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EL GOLPE
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Una versión libre de una hipótesis histórica plausible

Un relato de la Factoría DelDongo

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19 de marzo de 1945. El ejército rojo se encuentra al alcance de


Berlín. La industria de guerra alemana está en colapso total tras los
bombardeos aliados reanudados después de la batalla de Normandía.
No hay reservas de combustible ni apenas municiones. Tras el fallido
contraataque de las Ardenas, el frente occidental está prácticamente
desguarnecido en un vano intento de que sean los angloamericanos
los que entren en la capital del Reich. Es el final. La guerra está
perdida.

A las 9:35 h de la mañana se recibe un teletipo en la Cancillería del


Reich. Viene con el último cifrado de 7 ruedas de Enigma que
Londres todavía no ha podido descifrar y tiene el nombre-clave
Ludendorff, el general más capaz del ejército del Káiser en la Primera
Guerra Mundial. Se lo llevan con urgencia a Hitler, que todavía
duerme en el búnker. Su ayudante personal duda en despertarlo,
pues todo lo que se recibe son malas noticias, el Fuhrer está bajo los
efectos de fuertes drogas para poder descansar, y se levanta siempre
de pésimo humor. No obstante lo despierta. Cuando se espera el
estallido de ira de Hitler al leer el mensaje, éste cae en una especie
de melancolía, un ensimismamiento que dura varios minutos hasta
que reacciona.

— llame inmediatamente al Sr Goebbels, y que localicen a Himmler


y a Speer con la mayor urgencia.

Una hora más tarde están ya reunidos el Führer, el ministro de


propaganda y el huraño jefe de las SS. A pesar del peligro a ser
derribado, se ha enviado un avión a Dusseldorf a recoger al ministro
de armamento, que hace su aparición apenas otra hora después.
Speer es el único al que Hitler ha enviado una copia del teletipo.
Una vez toma asiento, el Führer le dice con palabras suaves,
utilizando su nombre de pila, cosa que jamás había hecho.

— Albert, explíqueles a estos caballeros qué es Ludendorff.

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Con diligencia el ministro saca de su portafolio unas carpetas rojas,


el color del alto secreto.

— en el invierno de 1941, cuando el avance hacia Moscú fue


detenido, se decidió crear una base secreta en el norte de Noruega.
Fueron enviados discretamente para construirla 30.000 prisioneros
rusos cuidadosamente escogidos. Se encontraban bajo la vigilancia
de fuerzas de la Wehrmacht, fuera del control de las SS. Estaban bien
tratados, bien alimentados y trabajaban con turnos exigentes pero
razonables. La base tendría unas dimensiones enormes, se construiría
totalmente bajo tierra, y se mantuvo el secreto gracias a un férreo
control de la población civil. Antes de la ofensiva del verano de 1942
estaba prácticamente finalizada. Después de que los ingleses volaran
la fábrica de agua pesada les hicimos creer que cancelábamos la
operación, pero Heisenberg y su equipo se trasladaban en secreto a
Ludendorff.

Speer hizo una pausa y mirando fijamente a Himmler dijo:

— lo hicieron sin los comisarios científicos del partido, y se le


autorizó a llevarse antiguos colaboradores suyos y otras personas de
reconocida valía aunque eran de raza judía. Avanzó más en tres
meses que dos años con Diebner, el inútil y fanático director del
Kaiser-Wilhelm-Institut.

Himmler se levantó airado.

— Mein Führer, esto es... intolerable.

Un Adolf Hitler anormalmente tranquilo y sosegado le dijo.

— querido Heinrich, queremos ganar esta guerra?

— claro Mein Führer, pero no saboteados y traicionados por esa...


chusma.
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— por favor, cálmese, y deje terminar al Sr Speer.

Este prosiguió.

— pues lo han logrado. Eso es que viene a decir el mensaje recibido


desde Ludendorff. Tenemos ahora mismo tres bombas atómicas listas
para ser usadas.

Tras un ruidoso silencio, intervino Goebbels.

— no se ha hecho ningún ensayo? Funcionarán seguro?

Los tres quedaron mirando al Führer.

— no hay tiempo de probaturas caballeros– intervino Hitler. El


momento es ahora. Les he mandado llamar porque quiero que
trabajen juntos en un plan para darle la vuelta a la situación. Son
Vdes. las únicas personas capaces de hacerlo y gozan de mi total
confianza. Ese plan debe contemplar obligatoriamente la detención
de Martin Bormann y todos sus gauleiters. Hay que descabezar esa
banda de cobardes y traidores. Las SS se encargarán de sus
funciones, ayudada por aquellos que se hayan comportado
decentemente.

— pero Mein Führer...

— Sr Himmler, pospongamos el programa de exterminio. Habrá


tiempo de reaunudarlo si ganamos esta guerra. Todos sus ingentes
recursos deben destinarse a este fin prioritario: organizar a la
población alemana, ayudarla a recobrar la moral y cambiar el
concepto que tiene de nosotros.

Un Goebbels escéptico habló.

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— Pero Mein Führer, donde podemos tirar esas bombas? Quiero


decir, donde producirían un impacto tal que consiguieran darle la
vuelta a la marcha de la guerra?

De nuevo fue Speer quien intervino.

— antes de la toma de Peenemünde, Von Braun hizo trasladar varios


cohetes V2 con el material necesario para perfeccionar su precisión y
alcance, desmontados tornillo a tornillo, y metidos en cajas de
material de abrigo con destino Noruega. Además, hacía tiempo que
todo el desarrollo del X9, una versión mejorada del V2, se había
trasladado a Ludendorff. Von Braun y su equipo llevan meses
trabajando en ello. Tres de esos cohetes y sus rampas de lanzamiento
están ya operativos con sus cabezas nucleares pudiendo alcanzar
cualquier objetivo situado a 750 km, con una precisión de más o
menos 25 km a la redonda.

Hitler mostraba un semblante muy distinto al que exhibía en las


últimas semanas: tranquilo, conciliador y nada eufórico a pesar de
las grandes noticias. Se levantó.

— caballeros, confío totalmente en Vds, y por el sacrificio que va a


suponer, especialmente en Vd querido Heinrich. De la actitud de los
sucesores de esa pandilla de aprovechados va a depender mucho
nuestro destino inmediato. A trabajar. Mañana a las ocho de la
mañana espero que tengamos un plan esbozado. Me voy a dar una
ducha, y si los yanquis nos lo permiten Eva y yo daremos un paseo
por la Unter den Linden. Bueno, lo que queda de ella— rubricó con
una sonrisa.

Nunca antes lo había visto así Speer, ni siquiera cuando le mostraba


las maquetas de la futura capital del Reich de los mil años.

El 27 de Marzo a las tres de la madrugada, tras un viaje de más de


1.300 kilómetros, un convoy terrestre fuertemente defendido y con
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apoyo aéreo llegó al punto escogido, un lugar desértico 200 km más


al sur de la frontera de Finlandia. Tras los preparativos y bajo una
limpia noche estrellada, un cohete V2 modificado salió de su rampa
móvil de lanzamiento hacia su blanco, situado exactamente a 647
km, demasiado cerca del límite de alcance. En el búnker de la
Cancillería solo cabía esperar. En un poco más de una hora tendría
que haber llegado a su destino. Las noticias tardarían algo más.
Heinrich Himmler repasaba listas de aquellos dirigentes del partido
en que podría confiar. Albert Speer dibujaba esquemas sobre mapas
del frente del este. Los rusos hacía tiempo que pisaban la sagrada
tierra alemana. Si el plan funcionaba había que conocer de forma
exacta toda una serie de depósitos de aprovisionamiento. Guderian,
rehabilitado por Hitler, estaba al llegar para coordinar las acciones
de lo que quedaba de la Wehrmacht. Joseph Goebbels ultimaba el
discurso que iba a pronunciar en cuanto se confirmara el éxito del
lanzamiento. Adolf Hitler, muy tranquilo, hojeaba los partes de
guerra que le pasaba diariamente el OKW.

El teléfono sonó. Había pasado una hora y cincuenta y seis minutos.


Tal como estaba ya establecido Himmler lo contestó. Tras asentir
varias veces con la cabeza colgó.

— El Centro de comunicaciones de las waffen SS destinadas en


Hungría han detectado el corte de toda señal entre el mando del
ejército rojo y Moscú.

No hubo conato alguno de triunfalismo. Quedaban muchos pasos


para llegar al objetivo final. El teletipo volvió a escupir otro mensaje.
Esta vez de Londres. Venía también codificado con la máquina
Enigma de 7 ruedas que Turing todavía no podía descifrar. Una vez
fue legible se le pasó al Führer.

