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Trabajo de sociales.

Presentado por: Saray vides vivero.


Curso: 7°02
Tema: Las Revoluciones

Institución Educativa San Mateo

Lic. Wilfrido leytón Herrera.

2017
La revolución de la independencia de Estados
Unidos De norte América.
En la segunda mitad del siglo XVIII, Gran Bretaña poseía en el norte de América 13
colonias. Desde el punto de vista económico, las del norte vivían del comercio y la
industria, y estaban dominadas por la burguesía, y las del sur de la agricultura, por los
terratenientes. el "Pacto colonial" las obligaba a suministrar materias primas a la metrópolis
un cambio de recibir los productos manufacturados. Desde el punto de vista político,
dependía totalmente de la Gran Bretaña y no tenía representación en la representación
parlamentaria en Londres, lo que creaba que los hombres se encontraban entre los colonos
al no poder participar en la toma de decisiones.

Tras la Guerra de los Siete Años contra Francia (1756-63), la Corona Británica necesitaba
más recursos, por lo que pedían nuevos impuestos a los colonos, que protestaron
violentamente, lo que provocó que se retiraran las tasas, excepto la del té ( Motín de
Boston). La Corona respondió con la clausura del puerto de Boston y las Leyes
Coartecitivas de 1774. En septiembre de ese año se celebró un Congreso en Filadelfia, que
no reivindicará todavía la independencia, sino que se limitará a la economía.

Estas colonias formadas, mayormente, por gente culta de credo protestante, gracias a su
espíritu eminentemente laborioso como a las inmensas riquezas del territorio, consiguieron
en pocos años progresar grandemente, a la vez que su población experimentó también
considerablemente crecimiento.

Disfrutaban de autonomía política, es decir, que eran, prácticamente libres e


independientes. Hacían uso de sus libertades y derechos y, asimismo, cada colonia elegía a
sus propias autoridades, a la vez que resolvía sus propios problemas, aunque en nombre se
hallaban bajo el dominio de Inglaterra, la misma que se hacia representar por un
gobernador en cada una de ellas. Tenían, pues, por supremo anhelo vivir en un ambiente de
paz y de libertad para, así, poder desarrollarse y practicar libremente sus creencias políticas
y religiosas. En busca de ello, justamente, fueron los primeros inmigrantes (“Los padres
peregrinos” – 1620) quienes abandonaron Inglaterra al implantarse en esta nación la
persecución religiosa y el despotismo real, y, después de cruzar el Atlántico, se
establecieron en la costa este de América del Norte.

