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22/3/2018 El camino del cinabrio | Biblioteca Evoliana

BIBLIOTECA EVOLIANA

El camino del cinabrio

El Camino del cinabrio


(01). El contexto personal y
las primeras experiencias
JULIUSEVOLA - 01 DE OCTUBRE DE 2006 - 00:42 -

EL CAMINO DEL CINABRIO

Biblioteca Julius Evola.- Reproducimos el capítulo


primero de la obra autobiográfica de Julius Evola "El
camino del cinabrio", precedida por la introducción y
por la nota del traductor francés. Hay que considerar
esta obra, en realidad, como una guía de lectura de la
obra de Evola, mucho más que como una autobiografía.
En este sentido esta obra es una puerta de entrada para la
comprensión de la obra de Evola. Este libro fue escrito
en 1963 y, posteriormente, reeditado en 1972 con
algunas correcciones y ampliaciones, La introducción
corresponde a la traducción francesa realizada a
principios del milenio.

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La autobiografía de Julius Evola, "Il Cammino del cinabro", fue

publicada en 1963, y más tarde en una edición revisada y

corregida en 1972, por Vanni Scheiwiller. Se trata de una obra

absolutamente fundamental para la comprensión de la obra de

Julius Evola que solamente ha sido traducida en una sola lengua

extranjera, el francés. A pesar de la seriedad de esta traducción

francesa aparecida en Arché (Milano) en 1972, entraña un cierto

número de errores.

Esperando una eventual segunda edición de esta obra en nuestra

nueva traducción, publicamos la “advertencia” y el primer capítulo

“El contexto personal y las primeras experiencias".

Advertencia

Las páginas que me dispongo a escribir encuentran cierta

justificación en la hipótesis de que, un día, la obra que he

desarrollado en el curso de los ocho últimos lustros sea objeto de

una atención diferente de la que, por regla general, se le concede

en Italia hasta hoy.

Esta hipótesis es bastante conflictiva en razón de la situación

actual y del clima cultural y político que podemos esperar en el

porvenir. De todas formas, mi intención es la de facilitar una guía a

los que se interesen retrospectivamente en el conjunto de mis

escritos y de mi actividad y quieran orientarse y establecer lo que,

en esta actividad, puede tener un significado que no es solamente

personal y episódico.

El hecho es que este eventual análisis puede encontrar algunas

dificultades. En primer lugar, se encontrarán libros que he escrito

en períodos diferentes; si no se los contempla desde el punto de

vista de su situación en el tiempo, podrían dar la impresión de

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divergencias considerables. Para aclarar este terreno es preciso

disponer de una guía.

En segundo lugar, y esto es lo importante, en mi actividad, que ha

tenido diferentes fases y se ha remitido a distintos dominios, lo

esencial debe ser separado de lo accesorio y, en los primeros

libros, sobre todo, conviene tener en cuenta una preparación

necesariamente incompleta de influencia del medio cultural del que

no he desembarazado más que posteriormente, poco a poco,

gracias a una mayor madurez.

Por regla general, es preciso ver que, en gran medida, he debido

abrirme el camino yo solo. No he dispuesto de ayudas inestimables

que, en otras épocas y en medios diferentes, podían beneficiar, en

el desarrollo de una actividad del mismo tipo, los que, desde el

principio, estaban directamente ligados a una tradición viviente.

Como un desaparecido, he debido esforzarme en forjarme, con mis

propios medios, un ejército que realizaba incursiones, a menudo a

través de tierras inciertas y peligrosas; una unión positiva no se ha

operado más que a partir de cierta época. En su parte esencial y

válida, lo que he creído un deber expresar y afirmar pertenece, de

hecho, a un mundo diferente del que he vivido. Así pues,

primeramente, lo que me guió, fueron sólo aptitudes innatas; las

ideas y los fines no estuvieron clarificados y precisados más que a

continuación, con la ampliación de mis experiencias y

conocimientos.

I. El contexto personal y las primeras experiencias

Para facilitar una guía de mis obras, lo mejor es decir algunas

palabras de su génesis, de sus premisas y de mis intenciones

escribiéndolas. Si serán inevitables algunas alusiones

autobiográficos, sin embargo procuraremos reducirlas al mínimo

indispensable y servirán sobre todo para explicar lo que es

accesorio en mis libros. Por regla general, convendrá indicar

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inmediatamente lo que se puede llamar mi “ecuación personal”,

haciendo la siguiente observación.

