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1. Me parece que una buena expresión de lo que este título puede sugerir es la
reflexión que Kant lleva a cabo sobre el yo en su Antropología en sentido
pragmático (1798). Una obra en la que plantea, entre otros aspectos, una deli-
mitación esencial entre la vida humana y la vida animal. En el prólogo da una
indicación fundamental al respecto, pues de lo que se trata en la Antropología
es de investigar al ser humano sin reducir su conocimiento al que pueda pro-
porcionar una antropología biológica o, como él la llama, una antropología
«fisiológica». Efectivamente, lo característico de la vida humana no se puede
restringir al contenido de una zoología, pues ésta estudia la vida como un
fenómeno biológico. La exigencia que Kant quiere satisfacer es comprender la
vida humana en lo que tiene de más propio, es decir, una vida que no es tomada
como puro acontecer biológico y en la que el mundo humano tampoco es
considerado como una realidad natural sin más.
Esto es, en mi opinión, lo que Kant quiere plantear cuando diferencia
la antropología en sentido «fisiológico» de una en sentido «pragmático».
Por eso no cifra el sentido «pragmático» de su antropología en el estudio del
ser humano atendiendo –como dice muy elocuentemente– a las «fibras ni a
los nervios encefálicos». Algo que es más propio de una antropología «fisio-
lógica» y que, en consecuencia, se ocupa de «lo que la naturaleza hace del
hombre». La indicación kantiana de una antropología en sentido pragmático
está referida a lo que el ser humano hace como ser libre. El elemento «prag-
mático» de su antropología se basa –como explica el filósofo– en «lo que él
mismo, como ser que actúa libremente, hace, o puede y debe hacer, de sí
mismo [was er als freihandelndes Wesen, aus sich selber macht, oder machen
kan und soll]».2
Por consiguiente, la pregunta sobre qué es el ser humano no se puede
contestar teniendo en cuenta su sola dimensión natural. Algo que sucede
igualmente con el mundo, ya que, desde una perspectiva «pragmática», la
antropología se dirige al mundo específicamente humano. Como explica Javier
San Martín se trata de
una antropología del mundo humano existencialmente significativo, del mundo
humano en el que el ser humano vive, que el ser humano conoce, y en el que el
ser humano trabaja. Este mundo es profundamente distinto del mundo natural,
de aquel mundo mecánico de Galileo y Descartes que carecía de significados,
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2. Como hemos dicho, la antropología en sentido pragmático está referida a lo
que el ser humano hace como ser libre, como ser que actúa libremente. Por
eso, en la Antropología la vida humana no es pensada sobre el modelo de la
vida animal, sino como persona. La autoconciencia es para Kant el rasgo pro-
pio que identifica la vida humana y constituye por ello el criterio de demarca-
ción respecto de la animal. Así lo dice en el primer parágrafo de su Antropolo-
gía titulado «De la conciencia de sí mismo [Vom Bewusstsein seiner Selbst]».
En él plantea que lo que distingue al ser humano de otros seres es que «pueda
tener una representación de su yo»:
El hecho de que el hombre pueda tener una representación de su yo le realza
infinitamente por encima de todos los demás seres que viven sobre la tierra.
Gracias a ello es el hombre una persona, y por virtud de la unidad de la
conciencia en medio de todos los cambios que pueden afectarle es una y la
misma persona, esto es, un ser totalmente distinto, por su rango y dignidad,
de las cosas, como son los animales irracionales (…)