Fue un conflicto que enfrentó a las Trece Colonias británicas originales en América del
Norte contra el Reino de Gran Bretaña. Ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la
derrota británica en la batalla de Yorktown y la firma del Tratado de París.
Durante la guerra, Francia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas terrestres
comandadas por Rochambeau y por el Marqués de La Fayette y por flotas bajo el comando
de marinos como Guichen, de Grasse y d'Estaing. España, por su parte, lo hizo inicialmente
gracias a Bernardo de Gálvez y de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante
las armas y los suministros proporcionados por los navíos del comerciante Diego María de
Gardoqui y abriendo un frente en el flanco sur.
Las colonias británicas que se independizaron de Gran Bretaña edificaron el primer sistema
político liberal y democrático, alumbrando una nueva nación, los Estados Unidos de
América, incorporando las nuevas ideas revolucionarias que propugnaban la igualdad y la
libertad. Esta sociedad colonial se formó a partir de oleadas de colonos inmigrados y no
existían en ella los rasgos característicos del rígido sistema estamental europeo.
En las colonias del sur (Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia) se había
organizado un sistema esclavista (con unos 500.000 esclavos negros) que explotaban
plantaciones de tabaco, algodón y azúcar. De este modo, la población estaba compuesta por
grandes y pequeños propietarios y esclavos.
Los antecedentes a la guerra de la Independencia de los Estados Unidos se remontan a
la confrontación franco-británica en Norteamérica y a las consecuencias de la guerra de los
Siete Años.
La guerra de los Siete Años terminó en 1763. El 10 de febrero, el Tratado de París ponía fin
al imperio colonial francés en América del Norte y consolidaba a Inglaterra como la
potencia hegemónica. En oposición solo tenía a España, que controlaba Nueva Orleans, la
ciudad más importante, con unos 10 000 habitantes. Respecto a Francia, la pérdida
territorial no fue sentida como algo catastrófico. Se conservaban los derechos pesqueros
en Terranova y la población católica francófona recibiría un trato de respeto. Por otro lado,
en el Caribe las pérdidas podían ser compensadas, pues la colonia principal francesa del
Caribe, Saint-Domingue (la Española) con capital en Puerto Príncipe, producía la mitad del
azúcar consumido en todo el mundo, y su comercio con África y las Antillas estaba en
pleno apogeo.
Respecto a los colonos estadounidenses, la guerra modificó radicalmente el panorama
anterior. Los francófonos católicos de Quebec, tradicionales enemigos de los colonos
estadounidenses de las Trece colonias, recibieron un trato respetuoso por parte de las
autoridades británicas. Trato que se confirmó en 1774 cuando se dotó a Canadá de un
estatuto particular dentro de las colonias estadounidenses, llevándose sus fronteras hasta la
confluencia del Ohio y el Misisipi. Asimismo su población conserva un derecho civil
propio y la Iglesia católica es reconocida. Todos estos movimientos fueron mal aceptados
por la población de las Trece colonias.
La causa inmediata de este conflicto fue el injusto trato que Gran Bretaña infligía a los
colonos, pues éstos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli pero no tenían los medios
para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados.
Gran Bretaña obtuvo el triunfo sobre Francia en la guerra de los Siete Años (1756-1763)
recibiendo gran ayuda económica y militar de las colonias, aunque dicha colaboración no
les fue recompensada. Las medidas represivas del gobierno inglés (producidas tras
sublevaciones como el Motín del té de Boston y las sanciones de las Actas Intolerables)
provocaron el inicio de la guerra de independencia.
El descontento se extendió por las Trece Colonias y se organizó una manifestación
en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos indispensables como el
papel, el vidrio o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el gobierno
inglés hizo oídos sordos a las peticiones de los colonos. Pero éstos no iban a consentir que
la situación continuara así, con lo que se reunieron junto a varios miembros de otras
poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación. En 1773 los
colonos se reunieron en Boston. De Gran Bretaña llegaban tres naves cargadas de cajas que
contenían té. Varios miembros de la sociedad secreta se disfrazaron de indios y fueron
nadando hasta alcanzar los tres barcos. Una vez allí capturaron a sus tripulantes y tiraron la
mercancía por la borda. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, lo que
intranquilizó a los británicos.
En 1774 se reunió por primera vez el Congreso de los colonos en contra de la servidumbre
a los británicos y a favor de una patria independiente, el Primer Congreso Continental. Ya
se discuten unas hipotéticas leyes. Pese al clima de enemistad contra los ingleses en las
colonias, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey inglés Jorge III, siendo
llamados kings friends.
Los primeros combates
El 19 de abril de 1775, soldados ingleses salieron de Boston para impedir la rebelión de los
colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos en la vecina ciudad
de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Alguien, nadie
sabe quién, abrió fuego, y comenzó de este modo la guerra de independencia. Los ingleses
tomaron Lexington y Concord, pero en su regreso hacia Boston fueron hostigados por
cientos de voluntarios de Massachusetts. Se producen las primeras bajas de la contienda,
ocho soldados colonos. Para junio, 10.000 soldados coloniales estaban sitiando Boston.
En mayo de 1775, un Segundo Congreso Continental se reunió en Filadelfia y empezó a
asumir las funciones de gobierno nacional. Nombró catorce generales, autorizó la invasión
de Canadá y organizó un ejército de campaña bajo el mando de George Washington, un
hacendado virginiano y veterano de la guerra franco-india. Consciente de que las colonias
sureñas desconfiaban del fanatismo de Massachusetts, John Adams presionó para que se
eligiera a este coronel de la milicia virginiana, que tenía cuarenta y tres años,
como comandante en jefe. Fue una elección inspirada. Washington, que asistía al Congreso
de uniforme, tenía el aspecto adecuado; era alto y sereno, con un digno aire militar que
inspiraba confianza. Como dijo un congresista: «No era un tipo que actuara alocadamente,
que despotricara y jurara, sino alguien sobrio, firme y calmado.»
Se empezaron a reclutar soldados de entre todas las partes de las colonias. Muchos de ellos
eran agricultores o cazadores, bravucones y poco entrenados en el combate. En las primeras
luchas contra los británicos, George Washington llegó a decir: «hemos reclutado un
ejército de generales, no obedecen a nadie.»
Al principio, la guerra fue desfavorable para los colonos. En junio de 1775 ambos ejércitos
se encontraron en Bunker Hill, frente a Boston. Los rebeldes se habían atrincherado en la
colina y, pese a que los británicos asaltaron las posiciones continentales con violencia, los
colonos consiguieron aguantar el ataque durante bastante tiempo; cuando los últimos
asaltantes logran llegar a la cima las bajas británicas son de 800. Es una victoria pírrica para
los ingleses. Los insurgentes, además, hicieron circular su versión de los hechos, que no era
otra sino que se habían retirado simplemente por la falta de munición y no por el empuje de
los casacas rojas. Después de dejar la colina Bunker Hill, los colonos se centraron
en fortificar la otra colina, Dorchester Heights, que lo consiguieron gracias a los cañones
que capturaron en el fuerte Ticonderoga, y que trajo en una compleja operación desde allí el
joven coronel Henry Knox (esta operación de transporte se conoce como "noble tren de
artillería"). El general británico William Howe, al ver esta fortificación, decidió rendirse y
evacuar la ciudad de Boston el 17 de marzo de 1776 (día de la evacuación).
El 2 de julio de 1776, el Congreso finalmente resolvió que: «estas Colonias Unidas son, y
por derecho deben ser, estados libres y soberanos». El 4 de julio de 1776 se reunieron 56
congresistas estadounidenses para aprobar la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos, que Thomas Jefferson redactó con la ayuda de otros ciudadanos de Virginia. Se
imprimió papel moneda y se iniciaron relaciones diplomáticas con potencias extranjeras. En
el congreso se encontraban cuatro de las principales figuras de la independencia: George
Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams. De los 56 congresistas,
14 murieron durante la guerra. Benjamin Franklin se convierte en el primer embajador y
jefe de los servicios secretos.
La unidad se extendió entonces por las Trece Colonias para luchar contra los británicos. La
declaración presentó una defensa pública de la guerra de Independencia, incluida una larga
lista de quejas contra el soberano inglés Jorge III. Pero sobre todo, explicó la filosofía que
sustentaba la independencia, proclamando que todos los hombres nacen iguales y poseen
ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad;
que los gobiernos pueden gobernar sólo con el consentimiento de los gobernados; que
cualquier gobierno puede ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo. Esta
teoría política tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y ocupa un lugar prominente
en la tradición política anglosajona.
Estos hechos convencieron al gobierno británico de que no se enfrentaba simplemente a
una revuelta local de Nueva Inglaterra. Pronto se asumió que el Reino Unido estaba
envuelto en una guerra, y no en una simple rebelión, por lo que se adoptaron decisiones de
política militar dieciochesca convencional, consistente en maniobras y batallas entre
ejércitos organizados.
Este cambio de estrategia forzó a los británicos a evacuar Boston en marzo de 1776 y
transferir sus principales fuerzas a Nueva York, cuya población se presumía más favorable
a la Corona, con un puerto más amplio y una posición central. En consecuencia, en el
verano de 1776, sir William Howe, que sustituyó a Gage como comandante en jefe del
ejército británico en Norteamérica, llegó al puerto de Nueva York con una fuerza de más de
treinta mil hombres. Howe tenía intención de aislar Nueva Inglaterra de los otros rebeldes y
derrotar al ejército de Washington en una batalla decisiva. Iba a pasar los dos años
siguientes tratando de llevar a cabo este plan.
Según todas las apariencias, un enfrentamiento militar parecía muy ventajoso para Gran
Bretaña, una de las potencias mundiales más poderosas, con una población de unos once
millones, frente a los dos millones y medio de colonos, un quinto de los cuales eran
esclavos negros. La armada británica era la mayor del mundo y casi la mitad de sus buques
participaron inicialmente en el conflicto con los nacientes Estados Unidos. El ejército era
una fuerza profesional bien entrenada; en 1778, llegó a tener cerca de cincuenta mil
soldados estacionados solo en Norteamérica, a los cuales se añadieron más de treinta
mil mercenarios alemanes durante la contienda.
Para enfrentarse a ese poder militar, los rebeldes tenían que empezar de la nada. El Ejército
Continental contaba con menos de cinco mil efectivos permanentes, complementados por
unidades de las milicias estatales de diferentes tamaños. En la mayoría de los casos estaban
mandados por oficiales inexpertos y no profesionales. George Washington, el comandante
en jefe, por ejemplo, solo había sido coronel de regimiento en la frontera virginiana y tenía
poca experiencia en combate. No sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca
había dirigido un asedio a una posición fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido
de las capas medias de la sociedad: había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en
coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial francés. Es más, «sucede con frecuencia
que los colonos preguntan a los oficiales franceses qué oficio tienen en Francia». No es de
extrañar, pues, que la mayoría de los oficiales británicos pensara que el ejército insurgente
no era «más que una banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones» incapaces
de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Un general británico llegó a alardear que
con mil granaderos podía «ir de un extremo a otro de Norteamérica y castrar a todos los
hombres,
Sin embargo, estos contrastes eran engañosos, porque las desventajas británicas eran
inmensas desde el principio del conflicto. Gran Bretaña tenía que conducir la guerra desde
el otro lado del Atlántico, a cinco mil kilómetros de distancia, con los consiguientes
problemas de comunicaciones y logística; incluso alimentar adecuadamente era un
problema casi insalvable. Al mismo tiempo, tenía que hacer una guerra absolutamente
diferente a la que cualquier país hubiera librado en el siglo XVIII. La propia Norteamérica
era inconquistable. La enorme extensión del territorio hacía que las maniobras y
operaciones convencionales fueran difíciles y engorrosas. El carácter local y fragmentario
de la autoridad en Norteamérica inhibía cualquier acción decisiva por parte de los
británicos. No había ningún centro neurálgico con cuya captura se pudiera lograr aplastar la
rebelión. Los generales británicos acabaron por decidir que su principal objetivo debía ser
enfrentarse al ejército de Washington en una batalla, pero, como dijo el comandante en jefe
británico, no sabían como hacerlo, «ya que el enemigo se mueve con mucha más celeridad
de la que nosotros somos capaces».
Uno de los principales problemas para los colonos era la baja calidad de sus mosquetes, ya
anticuados y que sólo podían disparar a pocos metros para obtener precisión. Esto llevó a
que se creara un nuevo tipo de arma más eficaz, que fue el fusil modelo Pennsylvania, de
gran precisión desde más de 80 metros. Los colonos en estos primeros combates lucharon
en forma de guerrillas.
George Washington, por su parte, comprendió desde el principio que, por el lado
estadounidense, la guerra tenía que ser defensiva. «En todas las ocasiones debemos evitar
una acción general -dijo ante el Congreso en septiembre de 1776- o arriesgar nada, a menos
que nos veamos obligados por una necesidad a la cual no deberíamos vernos
arrastrados.» Aunque nunca actuó como cabecilla guerrillero y se concentró todo el tiempo
en crear un ejército profesional, con el cual pretendía batir a los británicos en una batalla
abierta, en realidad, sus tropas pasaban buena parte del tiempo librando escaramuzas con el
enemigo, acosándolo y privándole de comida y avituallamiento siempre que era posible
(guerra de guerrillas). En esas circunstancias, la dependencia de los estadounidenses de
unas fuerzas de la milicia no profesionales y la debilidad de su ejército organizado los
convertían, como dijo un oficial suizo, en más peligrosos que «si tuvieran un ejército
regular». Los británicos no comprendieron nunca a qué se enfrentaban; esto es, a una
verdadera revolución que contaba con un apoyo generalizado de la población. Por ello,
continuamente subestimaron el aguante de los rebeldes y sobreestimaron la fuerza de los
colonos leales a la Corona. Al final, la independencia acabó significando más para los
estadounidenses que la reconquista o conservación de las Trece Colonias para los ingleses.
Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1777, cuando un ejército británico bajo el
mando del General John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el norte del estado de Nueva
York. Este fue el golpe de gracia y propagandístico que necesitaban los colonos para su
independencia. Desde Canadá llegaron indios (dirigidos por Joseph Brant) a favor de los
británicos porque los colonos les estaban expropiando sus tierras cada vez más. La
expedición estaba mandada por el general John Burgoyne y pretendía llegar a Albany. Sin
embargo, fueron interceptados y tuvieron que presentar batalla en Freeman, cerca del río
Hudson. Aquí estaban los colonos al mando de Benedict Arnold, Horatio Gates y Daniel
Morgan. Este último comandaba a fusileros vestidos con pieles, muchos de ellos antiguos
cazadores.
El general Burgoyne contaba con 600 mercenarios alemanes (los británicos llegaron a
utilizar hasta 16.000 en toda la guerra) para tomar la granja. El 9 de septiembre Morgan
tiene a sus hombres bien escondidos en un bosque contiguo a la granja y en los trigales de
la misma. Una vez se acercan los mercenarios alemanes, los fusileros salen de sus
escondites y disparan a los enemigos, produciendo gran sorpresa entre éstos y provocando
que caigan decenas. Burgoyne entonces manda otros 600 más, que también caen. Los
británicos retroceden, pero Burgoyne resiste, aunque sin suministros ni víveres, y consigue
poco tiempo después tomar la granja.
Horatio Gates, aunque hombre pesimista, es convencido por Morgan y Arnold para lanzar
un ataque a los británicos. Con los cañones incautados a los británicos bombardean la
granja y consiguen la rendición de Burgoyne. Entre el cañoneo de los colonos, un general
británico, Simon Fraser, ordenó una carga de caballería totalmente desesperada por lo
difícil de la situación. Esta carga fue rápidamente neutralizada por los hombres de Morgan,
que consiguieron acabar con el general. Éste, antes de morir, pidió ser enterrado en
el campo de batalla, y para ello varios soldados británicos se reunieron, lo que llegó a
confundir a los colonos. Creyendo que los enemigos se estaban reorganizando para otro
ataque, empezaron a cañonear la zona en que estaban enterrando a Simon Fraser, y aunque
no dieron en el blanco, sí produjeron que los que se esforzaban en la faena fueran
salpicados por la arena y el polvo. Al final se le pudo enterrar entre una lluvia de balas de
cañón. Este hecho produjo esta frase de un general alemán llamado Riedesel: «¡qué gran
entierro para un gran guerrero!»
Revolución francesa de (1789-1799)
Napoleón Bonaparte.

La Revolución Francesa (1789-1799) ha sido tradicionalmente considerada como el


indicador del final de una época histórica y el punto de arranque de una nueva etapa: la
Edad Contemporánea. Por este motivo puede aceptarse que, aunque cronológicamente el
siglo XIX comenzase en 1801, históricamente se inició en 1789. Ciertamente, el estallido
de la Revolución Francesa señala una línea divisoria entre dos sistemas sociopolíticos
opuestos: en el Antiguo Régimen, anterior a la Revolución Francesa, el absolutismo
monárquico regía una sociedad feudal; en el Nuevo Régimen surgido tras la misma, en
cambio, reconocemos muchos de los rasgos que caracterizan la organización política y
social del mundo contemporáneo.

La toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) ha quedado


como el suceso icónico de la Revolución Francesa.
En el terreno político, la Revolución Francesa acabó con el sistema de monarquías
absolutas que había prevalecido durante siglos en muchos países europeos. Dicho sistema
político se basaba en el principio de que todos los poderes (el de promulgar las leyes -
legislativo-, el de aplicarlas -ejecutivo-, y el de determinar si las leyes habían sido o no
cumplidas -judicial-) residían en el rey. El monarca era fuente de todo poder por derecho
divino; tal derecho era la base jurídica y filosófica de su soberanía.

La Revolución Francesa establecería la separación de estos poderes, de tal manera que el


legislativo correspondería a una Asamblea o Parlamento; el poder ejecutivo seguiría
residiendo en el rey y sus ministros, o en un gobierno en las repúblicas; y el judicial
recaería en los tribunales de justicia, como poder técnico e independiente. En definitiva, la
monarquía dejaría de existir o de ser absoluta para convertirse en un sistema político en que
los distintos poderes servirían de contrapesos y se controlarían mutuamente. Se entendía,
además, que la soberanía no procedía sino del pueblo, el cual delegaba el ejercicio del
poder en gobernantes libremente elegidos en procesos electorales periódicos.

En el plano social, las consecuencias de la Revolución Francesa serían igualmente


trascendentes. El Antiguo Régimen se había caracterizado por consolidar un tipo de
organización social rígido y de carácter marcadamente estamental, en la que se habían
consagrado dos grupos o estamentos inamovibles: el clero y la nobleza. Estos estamentos
gozaban de una jurisdicción especial que les eximía de pagar impuestos, entre otros
privilegios. El tercer estamento lo integraban los campesinos, que estaban obligados a
sostener los gastos del Estado con el pago de tributos.

Pero no solamente campesinos, artesanos o siervos componían el tercer estamento; una


nueva clase social dinámica y próspera, enriquecida mediante los negocios, el comercio y la
industria, también pertenecía jurídicamente a aquel «tercer estado» carente de privilegios:
la burguesía. Esta clase emergente aspiraba a que su ascenso y su poderío económico se
reflejase en el ordenamiento político. De hecho, la Revolución Francesa y su más inmediato
precedente, la independencia de los Estados Unidos, constituyen los primeros ejemplos de
lo que los historiadores han llamado «revoluciones burguesas». En ambas, el triunfo de la
burguesía sobre la aristocracia anquilosada determinó una configuración social en
concordancia con la mentalidad y los valores burgueses.
El carácter débil e indeciso de Luis XVI favoreció a los revolucionarios

De este modo, la Revolución Francesa creó una nueva sociedad cuya principal
característica sería la eliminación de los privilegios y la proclamación de la igualdad de
todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, este ideal de igualdad se quedaría en el plano
de lo teórico, ya que la nueva sociedad establecería un nuevo tipo de jerarquización entre
los ciudadanos marcada no por el origen o la sangre, como antes, sino por la posesión de
riquezas. Se pasó así de una sociedad estamental cerrada (se era noble por ser hijo de
nobles, sin importar méritos o riquezas) a una sociedad abierta pero clasista (la nuestra), en
que el dinero y los bienes materiales determinan la clase social. El resultado de la
Revolución Francesa, en suma, sería la universalización del ideario burgués y la ascensión
al poder de la misma burguesía, que sería la principal beneficiaria de los cambios.

La Revolución afectó a otros países además de Francia. Los gobernantes y la aristocracia de


los países vecinos se convirtieron en sus mayores enemigos, y diversas monarquías
europeas formaron coaliciones antifrancesas que tenían como objetivo acabar con el
proceso revolucionario y restaurar el absolutismo. Pero la Revolución encontró apoyo en
los campesinos, en los trabajadores de las ciudades y en las clases medias, y sus ideas
penetraron en los estamentos no privilegiados de los restantes países europeos, que, en
procesos revolucionarios o reformistas, acabarían por adoptar muchos de sus principios a lo
largo del siglo XIX, quedando sus sociedades y sus gobiernos configurados de forma
similar. En este sentido, la Revolución Francesa fue un acontecimiento de alcance
universal.

Causas de la Revolución Francesa


Antes de entrar en el análisis del proceso revolucionario francés hay que señalar las causas
que lo desencadenaron, dando por sentado la dificultad que supone establecer un orden de
importancia en las mismas. Debe destacarse, en primer lugar, que el impacto de la filosofía
ilustrada en el proceso revolucionario es una realidad incuestionable. Las ideas que
difundió la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert (1751-1772), y las doctrinas políticas y
sociales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire dinamitaron los fundamentos teóricos de la
monarquía absoluta y pusieron en manos del elemento burgués el ensamblaje teórico con el
que justificar la destrucción del Antiguo Régimen. El barón de Montesquieudesarrolló la
teoría de la división de poderes en El espíritu de las leyes (1748); Voltaire censuró el poder
y fanatismo de la Iglesia y defendió la tolerancia y la libertad de cultos; Jean-Jacques
Rousseau planteó en El contrato social (1762) el principio de la soberanía popular, que el
pueblo ejerce a través de representantes libremente elegidos.

Durante el siglo XVIII, Francia vivió una serie de desajustes sociales propios de unas
estructuras anquilosadas incapaces de adaptarse a la dinámica de los tiempos. El desarrollo
de la economía, con importantes avances en sectores como la industria y el comercio, había
favorecido el protagonismo de la burguesía, cuyo creciente poder económico no se veía
correspondido con la función que le era asignada en la sociedad del Antiguo Régimen. A la
eclosión de la burguesía como nueva realidad social cada vez más reacia a tolerar las
prerrogativas y prebendas de los estamentos superiores, había que añadir la insoportable
situación del campesinado francés, sujeto a un sistema de explotación señorial que, lejos de
suavizarse a lo largo del siglo XVIII, tendía a hacerse aún más oneroso.

En la década de 1780, una sucesión de malas cosechas y graves crisis agrícolas


desencadenaron la casi paralización de los restantes sectores económicos, íntimamente
dependientes del sector primario. La prolongada depresión se dejó sentir con notable
intensidad en el campo y en la ciudad, sucediéndose, en los años que precedieron a la
Revolución, una serie de motines y levantamientos populares provocados por la carestía y
la escasez de los productos de primera necesidad.

La crisis financiera como desencadenante inmediato


Si las causas mencionadas contribuyeron a preparar el clima para el estallido de la
Revolución Francesa, el factor que lo precipitó fue la crisis política surgida cuando Luis
XVI intentó hacer frente a la caótica situación financiera por la que pasaba el erario
público. El déficit crónico de la monarquía se había convertido en el problema más
acuciante para los últimos gobiernos del despotismo ilustrado. Los gastos provocados por el
apoyo a la independencia de las colonias británicas en América y por los dispendios de la
corte de Versalles hacían inaplazable la toma de medidas urgentes en unos momentos en los
que el Estado carecía de crédito ante los banqueros y ya no podía recurrir al clásico
expediente de incrementar la presión fiscal a los que siempre la habían soportado.
En estas circunstancias, los responsables de finanzas de los gabinetes de Luis XVI, Robert
Jacques Turgot (1774-1776) y Jacques Necker (1778-1781), sugirieron al monarca algunas
medidas encaminadas a equilibrar el presupuesto, aunque no lograron su objetivo al ser
destituidos de sus cargos por la presión de los sectores más conservadores de la nobleza y
del clero. Jacques Necker llegó a publicar en 1781 un presupuesto de la nación (Compte
rendu au roi) que supuso su inmediato cese: por primera vez la opinión pública conoció las
elevadas partidas destinadas a sufragar los gastos de la corte. Tal ejercicio de transparencia
le reportó un gran prestigio entre el pueblo y la burguesía.
En 1783, Charles Alexandre de Calonne, nuevo ministro de finanzas, intentó poner en
práctica un plan de reforma fiscal basado en las ideas de sus antecesores, que, en síntesis,
suponía la desaparición de los privilegios fiscales de la nobleza y el clero. La frontal
oposición de los poderosos provocó su caída en abril de 1787; le sustituyó Loménie de
Brienne, arzobispo de Toulouse y uno de los más acérrimos enemigos de las reformas.

Sesión inaugural de los Estados Generales (5 de mayo de 1789)

El nuevo ministro, una vez comprobado el colapso financiero que amenazaba al Estado,
recurrió de nuevo al proyecto de Calonne, retocado en algunos puntos. En esta ocasión, los
«privilegiados», que se habían erigido en representantes de los intereses de la nación,
negaron al monarca toda capacidad legal para cambiar el sistema fiscal francés y solicitaron
la convocatoria de los Estados Generales, argumentando (conforme a la tesis del
duque Luis Felipe II de Orleans) que eran la única institución histórica que tenía poder para
ello.

Como cuerpo legislativo que actuaba en representación de cada una de las tres clases
sociales, la nobleza, el clero y el pueblo (el «Tercer Estado»), los Estados Generales habían
tenido un importante papel en la Francia de los siglos XIV y XV. Sin embargo, la deriva
centralista y absolutista protagonizada desde entonces por las monarquías europeas había
por lo general reducido este tipo de instituciones a órganos consultivos o decorativos; era el
caso de los Estados Generales, de los que puede incluso afirmarse que yacían en el olvido:
su última reunión había tenido lugar en 1614.

Los Estados Generales (1788-1789)

Enfrentado a una situación insostenible, Luis XVI aceptó al fin (5 de julio de 1788) la
reunión de los Estados Generales para primeros de mayo de 1789 y la dimisión de Loménie
de Brienne; Jacques Necker, puesto otra vez al frente del ministerio de finanzas, se
convertía en el nuevo hombre fuerte de la situación. Aparentemente, con la convocatoria de
los Estados Generales, la llamada «revuelta de los privilegiados» se había anotado una
victoria; en realidad, era el principio de una nueva etapa caracterizada por el exclusivo
protagonismo de la burguesía. Si los poderosos pretendían aprovechar los Estados
Generales para perpetuar sus privilegios, los burgueses perseguían acabar con ellos; de ahí
que sus primeros objetivos fueran conseguir para el Tercer Estado una representación
similar en cifras a la nobleza y clero juntos, y que se votase por cabeza y no por estamentos.