Fichte ha dicho que se profesa una filosofía dada según lo que se

es y se sabe que los "condicionamiento sociales”, el background

individual, la "situacionalidad" y otros elementos han tenido una

parte importante en cierta crítica contemporánea. Conviene

expresar reservas a todo esto. Adoptar exclusivamente tales

criterios no puede ser legítimo más que en el caso en que una

persona piensa, cree y hace a un carácter puramente individual.

Tal es el caso de casi todos los autores de nuestra época ; pero

esto no equivale a decir que no pueda tener casos más complejos,

en los cuales esta forma de ver y de explicar es inadecuada y

superficial. Una “ecuación” o disposición personal dada puede

incluso servir solo de condición, de causa ocasiones, de medio,

contingente en sí mismo, medio que ha permitido a contenidos

intrínsecamente superiores al individuo expresarse (no es

necesario nada más que esto para advertirlo). Para explicar esto lo

hacemos con una comparación: si se debe bombardear una ciudad,

está claro que, sobre el plano práctico, vale más utilizar gentes

que, en tanto que individuos, tienen disposiciones destructoras

antes que disposiciones humanitaristas y filantrópicas; en este

caso, la disposición corresponderá al fin, sin que sin embargo, esto

prejuzgue el eventual carácter supraordenado de este.

Tal es la parte que la ecuación personal puede en ocasiones tener

sobre el plano intelectual y espiritual. Dicho esto, dos

predisposiciones parecen caracterizar mi naturaleza. La primera ha

sido una aspiración a la trascendencia, aspiración que ha aparecido

en mi primera juventud. De aquí, el distanciamiento de lo humano

que experimento desde hace mucho tiempo. Ha menudo se estima

que tal disposición procede de un recuerdo prenatal residual. Yo he

compartido esta opinión. No es más que tras haber abandonado las

experiencias estéticas y filosóficas que la aspiración que acabo de

indicar ha aparecido en su forma auténtica. Pero, ya antes, alguien

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particularmente competente en estos temas, se sorprendió de

constatar en mi, en germen, en este terreno, una orientación que,

generalmente, no deriva de teorías, sino de cmabios de estado

causados por algunas operaciones a las que habría a menudo

hecho alusión a continuación.

Podría pues hablar de una tendencia preexistente, o herencia

oculta, que, en el curso de mi existencia, ha sido reavivada por

diversas influencias. De aquí procede la autonomía esencial de mi

desarrollo. Es probable que, en un momento dado, algunas

personalidades hayan ejercido sobre mí una influencia estimulante,

insensible pero real. Pero el mero hecho de que no lo haya

advertido más que al cabo de algunos años muestra que se no ha

tratado de una influencia extrínseca. El distanciamiento natural de

lo humano en cuanto a la mayor parte de las cosas que, sobre todo

en el dominio afectivo, son consideradas como normales apareció

en mí a una edad muy temprana, yo diría incluso particularmente a

esta edad. Por lo ue se refiere al aspecto negativo, en todas partes

donde esta disposición se ha manifestado de forma confusa no ha

comprometido más que a mi individualidad, ha engendrado cierta

insensibilidad y cierta frialdad de alma. Pero, en el terreno que

importa más, ha permitido reconocer directamente valores no

condicionados, completamente ajenos a la manera de ver y de

sentir de mis contemporáneos.

