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El deber de un abogado ante la

prepotencia judicial (o el episodio


protagonizado por Juan Marcone
Morello)
Un abogado litigante, de penetrantes ojos azules, ya fallecido, protagonizó un hecho
digno de ser contado. La acusada libre, su patrocinada, esposa de un colega,
esperaba el inicio de su juicio, cuando un viejo pero rústico magistrado, haciéndose
el gracioso, delante del público, la llamó diciéndole: esa Baca que pase, pues su
apellido era tal, generando la risotada general. La pobre mujer, compungida, llorosa,
tomó el banquillo de los acusados.

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Juan, defensor de raza, curtido en mil peleas, «barrister» como ninguno, saltó del
estrado y le dijo al juez: ¡maldito, cómo te atreves a ofender y burlarte de una
mujer, siendo como eres un corrupto miserable!, y, pasando de la palabra a la
obra, se acercó al infame para propinarle un puñetazo, que no llegó a puerto porque
los otros vocales intervinieron.

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Del malcriado nadie se acuerda, fue uno de los tantos designados por una conocida y
letal rosca partidaria que lo premió con un cargo inmerecido; del trejo defensor, los
que tenemos algunos años en el foro, mantenemos su imagen viva, un señor: Juan
Marcone Morello, él me enseñó a no permitir el abuso, a respetar a los jueces pero
también repeler su arbitrariedad. Los jóvenes letrados deberían leer sus libros,
sus Defensas penales, crónicas más que amenas que cualquier biblioteca seria tiene
en sus anaqueles.

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