[Dass der Mensch in seiner Vorstellung das Ich haben kann, erhebt ihn
undendlich über alle andere auf Erden lebende Wesen. Dadurch ist er eine
Person und, vermöge der Einheit des Bewusstseins, bei allen Veränderungen,
die ihm zustossen mögen, eiene und dieselbe Person, d.i. ein von Sachen,
dergleichen die vernunftlosen Tiere sind (…) durch Rang und Würde ganz
unterschiedenes Wesen].9
9 KANT, I., Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, op. cit., p. 407 (trad. p. 25).
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bios del alma cuando es consciente de ellos. La razón la encuentra al reparar en
algo crucial: que «el hombre sólo puede ser consciente de estos cambios repre-
sentándose a sí mismo en los varios estados como uno y el mismo sujeto.»10
Pero Kant dice algo más que me parece que también conviene plantear: que el
ser humano es una persona «incluso cuando no es capaz todavía de expresar
el yo, porque, sin embargo, lo piensa».11
¿A qué se refiere, entonces, cuando habla de «persona»? Y ¿en qué
sentido liga esta característica central a la conciencia del yo y a su unidad, en
definitiva, a la identidad en el tiempo? Podríamos aún preguntarnos algo más,
¿por qué puede el ser humano tener una representación del yo? O, mejor dicho
¿una representación de su yo? Porque el yo –como también advertirá Heidegger–
es siempre y en cada caso el mío. Y, por último, ¿qué quiere decir que pueda
tener semejante representación? Como Kant mismo admite, este es un fenóme-
no que para el antropólogo resulta bastante difícil de explicar.12
Efectivamente, del yo se ha ocupado la filosofía desde tiempo inmemo-
rial, suministrando todo tipo de teorías que nos remontan a Platón, Agustín y
Descartes. Y con la filosofía lo ha hecho también, desde la modernidad y el
siglo XIX, la psicología y la psicopatología. El yo es una noción filosófica y un
concepto central de la psicología y la psiquiatría, en el que convergen filosofía
y psicopatología, especialmente desde inicios del siglo XX. La experiencia del
yo se da tanto en la normalidad como en la locura, así se habla del «yo altera-
do». La psicopatología usa el concepto del yo para describir los fenómenos
psíquicos y con él el de psique, conciencia [Bewusstsein], sí mismo [Selbst],
locura, delirio, realidad. Todos ellos proceden a su vez de una larga tradición
filosófica y por ello están cargados con connotaciones y presupuestos implí-
citos.13
3. Así pues, las características centrales de la persona, según Kant, tienen que
ver con rasgos como capacidad de representar el yo, conciencia del yo
[Ichbewusstsein], unidad e identidad en el tiempo.14 Como se ha dicho, que el
ser humano pueda representar su yo es lo hace de él una persona, una capaci-
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del alma, una caracterización más propia de las teorías prekantianas acerca del
alma, del yo o de la conciencia desde Platón a Descartes–. Dicho de otro modo,
es una perspectiva, la que representa en cada caso, lo que quiere decir que
existe desde dicha perspectiva no siendo nada diferente de ella. Esta perspec-
tiva es lo que en fenomenología se denomina perspectiva-de-primera-persona.
Kant llama apercepción a esta conciencia de sí mismo. Y esta concien-
cia puede dividirse –como explica el filósofo– en la de reflexión y en la de
aprehensión. «La primera –dice– es una conciencia del entendimiento; la se-
gunda, del sentido interno; aquélla es la apercepción pura; ésta, la empírica.
[…] En la Psicología nos estudiamos a nosotros mismos en nuestras represen-
taciones del sentido interno; en la Lógica, en lo que pone en nuestra mano la
conciencia intelectual». Pero, como continúa diciendo, no es que el yo sea
doble, sino que aparece así considerado por su forma, «por la manera de repre-
sentárselo», pero no por lo que es.20
Como ya se ha indicado, la autoconciencia es lo que en última instancia
distingue al ser humano del animal. Según lo dicho, para Kant la vida humana
se constituye como un yo o –lo que es lo mismo– accede a sí misma, accede a
su mismidad o ipseidad –es autoconsciente– a través de su representación, se
da en ella. Este acceso supone un cierto saber de sí: en el acceso a sí misma, la
vida humana se sabe de algún modo, tiene un sentido de sí.