— caballeros, hemos logrado el primer objetivo. Los estados mayores


aliados en Londres están registrando una actividad frenética. No hay
noticias de las embajadas en Moscú. Los asesores y oficiales de
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enlace del ejército rojo han desaparecido. Parece que se encuentran


en una reunión secreta, lejos de los ingleses y norteamericanos. Esto
confirma que Moscú ha sido barrida del mapa. Le toca el turno a
nuestro segundo blanco.

Una hora y media más tarde, observadores de la división de montaña


de la Wehrmacht divisaban el hongo atómico sobre el puerto ruso de
Murmansk situado cerca del cabo Norte, la única entrada de
aprovisionamiento a la Unión Soviética desde los Estados Unidos, en
virtud de la Ley de Préstamo y Arriendo.

A las diez de la mañana, el ministro de propaganda del Reich Joseph


Goebbels pronunciaba un discurso a toda la nación. Con su estilo
característico anunció:

– Alemania tiene desde hoy la bomba atómica. Stalin y todo su


gobierno, así como su ciudad se han volatilizado, y la principal
entrada de material y alimentos a la Unión Soviética ha seguido su
misma suerte. Desde ahora, el ejército rojo tiene 24 h para detener
su avance, y 72 para empezar su retirada fuera de las fronteras del
Reich. Cualquier incumplimiento de esas dos condiciones supondrá
que una nueva bomba caerá sobre el alma de la Rusia Imperial:
Leningrado, la antigua San Petersburgo. El resto de ejércitos que
están invadiendo la sagrada tierra de Alemania deberían pensar en
iniciar la retirada. Londres o París se encuentran también a nuestro
alcance.

Este discurso llegó a todos los confines del mundo. El SHAEF, estado
mayor aliado reunido con urgencia en su sede en Reims, se vio
inmediatamente sacudido por fuertes divisiones. Por primera vez fue
invitado De Gaulle. Tanto él como Montgomery se opusieron a la
propuesta de norteamericanos, canadienses y australianos de
olvidarse del acuerdo político con Moscú para que fuera el ejército
Rojo el primero en entrar en Berlín, y lanzar una ofensiva con todas
las fuerzas disponibles. En plena discusión llegó la confirmación de
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que Stalin estaba desaparecido, y que las unidades de vanguardia del


ejército del mariscal Zhukov se habían detenido. No se llegó a
ningún acuerdo.

Eisenhower se puso en contacto con el presidente Roosewelt, ya


enfermo, el cual, muy afectado con lo sucedido con Stalin, al que
guardaba mucha más simpatía que al premier británico, le remitió al
general Marshall jefe supremo de las Fuerzas Armadas
norteamericanas. Este le sugirió que se reuniera con los mandos
norteamericanos y que le presentara alternativas. Esa misma noche
tuvo lugar ese encuentro. Estaban Spaatz, responsable de la VIII
fuerza aérea; Bradley, Hodges, Gerow y Patton, de las fuerzas
terrestres, y Maxwell Taylor y James M. Gavin, jefes de la 101.ª y 82
Divisiones Aerotransportadas. Ike, muy serio tomo la palabra:

— me acaba de comunicar Monty que ha recibido instrucciones de


Londres. No participarán en ninguna operación ofensiva. Tampoco
las fuerzas de la Commonwealt, así que...

— estamos solos — afirmó Bradley.

— valientes ratas. Venimos a salvarles el culo y al primer


contratiempo se cagan encima. Y me espero lo peor con los
franchutes. Me han dicho mis oficiales de enlace que la II DB está
llena de corrillos y rumores. Cuando uno de los nuestros se acerca a
una reunión enmudecen, cuando no le expulsan, diciéndole que es
sólo para franceses.

Quien así habló fue Patton, muy enfurecido. Tomo la palabra


Eisenhower.

— bien, analicemos la situación. Ahora mismo se trata de establecer


una estrategia para ofrecérsela al presidente. Creo que el estará de
acuerdo en que no hemos venido hasta aquí para volver a casa con el
rabo entre las piernas, así que vamos a ver cómo acabamos con estos
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malditos nazis de una vez por todas, y deprisa, porque si los rusos se
retiran, no tardarán en enviar tropas desde el frente oriental, así que
a trabajar. Spaatz, quiero saber de cuantos aviones, combustible y
reservas disponemos, incluyendo los prestados al resto de los aliados.
Tome los hombres que necesite pero quiero un control total sobre
nuestro material. Voy a reunirme con inteligencia.

Las órdenes del gobierno británico fueron recibidas por las tropas
con gran decepción y desconcierto. Los escoceses, australianos y
canadienses querían seguir junto a los americanos pero finalmente
las unidades escocesas obedecieron. No así australianos,
canadienses, polacos, belgas, holandeses y de otros países que,
abiertamente hicieron caso omiso y se reorganizaron junto con las
fuerzas americanas de Simpson y Hodges, encuadradas originalmente
a las órdenes de Montgomery.

Mientras esto ocurría en el frente aliado, en Berlín, tenía lugar otra


reunión entre Guderian, von Manstein y Dietrich, el nuevo gabinete
de guerra que sustituía al OKW, el Oberkommando de la
Wehrmacht. Jodl y Keitel habían sido relevados y enviados a
coordinar el traslado del enorme contingente de tropas alemanas
estacionado en Noruega desde el inicio de la guerra. El objetivo era
reorganizar lo que quedaba del antaño poderoso ejército alemán.
Hitler preparaba una serie de condiciones adicionales con los
responsables del ejército rojo. Ya habían iniciado la retirada, pero no
podrían llevar consigo los centros de abastecimiento, combustible,
municiones, artillería pesada, blindados y todo aquello que fuera
susceptible de utilización militar. Una parte importante de camiones
studebacker procedentes de los Estados Unidos fue también
requisado para la vuelta de los refugiados de Prusia Oriental. Por
orden directa del Führer no hubo represalias, salvo a muchos guardas
del Partido nazi a los que la gente odiaba casi tanto como a los rusos.
En su tren especial y a pesar del estado de la red ferroviaria, se
reuniría lo antes posible con el Mariscal Zhukov con el fin de
formalizar el final de las hostilidades. Lo harían en Dresden, una joya
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del barroco arrasada por los bombarderos aliados apenas un mes


antes. Aunque Zhukov no tenía representatividad alguna, dado el
vacío de poder, se consideró obligado a asistir por su indiscutible
autoridad moral. Había otros fines, claro. Desaparecido el zar rojo y
la mayor parte de los miembros del Politburó, el futuro de la Unión
Soviética era una incógnita. Era pública y notoria su rivalidad con
Konev, el otro victorioso mariscal, rivalidad que gustaba de alentar
Stalin. Además, también el Mariscal Antonov y el alto estado mayor,
la Stavka, se habían desintegrado con la bomba. Si a esto sumamos el
deseo de cambio político mayoritariamente reinante en las filas del
Ejército Rojo, tras la desastrosa reacción ante el ataque alemán de
1941, podemos concluir que Zhukov tenía fundados motivos para
asumir la representación del ejército rojo y, en definitiva, de la URSS.
Tres días después tuvo lugar el encuentro. Hitler acudió con su
inseparable Speer y con Von Manstein, buen conocedor del frente
oriental. Al Mariscal ruso le acompañaba un hombre calvo y
regordete, con pinta de campesino. Era el comisario político
responsable de la defensa de Stalingrado: Nikita Kruschev, nuevo
hombre fuerte de la URSS, elegido "in pectore" por los miembros del
Politburó que se encontraban ausentes de Moscú aquel fatídico día.
Kruschev, un héroe de la crucial victoria en Stalingrado, tenía sus
propias ideas para la posguerra: ganar tiempo para el proyecto
Borodino, el equivalente al Manhattan, del que Rusia estaba
puntualmente informada por los espías infiltrados. Ahora mismo
todos los acuerdos firmados por Stalin con las potencias occidentales
eran papel mojado. Yalta había pasado a la historia, y tenía que
entenderse con Alemania al menor coste posible.

Las delegaciones se encontraron en la estación. Hitler con una


educación exquisita pidió a los rusos dar un paseo por la destruida
ciudad. Speer, arquitecto de profesión y buen conocedor de la
historia del arte, fue explicando los monumentos en ruinas a sus
acompañantes. Hitler, visiblemente emocionado, derramó más de
una lágrima. Los rusos estaban desconcertados. Acababa de borrar

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del mapa una perla del arte eslavo y amenazaba con hacer lo mismo
con la antigua San Petersburgo y lloraba...