Se podría decir de la segunda disposición que se trata –para

emplear una palabra hindú- de una disposición de kshatriya. En la

India, esta palabra designaba a un tipo humano inclinado a la

acción y a la afirmación “guerrera” en sentido amplio, en oposición

al tipo religioso y sacerdotal, o contemplativo, del brahmâna. Esto

también ha sido mi orientación, incluso si no se precisa más que

poco a poco. Podría proceder de una segunda herencia, oculta, de

un recuerdo oscuro. En el primer período de mi vida, esta

disposición se manifiesta en bruto y lleva a una afirmación

excesiva del yo, teniendo como contrapartida especulativa, la

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doctrina del poder y de la autarquía que he formulado. Pero ha sido

también la base existencial que, a pesar de su anacronismo, me ha

permitido percibir con una claridad absoluta los valores y las

realidades de otro mundo, el mundo de una civilización jerárquica,

aristocrática y feudal. Ha sido también la base existencial de mi

crítica inmanente del idealismo trascendental y de su superación

en una teoría del Individuo Absoluto. En fin, como disposición

mental general, debo mi gusto por las posiciones claras,

intransigentes, una especie de intrepidez intelectual que se

expresa, fuera de los accesos polémicos, a través de la coherencia

y mediante el rigor lógico.

Estña claro que existía una contradicción entre ambas

predisposiciones. Mientras que la aspiración a la trascendencia

engendraba en mí un sentimiento de extrañeidad a la realidad y,

en mi juventud, una especie de deseo de liberació o de evasión,

que no iba más hayá de los deslizamientos místicos, la disposición

de kshatriya me llevaba a la acción, a la afirmación libre centrada

sobre el Yo. Puede que la tarea existencial fundamental de toda mi

vida haya sido el atemperar estas dos tendencias. Me ha sido

posible realizar y evitar así un hundimiento cuando he alcanzado a

asumir conscientemente la esencia de dos impulsos sobre el plano

superior. Sobre el terreno de las ideas, su síntesis está en el origen

de la formulación particular que he dado al « tradicionalismo » en

el último período de mi actividad, por oposición a la, más

intelectualista y orientalizante, de la corriente de René Guénon.

Las disposiciones de las que he hablado no podrían ser atribuidas a

influencias del medio, ni a factores hereditarios (en el sentido

corriente, biológico). Debo muy poco al medio, a la educación, a mi

sangre. En amplia medida, me he opuesto a la tradición

predominante en Occidente –el cristianismo y el catolicismo- tanto

como a la civilización actual, al « mundo moderno » democrático y

materialista, a la cultura y a la mentalidad dominantes de la nación

en la que he nacido, Italia, y finalmente, a mi medio familiar. Si

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todo esto ha tenido una influencia, ha sido indirecta, negativa; no

ha favorecido en mí más que reacciones.

Con esto puede entenderse mi "ecuación personal". En el inicio de

mi adolescencia, mientras seguía estudios técnicos y matemáticos,

un interés profundo y natural por las experiencias del pensamiento

y del arte se desarrolla en mi. Cuando era joven, despuñes del

período de las novelas de aventura, me había obstinado en

escribir, con un amigo, una historia de la filosofía, bajo forma de

resúmenes. Por otra parte, ya me había sentido atraido por

escritores como Wilde y d'Annunzio; mi interés se extensión

pronto, a partir de ellos, al conjunto de la literatura y del arte más

recientes. Pasaba días enteros en la biblioteca, en un régimen de

lectura sostenida pero libre.

Lo que tuvo una importancia particular para mí, es el encuentro

con pensadores tales como Nietzsche, Michelstaedter y Weininger.

Esto no hizo más que alimentar una tendencia fundamental,

aunque primeramente, de forma confusa y, en parte, deformada,

con una mezcla de positivo y negativo. En lo que respecta a

Nietzsche, hubieran dos consecuencias principales.

Primeramente, una oposición al critianismo. Nacido en una famil,ia

católica, esta religión no me había dicho nada ; en sus temas

específicos –la teoría del pecado y de la redención, la doctrina del

amor, del sacrificio y de la gracias, el deismo y el creacionismo-

sería que me era absolutamente ajena y es así que continuó

pareciéndomelo incluso cuando mi punto de vista cesó de estar

influenciado por el inmanentismo idealista. Si ya he reconocido

luego que podía haber algo de válido y tradicional en el

catolicismo, no se trata más que de un hecho intelectual, de un

deber de objetividad, pues el quid specificum del cristianismo no

encontró nunca un eco en mi naturaleza. En cuanto al catolicismo

como religión positiva en general, ejerció sobre mi efectos

deplorables en tanto que se reducía a formas religiosas,

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sentimentales y moralistas al margen de la sociedad burguesa y

que no satisfiz en absoluto mi aspiración originaria a una verdadera

sacralidad y a un gran ascesis, el sentido de una gran ascesis, el

sentido interior de los símbolos, ritos y sacramentos. Así, la vía de

lo que, en tanto que espiritualidad supramundana y

supranaturalidad, domina el pensamiento moderno profano y sus

prevaricaciones, debí abrirla independientemente de esta tradición,

tras haber puesto un término a experiencias en las cuales la

aspiración innata a la trascendencia se refería a un tronco con el

fondo problemático y sospechoso, el del idealismo trascendente.

