra desde
el otro lado del Atlántico, a cinco mil kilómetros de distancia, con los consiguientes
problemas de comunicaciones y logística; incluso alimentar adecuadamente era un
problema casi insalvable. Al mismo tiempo, tenía que hacer una guerra absolutamente
diferente a la que cualquier país hubiera librado en el siglo XVIII. La propia Norteamérica
era inconquistable. La enorme extensión del territorio hacía que las maniobras y
operaciones convencionales fueran difíciles y engorrosas. El carácter local y fragmentario
de la autoridad en Norteamérica inhibía cualquier acción decisiva por parte de los
británicos. No había ningún centro neurálgico con cuya captura se pudiera lograr aplastar la
rebelión. Los generales británicos acabaron por decidir que su principal objetivo debía ser
enfrentarse al ejército de Washington en una batalla, pero, como dijo el comandante en jefe
británico, no sabían como hacerlo, «ya que el enemigo se mueve con mucha más celeridad
de la que nosotros somos capaces».
Uno de los principales problemas para los colonos era la baja calidad de sus mosquetes, ya
anticuados y que sólo podían disparar a pocos metros para obtener precisión. Esto llevó a
que se creara un nuevo tipo de arma más eficaz, que fue el fusil modelo Pennsylvania, de
gran precisión desde más de 80 metros. Los colonos en estos primeros combates lucharon
en forma de guerrillas.
George Washington, por su parte, comprendió desde el principio que, por el lado
estadounidense, la guerra tenía que ser defensiva. «En todas las ocasiones debemos evitar
una acción general -dijo ante el Congreso en septiembre de 1776- o arriesgar nada, a menos
que nos veamos obligados por una necesidad a la cual no deberíamos vernos
arrastrados.» Aunque nunca actuó como cabecilla guerrillero y se concentró todo el tiempo
en crear un ejército profesional, con el cual pretendía batir a los británicos en una batalla
abierta, en realidad, sus tropas pasaban buena parte del tiempo librando escaramuzas con el
enemigo, acosándolo y privándole de comida y avituallamiento siempre que era posible
(guerra de guerrillas). En esas circunstancias, la dependencia de los estadounidenses de
unas fuerzas de la milicia no profesionales y la debilidad de su ejército organizado los
convertían, como dijo un oficial suizo, en más peligrosos que «si tuvieran un ejército
regular». Los británicos no comprendieron nunca a qué se enfrentaban; esto es, a una
verdadera revolución que contaba con un apoyo generalizado de la población. Por ello,
continuamente subestimaron el aguante de los rebeldes y sobreestimaron la fuerza de los
colonos leales a la Corona. Al final, la independencia acabó significando más para los
estadounidenses que la reconquista o conservación de las Trece Colonias para los ingleses.
Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1777, cuando un ejército británico bajo el
mando del General John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el norte del estado de Nueva
York. Este fue el golpe de gracia y propagandístico que necesitaban los colonos para su
independencia. Desde Canadá llegaron indios (dirigidos por Joseph Brant) a favor de los
británicos porque los colonos les estaban expropiando sus tierras cada vez más. La
expedición estaba mandada por el general John Burgoyne y pretendía llegar a Albany. Sin
embargo, fueron interceptados y tuvieron que presentar batalla en Freeman, cerca del río
Hudson. Aquí estaban los colonos al mando de Benedict Arnold, Horatio Gates y Daniel
Morgan. Este último comandaba a fusileros vestidos con pieles, muchos de ellos antiguos
cazadores.
El general Burgoyne contaba con 600 mercenarios alemanes (los británicos llegaron a
utilizar hasta 16.000 en toda la guerra) para tomar la granja. El 9 de septiembre Morgan
tiene a sus hombres bien escondidos en un bosque contiguo a la granja y en los trigales de
la misma. Una vez se acercan los mercenarios alemanes, los fusileros salen de sus
escondites y disparan a los enemigos, produciendo gran sorpresa entre éstos y provocando
que caigan decenas. Burgoyne entonces manda otros 600 más, que también caen. Los
británicos retroceden, pero Burgoyne resiste, aunque sin suministros ni víveres, y consigue
poco tiempo después tomar la granja.
