CONTENIDO
1. La manera de cumplir el propósito de Dios
2. La fuente y la consumación de los dos árboles
3. El árbol de la vida presentado en el Evangelio de Juan
4. La grosura de la casa del Señor
5. El fruto del árbol de la vida
6. El fin del árbol de la vida: la transformación
7. Cómo el postrer Adán se convierte en el árbol de la vida en nosotros
8. Cómo llegaron a existir el Cuerpo, el ejército y la morada de Dios
9. Cristo abre paso al árbol de la vida
10. El propósito de Dios se cumple con el crecimiento del árbol de la vida en nosotros
11. La manera de disfrutar del árbol de la vida como rico banquete mediante la
palabra
12. La manera de disfrutar el árbol de la vida como rico banquete mediante la oración
13. Necesitamos ser pobres en espíritu y de corazón puro para poder experimentar el
árbol de la vida
14. La intención de Dios se cumple en la transformación
15. Cartas vivas de Cristo al mirar y reflejar Su gloria
16. La máxima intención de Dios hecha realidad
PREFACIO
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee durante el verano
de 1965 en Los Angeles, California
CAPITULO UNO
LA MANERA DE CUMPLIR
EL PROPOSITO DE DIOS
Lectura bíblica: Gn. 2:7-9; Jn. 1:4; 6:35, 57; 4:14, 24; 6:63
EL PROPOSITO DE DIOS
La economía de Dios y Su obra de edificación dependen del árbol de la vida. En Génesis
1 se halla una narración completa de la obra creadora de Dios. En el sexto día Dios creó
un hombre a Su propia imagen y luego le encomendó al hombre Su autoridad (Gn. 1:26).
La palabra “imagen” indica expresión. Existe algo en la imagen de usted que es su propia
expresión. Dios creó al hombre a Su propia imagen con el propósito de que el hombre sea
Su expresión en este universo y sobre esta tierra. Dios está escondido y es invisible; sin
embargo, tiene un deseo en Su corazón de expresarse mediante el hombre. Dios no creó
mil hombres a la vez, sino un solo hombre. Todos los descendientes de ese hombre
fueron incluidos en la creación de ese hombre. Dios creó un hombre corporativo a Su
imagen para expresarse, así que el hombre es la misma imagen, la propia expresión de
Dios.
Dios le dio autoridad a Adán para que éste señorease en la tierra, y especialmente para
que señorease “en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26). Lo implícito
aquí es que Dios tiene un enemigo, el cual está corporificado en los seres que se arrastran.
En Génesis 3 se infiltró la cabeza de todo lo que se arrastra, es decir, la serpiente, el
enemigo de Dios. La serpiente mencionada en Génesis 3 junto con los escorpiones
descritos en Lucas 10, los cuales representan los espíritus malignos, inmundos y
pecaminosos, son los seres que se arrastran. Dios le encomendó Su autoridad al hombre
para que éste no sólo tuviera el poder sino también la autoridad para señorear en la tierra
y sojuzgarla. Esto quiere decir que la tierra había estado en rebelión y que la tierra
rebelde tenía que ser sojuzgada. Por todos los sesenta y seis libros de la Biblia, siempre se
encuentran estos dos aspectos. La intención de Dios, por el lado positivo, es expresarse
mediante el hombre corporativo, y por el lado negativo, Su intención es eliminar a Su
enemigo, Satanás, por medio de este hombre corporativo. Al final de las Escrituras se ve
una ciudad llamada la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). La imagen de Dios es expresada a
través de aquella ciudad (Ap. 21:11; 4:3), y la autoridad de Dios es ejercida mediante
aquella ciudad (22:5; 21:24-26). Esa ciudad es la propia expresión y representación de
Dios.
En toda la historia del mundo, han existido muchas religiones y muchos conceptos
naturales. Casi todas las religiones creen que Dios es el Creador y que nosotros somos las
criaturas. Como Creador, Dios es muy grande, muy elevado y está muy lejos de nosotros,
y nosotros somos muy pequeños y bajos. Tenemos que humillarnos y aun postrarnos para
adorar a este Dios Creador. Yo no diría que esto es incorrecto, pero le pediría a usted que
considere lo que Dios pidió al hombre después de crearlo. Dios, después de crear al
hombre, no dijo: “Adán, debes comprender que eres una criatura pequeña, y Yo soy tu
gran Creador. Siempre estoy en el trono, y tú siempre tienes que postrarte para
adorarme”. No encontramos semejante relato en Génesis.
Génesis nos dice que Dios, después de crear al hombre, le puso en frente del árbol de la
vida. Dios no le dio una lista de mandamientos. Esa fue la obra de Moisés después de la
caída, y no la obra de Dios según Su intención eterna. La ley se halla en Exodo 20, y no
en Génesis 2. En Génesis 2 vemos por primera vez la manera en que Dios se relaciona
con el hombre que creó. En cuanto a la Biblia, hay un principio básico de la primera
mención. Con la primera mención, se establece un principio al respecto. La primera
mención de la manera en que Dios se relaciona con el hombre ocurre cuando Dios puso a
Adán delante del árbol de la vida y le mandó que fuese cuidadoso acerca de lo que
comiera (Gn. 2:16-17). La intención de Dios con respecto al hombre no tiene que ver con
el hacer, sino con el comer. Si el hombre come bien y de manera apropiada, entonces
estará bien.
El árbol de la vida es Dios en Cristo como el Espíritu; así es vida para nosotros. Es el
Dios Triuno: el Padre en el Hijo, y el Hijo como el Espíritu. Antes de recibir al Señor,
nosotros tal vez no pensábamos en Dios. Pero cuando fuimos salvos o avivados, es
posible que inmediatamente tomáramos la decisión de servir al Señor, de hacer todo lo
posible para cumplir buenas obras a fin de agradarle, y de “asistir a la iglesia” para
adorarle. Estos pensamientos, que concuerdan con nuestros conceptos naturales, son
erróneos. Dios no quiere que le sirvamos, que hagamos lo bueno para agradarle, ni que le
adoremos de forma religiosa y ritualista. Dios desea que le comamos. Nosotros tenemos
que comerle. La primera vez que vemos cómo Dios se relaciona con el hombre no vemos
el hacer sino el comer.
Debemos creer en el Señor Jesús porque le necesitamos como vida (Jn. 3:16, 36). Creer
en El es recibirle como vida (Jn. 1:12-13). El no sólo es nuestro Salvador objetivo, sino
también nuestra vida subjetiva. Necesitamos esta vida. Después de que le recibimos, lo
que necesitamos no tiene nada que ver con obrar, servir o adorar, sino con comer. ¿Cómo
comemos, qué comemos y cuánto comemos? Inmediatamente después de que Dios creó
al hombre, le puso delante del árbol de la vida para que comiera de él. Esto significa que
Dios se presentó al hombre como vida en forma de alimento. Dios no tenía la intención
de pedirle al hombre que hiciera cosas para El. Dios sólo quiere que el hombre le reciba a
El como alimento, que el hombre se alimente de Dios.
Puede ser fácil decir que no debemos ser cristianos que obren, sino cristianos que coman.
Es posible que usted lo diga, pero puede ser que las oraciones que usted haga al Señor no
hayan cambiado. Tal vez siga orando: “Señor, ayúdame hoy a hacer lo correcto. Señor,
Tú conoces mi debilidad. Sabes cuán fácilmente pierdo la paciencia”. Esta oración
demuestra que usted todavía tiene el concepto del hacer. Si estuviera dispuesto a ser
liberado del hacer, eso sería un “verdadero milagro”. Necesita la visión. Una vez que el
Señor lo ilumine, usted dirá: “Señor, no quiero tener nada que ver con el hacer, así que no
voy a pedir que me ayudes a hacer nada. Pero ayúdame a alimentarme de Ti, a comerte”.
He estado aprendiendo esta lección por más de cincuenta años. A veces lo hacía como
antes. Cuando empezaba a pedir al Señor que me ayudara, inmediatamente tenía que
detenerme y decir al Señor: “Oh Señor, me abro a Ti. Tú eres mi disfrute”.
Podemos comprender que debemos olvidarnos del hacer, pero no es fácil olvidarnos de
ello. El hacer corre en nuestras venas. Es muy difícil deshacernos de ello. Debemos ver
que justamente después de que el Señor creó al hombre, le puso ante El y se le presentó a
Sí mismo como árbol de la vida en forma de alimento. Todos debemos aprender a
alimentarnos del Señor, a comerle. En China para los que creen en las enseñanzas de
Confucio es muy difícil olvidarse del hacer. Todos tenemos que entender primero que el
Señor no tiene intención de que hagamos algo para El. Su intención es presentarse a
nosotros como alimento día tras día. En el Evangelio de Juan, el Señor se ve primero
como la vida (1:4), como el pan de vida (6:35), como el agua de vida (4:14), y como el
aliento de vida, el aire (20:22). El es vida, alimento, bebida y aire, y no para que usted sea
un cristiano que obra, sino uno que le disfruta. Usted debe disfrutar al Señor como vida,
como alimento, como agua y como aire. Debe respirarle, beberle y alimentarse de El para
poder vivir por El y en El.
Yo pensaba que beber del Señor significaba que el Señor estaba fuera de mí. Pero más
tarde, por mi experiencia y al leer la Palabra, especialmente Juan 4, descubrí que beber
del Señor no es así. Desde el momento en que recibimos al Señor, El como el manantial
de agua viva está dentro de nosotros. No considere que el manantial está en los cielos, ni
que es algo que está fuera de usted. Debe entender que el Señor como agua viviente está
dentro de usted como el manantial vivo en la parte más recóndita de su ser. El está en su
espíritu. Juan 4:14 dice: “El agua que yo le daré será en él un manantial de agua que salte
para vida eterna”. En este versículo debemos subrayar las palabras “en él”. Este
manantial está “en él”, o sea en nosotros. ¿En cuál parte de nosotros? Juan 4:24 dice:
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu ... es necesario que adoren”. Si leemos
todo el contexto de Juan 4, nos daremos cuenta de que esta agua viviente, el manantial
que está en nosotros, está en nuestro espíritu. Si usted quiere beber del Señor, no
considere que el Señor va a entrar en usted como si fuese alguien que está fuera de usted.
El Señor ya está dentro de usted en su espíritu. Ahora tiene que aprender a abrirse. Abra
la mente, el corazón y el espíritu al Señor. Luego el manantial brotará. Cuando este
manantial brote y salte, le dará agua y usted beberá de El.
Este manantial no es algo externo, sino algo que brota de su interior, de lo profundo de su
ser, su espíritu. Usted tiene el manantial viviente en usted, pero tal vez esté cerrado,
escondido, limitado dentro de usted. No es necesario que el Señor entre en usted, pero sí
es menester que usted se abra para que El brote. Cuando El brote desde su interior, usted
estará saciado. El problema hoy radica en que nosotros los cristianos no tenemos esta
visión. Sólo pensamos que el Señor es el Creador, el propio Dios, a quien debemos temer,
amar y servir; que es necesario que hagamos algo para agradarle y que le adoremos. No
comprendemos que El lo es todo para nosotros: nuestra vida, nuestro suministro de vida,
nuestra comida, nuestra bebida, y nuestro aire, y como tal lo podemos disfrutar. Ahora el
árbol de la vida no está fuera de nosotros sino adentro. Tenemos un suministro viviente
en nuestro interior, así que debemos aprender a abrirnos al Señor, quien es nuestro
suministro viviente e interior de vida.
Debemos orar: “Señor, ayúdame a abrirme a Ti”. Abrirnos no es muy fácil. Si usted trata
de hacerlo, va a descubrir dónde está usted. Tal vez sólo esté abierto hasta cierto punto.
Quizá no se abre de manera profunda. Tiene que aprender a abrirse. Ser salvo de manera
sólida depende de cuánto uno se arrepiente. Esto significa que depende de cuán
profundamente se abre al Señor. Es posible que hayamos sido salvos hace muchos años, y
tal vez hayamos aprendido del Señor muchas lecciones, pero aun ahora necesitamos
aprender una lección más: abrirnos desde lo más recóndito de nuestro ser. Si usted va al
Señor y ora: “Señor, ayúdame a abrirme a Ti”, entonces verá que el agua viviente brotará
dentro de usted y saldrá fluyendo. El fluir del agua viviente le trae a usted el suministro
de vida. No trate de hacer lo correcto, pero sí debe tratar de abrirse al Señor desde lo
profundo de su ser.
Debemos aprender a acercarnos al Señor de una forma nueva. Tenemos que aprender a
tener contacto con el Señor abriéndonos interiormente. Usted tiene que decir: “Señor,
ayúdame a abrirte a Ti mi mente, mi corazón e incluso mi espíritu, o sea todo mi ser, lo
más recóndito de mi ser. Señor, revélame Tus riquezas e impártete en mí para que pueda
disfrutarte”. Si usted se abriera al Señor de tal forma, vería cuán real y precioso es el
Señor y cuán disponible está. Percibirá interiormente Su presencia, y será lleno de El. No
sólo El es la vida para usted, sino también la comida (el pan de vida), la bebida (el agua
de vida), y el aire (el aliento de vida). Todas estas cosas están relacionadas con el Señor,
quien es el árbol de la vida. Tiene que aprender a recibirle, disfrutarle, alimentarse de El,
beberle y aun a recibirle como aliento. La única manera de hacer esto es aprender a
abrirse.
Abrase al Señor y aprenda a permanecer con El por un rato. Durante este tiempo,
olvídese de sus necesidades, su negocio, su familia, sus asuntos caseros, su trabajo y todo
lo demás. Simplemente ábrase al Señor y disfrútele por un período de tiempo. Aliméntese
de El, beba de El, y recíbale como aliento. Por muy ocupados que estemos, debemos
tomar tiempo tres veces al día para sentarnos a comer. La práctica más saludable es
prestar toda la atención a lo que uno come y nada más. Si uno trata de atender otras cosas
mientras está comiendo, no va a disfrutar mucho la comida y es posible que no la digiera
bien. A veces no me gusta recibir las llamadas telefónicas mientras estoy comiendo. Del
mismo modo, mientras oro y paso tiempo con el Señor, no me gusta recibir las llamadas.
Todos necesitamos dedicar algún tiempo, libre de todo disturbio, en el cual podamos
abrir todo nuestro ser al Señor sólo con el fin de disfrutarle.
Aprenda a abrirse. Así disfrutará al Señor como el árbol de la vida. Junto con el árbol de
la vida tenemos el fluir del agua viva y el aire fresco como aliento de vida. Si usted se
abre al Señor, El brotará de su interior. Entonces su interior será nutrido, regado,
refrescado y fortalecido. Estará bien en cuanto a su persona, a su ser, a lo que usted es, y
no solamente en cuanto a lo que usted hace. Que el Señor nos traiga a Su intención, es
decir, que le disfrutemos como nuestra vida y nuestro suministro de vida para expresarle
en Su imagen y le representemos con Su autoridad en la tierra.
CAPITULO DOS
LA FUENTE Y LA CONSUMACION
DE LOS DOS ARBOLES
Nos ayudaría mucho ver por toda la Biblia un breve panorama del árbol de la vida. La
Biblia comienza con dos árboles y concluye con el resultado de los dos árboles. Empieza
de la misma manera en que termina.
En la Biblia existe una línea de la obra satánica y otra línea de la obra de Dios. El
enemigo de Dios trabaja todo el tiempo inyectándose en el alma del hombre. Todas las
cosas malignas y todas las historias pecaminosas surgen de la mezcla de Satanás con el
alma del hombre, es decir, la obra de Satanás en el hombre, con el hombre y a través del
hombre produce todo esto. Al mismo tiempo Dios obra. La obra de Dios es forjarse en el
espíritu del hombre. Todas las cosas santas y todas las historias espirituales surgen de
otra mezcla, la de Dios con el espíritu del hombre. Finalmente, en el Nuevo Testamento
tenemos este versículo, 1 Corintios 6:17, donde dice: “El que se une al Señor, es un solo
espíritu con El”. Puesto que el Señor mismo es el Espíritu (2 Co. 3:17) y al crearnos nos
dio un espíritu (Ro. 8:16), podemos unirnos a El como un solo espíritu. La historia de
Abel da testimonio de un hombre que no vivió en el alma sino en el espíritu. Los relatos
referentes a Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José también testifican de
personas que no vivieron por las cavilaciones de su alma, sino por la fe hallada en su
espíritu.
Los hijos de Israel, los descendientes de los Patriarcas, se desviaron del camino de Dios,
pero desde el día en que Dios los libró de Egipto, el día de la Pascua, se les enseñó a vivir
no de manera mundana o natural. Tenían que vivir por el cordero. Tenían que inmolar el
cordero, aplicar su sangre y comer su carne. También aprendieron a vivir comiendo el
pan sin levadura. Después de salir de Egipto, vagaron en el desierto y aprendieron a vivir
por el maná celestial. Vivieron de manera totalmente diferente de la forma mundana o
natural. Esto significa que aprendieron a no vivir en sí mismos sino en el Señor. El
cordero pascual, el pan sin levadura y el maná celestial, por los cuales vivieron los hijos
de Israel, tipifican a Cristo. Además, todas las ofrendas relacionadas con el tabernáculo y
todo lo incluido en el tabernáculo tipifican a Cristo. Esto nos da un cuadro completo de la
manera de vivir en el espíritu, y de no vivir por nosotros mismos, sino por el Señor.
Los hijos de Israel no pudieron ser salvos por sí mismos ni siquiera pudieron vivir por sí
mismos. Tenían que ser salvos por la sangre del cordero pascual, y tenían que vivir del
cordero pascual. En el desierto tenían que vivir día tras día del maná celestial. Todo lo
que los sustentaba era un verdadero tipo de Cristo. La columna de fuego y la columna de
nube tipificaban a Cristo. La roca de la cual fluyó el agua viva para saciar la sed de los
hijos de Israel, tipificaba a Cristo. Moisés y Josué, los líderes de los hijos de Israel, eran
tipos de Cristo. Todos estos tipos indican que no debemos vivir conforme a nosotros
mismos, sino por Cristo. Satanás ha ocupado y ganado a toda la gente mundana. Según lo
que vemos en el Antiguo Testamento, sólo una minoría, los hijos de Israel, fueron
ocupados y ganados por Dios. Aprendieron a vivir, a existir, a actuar, a ser, no de manera
mundana, sino de manera celestial. Esto significa que no vivieron por sí mismos sino por
el Señor.
Por lo tanto, vemos un cuadro de dos mezclas: la primera, la mezcla entre Satanás y el
alma del hombre, y la segunda, la mezcla entre Dios y el espíritu del hombre. Todos los
eventos que han ocurrido en la historia del linaje humano han surgido de una de éstas.
Dios tiene la intención de forjarse en nosotros para ser todo para nosotros. Pero Satanás
quiere forjarse en el hombre para hacer una falsificación de la mezcla de Dios con el
hombre. Satanás no centra su atención en lo que hagamos o en lo que intentemos cumplir.
La intención de Satanás es impedir que toquemos a Dios y que seamos mezclados con
Dios. Si puede hacer esto, permitiría que hiciéramos cosas buenas y religiosas y aun
utilizáramos las cosas religiosas para impedir que seamos mezclados con Dios.
La historia de los hijos de Israel confirma esto. En los primeros años de su historia
aprendieron a vivir no por sí mismos sino por el Señor como el todo. Todo lo relacionado
con ellos en el Pentateuco tipificaba a Cristo, lo cual muestra que el Señor había llegado a
ser todo para ellos, que ellos no vivieron por sí mismos sino por el Señor. Con el tiempo,
se apartaron del Señor y usaron las cosas del Pentateuco como reglas y regulaciones,
formando así una religión de los tipos y las sombras de Cristo. Fueron engañados por las
cosas buenas y religiosas y cautivados por algo que no era el Señor apartándose así de El.
Esto es lo que llamamos la religión judía. Esta religión puede verse tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo. Según lo narrado en los cuatro Evangelios, podemos ver
cuánto el enemigo, Satanás, ha utilizado la religión judía para impedir que los hombres
tengan contacto con el Señor y le disfruten. Satanás, enemigo de Dios, tomó lo que Dios
había usado para llevar a los hombres a Sí mismo y con lo mismo formó una religión, la
cual usó como substituto para que en la experiencia de ellos Cristo, quien es la
corporificación de Dios, fuese reemplazado.
Cuando el Señor Jesús vino, era la realidad de todos los tipos del Pentateuco. Hay
muchas cosas en el Pentateuco, pero en los cuatro Evangelios hay una sola persona quien
es todo-inclusiva. El es el Cordero de Dios, el pan sin levadura, el maná celestial, el
tabernáculo con todas las ofrendas y todo. El es todo-inclusivo. Cuando se les presentó a
Sí mismo a los judíos, la mayoría no quería recibirle porque los judíos habían sido
distraídos por su religión y aun por el Antiguo Testamento. Los escribas y los fariseos
usaron las Escrituras para discutir con frecuencia con el Señor Jesús. Dios dio las Santas
Escrituras para llevar a Sí mismo a los hombres, pero aun estas Escrituras fueron usadas
por el enemigo de Dios para impedir que los hombres tengan contacto con el Señor. Los
judíos fanáticos escudriñaron las Escrituras buscando el conocimiento, pero no fueron al
Señor Jesús para recibir la vida (Jn. 5:39-40). Esto significa que se adhirieron al árbol del
conocimiento, gastando mucho tiempo en escudriñar, estudiar y aprender las Escrituras,
pero no quisieron acudir al Señor Jesús, el árbol de la vida, para recibir vida. Se
adhirieron a algo que no era el propio Señor.
Las divisiones surgieron de dos categorías de cosas: las enseñanzas y los dones. Las
Epístolas nos muestran que debido a las enseñanzas y los dones las divisiones empezaron
a existir entre los cristianos. Las enseñanzas y los dones son cosas buenas. Si no fueran
cosas buenas, los cristianos no las aceptarían. Pablo hace notar en 1 Timoteo que las
diferentes enseñanzas son la semilla, la fuente, de la declinación de la iglesia, o sea, de su
degradación y deterioro (1:3-4, 6-7; 6:3-5, 20-21). En la iglesia en Corinto el hecho de
que hubiera divisiones se debía mayormente a los dones. Las enseñanzas y los dones son
cosas buenas, pero debemos darnos cuenta de que las dos deben de ser para Cristo. Las
enseñanzas no deben de ser para sí, y los dones no deben de ser para sí. Todas las
enseñanzas y todos los dones deben de ser para Cristo. Las enseñanzas y los dones deben
ser simplemente un medio por el cual trasmitir a Cristo y no deben ser la meta en sí.
Satanás, el insidioso, vino a utilizar aun las enseñanzas buenas y los dones auténticos
para seducir a la gente, distrayéndola de Cristo.
Satanás se inyectó en el alma del hombre y se mezcló con la misma. De esta mezcla
proceden todos los acontecimientos pecaminosos y malignos de la historia del linaje
humano. Debemos entender que vivir en nuestra alma y tratar con la religión es un asunto
serio. Aun la religión puede ser utilizada por Satanás. Si tenemos una visión clara del
Señor, veremos que hoy en día muchos cristianos, junto con las actividades cristianas, los
movimientos religiosos y las obras cristianas, son utilizados por el enemigo de Dios para
impedir que los hombres tengan contacto con el árbol de la vida, el cual es una figura de
Cristo.