En segundo lugar, Nietzsche enlaza con la segunda disposición que

ya he indicado, la del kshatriya, mediante una revuelta contra el

mundo burgués y su pequeña moral, contra el moralismo, el

democratismo y el conformismo y mediante la afirmación de los

principios de una moral aristocrática y de los valores del ser que se

libera de todo lazo y es su propia ley para sí mismo (inútil decir

que Stirner también estuvo entre mis primeras lecturas). Par en

contrario, no estuve casi influido por la doctrina nietzscheana en

sus aspectos inferiores, individualistas, estetizantes o biológicos

que han tratado de la exaltación de la “vida”, a los cuales, en esta

época, e incluso más tarde, fue el caso de muchos que

identificaban el mensaje niezscheano. Michelstaedter ejerció una

influencia más positiva sobre mí ; fue esta una fígura trágica de

filósofo precoz, entonces casi desconocido, cuyo pensamiento

surgía en primer lugar de una teoría depurada y extrema del “ser”,

de la autosuficiencia, de la autonomía. Volverá más adelante sobre

este tema (entre otros, tuve como amigo a un primo de

Michelstaedter que seguía sus ideas y tuvo el mismo fin

Michelstaedter que él: en efecto, se suicidó).

En cuanto a la tendencia antiburguesa, en el terreno personal, a

partir de este momento debió determinar toda mi existencia,

incluso en sus aspectos empíricos. Así permanecí libre hasta el final

de los lazos de la sociedad en la que he vivido, ajeno a las rutinas,

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sean profesionales, sentimentales o familiares. Por ejemplo,

cuando era joven, me prometí no obtener ningún diploma, aunque

hubiera concluido casi mis estudios. El hecho de ser “doctor” o

“profesor” con título oficial y para fines prácticos, me pareció

intolerable, y sin embargo, luego, pude ver como se me aplicaban

continuamente títulos que jamás tuve. Es aquí donde el kshatriya

se solidarizaba con este miembro de una antigua familia

piamontesa que paradójicamente decía: “Divido el mundo en dos

categorías: la nobleza y los que tienen un diploma".

Fuera de los autores indicados, es preciso evocar la influencia que

ejerció también sobre mí, en mi adolescencia, el movimiento que,

durante la I Guerra Mundial y en la primera parte de esta,

gravitaba en torno a Giovani Papini y sus revistas Leonardo y

Lacerba, y más tarde, en parte, en La Voce. Fue la época del

verdadero Sturm und Drang que conoció nuestra nación, la

irrupción de fuerzas alérgicas al clima asfixiante de la pequeña

Italie burguesa de inicios del siglo XX. Contrariamente a la opinión

general, considero que no es más que este período que Papini tuvo

un verdadero significado. Abrió brechas. Con él y con su grupo

entramos en contacto con las corrientes extranjeras más diversas y

más interesantes del pensamiento y del arte de vanguardia, con el

efecto de una renovación y una ampliación de nuestros horizontes.

No se trataba únicamente de las revistas indicadas, sino también

de iniciativas como la colección « Cultura dell’Anima » que, dirigida

por Papini, dio a conocer a los jóvenes como nosotros una serie de

escritos antiguos y modernos de particular importancia y nos indicó

vías para seguir más tarde. Además, fue también el período

"heróico" del futurismo, que cortejó durante algún tiempo el grupo

florentino de Papini. Pero lo que nos entusiasmaba todavía en esta

época, era el Papini paradójico, polémico, individualista,

revolucionario, por que, a pesar del aspecto brillante y sulfuroso de

sus escritos, pensábamos que se tomaba seriamente. Nos

adherimos con entusiasmo a su ataque contra la cultura oficial

académica, contra el servilismo intelectual, contra los grandes

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nombres, contra los valores de la mora y de la sociedad burguesa,

incluso si su estilo neo-realista y sus maneras florentinas

afectadas, sobre el plano intelectual y polémico nos fastidiaran.