Horatio Gates, aunque hombre pesimista, es convencido por Morgan y Arnold para lanzar
un ataque a los británicos. Con los cañones incautados a los británicos bombardean la
granja y consiguen la rendición de Burgoyne. Entre el cañoneo de los colonos, un general
británico, Simon Fraser, ordenó una carga de caballería totalmente desesperada por lo
difícil de la situación. Esta carga fue rápidamente neutralizada por los hombres de Morgan,
que consiguieron acabar con el general. Éste, antes de morir, pidió ser enterrado en
el campo de batalla, y para ello varios soldados británicos se reunieron, lo que llegó a
confundir a los colonos. Creyendo que los enemigos se estaban reorganizando para otro
ataque, empezaron a cañonear la zona en que estaban enterrando a Simon Fraser, y aunque
no dieron en el blanco, sí produjeron que los que se esforzaban en la faena fueran
salpicados por la arena y el polvo. Al final se le pudo enterrar entre una lluvia de balas de
cañón. Este hecho produjo esta frase de un general alemán llamado Riedesel: «¡qué gran
entierro para un gran guerrero!»
Revolución francesa de (1789-1799)
Napoleón Bonaparte.
De este modo, la Revolución Francesa creó una nueva sociedad cuya principal
característica sería la eliminación de los privilegios y la proclamación de la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, este ideal de igualdad se quedaría en el plano
de lo teórico, ya que la nueva sociedad establecería un nuevo tipo de jerarquización entre
los ciudadanos marcada no por el origen o la sangre, como antes, sino por la posesión de
riquezas. Se pasó así de una sociedad estamental cerrada (se era noble por ser hijo de
nobles, sin importar méritos o riquezas) a una sociedad abierta pero clasista (la nuestra), en
que el dinero y los bienes materiales determinan la clase social. El resultado de la
Revolución Francesa, en suma, sería la universalización del ideario burgués y la ascensión
al poder de la misma burguesía, que sería la principal beneficiaria de los cambios.
Durante el siglo XVIII, Francia vivió una serie de desajustes sociales propios de unas
estructuras anquilosadas incapaces de adaptarse a la dinámica de los tiempos. El desarrollo
de la economía, con importantes avances en sectores como la industria y el comercio, había
favorecido el protagonismo de la burguesía, cuyo creciente poder económico no se veía
correspondido con la función que le era asignada en la sociedad del Antiguo Régimen. A la
eclosión de la burguesía como nueva realidad social cada vez más reacia a tolerar las
prerrogativas y prebendas de los estamentos superiores, había que añadir la insoportable
situación del campesinado francés, sujeto a un sistema de explotación señorial que, lejos de
suavizarse a lo largo del siglo XVIII, tendía a hacerse aún más oneroso.
El nuevo ministro, una vez comprobado el colapso financiero que amenazaba al Estado,
recurrió de nuevo al proyecto de Calonne, retocado en algunos puntos. En esta ocasión, los
«privilegiados», que se habían erigido en representantes de los intereses de la nación,
negaron al monarca toda capacidad legal para cambiar el sistema fiscal francés y solicitaron
la convocatoria de los Estados Generales, argumentando (conforme a la tesis del
duque Luis Felipe II de Orleans) que eran la única institución histórica que tenía poder para
ello.
Como cuerpo legislativo que actuaba en representación de cada una de las tres clases
sociales, la nobleza, el clero y el pueblo (el «Tercer Estado»), los Estados Generales habían
tenido un importante papel en la Francia de los siglos XIV y XV. Sin embargo, la deriva
centralista y absolutista protagonizada desde entonces por las monarquías europeas había
por lo general reducido este tipo de instituciones a órganos consultivos o decorativos; era el
caso de los Estados Generales, de los que puede incluso afirmarse que yacían en el olvido:
su última reunión había tenido lugar en 1614.
Enfrentado a una situación insostenible, Luis XVI aceptó al fin (5 de julio de 1788) la
reunión de los Estados Generales para primeros de mayo de 1789 y la dimisión de Loménie
de Brienne; Jacques Necker, puesto otra vez al frente del ministerio de finanzas, se
convertía en el nuevo hombre fuerte de la situación. Aparentemente, con la convocatoria de
los Estados Generales, la llamada «revuelta de los privilegiados» se había anotado una
victoria; en realidad, era el principio de una nueva etapa caracterizada por el exclusivo
protagonismo de la burguesía. Si los poderosos pretendían aprovechar los Estados
Generales para perpetuar sus privilegios, los burgueses perseguían acabar con ellos; de ahí
que sus primeros objetivos fueran conseguir para el Tercer Estado una representación
similar en cifras a la nobleza y clero juntos, y que se votase por cabeza y no por estamentos.