CAPITULO DOS
LA FUENTE Y LA CONSUMACION
DE LOS DOS ARBOLES
Nos ayudaría mucho ver por toda la Biblia un breve panorama del árbol de la vida. La
Biblia comienza con dos árboles y concluye con el resultado de los dos árboles. Empieza
de la misma manera en que termina.
En la Biblia existe una línea de la obra satánica y otra línea de la obra de Dios. El
enemigo de Dios trabaja todo el tiempo inyectándose en el alma del hombre. Todas las
cosas malignas y todas las historias pecaminosas surgen de la mezcla de Satanás con el
alma del hombre, es decir, la obra de Satanás en el hombre, con el hombre y a través del
hombre produce todo esto. Al mismo tiempo Dios obra. La obra de Dios es forjarse en el
espíritu del hombre. Todas las cosas santas y todas las historias espirituales surgen de
otra mezcla, la de Dios con el espíritu del hombre. Finalmente, en el Nuevo Testamento
tenemos este versículo, 1 Corintios 6:17, donde dice: “El que se une al Señor, es un solo
espíritu con El”. Puesto que el Señor mismo es el Espíritu (2 Co. 3:17) y al crearnos nos
dio un espíritu (Ro. 8:16), podemos unirnos a El como un solo espíritu. La historia de
Abel da testimonio de un hombre que no vivió en el alma sino en el espíritu. Los relatos
referentes a Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José también testifican de
personas que no vivieron por las cavilaciones de su alma, sino por la fe hallada en su
espíritu.
Los hijos de Israel, los descendientes de los Patriarcas, se desviaron del camino de Dios,
pero desde el día en que Dios los libró de Egipto, el día de la Pascua, se les enseñó a vivir
no de manera mundana o natural. Tenían que vivir por el cordero. Tenían que inmolar el
cordero, aplicar su sangre y comer su carne. También aprendieron a vivir comiendo el
pan sin levadura. Después de salir de Egipto, vagaron en el desierto y aprendieron a vivir
por el maná celestial. Vivieron de manera totalmente diferente de la forma mundana o
natural. Esto significa que aprendieron a no vivir en sí mismos sino en el Señor. El
cordero pascual, el pan sin levadura y el maná celestial, por los cuales vivieron los hijos
de Israel, tipifican a Cristo. Además, todas las ofrendas relacionadas con el tabernáculo y
todo lo incluido en el tabernáculo tipifican a Cristo. Esto nos da un cuadro completo de la
manera de vivir en el espíritu, y de no vivir por nosotros mismos, sino por el Señor.
Los hijos de Israel no pudieron ser salvos por sí mismos ni siquiera pudieron vivir por sí
mismos. Tenían que ser salvos por la sangre del cordero pascual, y tenían que vivir del
cordero pascual. En el desierto tenían que vivir día tras día del maná celestial. Todo lo
que los sustentaba era un verdadero tipo de Cristo. La columna de fuego y la columna de
nube tipificaban a Cristo. La roca de la cual fluyó el agua viva para saciar la sed de los
hijos de Israel, tipificaba a Cristo. Moisés y Josué, los líderes de los hijos de Israel, eran
tipos de Cristo. Todos estos tipos indican que no debemos vivir conforme a nosotros
mismos, sino por Cristo. Satanás ha ocupado y ganado a toda la gente mundana. Según lo
que vemos en el Antiguo Testamento, sólo una minoría, los hijos de Israel, fueron
ocupados y ganados por Dios. Aprendieron a vivir, a existir, a actuar, a ser, no de manera
mundana, sino de manera celestial. Esto significa que no vivieron por sí mismos sino por
el Señor.
Por lo tanto, vemos un cuadro de dos mezclas: la primera, la mezcla entre Satanás y el
alma del hombre, y la segunda, la mezcla entre Dios y el espíritu del hombre. Todos los
eventos que han ocurrido en la historia del linaje humano han surgido de una de éstas.
Dios tiene la intención de forjarse en nosotros para ser todo para nosotros. Pero Satanás
quiere forjarse en el hombre para hacer una falsificación de la mezcla de Dios con el
hombre. Satanás no centra su atención en lo que hagamos o en lo que intentemos cumplir.
La intención de Satanás es impedir que toquemos a Dios y que seamos mezclados con
Dios. Si puede hacer esto, permitiría que hiciéramos cosas buenas y religiosas y aun
utilizáramos las cosas religiosas para impedir que seamos mezclados con Dios.
La historia de los hijos de Israel confirma esto. En los primeros años de su historia
aprendieron a vivir no por sí mismos sino por el Señor como el todo. Todo lo relacionado
con ellos en el Pentateuco tipificaba a Cristo, lo cual muestra que el Señor había llegado a
ser todo para ellos, que ellos no vivieron por sí mismos sino por el Señor. Con el tiempo,
se apartaron del Señor y usaron las cosas del Pentateuco como reglas y regulaciones,
formando así una religión de los tipos y las sombras de Cristo. Fueron engañados por las
cosas buenas y religiosas y cautivados por algo que no era el Señor apartándose así de El.
Esto es lo que llamamos la religión judía. Esta religión puede verse tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo. Según lo narrado en los cuatro Evangelios, podemos ver
cuánto el enemigo, Satanás, ha utilizado la religión judía para impedir que los hombres
tengan contacto con el Señor y le disfruten. Satanás, enemigo de Dios, tomó lo que Dios
había usado para llevar a los hombres a Sí mismo y con lo mismo formó una religión, la
cual usó como substituto para que en la experiencia de ellos Cristo, quien es la
corporificación de Dios, fuese reemplazado.
Cuando el Señor Jesús vino, era la realidad de todos los tipos del Pentateuco. Hay
muchas cosas en el Pentateuco, pero en los cuatro Evangelios hay una sola persona quien
es todo-inclusiva. El es el Cordero de Dios, el pan sin levadura, el maná celestial, el
tabernáculo con todas las ofrendas y todo. El es todo-inclusivo. Cuando se les presentó a
Sí mismo a los judíos, la mayoría no quería recibirle porque los judíos habían sido
distraídos por su religión y aun por el Antiguo Testamento. Los escribas y los fariseos
usaron las Escrituras para discutir con frecuencia con el Señor Jesús. Dios dio las Santas
Escrituras para llevar a Sí mismo a los hombres, pero aun estas Escrituras fueron usadas
por el enemigo de Dios para impedir que los hombres tengan contacto con el Señor. Los
judíos fanáticos escudriñaron las Escrituras buscando el conocimiento, pero no fueron al
Señor Jesús para recibir la vida (Jn. 5:39-40). Esto significa que se adhirieron al árbol del
conocimiento, gastando mucho tiempo en escudriñar, estudiar y aprender las Escrituras,
pero no quisieron acudir al Señor Jesús, el árbol de la vida, para recibir vida. Se
adhirieron a algo que no era el propio Señor.
Las divisiones surgieron de dos categorías de cosas: las enseñanzas y los dones. Las
Epístolas nos muestran que debido a las enseñanzas y los dones las divisiones empezaron
a existir entre los cristianos. Las enseñanzas y los dones son cosas buenas. Si no fueran
cosas buenas, los cristianos no las aceptarían. Pablo hace notar en 1 Timoteo que las
diferentes enseñanzas son la semilla, la fuente, de la declinación de la iglesia, o sea, de su
degradación y deterioro (1:3-4, 6-7; 6:3-5, 20-21). En la iglesia en Corinto el hecho de
que hubiera divisiones se debía mayormente a los dones. Las enseñanzas y los dones son
cosas buenas, pero debemos darnos cuenta de que las dos deben de ser para Cristo. Las
enseñanzas no deben de ser para sí, y los dones no deben de ser para sí. Todas las
enseñanzas y todos los dones deben de ser para Cristo. Las enseñanzas y los dones deben
ser simplemente un medio por el cual trasmitir a Cristo y no deben ser la meta en sí.
Satanás, el insidioso, vino a utilizar aun las enseñanzas buenas y los dones auténticos
para seducir a la gente, distrayéndola de Cristo.
Satanás se inyectó en el alma del hombre y se mezcló con la misma. De esta mezcla
proceden todos los acontecimientos pecaminosos y malignos de la historia del linaje
humano. Debemos entender que vivir en nuestra alma y tratar con la religión es un asunto
serio. Aun la religión puede ser utilizada por Satanás. Si tenemos una visión clara del
Señor, veremos que hoy en día muchos cristianos, junto con las actividades cristianas, los
movimientos religiosos y las obras cristianas, son utilizados por el enemigo de Dios para
impedir que los hombres tengan contacto con el árbol de la vida, el cual es una figura de
Cristo.
EXPERIMENTAR A CRISTO
COMO EL ARBOL DE LA VIDA EN NUESTRO ESPIRITU
Por el lado positivo, hay otra línea en el Nuevo Testamento, la de la mezcla de Dios con
el espíritu del hombre. Se nos manda a andar en el espíritu, vivir en el espíritu, actuar en
el espíritu y orar en el espíritu. Esta no es solamente una expresión. Cuando vivamos en
nuestro espíritu, no viviremos por nosotros mismos sino por el Señor. Cuando
aprendamos a andar conforme a nuestro espíritu, no andaremos según el sistema
mundano sino según el camino celestial. Según el Nuevo Testamento, aun las enseñanzas
y los dones en sí están clasificados con el árbol del conocimiento. Junto con el árbol del
conocimiento están el conocimiento, el bien, el mal y la muerte. Este árbol es complejo.
Pero junto con el árbol de la vida está una sola cosa y nada más: la vida, la vida, la vida.
El árbol de la vida es sencillo. Las Escrituras revelan la vida como el principio, como el
proceso, como el fin, y como todo. Es posible que nuestras buenas obras no estén
relacionadas con la vida, sino con el árbol del conocimiento del bien y del mal, incluso
pueden estar totalmente envueltas con él.
El Señor no tiene interés sólo en lo que hacemos, sino en dónde estamos: en nuestra alma
o en nuestro espíritu. Es por esto que el Señor recalcó muchas veces en los cuatro
Evangelios que debemos negar el alma, el yo. Esto se debe a que Satanás está mezclado
con nuestra alma, con nuestro yo. En Mateo 16, Pedro pensaba que decía algo bueno al
Señor, pero el Señor le reprendió, llamándole Satanás (vs. 22-23). Cristo percibió que no
era Pedro sino Satanás quien impidió que tomara la cruz. Inmediatamente después el
Señor habló de negar el yo y de perder la vida del alma (vs. 24-25). Esto comprueba que
Satanás es uno con nuestra alma, uno con nuestro yo.
Sólo las experiencias del Señor mismo en nuestro espíritu durarán eternamente. Las
enseñanzas no permanecerán, sino que pasarán. Nuestra necesidad principal no es recibir
más conocimiento del Señor. Lo que necesitamos hoy es tener contacto con el Señor. No
necesitamos los dones, sino al Señor mismo como vida, alimento, bebida y aire. Tenemos
que conocer y experimentar al Señor de una manera tan llena y todo-inclusiva. Luego
tendremos el conocimiento debido y viviente del Señor, no de la letra sino de la vida. Si
experimentáramos al Señor de tal forma, tendríamos la función apropiada. La función
adecuada y los dones apropiados surgirán de la vida interior.
EL ARBOL DE LA VIDA
PRESENTADO EN EL EVANGELIO DE JUAN
Hemos visto que después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del árbol de la
vida. Dios tenía la intención de que el hombre participara del árbol de la vida, el cual
simboliza a Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo como vida para nosotros en
forma de alimento. No obstante, el hombre no tuvo contacto con el árbol de la vida,
porque el enemigo de Dios, Satanás, intervino para seducir al hombre y así apartarle del
árbol de la vida engañándole con otra fuente, el árbol del conocimiento. Junto con el
árbol del conocimiento encontramos no sólo el mal sino también el bien. Es el árbol del
conocimiento del bien y del mal y da por resultado la muerte. El hombre fue seducido,
tentado, a participar de este árbol, y así cayó.
EL DISFRUTE DE CRISTO
PRESENTADO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Después de que el hombre cayó, lo primero que hizo Dios por el hombre fue proveerle un
sacrificio. Adán disfrutó y participó de ese sacrificio (Gn. 3:21). Abel, después de Adán,
participó del mismo sacrificio (4:4). Noé construyó un altar y ofreció en él sacrificios
(8:20). Más tarde, Abraham siguió los mismos pasos: construyó un altar y ofreció un
sacrificio (12:7-8). Isaac (26:24-25) y Jacob (35:1, 7) también siguieron los pasos de sus
antepasados construyendo un altar y ofreciendo sacrificios. El cordero Pascual fue el
primer aspecto principal de Cristo disfrutado por los hijos de Israel (Ex. 12:3-7). De Adán
a los hijos de Israel, los que fueron escogidos o elegidos por Dios, disfrutaron el mismo
sacrifico.
A partir de Exodo 12 los hijos de Israel empezaron a disfrutar el cordero, el cual tipifica a
Cristo. Cristo mismo es el Cordero de Dios, sacrificio único en su género, que quita el
pecado del mundo (Jn. 1:29). El cordero mencionado en Exodo 12 tiene dos aspectos: la
sangre que redime externamente y la carne que alimenta interiormente. La sangre
constituye el aspecto redentor del cordero, y la carne, el aspecto alimentador del cordero.
Mediante Cristo, el Cordero de Dios, fuimos llevados de nuevo a disfrutarle como el
árbol de la vida. Con el sacrificio del cordero pascual, los hijos de Israel disfrutaron el
pan sin levadura y las hierbas amargas (12:8). Luego experimentaron la columna de nube
durante el día y la columna de fuego durante la noche (13:21-22), el maná celestial
(16:31), y el agua viva que fluyó de la roca hendida (17:6). Finalmente, disfrutaron todas
las ofrendas (Lv. 6:8—7:34), el sacerdocio (Ex. 40:13-15), el tabernáculo (Ex. 25:9),
todas las riquezas de la buena tierra (Dt.8:7-10) y, por último, disfrutaron de manera más
completa a Cristo como el templo (1 R. 7:51). El cordero pascual, el pan sin levadura, las
hierbas amargas, el maná celestial, el agua viva, las diferentes clases de ofrendas, y el
rico producto de la buena tierra constituyen diferentes aspectos del árbol de la vida.
Recordemos que todo el Antiguo Testamento nos habla de una sola cosa: Dios primero se
presentó a Sí mismo como el árbol de la vida para que participáramos de El como
alimento y le disfrutáramos como nuestra vida y nuestro todo. Después de que el hombre
cayó, Dios le proveyó al hombre del cordero para que pudiese ser redimido, y finalmente
Dios mismo llegó a ser el templo para el hombre.
En el salmo 23 primero disfrutamos al Señor como el pasto viviente (v. 2), y finalmente
le disfrutamos como el templo. El salmista dice: “En la casa de Jehová moraré por largos
días” (23:6). El templo no solamente es la morada de Dios, sino también la de nosotros,
los que buscamos más a Dios. En Juan 15 el Señor Jesús nos dijo que debemos
permanecer en El; luego El permanecerá en nosotros (vs. 4-5). Llegamos a ser una
morada para El, y El se convierte en morada para nosotros. Esta es una morada mutua. El
es nuestra morada, nuestra habitación, nuestro templo (Ap. 21:22). En Juan 14 el Señor
nos dijo que en la casa de Su Padre había muchas moradas (v. 2). El Señor es nuestra
morada, nosotros somos las Suyas. Esta morada mutua indica la mezcla del Señor como
Espíritu (2 Co. 3:17) con nosotros en nuestro espíritu. “El que se une al Señor, es un solo
espíritu con El” (1 Co. 6:17). El Espíritu divino y el espíritu humano se mezclan juntos
como un solo espíritu, y esta mezcla es la morada mutua. Somos la morada de Dios, y El
es nuestra morada; El y nosotros somos mezclados.
EL HIJO ES EL PADRE
Debemos volver a leer el Evangelio de Juan para descubrir todo lo que es el Señor Jesús
para con nosotros. Juan nos dice que el Verbo, quien era Dios, se hizo un hombre de
carne. ¿Quién es este Cristo? Este Cristo es el mismo Dios encarnado para ser un hombre.
El es el Dios completo y el hombre perfecto, el Dios-hombre. Isaías 9:6 dice: “Porque un
niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Cristo como
el propio Dios encarnado para ser un hombre nos era un niño nacido, un hijo dado. El
Evangelio de Juan nos dice claramente que Cristo es el verdadero Hijo de Dios, pero
Isaías 9:6 no sólo nos dice que un niño nos es nacido cuyo nombre es Dios fuerte, sino
que también nos dice que un hijo nos es dado cuyo nombre es Padre eterno.
En Juan 14 Felipe le pidió al Señor Jesús que les mostrara a los discípulos el Padre, y
luego estarían satisfechos. Jesús le respondió a Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy
con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre;
¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el
Padre está en Mí?” (vs. 9-10). El Padre está en el Hijo, y el Hijo es la propia expresión
del Padre. No se puede separar al Hijo del Padre.
Debido a los límites de nuestro lenguaje humano con respecto a describir el misterio de la
Trinidad Divina, podemos decir que el Hijo y el Padre son dos personas de la Deidad,
pero no podemos decir que son dos personas separadas. Son dos personas en una sola
realidad. Nunca podemos separar al Hijo del Padre. Si usted no tiene al Hijo, no tiene al
Padre (1 Jn. 2:23). Si tiene al Hijo, tiene al Padre porque el Padre está en el Hijo, y el
Hijo es la verdadera expresión, la propia corporificación, y la pura realidad del Padre. En
Juan 10:30 el Señor Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”.
EL SEÑOR ES EL ESPIRITU
Juan 14 revela que el Hijo es el Padre y luega revela que el Hijo es el Espíritu. El Señor
les dice a los discípulos que El pedirá al Padre que les dé otro Consolador y que este
Consolador es “el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir; porque no le
ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en
vosotros” (v. 17). El Señor añade en el versículo 18: “No os dejaré huérfanos; vengo a
vosotros”. La persona mencionada en el versículo 17, quien es el Espíritu de realidad,
llega a ser aquel que habla en el versículo 18, quien es el Señor mismo. Esto significa que
el Señor, después de Su resurrección, llegó a ser el Espíritu de realidad, lo cual se
confirma en 1 Corintios 15:45. Al tocar la cuestión de la resurrección, dice: “...fue hecho
... el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Isaías 9:6 es un versículo que comprueba
contundentemente que el Hijo es el Padre. Un hijo nos es dado, pero se llamará Su
nombre Padre eterno. Otro versículo, 2 Corintios 3:17, da una prueba irrefutable que el
Hijo es el Espíritu: “ El Señor es el Espíritu”. En 2 Corintios 3:6 dice: “La letra mata, mas
el Espíritu vivifica”. Por lo tanto, el Señor es el Espíritu que da vida, el Espíritu
vivificante.
Según nuestra experiencia, cuando inhalamos al Señor como el aire fresco, también le
disfrutamos como el agua. En esta agua El es nuestro alimento, y en este alimento El es
nuestra luz. Aprendamos a inhalarle. Cuanto más le inhalemos, más le experimentaremos
como el rocío que nos refresca. En el agua viva se encuentra el árbol de la vida que crece,
o sea el alimento, y junto con este alimento siempre está la luz. El agua está en el aire, el
alimento en el agua y la luz está con el alimento. Cuanto más le inhalemos, más agua
recibiremos. Cuanto más agua recibamos, más seremos alimentados. Cuanto más
alimento recibamos, más seremos iluminados. Estaremos en la luz y llenos de la luz.
Necesitamos disfrutar al Señor de tal modo. Cuando acudimos al Señor para pasar un
tiempo personal con El, tenemos muchos aspectos de Su persona maravillosa por los
cuales alabarle.
Ahora tenemos que continuar para ver en cuál parte de nuestro ser sucedió este
nacimiento. ¿Nacimos de Dios en nuestra mente, en nuestro cuerpo, o en nuestro
corazón? Algunos dicen que el corazón y el espíritu son la misma entidad. Pero la Biblia
revela que el corazón y el espíritu son entidades distintas. Ezequiel 36:26-27 dice: “Os
daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros
mi Espíritu...” El corazón nuevo mencionado en estos versículos difiere del espíritu
nuevo, y este espíritu no es el Espíritu de Dios porque en el versículo 27 el Señor dice
“mi Espíritu”. Son tres entidades: un corazón nuevo, un espíritu nuevo y “Mi Espíritu”.
No podemos decir que el corazón es el espíritu. Necesitamos un corazón nuevo, y
también un espíritu nuevo.
En Juan 4:24 el Señor Jesús no dijo que Dios es Espíritu y que los que le adoren, en el
corazón deben adorarle. Debemos adorar a Dios en el espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Nuestro segundo
nacimiento, nuestro nacimiento espiritual, el cual ocurrió cuando recibimos a Cristo, se
realizó en nuestro espíritu. Nacer del Espíritu significa nacer de Dios. Fuimos
regenerados, renacidos, en nuestro espíritu. Antes de que fuésemos regenerados,
estábamos muertos en nuestro espíritu (Ef. 2:1). Cuando recibimos a Cristo invocando el
nombre del Señor, Cristo como Espíritu entró en nosotros como si fuera aire.
Esta persona viviente, este aire espiritual, es maravilloso. Todos los procesos por los
cuales pasó el Dios Triuno, incluyendo la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la
resurrección y la ascensión, están incluidos en este aire junto con todo lo que es el Dios
Triuno, todo lo que ha realizado, logrado y obtenido. Cuando un pecador se abre al Señor
diciendo: “Señor, soy pecador. Perdona todos mis pecados y entra en mí para ser mi
vida”, el aire vivo, el aliento de vida, el Espíritu Santo, la mismísima realidad del Dios
Triuno encarnado como hombre, entra en esta persona para vivificar su espíritu muerto e
impartir al Dios Triuno en su espíritu. Ahora todo lo que es el Dios Triuno está en esta
persona. Que el Señor nos conceda a todos una revelación de este Dios Triuno todo-
inclusivo y maravilloso, quien mora en nuestro espíritu.
Si usted espera que de los cielos el Señor sacie su sed, que le dé agua de arriba, eso es
incorrecto. Si va a pedir que el Señor sacie su sed, que le dé agua, usted tiene que abrirse
a El. Cuando usted se abra, el Cristo que mora en usted saltará y fluirá (Jn. 7:37-39a).
Cuanto más salte El, más del agua le dará a usted. Su sed será saciada desde adentro, y no
de arriba. El manantial fue puesto en usted. La fuente de agua está en nosotros, en nuestro
espíritu. Esto se comprueba con Juan 4:24. El Señor es el Espíritu, y si vamos a tocarle,
tenemos que hacerlo en nuestro espíritu, lo cual significa que debemos aprender a
abrirnos. Para poder ejercitar nuestro espíritu, necesitamos abrir nuestro ser.
Alabado sea el Señor que el árbol de la vida ha sido plantado en nosotros. Lo que
necesitamos hacer es liberarle. Debemos aprender a liberar el Espíritu. Entonces le
disfrutaremos como el aire, el agua, el alimento, la luz y, de manera completa, como el
propio árbol de la vida. Esto es lo que nosotros los cristianos necesitamos ahora. No
debemos tomar lo que hemos dicho como enseñanza. Tenemos que poner en práctica lo
que oímos y siempre ir al Señor sabiendo que El es mucho para nosotros y que vive en
nosotros.
Debemos ejercitarnos para abrir nuestro ser a fin de tocarle a El. Entonces sabremos cuán
real, cuán fresco, y cuán refrescante El es para nosotros y también cuán disponible es
para nosotros. Disfrutando así al Cristo que mora en nosotros, el árbol de la vida, no sólo
nos salvará, nos librará, nos corregirá y nos regulará, sino que también nos transformará.