Pero ser un yo o ser consciente de uno mismo no es entendido aquí
tanto como un observarse como de un darse cuenta de sí mismo. Kant distin-
gue a este respecto en el § 4 entre «darse cuenta de sí mismo» y «observarse
a sí mismo». Así dice: «El darse cuenta de sí mismo no es todavía un observar-
se a sí mismo [Das Bemerken (animadvertere) ist noch nicht ein Beobachten
(observare) seiner selbst]».21 Darse cuenta de sí mismo, animadvertere, se
refiere originalmente a la acción de volver («verto») el espíritu («anima») o la
atención hacia («ad») alguien; es decir, el volverse hacia, dirigir los aìnimos o
la atencioìn hacia algo o alguien. Ser consciente se refiere, en este caso, a «un
darse cuenta», a un apercibirse en el sentido de caer en la cuenta.
Kant ilustra la diferencia de la siguiente manera. En el «observarse a sí
mismo [beobachten, observare]» se da «una síntesis metódica de las percep-
ciones adquiridas de nosotros mismos, que suministra la materia para el diario
de un observador de sí mismo». Diferente es, como dice, «el atenderse a sí
propio [Das Aufmerken (attentio) auf sich selbst]» –literalmente, la acción de
20 KANT, I., Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, op. cit., p. 417 (trad. p. 35).
21 Ibíd., p. 413 (trad. p. 31).
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¿A qué nos referimos, entonces, cuando hablamos del yo o, mejor
dicho, de mi yo? Como hemos explicado anteriormente, el carácter de pers-
pectiva-de-primera-persona de la experiencia se refiere al modo de la dona-
ción o el cómo de la experiencia en su darse; al modo único en que se da la
experiencia: que es mía, siendo mía. El ser-mía no se refiere entonces a un
contenido de conciencia (a un qué específico), sino al modo único de la
donación (o el cómo de la experiencia), al modo en que se da la experiencia,
que es mía, mi experiencia.25 «Ya que el `mío´ no se refiere a nadie más que a
sí mismo»26; a esto se refiere el carácter de perspectiva-de-primera-persona.
Aunque vivo experiencias diferentes, tienen ese carácter, se dan en un modo
de presentación de primera persona, para mí, son experienciadas como mi
experiencia. En todas las experiencias que tengo, en todos los modos de
darse la experiencia –ya sea perceptiva, imaginativa, memorística o de cual-
quier otro tipo– hay algo común: el rasgo común es la cualidad de ser-mía.
Adscribo o atribuyo este acto a mí mismo: soy yo quien tiene tal o cual
experiencia.27
Con excepción de algunos estados patológicos, «las experiencias que
vivo en la perspectiva-de-primera-persona son mis experiencias»28. Precisa-
mente en este espacio existencial de representación del sí mismo, del yo, es en
el que se juega el fenómeno de la enfermedad o trastorno denominado «men-
tal», de la alteración «psíquica». Como reconoció Minkowski –un psiquiatra-
filósofo francés de la tradición fenomenológica– no hay que buscar el origen
de la locura en el trastorno del juicio, de la percepción o de la voluntad, sino
«en una alteración de la estructura íntima del yo [une perturbation de la
structure intime du moi]» 29. En mi opinión, cuando se habla de origen, no se
habla de causa, en el sentido de que, aunque se manifieste en las estructuras
predicativas del juicio, la percepción y la voluntad, hay que remontarse a algo
más originario: a una alteración de la estructura íntima del yo, es decir, a una
perturbación en la conciencia de sí mismo, que se da en un nivel ante-predica-
tivo y pre-reflexivo, precisamente en la perspectiva de la primera persona –esto
es, antes de expresar el yo y de reflexionar en tercera persona acerca de él–.
33 KrV A 402.
34 GALLAGHER, S. y ZAHAVI, D., La mente fenomenológica, op. cit., p. 315.
35 DAMASIO, A. R., The Feeling of What Happens, Harcourt, San Diego, 1999, pp. 19, 7,
10, 127. Citado por GALLAGHER, S. y ZAHAVI, D., La mente fenomenológica, op. cit.,
p. 300.
