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Erikson sostiene que la búsqueda de la identidad es el tema más importante a través de la vida.

Pensaba que la teoría freudiana subestimaba la influencia de la sociedad en el desarrollo de la


personalidad.
Erikson conceptuaba a la sociedad como una fuerza positiva que ayudaba a moldear el
desarrollo del ego o el yo. La teoría del desarrollo psicosocial divide en ocho períodos de edad
la vida humana. Cada etapa representa una crisis en la personalidad que implica un conflicto
diferente y cada vez mayor. Cada crisis es un momento crucial para la resolución de aspectos
importantes; éstas se manifiestan en momentos determinados según el nivel de madurez de la
persona.
Si el individuo se adapta a las exigencias de cada crisis el ego continuará su desarrollo hasta la
siguiente etapa; si la crisis no se resuelve de manera satisfactoria, su presencia continua
interferirá el desarrollo sano del ego. La solución satisfactoria de cada una de las ocho crisis
requiere que un rasgo positivo se equilibre con uno negativo.
Las etapas psicosociales son las siguientes:
–>Confianza básica vs Desconfianza (del nacimiento hasta los 12 ó 18 meses):
El bebé desarrolla el sentido de confianza ante el mundo. Virtud: la esperanza.
Autonomía vs Verguenza y duda (de los 12 ó 18 meses a los 3 años):
El niño desarrolla un equilibrio frente a la verguenza y la duda. Virtud: la voluntad.
–>Iniciativa vs Culpabilidad (de los 3 a los 6 años):
El niño desarrolla la iniciativa cuando ensaya nuevas cosas y no se intimida ante el fracaso.
Virtud: el propósito.
–>Industriosidad vs Inferioridad (de los 6 años a la pubertad):
El niño debe aprender destrezas de la cultura a la cual pertenece o enfrentarse a sentimientos
de inferioridad. Virtud: la destreza.
–>Identidad vs Confusión de identidad (de la pubertad a la edad adulta temprana):
El adolescente debe determinar su propio sentido de sí mismo. Virtud: la fidelidad.
–>Intimidad vs Aislamiento (edad adulta temprana):
La persona busca comprometerse con otros; si no tiene éxito, puede sufrir sentimientos de
aislamiento y de introspección. Virtud: el amor.
–>Creatividad vs Ensimismamiemto (edad adulta intermedia):
Los adultos maduros están preocupados por establecer y guiar a la nueva generación; en caso
contrario se sienten empobrecidos personalmente. Virtud: preocupación por otros.
–>Integridad vs Desesperación (vejez):
Las personas mayores alcanzan el sentido de aceptación de la propia vida, lo cual permite la
aceptación de la muerte; en caso contrario caen en la desesperación. Virtud: la sabiduría.
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Esta forma de temor psicológico, que llega a tomar posesión de los campos físico y mental en
varios casos, se manifiesta también bajo otros aspectos humanos: miedo a la aventura, miedo al
riesgo, miedo a perder cosas y aun miedo al éxito.

Se ha dicho muchas veces que el hombre es un animal de costumbres y es verdad. El hombre


tiene muchos “amos” que se encargan de adiestrarlo en ciertos hábitos que le dan una sensación
de seguridad dentro del conjunto, y son los mismos amos quienes se preocupan de generar el
miedo al abandono de esos hábitos, al menos mientras así convenga a los propósitos de los
mencionados adiestradores.

Crecemos dentro de una sociedad configurada por diversas motivaciones, algunas naturales y
propias de las necesidades históricas, y otras absolutamente artificiales, alentadas por intereses y
modas que rigen por un tiempo el movimiento de las grandes masas.

Son, sobre todo, las necesidades artificiales o las que se tiñen de artificialidad las que más atan a
los hombres y las que le impiden cambiar en cualquier sentido.

Nos explicaremos: por ejemplo, el amar y sentirse amado es una necesidad natural para cualquier
ser humano, pero los consensos sociales de moda agregan al amor un conjunto de requisitos que
lo vuelven artificial y casi imposible de vivir. Además del sentido debe haber dentro del núcleo unos
bienes materiales y unas condiciones prestigiosas que cierran las puertas a una convivencia sana.