Necesitamos conocer a Cristo como el árbol de la vida. Necesitamos conocer a este
Cristo viviente en vida para que el Cristo que mora en nosotros como vida interior pueda
transformar todo nuestro ser interior.
CAPITULO CUATRO
LA GROSURA
DE LA CASA DEL SEÑOR
Lectura bíblica: Sal. 23:6; 36:8-9; 27:4; 84:3, 10; 90:1; Cnt. 2:3
LA INTENCION DE DIOS:
QUE EL HOMBRE LE DISFRUTARA COMO ALIMENTO
Cuando el hombre fue creado, Dios primero se le presentó al hombre como el árbol de la
vida en forma de alimento. Cuando comemos, ese alimento llega a ser parte de nosotros.
Esta es la misma intención que Dios tiene con respecto a nosotros, a saber, que nosotros
le tomemos como alimento para ser mezclados con El a fin de expresarle en este
universo. La primera mención de algo en las Escrituras siempre constituye un principio
gobernante, un principio que gobierna todo lo que el Señor hace con nosotros. El
principio básico de la manera en que Dios trata Su pueblo consiste en que ellos le
disfrutaran como alimento, como su provisión de vida.
El Evangelio de Juan nos dice que un día este Dios, quien en el principio se le presentó al
hombre como alimento, se encarnó como hombre. Dios en la forma de un hombre volvió
a presentársele a él como alimento, como el pan celestial de vida (6:35, 57), para que el
hombre participara de El. En Génesis 2, en el principio, Dios se le presentó al hombre
como el árbol de la vida en forma de alimento. En Juan 6, después de la encarnación,
Dios hizo lo mismo. Se le presentó al hombre como el pan de vida para que el hombre
participara de El. En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá
por causa de Mí”.
Antes de que el hombre participara del árbol de la vida, Satanás intervino haciendo caer
al hombre. Después de la caída, Dios todavía se le presentó al hombre, no como la vida
vegetal sino como la vida animal. Esto se debe a que después de la caída lo que se
necesita es el derramamiento de sangre. Después de la caída, necesitamos la redención,
así que en Génesis 3 un cordero fue preparado y provisto por Dios para Su pueblo caído
(v. 21). Exodo 12 nos muestra que con el cordero redentor todavía tenemos el disfrute de
comer. La sangre derramada del cordero es para redención, pero la carne de este cordero
sirve como alimento del cual los redimidos pueden comer (vs. 8-9). El cordero nos lleva
de nuevo al árbol de la vida. Si el hombre no hubiera caído, la vida vegetal habría sido
suficiente para su disfrute. Pero después de la caída, el hombre necesita no sólo la vida
vegetal, la cual es la vida que nutre, que hace generar, sino también la vida animal, la
cual redime. La vida animal tiene que ver con el derramamiento de la sangre para
redención, lo cual nos puede llevar de nuevo al disfrute de la vida que nutre y que hace
generar.
Juan nos dice que el Cordero que quita el pecado del mundo es Cristo mismo, quien es el
verdadero Dios (1:1, 29). Además de comerse el cordero pascual también se comía el pan
sin levadura. El pan representa la alimentación. Después de ser redimidos, tenemos que
alimentarnos del Señor y recibir nutrición de El. Junto con el pan sin levadura los hijos de
Israel debían comer las hierbas amargas. Todos los aspectos de la Pascua tenían como fin
el disfrute del pueblo escogido del Señor.
En el desierto los hijos de Israel pasaron a disfrutar el maná celestial, el agua viva de la
roca herida y todas las diferentes ofrendas relacionadas con el tabernáculo. El libro de
Levítico nos muestra el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda por
el pecado, y la ofrenda por la transgresión. Todas estas ofrendas tipifican diferentes
aspectos de Cristo que podemos disfrutar, y todos ellos, menos el holocausto, podían
comerse. Cristo llega a ser nuestro disfrute por causa de Su redención y mediante ella.
Además de estas ofrendas tenemos la ofrenda mecida y la ofrenda elevada. La ofrenda
mecida tipifica al Cristo resucitado. Cristo se está “meciendo” en resurrección. La
ofrenda elevada tipifica al Cristo ascendido. El es Aquel que ha sido elevado a las alturas
del universo. El Cristo resucitado y ascendido ha llegado a ser nuestro disfrute en
plenitud.
La intención de Dios es hacerse nuestro disfrute en muchos aspectos para poder forjarse
en nuestro ser a fin de que seamos totalmente unidos a El y mezclados con El. Los tipos,
las figuras y las sombras del Antiguo Testamento proveen un cuadro claro mostrándonos
que la intención de Dios es presentarse a nosotros como nuestro disfrute. Necesitamos
aprender a disfrutarle. Debemos disfrutarle como nuestra vida, nuestro alimento, nuestra
bebida, nuestra luz, nuestro aire, nuestra morada, y como nuestro todo. Salmos 90:1 dice:
“Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. El Señor no sólo es nuestra
vida, nuestro alimento, nuestra bebida, luz y aire, sino que también es nuestra morada.
Tenemos que morar en El. Disfrutarle a El en tantos aspectos depende de que
comprendamos que el Señor es el árbol de la vida. La casa del Señor es la máxima
expresión del árbol de la vida y el máximo disfrute de lo que el Señor es para nosotros.
En el salmo 23 hay cinco pasos de la experiencia de ser pastoreado por el Señor: los
pastos verdes (v. 2), las sendas de justicia (v. 3), el valle de la sombra de la muerte (v. 4),
el campo de la batalla (v. 5), y morar en la casa del Señor para siempre (v. 6). El
versículo 6 describe la plenitud del disfrute del Señor: “Ciertamente el bien y la
misericordia me seguirán todos los días de mi vida”. La plenitud del disfrute del Señor es
disfrutarle a El como la morada.
En el lugar santo del tabernáculo el sacerdote que servía iba primero a la mesa del pan de
la proposición, la cual tipifica al Señor como nuestro pan de vida, nuestro suministro de
vida. Luego avanzaba al candelero, el cual representa a Cristo como la luz de vida (Jn.
8:12). Cuando disfrutamos al Señor como la vida, disfrutamos la luz de vida y sentimos
algo dentro de nosotros que está resplandeciendo. Cuanto más disfrutamos al Señor como
la vida, más sentimos que somos llenos de la luz e iluminados interiormente. Del
candelero el sacerdote luego iba al altar del incienso para quemar el incienso, lo cual
tipifica nuestra oración que asciende al Señor como un olor grato para El. Esto nos
muestra la grosura de la casa del Señor, la cual proviene de la experiencia que tenemos
del manantial de la vida y de la fuente de la luz.
Cuando usted experimente al Señor de esta manera, o sea como vida y como luz y como
el olor grato de incienso en la oración que ofrece a Dios, inmediatamente sentirá la
necesidad de edificar el Cuerpo, la casa del Señor, la vida corporativa de iglesia. Cuanto
más disfrute usted a Cristo como vida, más deseo, hambre y sed tendrá por la vida de
iglesia. Cuanto más disfrute al Señor, más sentirá la necesidad de tener comunión con
otros. Cuando entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, ésta le llevará de nuevo a
las muchas experiencias de Cristo y enriquecerá y fortalecerá estas experiencias.
Entonces estará usted abundantemente saciado de la grosura de la casa del Señor. Verá
que el manantial de la vida y la fuente de la luz están en la casa del Señor. Si usted no
está en la casa del Señor, puede recibir un anticipo del manantial de la vida y la fuente de
la luz, y este anticipo le llevará a la vida de iglesia y hará que entre usted en ella. Cuando
entre en la vida de iglesia, en la casa del Señor, dirá: “Aquí está el lugar donde se hallan
el manantial de la vida y la fuente de la luz”. Tendrá la verdadera sensación de la dulzura,
la grosura, de la casa del Señor.
La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía
una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12).
Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v.
17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había
puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob
llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite
derramado encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la
piedra, y Dios es el aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de
la mezcla de Dios con el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo
divino con lo humano.
Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús,
el Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era
el templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo
se agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como
templo de Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo
una tabla en el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de
Dios con el hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan
a El. Los que buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio
de la muerte y la resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su
pueblo escogido y redimido para producir la morada mutua.
La que buscaba en Cantar de Cantares dijo: “Como el manzano entre los árboles
silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su
fruto fue dulce a mi paladar” (2:3). Esto indica cuán precioso es el Señor para la que le
busca. El es como el manzano que provee de sombra y del rico fruto a la que le busca.
Podemos descansar bajo Su sombra y disfrutar Su fruto, el cual es todas Sus riquezas
disponibles para nosotros. El fin del manzano no es el estudio científico de la que le
busca, sino proveerle manera de descansar bajo su sombra y de disfrutar su fruto.
Necesitamos experimentar y disfrutar al Señor de semejante manera.
Por muchos años he recibido las enseñanzas, la ayuda y aun la fortaleza para disfrutar al
Señor de tal manera. Es por esto que no debemos centrarnos en las doctrinas, en las
enseñanzas ni en los dones, sino que debemos concentrar todo nuestro ser en el Señor
mismo. Debemos aprender a disfrutarle, tocarle, comerle y participar de El. El Señor dijo:
“El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Tenemos que aprender a
conocer al Señor en nuestra experiencia, día tras día gustándole y saciándonos de El.
Necesitamos saciarnos de la grosura de Su casa, y ser saturados e impregnados con Su
dulzura.
El disfrute del árbol de la vida da por resultado el tabernáculo, la casa del Señor. Si le
disfrutamos de una manera viviente y real como árbol de la vida, tendremos el
tabernáculo y estaremos en la casa del Señor. En ese momento podremos decir que
estamos saciados de la grosura de la casa del Señor. Le disfrutaremos como el manantial
de la vida y como la fuente de la luz. Sólo desearemos morar en Su casa todos los días de
nuestra vida y comprenderemos plenamente que un día en Sus atrios es mejor que mil.
Seremos como el gorrión que halla casa y la golondrina que encuentra nido para sus
polluelos en los altares de la casa (Sal. 84:3). La vida de iglesia será nuestro lugar de
reposo y un nido donde podemos cuidar a los que hemos traído al Señor. Damos gracias y
alabanzas al Señor por la grosura de Su casa.
CAPITULO CINCO
Lectura bíblica: Jn. 6:35, 57, 63; 7:37; 8:12; 9:5; 11:25; 1 Co.
15:45
La fiesta de la Pascua fue un nuevo comienzo para los hijos de Israel (Ex. 12:2). Su
historia empezó con un cordero. El cordero fue inmolado, la sangre fue derramada para la
redención (Ex. 12:3, 7; 13:13, 15), y ellos comieron la carne del cordero (12:8-10). En la
Biblia primero tenemos el árbol de la vida y luego el cordero. En Juan 1:29 Juan el
Bautista declaró que Cristo era el Cordero de Dios. Cristo como Cordero de Dios es el
Verbo, quien es Dios encarnado para ser hombre (1:1, 14). Cristo es el Dios completo y
el hombre perfecto: el Dios-hombre.
Después de la creación y antes de la caída del hombre, Dios se le ofreció al hombre como
el árbol de la vida (Gn. 2:9, 16). Después de la caída del hombre, Dios se le ofreció como
un cordero al hombre (Gn. 3:21; 4:4) porque éste necesitaba redención. Con respecto al
árbol de la vida antes de la caída, la redención no era necesaria porque no había pecado.
El pecado entró con la caída (Ro. 5:12); por eso, se hizo necesaria la redención. Después
de la caída, el árbol de la vida solo no es suficiente para satisfacer la necesidad del
hombre, pues éste necesita ser redimido (He. 9:22), y con el cordero se obtiene redención.
Antes de la caída, Dios dispuso que el hombre comiera solamente vegetales (Gn. 1:29) y
no animales. Después de la caída y durante el desarrollo de éste, Dios cambió lo que
había dispuesto, dándole al hombre no sólo verduras, sino también animales para comer
(Gn. 9:3).
El árbol de la vida tiene que ver con la alimentación, y el cordero, con la redención. Pero
aun el cordero trae algo que alimenta. Lo dicho por el Señor en Juan 6 es difícil de
entender para muchos lectores. Aun muchos de los discípulos del Señor en aquel tiempo
tropezaron por Sus palabras. Dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?”
(6:60b). El Señor dijo que El era el pan de vida (v. 35) y que Su sangre era verdadera
bebida (v. 55). No es posible que el pan material tenga sangre. Sin embargo, el Señor
Jesús como pan de vida dijo: “Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera
bebida” (v. 55). El Señor Jesús como pan de vida dio a entender que El era una
continuación del árbol de la vida cuyo fin es alimentar al hombre. La sangre y la carne
indican que Cristo es el Cordero de Dios (1:29).
Si Cristo, después de la caída del hombre, no hubiese sido el Cordero, nunca podría haber
sido el pan. Sin la redención, nunca podría ser El nuestro alimento. La redención no es la
meta o el objetivo, sino el procedimiento para llegar a la meta. El Señor Jesús derramó Su
sangre para efectuar la redención a fin de que nosotros comiéramos Su carne y fuéramos
alimentados. De modo semejante, el cordero pascual fue inmolado, la sangre del cordero
fue rociada sobre las puertas, y en la casa, bajo la cubierta de la sangre rociada, los hijos
de Israel descansaron y disfrutaron de la carne del cordero (Ex. 12:3-11).
En el Nuevo Testamento Jesús vino como el propio Dios. El Evangelio de Juan dice: “En
el principio era el Verbo ... y el Verbo era Dios” (1:1). Este Dios un día se encarnó como
hombre para ser un Dios-hombre, quien es el Cordero de Dios (1:29). En Juan 2 el Señor
Jesús, el Dios-hombre, nos dijo que El era el templo (2:19-21). Su antecesor, Juan el
Bautista, declaró que Jesús era el Cordero, y el Señor mismo declaró que El era el
templo. Su precursor nos dio el primer aspecto y Jesús mismo nos dio el último. Entre
estos dos hay muchos aspectos de Cristo en el Evangelio de Juan.
En Juan 2 Cristo no sólo es el templo (vs. 19, 21), sino también el vino (v. 10), el cual es
un verdadero deleite. En esta porción de la Palabra, el vino, el zumo vital de la uva,
simboliza la vida. El agua representa la muerte (Gn. 1:2, 6; Ex. 14:21; Mt. 3:16a). El
Señor convirtió el agua en vino, lo cual significa que absorbió la muerte, cambiándola en
vida (v. 9).
En Juan 3 se presentan varios aspectos de Cristo, los cuales podemos disfrutar. Primero,
Cristo es la serpiente de bronce. Como Moisés levantó la serpiente de bronce en el asta,
así también Cristo como Hijo de Hombre fue levantado en la cruz. Dios le dijo a Moisés
que levantara una serpiente de bronce para los hijos de Israel que estaban bajo juicio.
Todo el que mirara la serpiente de bronce viviría. En Juan 3:14 el Señor Jesús se aplicó
este tipo a Sí mismo, mostrando que El tenía “semejanza de carne de pecado” (Ro. 8:3).
La serpiente de bronce tenía la semejanza, la forma, de la serpiente, mas no el veneno.
Cristo fue hecho “en semejanza de carne de pecado”, pero no participó en el pecado de la
carne (2 Co. 5:21; He. 4:15). Después de mencionarse la serpiente en el capítulo tres,
tenemos a Cristo como el Novio (v. 29).
En el capítulo cuatro, no sólo tenemos el agua viva, sino también un pozo (v. 14). Este
pozo, el cual reemplaza al de Jacob (v. 6), es el pozo eterno, el pozo celestial, y dentro de
él se halla el agua viva (vs. 11, 14). El agua viva es el contenido del pozo. También en el
capítulo cuatro se ve la cosecha (v. 35). En el capítulo cinco el Señor Jesús es la propia
sustitución, el reemplazo, de cualquier religión. En este capítulo la religión de observar la
ley, la religión judía con su estanque y sus ángeles, es reemplazada por el Señor Jesús
como Aquel que lo reemplaza todo. El es mucho mejor que los ángeles (He. 1:4). El
reemplaza la observación de la ley de cualquier religión. Si le tenemos a El, no
necesitamos la religión.
En el capítulo seis tenemos a Cristo como pan de vida. Incluido en el pan de vida está el
Cordero con la sangre derramada y la carne para comer (Jn. 6:35; 1:29; 6:51 y la nota
512, Versión Recobro). En el capítulo siete el Espíritu es los ríos de agua viva (vs. 38-39
y la nota 382, Versión Recobro). En el capítulo ocho se ve a Cristo como el gran “Yo
soy”. El título, “Yo soy”, se menciona por lo menos tres veces en este capítulo: 1) “Si no
creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis” (v. 24); 2) “Cuando hayáis levantado al
Hijo del Hombre, entonces conoceréis que Yo soy” (v. 28); y 3) “Antes que Abraham
fuese, Yo soy” (v. 58). La expresión “Yo soy” indica que Cristo es todo-inclusivo. El es
todo lo que necesitamos. El es como un cheque en blanco. Como el Yo soy, El es todo lo
que necesita usted. Si necesita ser sanado, “Yo soy” es la sanidad. Si necesita la vida,
“Yo soy” es la vida. Si necesita usted poder, “Yo soy” es el poder. Si necesita luz, “Yo
soy” es la luz. Lo que usted necesita, El lo es. El es “Yo soy el que soy”, el gran Yo soy
(Ex. 3:14). ¡Cuán rico es el Evangelio de Juan!
En el capítulo nueve Cristo es la luz del mundo (v. 5). El capítulo diez revela que Cristo
es el Pastor (v. 11; Sal. 23:1) y la puerta (v. 2, 9). La puerta del capítulo diez no sólo es la
entrada para los elegidos de Dios, sino también la salida. No es una puerta por la cual
podemos entrar en el cielo, es una puerta por la cual podemos salir del cautiverio de la
ley. Todos necesitamos salir del redil. ¿Quién es la puerta por la cual salimos? Cristo es
la puerta. Por Cristo, la puerta, los elegidos de Dios no sólo pueden entrar en la custodia
de la ley, como lo hicieron Moisés, David, Isaías, Jeremías y otros en los tiempos
antiguotestamentarios antes de la venida de Cristo, sino que también por El los escogidos
de Dios, tales como Pedro, Juan, Jacobo, Pablo y otros, pueden salir del redil de la ley
después de la venida de Cristo. Por lo tanto, aquí el Señor indica que El es la puerta por la
cual los escogidos de Dios pueden no sólo entrar, sino también salir.
Cristo no sólo es la puerta sino también los pastos (10:9). Los pastos representan a Cristo
como el lugar donde las ovejas se alimentan. Cuando el pasto no está disponible en el
invierno o en la noche, las ovejas tienen que quedarse en el redil. Cuando hay pasto, no es
necesario que las ovejas permanezcan en el redil. Quedarse en el redil es algo transitorio
y temporal. Estar en el pasto y disfrutar sus riquezas es algo final y permanente. Antes de
que viniera Cristo, la ley era el guardián, y estar bajo la ley era transitorio. Ahora que
Cristo ha venido, todo el pueblo de Dios tiene que salir de la ley y entrar en El para
disfrutarle como el pasto (Gá. 3:23-25; 4:3-5). Esto debe ser final y permanente. Cristo es
nuestro Pastor, la puerta por la cual salimos del redil de la ley, y es también los pastos, el
lugar donde nos alimentamos, después de salir del redil. Finalmente, en el capítulo diez
El nos dice que El es uno con el Padre (v. 30), así que El es el Padre (14:9; Is. 9:6).
En el capítulo once Cristo es la resurrección (v. 25). El no sólo es la vida, sino también la
resurrección. La resurrección es la vida que ha sido probada, aun por la muerte. La
muerte es lo más fuerte de todo el universo después de Dios, pero aún así ella no puede
retener la vida de resurrección. Cristo es la resurrección y la vida.
En el capítulo doce Cristo es el grano de trigo (v. 24). Si un grano de trigo se siembra en
la tierra, muere y luego crece llegando a ser así los muchos granos. Su muerte liberó la
vida divina que estaba escondida en El (Jn. 1:4). En el capítulo trece tenemos el
significado del lavamiento de los pies de los discípulos por parte del Señor (v. 5). Es
como el lavacro que estaba en el atrio del tabernáculo (Ex. 30:18-21), donde los
sacerdotes se lavaban, limpiándose de toda contaminación terrenal. El lavamiento de los
pies en el capítulo trece indica que hasta este capítulo, se trata sólo de lo que está en el
atrio; todavía no se ha abarcado lo que está en el Lugar Santo ni en el Lugar Santísimo.
Sólo al llegar al capítulo catorce, después de experimentar el lavacro, entramos en el
Lugar Santo.
En el capítulo catorce Cristo es el Padre (vs. 9-11) y el Espíritu (vs. 16-18). El Señor
Jesús es la corporificación y la expresión del Padre, y como el Espíritu, el Hijo es
revelado y hecho real en nosotros. El Padre es la plenitud del Hijo, y toda la plenitud de
la Deidad mora en El corporalmente (Col. 2:9). El Padre como la plenitud y la realidad
mora en el Hijo, y el Hijo ahora es el Espíritu. El Espíritu es la trasmisión del Dios
Triuno, como lo revela 2 Corintios 13:14, donde dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el
amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La comunión
del Espíritu es el Espíritu mismo como la trasmisión de la gracia del Señor junto con el
amor de Dios, lo cual tiene como fin nuestra participación.
En el capítulo diecinueve tenemos la cruz con la sangre y el agua (vs. 17, 34), y en el
capítulo veinte, el aliento de vida. El Señor Jesús sopló en los discípulos y dijo: “Recibid
el Espíritu Santo” (v. 22). En el capítulo veintiuno hay peces y corderos. Junto con los
peces también tenemos el pan para comer (vs. 9, 13). No necesitamos pescar; el Señor ya
tiene los peces (vs. 5, 9, y la nota 91, Versión Recobro). Después de saciarnos, tenemos
que cuidar a los corderitos (vs. 15-17). Estos son los aspectos de Cristo como
corporificación de Dios presentados en el Evangelio de Juan para nuestro disfrute.
LA MAXIMA CONSUMACION
DEL DISFRUTE QUE TENEMOS DE DIOS
Las Escrituras en su totalidad revelan solamente a Dios, al Dios Triuno, el Padre en el
Hijo como el Espíritu. Este Dios Triuno maravilloso se nos ofreció como nuestro disfrute
en muchos aspectos. Este disfrute comienza con el Cordero y tiene su plena consumación
en el templo. Finalmente, el templo se agranda y llega a ser una ciudad, la Nueva
Jerusalén, donde Dios mismo es el templo (Ap. 21:22). En 1 Samuel (1:9; 3:3) el
tabernáculo que estaba en Silo se llamaba el templo antes de que el templo fuese
edificado por Salomón. Por lo tanto, el tabernáculo es el templo. La Nueva Jerusalén es
llamada el tabernáculo de Dios (Ap. 21:3). Nosotros somos el tabernáculo de Dios donde
puede morar, y El es nuestro templo donde nosotros podemos morar. Esta ciudad es una
morada mutua donde moran Dios y Su pueblo escogido y redimido. La Nueva Jerusalén
es el clímax del disfrute que tenemos del Dios Triuno; allí le disfrutaremos al máximo.