36 GALLAGHER, S. y ZAHAVI, D., La mente fenomenológica, op. cit., pp. 85-86, 295-
301.
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quica. Y, si tenemos en cuenta que esta dimensión de experiencia es de de
carácter temporal, histórica, la enfermedad mental estaría vinculada entonces a
una alteración de la experiencia temporal.
La perspectiva-de-primera-persona se refiere, por tanto, a la total absor-
ción en lo experimentado, cuando no hay una distancia entre el yo que vive sus
vivencias y lo vivido. Y tiene una dimensión personal, porque lo que sucede en
cada caso me pasa a mí. Dicho en otras palabras, que el yo se da en una
apropiación de sí mismo –o como dice Kant, salvando las distancias, en una
representación.
El sentido del yo se da –según lo dicho– como una interpretación que
se origina en la comprensión que la existencia tiene de sí misma. Pero con ello
hay que tener en cuenta otro aspecto que es igualmente esencial para
Heidegger: que el sentido del yo –que acompaña a la experiencia– es insepara-
ble de su relación con el mundo. Por eso, se trata de una comprensión que es
inseparable de la preocupación que la existencia tiene por sí misma en relación
con todo lo que le rodea y con los otros, es decir, con el mundo –tanto el
mundo propio como el compartido con los otros.
Lo que ha entendido muy bien la fenomenología es que una
autoexperiencia, una experiencia de mí mismo, «no debe ser entendida como
una experiencia de un yo aislado, sin mundo, ni tampoco [de] un yo localizado
y escondido en la cabeza». Que no tiene nada que ver con «interrumpir la
interacción experiencial con el mundo», sino que lo es «de un agente corporizado
inmerso en él». Por eso ha intentado superar la introspección, unida a la idea de
que las vivencias personales se encuentran en algo así como un contenedor
del alma, y en lugar de ello describe la subjetividad como un ser-en-el-mundo,
lo cual quiere decir, que «el yo está presente a sí mismo cuando está en el
mundo». La noción fenomenológica del yo excluye entenderlo «como un resi-
duo mental al estilo cartesiano, es decir, como algún tipo de interioridad ence-
rrada en sí misma y autosuficiente», afirmando, por el contrario, la
intencionalidad fundamental de la conciencia, su ser-en-el-mundo.37 En defini-
tiva, que la conciencia, al referirse a sí misma, lo hace (mejor «se refiere») a la
vez al mundo.
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Si recapitulamos lo dicho anteriormente, que el sentido del yo que acom-
paña a la experiencia se da como una interpretación originada en la compren-
sión que la existencia tiene de sí misma, y que se trata de una comprensión que
es inseparable de la preocupación que tiene de sí en relación con todo lo que
le rodea y con los otros, esto es, con el mundo –el propio y el compartido con
los otros–, con ello se está diciendo, además, que el sentido del yo –que
acompaña a la experiencia– es inseparable de su relación con el mundo. Esto
supone, como indicábamos también al principio, que la vida humana no puede
ser considerada exclusivamente en términos biológicos –como un puro zoe
[ ]–, sino que debe ser entendida como bios [ ]”, es decir, como una
vida que al «tenerse», se interpreta a sí misma, una vida estructurada signi-
ficativamente. Que se da una interpretación de sí misma quiere decir que elabo-
ra sentido al experimentar significativamente su correlación con el mundo.
Pues bien, no es de extrañar entonces que Kant hubiera dicho en su
Antropología que para «conocer al ser humano» hay que «conocer el mun-
do», que un «conocimiento del ser humano [Menschkenntnis]» implica un
«conocimiento del mundo [Weltkenntnis]». Igual que, como hemos visto, no
es lo mismo conocer el yo que poder tener un yo, así tampoco para Kant, es lo
mismo «conocer el mundo [die Welt kennen]» que «tener mundo [Welt haben]».