Para Hitler ahora el problema eran los Estados Unidos. La RSHA le


tenía informado de la espantada del Reino Unido, aterrorizado por la
posibilidad de que Londres y otras ciudades inglesas siguieran la
misma suerte que Moscú. Hitler ya era consciente del valor y
resolución de los jóvenes americanos y su capacidad para el
combate. Desplazar divisiones bien pertrechadas al oeste lo más
rápidamente posible era algo fundamental para el desarrollo
favorable del conflicto. Además tenía que asegurarse de nuevo el
petróleo de Plöesti y la neutralidad de la resistencia en la prevista
vuelta de las divisiones inmovilizadas en Grecia, Albania y
Yugoeslavia, resistencia que se encontraba muy mayoritariamente
bajo el control total del partido comunista.

Hitler fue especialmente generoso. Permitió a los rusos conservar


Ukrania (Kruschev era ukraniano), Bielorusia, parte de los Estados
Bálticos, y una zona de Polonia. Las compensaciones de guerra serían
objeto de acuerdos posteriores. En cambio tuvieron que devolver los
territorios arrancados a Finlandia. De esta forma Hitler pagaba el
inmenso favor que permitió a su V2 acercarse a Moscú. Exigió a los
rusos generosidad con los prisioneros obligados a trabajar en el
programa de armamento. También se comprometió a facilitar ayuda
médica para los supervivientes por la radiación, que empresas como
Bayer llevaban años investigando por si la bomba hubiera caído
sobre Alemania. Los acuerdos provisionales se firmaron tres días
después. Hitler tenía asegurada la tranquilidad en el frente del este.

Todas las divisiones alemanas, tanto de la Wehrmacht como de las SS


iniciaron el camino hacia Brno en Checoslovaquia, centro de
concentración e importante nido de comunicaciones, donde ingentes
cantidades de combustible y pertrechos abandonadas por el ejército
ruso debían trasladarse hacia el frente occidental. Partían de los
Balcanes, Grecia, Hungría, Rumanía, de las bolsas atrapadas en los
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Estados Bálticos y de parte de la Prusia oriental que todavía resistía.


Plöesti, abandonada por las fuerzas soviéticas, sería desde nuevo
operativa. Aunque sufrió nuevos bombardeos de la octava fuerza
Aérea, el suministro se restableció. La población civil volvía a sus
casas, abandonadas por la brutal ofensiva del ejército rojo.
Ordenadamente las fueron ocupando. Ya nunca seria lo mismo.

Mientras tanto, Eisenhower, informado por su inteligencia militar que


manejaba datos facilitados desde el mismísimo proyecto Manhattan,
intentó convencer a las autoridades políticas, científicas y militares
británicas de la casi imposibilidad de que Alemania dispusiera de más
bombas atómicas. Roosewelt era incapaz de articular diez frases
seguidas, así que le correspondió al vicepresidente Truman la tarea
de intentarlo con Winston Churchill, también sin resultados.
Eisenhower se resignó y reaccionó con diligencia. A toda prisa
ordenó trasladar todo su Estado Mayor a Estrasburgo, que había sido
liberado en noviembre. Allí se encontraban estacionadas las fuerzas
francesas libres, pertrechadas con material enteramente
estadounidense, material que pensaba recuperar. Repasó el plan
elaborado por los estados mayores de Gerow, Patton y Bradley.
Tardarían unos días en reagrupar al grueso de los ejércitos para
atacar Berlín con tres puntas de lanza. Habían varias cabezas de
puente en el Rhin y en el Elba muy consolidadas que iban a permitir
el paso fluido de las fuerzas acorazadas. La única oposición, ya
bastante debilitada, era el grupo de ejércitos centro del
Feldmarschall Walter Model. Los dos ejércitos norteamericanos I y
IX, atacarían al norte. A pesar de su poderío y superioridad, en
realidad eran de distracción. La verdadera punta de ariete
correspondía al III ejército de Patton, que se encontraba ya muy
cerca de la frontera checa, y era la que según el plan, alcanzaría
Berlín en apenas tres días siguiendo la Autobahnn que enlazaba
Munich y Leizpig con Berlín. El ataque estaba previsto para el día 10
de abril. Pero lo más audaz, que Marshall y Truman aprobaron a
regañadientes, era el desembarco de las divisiones aerotransportadas
82 y 101, que caerían en el mismo centro de Berlín, acción que se
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llevaría a cabo en cuanto la infraestructura aérea de transporte lo


permitiera. En cuanto los C-47 y los planeadores despegaran de sus
bases en Inglaterra y Francia, las fuerzas terrestres serían
puntualmente informadas para actuar en total coordinación.

Spaatz había ordenado sellar las bases de la VIII fuerza Aérea donde
todavía se encontraban gran parte de los B-17 y B-24, así como
aquellas donde se concentraban los equipos de abastecimiento y
manutención. No había tenido ningún problema, pero en
Washington se recibió una protesta formal de Whitehall por lo que
consideraban acción unilateral del antiguo aliado. Roosewelt, en uno
de sus ya escasos momentos de lucidez, respondió recordando a
Churchill que todavía estaban en guerra con Japón, y que el ejército
británico dependía enteramente de los Estados Unidos para
mantenerse en Birmania y conservar la India. Ahí se acabó la
resistencia. A partir de entonces, toda la operación de trasladar al
puerto de Amberes la línea de transporte de material de guerra desde
América se llevó a cabo sin problemas.

Los oficiales de enlace rusos habían desaparecido hacia mucho


tiempo con lo que Eisenhower no tenia ni idea de los movimientos de
tropas que estaban teniendo lugar en la Europa central, así que
ordenó salidas masivas de aviones de reconocimiento fuera del
alcance de la Luftwaffe, que hacía tiempo que apenas daba señales
de vida.

La antiguamente todopoderosa fuerza aérea nazi era una sombra ya


muy desdibujada. La desgraciada operación Bodenplatte del día de
Año Nuevo fue su golpe de gracia. Menos de 100 aparatos quedaban
operativos, pero sin apenas municiones ni menos todavía
combustible. Los protocolos adicionales al acuerdo con Kruschev
permitieron recuperar un buen número de pilotos capturados o
derribados en la ofensiva soviética, entre ellos a Hartmann, el as de
ases de la Luftwaffe. También algunos sturmovik que se encontraban
casualmente en aeropuertos habilitados en suelo alemán fueron
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requisados. Ya no quedaban cadenas de producción en las fábricas de


aviones, y volver a hacerlas operativas iba a costar un esfuerzo
sobrehumano, y todo eso contando con que los bombardeos no se
repitieran.

El mando de bombarderos aliado pensaba que las fábricas de


armamento habían llegado a su fin o, al menos, eso creían los
alemanes, dada la cruenta campaña de los últimos meses sobre
ciudades. Hitler, en una de sus reuniones con su gabinete de crisis,
había ordenado detener a su antaño número dos, el jefe de la
Luftwaffe Herman Göring. Fue destituido de todos sus cargos y
encarcelado junto a Bormann en la Prinz Albrechtrasse, la sede de la
Gestapo En su sustitución puso al jefe de cazas, Adolf Galland, un
hombre de acción. Veterano de la legión Cóndor, gozaba de una gran
experiencia, amén de una indiscutible autoridad moral. Lo malo es
que no había mucho con que poder hacer frente al dominio absoluto
del aire de los aliados. Sólo unas pocas escuadrillas de cazas
dedicadas a la defensa de los bombardeos quedaban operativas.

Mientras tanto en Italia, el VIII ejército británico era un caos total. Al


igual que lo sucedido en Alemania, hubo muchas divisiones que
querían seguir hasta la victoria definitiva. Finalmente los polacos de
Anders y los neozelandeses de Freyberg se desentendieron de la
cadena de mando y se unieron al V ejército del general Mark Clark.
Los australianos, a pesar de los esfuerzos ingleses, también les
siguieron. Los aviones de reconocimiento de Doolitle que vigilaban
las líneas alemanas observaron un discreto repliegue, pero lo que
realmente les pareció preocupante fueron los movimientos hacia el
norte de grandes cantidades de fuerzas de la Wehrmacht sobretodo
desde Yugoeslavia, ante la pasividad de la resistencia de los
partisanos de Tito. Las fortalezas B-17 y los liberators B-24
desplazados en Italia y Sicilia bombardearon de inmediato los nudos
y redes de comunicaciones, así como los aeropuertos de la Luftwaffe,
mientras los bombarderos ligeros B-25, Havocs y Marauders, sin
oposición aérea, complicaban a las columnas alemanas el
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movimiento hacia el Norte. Clark recibió la orden de Marshall de


ponerse bajo el mando supremo del SHAAF.