Necesitamos recibir la visión celestial de que Dios es el árbol de la vida y que como tal,
le podemos disfrutar. Todos los aspectos de lo que es Cristo en el libro de Juan son
producidos por el árbol de la vida. Si leemos las Escrituras otra vez para descubrir cuáles
son los aspectos en que podemos disfrutar a Dios, la Biblia llegará a ser nueva para
nosotros. Será un libro de vida, en vez de un libro de conocimiento. Muchos consideran
la Biblia como un libro de conocimiento, pero nosotros tenemos que cambiar el concepto
que tenemos sobre este libro. La Biblia es un libro de vida. El Dios Triuno maravilloso es
nuestro disfrute en muchos aspectos revelados en las Escrituras.
Según el Evangelio de Juan, este Espíritu divino maravilloso entró en nuestro espíritu
humano (Jn. 3:6) cuando le recibimos. Por lo tanto, 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une
al Señor, es un solo espíritu con El”, y Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da
testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Puesto que Dios es Espíritu (Jn. 4:24) y
ahora está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), debemos adorarle en espíritu y en realidad.
¡Cristo está en nosotros en muchos aspectos! El primer aspecto es el Cordero, aquel que
nos redime. El último es el edificio, el templo, el cual es agrandado hasta ser una ciudad.
Sin embargo, la clave de experimentar a Cristo es que El es el Espíritu que está en
nosotros. Juan 4 nos dice que hay un manantial en aquel que bebe el agua que el Señor le
da. Juan 7 nos dice que correrán ríos de agua viva del ser interior de quien cree en el
Señor Jesús (v. 39). Muchos ríos de agua viva correrán de nuestro espíritu, nuestro ser
interior. Antes pensaba que el Señor haría que el agua entrara en mí, pero el Señor salta
en nosotros y brota de nosotros porque El ya está en nosotros. Es una pequeña necesidad
que El entre en nosotros, pero es muy necesario que fluya de nosotros. ¿Por qué entonces
no puede fluir? Usted y yo somos el problema. Por consiguiente, necesitamos abrirnos al
Señor.
No es necesario que el esposo ore: “Señor, ayúdame con mi querida esposa. No sé cómo
tratarla”. Simplemente aprendamos a abrirnos a El diciendo: “Señor, simplemente me
abro a Ti. Una vez más, tengo la oportunidad de abrirte mi ser”. A veces le es difícil al
Señor hacer que usted se abra en lo más recóndito de su ser. Por eso, El le da a usted la
esposa apropiada para ayudarle a abrirse a El. El es el gran Yo soy. El es la respuesta. El
satisfará la necesidad de usted. Si usted se abre a El, sabrá cómo tratar a su esposa, no
simplemente con el conocimiento mental, sino según la vida interior. Desde su interior,
usted sabrá cómo tratar a su esposa de la debida manera, o sea, de una manera divina y
celestial, de modo que usted crezca en el Señor.
Puesto que el Señor está en usted, es necesario que usted aprenda a abrir su ser a El.
Cuando se abra a El, El fluirá. Hemos estorbado al Señor mucho y hasta le hemos
encarcelado. Prestamos atención a cosas fuera del Señor. Tal vez usted ore: “Señor,
corrige a mi querida esposa, cambia su actitud, y dile que está equivocada”. No se debe
orar así. Bajo la soberanía del Señor, la esposa de un hombre puede ayudarle a abrirse al
Señor. Cuando usted se abra, los ríos de agua viva, tales como el río de vida, el río de
amor, el río de sabiduría, el río de humildad, el río de misericordia, y el río de paciencia,
correrán del interior de usted para regarlo a usted y a otros. Esto es lo que produce el
disfrute del árbol de la vida.
En Génesis 2 tenemos el árbol de la vida y el fluir del río (vs. 9-10). Cuando realmente
disfrutemos al Señor como el árbol de la vida, algo se producirá. Algo saldrá de nosotros
como una corriente para ministrar algo del Señor mismo a otros. Este fluir saciará la sed
de otros, les alimentará, les iluminará o les fortalecerá. Esta es la debida manera de vivir
en esta tierra como testimonio de Jesús. Esto es lo que el Señor necesita hoy en día. El no
necesita una religión llena de enseñanzas, prácticas y dones; necesita que la vida fluya
desde nuestro interior. Debemos entender lo que El es y donde está. El es el Espíritu
maravilloso, rico y todo-inclusivo, y está en nuestro espíritu. El espera que nos abramos a
El. No debemos confiar en nosotros mismos ni tratar de hacer algo por nuestros propios
esfuerzos. Hay una sola lección que debemos aprender: necesitamos abrirnos al Señor.
Entonces El brotará; saltará de nuestro interior. Como resultado, tendremos los ríos de
agua viva que corren de nosotros todo el tiempo. Este es el producto, el resultado, de
disfrutar a Dios como el árbol de la vida todo-inclusivo.
CAPITULO SEIS
Puesto que Dios es el Dios de los vivos y se llama el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, entonces Abraham, Isaac y Jacob, ya muertos, resucitarán. Esta es la manera en
que el Señor Jesús usó las Escrituras: no sólo por la letra sino por la vida y el poder
implícitos en ellas. Del título divino de Dios como Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,
el Señor Jesús vio la verdad, el hecho, de la resurrección. No es muy fácil entender la
Biblia de manera tan profunda y viviente. Aparentemente, no hay nada que ver en este
título, pero en él se ve la verdad de la resurrección porque Dios no podía ser el Dios de
una persona muerta. Si Dios es el Dios de Abraham, quien ha muerto, eso quiere decir
que Abraham será resucitado porque Dios no es el Dios de los muertos sino de los vivos.
EL CORDERO DE DIOS
El árbol de la vida fue lo primero que Dios presentó al hombre, pero después de que el
hombre cayó Dios hizo del sacrificio ofrecido por Adán y su esposa túnicas de pieles y
con ellas les vistió (Gn. 3:21). Ser justificado significa ser cubierto con la justicia de
Dios, la cual es Cristo mismo. Probablemente Dios mató corderos en la presencia de
Adán y Eva para poder hacer túnicas de las pieles de los corderos. Pudieron vestirse de
las túnicas por causa de que había sido derramada la sangre del sacrificio, pues el cordero
del sacrificio fue hecho el sustituto por el hombre pecaminoso. Antes de la caída en
Génesis 2, Dios presentó al hombre el árbol de la vida. Después de la caída en Génesis 3,
Dios le da al hombre el cordero, el sacrifico. El árbol de la vida en Génesis 2 se convirtió
en un cordero en Génesis 3. El árbol de la vida es Cristo, y el cordero también es Cristo.
Estos dos son uno solo. Debido a la caída, el árbol de la vida tuvo que convertirse en un
cordero.
En Juan 6 el Señor Jesús nos dice que El es el pan de vida. El pan de vida equivale al
árbol de la vida. Los dos vienen de la vida botánica, la vida vegetal. Pero en el mismo
capítulo donde el Señor habla de comerle como pan de vida, también dice: “Porque Mi
carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (v. 55). En sentido material
no esposible que el pan tenga sangre. Pero conforme a la realidad espiritual, el pan de
vida incluye la sangre. Esto se debe a que nunca podríamos comer el pan de vida, si éste
no tuviera sangre. El árbol de la vida nos fue cerrado por la caída, pero el Cordero con Su
sangre redentora nos lo ha abierto.
LA CLAVE DE VOLVERSE
DEL ATRIO AL LUGAR SANTO
Ahora debemos seguir adelante para ver algo más, algo más rico, profundo y elevado que
el disfrutar a Cristo como el Cordero de Dios. Después del libro de Exodo tenemos el
libro de Levítico con todas las ofrendas, las cuales se basan en dos cosas: el árbol de la
vida, o sea la vida vegetal, y el cordero, la vida animal. Todas las ofrendas se componen
de estas dos clases de vida. El holocausto es de la vida animal pero la ofrenda de harina
es de la vida vegetal (Lv. 2:7-10). La vida animal redime, y la vida vegetal genera y
alimenta. Todas las ofrendas, tales como la ofrenda por el pecado, la ofrenda por la
transgresión, el holocausto, la ofrenda de harina, y la ofrenda de paz, fueron
experimentadas en el atrio del tabernáculo. Estas ofrendas tipifican a Cristo, la ofrenda
única en su género. En el lugar santo estaban la mesa del pan de la proposición y los
panes, el candelero con la luz, y el altar de oro del incienso y el incienso mismo. La mesa,
el candelero y el altar son Cristo, y el pan de la proposición, la luz y el incienso son
Cristo. Todas las ofrendas son Cristo, todo el mobiliario del Lugar Santo es Cristo, y
todas las cosas relacionadas con el mobiliario son Cristo.
¿Cómo podemos volvernos de las experiencias de Cristo como todas las ofrendas a las
experiencias de Cristo como el mobiliario del Lugar Santo con todas las cosas
relacionadas? En otras palabras, ¿cómo podemos volvernos de las experiencias de Cristo
en el atrio a las experiencias de Cristo en el Lugar Santo? La manera de volvernos es
comer; comer es la clave. En el atrio el sacerdote no come las ofrendas primero. Primero
mata las ofrendas y luego las presenta a Dios. La sangre de las ofrendas tipifica el aspecto
redentor de Cristo. Después de ser redimido, es necesario comer. Todo se determina con
el comer. El comer es la clave que nos vuelve del atrio al lugar santo. En el atrio, los
sacerdotes primero disfrutaban todas las ofrendas en el aspecto de Cristo como su
justicia. Luego disfrutaban las ofrendas comiéndolas (Lv. 7:14-15). Después de ser
redimidos, debemos seguir adelante y comer. Al comer las ofrendas, somos introducidos
en el Lugar Santo. Cuando entramos en el Lugar Santo, lo primero que encontramos es el
pan de la proposición, el cual debemos comer. Si usted no sabe cómo alimentarse del
Señor Jesús, usted es un cristiano que se queda solamente en el atrio. Cuando ve usted la
visión de comer al Señor Jesús y alimentarse de El, esto le volverá del atrio al Lugar
Santo.
Muchos cristianos estiman mucho el hecho de que Cristo sea su justicia, pero se olvidan
de comer a Cristo y así disfrutarle interiormente. Dios usó a Martín Lutero para recobrar
la verdad acerca de la justificación por la fe con Cristo como nuestra justicia. Pero el
hecho de que debamos comer a Cristo para disfrutarle todavía necesita ser recobrado
entre los hijos de Dios. El cumplimiento del propósito de Dios depende principalmente de
que comamos a Cristo. Cristo es nuestra justicia objetiva y externa, y siendo tal, nos
capacita para comerle interior y subjetivamente.
El hijo, después de comer el becerro gordo y saciarse, pudo hacer algo para agradar al
padre. Lo que cumplimos no sólo se basa en la justicia, sino también en el comer. Si el
padre en Lucas 15 sólo hubiera vestido al hijo y luego le hubiera dicho que hiciera algo
para él, el hijo no habría tenido la fuerza necesaria. El hijo fue vestido apropiadamente y
limpiado por completo, pero tenía hambre y estaba vacío. No tenía la energía, el poder, la
fuerza, ni el contenido. Después de que nos hayan traído a la mesa para que nos
alimentemos de Cristo como nuestro banquete, seremos muy activos, deseosos del
mandato del Padre. Tendremos la fuerza, la energía y la provisión de vida para llevar a
cabo la voluntad del Padre.
Valoramos el lado objetivo de la obra redentora del Señor, a saber, nuestra justificación
mediante Su preciosa sangre, pero hemos sido redimidos y justificados para poder comer
y disfrutar a Cristo. El padre del hijo pródigo le vistió a la puerta de la casa para que
pudiera entrar y sentarse a la mesa a fin de tener un banquete y alegrarse. Todos nosotros
necesitamos disfrutar al Señor como un banquete. Puede ser que hayamos sido salvos por
la redención del Señor pero ¿cuánto hemos comido de El? En nuestra experiencia,
¿estamos a la puerta de la casa del Padre o estamos dentro de ella alimentándonos de
Cristo y de todas Sus riquezas? Tal vez usted esté a la puerta, ataviado del mejor vestido,
llevando un anillo en la mano y sandalias en los pies pero, ¿cómo está usted por dentro?
¿Está satisfecho y saciado o está vacío? Todos necesitamos comer al Señor para ser
llenos de El. Cuando comemos de El, le disfrutamos como el árbol de la vida. Cristo
como Cordero de Dios nos capacita para ser justificados por fe a fin de que seamos
llevados de nuevo al disfrute de Cristo como el árbol de la vida.
COMER A CRISTO PARA SER TRANSFORMADOS EN
MATERIALES PRECIOSOS PARA EL EDIFICIO DE DIOS
Comiendo y disfrutando a Cristo, somos transformados. En el atrio no se encuentra el
oro, sino el bronce y la plata. El bronce significa el juicio, y la plata significa la obra
redentora de Dios. La redención proviene del juicio divino de Dios. Las columnas y las
basas del atrio eran de bronce, pero los capiteles, las coronas de las columnas, estaban
cubiertos de plata y las escarpias y las barras que unían eran de plata (Ex. 27:11; 38:19).
Esto indica que la redención de Cristo proviene del justo juicio de Dios. Cristo sufrió el
juicio de Dios en la cruz y de El procede nuestra redención. Las basas de las cuarenta y
ocho tablas del tabernáculo también eran de plata. Estas cuarenta y ocho tablas eran de
madera de acacia cubierta de oro.
Todos los muebles que estaban dentro del tabernáculo eran de oro o estaban cubiertos de
oro. Esto significa que la naturaleza divina (el oro) es forjada en nuestro ser cuando
comemos a Cristo, cuando le disfrutamos como un banquete. Al comerle, seremos
mezclados con Dios, y esta mezcla nos transforma. Si queremos disfrutar al Señor más y
más, tenemos que aprender a comerle, a disfrutarle como un rico banquete. Todo gira en
esto. Si sabemos comerle, o sea disfrutarle como un banquete, seremos transformados en
materiales preciosos para ser edificados como el templo (1 Co. 3:12), como la casa del
Señor, y dentro de esta casa disfrutaremos al Señor de manera mucho más rica. Al comer
al Señor y al ser transformados por El, disfrutaremos la grosura de Su casa. Le
disfrutaremos al máximo.
Necesitamos una visión para poder ver que toda la Biblia nos presenta un cuadro
mostrándonos que Dios es el árbol de la vida que sirve como alimento para nosotros. Es
por esto que el árbol de la vida está al principio de la Biblia y al final de la Biblia (Gn.
2:9; Ap. 22:2, 14). Entre estos dos extremos de la Biblia hay muchos relatos negativos
con respecto al pueblo del Señor, y cómo experimentaron muchas distracciones y
estorbos, los cuales impidieron que disfrutaran a Dios como el árbol de la vida. Todas las
historias positivas de la Biblia nos dan un cuadro del pueblo escogido de Dios disfrutando
a Dios como el árbol de la vida en diferentes aspectos. El árbol de la vida cambió de
forma y se convirtió en un cordero por causa de la caída. Ahora tenemos que disfrutarle
como el Cordero redentor. Después de disfrutarle en Su aspecto redentor, inmediatamente
tenemos que disfrutarle como el Cordero que alimenta e imparte energía. Debemos
aprender a disfrutar al Señor comiéndole. Comer al Señor nos volverá del atrio al Lugar
Santo. Al comerle seremos transformados en materiales preciosos para ser edificados con
otros para el edificio de Dios (1 P. 2:5). Entonces habrá una casa, un templo, para el
descanso del Señor, y en este templo disfrutaremos al Señor de manera plena. Así que, el
propósito de Dios se cumplirá. Finalmente, la casa, el templo, será agrandada y llegará a
ser una ciudad, la cual es la máxima consumación de la intención eterna de Dios. La
intención de Dios se lleva a cabo al comerle nosotros. Todos debemos aprender a comer
al Señor, a disfrutarle como rico banquete.
El Señor Jesús llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El es el Espíritu que da
vida (2 Co. 3:6; Jn. 6:63). Podemos recibir esta vida al alimentarnos de El en el espíritu.
Tenemos que aprender a ejercitar nuestro espíritu para ponernos en contacto con el Señor.
Es por esto que el apóstol Pablo, al despedirse, dijo en 2 Timoteo 4:22: “El Señor sea con
vuestro espíritu”. El Señor Jesús es el Espíritu vivificante y está con nuestro espíritu.
Debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu para alimentarnos de El, disfrutarle como
un rico banquete y comerle. Si le disfrutamos comiéndole, esto nos volverá del exterior
de la casa del Señor al interior y nos transformará de pedazos de barro a piedras
preciosas, buenas para el edificio de Dios.
CAPITULO SIETE
Lectura bíblica: 1 Co. 15:45; Jn. 14:1-6, 10, 16-20, 23; 20:22
Dice en 1 Corintios 15:45: “Así también está escrito: ‘Fue hecho el primer hombre Adán
alma viviente’; el postrer Adán, Espíritu vivificante”. En este versículo hay dos puntos
importantes. Primero, Cristo, el postrer Adán, llegó a ser Espíritu. En segundo lugar,
Cristo fue hecho no sólo Espíritu, sino también un Espíritu que da vida, que imparte vida.
Fue hecho Espíritu para que pudiera darnos vida.
En 1 Corintios 15:45 no dice específicamente que Cristo, el Hijo de Dios, o que Jesús
llegó a ser Espíritu vivificante, sino que el postrer Adán llegó a ser tal Espíritu. El primer
Adán es el comienzo de la humanidad; el postrer Adán es el fin de la humanidad. La
expresión “el postrer Adán” significa el último hombre. Después de él no hay más
Adanes.
En el Evangelio de Juan, del capítulo uno al capítulo catorce, hay muchos aspectos de
Cristo. El capítulo catorce es el viraje decisivo de este Evangelio. El capítulo trece
todavía está en el atrio. En este capítulo el lavamiento de los pies de los discípulos por
parte del Señor señala el lavacro, que estaba en el atrio del tabernáculo, donde uno podía
lavarse y limpiarse. A partir del capítulo catorce nos volvemos del atrio al Lugar Santo, y
de este capítulo al capítulo diecisiete el tabernáculo con el Lugar Santo y el Lugar
Santísimo está edificado. El Señor reveló cómo iba a hacerse Espíritu vivificante en Juan
14—16, y la manera en que lo hizo se halla en Juan 18—20: la de la muerte y la
resurrección. Por medio de la muerte y la resurrección, este hombre llegó a ser Espíritu
vivificante.
En Juan 20, después de la muerte y la resurrección, este hombre regresó a Sus discípulos
en forma del Espíritu y sopló en los discípulos, diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (v.
22). El Espíritu Santo es el Espíritu que da vida (2 Co. 3:6). Con este Espíritu, la vida
entra en nosotros; con esta vida tenemos la luz; y con esta luz tenemos todas las riquezas
de lo que es este Dios-hombre. Todos los aspectos de Cristo presentados en el Evangelio
de Juan son los diferentes aspectos de las riquezas de este Dios-hombre, y todas estas
riquezas están ahora en el Espíritu vivificante. Todas las riquezas de Cristo en su
totalidad equivalen a la vida. Si usted tiene la vida, disfruta al Señor como la puerta,
como el pastor, y como muchas otras cosas. Incluso el lavamiento de los pies descrito en
Juan 13 no es algo simplemente externo; es algo interno. Si usted no sabe alimentarse del
Señor como vida, no puede disfrutar el lavamiento de la vida. Cuando le disfruta
alimentándose de El como vida, será nutrido, y al mismo tiempo sentirá el lavamiento. La
nutrición lava y limpia. Cuando usted se alimenta del Señor Jesús, o sea cuando le come
y le disfruta como rico banquete, usted es nutrido y al mismo tiempo regado, iluminado,
limpiado, fortalecido y consolado. Las riquezas de esta vida reposan en el Espíritu
vivificante.
El libro de Juan comienza con el Verbo y termina con el Espíritu. El Verbo, el cual es
Dios, pasó por los procesos de la encarnación, el vivir humano con sus sufrimientos, la
crucifixión y la resurrección. En la resurrección este Dios-hombre maravilloso llegó a ser
Espíritu vivificante. Todos los aspectos de lo que es Cristo y todos Sus procesos están
concentrados e incluidos en el Espíritu vivificante. Tal vez usted sepa que Cristo es el
Hijo de Dios, que El es el Cordero de Dios, aquel que murió en la cruz por sus pecados, y
que El es el Salvador. Pero, ¿le conoce a El de manera viva como el Espíritu vivificante?
El libro de Juan concluye al final del capítulo veinte donde el Señor se impartió en los
discípulos soplando en ellos como Espíritu Santo. El capítulo veintiuno es la “P. D.” del
Evangelio de Juan. Cuando escribimos una carta, puede ser que tengamos algo más que
decir después de la conclusión para establecer un punto particular. Juan 21 es la “P. D.”
de este Evangelio, comprobando y confirmando que el Espíritu vivificante no sólo está
con los discípulos, sino también dentro de ellos. Dondequiera que estuvieran, allí estaba
el Espíritu vivificante. Aun cuando estaban apartándose y desviándose, El todavía estaba
allí. No importa lo que haga usted, El siempre está con usted. Si va al cine, El irá con
usted pero no estará contento. Cuando los discípulos se desviaron en Juan 21 regresando
al mar para ocuparse de su sustento, el Señor estaba con ellos todo el tiempo. Cuando
Pedro les dijo a los demás hermanos que iba a pescar, ellos le siguieron regresando así a
su vieja vocación. Pescaron toda la noche y no sacaron nada; pero, incluso en la tierra
donde no hay peces, el Señor pudo proveerles de ellos. Dondequiera que esté el Señor,
nuestras necesidades estarán satisfechas. Debemos aprender la lección de ser uno con El.
Juan 21 es una prueba, una confirmación, de que esta Persona maravillosa ahora está en
Sus redimidos. El está con ellos todo el tiempo como el Espíritu vivificante. La
conclusión de Juan se encuentra en el capítulo veinte, pero su “P. D.” no tiene fin. Hoy
todavía tenemos la “P. D.” del Evangelio de Juan.
Debemos dedicar algún tiempo para ver el viraje decisivo del libro de Juan en los
capítulos del catorce al diecisiete. Juan 14:1-2a dice: “No se turbe vuestro corazón; creéis
en Dios, creed también en Mí. En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. La palabra
“moradas” del versículo 2 es la misma palabra griega traducida “morada” en el versículo
23. El Señor Jesús dice en este versículo que El y el Padre vendrán al creyente y harán
morada con él. La palabra “morada” en el griego es la forma sustantiva del verbo
“permanecer”. El Señor continúa en los versículos 2 y 3: “Voy, pues, a preparar lugar
para vosotros. Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo,
para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. El Señor dijo: “Si voy ... vendré”.
Esto significa que la ida del Señor era Su venida. Luego añadió que recibiría a los
discípulos a Sí mismo para que donde El estuviera, ellos también estarían. ¿Dónde está el
Señor en Juan 14? El versículo 10 dice: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre
está en Mí?” El Señor está en el Padre y deseaba que los discípulos estuvieran donde El
estaba. El está en el Padre, y ellos también estarían en el Padre. El Señor iba a hacer algo
para introducir a los discípulos en el Padre. Pedro, Juan, Jacobo y Andrés no estaban en
el Padre, pero El sí. Ellos eran pecadores y no había lugar para ellos en el Padre. Por lo
tanto, el Señor tenía que ir (por medio de Su muerte y Su resurrección) a preparar un
lugar para ellos en el Padre. Deseaba introducirlos en el Padre.