Creíamos también en la sinceridad y en la autenticidad de lo que

había escrito en su autobiografía “Un hombre acabado”. Este

nihilismo no dejaba subsistir más que al individuo desnudo,

desdeñoso de todo apoyo, cerrado a todo intento de huir de la

realidad, no podía dejar de causar impresión entre los jóvenes. No

es sino más tarde que debía darme cuenta de que no se trataba

más que de un intelectualismo sin raíz profunda y que llegaba

hasta cierto exhibicionismo. Era preciso pues recordar que Papini

no permaneció sobre sus posiciones, incluso si su conversión

interior al catolicismo debía ser completamente superficial como

sus actitudes precedentes, en ausencia de una verdadera crisis

espiritual. Esto aparece muy claramente en su “Historia de Cristo»

a la que Papini debió esencialmente su notoriedad y su éxito

práctico. En este libro, no hay nada de transfigurado ni

transfigurante, no se percibe el menor cambio de nivel existencial ;

el estilo es plano, y no se muestra nada de la dimensión profunda

del catolicismo y de sus mitos. Es una apologética banal fundada

sobre los datos más exteriores, catequéticos y sentimentales de

esta creencia. Era el Papini del primer período que había hecho

descubrir a los jóvenes como nosotros, entre otros, figuras m

´siticas como la del Maestro Eckhart y escritos sapienciales que

habrían conducido a horizontes diferentes, si había tenido una

verdadera superación, en el sentido tradicional, del individualismo

intelectualista y anárquico. Por otra parte, es un signo indicativo

del nivel del catolicismo actual y de nuestra cultura que este libro

mediocre ha podido ser juzgado como una obra maestra, un gran

testimonio del género humano. Pero regresemos a nuestro tema.

Otro escritores o artistas del grupo papiniano debían, de una u otra

forma, cerder el terreno y entrar en la fila, considerando como

simples experiencias de juventud lo que habían hecho en este

primer período revolucionario. “Revisiones” y conversiones notorias

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al neoclasicismo se produjeron pronto en el terreno mismo de la

pintura y de la música. Así en lo que se refiere a la visión general

de la vida, no es alardear, sino realizar una constatación objetiva

decir que fuí el único del período del Sturm und Drang italiano en

haberse mantenido, buscado y encontrado puntos de referencia

positivos sin compromiso de ningún tipo con el mundo que hasta

entonces había negado.

En mi juventud, dado que no existía prácticamente más que el

futurismo como movimiento artístico de vanguardia en Italia, tuve

relaciones personales con algunos de sus representantes. En

particular, fui amigo del pintor Giacomo Balla y conocí a Marinetti.

Aunque me interesase principalmente en los problemas del espíritu

de la visión de la vida, cultivaba igualmente la pintura; una

disposición espontánea para el diseño había aparecido desde mi

infancia. Sin embargo, no tardé en ver que, fuera de su aspecto

revolucionario, la orientación del futurismo tenía muy poco que ver

con mis inclinaciones. Lo que me fastidiaba en el futurismo, era el

sensualismo, la falta de interioridad, el aspecto exhibicionista, una

exaltación grosera de la vida y del instinto curiosamente mezclado

con el del maquinismo y una especie de americanismo, mientras

que, de otro lado, se abandonaba a formas de chauvinismo

nacionalista.