El decreto que organizaba los comicios (27 de diciembre de 1788) estableció el modo en
que cada estamento elegiría a sus representantes en los Estados Generales, pero sin hacer
referencia a la importante cuestión del voto, verdadero caballo de batalla de los dirigentes
de la burguesía. La libertad que, en la práctica, concedía la normativa electoral favoreció a
los distintos aspirantes a liderar el Tercer Estado, que pudieron difundir sin cortapisas sus
ideas y proyectos políticos, asumidos por un importante sector de la sociedad francesa,
como quedó reflejado en los cuadernos de quejas (cahiers de doléances) enviados al rey por
instituciones y grupos ciudadanos.

Una vez efectuadas las votaciones, el 5 de mayo de 1789 tuvo lugar la apertura de los
Estados Generales con un discurso de Luis XVI, donde dejaba entrever la exclusiva misión
de solucionar el problema financiero que se asignaba a la institución, sin aludir en ningún
momento a las peticiones de los portavoces del estamento popular. El Tercer Estado pidió
que las votaciones se llevasen a cabo individualmente y no por estamento, ya que en caso
contrario el voto conjunto de la nobleza y el clero prevalecería siempre sobre el de los
plebeyos. La propuesta difícilmente podía prosperar: si se votaba individualmente, el
Tercer Estado, que disponía de mayoría de representantes, pasaría a controlar los Estados
Generales.
El juramento del Juego de Pelota, de Jacques-Louis David

Tras varias semanas de discusiones estériles, el Tercer Estado acordó abandonar tanto su
denominación como su condición de organismo representativo de tan sólo un estamento, y,
sobre la base de sus miembros, se constituyó en Asamblea Nacional, autoproclamándose
auténtica representación de la nación e invitando a los demás estamentos a unirse a sus
deliberaciones (17 de junio). El rey respondió privándoles del salón donde se reunían; bajo
el liderazgo de Honoré Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau, y del abate Emmanuel Joseph
Sieyès, la Asamblea Nacional se trasladó a un edificio público utilizado como frontón para
el juego de pelota, y, en medio del entusiasmo general, pronunció el 20 de junio el
célebre Juramento del Juego de Pelota: no separarse hasta que hubiesen dotado a Francia
de una Constitución. Numerosos representantes del bajo clero y otros nobles liberales se
unieron a la Asamblea. Luis XVI hubo de ceder: el 27 de junio reconoció la Asamblea
Nacional y ordenó al clero y a la nobleza que se incorporaran a la misma, lo que suponía
una aceptación de hecho, por parte del rey, del principio de soberanía nacional.
La revuelta popular (1789)

En tanto que abierto desafío a la autoridad monárquica y triunfo de la soberanía nacional


sobre el absolutismo, debe considerarse la constitución de la Asamblea Nacional (y no la
toma de la Bastilla) como el primero de los sucesos revolucionarios; es preciso reconocer,
sin embargo, que difícilmente se hubiera llegado más lejos de no haber contado la
Asamblea con el apoyo popular. Tras el forzado reconocimiento por parte del rey, en
efecto, la aristocracia cortesana empujó de inmediato a Luis XVI a actuar contra la
Asamblea Nacional, acuartelando tropas en Versalles (20.000 soldados) por si era preciso
utilizar la fuerza contra la Asamblea y destituyendo otra vez a Jacques Necker, verdadero
ídolo de la burguesía.

En París crecía la agitación por semejantes noticias: el 12 de julio, conocida la sustitución


de Necker e intuyéndose que la Asamblea iba a ser disuelta por las armas, las masas
populares se amotinaron, sumiendo la ciudad en el caos y la anarquía. Bajo la dirección del
joven periodista Camille Desmoulins, muchos manifestantes tomaron armas del arsenal de
los Inválidos y se dirigieron a la prisión de la Bastilla, símbolo de la opresión despótica.
El 14 de julio, que se convirtió desde entonces en la fiesta nacional francesa, la Bastilla fue
tomada por los revolucionarios. El acontecimiento tuvo un efecto extraordinario. Se crearon
comités por todas partes, las mansiones nobiliarias fueron asaltadas, se destruyeron
documentos y se dejaron de pagar los derechos señoriales. En la capital se formó una
municipalidad revolucionaria, se creó una Guardia Nacional (a cuyo mando se puso
al Marqués de La Fayette) y se adoptó una escarapela con los colores rojo y azul de París, a
los que se añadió el blanco real.

La toma de la Bastilla (14 de julio de 1789)


La rebelión popular de París tuvo inmediata repercusión en los núcleos de población de
toda Francia. En pocas jornadas, la burguesía conquistaba el poder municipal, estableciendo
comunas revolucionarias en lugar de las antiguas oligarquías locales, y encuadrando a las
clases medias en milicias cívicas encargadas de velar por el orden público. Luis XVI
aceptaba, mientras tanto, los hechos consumados retirando las tropas, restituyendo en su
cargo a Necker (16 de julio) y recibiendo con todos los honores la nueva enseña nacional:
la escarapela tricolor de la municipalidad de París, origen de la actual bandera francesa.

Cuando la revuelta urbana comenzaba a remitir, la ola revolucionaria sacudió con notable
intensidad el mundo rural. Era «el Gran Miedo» (la Grande Peur), un fenómeno de
paroxismo colectivo surgido al socaire de noticias confusas sobre partidas de bandidos que,
en convivencia con los poderosos, recorrían los campos sembrando la destrucción y la
muerte. En todos los lugares aparecieron grupos de campesinos armados que, ante la
falsedad de las noticias, dirigieron sus iras contra los castillos y registros notariales, donde
se suponían depositados los documentos acreditativos de los derechos feudales que
históricamente habían pesado sobre sus espaldas.
La Asamblea Nacional (1789-1791)

La Asamblea Nacional se había convertido en Asamblea Nacional Constituyente con la


misión de redactar una Constitución y dar a Francia una nueva forma de gobierno. La
rebelión del campesinado tuvo un profundo impacto en la Asamblea Constituyente, cuyos
miembros, ante el temor de una situación que pudiera hacer fracasar sus proyectos,
acordaron -en la noche del 4 al 5 de agosto de 1789- la abolición de todo vestigio de
régimen feudal: se decretó la supresión de los derechos feudales y se declaró ilegal el
sistema de impuestos existente. En teoría, las ancestrales reivindicaciones campesinas
quedaban satisfechas; a partir de entonces quedaba por construir un nuevo régimen que
garantizara los principios del nuevo orden burgués.

Siguiendo el ejemplo americano, el 26 de agosto de 1789 los miembros de la Asamblea


Constituyente aprobaron una relación de derechos del ciudadano que había de servir de
preámbulo a la constitución. La Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano (con una visión más universalista que su homónima americana) establecía los
principios de libertad, igualdad, inviolabilidad de la propiedad y resistencia a la opresión,
que iban a constituir la base de toda la legislación revolucionaria. El rey no la aceptó hasta
el mes de octubre; después, se trasladó a París y se alojó en el Palacio de las Tullerías. La
Asamblea se trasladó también a la capital y se dispuso a continuar allí su labor.

La burguesía moderada era el grupo que contaba con mayor representación en la Asamblea;
considerando la configuración de la cámara, sostenían posturas centristas: eran partidarios
de una monarquía constitucional con poderes limitados que pusiese remedio a los males
sociales. A la derecha se encontraban los aristócratas, partido que aglutinaba los elementos
más conservadores, defensores del absolutismo. En la izquierda se situaban los
republicanos, entre los que figuraba Maximilien de Robespierre. Al margen de la pluralidad
ideológica surgida en la cámara y fuera de ella (clubes de opinión y tertulias políticas:
fuldenses, jacobinos, cistercienses, franciscanos), los principales dirigentes del proceso
revolucionario acordaron llevar a la práctica una experiencia política de carácter
monárquico y parlamentario, fruto de un compromiso entre la corona y la revolución.