En el versículo 20 el Señor les dijo a los discípulos: “En aquel día vosotros conoceréis
que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En el día de la
resurrección los discípulos estarían en el Señor y en el Padre donde El estaba. El hecho
de que el Señor fuese al Padre (v. 28) por medio de Su muerte y Su resurrección equivalía
en realidad a que entraba en los discípulos (v. 18). El primer paso de Su venida se dio por
la encarnación. El dio el segundo paso pasando por la muerte y resurrección para ser
transfigurado de la carne al Espíritu, entrar en Sus discípulos y morar en ellos, como lo
revelan los versículos del 17 al 20. Su ida fue en realidad Su venida.
Los versículos del 4 al 6 dicen: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino. Le dijo Tomás:
Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo
soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. El camino es
una persona y el lugar también es una persona. Muchos creyentes interpretan estos
versículos como si dijeran que nadie puede irse a los cielos sino por Cristo. Pero el
verdadero significado aquí es que nadie puede entrar en el Padre sino por Cristo. Nadie
puede ganar una verdadera unión con el Padre excepto por Cristo.
Los versículos del 16 al 20 dicen: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para
que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con
vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros. Todavía un
poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros
también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros
en Mí, y Yo en vosotros”. Aquel que [estará con nosotros], quien es el Espíritu de
realidad del versículo 17, llega a ser Aquel que [no nos dejará huérfanos], el Señor
mismo, del versículo 18. Esto significa que el Señor, después de Su resurrección, llegó a
ser el Espíritu de realidad. Esto se confirma en 1 Corintios 15:45. Al tratar la cuestión de
la resurrección, dice: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. “Aquel día”
mencionado en Juan 14:20 debe de ser el día en que el Señor resucitó (20:19). Debe ser
que después de Su resurrección el Señor viva en Sus discípulos y que ellos vivan por El,
según lo mencionado en Gálatas 2:20.
El libro de Juan nos revela que tenemos pecado (16:8-9), y en Juan 12:31 menciona al
príncipe de este mundo, al rey de esta edad, al enemigo de Dios, Satanás el diablo.
Nosotros los seres humanos somos pecaminosos y estamos bajo la mano de aquel que
usurpa, Satanás. Con respecto al problema del pecado y de Satanás, ¿cómo podríamos
tener una unión con Dios el Padre? ¿Cómo podríamos entrar en el Padre, y cómo podría
el Padre entrar en nosotros? El Señor Jesús vino para introducirnos en el Padre y para
introducir al Padre en nosotros. Vino para que nosotros tuviéramos vida en abundancia
(Jn. 10:10). Pero, ¿cómo podría esto llevarse a cabo ya que nosotros somos pecaminosos
y estamos bajo la mano de Satanás? Primero, el Cordero tenía que ser inmolado, tenía
que morir, por nuestros pecados (1:29). El Cordero tenía que ser puesto en la cruz para
derramar Su sangre a fin de que nuestros pecados fuesen anulados. Además, cuando el
Cordero fue levantado en la cruz, Satanás fue juzgado y echado fuera (12:31-32). El
resolvió el problema del pecado y de Satanás al morir en la cruz, y así preparó el camino
por el cual nosotros podemos entrar en el Padre y tengamos un lugar en El. El Señor fue a
preparar un lugar para nosotros en el Padre y lo hizo al derramar Su sangre para
redimirnos de nuestros pecados y quitarlos todos y al destruir a Su enemigo Satanás,
liberándonos así de la mano usurpadora de Satanás.
El Señor no iba al cielo con el propósito de prepararnos una mansión celestial donde
pudiéramos ir un día después de morir. Este pensamiento no corresponde con el
Evangelio de Juan cuando se lo considera en su totalidad. El Señor vino para introducir a
Dios en el hombre y para poner al hombre en Dios. Sin embargo, nosotros tenemos los
problemas del pecado, Satanás y el mundo. Estas cosas negativas nos separaron de Dios e
impidieron que Dios entrara en nosotros. Todos estos problemas fueron resueltos y
eliminados por la muerte todo-inclusiva del Señor. Por Su crucifixión, los pecados, el
mundo y Satanás han sido eliminados. Por Su muerte El preparó el camino, y también
preparó un lugar de modo que donde El esté, nosotros también podemos estar. El está en
el Padre y por medio de Su muerte y Su resurrección nosotros también podemos estar en
el Padre. El fue a preparar un lugar para nosotros en el Padre.
Por el lado positivo, el Señor vino para impartirse en nosotros como vida. Con este
propósito El fue a la cruz como grano de trigo (Jn. 12:24). Un grano de trigo imparte su
vida en otros granos al morir y resucitar. Cuando un grano de trigo cae en la tierra y
muere, crece, y la vida dentro de él es impartida en muchos granos. Por medio de la
muerte y la resurrección, la vida dentro del grano original llega a ser la vida de muchos
granos. De esta manera el Señor se imparte en nosotros. Al estar El en nosotros, somos
uno con El. El está en el Padre, y nosotros también estamos en el Padre por medio de Su
muerte y resurrección. Por Su muerte todo-inclusiva y Su resurrección maravillosa, El se
introdujo en nosotros y nos introdujo en Sí mismo y en el Padre. Es por esto que El dice:
“En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en
vosotros”. Por medio de Su muerte y Su resurrección El llegó a ser nuestra morada y
nosotros llegamos a ser las Suyas. Estamos en El, así que El es nuestra morada; y El está
en nosotros, así que nosotros somos Sus moradas. Por Su muerte y resurrección muchas
moradas fueron preparadas. Todas estas moradas sumadas equivalen a la casa del Padre.
La expresión “la casa del Padre” se usa en el Evangelio de Juan en 2:16 y en 14:2. En el
capítulo dos la casa del Padre es el templo, y en el capítulo 14 también. Decir que la casa
del Padre es el cielo no concuerda con la revelación bíblica. La casa del Padre es el
edificio, el templo, el cual es la totalidad de todas las moradas, de todas las personas
regeneradas. En la casa del Padre hay muchas moradas. La casa del Padre es en realidad
una morada mutua, una mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido, redimido y
regenerado. Nosotros somos las moradas del Padre, del Hijo y del Espíritu, y Ellos son
nuestra morada. Esta es la morada mutua revelada en el Evangelio de Juan. Hemos sido
introducidos en el Dios Triuno, y El se ha forjado en nosotros al mezclarse con nosotros.
El Señor Jesús se iba al morir y resucitar a fin de poder introducirnos en el Padre e
introducir al Padre en nosotros, realizando así la mezcla universal del Dios Triuno con la
humanidad. Esta mezcla es la casa del Padre.
El Señor Jesús introdujo al Padre en nosotros por y en el Espíritu. Juan 14—16 nos
muestra que el último hombre, el postrer Adán, llegó a ser Espíritu vivificante al morir y
resucitar. Por lo tanto, en la tarde de Su resurrección, El vino a Sus discípulos no en la
forma de carne, sino de Espíritu. El es el Espíritu en resurrección.
El Espíritu vivificante, quien es el propio Cristo, el Verbo que era Dios, el Hijo de Dios y
la realidad del Dios Triuno, está en nosotros. Debemos aprender no sólo a alimentarnos
de El, o sea comerle, sino también a permanecer en El. Juan 1:12-13 nos dice que
debemos recibirle y que creer en El equivale a recibirle. El libro de Juan también nos dice
que debemos beber de El (4:14; 7:37) y comer de El (Jn. 6:57). Además, Juan nos dice
que debemos permanecer en El (15:4). La secuencia dada en el libro de Juan es: recibirle,
beber de El, comerle y permanecer en El. Primero, tenemos que recibirle para poder
permanecer en El. Luego, tenemos que aprender cómo beberle y alimentarnos de El. Al
beber de El y alimentarnos de El, podemos permanecer en El.
El árbol en el cual tenemos nuestra existencia es el Dios Triuno. El Verbo que era Dios se
hizo carne, murió y resucitó, y fue transfigurado en Espíritu vivificante. Ahora el Dios
Triuno procesado es el Espíritu vivificante. ¡Qué hecho maravilloso que hoy exista este
Espíritu vivificante! El Dios Triuno ha pasado por muchos procesos para llegar a ser una
dosis todo-inclusiva que está disponible para cada uno de nosotros. Este Espíritu
universal, eterno y vivificante, quien es Cristo el Señor, está esperando a que el hombre le
reciba. A todos los que le reciben, les da potestad de ser hechos hijos de Dios. Ahora
necesitamos aprender cómo beberle, cómo alimentarnos de El, y luego tenemos que
permanecer en El. Debemos entender que somos Sus pámpanos. Tenemos que
alimentarnos de El absorbiendo todo lo que El es para nosotros. Si permanecemos en El y
absorbemos todo lo que El es, experimentaremos el elemento aniquilador que está en El.
En la dosis todo-inclusiva, hay un elemento que mata los microbios, que pone fin a
nuestra carne, a nuestro yo, a Satanás y al mundo.
Cuanto más intentemos dar fin a nosotros mismos considerándonos muertos, más
estaremos vivos. El hermano Watchman Nee una vez nos dijo que una persona puede
suicidarse de muchas formas, pero nadie puede suicidarse por medio de crucifixión. Ser
crucificado requiere que otros pongan a uno en la cruz. Uno no puede clavarse a sí mismo
en la cruz. Olvídese usted de darse fin a sí mismo. Simplemente aliméntese de El y
permanezca en El. Cuanto más absorba el zumo vital de Cristo, del árbol de la vida, más
sentirá dentro de usted el elemento aniquilador.
El Dios Triuno es nuestro árbol de la vida, y podemos participar de este árbol por causa
de Su encarnación, Su muerte y resurrección. Por Su encarnación El introdujo a Dios en
el hombre, y por Su muerte y resurrección, introdujo al hombre en Dios. Además, por Su
muerte y resurrección, llegó a ser el Espíritu vivificante; fue transfigurado de la carne al
Espíritu. Este Espíritu introduce a Dios en nosotros e introduce a nosotros en Dios. El nos
injerta en Cristo, la vid universal, para hacernos pámpanos de esta vid. Ahora
necesitamos disfrutar todo lo que El es. Al permanecer en El y disfrutarle, la iglesia
llegará a existir como la verdadera expresión del Dios Triuno. Al disfrutar y experimentar
nosotros el árbol de la vida, el propósito eterno de Dios se cumplirá. ¡Cuán importante es
que conozcamos este árbol de la vida y que lo experimentemos de manera tan viviente!
CAPITULO OCHO
Lectura bíblica: Ap. 2:7, 17; 3:20; Ez. 1:1, 27; 37:1-12, 14, 26-
28; 47:1-12; 48:30-35
Hemos visto claramente en las Escrituras que el comer nos transforma. Esto se puede
entender también en la alimentación de la comida física. Si una persona no come durante
tres días, se verá débil y pálida. Pero una vez que coma algunas buenas comidas, su
apariencia se transformará. Se verá saludable en vez de ser pálido y será fuerte en vez de
ser débil. Somos transformados al comer. Si uno come carne día tras día, empezará a oler
a carne. Tendrá el olor de una vaca por haber comido tanta carne de res. El comer
produce la transformación.
Anteriormente, vimos que el comer es el viraje decisivo, pues hace que uno se vuelva del
atrio del tabernáculo al Lugar Santo. En el atrio del tabernáculo, en el altar, están todas
las ofrendas. Podemos disfrutar la redención de Cristo por medio de estas ofrendas.
Después de disfrutar el aspecto redentor de las ofrendas, los sacerdotes tenían que comer
la mayor parte de ellas. Empezaban a comer participando de las ofrendas que estaban en
el atrio.
Al comer las ofrendas los sacerdotes son llevados al tabernáculo. En el Lugar Santo del
tabernáculo está la mesa del pan de la proposición. Los sacerdotes habían de comer el pan
de la proposición en el Lugar Santo (Lv. 24:5-9). Según la secuencia en que se
mencionan los artículos que están en el tabernáculo, la mesa del pan de la proposición fue
el primer artículo al norte, y al sur estaba el candelero (Ex. 26:35). La vida que
disfrutamos comiendo el pan de la proposición da por resultado la luz del candelero.
Comer del pan equivale a disfrutar la vida y esta vida es la luz de los hombres (Jn. 1:4), la
luz de la vida (Jn. 8:12). Luego en el tabernáculo estaba el altar del incienso. La dulzura
de Cristo sigue la iluminación.
En el atrio lo primero es la redención, es decir, la justificación por fe mediante la sangre.
Basado en la justificación mediante la redención, uno tiene derecho a disfrutar y comer
de todas las ofrendas, las cuales son los diferentes aspectos de Cristo. Por medio de la
redención de Cristo, uno tiene el derecho y la base para disfrutar a Cristo como su
porción. Hay que comer de El. Así que, comer es lo último que se hace en el atrio, y lo
primero que se hace en el Lugar Santo. En la mesa del pan de la proposición, el sacerdote
sigue comiendo.
El comer incluye tres cosas. Primero, significa ingerir algo. En segundo lugar, sin comer
no podemos existir. Yo tengo vida, pero tengo que comer para mantener esta vida. En
tercer lugar, todo lo que ingiero se convierte en el elemento por el cual vivo, y lo que
ingiero será lo que digiero, y esto llegará a ser lo que constituye mi ser, los elementos de
mi ser. Lo que como llega a ser parte de mí. En Juan 6 el Señor nos dice que El es el pan
de vida (v. 35) y que aquel que le come, vivirá por causa de El (v. 57).
Toda la Biblia nos revela un punto central: la intención de Dios es forjarse en nosotros.
Dice en 1 Corintios 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”. Dios quiere
hacerse uno con nosotros. Esto es maravilloso. No existe mente humana que pueda
imaginar que tal cosa podría ocurrir en el universo, a saber, que el Creador y Dios
todopoderoso quiere hacerse uno con nosotros. Hay una sola manera en que Dios puede
ser uno con nosotros. Dios puede forjarse en nosotros para ser uno con nosotros al
comerle. Dios se le presentó al hombre como el árbol de la vida inmediatamente después
de crearlo. Dios como árbol de la vida se nos presenta para que le comamos. No sólo en
Génesis 2, sino también en Apocalipsis 2 se nos manda a comer del árbol de la vida.
Después del tabernáculo apareció el templo, el cual también fue resultado del comer. Seis
libros del Antiguo Testamento, de 1 Samuel a 2 Crónicas nos dan una crónica completa
de la edificación del templo. Si uno lee estos libros con esmero, verá que el templo fue
producido por el disfrute de los productos de la buena tierra de Canaán. La buena tierra
de Canaán tipifica al Cristo todo-inclusivo, resucitado y ascendido. La porción central de
la buena tierra fue ofrecida a Dios en Ezequiel como una ofrenda elevada (48:8-12), la
cual tipifica al Cristo resucitado y elevado, ascendido a los cielos. La tierra de Canaán era
una tierra elevada, la cual estaba muy por encima del nivel del mar. Esto simboliza al
Cristo resucitado y ascendido. Dios nos ha llevado a esta tierra y nos ha puesto en Cristo.
Ahora vivimos en esta tierra. Ahora vivimos en Cristo, andamos en Cristo y aun
cultivamos a Cristo. Día por día laboramos y cultivamos esta buena tierra, este Cristo.
Luego tendremos el producto de Cristo no sólo para disfrutarlo personalmente, sino
también para disfrutarlo pública y corporativamente con Dios, ofreciéndole a El el ex-
cedente del producto de la buena tierra. Por medio de esto el templo, el cual tipificaba la
iglesia, fue edificado. El templo procedió del disfrute de todo lo que la buena tierra
produjo, lo cual tipifica cómo la iglesia llega a existir por el disfrute que tenemos de
Cristo.
Cristo es la tierra elevada. El está tipificado por la tierra que surgió de las aguas de la
muerte el tercer día, en el primer capítulo de Génesis (vs. 9, 13). El tercer día la tierra
surgió de las aguas; esta tierra es el Cristo resucitado. Vivimos en El, andamos en El, le
cultivamos, y luego le disfrutamos. Disfrutamos todas las riquezas de la vida, los
diferentes aspectos de la vida. Muchos diferentes aspectos de la vida surgieron de la tierra
elevada en Génesis 1, lo cual muestra que todas las riquezas de la vida proceden del
Cristo resucitado y ascendido. Simplemente debemos cultivarle y disfrutarle. El
resultado, el producto, al disfrutar a Cristo es la edificación de la iglesia.
Los fariseos y los escribas aprendieron las enseñanzas objetivas del Antiguo Testamento,
pero ellos fueron los que tramaron para poner al Señor en la cruz. El Señor les dijo a los
judíos fanáticos que escudriñaban las Escrituras, pero no estaban dispuestos a acudir a El
para que tuviesen la vida (Jn. 5:39-40). Escudriñar la Biblia para obtener conocimiento es
una cosa, pero acudir al Señor y tocarle para obtener vida es otra. Los sacerdotes y los
escribas sabían del nacimiento de Cristo, pero no tenían el deseo de buscarle como
hicieron los magos del oriente (Mt. 2:1-12). Los gentiles doctos, los magos, no conocían
las Escrituras tocantes a dónde iba a nacer Cristo, pero fueron a ver al Rey recién nacido.
La vida cristiana no tiene que ver con el simple conocimiento, sino con el comer. No
considere usted las reuniones de la iglesia como una escuela. Usted debe considerarlas
como un restaurante. No vaya a las reuniones simplemente para aprender, sino para
comer, para alimentarse del Señor. La gente no va a un restaurante simplemente para
aprender cómo leer el menú. Cuando nosotros vamos a un restaurante, no vamos para
obtener el menú. Sólo nos importa una sola cosa: el comer. Aprenda a comer al Señor. El
conocimiento envanece, pero el amor en vida edifica (1 Co. 8:1). Tenemos que aprender
cómo disfrutar al Señor. Hablando con propiedad, la Biblia no tiene como fin que
simplemente aprendamos, sino que comamos. No sólo del pan vive el hombre, sino de
cada palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). La palabra de la boca de Dios es
nuestro alimento, no es simple conocimiento o enseñanzas.
Todas las enseñanzas de la Biblia son para Cristo. El propósito del menú es que
comamos. No debemos considerar que el menú es en sí lo que debemos comer.
Necesitamos ser rescatados del conocimiento y de las enseñanzas que nos distraen y
llevados de nuevo a esta única cosa: el disfrute del Señor viviente como Espíritu
vivificante. Aprenda a relacionarse con El y dejar que El haga con usted lo que quiera.
Aprenda a ponerse en contacto con El. Aprenda a meditar en El. Aprenda a cultivarle. Así
el propósito de Dios se cumplirá y el deseo de Dios será logrado. Su deseo, o sea el
templo, la morada, el edificio universal donde El ha de reposar, puede ser realizado al
comerle nosotros, al mezclarse el Señor con nosotros. Sólo cuando nosotros comemos al
Señor, puede El entrar en nosotros y mezclarse con nosotros.
La primera parte de Ezequiel nos revela cómo Dios es el fuego que juzga. Dios es un
fuego ardiente que quema y devora todas las cosas que no corresponden con Su
naturaleza divina. Después de esto, Dios vino para soplar. El soplo viene después del
fuego. Después del fuego tenemos el aire. El aire, el soplo, es el Espíritu divino. El aire
entró en los huesos muertos y secos, que estaban bajo el juicio del fuego, para
vivificarlos, avivarlos, y para darles todo lo que necesitaban a fin de conformar un
cuerpo. El aliento (heb. ruach) puesto en estos huesos muertos y secos es el propio
Espíritu de Dios (Ez. 37:5, 6, 14). El cuerpo viene del aire, del aliento, del Espíritu
vivificante.
Después de que fueron avivados los huesos secos, llegaron a ser tres entidades: el cuerpo
(Ez. 37:7-8), el ejército (37:10), y la morada (37:26-28). El cuerpo vive para Dios, el
ejército pelea para Dios y la morada tiene como fin que Dios repose en ella. Todos los
huesos muertos llegaron a conformar un cuerpo viviente, y éste llegó a ser un ejército que
guerreaba. Finalmente, este ejército llegó a ser el lugar de reposo para Dios. Cuando
podemos vivir con Dios y pelear para Dios, podemos ser el lugar de reposo para Dios. El
templo, la casa de Dios, proviene del disfrute del Señor como vida, como el Espíritu
vivificante. Cuando disfrutemos al Señor como lo que respiramos, seremos vivificados,
creceremos y seremos edificados. Originalmente, es posible que fuésemos huesos
separados, pero ahora podemos ser edificados como cuerpo y conformar un ejército para
ser la morada de Dios, donde El puede reposar. Este edificio, este templo, la casa de
Dios, proviene del verdadero disfrute que tenemos de Dios como vida.
Muchos cristianos son indiferentes a las cosas del Señor y son mundanos y aun
pecaminosos, desviándose y apartándose del Señor. Sin embargo, hay algunos entre los
hijos del Señor que buscan más de El, han sido avivados por El y, hasta cierto punto,
experimentan al Señor. Pero muchos de ellos han sido distraídos y, por eso, prestan toda
su atención al estudio de la Palabra con el simple propósito de ganar más conocimiento.
Ni la enseñanza ni el conocimiento pudieron avivar los huesos secos de Ezequiel 37.
¿Acaso necesitan los huesos secos enseñanzas o la letra de la Palabra? ¡No! Necesitan el
aire; necesitan el soplo, el aliento. ¿Quién es el aliento? Dios lo es; El es el ruach, el
pnéuma. Lo que necesitamos es este Dios que da vida, este Espíritu vivificante.
El fuego juzga, devora y quema; el aire aviva, genera, da energía, fortalece, enriquece y
edifica. Después de que el edificio fue establecido en Ezequiel, el agua corrió desde el
edificio para regar a los demás. Antes de que fluyera el agua en Ezequiel 47, había
desierto por todas partes, donde se hallaban solamente muerte y sequedad. Pero, al correr
el agua viva desde la casa todo sería regado (vs. 8-9). La muerte es sorbida y la vida
ministrada a todas estas partes muertas y secas. El libro de Ezequiel revela el juicio por
fuego, la vivificación, la infusión de vida, por el aire, y la ministración por el agua. Estos
tres pasos todavía están con nosotros hoy, en principio. Primero tenemos que ser
juzgados, quemados por el Señor como fuego. Luego el Señor será como el aire que sopla
sobre nosotros. Por este soplo seremos vivificados, regenerados y creceremos y seremos
edificados. Después de establecerse el edificio, el agua viva correrá para regarnos. El
verdadero contenido del libro de Ezequiel es el Señor como fuego juzgador que quema y
devora, el Señor como el aire que sopla, regenerándonos, fortaleciéndonos y
edificándonos, y el Señor como el agua que fluye, ministrándose a Sí mismo a los lugares
secos. Todo esto se hará posible sólo cuando nosotros comamos al Señor.
