¿Cuáles son los efectos de estas discursividades sobre “lo mexicano”? Bartra dice
“Con ellos se ha forjado una compleja mitología que tiende a sustituir el formalismo
de la democracia política por una imaginería que provoca una cohesión social de
tipo irracional” (17), y más adelante añade: “La idea de que existe un sujeto único
de la historia nacional –“el mexicano”– es una poderosa ilusión cohesionadora” (20).
Bartra utiliza como metáfora la figura del axolotl, para representar (al modo de un
juego) “el carácter nacional mexicano y las estructuras de mediación política que
oculta” (20). El axolotl es un animal que ha quedado en un estado larvario, con un
potencial reprimido de metamorfosis. El autor intercala 22 viñetas, a modo de
contrapunto, que contienen información sobre el axolotl. Este animal representa lo
Otro, cuya explicaciones científicas no agotan su misterio: ¿por qué el axolotl no se
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Otra de las figuras que utiliza Bartra para leer críticamente el nacionalismo mexicano
es la del “edén subvertido”. Se trata de “la forma en que la cultura moderna crea o
inventa su propio paraíso perdido” (31). En él “la sociedad industrial capitalista –
como una reacción a sus propias contradicciones– busca insistentemente un estrato
mítico, donde se supone que se perdieron la inocencia primitiva y el orden original”
(31). La invención de este edén tiene una función cohesionadora: se trata de poner
orden en un ambiente convulsionado por la llegada de la modernidad. Los
campesinos de este edén mítico serán los fantasmas de Pedro Páramo, “recuerdos
borrosos de la memoria colectiva: son los ancestros recordados que, como una larva
en nuestro pensamiento, se reproducen constantemente” (32).
Bartra definirá el edén subvertido como una arqueotopía: “la imaginación, hoy, de
un lugar previo y antiguo en el que reine la felicidad; pero es una felicidad pretérita
y marchita que reposa en un profundo estrato mítico, enterrado por la avalancha de
la Revolución mexicana y por el que sólo podemos sentir una emoción melancólica”
(32). Se trata de un estado paradójico, en que los mexicanos, como los anfibios del
mestizaje (según la figura de Alfonso Reyes) “soportan todos los pecados de la
modernidad, pero aún viven inmersos en la Edad de Oro” (34). El héroe campesino
de esta tragedia ha sido encerrado en un “calabozo lógico” (34), atrapado entre el
pasado y el presente. La imaginería nacional ha convertido a los campesinos en
“personajes dramáticos, víctimas de la historia, ahogados en su propia tierra
después del gran naufragio de la Revolución mexicana” (43).
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Bartra también ser interesa por deconstruir la oposición que se establece entre el
tiempo denominado mítico o primitivo y el tiempo progresivo o dinámico. Llega a la
conclusión de que el tiempo occidental es también una forma de tiempo mítico: “sus
mitos –diferentes a los de la cultura prehispánica– son precisamente los de la línea,
el progreso, el futuro, el calendario gregoriano. Y uno de sus mitos centrales es
precisamente la invención de otro tiempo mítico ligado al edén primitivo, en
contraste con las nociones modernas del acaecer histórico” (62).
Bartra cierra esta reflexión sobre la temporalidad por medio de una fábula: un delfín
compite con un axolote, al igual que Aquiles y la tortuga. Al igual que en la fábula
original, el delfín (Aquiles) jamás alcanza al axolote (la tortuga):
Para Bartra, las definiciones del carácter nacional responden más a razones
políticas, a ficciones que, a fin de cuentas, revelan más sobre las clases
hegemónicas que las esgrimen que a la población a la que se les atribuyen.
Respecto del lenguaje popular, el ensayista señala: “Los dialectos que surgen en
los barrios populares son originalmente formas de defensa; se trata de un lenguaje
que no sólo permite que los miembros de un grupo social se identifiquen con un
modo de vida propio, sino también es una barrera que impide que otros entiendan
sus conversaciones” (149). Se trata de lenguajes “sin sentido” para aquellos que no
lo conocen, pero que adquiere un nuevo sentido cuando se le utiliza en los medios
masivos (por ejemplo el habla canflinesca). Este movimiento, ese lenguaje popular
pierde su coherencia interna, para transformarse en una herramienta del poder.
1
Bartra ejemplifica esto en un diálogo artificial entre los distintos pensadores del ser mexicano. En
el capítulo diez, narra un ficticio encuentro entre intelectuales mexicanos en el café de la calle López
(94).