El decreto que organizaba los comicios (27 de diciembre de 1788) estableció el modo en
que cada estamento elegiría a sus representantes en los Estados Generales, pero sin hacer
referencia a la importante cuestión del voto, verdadero caballo de batalla de los dirigentes
de la burguesía. La libertad que, en la práctica, concedía la normativa electoral favoreció a
los distintos aspirantes a liderar el Tercer Estado, que pudieron difundir sin cortapisas sus
ideas y proyectos políticos, asumidos por un importante sector de la sociedad francesa,
como quedó reflejado en los cuadernos de quejas (cahiers de doléances) enviados al rey por
instituciones y grupos ciudadanos.
Una vez efectuadas las votaciones, el 5 de mayo de 1789 tuvo lugar la apertura de los
Estados Generales con un discurso de Luis XVI, donde dejaba entrever la exclusiva misión
de solucionar el problema financiero que se asignaba a la institución, sin aludir en ningún
momento a las peticiones de los portavoces del estamento popular. El Tercer Estado pidió
que las votaciones se llevasen a cabo individualmente y no por estamento, ya que en caso
contrario el voto conjunto de la nobleza y el clero prevalecería siempre sobre el de los
plebeyos. La propuesta difícilmente podía prosperar: si se votaba individualmente, el
Tercer Estado, que disponía de mayoría de representantes, pasaría a controlar los Estados
Generales.
El juramento del Juego de Pelota, de Jacques-Louis David
Tras varias semanas de discusiones estériles, el Tercer Estado acordó abandonar tanto su
denominación como su condición de organismo representativo de tan sólo un estamento, y,
sobre la base de sus miembros, se constituyó en Asamblea Nacional, autoproclamándose
auténtica representación de la nación e invitando a los demás estamentos a unirse a sus
deliberaciones (17 de junio). El rey respondió privándoles del salón donde se reunían; bajo
el liderazgo de Honoré Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau, y del abate Emmanuel Joseph
Sieyès, la Asamblea Nacional se trasladó a un edificio público utilizado como frontón para
el juego de pelota, y, en medio del entusiasmo general, pronunció el 20 de junio el
célebre Juramento del Juego de Pelota: no separarse hasta que hubiesen dotado a Francia
de una Constitución. Numerosos representantes del bajo clero y otros nobles liberales se
unieron a la Asamblea. Luis XVI hubo de ceder: el 27 de junio reconoció la Asamblea
Nacional y ordenó al clero y a la nobleza que se incorporaran a la misma, lo que suponía
una aceptación de hecho, por parte del rey, del principio de soberanía nacional.
La revuelta popular (1789)
Cuando la revuelta urbana comenzaba a remitir, la ola revolucionaria sacudió con notable
intensidad el mundo rural. Era «el Gran Miedo» (la Grande Peur), un fenómeno de
paroxismo colectivo surgido al socaire de noticias confusas sobre partidas de bandidos que,
en convivencia con los poderosos, recorrían los campos sembrando la destrucción y la
muerte. En todos los lugares aparecieron grupos de campesinos armados que, ante la
falsedad de las noticias, dirigieron sus iras contra los castillos y registros notariales, donde
se suponían depositados los documentos acreditativos de los derechos feudales que
históricamente habían pesado sobre sus espaldas.
La Asamblea Nacional (1789-1791)
La burguesía moderada era el grupo que contaba con mayor representación en la Asamblea;
considerando la configuración de la cámara, sostenían posturas centristas: eran partidarios
de una monarquía constitucional con poderes limitados que pusiese remedio a los males
sociales. A la derecha se encontraban los aristócratas, partido que aglutinaba los elementos
más conservadores, defensores del absolutismo. En la izquierda se situaban los
republicanos, entre los que figuraba Maximilien de Robespierre. Al margen de la pluralidad
ideológica surgida en la cámara y fuera de ella (clubes de opinión y tertulias políticas:
fuldenses, jacobinos, cistercienses, franciscanos), los principales dirigentes del proceso
revolucionario acordaron llevar a la práctica una experiencia política de carácter
monárquico y parlamentario, fruto de un compromiso entre la corona y la revolución.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra
ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para
exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce
como el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y
se caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y , especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas de la
Revolución de Febrero. Cuando el país se ha convertido en guerra, todos los partidos
políticos se encuentran a favor de la participación en la contienda, con la excepción del
Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido europeo al lado del Partido Socialista del
Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra , aunque advirtió que no había
tratado de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y
después de algunos éxitos iniciales, el Ejército Imperial Ruso tuvo que sufrir graves
derrotas (en Prusia Oriental, en particular). Las fábricas no se mostraron lo suficientemente
productivas, la red ferroviaria fue ineficiente y el suministro de armas y alimentos al
Ejército fallaba. En el Ejército, las partes batían todas las marcas: 1 700 000 muertos y 5
950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la moral de los soldados. Estos últimos
fueron mes a mes de la incapacidad de sus oficiales, llegaron hasta el punto de entrega de
unidades de combate municiones no correspondían con el calibre de sus armas y el empleo
de la intimidación y los castigos corporales.