Cuando Eisenhower y su estado mayor llegaron a Estrasburgo se


encontraron con una actitud más que opositora por parte de varios
batallones de la 2DB de Leclerc y del primer ejército francés de
Lattre de Tassigny ante la exigencia de devolver el material
americano si finalmente desistían de incorporarse al avance aliado,
resistencia que duró muy poco cuando la Legión extranjera y otras
formaciones coloniales se pusieron claramente del lado de seguir
luchando. También se incorporaron a las fuerzas aliadas algunas
compañías francesas provenientes de las colonias desoyendo a sus
mandos.

El Feldmarschall Walter Model, estacionado en la región del Rhur,


informó inmediatamente a Berlín de los movimientos observados en
el bando aliado. El gabinete de crisis necesitaba con urgencia lo que
no tenia: tiempo. Con su habitual claridad se expresó Guderian:

– Mein Führer, en el estado en que se encuentran las vías férreas y


los nudos de comunicaciones, si los americanos lanzan su ofensiva
antes del mes de mayo no podremos pararlos.

Hitler mostraba un faz más beatífica de lo que cabía esperar dada la


gravedad de la situación. Sólo un enigmático Speer compartía esa
tranquilidad. Ante la cara de asombro de Guderian, Manstein y
Diedrich, le dijo a su ministro de armamento.

— Sr Speer, cuente a estos caballeros qué está pasando en estos


momentos en el Atlántico norte.

El ministro ya había sacado varios documentos de su cartera de


cuero. Consultó su reloj, manipuló su regla de cálculo y extendió una
carta marina. Con un lápiz rojo marcó una trayectoria desde

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Noruega hasta nueva York, y un circulo aproximadamente a mitad de


recorrido.

— en estos momentos, el buque de la Kriegsmarine Germania se


encuentra más o menos en este punto del Atlántico. Pasado mañana,
día 12 de abril estará a menos de doscientas millas de la ciudad de
Nueva York.

— Germania?— Sepp dietrich preguntó. — Jamás había oído ese


nombre.

— el Germania es una versión mejorada del malogrado Graff


Zeppelin, un portaaeronaves de 28.000 Tm. capaz de navegar a 28
nudos, construido en el astillero subterráneo de Ludendorff. Lleva a
bordo una rampa de lanzamiento y dos cohetes V-2 modificados
como el que alcanzó Moscú, cada uno de ellos cargado con una
bomba nuclear. También lleva 5 nuevos Dorniers 335 de dos motores

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con un una autonomía de 1000 millas, capaces de transportar una


variante de la bomba de menor potencia, pero también menos peso.

Speer hizo una pausa.

– el Germania navega por el Atlántico norte por rutas no transitadas.


Desde que cayó la bomba en Murmansk los convoyes de ayuda
americana se han interrumpido. No hay nadie por allí... salvo el
Germania.

— y los Catalinas de la Guardia costera?

– es un riesgo que debemos correr. Los convoyes americanos de


suministros se han desviado hacia el puerto de Amberes, más al sur.
Ellos creen que hemos perdido la capacidad de hacerles frente en el
mar. Ni por asomo nos esperan.

Ahora intervino Hitler.

— caballeros, la cuestión es que en poco más de 72 h estaremos en


posición de lanzar una bomba atómica sobre Washington, y eso
significa que ganaremos la guerra.

La magnitud de la revelación dejó caer una expresión sombría en


militares como Manstein o Guderian, hombres acostumbrados a otro
tipo de enfrentamientos. Destruir hasta los cimientos una ciudad de
varios millones de habitantes sin que saber desde donde había
llegado el golpe era para ellos difícil de entender. Uno de los
generales preguntó señalando el mapa.

– si Nueva York está aquí y lanzaremos el cohete más o menos desde


aquí... Para qué queremos la otra bomba?

— para asegurarnos que no habrá respuesta— contestó Speer,


señalando un punto de la costa, más al sur de Nueva York.
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– el plan consiste en pasar por las mismas narices de Norfolk, la base


de la Marina americana. Unas 100 millas más al sur se encuentra el
cordón costero de Hatteras. Ese será el punto de lanzamiento del V-2
modificado, que tendrá Washington su alcance. Una vez despejada la
cubierta tras el lanzamiento, los cinco Dorniers despegaran. Uno de
ellos llevará la bomba. Los otros cuatro serán su escolta, equipados
como cazas nocturnos. Hasta Oak Ridge hay menos de 600 km. Eso
quiere decir que teniendo en cuenta que se trata del avión a pistón
más rápido del mundo, ambos artefactos estallarán con una cadencia
de más o menos 40 minutos. Los aviones tendrán tiempo de sobra de
volver. Los norteamericanos ni sabrán qué ha pasado.

— Oak Ridge?

– si, es el complejo de laboratorios donde los americanos están


construyendo su bomba. Lo llaman Proyecto Manhattan.

— y la segunda V-2?

— una vez la capital sea borrada del mapa dejaremos un vacío de


poder mayor que el que creó la bomba sobre Moscú. El Pentágono, la
Casa Blanca, el Congreso, el FBI... todo habrá desaparecido.
Eisenhower no tendrá más remedio que capitular ante el ultimátum.

— ultimátum?

— si no se rinde lanzaremos la segunda V-2 sobre la ciudad de Nueva


York.

Un opresivo silencio cayó sobre los hombres allí reunidos. Apenas


tres días, tres, y todo terminaría. Entonces hizo su aparición un
ordenanza con un teletipo urgente recibido en la Cancillería. Se lo
dio al Führer. Este lo tomó y lo leyó. Lo dejó sobre la mesa, se quitó
las gafas.
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– caballeros, los americanos acaban de lanzar su ofensiva. Han


atravesado el Elba. Han rebasado las defensas de Model. Vienen hacia
aquí. Según el Feldmarschall llegarán en tres días.

Siguiendo las órdenes de Eisenhower, el general Clark con el V


ejército Norteamericano, y con las unidades fieles del antiguo VIII
ejército británico atacó la madrugada del 11 de Abril entrando en el
valle del Po con el objetivo último de acercarse al máximo a la
frontera austríaca. La resistencia comunista italiana había dejado de
hostigar a Kesselsing, pero este y parte de sus fuerzas habían sido
trasladados a la defensa de Berlín. La ofensiva tenia que avanzar
hacia Milan y crear una base logística para la fuerza aérea de

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Doolitle. Desde ahí podría bombardear las comunicaciones hacia el


oeste e impedir la llegada de refuerzos que dificultaran la marcha
sobre la capital del Reich. Simultáneamente, Bradley y Gerow con el
grupo de Ejercitos I y IX atravesaban el Elba desde Magdeburgo,
mientras Patton viraba al norte desde el macizo de Harz, casi en la
frontera de Checoslovaquia. Si los cálculos sobre las fuerzas
alemanas y su capacidad de aguante eran correctos, el 13 de abril
estarían en los arrabales de Berlín.

Con el fin de cortar de raíz la vuelta de los 400.000 soldados


alemanes estacionados en Noruega, las otras fuerzas integrantes del
grupo británico de Montgomery, es decir, el I Ejército canadiense, el
IX del teniente general William H. Simpson y casi todo el I de
Hodges, se dirigían hacia Hamburgo buscando la frontera con
Dinamarca. Esta acción fue precedida con intensos bombardeos
sobre los nudos de comunicaciones en el escenario centroeuropeo de

la VIII fuerza Aérea desde sus bases en Inglaterra.

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A partir de la noticia de la ofensiva americana la actividad en el


búnker fue frenética. Conforme iban llegando noticias del descalabro
de Model y la escasa resistencia que podían ofrecer el tercer ejército
de Panzer de Manteuffel y el 21° ejército del general Von Tippelskirch
a la ofensiva norteamericana , el pesimismo fue invadiendo los
rostros de los allí reunidos. La división Panzer de Hoth, muy
desabastecida, intentó unirse a frenar al III ejército mecanizado de
Patton, una máquina bien engrasada que avanzaba hacia Leizpig, a
sólo 157 km. No pudo retrasar el avance. Los escasos King Tiger
quedaron pronto inmovilizados por falta de combustible. Y es que los
ansiados suministros provenientes del ejército Rojo apenas
avanzaban en un atasco infernal de vías de comunicación
impracticables por la acción de los bombardeos masivos de los
bombarderos medios, de los B-17 y Liberators, que partían sin
descanso desde Francia, Inglaterra e Italia.