En lo que respecta a este último punto, la divergencia me resultó

clara desde el inicio de la Guerra Mundial, a causa de la violenta

campaña intervencionista agitada por los futuristas y por el grupo

de Lacerba. Era inconcebible para mí que todas estas gentes,

empezando por el iconoclasta Papini, evidenciaran un corazón

ligero y lugares comunes con los patrioteros más simplones la

propaganda antigermámica, imaginándose seriamente que era una

guerra para la defensa de la civilización y de la libertad contra el

bárbaro y el agresor. Aún no había salido de Italia; no tenía más

que una sensación confusa de las estructuras jerárquicas feudales

y tradicionales que subsistían en Europa central, pero que habían

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desaparecido casi completamente en otras regiones de Europa bajo

la influencia de las ideas de 1789. La orientación de mis simpatías

no era menos precisa por tanto, y, más que la abstención pacifista

y neutralista de Italia, yo deseaba su intervención en el marco de

la Triple Alianza. No hay que decir que esta forma de ver las cosas

no estaba influenciada por la admiración académica hacia la Kultur

alemana -el intelectualismo del Herr Professor- que determinaba,

por el contrario, el neutralismo de diversos intelectuales burgueses

italianos (empezando por Benedetto Croce), que no se daban

cuenta de que el objeto de su admiración era algo secundario e

inferior en relación a la tradición más esencial de estos pueblos,

que convenía buscar más bien en su concepción del Estado, en los

principios de orden y de disciplina, en la ética prusiana, en las

divisiones sociales netas y sanas que subsistían a pesar de la

revolución del tercer estado y del capitalismo, que no los había

comprometido más que en parte. Recordaba haber escrito en esta

época un artículo en el cual sostenía que, incluso si no se combatía

al lado de Alemania, sino contra ella, se debía hacerlo asumiendo

sus principios, y no en nombre de las ideologías nacionalistas e

irredentistas o ideologías democráticas, sentimentales e hipócritas

de la propaganda aliada. Habiendo leído este artículo, Marinetti me

dijo textualmente: "tus ideas están más alejadas de las mías que

las de un esquimal". Desde aquel lejano 1915, mi actitud a este

respecto debía permanecer inalterable; luego, ha sido confortada

por mi conciencia directa de las realidades de la Europa Central.

De otro lado, la guerra me parecía sin embargo necesaria en tanto

que hecho puramente revolucionario. Al principio, el grupo Papini

compartía esta idea -Italia debía despertarse y renovarse

combatien-, y Marinetti había creado la famosa fórmula: "la guerra

es la única higiene del mudo". Pero, dado ambos habían cedido a

motivaciones que encontraba completamente inconsistentes.

Tomé parte en la guerra tras haber seguido en Turin una formación

acelerada para oficiales de artillería. Primeramente fuí enviado a

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primera línea en las montañas, cerca de Asiego. Continuaba entre

tanto mis estudios. De las experiencias de la guerra y de la vida

militar, no extraje sin embargo nada que no hubieran podido

aportarme otras circunstancias, ni me vi envuelto en operaciones

militares importantes.

De retorno a Roma, mi ciudad natal, tras la guerra, los años que

siguieron fueron para mí las de una grave crisis personal. Al final

de mi crecimiento, rechacé la vida normal a la que había

retornado, el sentimiento de la inconsistencia y de la vanidad de

los fines que normalmente forman parte de las actividades

humanas, se agudizaron en mi interior. La aspiración innada a la

trascendencia se manifestaba en mí de forma confusa, pero

intensa. En este contexto, conviene aludir al efecto de algunas

experiencias interiores que afronte, primeramente, sin técnica

precisa y sin conciencia del fin, con ayuda de algunas sustancias,

que no figuran entre los estupefacientes más utilizados; su empleo

exige una revuelta natural del organismo y ejerce un control

particular sobre éste. Alcancé así formas de conciencia en parte

separadas de los sentidos físicos. Tuve con frecuencia

alucinaciones visuales y inbcluso rocé la locura. Pero una

constitución fundamentalmente sana, el carácter auténtico del

impulso que me había conducido a estas aventuras y una

intrepidez espiritual me llevaron más lejos.

Estas experiencias no dejaron de tener algunos resultados

positivos, sobre todo en relación a lo incluso el mayor número que

supone que seguiría a continuación. Me facilitaron puntos de

referencia que difícilmente hubiera alcanzado de otra forma,

comprendidos sobre el terreno doctrinal, en cuando a la

comprensión de algunas formas de neoespiritualismo y de

ocultismo contemporáneo. Volveremos más adelante sobre este

tema.