DEBEMOS COMER AL SEÑOR
PARA SER MEZCLADOS CON EL
A FIN DE QUE SE EDIFIQUE LA IGLESIA
En el último capítulo de Ezequiel hay una ciudad cuadrada que tiene tres puertas en cada
lado (48:30-35). Tres por cuatro equivale a doce. Tres se refiere al Dios Triuno y cuatro a
las criaturas, como por ejemplo los cuatro seres vivientes. En el edificio de Dios tenemos
el número tres. El primer edificio de Dios fue el arca de Noé. El arca tenía tres pisos, los
cuales simbolizan a Dios Padre, a Dios el Hijo y a Dios el Espíritu. El edificio de Dios
siempre contiene el número tres porque el Dios Triuno está allí. Tres más cuatro significa
que Dios se añade al hombre. Al principio del libro de Apocalipsis hay siete iglesias;
siete equivale a tres y cuatro. Pero el número consumado en la Nueva Jerusalén es doce,
el cual representa a Dios multiplicándose con el hombre, Dios mezclándose con el
hombre. La adición llega a ser la multiplicación. Por consiguiente, el resultado del libro
de Ezequiel es el número doce, la mezcla del Dios Triuno con el hombre creado. Al final
de Apocalipsis se ve lo mismo: una ciudad cuadrada con tres puertas en cada lado, lo cual
representa al Dios Triuno mezclado con el hombre. Esta mezcla sólo puede llevarse a
cabo cuando comemos. Muchos huevos americanos han sido mezclados con algunos de
nosotros porque los hemos comido. Tenemos que aprender a comer al Señor para ser
mezclados con El.
Es por esto que el Señor Jesús, en Sus últimas siete epístolas a las iglesias en el libro de
Apocalipsis, nos dijo claramente que al que venza El le dará a comer del árbol de la vida,
el cual es el propio Dios Triuno para nuestro disfrute. El también le promete al vencedor
que le dará a comer del maná escondido. Cuando la iglesia es muy mundana y aun casada
con el mundo así como la iglesia en Pérgamo, el Señor dará a los vencedores el maná
escondido, el maná privado, el cual es El mismo. Finalmente en estas siete epístolas, el
Señor Jesús nos dijo que si tenemos oído para oír Su voz y si abrimos la puerta, El entrará
no para enseñarnos sino para cenar con nosotros, disfrutar un rico banquete con nosotros,
a fin de que le disfrutemos y El nos disfrute a nosotros.
Hebreos 4:14-16 dice: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote que traspasó los
cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos la confesión. Porque no tenemos un Sumo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado
en todo igual que nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. En estos
versículos se encuentra a Cristo en calidad de Sumo Sacerdote ascendido a los cielos. En
segundo lugar, este Cristo ascendido puede compadecerse de nuestras debilidades.
Aunque El está en los cielos y nosotros estamos en esta tierra, El puede ser conmovido
por nuestras debilidades. En tercer lugar, en el versículo 16 se nos manda a acercarnos al
trono de la gracia. El versículo 14 nos dice que Cristo, quien está sentado en el trono de la
gracia, está en los cielos. ¿Cómo, pues, podemos acercarnos al trono de la gracia en los
cielos? Antes de resolver este problema, leamos los versículos 12 y 13 del capítulo
cuatro: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de
dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y
discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no
sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y expuestas a
los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Hebreos 10:19-20 dice: “Así que,
hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesús, entrada que El inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo,
esto es, de Su carne”. Estos versículos nos afirman que tenemos firme confianza para
entrar en el Lugar Santísimo. El trono de la gracia equivale al propiciatorio hallado en el
Lugar Santísimo (Ex. 25:17, 21). Por tanto, acercarnos al trono de la gracia significa
entrar en el Lugar Santísimo. Entramos en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, por
el camino nuevo y vivo.
Por un lado, la condición caída del hombre, el pecado del hombre, tiene que resolverse,
debe quitarse. Por otro, es necesario que se satisfagan todos los requisitos de la gloria,
justicia y santidad de Dios. De otro modo, no hay manera en que los seres humanos
coman del árbol de la vida. ¿Dónde está el árbol de la vida? El árbol de la vida está en el
Lugar Santísimo. ¿Cómo podría una persona pecaminosa pasar por el atrio, entrar en el
Lugar Santo y pasar por el velo interior para entrar en el Lugar Santísimo y comer del
árbol de la vida? En el altar del atrio, los sacrificios resolvieron el problema de la
condición caída del hombre y de sus pecados. El altar tipifica la cruz de Cristo. En la
cruz, no sólo fue resuelto el pecado, sino que también se rasgó el velo (He. 10:20). Este
es el segundo velo (He. 9:3) que estaba dentro del tabernáculo y tipificaba la carne de
Cristo. Cuando Su carne fue crucificada, este velo se rasgó (Mt. 27:51), dándonos así a
nosotros los que estábamos excluidos de Dios, simbolizado por el árbol de la vida (Gn.
3:22-24), acceso al Lugar Santísimo a fin de que tengamos contacto con El y le tomemos
como el árbol de la vida para nuestro disfrute. Cristo, el sacrificio eterno y todo-
inclusivo, murió en la cruz, en el altar. El cumplió con todos los requisitos de la justicia
de Dios, de Su santidad y de Su gloria. Por Su muerte, Cristo nos abrió el camino para
que comiéramos a Dios, el árbol de la vida. Es por esto que Cristo nos dijo en Juan 14
que tenía que ir a preparar un lugar para nosotros.
El Evangelio de Juan nos dice que el Verbo quien era Dios se hizo carne (1:14), y éste es
el Cristo, el Mesías (1:41), Aquel que es la vida (14:6), la luz (8:12), el alimento (6:35),
la bebida (7:37-38), el aire (20:22), el pastor (10:11), la puerta (10:1), y muchas otras
cosas. ¿Cómo podría ser Cristo tantas cosas para nosotros? Tenemos el pecado por
dentro, y cometemos pecados por fuera. Si Cristo ha de impartirse en nosotros como
tantas cosas, tiene que resolver el problema del pecado y de los pecados. La gloria,
justicia y santidad de Dios no le permitirían que se impartiese a personas pecaminosas.
Por consiguiente, Cristo tuvo que satisfacer los requisitos de la gloria, justicia y santidad
de Dios por medio de Su muerte en la cruz.
Debemos aprender a comer y a beber del Señor ejercitando el órgano apropiado para
recibirle. El órgano apropiado es nuestro espíritu. Nuestro Señor maravilloso, el árbol de
la vida, el Verbo hecho carne, el Dios-hombre, murió para abrir el camino y preparar el
lugar. Por medio de Su muerte, El ha eliminado todas las cosas negativas y nosotros
estamos limpios. También en Su resurrección llegó a ser Espíritu vivificante. Si queremos
tocar a este Espíritu, tenemos que ejercitar nuestro espíritu. “Dios es Espíritu, y los que le
adoran, en espíritu ... es necesario que adoren” (Jn. 4:24). No debemos simplemente
ejercitar nuestra mente para entender, aprender y estudiar, sino que debemos ejercitar
nuestro espíritu para tener contacto con El, beberle y comerle. Por Su sangre, nuestra
conciencia ha sido purificada, así que nuestro espíritu está limpio y libre de toda
condenación. Tenemos paz para tocarle. Cuanto más nos abrimos al Señor desde nuestro
espíritu, más tenemos la paz y la sensación de que El es uno con nosotros. Podemos tener
contacto con El, el Espíritu vivificante que está en nosotros, y disfrutarle.
Es por esto que Hebreos 4:12 nos dice que el espíritu tiene que ser dividido del alma. El
alma es el verdadero problema. El trasfondo del libro de Hebreos está relacionado con los
judaizantes que distraían a los creyentes y no les dejaban disfrutar a Cristo. Tal vez
dijeran a cierto creyente hebreo: “Somos los descendientes de nuestros antepasados, los
que recibieron la ley de nuestro Dios. Tenemos que creer en Jesús, pero no debemos
abandonar la ley”. Este argumento doctrinal hubiera confundido a los creyente hebreos.
Pablo escribió el libro de Hebreos para decirles a estos cristianos que debemos
relacionarnos con el Cristo viviente y disfrutarle, y dejar de relacionarnos con una
religión. No necesitamos una religión, sino una Persona viviente, quien es Cristo, el árbol
de la vida. Si queremos tratar con la religión, necesitamos el alma, la mente. Pero si
vamos a relacionarnos con una Persona viviente, quien es Cristo, el Espíritu vivificante,
debemos aprender cómo ejercitar nuestro espíritu. Nuestro espíritu tiene que ser dividido
de nuestra alma, la que perturba y engaña. Debemos distinguir entre nuestro espíritu y
nuestra alma perturbadora y engañadora. Tenemos que aprender a ejercitar nuestro
espíritu para tocar y disfrutar a Cristo, el Espíritu vivificante.
Por un lado, Cristo está en los cielos. Por otro, El está en nuestro espíritu. Con el Cristo
resucitado y ascendido no hay problemas de espacio o de tiempo. El es el mismo ayer,
hoy y para siempre (He. 13:8). Es como el aire. Con respecto al aire, no hay problemas de
espacio ni de tiempo. Como el aire, Cristo está en todas partes. El es celestial, no terrenal,
y El es espiritual, no carnal. Debemos aprender cómo ejercitar nuestro espíritu para tener
contacto con este Cristo celestial y espiritual, quien es el Espíritu vivificante. Con
respecto a nosotros, hay problemas referentes a ayer, hoy y mañana. Tal vez digamos a
otros que no nos visiten después de la medianoche. Pero el Señor nunca nos diría que no
nos pongamos en contacto con El después de la medianoche. El siempre está disponible.
El aire difiere del alimento. Ingerimos la comida a tiempos fijos, pero respiramos el aire
todo el tiempo, aun cuando estamos dormidos. El aire no tiene problema en cuanto al
espacio ni al tiempo. Una persona puede estar tan ocupada que se olvide de comer, pero
nunca estará tan ocupada que se olvide de respirar. Siempre que nos volvamos al Señor y
dondequiera que estemos, El estará allí como el aire divino, el pneuma divino. Donde
está El, allí está el Lugar Santísimo. Donde está El, allí está el trono de la gracia. El
hecho de que tengamos contacto con El depende de una sola cosa: el ejercicio de nuestro
espíritu. Debemos tocar, sentir y atender a Su presencia en nosotros. Si usamos el órgano
incorrecto, Su presencia nos estará escondida. Si tratamos de mirar la fragancia que está
en el aire, usamos el órgano incorrecto. Si ejercitamos el sentido del olfato,
inmediatamente sentiremos y disfrutaremos la fragancia.
Todos los obstáculos, estorbos y cosas negativas, tales como el mundo, Satanás el diablo,
los demonios, las tinieblas, el pecado, los pecados, y la carne han sido abolidos, y todos
los requisitos de la gloria, justicia y santidad de Dios han sido satisfechos por completo.
No tenemos problema ninguno en cuanto a tener contacto con Dios. Además, Dios ha
pasado por un proceso para poder hacerse disponible para nosotros. La sandía se ha
convertido en jugo. El Dios Triuno se hizo hombre, y este Dios-hombre, Jesús, llegó a ser
Espíritu vivificante. Todo está preparado, y El está tan disponible como el aire. Espera
que hagamos una sola cosa: ejercitar nuestro espíritu. Cuando ejercitamos nuestro espíritu
para tocar al Señor, sentimos que estamos en el Lugar Santísimo y que estamos tocando
el trono de la gracia. Podemos obtener la misericordia necesaria y hallar la gracia que
fluye en nosotros como agua viva, las cuales constituyen nuestro socorro oportuno. Esta
es la manera de disfrutar el árbol de la vida hoy. Creo que el Señor recobrará la
experiencia del árbol de la vida entre Sus hijos.
El libro de Hebreos nos dice que debemos ser liberados de la religión y puestos en esta
Persona viviente. Tenemos que abandonar la religión para tomar esta Persona viviente. Se
requieren los sesenta y seis libros de la Biblia para definir quien es esta Persona viviente.
Este Cristo viviente, maravilloso y admirable está tan disponible como el aire. Todos
nuestros problemas y todas nuestras aflicciones han sido resueltos por Su muerte todo-
inclusiva. Nuestra conciencia, la parte principal de nuestro espíritu, ha sido
completamente purificada y limpiada. Debemos tener completa paz, plena confianza, un
denuedo completo y la plena seguridad para acercarnos y tocarle. Podemos entrar en el
Lugar Santísimo y tocar el trono de la gracia para disfrutarle como misericordia y gracia,
como el agua que fluye y como la vida disfrutable.
EL PROPOSITO DE DIOS
SE CUMPLE CON EL CRECIMIENTO
DEL ARBOL DE LA VIDA EN NOSOTROS
Lectura bíblica: Mt. 13:3, 8; Jn. 3:5; Lc. 17:21; Gá. 5:22; Sal.
34:8; 1 P. 2:2-3; 1 P. 3:7; 2 P. 1:3-4; Hch. 5:20; Ro. 5:10, 21
El tabernáculo del Antiguo Testamento nos muestra que el Dios Triuno se nos revela para
nuestro disfrute. El tabernáculo tiene tres partes: el atrio, el Lugar Santo y el Lugar
Santísimo. En el atrio está la justicia de Dios; en el Lugar Santo está la santidad de Dios y
en el Lugar Santísimo se encuentra la gloria de Dios. Si uno quiere pasar por el atrio,
tiene que cumplir con los requisitos de la justicia de Dios; si va a entrar en el Lugar
Santo, debe satisfacer los requisitos de la santidad de Dios; y si quiere entrar en el Lugar
Santísimo, tiene que cumplir con los requisitos de la gloria de Dios. En el Lugar
Santísimo está Dios mismo. El arca del testimonio es la misma corporificación de Dios y
dentro del arca está el maná escondido, el cual significa que Dios es nuestro disfrute. En
la conclusión de la revelación divina, la Nueva Jerusalén se llama el tabernáculo de Dios
(Ap. 21:2-3). Este tabernáculo es el resultado total, máximo y central de toda la obra de
Dios en este universo. Incluidas en este tabernáculo están la justificación del atrio, la
santificación del Lugar Santo y la glorificación hallada del Lugar Santísimo.
LA JUSTIFICACION, LA SANTIFICACION Y
LA GLORIFICACION TIENEN COMO FIN
LA VIDA DEL CUERPO
El libro de Romanos también incluye los pasos de justificación, santificación y
glorificación, los cuales satisfacen los requisitos de la justicia de Dios, de Su santidad y
de Su gloria. El primer paso, el de la justificación, se encuentra en los versículos de
Romanos 1:1 a 5:11. Esta parte de Romanos nos dice que somos pecaminosos y estamos
bajo la condenación de Dios, pero que mediante la sangre de Jesús, hemos sido
justificados. De 5:12 a 8:13 se ve la santificación y 8:14-39 habla de la glorificación.
Dios primero nos justifica y luego obra para santificarnos. Ser santificados significa ser
mezclados con Dios. Cuanto más somos mezclados con Dios, más santificados somos.
Según el cuadro presentado por el tabernáculo, todas las cuarenta y ocho tablas fueron
cubiertas de oro. Ser santificados significa ser cubiertos por Dios y con Dios. Dios no
sólo nos ha justificado, sino que también nos ha puesto en Cristo. Dios nos ha
identificado con Cristo, nos ha injertado en Cristo y ha hecho que Cristo fuese uno con
nosotros. Ahora estamos en Cristo. En Romanos 8 el Espíritu es llamado el Espíritu de
vida (v. 2). Cristo es el Espíritu, y este Espíritu es el Espíritu de vida. El está en usted,
usted está en El, y usted tiene que aprender a vivir no por sí mismo sino por El y en El.
Vivir por y en el Espíritu de vida significa que está en el proceso de la santificación. Ser
santificado significa ser mezclado con la naturaleza divina. Sólo Cristo en Su naturaleza
divina es santo. Romanos 8:14-39 nos dice que después de que somos justificados y
santificados, seremos glorificados.
En Mateo 13 hay siete parábolas relacionadas con el reino. En éstas, la semilla es Cristo
sembrado en nosotros para crecer en nosotros, y el enemigo, Satanás, interviene para
hacer todo lo posible para impedir y dañar el crecimiento de esta semilla. El objetivo de
Satanás es impedir el crecimiento de esta semilla, porque el crecimiento producirá el
reino. En Mateo 13 la semilla se siembra, y luego crece en la buena tierra para producir
fruto. También, en las siete parábolas un tesoro está escondido en el campo (v. 44) y las
perlas son mencionadas (vs. 45-46). Estas cosas representan la transformación de vida.
Por tanto, el reino tiene que ver con la vida y con el disfrute de Dios como árbol de la
vida para la transformación de vida.
Juan 3:5 dice: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios”. El reino de Dios es un asunto de vida. Uno debe participar de Dios como árbol de
la vida, para tomar parte en el reino de Dios. Nuestra comunión en este capítulo muestra
que todo lo relacionado con Dios y con Su propósito tiene que ver con el disfrute de Dios
como vida. Aun el reino de Dios tiene que ver con el disfrute de Dios como árbol de la
vida. De esta vida el reino de Dios crecerá y se extenderá. La semilla del reino es el
propio Dios Triuno como árbol de vida plantado en nosotros. El reino es el crecimiento
del árbol de vida plantado en nosotros. En Lucas 17 el Señor Jesús dijo a los fariseos: “El
reino de Dios está entre vosotros” (v. 21). El Señor Jesús reveló que el reino de Dios es el
propio Salvador, quien estaba entre los fariseos cuando le hacían preguntas. El reino es el
Señor entre nosotros y dentro de nosotros.
La iglesia
Necesitamos ver que la iglesia también es el crecimiento del árbol de vida plantado en
nosotros. Cuanto más disfrutemos a Cristo, el árbol de la vida, más el elemento, la
realidad, de la iglesia crecerá. Cuanto más crezcamos en Cristo, más llegará a existir la
iglesia. Así que, la iglesia es lo que es producido al crecer el árbol de la vida en nosotros.
El vivir cristiano
Ahora necesitamos considerar lo que es el andar cristiano, el vivir cristiano. Gálatas 5:22
menciona el fruto del Espíritu, el cual es producido por el árbol de la vida en nosotros. El
resultado del árbol de la vida dentro de nosotros es el diario andar o el vivir del cristiano.
El andar cristiano, o sea el vivir, la conducta, el comportamiento cristiano, no debe ser
una actuación religiosa, sino algo divino y espiritual, algo del Espíritu de Dios.
Cuando yo era joven, los misioneros me enseñaron que el cristianismo era una religión de
amor, que nosotros los cristianos debíamos amar a los demás. Algunos de los maestros de
mi escuela eran estudiantes de Confucio. Compararon las enseñanzas de la Biblia con las
del libro clásico de Confucio. Dijeron que las enseñanzas de Confucio eran mejores, en
cuanto a la ética, que las de la Biblia, y podían demostrarlo. Era difícil argüir con su
lógica. Yo estaba muy confundido. Habiendo nacido como chino, pensaba que no había
manera de que yo recibiera el cristianismo puesto que las enseñanzas de Confucio
parecían ser mejores. Cuando fui salvo, me di cuenta de que por muy buenas que fuesen
las enseñanzas de Confucio, no había redención en ellas. Prefiero tomar a Cristo porque
con Cristo tengo la sangre redentora. Años después, me di cuenta aún más que con Cristo
no solamente tenemos la sangre redentora, sino también la vida divina.
El andar cristiano, o sea el vivir, la conducta cristiana, no tiene que ver simplemente con
una conducta apropiada sino, aún más, con la vida. Como los cristianos que somos no
debemos simplemente amar a otros, sino que debemos vivir a Cristo expresándole como
amor. No debemos ser simplemente humildes, sino que debemos vivir a Cristo
expresándole como la humildad. El bronce bruñido puede resplandecer más que una
pieza de oro, pero las naturalezas de los dos son completamente diferentes. No sólo
amamos a otros exteriormente, mostrándonos humildes o pacientes para con los demás.
Nosotros vivimos a Cristo. Nuestro comportamiento, la manera en que vivimos, nos
conducimos y andamos, debe provenir de Cristo, debe ser el fruto del Espíritu Santo
desde nuestro interior. Cuando el Espíritu Santo vive en nosotros y nosotros vivimos por
El, el fruto será producido, el fruto del Espíritu. Este fruto es nuestro andar cristiano,
nuestro comportamiento cristiano y es algo totalmente diferente a las enseñanzas de
Confucio.
Por muy buenas que sean las enseñanzas de Confucio, nunca podrán producir algo divino
y santo. Nunca podrán impartirle a usted la naturaleza santa y divina de Dios. Pero en
nuestro andar cristiano, en nuestro vivir cristiano, debe manifestarse la naturaleza divina.
El andar cristiano no es una clase de vida corregida, calibrada, instruida y disciplinada
por las mejores enseñanzas de los filósofos. El vivir cristiano es algo que fluye de nuestro
interior al tomar a Cristo como vida, al vivir nosotros en el Espíritu Santo. Debemos darle
a la semilla de vida, la cual ha sido sembrada en nosotros, una oportunidad para crecer y
brotar de nosotros.
El ministerio cristiano
Además, el servicio cristiano, el ministerio cristiano, debe rebosar de la vida interior. No
estamos meramente trabajando; nuestra obra rebosa de la vida divina que está en
nosotros. La semilla de la obra, del ministerio, del servicio, debe ser el Cristo todo-
inclusivo. Si este Cristo es la semilla de nuestra obra, ésta será revolucionada. La obra
apropiada consiste en que primero Cristo se siembra en nosotros como semilla. Luego
debemos permitir que Cristo crezca y luego fluya de nosotros. El fluir de Cristo, al
rebosar de nosotros, es la obra, el servicio, el ministerio. La obra no es cosa de cuánto
podemos hacer o cumplir, sino de cuánto Cristo podemos vivir y de cuánto El puede fluir
de nosotros.
Cristo es la semilla del reino, de la iglesia, del andar cristiano, y del servicio cristiano.
Cristo es la semilla de todo lo relacionado con el propósito de Dios. Sin considerar el don
que tenemos o la clase de don que somos para el Cuerpo, debemos darnos cuenta de que
nuestra obra, nuestro ministerio, debe ser una obra y ministerio en los cuales Cristo como
la semilla ha sido sembrado en nosotros para crecer y brotar de nuestro interior a fin de
que ministremos a Cristo a los demás. Que el Señor nos ayude a entender lo que significa
tener a Cristo como semilla en el reino, en nuestra vida de iglesia, en nuestro diario andar
y en nuestra obra.
Dice en 1 Pedro 3:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando
honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida”.
La gracia de la vida es Dios como nuestra vida y nuestro suministro de vida en Su
Trinidad: el Padre como fuente de la vida, el Hijo como cauce de la vida, y el Espíritu
como fluir de la vida, el cual corre dentro de nosotros con el Hijo y el Padre (1 Jn. 5:11-
12; Jn. 7:38-39; Ap. 22:1). Todos los creyentes son herederos de esta gracia. La gracia de
la vida es el árbol de la vida, el Dios Triuno. Las mujeres, los vasos más frágiles, son
coherederas de la gracia de la vida, el árbol de la vida.
Dice en 2 Pedro 1:3-4: “Ya que Su divino poder nos ha concedido todas las cosas que
pertenecen a la vida y a la piedad, mediante el pleno conocimiento de Aquel que nos
llamó por Su propia gloria y virtud, por medio de las cuales El nos ha concedido
preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la
naturaleza divina”. La vida es la semilla; la piedad, o sea, ser semejante a Dios, es el
fruto. La vida es algo interior; ser semejante a Dios es algo exterior. Ser participantes de
la naturaleza divina es comer del árbol de la vida.