Desde 1915-1916, proliferaron diversos elementos que se hicieron cargo de todo lo que era
deficiente Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales ...).
Junto a las cooperativas o los sindicatos, estos comités se convierten en órganos de poder
paralímpico. El régimen ya no controlaba el «país real» .12
El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revolución
popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra ... La revolución se
inició con la huelga espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado,
a principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano), 13
Día Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se manifiestataron para exigir pan.
Recibieron el apoyo de los trabajadores, encontrando estos una razón para prolongar su
huelga. Ese día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo
ninguna víctima
La Revolución de Febrero de 1917, que provocó la caída del Imperio ruso, tuvo como
sucesor al Gobierno provisional ruso, que fue derrocado por la Revolución de Octubre
estableciendo el Gobierno de los bolcheviques denominado Sovnarkom. A continuación, se
desencadenó la Guerra Civil Rusa que fue ganada por el nuevo régimen soviético. En
diciembre de 1922 se creó la Unión Soviética con la fusión de la República Socialista
Federativa Soviética de Rusia, la República Federal Socialista Soviética de Transcaucasia,
la República Socialista Soviética de Ucrania y la República Socialista Soviética de
Bielorrusia.
Tras el paso del primer líder líder, Vladímir Lenin, en 1924, Iósif Stalin acabó ganando la
lucha por el poder y dirigió el país a través de una industrialización a gran escala, con una
economía centralizada y una extrema represión política. 1941, durante la Segunda Guerra
Mundial, Alemania junto a sus aliados invadió la Unión Soviética, un país con el que había
firmado un pacto de no agresión. Al cabo de cuatro años de guerra brutal, la Unión
Soviética emergió victoriosa como una de las superpotencias del mundo, junto a los
Estados Unidos.
La Unión Soviética y sus Estados aliados de Europa oriental, denominados Bloque del Este,
involucrados en la Guerra Fría, que fue una prolongada lucha ideológica y política mundial
contra los Estados Unidos y sus aliados del Bloque occidental; finalmente, la URSS cedió
ante los problemas económicos y los disturbios políticos internos y externos.13 14 Durante
este período, la Unión Soviética llegó al modelo de referencia para futuros Estados
socialistas. Desde 1945 hasta 1991, la Unión Soviética y los Estados Unidos dominaron la
agenda global de la política económica, asuntos exteriores, operaciones militares,
intercambio cultural, la novedad y los juegos Olímpicos. A finales de la década de 1980, el
último líder soviético Mijaíl Gorbachov trató de reformar el Estado con sus políticas de la
perestroika y glásnost, pero la Unión Soviética se derrocó y declaró definitivamente en
diciembre de 1991 tras el fallido intento de golpe de Estado de agosto.Luego de esto, la
Federación de Rusia asumió sus derechos y obligaciones.
Los límites geográficos de la Unión Soviética varían con el tiempo, pero tras sus anexiones
territoriales principales y la ocupación de los países Bálticos (Lituania, Letonia, y Estonia),
del este de Polonia, Besarabia, y otros sectores de la Segunda Guerra Mundial, desde 1945
hasta la disolución, los límites correspondieron aproximadamente a aquellos de la extinta
Rusia Imperial, con las exclusiones notables de Polonia, la mayor parte de Finlandia, y
Alaska.
La guerra fría, el enfrentamiento que había marcado las relaciones internacionales desde el
fin de la segunda guerra mundial, un final de una forma en la que nadie podía atreverse a
pronosticar unos años antes, por el derrumbe y la desintegración de uno de los
contendientes. El fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética son dos
fenómenos paralelos que cambiarán radicalmente el mundo.
Otros señalan que el fin del conflicto tuvo lugar el 21 de noviembre de 1990, cuando los
EE.UU., la URSS y otros treinta participantes en la Conferencia para la Seguridad y la
Cooperación en Europa firmaron la Carta de París, un documento que tenía como principal
finalidad, las relaciones internacionales seguían el fin de la guerra fría. La Carta incluye un
pacto de no agresión entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El presidente Bush manifestó
tras firmar el documento: "Hemos cerrado un capítulo de la historia. La guerra fría ha
terminado".