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Son embargo, las repercusiones de estas experiencias no hicieron

más que agravar la crisis que ya he señalado. En algunas

tradiciones, es lo que se llama la “mordedura de la serpiente”. Es

una necesidad de intensidad y de absoluto que nada normal puede

ya satisfacer. Además, un especie de culpio dissolvi, una tendencia

a dispersarse y perderse. Las cosas llegaron hasta tal punto que

decidí poner libremente fin a mis días – tenía entonces 23 años.

Esta solución problemática, la misma que, aunque en un contexto

muy diferente, hacía llevado a Weininger y Michelstaedter a la

catástrofe, fue evitada gracias a algo parecido a una iluminación

que tuve leyendo un texto del budismo primitivo (Majjhimanikâyo,

1, 1). Es el discurso en el cual el Buda menciona en un orden

creciente la lista de las identificaciones de las que el “noble hijo” en

marcha hacia el Despertar debe liberarse. Son las identificaciones

con su cuerpo, con sus sentimientos, con los elementos de la

naturaleza, las divinidades y así sucesivamente, cada vez más

altos, hacia la trascendencia absoluta. El último término de la serie,

que corresponde a la prueba suprema, es dada por la idea misma

de la “extinción". El texto dice: "El que toma la extinción como

extinción y, cuando ha tomado la extinción como extinción, piensa

la extinción, piensa en la extinción, reflexiona en la extinción,

piensa “la extinción está en mi" y se regocija en la extinción, este,

digo, no conoce la extinción". La luz súbitamente, se hizo en mi.

Sentí que esta tendencia a perderme, a disolverme, era un lazo,

una «ignorancia» en oposición a la verdadera libertad. Fue

entonces cuando un cambio debió producirse en mí y me convertí

en bastante fuerte para resistir a cualquier crisis.

Para mi en tanto que individuo, el problema es el de controlar una

fuerza que se había despertado y no podía ya agotarse en las

actividades corrientes. Esta fuerza se manifiesta entre otras

mediante una tendencia a plantear cada experiencia hasta el final,

hasta el último límite, para ir más lejos. Una fórmula de Simmel

indica la única solución en esta situación: la vida, en su paroxismo,

gracias a un cambio de polaridad, lleva a una más-que-vida. Pero

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esto no es un principio fácil para poner en práctica. El problema,

para mí, no ha desaparecido con los años. De todas formas, hasta

el presente, he sufrido la tensión, a menudo agotadora, y las

repercusiones de esta situación existencial. Hasta aquí la palabra

« existencial » puede ser tomada como la coexistencia paradójica

en acto: la existencialidad como coexistencia paradójica en acto

condicionada e incondicionada de la que ha hablado Kierkegaard,

Jaspers et Heidegger. Une vez excluida toda solución violenta

excluye gracias a la experiencia que he referido en su momento, la

orientación fue, desde entonces, esta: esforzarme por justificar mi

existencia mediante tareas y actividades que no tenían un carácter

puramente individual o, al menos, que me parecían como tales y,

tanto como era posible, interrogaba aquello que se llama

generalmente el destino, poniendo a prueba, todo lo que se refería

a la continuidad de mi existencia tomada en su conjunto.

Ya he dicho bastante de los factores personales. Sería quizás útil

añadir una observación sobre las experiencias mencionadas

anteriormente, que he tenido gracias a la ayuda de elementos

exterior. Estos medios producen efectos diferentes según las

disposiciones individuales y el impulso que lleva utilizarlos. Es así

que el alcohol, si bien pudo favorecer las experiencias extáticas y

sagradas del dionisismo tracio y de otras corrientes, contribuyó

igualmente al embrutecimiento y a la anestesia espiritual de una

humanidad moderna en regresión, como, por ejemplo, en América

del Norte. Entre los contemporáneos, fuera de los casos citados por

William James, las experiencias excepcionales que tuvo Aldous

Huxley con mescalina y que asimiló a las experiencias

fundamentales de la mística tienen una relación evidente con su

preparación. En segundo lugar, el hecho de que estas experiencias

empezaran y terminaran en mi juventud prueba que, en mi caso,

no eran más que simples ayudas. No me convertí en su esclavo y,

luego, no experimenté ni su necesidad ni su falta; lo que puede

extraer de esta experiencia subsistió naturalmente durante el resto

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de mi vida, porque todo esto estaba ligado a algo preexistente e

innato.

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