La conducta frívola y licenciosa de la reina María Antonieta contribuyó


al descrédito de la monarquía (retrato de Gautier d'Agoty)
La revolución rusa y la implementación del
comunismo en la unión soviética del comunismo.
Revolución rusa
Revolución rusa, agrupa todos los sucesos que condujeron al derrocamiento del
régimen zarista y a la instauración preparada de otro, leninista, a continuación, entre febrero
y octubre de 1917, que llevó a la creación de la República Socialista Federativa Soviética
de Rusia. El zar se vio obligado a abdicar y el antiguo régimen fue sustituido por un
gobierno provisional durante la primera revolución de febrero de 1917 (marzo en
el calendario gregoriano, pues el calendario juliano estaba en uso en Rusia en ese
momento). En la segunda revolución, en octubre, el Gobierno Provisional fue eliminado y
reemplazado con un gobierno bolchevique (comunista), el Sovnarkom.
La Revolución de Febrero se focalizó, originalmente, en torno a Petrogrado (hoy San
Petersburgo). En el caos, los miembros del parlamento imperial o Duma asumieron el
control del país, formando el Gobierno provisional ruso. La dirección del ejército sentía que
no tenían los medios para reprimir la revolución y Nicolás II, el último emperador de Rusia,
abdicó. Los sóviets (consejos de trabajadores), que fueron dirigidos por facciones
socialistas más radicales, en un principio permitieron al gobierno provisional gobernar,
pero insistieron en una prerrogativa para influir en el gobierno y controlar diversas milicias.
La revolución de febrero se llevó a cabo en el contexto de los duros reveses militares
sufridos durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918),1 que dejó a gran parte del ejército
ruso en un estado de motín.
A partir de entonces se produjo un período de poder dual, durante el cual el Gobierno
provisional ruso tenía el poder del Estado, mientras que la red nacional de sóviets, liderados
por los socialistas y siendo el Sóviet de Petrogrado el más importante, tenía la lealtad de las
clases bajas y la izquierda política. Durante este período caótico hubo motines frecuentes,
protestas y muchas huelgas. Cuando el Gobierno Provisional decidió continuar la guerra
con Alemania, los bolcheviques y otras facciones socialistas hicieron campaña para detener
el conflicto. Los bolcheviques pusieron a milicias obreras bajo su control y los convirtieron
en la Guardia Roja (más tarde, el Ejército Rojo) sobre las que ejercían un control sustancial.
En la Revolución de Octubre (noviembre en el calendario gregoriano), el Partido
bolchevique, dirigido por Vladímir Lenin, y los trabajadores y soldados de Petrogrado,
derrocaron al gobierno provisional, formándose el gobierno del Sovnarkom. Los
bolcheviques se nombraron a sí mismos líderes de varios ministerios del gobierno y
tomaron el control del campo, creando la Checa, organización de inteligencia política y
militar para aplastar cualquier tipo de disidencia. Para poner fin a la participación de Rusia
en la Primera Guerra Mundial, los líderes bolcheviques firmaron el Tratado de Brest-
Litovsk con Alemania en marzo de 1918.
Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja» (bolchevique) y
«blanca» (antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de las grandes potencias—,
que iba a continuar durante varios años, en la que los bolcheviques, en última instancia,
salieron victoriosos. De esta manera, la Revolución abrió el camino para la creación de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Pese a que muchos
acontecimientos históricos notables tuvieron lugar en Moscú y Petrogrado, también hubo
un movimiento visible en las ciudades de todo el estado, entre las minorías nacionales de
todo el Imperio ruso y en las zonas rurales, donde los campesinos se apoderaron de la tierra
y la redistribuyeron.
La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del «corto siglo XX»2
abierto por el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con
la disolución de la Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas por unos
(Jules Romains la describió como «la gran luz en el Este» y François Furet como «el
encanto universal de octubre»), también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de
odios viscerales.3 Sigue siendo uno de los acontecimientos más estudiados y más
apasionadamente discutidos de la historia contemporánea.
Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista, autocrático y
represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el país la dinastía
Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II fue la
primera muestra de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor,
favoreciendo el crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural: el
antiguo orden social se tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las
industrias florecían y la creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades,
pero la prosperidad del país no había representado beneficio alguno para la mayoría de la
población.
La economía en su conjunto seguía siendo arcaica. El valor de la producción industrial
en 1913 era dos veces y media menor que el de Francia, seis veces menor que el
de Alemania y catorce veces menor que el de Estados Unidos. La producción agrícola
continuaba siendo deficiente y la falta de transportes paralizaba cualquier intento de
modernización económica. El PIB per cápita en aquella época era inferior al de Hungría o
al de España y, aproximadamente, suponía una cuarta parte del de Estados Unidos.
Además, el país estaba dominado sobre todo por capital extranjero, poseyendo este casi la
mitad de las acciones rusas. El proceso de industrialización fue violento y mal aceptado por
los campesinos, que habían sido bruscamente proletarizados. La clase obrera naciente,
aunque numéricamente pequeña, se concentraba en las grandes zonas industriales, lo que
facilitó la creciente conciencia revolucionaria.
El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población vivía en
zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y
constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el número de
campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado rural
receptivo a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de la Duma señaló
que en muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los hogares se percibía
como signo de riqueza.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían sido
convencidos por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios. Sin embargo,
el poder zarista se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios movimientos
organizados por miembros de todas las clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o
nobles) trataron de derrocar al gobierno sin éxito. Algunos recurrieron al terrorismo y a los
atentados políticos, convirtiéndose los movimientos revolucionarios en objeto de dura
represión, llevada a cabo por la todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos
revolucionarios fueron encarcelados o deportados, mientras que otros lograron escapar y
unirse a las filas de los exiliados. Desde esta perspectiva, la Revolución de 1917 es la
culminación de una larga sucesión de pequeñas revueltas. Las reformas necesarias, que ni
las insurrecciones campesinas, los atentados políticos y la actividad parlamentaria de la
Duma habían logrado, desembocaron en una revolución impulsada por el proletariado.

En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra
ruso-japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para
exigir reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce
como el Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y
se caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y , especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.

Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas de la
Revolución de Febrero. Cuando el país se ha convertido en guerra, todos los partidos
políticos se encuentran a favor de la participación en la contienda, con la excepción del
Partido Obrero Socialdemócrata, el único partido europeo al lado del Partido Socialista del
Reino de Serbia que se negó a votar los créditos de guerra , aunque advirtió que no había
tratado de sabotear la actividad bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y
después de algunos éxitos iniciales, el Ejército Imperial Ruso tuvo que sufrir graves
derrotas (en Prusia Oriental, en particular). Las fábricas no se mostraron lo suficientemente
productivas, la red ferroviaria fue ineficiente y el suministro de armas y alimentos al
Ejército fallaba. En el Ejército, las partes batían todas las marcas: 1 700 000 muertos y 5
950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la moral de los soldados. Estos últimos
fueron mes a mes de la incapacidad de sus oficiales, llegaron hasta el punto de entrega de
unidades de combate municiones no correspondían con el calibre de sus armas y el empleo
de la intimidación y los castigos corporales.

La hambruna se extendió entre la población civil y las mercancías comenzó a escasear. La


economía rusa, que antes de la guerra contaba con la tasa de crecimiento más alta de
Europa, 11 se convirtió aislada del mercado europeo. El Parlamento ruso (la Duma),
constituida por liberales y progresistas, advirtió al zar Nicolás II de estas amenazas contra
el régimen del imperio y el régimen, aconsejándole formar un nuevo gobierno
constitucional. El zar desoyó esta advertencia y perdió el liderazgo y el contacto con la
realidad del país. La impopularidad de su esposa, la emperatriz Alejandra -de origen
alemán-, aumentó el descrédito del régimen, hecho confirmado en diciembre de 1916 con el
asesinato de Rasputín, asesor oculto de la emperatriz, por parte del príncipe Félix Yusúpov,
un joven noble.

Desde 1915-1916, proliferaron diversos elementos que se hicieron cargo de todo lo que era
deficiente Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales ...).
Junto a las cooperativas o los sindicatos, estos comités se convierten en órganos de poder
paralímpico. El régimen ya no controlaba el «país real» .12

El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revolución
popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra ... La revolución se
inició con la huelga espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado,
a principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano), 13
Día Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se manifiestataron para exigir pan.
Recibieron el apoyo de los trabajadores, encontrando estos una razón para prolongar su
huelga. Ese día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo
ninguna víctima

La implementación del comunismo en la unión soviética


La Unión Soviética tuvo un sistema político de partido único dominado por el Partido
Comunista hasta 1990 y aunque era una unión federal de 15 repúblicas soviéticas
subnacionales, el Estado soviético fue estructurado bajo un gobierno nacional y una
economía altamente centralizada.

La Revolución de Febrero de 1917, que provocó la caída del Imperio ruso, tuvo como
sucesor al Gobierno provisional ruso, que fue derrocado por la Revolución de Octubre
estableciendo el Gobierno de los bolcheviques denominado Sovnarkom. A continuación, se
desencadenó la Guerra Civil Rusa que fue ganada por el nuevo régimen soviético. En
diciembre de 1922 se creó la Unión Soviética con la fusión de la República Socialista
Federativa Soviética de Rusia, la República Federal Socialista Soviética de Transcaucasia,
la República Socialista Soviética de Ucrania y la República Socialista Soviética de
Bielorrusia.

Tras el paso del primer líder líder, Vladímir Lenin, en 1924, Iósif Stalin acabó ganando la
lucha por el poder y dirigió el país a través de una industrialización a gran escala, con una
economía centralizada y una extrema represión política. 1941, durante la Segunda Guerra
Mundial, Alemania junto a sus aliados invadió la Unión Soviética, un país con el que había
firmado un pacto de no agresión. Al cabo de cuatro años de guerra brutal, la Unión
Soviética emergió victoriosa como una de las superpotencias del mundo, junto a los
Estados Unidos.
La Unión Soviética y sus Estados aliados de Europa oriental, denominados Bloque del Este,
involucrados en la Guerra Fría, que fue una prolongada lucha ideológica y política mundial
contra los Estados Unidos y sus aliados del Bloque occidental; finalmente, la URSS cedió
ante los problemas económicos y los disturbios políticos internos y externos.13 14 Durante
este período, la Unión Soviética llegó al modelo de referencia para futuros Estados
socialistas. Desde 1945 hasta 1991, la Unión Soviética y los Estados Unidos dominaron la
agenda global de la política económica, asuntos exteriores, operaciones militares,
intercambio cultural, la novedad y los juegos Olímpicos. A finales de la década de 1980, el
último líder soviético Mijaíl Gorbachov trató de reformar el Estado con sus políticas de la
perestroika y glásnost, pero la Unión Soviética se derrocó y declaró definitivamente en
diciembre de 1991 tras el fallido intento de golpe de Estado de agosto.Luego de esto, la
Federación de Rusia asumió sus derechos y obligaciones.

Los límites geográficos de la Unión Soviética varían con el tiempo, pero tras sus anexiones
territoriales principales y la ocupación de los países Bálticos (Lituania, Letonia, y Estonia),
del este de Polonia, Besarabia, y otros sectores de la Segunda Guerra Mundial, desde 1945
hasta la disolución, los límites correspondieron aproximadamente a aquellos de la extinta
Rusia Imperial, con las exclusiones notables de Polonia, la mayor parte de Finlandia, y
Alaska.