Pero el hombre mira lo que hacen todos los demás, y de la repetición de esos actos obtiene una
tranquilidad psicológica que le permite ubicarse dignamente dentro del conjunto. Lucha por adquirir
esas cosas entendidas como indispensables y, una vez que las tiene, no puede abandonarlas
porque pierde su propia estabilidad, desgraciadamente generada sobre soportes exteriores a uno
mismo.

De igual manera, las modas imponen determinados estilos de conducta, de lenguaje, de trato
humano, de opiniones y creencias que aseguran la “normalidad”, al menos por un tiempo. Hay que
estar al tanto para seguir esas corrientes impuestas y variar junto a ellas para no alejarse ni un
paso del rebaño.

De allí el miedo al cambio. Todo cambio, si es sustancial, supone destacarse para bien o para mal,
salir de lo comúnmente aceptado, arriesgarse a ser diferente y, por lo tanto, a perder algunos de
los preciados valores establecidos por la artificialidad. Es posible que desaparezca el falso afecto
de quienes poco y nada nos querían y el prestigio inestable de aferrarse apenas a una modalidad
pasajera.

Para nosotros, aspirantes a filósofos, amantes de la sabiduría, el primer y fundamental cambio que
debemos promover es el despertar de la conciencia. En cuanto ella emerge dentro de la masa
amorfa de nuestras necesidades e imposiciones físicas, psicológicas y mentales, suscita
simultáneamente un conjunto de cambios correlacionados.

Mientras se vive a ciegas, no importa adoptar una u otra costumbre y aferrarse a ella, pero la
conciencia activa obliga a recapacitar sobre muchos aspectos de la existencia que antes parecían
no tener ninguna importancia.

El filósofo se acostumbra, sobre todo, a hacerse preguntas profundas acerca de la vida, de sí


mismo, del destino… Su mente se vuelve más inquisitiva y lo lleva a cuestionarse su propia forma
de ser, mostrándole nuevos cambios de perfección constante.

Los cambios que se propone el filósofo no responden a modas ni aceptaciones generalizadas; por
el contrario, son cambios ascensionales en que cada paso es un escalón de superación. Más que
de cambios, deberíamos hablar de las únicas y verdaderas adquisiciones que hacen al ser
humano, al margen de los otros cambios de fortuna material, al margen de la vida y de la muerte, al
margen de pasiones y opiniones.

¿Por qué, entonces, el miedo, cuando intelectualmente se sabe que estos especiales cambios solo
traerán bienes consigo y llevarán a un mayor desarrollo espiritual? Porque estos cambios hay que
hacerlos a solas, frente a frente con uno mismo, sin que valga de nada el beneplácito de los otros,
sin que importe el aplauso o la crítica de los demás. Porque estos cambios suponen algunas
pérdidas, claro está, pero son las pérdidas que darán paso a nuevos valores mucho más estables y
armonizadores. No conocemos a ningún héroe que no haya pasado por pruebas arriesgadas y lo
haya intentado todo hasta salir victorioso. Y porque, como decíamos al principio, hay quienes
temen incluso al éxito, sabiendo que una vez conseguido, habría que mantenerse a la altura de
ese éxito, sin permitirse caídas ni depresiones, pues el éxito interior tiene fuertes exigencias ante la
propia conciencia.

Pero ¿no vale la pena intentarlo?


El destino del hombre es llegar a ser lo más perfecto como hombre y, en todo caso, como lo
apuntan las tradiciones esotéricas de todos los tiempos, crecer más allá de la condición humana
hasta hacerse digno discípulo de los dioses y no de los “amaestradores de hombres”. A ese
destino habremos de llegar todos, tarde o temprano, con más o menos sufrimiento. Pero el cambio
es la condición inexcusable. Entonces, ¿por qué no empezar ahora mismo? ¿Por qué no
desprenderse del miedo, que no es ningún bien positivo? ¿Por qué no desarrollar la valentía del
que sabe lo que quiere y lucha por poseerlo?

En nosotros está la elección: o el vulgar miedo al cambio de lo que cambia de todas maneras y nos
deja desamparados, o el valor del cambio definitivo que nos convierta en hombres y mujeres firmes
y seguros de sí mismos, caminando por la Vida y de frente hacia el Destino.

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