Para él, quien conoce el mundo «se limita a comprender el juego que ha presen-
ciado [nur das Spiel versteht, dem er zugesehen hat]», mientras que «el que
tiene mundo ha entrado en juego en él [mitgespielt hat]».40 Efectivamente, el
ser humano no puede captarse únicamente desde sí mismo como si fuera un yo
aislado; su yo, su mismidad, ha de ser entendida teniendo en cuenta el modo
en que se forma: en su correlación con el mundo –que por su parte Heidegger
expresa como ser-en-el-mundo.
Con la expresión «ser-en-el-mundo [in-der-Welt-sein]», Heidegger des-
taca la implicación fundamental con el mundo del yo. Que el Dasein, la existen-
cia humana, esté en el mundo significa que dicha implicación es implícita a
cualquier acto de percepción, incluso si la percepción es ilusoria. En este sen-
tido, la enfermedad mental no destruye la intencionalidad de la conciencia,
pues la conciencia siempre se refiere a algo o lo es de algo que no es ella
misma.41 La antropología fenomenológica –tanto en su vertiente filosófica
como en la psicopatológica– destaca la importancia de esta perspectiva-de-
primera-persona. Lo que persiguieron tanto Kant como Heidegger fue aclarar
40 KANT, I., Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, op. cit., p. 400 (trad. p. 18).
41 GALLAGHER, S. y ZAHAVI, D., La mente fenomenológica, op. cit., p. 193.
42 KANT, I., Anthropologie in pragmatischer Hinsicht, op. cit., pp. 399-400 (trad. p. 18).
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Para Heidegger, la razón de ello es clara: el animal no tiene yo porque no
tiene mundo. A ello se refiere al definir al animal como «pobre de mundo
[weltarm]». El ser humano puede entrar en relación con el ente que es y con el
ente que no es él mismo precisamente por su relación con el mundo. Puede
comprenderse a sí mismo porque a la vez comprende el mundo: su
autoconciencia lo es a la vez del mundo. Como dice en sus lecciones de 1929/
30, «el animal […] se conduce en un entorno [in einer Umgebung sich benimmt],
pero jamás en un mundo [Welt]».43 Y lo que le confina a un entorno es precisa-
mente su «aturdimiento [Benommenheit]». El animal está «aturdido», es decir,
«atrapado en sí mismo». De manera que su conducta [Benehmen] «sólo es
posible en función del estar atrapado en sí del animal [Eingenommenheit des
Tieres in sich]». Por esta razón, concluye, que «el estar-consigo espe-
cíficamente animal [das spezifische tierische Bei-sich-sein] […] no tiene nada
que ver con una mismidad del hombre, que se comporta en tanto que persona
[Selbsheit des sich verhaltenden Menschen als Person]».44
El animal no se relaciona consigo mismo como lo hace el ser humano
porque no puede abrirse a un mundo. En definitiva, no es libre, sino que está
atrapado en su propio ser. No tiene un comportamiento [Verhalten], sino una
conducta [Benehmen] a la que está sujeto y en la que está atrapado. Tiene una
conducta instintiva, en esa medida está sujeto a sus instintos, atrapado en
ellos. Es verdad que el animal está en contacto con la realidad –está abierto en
cierto modo a ella–, pero lo decisivo es que no accede a la realidad como tal,
sino que simplemente se conduce en un entorno. Esto quiere decir que ni su
entorno ni él mismo le son revelados en cuanto entes, es decir, como lo que
son.45 En este sentido, el animal no tiene acceso a sí mismo, carece de
autoconciencia.
Comparada con el animal, «la piedra –señala Heidegger– es sin mun-
do» [weltlos]. Es esta carencia de mundo lo que le impide cualquier acceso
posible a lo que le rodea y también a sí misma. El ser humano, en cambio, tiene
acceso a lo que le rodea y también a sí mismo, porque –según lo define
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