En Hechos 5:20 un ángel del Señor le dijo a Pedro: “Id, y puestos en pie en el templo,
hablad al pueblo todas las palabras de esta vida”. ¿Qué quiere decir “esta vida”? Esta era
la vida que Pedro disfrutaba. El ángel le dijo a Pedro que ministrara a la gente la vida que
disfrutaba. Esta vida es la vida divina que Pedro predicaba, ministraba y vivía, y la que
venció la persecución, las amenazas y el encarcelamiento que Pedro sufrió a manos de los
líderes judíos. Estas palabras indican que la vida y la obra de Pedro hicieron la vida
divina muy real y presente en sus circunstancias que incluso el ángel la vio y la señaló.
Las palabras de esta vida no son lógos sino réma, la palabra presente, viviente y práctica.
Lo que le mandaron a Pedro a hablar no era una enseñanza doctrinal sino la palabra
presente, viviente y práctica acerca de la vida que él disfrutaba.
Romanos 5:10 dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”.
Hemos sido reconciliados por Su muerte, y seremos salvos en Su vida. He sido
reconciliado con Dios por medio de la muerte de Cristo, pero ahora estoy en el proceso
de ser salvo en Su vida. La primera sección de Romanos habla de ser reconciliado por Su
muerte. La segunda habla de ser salvo en Su vida, la vida de resurrección.
Romanos 5:21 dice: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la
gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia
reina como un rey para que podamos disfrutar la vida eterna de una manera real. De
nuevo, esta vida es el Dios Triuno como árbol de la vida. En Romanos 5—8 lo recalcado
es el árbol de la vida. Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha
librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. El Espíritu de vida es el Dios
Triuno como árbol de la vida. Cuando le disfrutamos, será real para nosotros la plena
salvación, la plena liberación. Este árbol de la vida, este Espíritu de vida, este Espíritu
vivificante, es la raíz, la semilla, la realidad, y el punto central de todas las cosas
espirituales, de todo lo relacionado con el propósito de Dios. Así que, todos tenemos que
aprender cómo alimentarnos del árbol de la vida.
CAPITULO ONCE
En este pasaje de las Escrituras el Señor se reveló a la mujer cananea como “el pan de los
hijos”. La mujer cananea le consideró como el Señor, una persona divina, y también le
reconoció como el hijo de David, un descendiente real, una persona grande y noble que
había de reinar. Sin embargo, El se le reveló a ella como pedazos pequeños de pan,
buenos para comer. Tal vez clamemos al Señor día a día, pidiéndole que haga cosas para
nosotros sin darnos cuenta de que El es el pan de los hijos que podemos disfrutar, del cual
podemos alimentarnos. Desde ahora en adelante espero que tengamos contacto con el
Señor cada mañana dándonos cuenta de que El es el pan de los hijos. Tal vez seamos los
perros gentiles pero “también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de
sus amos” (v. 27). Como el rey celestial, el Señor reina sobre Su pueblo alimentándole
consigo mismo como pan. Sólo cuando lo tomamos como nuestra comida podemos ser
las personas apropiadas de Su reino. Comer a Cristo como nuestro suministro es la
manera de ser el pueblo del reino en la realidad del reino.
La vida cristiana comienza con una fiesta de bodas, continúa con la mesa del Señor
semana tras semana hasta que El venga, y cuando regrese, habrá una cena de bodas. Toda
la vida cristiana, desde el principio hasta el fin, consiste en gozar de un banquete.
¿Disfrutamos nosotros al Señor todo el tiempo en nuestra vida cristiana? ¿Disfrutamos la
vida cristiana como un banquete continuo? La vida cristiana es un rico banquete.
Comienza con un banquete, continúa con un banquete y concluye con un banquete.
Disfrutaremos al Señor como rico banquete por toda la eternidad.
En vez de disfrutar al Señor comiéndole todo el día, es posible que nos esforcemos. Aun
en el campo de batalla, el Señor adereza una mesa delante de nosotros en presencia de
nuestros enemigos (Sal. 23:5). Mientras peleamos, disfrutamos de un rico banquete. Si no
sabemos comer, nunca podremos pelear de manera adecuada. Sólo los que saben disfrutar
al Señor como rico banquete, saben cómo pelear por el Señor. La vida cristiana es una
vida de gozo. En 1958 yo estaba en unas conferencias en Dinamarca. Un día el hermano
encargado dijo: “Hermano Lee, ¿se preocupa usted? Me parece que siempre está feliz.
¿Acaso no tiene usted problemas?” Sí, yo tengo problemas, pero mi secreto es éste: yo
soy un cristiano que siempre goza del banquete. En mí mismo debo ser triste, pero en El
hay un rico banquete. Tratemos de ser cristianos que siempre gozan de un rico banquete,
y no los que se esfuerzan.
Necesitamos ver que la vida cristiana es una vida de banquetes. Somos destinados y
ordenados para disfrutar al Señor comiéndole. Cuando yo era joven, mi pastor me dijo
que fuimos destinados por Dios para sufrir. Eso me asustó. Más tarde en mi vida cristiana
descubrí que todos nosotros tenemos que pasar por sufrimientos, pero somos destinados y
ordenados por Dios a disfrutarle como un rico banquete. El comienzo de la vida cristiana
es un banquete, la continuación de la vida cristiana es la mesa, y la consumación es el
banquete eterno. Que el Señor nos muestre Su gracia para que podamos empezar a
disfrutarle como rico banquete día a día. ¡Venga a la mesa! ¡Venga y coma!
El Espíritu es abstracto así como el aire, pero la Palabra es concreta. En Juan 6:63 el
Señor también dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En
nuestro concepto siempre consideramos que la Palabra de Dios tiene que ver con el
conocimiento y la enseñanza en las letras. Pero el Señor nos dice que Sus palabras son
espíritu. La palabra del Señor es espíritu. Dice en 2 Timoteo 3:16 que “toda la Escritura
es dada por el aliento de Dios”. Esto indica que las Escrituras, la Palabra de Dios, son el
aliento de Dios. Por esto, Su Palabra es espíritu, pneuma, o aliento.
No debemos considerar que las Escrituras son meramente la letra. Las Escrituras son el
aliento de vida. Las palabras que el Señor habló son espíritu porque el Señor mismo es el
Espíritu. Así que, todo lo que sale de El como aliento, tiene que ser espíritu. Debemos
cambiar nuestro concepto. La palabra no equivale al conocimiento sino al espíritu. Las
palabras que el Señor nos habla son espíritu, no conocimiento, y toda Escritura es el
aliento de Dios. El Señor mismo está en la Palabra, y El mismo es llamado el Verbo. En
el principio era el Verbo, el Verbo era Dios (Jn. 1:1), y Dios es Espíritu (4:24). El Señor
es el Verbo, y éste es el Espíritu.
Por lo menos siete años después de que recibí al Señor en mi juventud leí y estudié la
Biblia sin darme cuenta de que necesitaba ejercitar mi espíritu para tocar al Señor en la
Palabra. Nunca me ayudaron a entender que era necesario ejercitar mi espíritu para
relacionarme con este libro espiritual. Nunca me lo enseñaron. Así que, cuanto más
estudié este libro con mi mente solamente, más muerto estaba. Cuanto más estudié, más
me llené de letras muertas, de conocimiento muerto. Tenemos que ejercitar nuestro
espíritu para relacionarnos con esta Palabra viviente y para tocarla. Luego la Palabra se
convierte en espíritu. Cuando llega a ser espíritu, se convierte en vida. Cuando se
convierte en vida, llega a ser nuestro alimento, nuestro suministro de vida.
Cuando acudimos a la Palabra, debemos leerla con nuestros ojos y entenderla con nuestra
mente, pero no debemos ejercitar la mente mucho. Ya ha sido usada demasiado. Aun
cuando estamos dormidos, nuestra mente todavía está activa, pues soñamos. Si no
entendemos algo cuando leemos la Palabra, no nos debe molestar. No obstante, después
de entender algo, debemos ejercitar nuestro espíritu para tocar esa porción de la Palabra
por medio de la oración. Inmediatamente tenemos que orar acerca de lo que entendemos
y orar con lo que entendemos.
Muchas esposas conocen Efesios 5:22, donde dice: “Las casadas estén sujetas a sus
propios maridos, como al Señor”. La mayoría de las esposas aprecian y respetan a los
maridos de las demás; por lo tanto, el apóstol le exhorta a las esposas que estén sujetas a
sus propios maridos, como al Señor, sin considerar qué tipo de maridos son. ¿Cómo
podría una esposa hacer que esta palabra escrita sea la Palabra viviente? Debemos darnos
cuenta de que la sumisión que las casadas deben tener para con sus maridos es
simplemente Cristo mismo. Las esposas deben estar sujetas a sus maridos, y esta
sumisión es Cristo.
Después de leer esta palabra, debemos orar acerca de lo que entendemos. Una esposa no
debe orar: “Señor, ayúdame a estar sujeta a mi propio marido”. El Señor nunca contesta
una oración así. Debe orar: “Señor, yo sé que Tú eres esta vida de sumisión, esta misma
sumisión. No sólo recibo esta palabra, sino que también te recibo a Ti. Señor, fórjate en
mí como esta vida de sumisión. Fórjate en mí para ser mi verdadera sumisión. Te tomo a
Ti como la realidad de esta palabra. Vengo a tocarte por medio de esta palabra y en ella”.
Si una esposa ora de esta manera, disfrutará al Señor. Tal vez también ore: “Señor, no
presto mucha atención a la cuestión de sumisión, pero presto toda mi atención a Ti.
Quiero disfrutarte. Señor, te doy gracias porque eres tanto para mí. No sólo eres mi
Salvador y mi Señor, sino también mi sumisión. Tú mismo eres la sumisión que tengo a
mi propio marido. Voy a disfrutarte y tomarte como mi sumisión”.
Una esposa podría orar de manera equivocada: “Señor, Tú sabes que soy débil. Señor,
ayúdame a estar sujeta a mi marido”. Después de orar así, se esforzará. Tendrá miedo de
cometer un error con su marido y estará alerta todo el tiempo para estar sujeta. Esto en
realidad es luchar, y no es gozar de un banquete. En la mañana, la esposa tal vez se
esfuerce por estar sujeta y tenga bastante éxito, pero en la tarde fracasará. Experimentará
luchas y fracasos. Luego tal vez se sienta avergonzada y no pueda orar. Quizás después
de dos días regrese al Señor y se arrepienta, diciendo: “Señor, perdóname. Fracasé.
Señor, por Tu misericordia y gracia, vuelvo a tomar la decisión de estar sujeta a mi
marido. Señor, Tú sabes cuán débil soy. Señor, ayúdame”. Después de esta oración, se
esforzará más y de nuevo fracasará.
Si usted aprende a ponerse en contacto con el Señor de manera correcta, no será usted
quien se someta, sino el Señor. “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Ya no
vivo yo mas vive Cristo como la vida de sumisión. No es necesario que yo me esfuerce ni
luche, simplemente necesito comer al Señor. Después de que oremos correctamente para
tocar al Señor y disfrutarle como nuestra vida de sumisión, le cantaremos aleluyas y
alabanzas al Señor. Tal vez declaremos: “¡Aleluya! Estoy en el Señor y en los cielos!” No
es necesario que tomemos la decisión de someternos. Hay una gracia interna que nos
ministra esta sumisión cuando sea necesario. Espontánea y voluntariamente nos
someteremos con gozo, con alegría y con regocijo. Sin darnos cuenta nos someteremos.
Después de orar de la manera correcta, no hay tensión. La esposa no prestará atención a
la sumisión, pero sí apreciará y valorará mucho a su Señor Cristo. Después de un tiempo
así con el Señor, su cara resplandecerá.
Tenemos que tratar con cada versículo de la Biblia de esta forma. Lo leemos con nuestros
ojos, lo entendemos espontáneamente con nuestra mente y nos relacionamos con el
versículo ejercitando el espíritu para traducir o convertir la Palabra escrita en la Palabra
viviente, la cual es Cristo mismo. Nunca ore de tal modo que pida al Señor que le ayude a
hacer algo. Esto está mal. Al contrario, siempre tómele como el cumplimiento de Su
palabra. Supongamos que leemos Juan 15:12, donde dice que debemos amarnos unos a
otros. No ore usted: “Señor, tengo que amar a mi hermano. Pero Señor, Tú sabes que soy
débil. Señor, ayúdame a amar”. Después de esta oración, tomará la decisión de amar a los
hermanos y será expuesto y verá el fracaso. Debe esperar nada más que el fracaso. Es
posible que tenga éxito por un rato, pero con el tiempo fracasará. Aun si tuviera éxito, no
significaría nada ni tendría ningún valor.
Cuando leemos las palabras: “Amaos unos a otros”, tenemos que acudir al Señor con la
palabra ejercitando nuestro espíritu para orar: “Señor, Tú eres el amor con el cual puedo
amar a mi hermano. Simplemente te abro mi ser. Señor, entra y lléname contigo como el
amor con el cual debo amar a mi hermano. Tú eres la vida que ama”. Con el tiempo
cambiaremos nuestra oración en alabanzas: “Señor, te alabo. No sólo eres mi vida, sino
también mi amor”. Por lo tanto, amar a nuestro hermano no es una carga sino un
banquete. No es un sufrimiento sino un gozo. Disfrutamos al Señor cuando El ama al
hermano a través de nosotros. No es necesario que tomemos la decisión de amar a otros.
Simplemente necesitamos disfrutar al Señor y El amará a los demás a través de nosotros.
Amaremos mucho, pero sin darnos cuenta.
Debemos cambiar nuestra manera de leer este libro. Siempre recordemos que debemos
leer la Palabra con nuestros ojos, entenderla con nuestra mente y recibirla y alimentarnos
de ella con nuestro espíritu por medio de la oración. Entonces día a día seremos
alimentados. Diariamente la Palabra viviente llegará a ser una con la Palabra escrita, y día
a día cuando recibamos algo de la Palabra escrita, llegará a ser el Espíritu. Delante de
nosotros es la Palabra, pero llegará a ser el Espíritu dentro de nosotros. Cuando llega a ser
el Espíritu, se convierte en vida. Las palabras que el Señor nos habla son espíritu y vida.
Cuando la Palabra llega a ser el Espíritu, es vida, y cuando llega a ser vida, es el
suministro de vida, el alimento, que nos nutre.
Lectura bíblica: Jac. 5:17; Ez. 1:16; Ef. 6:17-18; Mt. 6:33; Jn.
17:1, 11, 25
Dos pasajes de las Escrituras nos muestran que la Palabra es alimento que nos nutre en el
espíritu. Juan 6:63 dice: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. En
Colosenses 3:16 el llenar interior de la vida espiritual que rebosa en alabanzas y cánticos
está relacionado con la Palabra, mientras que en su pasaje análogo, Efesios 5:18-20, el
llenar interior de la vida espiritual está relacionado con el Espíritu. Esto indica que la
Palabra y el Espíritu son idénticos (Jn. 6:63b). Cuando estamos llenos de la Palabra,
estamos llenos del Espíritu. Es bastante difícil que alguien sea lleno del Espíritu sin ser
lleno de la Palabra. El Señor es el Espíritu vivificante y la Palabra también es el Espíritu.
Tenemos que tocar la Palabra como el Espíritu en nuestro espíritu. La Palabra como el
Señor es comida espiritual que alimenta nuestro espíritu. Si recibimos la Palabra sólo en
nuestra alma, llega a ser mero conocimiento para nosotros. Pero si recibimos la Palabra
en nuestro espíritu y la tomamos como el Espíritu, la Palabra llega a ser nuestra comida
espiritual. Si la Palabra es mero conocimiento para nosotros o si nos es comida depende
de la manera que la tomemos y también depende de la parte de nuestro ser que
ejercitemos para recibirla. Debemos recibir la Palabra en nuestro espíritu al ejercitar
nuestro espíritu. Entonces la Palabra llegará a ser vida para nosotros.
En 1 Timoteo y Tito hay instrucciones acerca del oficio del anciano (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:5-
9). Al leer estos libros cuidadosamente, uno llegará a comprender que el oficio de
anciano sólo puede realizarse en el espíritu al tomar a Cristo como la realidad de él. El
oficio de anciano no tiene que ver con que los ancianos sean simplemente buenos,
morales y éticos, sino que es algo espiritual cuya realidad es Cristo. La Palabra es el
medio por el cual Cristo se nos trasmite. Si Cristo no constituye el contenido de la
Palabra, ésta nos es vacía. Todas las palabras de la Biblia son medios por los cuales
Cristo se nos imparte.
Cuando queremos tocar la Palabra, relacionarnos con la Palabra, debemos darnos cuenta
de que ella es la expresión de Cristo, y necesitamos tener contacto con Cristo en el
espíritu, pues El es la realidad de la Palabra. Entonces la Palabra no será algo separado
del Señor o aislado de Cristo, y tendremos la realidad de la Palabra, que es Cristo mismo.
Pero no podemos hacerlo con el mero ejercicio de nuestra alma. Cuanto más ejercitemos
nuestra alma para tocar la Palabra, más la separaremos de Cristo. El problema que tienen
muchos estudiantes de la Biblia radica en que separan la Palabra de Cristo, leyéndola con
la mente solamente. Cuando leemos la Palabra, espontáneamente entenderemos algo con
nuestra mente, pero luego debemos tomar lo que entendemos en nuestra mente y
convertirlo en espíritu mediante la oración, al tomar a Cristo como la realidad de la
Palabra. Esta es la forma correcta de recibir la Palabra. Todos necesitamos volvernos a
Cristo mismo, tomándole como la realidad de la Palabra en el espíritu. Lo que la Palabra
trasmite debe ser Cristo. Si la Palabra nos instruye, la realidad de esa instrucción es
Cristo mismo. La realidad de la sumisión es Cristo. Aun si uno pudiera someterse por sí
mismo, no significaría nada ante los ojos de Dios. Dios estima sólo a Cristo. Nuestra
sumisión debe ser Cristo. Debido a que la realidad de todas las instrucciones y
enseñanzas en la Palabra deben ser Cristo mismo, tenemos que relacionarnos con la
Palabra en el espíritu, por el espíritu y mediante el espíritu. Cristo es la centralidad y la
universalidad de todo lo hablado por Dios en Su Palabra, así que nosotros tenemos que
ejercitar nuestro espíritu para recibirle como la realidad en nuestro espíritu.
Efesios 6:18 nos dice que necesitamos recibir la Palabra de Dios “con toda oración y
petición orando en todo tiempo en el espíritu”. El Señor es el Espíritu, y nosotros
tenemos que ponernos en contacto con El orando en nuestro espíritu. El es el Espíritu
vivificante que mora en nuestro espíritu, así que debemos ejercitar nuestro espíritu para
orar. En nuestro espíritu hay otro Espíritu que ora. Nuestro espíritu es la rueda exterior y
el Espíritu divino que ora en nuestro espíritu es la rueda interior. Mientras oramos
ejercitando nuestro espíritu, hay otro que ora dentro de nuestro espíritu, otro Espíritu.
Este es el Espíritu vivificante, Cristo mismo. La rueda que está en otra rueda en Ezequiel
1 tipifica al Espíritu divino que está en nuestro espíritu humano.
Quizás algunos pregunten cómo podrían saber que Cristo ora en ellos mientras están
orando. Al comer una fruta, uno podría declarar que es deliciosa. Si otra persona le
preguntara cómo sabe que es deliciosa, sólo podría responder que lo que come tiene rico
sabor. Sabemos que Cristo ora dentro de nosotros mientras estamos orando por el sabor
interior. Cuanto más oramos con la oración de Cristo, más experimentamos el refrigerio,
el riego, la unción y el fortalecimiento. Pero algunas veces, cuando oramos, es otra
historia. Cuando no oramos con la oración de Cristo, cuanto más oramos, más vacíos y
secos estamos. Cuando oramos sin la oración de Cristo dentro de nosotros, somos como
máquina sin aceite. La máquina no opera suavemente, y se quemará debido a la carencia
del aceite. Cuando oramos aparte de Cristo, quedamos agotados y la oración llega a ser
una gran labor para nosotros. Esto se debe a que oramos por nosotros mismos y nos
movemos dentro de una rueda vacía. Es posible que oremos según nuestra mentalidad,
nuestra propia inclinación, nuestras emociones y nuestros propios deseos y no nos
ocupamos del Espíritu en nuestro espíritu. Por tanto, cuanto más oramos de esta manera,
más secos estamos y el riego, la unción, el aceite, el refrigerio y el fortalecimiento se nos
van. Es necesario que aprendamos a renunciar a esta forma de oración.
Mateo 6:33 dice: “Mas buscad primeramente Su reino y Su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas”. Cuando oremos, no debemos centrarnos en nuestras propias
necesidades. Nuestro Padre sabe de todas las cosas que necesitamos y nos las añadirá.
Debemos dejar nuestras necesidades en Sus manos. El sabe lo que necesitamos mejor que
nosotros. Los maridos no deben orar demasiado con respecto a sus esposas, y las esposas
no deben orar demasiado con respecto a sus maridos. En nuestra oración debemos
ocuparnos de tocar al Señor mismo. Debemos ocuparnos de honrarle, alabarle, exaltarle y
glorificarle. Entonces todas nuestras necesidades serán satisfechas.
Muchas veces en mi oración yo simplemente no tenía la libertad para orar por muchas
cosas. Según mi intención quería orar por mis parientes y por ciertas personas, pero
cuando me arrodillaba para orar, algo dentro de mí iba en otra dirección. Por
consiguiente, tenía que tomar la decisión de continuar orando en la dirección mía o según
Su dirección. Si orase según mi propia dirección, cuanto más orase, más seco estaría.
Pero si me olvidara de mi propia dirección y orase según Su dirección, cuanto más orase,
más refrigerio recibiría y más ferviente estaría en el espíritu. Entonces cuanto más orase
yo, más oraría El. Esta es la realidad de la rueda que estaba dentro de la rueda en
Ezequiel 1. Esta es la manera de orar en el Señor. Al orar en el Señor recibiremos el
riego, el refrigerio y el fortalecimiento. Beberemos del Señor, y nuestro espíritu estará
abierto a El por nuestra oración. Mediante esta clase de oración, El tiene la manera de
fluir de nuestro interior. Primero, recibiremos el riego, y luego esta agua fluirá y llegará a
otros.
LA NECESIDAD DE APRENDER
EL PRINCIPIO DE LA ORACION
Necesitamos considerar la oración del Señor en Juan 17 y las dos oraciones del apóstol
Pablo en Efesios (1:17-23; 3:14-19). Necesitamos leer estas oraciones para aprender el
principio de la oración, pues esto nos ayudará a entender cómo el Señor oró en el espíritu
y cómo el apóstol Pablo oró en el espíritu. En Juan 17:1 el Señor ora al Padre, diciendo:
“Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). El Señor empezó Su
oración con la gloria de Dios desde el Lugar Santísimo. En el versículo 11 el Señor se
dirige al Padre llamándole “Padre santo”. Esto indica que El ha salido del Lugar
Santísimo y está en el Lugar Santo. Al final de esta oración, en el versículo 25, llama al
Padre “Padre justo”. Al principio de Juan 17 tenemos al Padre glorificado, en el medio
encontramos al Padre santo, y al final vemos al Padre justo. Esto indica la gloria de Dios,
Su santidad y Su justicia. El Señor empezó Su oración en el Lugar Santísimo y pasó por
el Lugar Santo al atrio para introducir a la gente en el Dios Triuno.
Lectura bíblica: Ez. 36:26-27; Mt. 5:3, 8; He. 4:12; Ro. 1:9;
7:6; 1 P. 3:4; Mr. 12:30; 4:14-20; 2 Co. 3:16-18; Jer. 31:33; He.