La Luftwaffe poco podía hacer hostigada por los cazas P-51 y P-38.
Por si fuera poco, los cazabombarderos Thunderbolt actuaban a
placer con sus cohetes sobre las escasas defensas alemanas. Al
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finalizar el día llegó la noticia: Patton estaba en Leizpig, a tiro de


Berlín. Y dos horas más tarde llegó otra todavía peor: Hamburgo
había caído. También una noticia convulsionó a todo el escenario de
guerra: Roosewelt había fallecido.

La noticia de la muerte del Presidente supuso una gran conmoción


para las tropas americanas. Eisenhower estaba muy afectado, aunque
las últimas semanas su interlocutor habitual era el jefe supremo de
las fuerzas armadas, el general George Marshall. Este fue informado
de los avances militares, y le comunicó la próxima presencia en
Europa del nuevo presidente Harry Truman. También supo de la
inminente operación prevista para el día siguiente que podría decidir
el resultado de la guerra en 48 h. En ese momento el Germania se
encontraba a una jornada de Nueva York.

En el búnker no se descansaba. Guderian, Dietrich y Manstein


intentaban organizar el caos, pero amargamente señalaban las
escasas posibilidades de los focos de resistencia, esperando que se
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pudiera aguantar hasta la llegada de refuerzos del este. La


Kriegsmarine había conseguido rescatar las fuerzas de la Wehrmacht
que habían quedado atrapadas en el istmo de Curtlandia, pero
estaban inmersas e impotentes en el caos de las comunicaciones
bombardeadas una y otra vez por la omnipresente aviación
americana. Al sur de Berlín, unos veinticinco mil hombres de lo que
quedaba del IX Ejército de Busse junto a los restos de las divisiones
de Wenck, eran la única esperanza para aguantar las 24 horas que
necesitaba el Germania. También habían sido desplazados algunos
destacamentos extranjeros de las Waffen-SS, escandinavos y
franceses: la división Nordland y la Carlomagno. Pero el intento más
infructuoso e inmerecido era el del nuevo jefe de la Luftwaffe Adolf
Gallandt, que trataba sin éxito de organizar algunas escuadrillas de
cazas, pero ya era tarde. La situación era desesperada.

Hitler, acompañado de Goebbels, su familia, y sus allegados íntimos,


se retiró a las estancias privadas del búnker a esperar
acontecimientos. Tenia todavía esperanzas y se encontraba
relativamente tranquilo. Eva Braun estaba con él. Magda Goebbels y
sus hijos también formaban parte de ese grupo. Contaban con que
como muy pronto los americanos llegarían a Postdam a la noche del
día siguiente. Todos se fueron a dormir.

Hacía casi un mes que Berlín había sido sustituido como objetivo de
los bombardeos aliados por lo que quedaba de las factorías
energéticas: caucho-buma, benceno, refinerías e industrias de
armamento. La fábrica de Messerschmitt al igual que muchas otras
que había sido arrasada, estaba abandonada. Eran las 5 de la
madrugada y las sirenas volvieron a sonar en la capital del Reich. La
población, sorprendida tras tantos días de paz salió de sus casas
buscando los refugios y los túneles del metro. Centenares de
fortalezas volantes y Liberators volvían a la carga, y la única defensa
eran las flaktowers. Estos monstruos de hormigón armado se
distribuían por toda la ciudad, pero ante la urgencia de reforzar las

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defensas del extrarradio de Berlín habían sido desmanteladas en


parte.

Pero era una operación de distracción. No cayó ni una sola bomba


en Berlín. Los bombarderos pesados pasaron de largo y se dirigieron
al este, a machacar de nuevo a los convoyes de aprovisionamiento.
Volando en formación tras los bombarderos, pero a más baja altura,
estaban los aviones de transporte, los C-47, que empezaron a escupir
a los paracaidistas de las Águilas chillonas sobre el mismo centro de
la ciudad. Y es que Berlín, a diferencia desde otras ciudades
alemanas, tenía amplias zonas libres de edificios que permitían
desembarcos aerotransportados. Una de esos amplios espacios era el
distrito gubernamental de la Wilheimstrasse, la amplia avenida de la
Unter Den Linden, el Reichstag, la Haupbanhoff y, sobretodo el
parque Tiergarden. Si la 101 lograba hacer llegar una relativamente
pequeña parte de sus efectivos dentro de esa zona, podría llegar con

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cierta facilidad a la Cancillería y asegurar sin tomarlo el Sancta

Sanctorum del Régimen Nazi.

Y es que, desaparecida la amenaza del Ejército Rojo, precedida por


su terrorífico avance en su ofensiva desde el Vistula por tierras de
Prusia Oriental, la desmovilización de los ancianos y niños del
Volkssturm dejaba a Berlín casi desprotegida. Sólo restaban con muy
mermada capacidad operativa la guarnición de defensa del distrito
gubernamental al mando del Brigadeführer Wilhelm Mohnke, y una
parte de la 18.ª División de Granaderos Acorazados y de la División
Panzer Müncheberg, que se encontraba al oeste de la ciudad , en
Charlottenbrücke y en la fortaleza de Spandau.

La otra punta de la tenaza no era otra que la 82 Aerotransportada,


que, al mismo tiempo que la 101, caía con sus planeadores cargados
de vehículos ligeros al norte y sur de Berlín, en los alrededores de los
aeropuertos de Tegel y Tempelhoff, amplios espacios abiertos,
paradójicamente, con varios cazas Focke wulf 190 alineados sin una

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gota de combustible. Su misión era reforzar a la 101 en sus objetivos


primarios, y neutralizar la resistencia alemana en Charlottenbrücke y
Spandau.

Las noticias de que Berlín estaba invadida desde el aire cayó como
un jarro de agua helada en el búnker. Cuando se produjo la alarma
aérea, tal como era su costumbre, el ministro de armamento Albert
Speer se dirigió a la flaktower del Zoo a contemplar el bombardeo.
Al comprobar que se trataba de un engaño, volvió pitando en su
kubelwagen a la Cancillería. A su entrada en el búnker lo que vio fue
el sentimiento generalizado de todos los presentes de que ya nada se
podía hacer. Hitler, Eva Braun y la familia Goebbels, así como su
círculo íntimo, se habían encerrado en las estancias privadas. El
Führer acababa de conocer por un despacho urgente la deserción del
reichsführer Himmler, "der treue Heinrich" tal como lo llamaba
Hitler. Himmler había contactado con el conde Bernardotte,
embajador de Suecia. Pretendía que intercediera ante los
norteamericanos como garante de salvaguardar el orden ante el
previsible caos. No tuvo éxito y acabó suicidándose. Hitler estaba
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profundamente deprimido. Speer por mucho que lo intentó, no pudo


entrar a verle por última vez.

Varios batallones de la 101 habían caído muy cerca de la flaktower


del Zoo. No encontraron demasiada resistencia, y pronto los cañones
dobles dejaron de disparar. El parque Tiergarden, convertido en un
paisaje muy parecido al de un campo de batalla de la primera guerra
Mundial a causa de los bombardeos, pronto se llenó de flores blancas
cayendo del cielo con la segunda oleada de paracaidistas. La
reunificación con los de la 82ª provenientes de la zona norte tendría
lugar al final de la gran avenida que cruzaba el parque: la puerta de
Brandeburgo.

Esta división lo tuvo más complicado, ya que muchos planeadores


cayeron sobre el lago cercano al aeropuerto de Tegel, y la fortaleza
de Spandau les hostigaba con sus piezas de 88 mm. En cambio, en
Tempelhoff no hubo problemas. Incluso algunos C-47 se atrevieron a
aterrizar en las mismísimas pistas. Pronto fueron desplegados en
jeeps, piezas de artillería ligera y otros vehículos ligeros para apoyar
a la 101.

Las órdenes de las fuerzas aerotransportadas eran asegurar y cercar


el área gubernamental, muy cercana a la puerta de Brandeburgo. El
Brigadeführer Wilhelm Mohnke que estaba al mando de la
guarnición pero carecía de armamento pesado, pronto se vio
superado por los paracaidistas, que se adentraron en la
UnterDelLinden y sellaron el perímetro. Sólo había que esperar al
ejercito. No eran conscientes de la importancia que tenía la rapidez
en neutralizar a los jerarcas nazis, que impediría la mayor catástrofe
de los Estados Unidos.

