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Pedagogía del mundo (Sobre cómo aprenden nuestros hijos en la escuela)

El órgano que permite el conocimiento en el ser humano es el cuerpo humano. Inicio esta
travesía con tal aseveración de las contemporáneas neurociencias. Sí, se conoce con todo el
cuerpo, y el cerebro es el Comandante General de Operaciones, el Mariscal diseñando y
dando órdenes de ejecución.

Se aprende, vale decirlo, en cada centímetro de piel, músculo, órgano interno, por medio de
millones de conexiones internas bajo el comando del cerebro.

Dada esta situación, urge un cambio en el paradigma pedagógico. No podemos seguir


llevando el proceso de enseñanza-aprendizaje como si fuera que nos estamos refiriendo
directa, únicamente, al cerebro.

Si seguimos apostando al relato oral informativo y a la pizarra como únicos soportes y


exclusivos recursos didácticos, pues es que deseamos transitar un mundo irreal. Tenemos
que ser francos en esto: no puede existir aprendizaje al estimular insensatamente tan solo
una faceta de las múltiples que presenta el cerebro.

En los últimos tiempos, y desde la escolarización de mi hijo Horacio, me angustia esta


cuestión: ¿cómo hacen los docentes para competir con las influencias y los estímulos que
abordan a nuestros hijos? Cambio el verbo “competir” por uno más benévolo: ¿cómo hace
el profe Alcides, docente de Horacio, para dar cauce a lo que Horacio lleva desde su día a
día hasta la clase?

Horacio gusta de una serie animada llamada “Umi zoomi”, la cual, básicamente se vale de
las divertidas aventuras para enseñar Geometría y Aritmética básicas. Francamente, estoy
encantado que pueda conocer de una manera vivaz, con ejemplos cotidianos, cercanos e
identificables, para él, cuestiones tan abstractas de Matemáticas. Pero me preocupa el profe
Alcides, de quien no dudo en sus buenas intenciones, mas sí de su pedagogía y su didáctica.
Porque estoy seguro que dibujará en la pizarra un triángulo que para Horacio y sus
amiguitos de la clase apenas tiene una referencia con su contexto real del día a día.
Horacio acabó de ver que el triángulo forma parte de muchos objetos cotidianos como el
diseño de una porción de pizza. Luego va a la clase y ve trazada la misma figura, pero en
abstracto, y podemos estar seguros, por el desarrollo cognitivo de un chiquito de esa edad,
no podrá asociar fehacientemente ambos casos. En todo caso, preferirá seguir aprendiendo
con los personajes de “Umi zoomi”.

Y yo estoy de acuerdo con él. Por eso me preocupa la escolarización y sus métodos. Me
angustia que la pizarra unidimensional sea el soporte de demostración de todos los saberes,
y que solo por medio del relato oral informativo los estudiantes reciban la información
acerca de lo trabajado.

El contexto ha cambiado, y el mundo se ha hecho tan patente como fenómeno variopinto,


multiforme. No todo se puede dibujar y marcar en la pizarra. No todo puede provenir de la
voz del profe Alcides.

Sí, es un mundo que se hace sentir en múltiples estímulos. La sala de clase tiene que
cambiar su configuración. Necesita dejar de apuntar a la pizarra como al norte irreversible.

Horacio y sus amigos, todos los chicos con ellos, tienen que asumir al mundo entero como
la sala de clase: las figuras geométricas se enseñan y se aprenden mejor con objetos
concretos; ahí está el escritorio del profe, la figura de la misma pizarra, está el marco de la
puerta, los zócalos del piso, el cantero en el patio, el arco en la cancha de fútbol. Sobre los
seres vivos se aprende experimentándolos, identificándolos ahí en el patio o en una salida a
algún jardín o al Zoológico. Es necesario llevar a los chicos, si se puede, claro, si se puede
¡llévenlos! al Callejón histórico y a la Casa de la Independencia. Vayan a alguna elevación
de terreno, cerro, colina, al río Paraguay, arroyo, lagos y lagunas.

Se hace urgente que dejen de (solamente) proponer que los chicos lean sus textos sobre
historia y que completen los ejercicios propuestos. Si está al alcance, programen una clase
con recursos audiovisuales y que compartan alguna proyección sobre el fenómeno histórico
analizado.
¡Llévenlos al teatro! O gestionen para que el teatro vaya a las escuelas. Planifiquen formas
de generar atractivo hacia la lectura, seleccionen bien los textos, hagan el trabajo necesario
de contextualizar la propuesta (no pretendan que un adolescente sienta pronta atracción por
El Cantar del Mío Cid, sin un trabajo previo de atracción y de contextualización).

La sala de clase tiene que ser, en lo posible, el mundo circundante. Es necesario acabar con
la fijación en la pizarra y en la transmisión oral como únicos métodos. Seguimos repitiendo
un rito insulso, insensato, falso, aburrido. Los chicos de hoy son muy diferentes a lo que
éramos. Para bien, la conciencia crítica con la que van creciendo (y que es la que se
desarrolla por todas las influencias a las que están expuestos) los sitúa en los márgenes de
la ruptura con los medios tradicionales.

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