que hace. De ahí que casi siempre bajo la influencia del segundo Wittgens-
tein, se haga un especial hincapié en el análisis lingüístico y del discurso, y de
ahí también el interés por el deconstruccionismo, ya que, como afirman Par-
ker y Shotter (1990), nuestro conocimiento del mundo exterior y de nosotros
mismos no viene determinado por la naturaleza de ese mundo exterior ni por
nuestra propia naturaleza, sino más bien por los medios literarios y textuales
que usamos para formular nuestros intereses y argumentos.
Nos encontramos, pues, al final de una trayectoria interesante y llena de
posibilidades para la psicología social, pero no exenta de preocupaciones:
la psicología social posmoderna supone en algunos aspectos una real vuelta
a los sofistas griegos y al excepticismo nihilista de Gorgias, siempre a tra-
vés de Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger: si la Razón desaparece, sólo
queda la voluntad, o lo que sería peor, la voluntad de poder. Y aquí es
donde, nuevamente, comienzan las disputas y el debate entre las diferentes
psicologías sociales alternativas, de forma que la psicología social de los
primeros años del siglo dependerá en buena medida, a mi modo de ver,
de cómo se resuelva tal debate. De momento, son muchos los que critican
el mero textualismo y la mera retórica, acusándoles de fundamentalismo
interpretativo (Bhaskar, 1989; Crespo, 1991; etc.).