Las luces de la base naval de Norkfold brillaban en la oscuridad


desde una noche sin luna. No eran conscientes del peligro. La guerra
quedaba demasiado lejos. 5 horas más y el Germania estaría en
posición de proceder a asestar su golpe mortal.
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La comunicación de que las fuerzas aerotransportadas habían


alcanzado sus objetivos llegó al cuartel general del SHAEFF a las
16,55 h. Bradley y Hodges habían encontrado más resistencia que
Patton, que se encontraba muy cerca de Postdam, a punto de enlazar
con la 82ª. Su único obstáculo eran los restos de 18ª División de
Granaderos Acorazados y de la Panzer Müncheberg. Eisenhower
esperaba al Presidente Truman y al jefe de estado mayor Marshall
tres días después. Entonces, al conocer el temprano éxito de las
fuerzas aerotransportadas, tomó una decisión.

El capitán de la avanzadilla de reconocimiento consultaba el mapa


sentado en su Halftrack. Se había perdido. Sabía que había dejado
Postdam a su izquierda. Su sentido de la orientación le decía que
tenía que ir "p'arriba", buscando el Norte. No se equivocaba. Su
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columna tenia orden de volver atrás cuando encontrará algún tipo de


resistencia e informar a su comandante, así que siguió adelante. La
sorpresa fue encontrarse con un Jeep y tres paracas fumando.
Cuando vieron el semioruga le dijeron en inglés.

– ya era hora.

El capitán no entendió nada.

– donde está la Postdamer plas?– preguntó en su macarrónico


francés.

El coronel Anthony Clement McAuliffe recibió la llamada cuando


supervisaba la labor de despejar las cuatro baterías dobles de la
terraza de la flaktower.

– Nuts? Soy Taylor. Órdenes de Ike. No esperamos a Patton. Refuerza


la posición y con todo lo que puedas reunir vete a la Cancillería y
cázalos a todos.

Por tercera vez Speer intentó ver al Führer sin resultado. Las
estancias privadas estaban cerradas a cal y canto. Nada se sabía de lo
que estaba ocurriendo allí dentro. Faltaba menos de una hora para
que el Germania estuviera en posición de ataque. Dada la inminente
llegada de los paracaidistas americanos, había mandado instalar en el
búnker la máquina de códigos Enigma. El comandante de la nave, el
legendario marino de U-boat Prien, había comunicado que la
inminente llegada al punto de lanzamiento se estaba produciendo sin
problemas. Ahora era Hitler quien debía dar la orden. Mohnke hacía
unos minutos que había subido de nuevo tras anunciar que se habían
avistado americanos en la puerta de Brandeburgo. El tiempo era
crucial. Speer era el único que permanecía en la sala de juntas del
búnker. Dietrich, Guderian y Manstein se encontraban en la
Cancillería. De repente la puerta metálica se abrió.

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Los mapas de que disponían los hombres de la 101 eran muy


deficientes. McAuliffe junto al teniente Ronald Speirs, Lewis Nixon y
otros soldados de la Compañia Easy, intentaban aclararse por donde
seguir. La imponente puerta de Brandeburgo daba paso a una amplia
avenida, pero ni rastro del objetivo. La zona estaba desierta. Sin
saber qué hacer, el coronel, señalando el fronspicio del monumento,
ordenó.

– que suban tus hombres ahí arriba, a ver qué coño hay por los
alrededores. Según esto debemos estar muy cerca.

Una nube de humo salió de la puerta blindada, al aparecer tosiendo


Traudl Junge, la secretaria de Hitler. Speer tuvo que sujetarla para
que no cayera. La sentó en una silla y mandó traer agua. Una vez
medio repuesta exclamó con lágrimas en los ojos:

– están todos muertos. Krebs se encargó de todo

Se refería al general Krebs, uno de los últimos ayudas de cámara del


Führer. Traudl contó lo que habían sido las últimas horas de Adolf
Hitler. Obsesionado con la idea de acabar como Mussolini y su novia
Clara Petacci colgando boca abajo de una marquesina en una
estación de servicio en Milán, estaba dispuesto a que no le cogieran
vivo. Eva Braun también quería seguir su suerte. Entonces Hitler
comunicó a todos los presentes su intención y la de Eva de contraer
matrimonio. Goebbels había llevado a la salita privada del dictador a
un tal herr Walter Wagner, oficial del Gau de Berlín que tenía
potestad para celebrar una ceremonia de boda por lo civil. Wagner
hubo de preguntar tanto al Führer como a Fräulein Braun si eran
descendientes de arios en un 100 por 100 y si estaban libres de toda
enfermedad hereditaria. El acto no duró más de un par de minutos,
tras lo cual se celebró un breve refrigerio, y los recién casados se
despidieron de todos los presentes. La secretaria, que no cesaba de
sollozar, se refirió a los dos disparos que se oyeron, tras los cuales el

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general Krebs, acompañado desde otros oficiales, penetró en la salita


privada del Führer. Pasada media hora, Krebs regresó.

— Misión cumplida, el cadáver del Führer y de su esposa no serán


encontrados jamás. Larguense de aquí cuanto antes.

Tras lo cual desapareció por una de las galerías. Una gran explosión
llenó de humo toda la zona privada del búnker. Traudl, que había
perdido de vista al matrimonio Goebbels y a sus hijos salió todo lo
deprisa que pudo de allí, presa de un ataque de nervios hasta que
encontró la salida.

El teletipo escupió un mensaje. Descifrado por enigma, se le pasó a


Speer.

– el Germania en posición de ataque. Esperamos la orden.

El cabo Roe y los soldados Wynn, Lesnievsky y Hashey trataban de


sujetar la bandera, pero la cubierta de la puerta de Brandeburgo era
de dura piedra. El sargento Luz dirigía la difícil operación. Ya que
habían subido a buscar por donde paraba la guarida de los nazis,
iban a aprovechar para izar la enseña de las barras y estrellas, pero
no parecía fácil. El cabo Penkala, que también andaba por allí dio la
voz de alarma, justo cuando por fin el mástil se empezaba a encajar.

– sargento, blindados al sur.

Luz miró con sus prismáticos.

— venga hombre, son semiorugas, y de los nuestros.

La columna de Halftrack se acercaba desde la Postdamer Platz, e iba


directamente hacia ellos. Al ver la bandera amiga sacaron otra. Los
de la Easy se quedaron extrañados.

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– deben ser del tercer ejército.

– hay rumanos con Patton? Esa bandera...

– no. Estaban con los boches. Seguro que ese cabrón los ha fichado.

Los semioruga llegaron a la puerta. El oficial al mando se dirigió a los


paracaidistas que les esperaban en el arco central. No le entendíeron
y cuchicheó algo con su conductor. El soldado de la Easy "Tony"
García, al oírlo se acercó.

– capitán, no se apure. Hablo español.

– donde coño está la Cancillería. Tengo órdenes de no volver hasta


encontrar alemanes y no he visto ninguno desde hace tres horas. Y
allí seguro que encuentro.

– mi coronel y sus hombres están por allí. Vaya derechito por esa
avenida y gire si puede a la izquierda.

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El capitán le dio las gracias e hizo un gesto con el brazo. La columna


arrancó, atravesaron la puerta de Brandeburgo y enfilaron por la
Unter Den Linden.

Heinz Guderian llegó sofocado al búnker cuando Speer mandaba un


teletipo.

– el Führer ha muerto. Aborten la operación. Vuelvan a casa.

El teletipo cifrado salió hacia el Germania. Un minuto después llegó


la respuesta.

– entendido. Corto y cierro. Volvemos a Ludendorff.

Speer le pidió al ayuda de cámara que subiera a la cancillería y


bajara unas botellas de Lepanto, un magnífico coñac español. Ante
las dudas del subalterno, el ministro de armamento le indicó dónde
encontrarlas. Doce minutos después apareció con dos botellas y unas
copas de cristal de Bohemia. Speer le regaló una de las botellas y le
dijo que se marchara a casa. Después le sirvió una generosa copa a
Guderian e hizo lo mismo para él.

– bien Heinz, todo ha terminado. Salud.

El coronel McAuliffe acompañado de varios de sus hombres hizo su


entrada en la sala. Guderian se levantó y le hizo el saludo militar. El
americano contestó de la misma forma.