Sólo dos días antes se había firmado Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa que
suponía una fuerte reducción de tropas y armamento no nuclear en el continente. Tras
entablar negociaciones en Viena en marzo de 1989, se llegó a un acuerdo de que ambas
superpotencias debían reducir sus tropas en Europa a 195,000 hombres cada una una. Se
partió de la presencia de 600,000 soldados soviéticos y 350,000 norteamericanos.
El 16 de enero de 1991 la coalición internacional dirigida por EE.UU. inició su ataque para
desalojar a los invasores iraquíes de Kuwait. El apoyo soviético a las sanciones de la ONU
que se llevó a cabo al desencadenamiento de la Guerra del Golfo fue acordado en la
Cumbre de Helsinki, celebrada el 9 de septiembre anterior entre Bush y Gorbachov. Este
apoyo fue un ejemplo palpable del fin del antagonismo y de la supremacía norteamericana.
Sin embargo, mirando al mundo en su conjunto, desde hace ya muchas décadas la deriva es
no hacia la anarquía, sino hacia el restablecimiento de la esclavitud [...] La teoría de James
Burnham ha sido discutida ampliamente, pero pocos se han parado a sopesar sus
implicaciones ideológicas, esto es, el tipo de visión del mundo, el tipo de creencias y la
estructura social que es probable que se imponga en un Estado inconquistable y en
constante situación de «guerra fría» con sus vecinos.1
El mismo Orwell escribió en el The Observer del 10 de marzo de 1946 que «[d]espués de la
conferencia de Moscú en diciembre pasado, Rusia comenzó a hacer una guerra fría contra
Reino Unido y el Imperio británico».
Revolución científica
Por revolución científica se denomina habitualmente el periodo comprendido entre 1500 y
1700 durante el cual se establecen los fundamentos conceptuales e institucionales de
la ciencia moderna.
Se considera revolución científica a todos aquellos episodios de desarrollo no acumulativo,
en que un paradigma antiguo es reemplazado completamente o en parte, por otro nuevo,
incompatible.
En lo que a conceptos, el elemento central de la Revolución Científica es el abandono de la
visión cosmogónica en la que la Tierra ocupaba el centro del Universo (sistema geocéntrico
de Ptolomeo) y de la física aristotélica, por una en la que los planetas se mueven en torno al
Sol (sistema heliocéntrico), una idea que, aunque también habían considerado algunos
antiguos (Astiarco), fue introducida con detalle por Nicolás Copérnico.
3. Consecuencias de la revolución científica
Las consecuencias de la revolución científica, de la que Galileo y Newton fueron sus
máximos exponentes, pueden dividirse en tres grandes grupos: consecuencias
metodológicas, filosóficas, y religiosas:
Consecuencias metodológicas:
Desconfianza ante las "intuiciones" ingenuas del sentido común como intérprete de la
realidad.
Se incrementa el valor de la observación y de la experiencia y la necesidad de la
verificación empírica. Los sistemas puramente especulativos, como construcciones
mentales deducidas a partir de unos principios universales no discutidas, ceden el paso
a hipótesis de trabajo basadas en la experiencia y sujetas a una revisión continua.
Nuevo criterio de verdad.
La deducción, que había reinado desde Parménides, cede el trono a la inducción. Galileo la
practica, y Bacon acomete la tarea de justificarla teóricamente y de elaborar
su metodología, de forma que constituya el nuevo instrumento (Novum Organum) de la
ciencia en sustitución del Organon aristotélico.
La expresión de la realidad se matematiza. La ciencia moderna desea predecir con exactitud
los fenómenos, y para ello necesita conocer las leyes físico-matemáticas que los rigen.
Cada rama de la ciencia se independiza de las otras (aunque aproveche indirectamente sus
avances).
Consecuencias filosóficas
Se derrumba la autoridad de Aristóteles. Se ve que Aristóteles se equivocó al afirmar el
sistema geocéntrico de esferas, la incorruptibilidad de los astros, el cese
del movimiento cuando cesa la causa, etc. El desprestigio de Aristóteles aumentó también
por considerársele defensor a ultranza del método deductivo y la especulación pura.
Cambia el concepto de ciencia. Ya no interesa lo óntico, sino lo fenoménico; la realidad
subyacente, sino el comportamiento aparente. Algunos científicos como Galileo y Kepler
solo se interesan por establecer las leyes matemáticas de los movimientos.
Consecuencias religiosas
Autonomía de la ciencia frente a cualquier autoridad. La última palabra corresponde a la
razón, que parte de la experiencia científica y vuelve a ella para verificar sus conclusiones.
El científico moderno suprime las explicaciones prenaturales de los fenómenos físicos, y
busca sólo las causas inmanentes, intramundanas.