Se piensa tradicionalmente que la Unión Soviética es la sucesora del Imperio ruso, no


obstante pasaron cinco años entre el último Gobierno de los zares y la instauración de la
Unión Soviética. El último zar, Nicolás II, gobernó el Imperio ruso hasta su abdicación en
marzo de 1917, en parte debido a la presión de los enfrentamientos en la Primera Guerra
Mundial, luego un breve Gobierno Provisional Ruso tomó el poder, para ser derrocado en
la Revolución de octubre de 1917 por revolucionarios encabezados por el
líder bolchevique Vladímir Lenin.
La Unión Soviética fue establecida en diciembre de 1922 como la Unión de las Repúblicas
Socialistas Soviéticas de Rusia(conocida como Rusia
Bolchevique), Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia gobernadas, las tres primeras, por
partidos bolcheviques y la última por el menchevique. A pesar de la fundación del Estado
soviético como una entidad federativa de muchas repúblicas constituyentes, cada una con
sus propias entidades políticas y administrativas, el término «Rusia Soviética» —
estrictamente aplicable sólo a la República Socialista Federativa Soviética de Rusia
(RSFSR)— fue a menudo incorrectamente aplicado a todo el país por políticos y escritores
no soviéticos.
La actividad revolucionaria moderna en el Imperio ruso comenzó con la Revuelta
Decembrista de 1825, y aunque la servidumbre fue abolida en 1861, lo fue en términos
desfavorables para los campesinos y sirvió para animar a los revolucionarios. Un
parlamento, la Duma Imperial de Rusia, fue establecido en 1906, después de la Revolución
de 1905. A pesar de la resistencia del zar a los intentos de pasar de una monarquía
absoluta a una constitucional, finalmente fue promulgada la Constitución rusa de 1906, la
primera constitución del país. Sin embargo, la agitación social continuó y se agravó durante
la Primera Guerra Mundial por el fracaso militar y la escasez de alimento en las ciudades
principales.
Un levantamiento popular espontáneo en Petrogrado, en respuesta al decaimiento de la
economía y la moral en tiempo de guerra, culminó con el derrocamiento del Gobierno
imperial en marzo de 1917 (véase Revolución de Febrero). La autocracia zarista fue
reemplazada por el Gobierno Provisional Ruso, cuyos líderes pensaron en establecer
una democracia liberal en Rusia y continuar participando en el lado de la Triple Entente en
la Primera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, para asegurar los derechos de la clase
obrera, las asambleas de trabajadores, conocidas como sóviets, nacen a lo largo de todo el
país. Los bolcheviques, dirigidos por Vladímir Ilich Lenin, presionaron a favor de una
revolución socialista tanto en dichas asambleas como en las calles, derrocándose al
Gobierno Provisional el 7 de noviembre, 25 de octubre según el calendario juliano, de 1917
(véase Revolución de Octubre), y entregándose el poder a los sóviets de obreros, soldados y
campesinos. En diciembre, los bolcheviques firmaron un armisticio con las Potencias
Centrales, aunque en febrero de 1918, los combates se habían reanudado. En marzo, los
soviéticos abandonaron la guerra definitivamente y firmaron el Tratado de Brest-Litovsk.
A partir de 1917 se produjo una larga y sangrienta Guerra Civil Rusa entre los Rojos y
los Blancos, terminando en 1923 con la victoria de los Rojos e incluyó la intervención
extranjera, la ejecución del zar Nicolás II y su familia y la hambruna de 1921, que mató a
cerca de cinco millones de personas.16 Tras la Guerra Polaco-Soviética de 1919-1921, se
firmó la «Paz de Riga» que a principios del año 1921 dividió los territorios disputados
de Bielorrusia y Ucrania entre Polonia y la RSFS de Rusia. La Unión Soviética tuvo que
resolver conflictos similares con la recién creada República de Finlandia, la República de
Estonia, la República de Letonia y la República de Lituania.
Unificación de las repúblicas soviéticas
El 28 de diciembre de 1922 en una conferencia de delegaciones plenipotenciarias de
la RSFS de Rusia, RFSS de Transcaucasia, la RSS de Ucrania y la RSS de Bielorrusia se
aprobó el Tratado de Creación de la URSS y la Declaración de la Creación de la URSS,17
formándose la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.18Estos dos documentos
fueron confirmados por el primer Congreso de los Sóviets de la Unión Soviética y firmados
por los cabezas de las delegaciones19 Mijaíl Kalinin, Mijaíl Tsjakaya, Mijaíl
Frunze, Grigori Petrovski y Aleksandr Chervyakov20 respectivamente el 30 de diciembre de
1922.
El 1 de febrero de 1924 la Unión Soviética fue reconocida por el Imperio británico y en ese
mismo año se aprobó una Constitución soviética, legitimando la unión de diciembre de
1922.
La reestructuración intensiva de la economía, la industria y la política del país empezaron
desde los primeros días del poder soviético en 1917. Una gran parte se realizó según los
Decretos Iniciales Bolcheviques, documentos del Gobierno soviético, firmados
por Vladímir Lenin. Uno de los adelantos más prominentes era el plan GOELRO, que
propugnaba una reestructuración profunda de la economía soviética basada en la
electrificación total del país. El plan se inició en 1920, desarrollándose durante un período
de 10 a 15 años. Incluyó la construcción de una red de 30 centrales eléctricas regionales,
incluyendo diez grandes centrales hidroeléctricas, y la electrificación de numerosas
empresas industriales.21 El Plan llegó a ser el prototipo para el subsiguiente Plan
Quinquenal finalizándose prácticamente en 1931.
Desde el comienzo de la Unión Soviética su Gobierno estuvo basado en
un unipartidismo administrado por el partido bolchevique.23 Después de la política
económica del comunismo de guerra llevada a cabo durante la Guerra Civil, el Gobierno
soviético permitió que algunas empresas privadas coexistieran con la industria
nacionalizada durante los años 1920. Del mismo modo, la requisa total de los excedentes
alimentarios en el campo fue reemplazado por impuestos sobre los alimentos (véase Nueva
Política Económica).
Los líderes soviéticos sostuvieron que un Gobierno de un único partido era necesario para
asegurar que la «explotación capitalista» no regresara a la Unión Soviética y que los
principios del centralismo democrático representaran la voluntad del pueblo. El debate
sobre el futuro de la economía constituyó el telón de fondo en la lucha por el poder que se
desencadenó entre los líderes soviéticos tras la muerte de Lenin en 1924. En un principio,
Lenin iba a ser reemplazado por un liderazgo colectivo compuesto por Grigori
Zinóviev de Ucrania, Lev Kámenev de Rusia, y Stalin de Georgia.
El 3 de abril de 1922 Stalin fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de la
Unión Soviética y Lenin lo había nombrado como Jefe de Inspección de los Trabajadores y
Campesinos. Al consolidar gradualmente su influencia y aislar o limitar a sus rivales dentro
del partido, Stalin se convirtió en el principal dirigente soviético.
En octubre de 1927, Grigori Zinóviev y León Trotsky fueron expulsados del Comité
Central y obligados a exiliarse.
En 1928, Stalin introdujo el Primer Plan Quinquenal destinado a construir una economía
socialista. Esto, a diferencia del internacionalismo proletario expresado
por Lenin y Trotsky a través del curso de la Revolución, apuntó al socialismo en un solo
país. En la industria, el Estado asumió el control de todas las empresas existentes y
emprendió un programa intensivo de industrialización y en la agricultura fueron
establecidas las granjas colectivas (koljós) por todas partes en el país.
Los kuláks supervivientes fueron perseguidos y muchos enviados a los Gulags a
realizar trabajos forzados.24 Los trastornos sociales continuaron a mediados de la década de
1930. La Gran Purga de Stalin resultó en la ejecución de muchos «viejos bolcheviques»,
que habían participado en la Revolución de Octubre. La cifra de muertos es incierta, con
una amplia gama de estimaciones. Según los archivos soviéticos desclasificados,
entre 1937 y 1938 la NKVD arrestó a 1.500.000 personas, de las cuales fueron fusiladas
681.692.25 El exceso de muertes durante la década de 1930 en su conjunto estaban en el
rango de 10 a 11 millones de personas.26 A pesar de la confusión de mediados a finales de
la década de 1930, la URSS desarrolló una poderosa economía industrial en los años
precedentes a la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndole en una potencia industrial a nivel
internacional.
El fin de la unión soviética
Con el fin de dejar de lado el estancamiento de la economía soviética, el líder
soviético Gorbachov inició un proceso de apertura política (glásnost) y reestructuración
económica (perestroika) en el que había sido un Estado totalitario unipartidista.
Las Revoluciones de 1989 llevaron a la caída de los Estados socialistas aliados a la Unión
Soviética, del llamado Bloque del Este, e incrementaron la presión sobre Gorbachov para
implementar una mayor democracia y autonomía para las repúblicas constituyentes de la
URSS.
Bajo el liderazgo de Gorbachov, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS)
introdujo elecciones directas, formó una nueva legislatura central y puso fin a la
prohibición de partidos políticos. Las legislaturas de las repúblicas soviéticas empezaron a
promulgar leyes que disminuyeron el control del gobierno central y ratificaron su
soberanía. En 1989 Mijaíl Gorbachov declaró que los países miembros del Pacto de
Varsovia podrían resolver libremente su porvenir.
El 15 de marzo de 1990 Gorbachov es elegido Presidente de la URSS en el III Congreso
de los Diputados del Pueblo de la Unión Soviética. Gorbachov propone la firma de
un Nuevo Tratado de la Unión para así salvar al país de la crisis. A pesar de los resultados
del Referéndum de la Unión Soviética de 1991, Ucrania y Armenia, entre otras repúblicas,
exigen su independencia mientras el resto apoya el Nuevo Tratado de la Unión. El 11 de
julio de 1990, durante la celebración del XXVIII Congreso del Partido Comunista de la
Unión Soviética, Borís Yeltsin anuncia su baja en el PCUS.4 En las elecciones
presidenciales de junio de 1991 Borís Yeltsin, presentándose como independiente, saldría
elegido Presidente de la RSFS de Rusia.
El 12 de junio de 1990, el Congreso de los Diputados del Pueblo de la RSFS de
Rusia aprobó la Declaración de Soberanía Estatal de la RSFS de Rusia. El 16 de
julio de 1990, la Rada Suprema de la RSS de Ucrania aprobó la Declaración de Soberanía
Estatal de Ucrania. En 1991 se reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania.
Las crecientes reformas políticas llevaron a un grupo de miembros del gobierno y el Comité
de Seguridad del Estado (KGB), encabezado entonces por Vladímir Kryuchkov, intentar
un golpe de Estado para derrocar a Gorbachov, el entonces Presidente de la Unión
Soviética, y volver a establecer un régimen central autoritario en agosto de 1991. Si bien
fue frustrado por las protestas populares recogidas por Borís Yeltsin, el entonces presidente
de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia (RSFS de Rusia), el intento de
golpe aumentó el temor de que las reformas fueran revertidas. La mayoría de repúblicas
soviéticas empezó a declarar su independencia absoluta.
El 8 de diciembre de 1991, los presidentes de las repúblicas soviéticas de RSFS de
Rusia, RSS de Ucrania y RSS de Bielorrusia se reunieron en secreto firmando el Tratado de
Belavezha por el que se disolvía la Unión Soviética y se remplazaba por una forma de
unión voluntaria conocida como la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Cada vez
más impotente frente a los eventos, Gorbachov renunció a su cargo y la Unión Soviética
dejó de existir formalmente el 25 de diciembre de 1991.56 El Soviet Supremo reconocería al
día siguiente la extinción de la Unión,7 disolviéndose y asumiendo Rusia los compromisos
y la representación internacional del desaparecido Estado, siendo reconocida como
el Estado sucesor de la Unión Soviética en el derecho internacional.5
La desintegración de la Unión Soviética está claramente relacionada con el contexto
surgido tras el fin de la Guerra Fría y la disolución de otros países del bloque oriental como
la disolución de Yugoslavia y la disolución de Checoslovaquia. A diferencia de
Checoslovaquia, no fue una disolución totalmente pacífica y prueba de ello es la existencia
todavía de conflictos latentes como los de Abjasia, Osetia del Sur, Nagorno
Karabaj, Transnistria, Chechenia, o Crimea. Pero a diferencia de Yugoslavia, tampoco
degeneró en una guerra abierta como fueron las Guerras Yugoslavas.
En 1991 la Unión Soviética, que era la superpotencia del bloque socialista, se derrumbó
debido a las reformas inaplazables llevadas a cabo por Mijaíl Gorbachov a la vista
del colapso económico de la Unión Soviética, a las cuales se oponía la parte más
conservadora del Partido Comunista, que era incapaz de recuperar al país de la crisis en la
que estaba hundido.
La disolución de la Unión Soviética fue una de las pérdidas territoriales más repentinas y
dramáticas que haya acaecido a algún Estado en la historia. Entre 1990 y 1992, el Kremlin
perdió el control directo sobre un tercio del territorio soviético (la mayor parte había sido
adquirida entre 1547 y 1945) que albergaba alrededor de la mitad de la población
soviética al momento de la desintegración.