El presidente Harry Truman junto a su jefe de Estado Mayor George


Marshall, el secretario de estado Averell Harriman y el general
Dwight Eisenhower se reunieron el 15 de junio en Helsinky con el
premier Soviético Nikita Kruschev, que venía acompañado por el
ministro de Exteriores Molotov y los Mariscales Zhukov y Konev. Fue
una primera toma de contacto. Pronto se hizo evidente que los
primeros movimientos de revisión de la política Stalinista ya habían
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comenzado. La desastrosa gestión de Stalin antes y durante la


operación Barbarroja y su actitud en prácticamente la totalidad de ls
guerra, habían creado un profundo malestar en los cuadros del
ejército Rojo. La desaparición del "Vozhd", de Beria, Antonov, la
Stavska y toda la camarilla, habían propiciado un sentimiento
legítimo del poder que representaba el ejército, y su líder Zhukov era
el héroe para esos sufridos soldados y oficiales que hubieran ganado
la guerra de no ser por la superioridad tecnológica del enemigo.

Ya antes de que la bomba marcase un antes y un después, el deseo de


cambio político reinante en las filas del Ejército Rojo había
intensificado las sospechas de las autoridades soviéticas. Tanto los
oficiales como los soldados rasos manifestaban descaradamente sus
críticas al sistema comunista, y los comisarios políticos poca cosa
podían hacer salvo comunicarlo a Moscú. Las autoridades rusas
temían también las influencias extranjeras, sobre todo desde que sus
soldados habían visto las condiciones de vida mucho mejores que
había en Alemania. Se hablaba una vez más de la amenaza de actitud
«decembrista», en alusión a los jóvenes oficiales que regresaron a
Rusia de París tras la derrota de Napoleón, reconociendo que su país
seguía estando políticamente muy atrasado. Abandonados en 1941
por unos superiores incompetentes o aterrorizados, los soldados
soviéticos habían padecido el hambre y los horrores de una
desastrosa dirección de la guerra. Además, el pueblo ruso había
sufrido más que ningún otro las desgracias del conflicto. Más de 20
millones de muertos lo atestiguaban, y para el pueblo soviético, su
glorioso Ejército Rojo, consciente de su poder e influencia, estaba
dispuesto a hacer todo lo posible para aliviar sus desgracias. Así
pues, la dirección del partido comunista estaba atada de pies y
manos ante la exigencia de dejar en un segundo plano el
internacionalismo socialista en aras de un mejor nivel de vida de la
población. Y para eso necesitaban a los norteamericanos.

Truman no compartía el idealismo de su predecesor pero era un


hombre pragmático y sabía lo que había sufrido el pueblo ruso y
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cuántas vidas americanas le había ahorrado su sacrificio. Harriman le


había puesto al corriente de la actitud de Stalin y de las cesiones de
Roosewelt en aras de su proyecto de las Naciones Unidas que debía
asegurar la paz en el futuro. Desaparecido el Zar rojo, las cosas se
tornaban más fáciles. La inteligencia americana conocía los nuevos
aires propiciados por el papel preponderante de las fuerzas armadas
que contaban con el respaldo mayoritario de un pueblo ruso
extenuado por la guerra. Se trataba pues de superar Yalta, y ofrecer a
la URSS otras contrapartidas: una generosa financiación y bienes de
equipo para reconstruir un inmenso país asolado por la guerra. A
cambio, la coexistencia pacífica y colaboración en un mundo futuro
en paz. De la disposición favorable por parte de la actual dirección
de la URSS dependería una postguerra que trajera la reconstrucción
de una Europa en ruinas, siempre bajo la codirección de la nueva
alianza entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La elección de Helsinky tampoco era casualidad. La Unión Soviética


había estado en guerra con Finlandia. Los acuerdos firmados con
Hitler incluían la devolución de los territorios que esta perdió a favor
de aquella, pero en el nuevo escenario mundial tras la victoria
estadounidense, donde el mundo iba a ser cosa de dos se imponía
cerrar viejas heridas con el poderoso vecino.

El encuentro bilateral tenía que dar solución a una serie de temas de


vital importancia para el futuro del mundo:

El primero de ellos y más acuciante, Estados Unidos estaba en guerra


con el imperio japonés. Si la Unión Soviética declarara la guerra a
Japón, Truman estaba dispuesto a que Manchuria y otros territorios
se incorporaran a la URSS. A cambio esta ejercería su influencia
sobre los comunistas chinos intercediendo en su conflicto con
Chiang Kai Shek.

La desnazificación de Alemania y otros países con partidos


colaboracionistas como Hungría, Rumanía o Bélgica debía llevarse a
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cabo extirpando ese cáncer de raíz. Y los juicios para depurar los
crímenes de guerra comenzarían sin esperar al fin de las hostilidades,
e incorporarían, ademas de la URSS, Canadá, Nueva Zelanda y
Australia, a aquellos países que más habían sufrido el horror
nacionalsocialista, como Polonia, Bélgica, Grecia, Yugoslavia o
Checoslovaquia. Alemania estaba ocupada militarmente por la
potencia vencedora, los Estados Unidos de América, y esperaba
contar con la URSS y otros países como Polonia para colaborar en
esa tarea. Quedaban excluidos por decisión de los Estados Unidos,
tanto Gran Bretaña como Francia. Se llevaría a cabo un control total
sobre personas, empresas y entidades de todo tipo. El objetivo era
una nueva Alemania que dejara de ser un peligro para Europa y el
mundo.

Polonia era otra cuestión que dilucidar. Todo había comenzado al ser
invadida por Alemania primero, y por URSS después. El gobierno
provisional de Polonia huyó a Londres para seguir luchando. En estos
momentos había abandonado Londres tras la defección del Reino
Unido en continuar la guerra, y se había trasladado a Aquisgran, una
de las escasas ciudades alemanas que no había sido destruida por los
bombarderos aliados, con el propósito de regresar cuanto antes a su
tierra. Por expreso deseo del presidente Truman se había incorporado
al igual que otros países a la conferencia bilateral. En Varsovia, Stalin
había formado un gobierno títere. Polonia se encontraba todavía
ocupada por el ejército soviético, ya que Hitler había exigido sólo la
retirada del Reich. Era un asunto espinoso que habría de incluir las
futuras fronteras de Polonia, parte de la cual había sido ocupada por
los rusos en 1939 en virtud del pacto germanosoviético. Y lo mismo
podría decirse de una gran parte de la Europa central. Rumanía,
Hungría y Checoslovaquia, seguían ocupadas.

El horror de los campos de exterminio y la depuración de


responsabilidades debía alcanzar, no sólo a los jerarcas nazis y la
totalidad de la cadena ejecutora, sino a la población civil cómplice.
La práctica extendida de obligar a los habitantes adultos de las
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ciudades cercanas a ver con sus propios ojos lo que se había estado
haciendo al lado de sus casas, y a colaborar en las labores de
limpieza y ayuda, debía extenderse a todo el pueblo alemán.

Pero el ejército rojo estaba agotado, y más todavía los millones de


prisioneros y mano de obra forzada enviada a las fábricas, minas e
infraestructuras del Reich. Vivos Stalin, Beria, la NKVD y la línea
dura del ejército, su futuro hubiera sido muy incierto, pero las
circunstancias eran ahora diferentes. Todos querían volver a casa.

Y se daba una extraña paradoja. Los Estados Unidos habían entrado


en guerra por la agresión japonesa a Pearl Harbor, pero había sido
Hitler quien les declaró la guerra. El Presidente Roosewelt deseaba
una paz duradera bajo el auspicio de su gran apuesta, la
organización de Naciones Unidas, y contaba —o creía contar– con
Stalin para ese fin. Desaparecidos ambos mandatarios, Truman bajo
ningún concepto deseaba convertir a los Estados Unidos en el
gendarme de Europa, y aunque tenía sus dudas al respecto no le
quedaba otra opción que el sueño de Roosewelt. Contaba con
convencer a la URSS para que esa tarea fuera de interés común.

A pesar de los esfuerzos de gran Bretaña y Francia de formar parte


de la conferencia bajo el supuesto derecho de tratarse de algún
modo de potencias vencedoras, tanto los Estados Unidos como las
URSS se negaron en redondo. Es más, se les advirtió que en los
próximos años y patrocinado por ambos países, iba a procederse a
un profundo proceso de descolonización que llevaría a sus últimas
consecuencias el derecho de autodeterminación, incluso de
territorios en disputa dentro de la misma Europa. La entente de los
dos grandes funcionaba perfectamente a ese nivel.

Se llegó a acuerdos en relativamente poco tiempo. Tanto la


delegación de alto nivel americana como la soviética debían volver
con la mayor premura posible a sus países, pues había asuntos que
requerían su presencia, aunque por razones distintas. Después
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veremos el porqué. En adelante ya se encargarían los grupos


negociadores para concretarlos.

