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Vale la pena recordar aquella distinción de M.

Foucault (1994a:41) entre dos tipos de libros o,


mejor, dos tipos de relación que establecemos con la escritura: una relación de verdad o una
relación de experiencia. En el primer caso, el libro funciona como una verdad que se escribe para
pasar lo que se sabe o que se lee para saber lo no sabido, para transmitir lo que ya se piensa o para
enterarse de lo pensado por otro; en el segundo caso, el libro funciona como un dispositivo que
permite poner en cuestión las verdades en las que el autor o el lector están instalados. Si la primera
relación legitima un saber, la segunda lo problematiza. Si la verdad deja al escritor y sus
pensamientos como estaban, la experiencia de escritura y de lectura transforma unos y otros. Kohan
W. Infancia, política y pensamiento.)

Como nace un “libro-experiencia” Foucault, M. En “El yo minimalista y otras conversaciones”.


Editora La Marca, Bs As 2003 (pp. 9)

Por lo tanto, los libros que escribo representan para mí una experiencia, se produce un cambio.

Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya sé, nunca tendría el valor de comenzarlo.

Escribo precisamente porque no sé todavía qué pensar sobre un tema que atrae mi atención.

Al plantearlo así, el libro me transforma, cambia mis puntos de vista.

Como consecuencia, cada nuevo libro altera profundamente los términos de los conceptos
alcanzados en los trabajos anteriores.

En este sentido, me considero más un experimentador que un teórico;

no desarrollo sistemas deductivos que deban ser aplicados uniformemente en diferentes campo
s de investigación.

Cuando escribo, lo hago, por sobre todas las cosas, para cambiarme a mí mismo y no pensar lo
mismo que antes.

y el de Derrida: Dar (el) tiempo, la moneda falsa p.19

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