La disolución de la Unión Soviética y la consecuente ruptura de lazos económicos tuvieron


como consecuencia una severa crisis económica y una caída catastrófica de los niveles de
vida en los años 1990, tanto en las ex repúblicas soviéticas como en todo el Bloque del
Este, aún peor que con ocasión de la Gran Depresión.1011 Incluso antes de la crisis
financiera rusa de 1998, el producto bruto interno de Rusia era la mitad de lo que había sido
a inicios de los años 1990.

Terminó por el derrumbe de uno de sus contendientes. El proceso de reformas


iniciado por Gorbachov en 1985 precipitó una dinámica que terminó llevándose por
delante la propia existencia del estado fundado por Lenin.

En medio de una profunda crisis económica, con una población gracias a


la glasnost cada vez más consciente de la crueldad y la corrupción que había
caracterizado la dictadura soviética, el nacionalismo vino a actuar como factor
incontenible de disgregación del estado soviético, heredero del Imperio zarista.

El movimiento centrífugo se inició en las repúblicas bálticas, que durante el otoño


de 1989 dejaron claro su intención de romper los lazos con un estado al que se
habían unido como víctimas del Pactoque firmaron Molotov y Von Ribbentrop en
1939. Paralelamente el nacionalismo aparecía en las repúblicas caucásicas,
azuzado por el enfrentamiento entre armenios y azeríes en Nagorno-Karabaj en
1988.
El fin de la guerra fría
Las revoluciones de 1989 en la Europa oriental tenían un acontecimiento histórico de
resonancia múltiple. Por un lado, constituyeron el derrumbe de los sistemas comunistas
construidos tras 1945, por otro, significaron la pérdida de la zona de influencia que la
URSS había construido tras su victoria contra el nazismo y que muchos no dudaban en
denominarse "imperio soviético".

La guerra fría, el enfrentamiento que había marcado las relaciones internacionales desde el
fin de la segunda guerra mundial, un final de una forma en la que nadie podía atreverse a
pronosticar unos años antes, por el derrumbe y la desintegración de uno de los
contendientes. El fin de la guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética son dos
fenómenos paralelos que cambiarán radicalmente el mundo.

Los historiadores no se pusieron de acuerdo en el momento en que el momento en que la


guerra fría concluyó. Veamos los principales eventos diplomáticos que jalonaron los años
1989, 1990 y 1991:

Para muchos, la Cumbre de Malta entre el presidente norteamericano George Bush y


Gorbachov marcó el fin de la guerra fría. Ambos líderes se reunieron en el buque Máximo
Gorki fondeado en las costas de Malta el 2 y 3 de diciembre de 1989. Pocas semanas
después de la caída del Muro de Berlín los dos mandatarios se reunieron para comentar los
vertiginosos cambios que estaba viviendo Europa y proclamaron oficialmente el inicio de
una "nueva era en las relaciones internacionales" y el final de las tensiones que había
definido a la guerra fría. Bush dijo que su intención de ayudar a la URSS se integra en la
comunidad internacional y pidió a los hombres de negocios norteamericanos que "ayudaran
a Mijaíl Gorbachov". Este proclamó solemnemente que "el mundo terminaba una época de
guerra fría (...) e iniciaba un período de paz prolongada".

Otros señalan que el fin del conflicto tuvo lugar el 21 de noviembre de 1990, cuando los
EE.UU., la URSS y otros treinta participantes en la Conferencia para la Seguridad y la
Cooperación en Europa firmaron la Carta de París, un documento que tenía como principal
finalidad, las relaciones internacionales seguían el fin de la guerra fría. La Carta incluye un
pacto de no agresión entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El presidente Bush manifestó
tras firmar el documento: "Hemos cerrado un capítulo de la historia. La guerra fría ha
terminado".

Sólo dos días antes se había firmado Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa que
suponía una fuerte reducción de tropas y armamento no nuclear en el continente. Tras
entablar negociaciones en Viena en marzo de 1989, se llegó a un acuerdo de que ambas
superpotencias debían reducir sus tropas en Europa a 195,000 hombres cada una una. Se
partió de la presencia de 600,000 soldados soviéticos y 350,000 norteamericanos.
El 16 de enero de 1991 la coalición internacional dirigida por EE.UU. inició su ataque para
desalojar a los invasores iraquíes de Kuwait. El apoyo soviético a las sanciones de la ONU
que se llevó a cabo al desencadenamiento de la Guerra del Golfo fue acordado en la
Cumbre de Helsinki, celebrada el 9 de septiembre anterior entre Bush y Gorbachov. Este
apoyo fue un ejemplo palpable del fin del antagonismo y de la supremacía norteamericana.

El 1 de julio de 1991, tras las revoluciones de 1989 y en pleno proceso de descomposición


del estado soviético, el "Tratado de amistad, cooperación y asistencia mutua" firmado en
Varsovia en 1955, el Pacto de Varsovia, desapareció. La OTAN queda como la única gran
alianza militar en el mundo.

Finalmente, el 31 de julio de 1991, Bush y Gorbachov firman en Moscú el Tratado START


I de la reducción de armas estratégicas. Este acuerdo fue rápido superado al año siguiente,
el 16 de junio de 1992, por la firma de Bush y el nuevo líder ruso Yeltsin del Tratado
START II. Los dos primeros contendientes acordaron importantes reducciones en sus
arsenales nucleares.

Las razones de este enfrentamiento fueron esencialmente ideológicas y políticas.


Eventualmente la Unión Soviética financió y respaldó revoluciones y gobiernos socialistas,
mientras que Estados Unidos dio abierto apoyo y propagó desestabilizaciones y golpes de
Estado, sobre todo en América Latina, en ambos casos los derechos humanos se vieron
seriamente violados.
Si bien estos enfrentamientos no llegaron a desencadenar una guerra mundial, la entidad y
la gravedad de los conflictos económicos, políticos e ideológicos, que se comprometieron,
marcaron significativamente gran parte de la historia de la segunda mitad del siglo XX. Las
dos superpotencias ciertamente deseaban implantar su modelo de gobierno en todo el
planeta.
Al fines de la Segunda Guerra Mundial, el escritor inglés George Orwell usó «guerra fría»
como un término general en su ensayo You and the Atomic Bomb (en español, La bomba
atómica y usted), publicado el 19 de octubre de 1945 en el periódico británico Tribune. En
un mundo amenazado por la guerra nuclear, Orwell se refirió a las predicciones de James
Burnham de un mundo polarizado y escribió:

Sin embargo, mirando al mundo en su conjunto, desde hace ya muchas décadas la deriva es
no hacia la anarquía, sino hacia el restablecimiento de la esclavitud [...] La teoría de James
Burnham ha sido discutida ampliamente, pero pocos se han parado a sopesar sus
implicaciones ideológicas, esto es, el tipo de visión del mundo, el tipo de creencias y la
estructura social que es probable que se imponga en un Estado inconquistable y en
constante situación de «guerra fría» con sus vecinos.1