El gobierno provisional polaco volvió a Varsovia una semana después


de que Truman regresará a Washington, bajo los auspicios y
protección del ejército Rojo que inició ordenadamente la retirada. Al
igual que en Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, Bulgaria,
Yugoslavia, Albania y los Estados Bálticos, se celebrarían elecciones
donde concurrirían los partidos comunistas en igualdad de
condiciones, muy a pesar de Tito y del gobierno títere impuesto por
Stalin en Polonia. Ese fue el trago más amargo para muchos
comunistas soviéticos que veían en Yalta la confirmación de lo que
era un hecho "de facto": una gran área de influencia con gobiernos
controlados por la URSS. Estados Unidos, desafiando a Italia y a
Francia, apoyó sin fisuras el derecho de los comunistas a unas
elecciones libres que ingleses y franceses pretendían dificultar.

La delimitación de fronteras era también un tema espinoso,


sobretodo en el caso de Polonia. Existían territorios en disputa con la
URSS y con Alemania. La línea occidental fue fijada por los ríos
Oder-Neisse. Eso suponía que amplias regiones de la Prusia Oriental
pasaban a formar parte de Polonia. La delegación alemana que asistía
en calidad de oyente representada por personalidades perseguidas
por el nazismo entre las que se encontraban demócrata-cristianos
como Konrad Adenauer o socialistas como Willy Brandt tuvieron que
aceptar impotentes estos amargos pactos. También Polonia tuvo que
ceder. Se llegó a un acuerdo de circunstancias con los territorios
limítrofes con Rusia, buscando superar para siempre el conflicto
entre ambos países por ese motivo.

Los dos grandes acordaron también iniciar cuanto antes el proceso


de desnazificación, que iría a la par con los juicios por crímenes de
guerra. Estos se celebrarían en Nuremberg, ciudad icónica del
Nacionalsocialismo. Al contrario que la erradicación del nazismo
que recayó en las autoridades militares de las fuerzas de ocupación,
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para Nuremberg se incorporaron jueces de la sociedad civil, evitando


los de la jurisdicción militar. Estados Unidos y los aliados que
continuaron hasta la victoria final, incluyendo a países ocupados
como Polonia, Bélgica, Holanda, Dinamarca o Noruega, y claro está,
la URSS, aportaron juristas voluntarios para ese macroproceso. Los
resultados son conocidos. El caso más llamativo fue el de Albert
Speer, ministro de armamento y, por tanto, responsable de la
importación de la mano de obra forzosa que el Reich necesitaba, que
evitó la pena de muerte. Y es que los interrogatorios a que fue
sometido revelaron que las contradicciones entre una mente
privilegiada, un hombre creyente, y una enfermiza fascinación por
Adolf Hitler, produjeron un insano caldo de cultivo para unas
decisiones que hubieran sido impensables en otras circunstancias. Se
dice que salvó su vida a pesar de reconocer todo aquello por lo que
se le acusaba. Tuvieron que ser otros los que le defendieron
aportando pruebas de un sin fin de arriesgadas maniobras en defensa
de la Alemania que nacería tras la derrota. También se dice que
colaboró activamente desde la cárcel con las fuerzas de ocupación
en la ardua y difícil tarea de la desnazificación, así como la
progresiva implantación de una nueva administración civil que en un
futuro se hiciera cargo de la nueva Alemania.

Qué ocurrió en el mundo tras esos acuerdos?

Estados Unidos hizo explotar el 16 de julio una bomba atómica en


Alamogordo, en el desierto de Nevada. El 6 de Agosto, el Enola Gay,
un bombardero B-29, lanzó una bomba sobre Hiroshima. El 8 de
agosto Rusia declaró la guerra a Japón, entrando en Manchuria e
invadiendo las Islas Kuriles. El 9 de agosto cayó la segunda bomba
atómica sobre Nagasaki. El 15 de Agosto, el imperio Japonés se
rindió incondicionalmente.

Ante la desesperación de Francia, los territorios de Alsacia, Lorena,


además de El Sarre, ocupados por fuerzas estadounidenses,
celebraron referéndums que arrojaron la muy mayoritaria voluntad
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de sus habitantes para seguir siendo alemanes. Lo mismo ocurrió en


las zonas fronterizas entre Italia y Austria. Trieste siguió formando
parte de Italia.

Los procesos descolonizadores se iniciaron en Africa y Asia:


Indochina, Indonesia, la India, Argelia, El Congo Belga, Líbano,
Palestina... y otros más, fueron incorporándose como naciones libres,
bajo el auspicio de la recién creada Organización de Naciones
Unidas. El proceso siguió con territorios en régimen de protectorado,
como Egipto, Marruecos, Filipinas. Incluso con enclaves mucho más
pequeños como Gibraltar, Ceuta, Melilla, Macao o Hong Kong. Las
consecuencias fueron en muchos casos nefastas, como se vio
después. Los países africanos o de Oriente Medio en su mayoría
tenían fronteras artificiales, y los conflictos tribales pronto harían su
aparición. En otros casos como Rhodesia o Sudáfrica, abandonar por
la fuerza las políticas de apartheid, supuso también graves disturbios.
Era un proceso tan difícil y doloroso como necesario.

El último vestigio de fascismo en Europa, el General Franco, estaba


en el punto de mira. Los aliados le dieron un ultimátum. O dimitía o
una fuerza armada compuesta por más de 25.000 voluntarios
antifascistas entre los que se encontraban antiguos brigadistas y
miembros españoles del ejército aliado, bien pertrechadas
logísticamente, con armamento moderno, apoyo aéreo y naval,
invadiría la península. Las fuerzas armadas nacionales, sin la
presencia de los nazis e italianos, poco podían hacer. Franco se exilió
a Barranquilla, Colombia. De ahí nació la canción:

"se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla..."

Se celebraron elecciones libres bajo la supervisión de Naciones


Unidas tras un referéndum sobre la forma de gobierno que deseaban
los españoles, que se decantó por el regreso de la Monarquia. Dn
Juan de Borbón, el Conde de Barcelona, volvió a España, al igual que
los exiliados republicanos. Los presos políticos fueron liberados. Las
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elecciones fueron ganadas por una coalición de partidos moderados


que incluía a políticos republicanos de varias tendencias. Los
comunistas y anarquistas quedaron en franca minoría tras el partido
socialista, liderado por Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto, que
colaboró activamente como principal fuerza de la oposición en la
redacción de una nueva constitución que, en lo posible, restañara las
heridas de la guerra civil y abriera paso a la reconciliación de los
españoles. El gobierno de Oliveira Salazar en Portugal siguió la
misma suerte, a la par que Angola y Mozambique iniciaban también
su proceso descolonizador.

El Plan Marshall, llamado así por el flamante nuevo secretario de


Estado, el general George Marshall, tenía la denominación oficial de
European Recovery Program, ERP, y fue la respuesta de los Estados
Unidos para la reconstrucción de Europa. El plan estuvo en
funcionamiento durante cuatro años desde abril de 1948. Los
objetivos eran, no solo la reconstrucción, sino también eliminar
barreras al comercio, modernizar la industria europea y hacer
próspero de nuevo al continente. La URSS fue especialmente
favorecida por el plan, y a través del puerto de Vladivostok y un
modernizado Transiberiano fluyeron bienes de equipo para
reconstruir la maltrecha economía Soviética. Norteamérica fue
generosa con el Reino Unido y, Francia, que también fueron
beneficiarias de la ayuda norteamericana.

Y qué ocurrió con el Germania? Pues arribó sin problemas a la base


de Ludendorff. El comandante de la nave descargó los artefactos
nucleares y los cohetes, esperando la llegada de los americanos. Los
científicos e ingenieros así como todo el material se trasladó a los
Estados Unidos y se abandonó la base, que quedó al cuidado del
gobierno noruego. A finales del siglo XX la convirtió en Parque
Temático.

El 22 de Agosto de 1949, la Unión Soviética hizo estallar una bomba


atómica en Semipalatinsk, mucho antes de lo que esperaban los
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Norteamericanos. Este fatal error de cálculo se agravó al saber que


desde Stalin, la URSS tenía espías dentro del mismísimo Proyecto
Manhattan, cuya información fue decisiva en la construcción de la
RDS-1, una copia de la "Fat Man", primera bomba americana. El
suceso produjo una gran conmoción en los Estados Unidos y en
Europa. Meses antes, el 23 de mayo, se había creado la República
Federal de Alemania, que no había sentado nada bien a Kruschev. Al
convertirse la URSS en potencia nuclear, el destino del mundo
cambió para siempre.

Sagunto, Abril de 2017

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