El mismo Orwell escribió en el The Observer del 10 de marzo de 1946 que «[d]espués de la
conferencia de Moscú en diciembre pasado, Rusia comenzó a hacer una guerra fría contra
Reino Unido y el Imperio británico».
Revolución científica
Por revolución científica se denomina habitualmente el periodo comprendido entre 1500 y
1700 durante el cual se establecen los fundamentos conceptuales e institucionales de
la ciencia moderna.
Se considera revolución científica a todos aquellos episodios de desarrollo no acumulativo,
en que un paradigma antiguo es reemplazado completamente o en parte, por otro nuevo,
incompatible.
En lo que a conceptos, el elemento central de la Revolución Científica es el abandono de la
visión cosmogónica en la que la Tierra ocupaba el centro del Universo (sistema geocéntrico
de Ptolomeo) y de la física aristotélica, por una en la que los planetas se mueven en torno al
Sol (sistema heliocéntrico), una idea que, aunque también habían considerado algunos
antiguos (Astiarco), fue introducida con detalle por Nicolás Copérnico.
3. Consecuencias de la revolución científica
Las consecuencias de la revolución científica, de la que Galileo y Newton fueron sus
máximos exponentes, pueden dividirse en tres grandes grupos: consecuencias
metodológicas, filosóficas, y religiosas:
Consecuencias metodológicas:
 Desconfianza ante las "intuiciones" ingenuas del sentido común como intérprete de la
realidad.
 Se incrementa el valor de la observación y de la experiencia y la necesidad de la
verificación empírica. Los sistemas puramente especulativos, como construcciones
mentales deducidas a partir de unos principios universales no discutidas, ceden el paso
a hipótesis de trabajo basadas en la experiencia y sujetas a una revisión continua.
 Nuevo criterio de verdad.
 La deducción, que había reinado desde Parménides, cede el trono a la inducción. Galileo la
practica, y Bacon acomete la tarea de justificarla teóricamente y de elaborar
su metodología, de forma que constituya el nuevo instrumento (Novum Organum) de la
ciencia en sustitución del Organon aristotélico.
 La expresión de la realidad se matematiza. La ciencia moderna desea predecir con exactitud
los fenómenos, y para ello necesita conocer las leyes físico-matemáticas que los rigen.
 Cada rama de la ciencia se independiza de las otras (aunque aproveche indirectamente sus
avances).

Consecuencias filosóficas
 Se derrumba la autoridad de Aristóteles. Se ve que Aristóteles se equivocó al afirmar el
sistema geocéntrico de esferas, la incorruptibilidad de los astros, el cese
del movimiento cuando cesa la causa, etc. El desprestigio de Aristóteles aumentó también
por considerársele defensor a ultranza del método deductivo y la especulación pura.
 Cambia el concepto de ciencia. Ya no interesa lo óntico, sino lo fenoménico; la realidad
subyacente, sino el comportamiento aparente. Algunos científicos como Galileo y Kepler
solo se interesan por establecer las leyes matemáticas de los movimientos.
Consecuencias religiosas
 Autonomía de la ciencia frente a cualquier autoridad. La última palabra corresponde a la
razón, que parte de la experiencia científica y vuelve a ella para verificar sus conclusiones.
 El científico moderno suprime las explicaciones prenaturales de los fenómenos físicos, y
busca sólo las causas inmanentes, intramundanas.

El papel de las leyes en las explicaciones científicas


Con Descartes, Galileo y Newton se desarrolló la idea de que el verdadero conocimiento es
conocimiento de algo que está más allá de los fenómenos, que tiene una estructura definida
y caracterizable matemáticamente. Decir que la realidad tiene una estructura que no está
constituida por sustancias y, en particular, identificar la realidad con una
estructura matemática de los fenómenos, nos permite formular la idea de que sí podemos
tener conocimiento cierto de esa estructura.
Según Newton, la "deducción a partir de los fenómenos" requería
el diseño de experimentos y la sistematización de observaciones en un marco de
conceptos matemáticos que permitieran llegar a tener conocimiento de la estructura, de lo
real, sin suponer que conocemos las causas últimas de lo real. Así, implícitamente, Newton
distingue dos conceptos de "causa"; por un lado, habla de las leyes cuantitativas de
la naturaleza como causas, en un sentido en el que ya Descartes hablaba de las leyes como
causas secundarias, esto es, en el sentido de que apelar a esas leyes permite explicar los
fenómenos. Por el otro, Newton habla de "causa" en el sentido del origen físico, en el nivel
de la estructura corpuscular de la materia, del movimiento.
La estructura de los fenómenos o, más precisamente, las leyes de la naturaleza que
describen la estructura de manera cuantitativa, eran para Newton, causas que explicaban los
fenómenos, y en ese marco sería más correcto hablar de principios explicativos.
Newton señalaba que las leyes fundamentales de la naturaleza son descripciones de las
fuerzas de interacción que se aplican universalmente. Estas leyes nos permiten explicar la
estructura de los fenómenos en la medida en que, por lo menos es posible derivar las
regularidades a las que tenemos acceso en la experiencia a partir de esas leyes
fundamentales.
Parte del éxito de la propuesta de Newton se debió a que la ley de la gravitación universal
salió a relucir a partir de cierta reformulación matemática de los fenómenos conocidos. Por
esto Newton pudo hablar de "deducción", aunque el término no fuera estrictamente
correcto. Pero el punto es que dadas ciertas restricciones, que no introducen
hipótesis adicionales a los fenómenos, en el sentido de que no introducen otros principios
explicativos, es posible deducir la ley de la gravitación a partir de los fenómenos en un
sentido matemático estricto.
Newton mostró como, en algunos casos especiales pero importantes, y bajo ciertos
supuestos, es posible "deducir" de la estructura de los fenómenos ciertas leyes generales
que describen esa estructura y que pueden utilizarse como puntos de partida, como
premisas de las explicaciones.
Revolución industrial
Después de siglos de estancamiento en Europa, el crecimiento económico volvió a
encontrar perspectivas muy favorables. La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra a
mediados del siglo XVIII, al cambiar las condiciones de producción, indujo un
enriquecimiento espectacular que se fue generalizando con el correr de los años.
Un buen índice de este crecimiento fue su producción de hierro: 60.000 ton. en 1780;
300.000 ton. en 1800 y 700.000 ton. en 1830.
Es el mayor cambio que ha conocido la producción de bienes desde 1800 en Inglaterra. La
aparición de las máquinas, instrumentos hábiles que utilizan energía natural en vez de
humana, constituye la línea divisoria entre dos formas de producción. La producción
maquinista creó las condiciones para la producción y el consumo en masa, característicos
de época actual, hizo surgir las fábricas y dio origen al proletariado.

La revolución industrial es el cambio en la producción y consumo de bienes por la


utilización de instrumentos hábiles, cuyo movimiento exige la aplicación de la energía de la
naturaleza. Hasta finales del siglo XVIII el hombre sólo había utilizado herramientas ,
instrumentos inertes cuya eficacia depende por completo de la fuerza y la habilidad del
sujeto que los maneja. El motor aparece cuando se consigue transformar la energía de la
naturaleza en movimiento. La unión de un instrumento hábil y un motor señala la aparición
de la máquina, el agente que ha causado el mayor cambio en las condiciones de vida de la
humanidad.
La aplicación de la máquina de vapor a los transportes, tanto terrestres como marítimos,
tuvo una inmediata repercusión no sólo en procesos de comercialización, sino también en la
calidad de la vida, al permitir el desplazamiento rápido y cómodo de personas a gran
distancia.
La construcción de los ferrocarriles fue la gran empresa del siglo XIX.
La tecnología
A comienzos del siglo XVIII las telas que se fabricaban en Europa tenían como materia
prima la seda (un artículo de lujo, debido a su precio), la lana o el lino. Ninguna de ellas
podía competir con los tejidos de algodón procedentes de la India y conocidos por ello
como indianas o muselinas . Para entonces, la producción de tejidos de algodón en
Inglaterra era insignificante y su importación desde la India constituía una importante
partida de su balanza mercantil. Para competir con la producción oriental se necesitaba un
hilo fino y fuerte que los hiladores británicos no producían

La primera innovación en la hilandería se produjo al margen de estas preocupaciones:


Hargreaves, un hilador, construyó el primer instrumento hábil, la spinning-jenny (1763),
que reproducía mecánicamente los movimientos del hilador cuando utiliza una rueca y al
mismo tiempo podía trabajar con varios husos. El hilo fino pero frágil que con ella se
obtenía limitó su aplicación a la trama de tejidos cuya urdimbre seguía siendo el lino.
Continuó por tanto la fabricación de tejidos de lino y la productividad recibió nuevo
impulso debido a las limitadas exigencias de la jenny en espacio y energía.
Pocos años después surgía la primera máquina, con la aparición de la estructura de
agua de Arkwright (1870) , que recibe su nombre porque necesitaba la energía de una rueda
hidráulica para ponerse en movimiento
Para entonces, Samuel Crompton había construido una máquina nueva, inspirada en las
anteriores, conocida como la mula , y que producía un hilo a la vez fino y resistente. El
grueso de un hilo se mide por el número de madejas de 768,1 metros (840 yardas) que se
puede obtener con 453 gramos de algodón (una libra). Un buen hilandero podía fabricar 20
madejas y la mula comenzó duplicando esta cifra para pasar a 80 y poco después a 350,
más de 268 km. El número de husos, que no pasaba de 150 en la primera versión, alcanzó
los dos mil al cabo de unos años y todo ello se conseguía con el solo trabajo de un oficial y
dos ayudantes. La exportación de tejidos británica se multiplicó por cien en los cincuenta
años que siguieron a 1780.
A partir de la renovación de la hilandería se puso en marcha un proceso que condujo a la
mecanización de todas las etapas de la producción de tejidos, desde la desmontadora de
algodón , fabricada en América por Eli Whitney, hasta las máquinas que en Inglaterra
limpiaban de cualquier impureza el algodón en rama (trabajo especialmente penoso por el
polvo que levantaba), elcardado y la elaboración mecánica de los husos para la fabricación
de hilo. Una vez fabricado éste, los telares mecánicos , desarrollados en Francia por
Jacquard, sustituían ventajosamente a los manuales tanto por la rapidez como por la
calidad.
Para entonces, Samuel Crompton había construido una máquina nueva, inspirada en las
anteriores, conocida como la mula , y que producía un hilo a la vez fino y resistente. El
grueso de un hilo se mide por el número de madejas de 768,1 metros (840 yardas) que se
puede obtener con 453 gramos de algodón (una libra).

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