8:10; Sal. 51:6; He. 10:22
EL CORAZON Y EL ESPIRITU
Queremos ver cómo resolver los problemas de nuestro corazón y de nuestro espíritu para
experimentar el árbol de la vida. Hay muchas referencias al corazón y al espíritu en el
Antiguo Testamento así como en el Nuevo. Necesitamos entender claramente la posición
y la función del corazón y la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu. Debemos
volvernos a la Palabra pura para ver la diferencia que existe entre el corazón y el espíritu.
Ezequiel 36:26-27 nos muestra que el corazón es distinto del espíritu. El corazón y el
espíritu no son términos sinónimos de la misma entidad, sino dos entidades diferentes.
Estos versículos dicen: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros ... Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu”. El espíritu nuevo mencionado aquí
no es el Espíritu Santo, porque en el versículo 27 hay otro Espíritu que será puesto en
nosotros, en nuestro espíritu. El corazón humano difiere del espíritu humano. Es menester
que los dos órganos de nuestro ser humano sean renovados.
Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de
los cielos”. El espíritu mencionado aquí es nuestro espíritu humano, y no el Espíritu
Santo. Ser pobre en espíritu no significa que uno tiene un espíritu pobre. Ser pobre en
espíritu significa tener el mejor espíritu. No solamente significa tener un espíritu humilde,
sino también ser desprendidos en el espíritu, en lo profundo de nuestro ser, sin aferrarnos
a las cosas viejas de la vieja dispensación, sino descargándonos de todo eso para recibir
las cosas nuevas, las cosas del reino de los cielos. Nuestro espíritu tiene que desprenderse
de muchas cosas. Los seres humanos están llenos de muchas cosas en su espíritu. Ya que
nos hemos vuelto al Señor, tenemos que vaciar nuestro espíritu para ser pobres en
espíritu. Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a
Dios”. Si el corazón fuese sinónimo del espíritu humano, no habría sido necesario que el
Señor diera las dos bendiciones diferentes de Mateo 5. Nuestro corazón tiene que ser
puro y nuestro espíritu desprendido. Un corazón puro y un espíritu vacío son las dos
condiciones principales para las nueve bendiciones que el Señor pronunció en Mateo 5.
Hebreos 4:12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. El alma y el
espíritu son dos entidades diferentes así como son las coyunturas y los tuétanos. El
corazón también es otra entidad. El corazón tiene pensamientos e intenciones. De nuevo
vemos que hay una distinción entre el corazón y el espíritu. Nuestro espíritu es el órgano
con el cual tocamos a Dios (Jn. 4:24), mientras que nuestro corazón es el órgano con el
cual amamos a Dios (Mr. 12:30). Nuestro espíritu toca, recibe, contiene y experimenta a
Dios. Sin embargo, requiere que nuestro corazón primero ame a Dios. En nuestro corazón
tenemos la mente con los pensamientos y también la voluntad con las intenciones.
Los versículos 16 y 17 dicen: “Estos son asimismo los que son sembrados en los
pedregales, los que cuando oyen la palabra, al momento la reciben con gozo. Pero no
tienen raíz en sí, sino que son de corta duración; luego, cuando viene la aflicción o la
persecución por causa de la palabra, en seguida tropiezan”. Los pedregales no tienen
mucha tierra, lo cual representa un corazón de piedra. Sí, hay tierra para la semilla, pero
no es muy profunda. Debajo de esta tierra están las piedras. Es bastante difícil que la
semilla se arraigue profundamente en un corazón de piedra. Quizás muchas veces
estemos dispuestos a recibir la palabra, pero la recibimos sólo de manera superficial
porque hay algunas piedras en nuestro corazón. Así que, es difícil que Cristo como
semilla de vida se arraigue profundamente en nosotros.
Los versículos 18 y 19 dicen: “Otros son los que son sembrados entre los espinos; ellos
son los que han oído la palabra, pero las preocupaciones de este siglo, y el engaño de las
riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”.
Nuestros deseos con respecto a otras cosas pueden ahogar la palabra. Tal vez, no crea
usted que las preocupaciones de la edad o el engaño de las riquezas le molesten a usted
pero, ¿qué puede decir de los deseos por otras cosas? Algunos tal vez deseen obtener una
posición alta o sacar un título de altos estudios. Las ansiedades de la edad, el engaño de
las riquezas y las codicias de otras cosas ahogan la palabra, y se vuelve infructuosa.
El versículo 20 dice: “Y éstos son los que fueron sembrados en la buena tierra: los que
oyen la palabra y la reciben, y dan fruto, uno a treinta, otro a sesenta, y otro a ciento por
uno”. La buena tierra, el corazón bueno, es un corazón que no está endurecido por el
tráfico mundano, que no tiene pecados ocultos, que está libre de las preocupaciones de
esta edad y del engaño de las riquezas, y que no desea otras cosas. Tal corazón es puro,
bueno y recto.
El Dios Triuno, quien es el árbol de la vida, se nos ha impartido para ser nuestro disfrute.
El es la semilla de vida sembrada en nuestro corazón. Nuestro corazón es como la tierra.
Si la tierra de nuestro corazón está junto al camino, pisada por el mundo y preocupado
por muchas cosas, se endurece. Nuestro corazón necesita ser librado de toda
preocupación para que la semilla de vida se siembre en él. Tal vez nuestro corazón no
esté preocupado, pero es posible que haya piedras escondidas en él. Las piedras son los
pecados escondidos, los deseos personales, la búsqueda personal, y la autocompasión, los
cuales impiden que la semilla se arraigue en la profundidad de la tierra. Es posible que
parezcamos ser buenos hermanos o buenas hermanas, y al mismo tiempo, seamos
superficiales para con el Señor por las piedras que estén en nuestro corazón. Así, no es
posible que el Señor como semilla de vida crezca y se arraigue en nosotros. También es
posible que nuestro corazón esté lleno de espinos, los cuales son las preocupaciones de
esta edad, el engaño de las riquezas y las codicias de otras cosas. Muchos fijan su corazón
en conseguir un automóvil mejor. Aun este deseo puede estorbar y ahogar la palabra, no
permitiéndole ser fructífero. Los espinos impiden y ahogan el crecimiento de la semilla.
Si queremos que el Señor como semilla de vida crezca en nosotros para ser nuestro pleno
disfrute, tenemos que resolver los problemas de nuestro corazón. Debemos pedir al Señor
que tenga misericordia de nosotros. Por Su misericordia debemos poner fin a todas las
cosas negativas que haya en nuestro corazón. Debemos eliminar las cosas que nos
preocupan, las piedras escondidas, las preocupaciones de esta edad, el engaño de las
riquezas y las codicias de otras cosas. Entonces nuestro corazón será bueno, recto y
noble, y estará liberado y preparado para que Cristo como semilla de vida crezca dentro
de nosotros.
Lo triste es que muchos de nosotros, poco después de que el Señor entró en nosotros, le
cerramos a El nuestro ser. Por consiguiente, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu
y no ha podido hacer Su hogar en nuestro corazón. Después de ser salvos, es posible que
nuestras emociones, nuestra voluntad, nuestra mente y nuestra conciencia empezaran a
cerrarse ante El. Como resultado, el Señor fue encarcelado en nuestro espíritu. Es por
esto que en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo el Señor siempre nos llama a
arrepentirnos. En las siete epístolas a las iglesias, en Apocalipsis 2 y 3, el Señor les dice a
los santos una y otra vez que se arrepientan. Día por día, en las mañanas y las noches,
debemos arrepentirnos. Arrepentirnos significa volver nuestra mente al Señor, abrir
nuestra mente. Después, nuestra conciencia se ejercitará y hará una confesión cabal de
nuestros pecados. Luego nuestras emociones responderán y amarán al Señor y nuestra
voluntad lo escogerá. Como resultado nuestro corazón estará completamente abierto al
Señor, y el Señor podrá llenarnos consigo mismo. Esta es la manera de resolver los
problemas de nuestro corazón para hacer de él la buena tierra donde el Señor como
semilla de vida pueda crecer.
Si nos relacionamos con el Señor de esta manera, todas nuestras preocupaciones serán
removidas de nuestro ser. Las rocas y los espinos de nuestro corazón serán quitados y
nuestro corazón quedará bueno y puro. El enemigo siempre busca las oportunidades para
convertir nuestro corazón en el lugar junto al camino. Muchas veces permitimos que algo
pise la tierra de nuestro corazón lo cual lo endurece. Tal vez estemos preocupados con
nuestra esposa, nuestros hijos o nuestros padres. A veces podemos estar en una reunión
escuchando la palabra de Dios, pero ésta no puede penetrarnos. Esto se debe a que
nuestro corazón está preocupado. Nuestro corazón puede ocuparse con las cosas
terrenales, con las cosas que no son Cristo mismo. Nos puede parecer que cierto hermano
o hermana realmente está entregado al Señor, pero no nos damos cuenta que en sus
corazones hay rocas escondidas, imposibilitando así que la semilla de vida se arraigue en
ellos. También, los espinos, que son las preocupaciones de esta edad, el engaño de las
riquezas y la codicia de otras cosas, pueden crecer juntamente con la semilla y ahogar el
crecimiento. El Señor está listo y disponible, pero nuestro corazón no está tan disponible.
Nuestro corazón no es puro. Es por esto que debemos prestar atención a la condición de
nuestro corazón. El corazón tiene que ser purificado.
Hebreos 10:22 nos dice que nuestros corazones necesitan ser purificados de mala
conciencia mediante la aspersión de la sangre. Necesitamos una conciencia sin acusación
u ofensa. Nuestra conciencia debe ser purificada y limpiada. Entonces nuestro corazón
será liberado de toda cosa que le preocupe para que pueda ser la buena tierra del Señor.
Todas las cuatro partes de nuestro corazón tienen que ser tocadas. La mente siempre debe
volverse al Señor. Las emociones siempre tienen que amar al Señor y ser fervientes y
mostrar celo por el Señor. La voluntad debe ser sumisa y flexible y al mismo tiempo
fuerte. Finalmente, la conciencia debe ser purificada y no debe tener ninguna ofensa.
Entonces tendremos un corazón recto. Debemos tratar de aprender estas lecciones de vida
y ayudar a los hijos de Dios a aprenderlas. Estas son las lecciones necesarias con las
cuales disfrutamos al Señor.
CAPITULO CATORCE
LA INTENCION DE DIOS
SE CUMPLE EN LA
TRANSFORMACION
Lectura bíblica: Gn. 2:8-12; 1 Co. 3:9, 12; Jn. 1:42; He. 12:2; 2
Co. 3:18; Ap. 22:1-2; 21:18-21
Como hemos visto, el árbol de la vida es el tema central, el pensamiento central, de todas
las Escrituras. En el principio Dios creó el universo y creó al hombre como vaso para que
le contuviera. El hombre fue hecho como un recipiente para que recibiese a Dios como
contenido. Por consiguiente, después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del
árbol de la vida, el cual simboliza al Dios Triuno, quien es nuestra vida, nuestro disfrute y
nuestro todo. Dios se le presentó al hombre como disfrute para que el hombre le
recibiera. Al comer el hombre del árbol de la vida, el propio Dios Triuno podría entrar y
mezclarse con el hombre para ser uno con él. Dice en 1 Corintios 6:17 que nosotros los
seres humanos podemos unirnos al Señor como un solo espíritu. Podemos ser un espíritu
con el Creador, ¡con Dios mismo!
Dios se le presentó al hombre como disfrute, pero el hombre cayó. Así que, Dios cambió
Su forma, del árbol de vida a Cordero redentor. En el Cordero redentor, Dios se le
presentó al hombre caído como vida y como todo. Por medio del Cordero redentor, el
hombre caído podía ser llevado a disfrutar a Dios como vida. Nuestro segundo
nacimiento, el cual tuvo lugar en nuestro espíritu (Jn. 3:6), introdujo a Dios mismo en
nosotros para ser nuestra vida. Después de nuestro nacimiento continuamos disfrutando a
Cristo, la corporificación del Dios Triuno, como nuestro alimento, bebida, aire y morada,
día tras día. De este modo, Cristo llega a ser todo para nosotros.
El árbol de la vida representa a Dios en el Hijo como el Espíritu siendo nuestra vida y
nuestro todo. En Génesis 2 consta que Dios puso al hombre delante del árbol de la vida y
que este hombre era un vaso de barro (vs. 8-9). Un río salió de Edén para regar el huerto,
y este río se dividió en cuatro brazos (v. 10). El fluir del río trajo oro, bedelio (una
especie de perla) y piedra de ónice (v. 12). Necesitamos acudir al Señor para que nos dé
una visión celestial y espiritual del cuadro presentado en Génesis 2. Todos necesitamos
ser transformados, de hombres de barro, vasos de barro, a materiales preciosos que sirven
para el edificio de Dios: el oro, el bedelio y las piedras preciosas. Si vamos a ser
transformados de barro a materiales preciosos, componentes del edificio de Dios,
tenemos que comer el fruto del árbol de la vida. Si comemos el fruto del árbol de la vida,
esta vida llega a ser el agua pura, celestial, viviente y espiritual que fluye en nosotros.
Este fluir de vida transformará el barro en oro, perlas y piedras preciosas. Todos estos
materiales preciosos están destinados para el edificio de Dios. La conclusión de la
revelación divina nos muestra una ciudad construida de oro, perlas y piedras preciosas
(Ap. 21:19-21). Cuando disfrutamos al Señor, o sea cuando disfrutamos el árbol de la
vida, esta vida fluye en nosotros y nos transforma a la imagen de Cristo.
Los materiales preciosos que están en el fluir del río de Génesis 2 están destinados para el
edificio de Dios. Al final de la revelación divina tenemos el árbol de la vida, el río de
agua de vida, y los materiales preciosos edificados como una ciudad santa, la Nueva
Jerusalén (Ap. 22:1-2; 21:18-21). Esta ciudad es el complemento de Cristo y la morada
de Dios donde El puede descansar. Como complemento de Cristo, la ciudad santa
satisface a Cristo, y como morada de Dios, la ciudad santa satisface a Dios.
Al principio de las Escrituras se nos muestra el árbol de la vida y el río que fluye y
produce los materiales preciosos. Al final de las Escrituras se ve una ciudad universal
edificada de los materiales preciosos, y dentro de ella crece el árbol de la vida y fluye el
río de agua de vida. Esto muestra que el propósito eterno de Dios, Su intención final, es
obtener un edificio divino construido por el árbol de la vida y el fluir del río de agua de
vida, el cual produce los materiales preciosos. Según la intención final y eterna de Dios,
tenemos que ser transformados y edificados. La transformación tiene como fin el edificio
de Dios. Nuestro nivel de espiritualidad depende del nivel de transformación que
tengamos y del nivel de edificación que experimentemos.
Espero que podamos traer esta comunión al Señor en oración para que esta verdad se
haga muy viva en nosotros. Necesitamos tomar a Cristo como nuestro alimento, nuestra
bebida, nuestro aire y nuestra morada. Necesitamos disfrutarle para ser transformados
diariamente y edificados con otros. Entonces, la imagen de Dios será expresada entre
nosotros y a través de nosotros, y Su autoridad será ejercida entre nosotros sobre el
enemigo. De esta manera, se cumplirá la intención de Dios.
Cuando abrimos nuestro ser para mirarle, El como Espíritu viviente se imparte a Sí
mismo en nosotros. Cuando miramos al Señor, regresamos al espíritu. Necesitamos
apartar los ojos de todo lo que no sea Jesús y mirarle a El, quien es el Espíritu viviente en
nuestro espíritu. Cuando le miramos, El tiene la base y la oportunidad para impartirse en
nosotros. Cuando se imparte en nosotros, nos transforma.
Cuando el té se añade al agua pura, se mezcla con el agua y transforma el agua en cuanto
a su color, su expresión y su sabor. El agua está en el té, y el té está en el agua. De la
misma manera Cristo está en nosotros, y nosotros estamos en Cristo. Así como el té y el
agua se mezclan, nosotros y Cristo nos mezclamos. El Señor está haciendo una obra en
nosotros de mezclarse con nosotros y de transformarnos. La obra del Señor no es calibrar,
corregir o mejorar nuestra conducta, sino impartirse a Sí mismo en nuestro ser desde
nuestro interior. Cuanto más se imparte en nosotros, más se mezcla con nosotros y más
nos transforma.
Somos transformados por el Espíritu viviente. Nos dice 2 Corintios 3:18 que somos
transformados en la misma imagen de gloria en gloria como por el Señor Espíritu. El es
el Espíritu viviente y está en nosotros, así que debemos prestar atención al Espíritu todo
el tiempo. Debemos aprender a abrir nuestro ser a El. Si abrimos nuestro ser, El podrá
purificarnos, limpiarnos, saturarnos, impregnarnos, llenarnos, mezclarse con nosotros y
transformarnos. La transformación sucede cuando esta Persona viviente se imparte en
nosotros cada vez más. El se imparte en nosotros cuando le bebemos, comemos e
inhalamos. Comerle, beberle e inhalarle equivale a permitir que El se escriba en nosotros
al tener nuestra mirada puesta en El. El es el Espíritu viviente y está esperándonos; por
eso, necesitamos aprender a volvernos al Espíritu y abrirle nuestro ser. Entonces El nos
saturará, y nosotros seremos transformados.
CAPITULO QUINCE
Otro cuadro que encontramos en las Escrituras es el del cordero (Ex. 12:3-4; Jn. 1:29). La
mayoría de los estudiantes de la Biblia sabe que el fin del cordero es redimir. Durante la
Pascua, los hijos de Israel inmolaban el cordero, y la sangre del cordero era derramada
para la redención de ellos. Bajo la cubierta de la sangre rociada del cordero, los hijos de
Israel disfrutaban del cordero al comerlo; comían la carne del cordero. Al cabo de un
rato, los hijos de Israel comían todo el cordero. La noche de la Pascua, cada casa tenía un
cordero, pero en poco tiempo todos los corderos desaparecían. Llegaban a ser uno con los
hijos de Israel. Esto muestra que el cordero fue mezclado con los hijos de Israel.
Hay dos cuadros presentados en 2 Corintios 3 que también muestran que el deseo del
corazón de Dios consiste en que El se mezcle con nosotros. El versículo 3 de este
capítulo dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio
nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en tablas de corazones de carne”. El primer cuadro nos muestra que somos cartas de
Cristo, escritas con el Espíritu del Dios vivo en nuestros corazones. Dice en 2 Corintios
3:18: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por
el Señor Espíritu”. El segundo cuadro, presentado en 2 Corintios 3, muestra que somos
espejos y, como tales, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Estos dos ejemplos
muestran que Dios quiere mezclarse con nosotros.
CARTAS VIVAS DE CRISTO
Cuando la tinta se aplica al papel, se mezcla con el papel. Cristo mismo desea escribirse
en nuestro ser para que nos convirtamos en Sus cartas vivas. Una carta de Cristo se
compone de Cristo, el contenido mismo, para trasmitir y expresar a Cristo. Todos los
creyentes de Cristo deben ser una carta viva de Cristo, de modo que otros puedan leer y
conocer a Cristo en su ser. Nuestro corazón, el cual se compone de nuestra conciencia (la
parte principal de nuestro espíritu), nuestra mente, nuestras emociones y nuestra
voluntad, es la tabla sobre la cual se escriben las cartas vivas de Cristo con el Espíritu
viviente de Dios. Esto da a entender que Cristo se escribe en todas las partes de nuestro
ser interior con el Espíritu del Dios vivo para hacer de nosotros Sus cartas vivas a fin de
expresarse en nosotros y permitir que otros lean a Cristo en nosotros.
Cristo desea escribirse en cada parte de nuestro ser interior, en nuestro corazón, pero es
posible que nosotros estemos preocupados por muchas otras cosas. ¿Cómo puede Cristo
escribirse en nosotros y en nuestro corazón, cuando éste se preocupe por otras cosas? Tal
vez nuestro corazón esté preocupado por nuestra familia, nuestras posesiones materiales,
nuestra educación, nuestro trabajo, o nuestras esperanzas para el futuro. Hay muchas
cosas que pueden usurpar el lugar que Cristo debiera ocupar en nuestro corazón.
¿Cuántas preocupaciones hay en nuestro corazón, las cuales no dan lugar a Cristo para
que El se escriba en nosotros? Además, es posible que nuestro corazón esté cerrado a
Cristo. Las preocupaciones de nuestro corazón y el hecho de que éste no esté abierto son
dos problemas que requieren solución. Lo inmundo y lo sucio de nuestro corazón también
tiene que ser eliminado. ¿Es pura nuestra mente? ¿Están limpias nuestras emociones? ¿Es
recta nuestra voluntad? Todos debemos confesar que, hasta cierto grado, hay suciedad en
nuestra mente, en nuestras emociones, en nuestra voluntad. Aunque asistamos a las
reuniones de la iglesia, necesitamos preguntarnos acerca de cuánto de Cristo ha sido
escrito en nosotros. Quizás no haya posibilidad, manera ni oportunidad para que el Señor
se escriba en nosotros, porque nuestro corazón está preocupado por muchas otras cosas,
cerrado al Señor y sucio e impuro.
Por la misericordia del Señor, necesitamos abrir nuestro ser a El. Cuando abrimos nuestro
corazón, El entra. El está esperando que nosotros abramos nuestro ser para que El pueda
escribirse en nuestro ser interior. Debemos preguntarnos acerca de nuestra situación y
condición ante el Señor y de la relación que tenemos con El.
Hemos visto que el espíritu es la parte más profunda de nuestro ser, el hombre interior
escondido en el corazón (1 P. 3:4). Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nuestro
espíritu para vivificarnos, regenerarnos y morar en nosotros. Cristo vive en nuestro
espíritu (2 Ti. 4:22). Ezequiel 36:26 nos muestra que el corazón y el espíritu son dos
entidades. Dios nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo. El corazón se compone de
la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. El Señor quiere escribirse como
Espíritu en nuestro corazón, “en tablas de corazones de carne” (2 Co. 3:3). Ya que somos
cartas de Cristo, debemos expresar a Cristo. La carta es una expresión. Por tanto, esta
carta no está escrita en nuestro espíritu, sino en nuestro corazón para que Cristo sea
expresado y otros puedan leerlo. Una persona se expresa con su mente, sus emociones y
su voluntad. Si Cristo está escrito sólo en nuestro espíritu, El estará escondido; otros no
lo podrán ver ni leer ni será El expresado. Cristo como Espíritu viviente tiene que
escribirse en nuestro corazón, el cual incluye nuestra mente, nuestras emociones y nuestra
voluntad, para que El sea expresado y visto por otros.
Cristo está en nuestro espíritu como Espíritu vivificante, y como tal, El es la tinta
celestial que se escribe en nuestro corazón, el cual incluye la mente, las emociones y la
voluntad. Esto significa que Cristo se mezclará con nuestra mente, con nuestra parte
emotiva y con nuestra voluntad. Entonces en nuestra mente tendremos la descripción de
Cristo, en nuestras emociones, la definición, la explicación de Cristo, y en nuestra
voluntad, la expresión de Cristo. Como consecuencia, cuando otros miren nuestra mente,
nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, verán a Cristo. El amor de una esposa hacia su
marido debe estar lleno de Cristo. Sus emociones deben describir y expresar a Cristo.
Somos las cartas de Cristo escritas por el Espíritu viviente del Dios vivo en nuestro
corazón. Las personas deben leer a Cristo en nuestro ser, es decir, en lo que somos.
Cuando pensemos, amemos y tomemos decisiones, debe ser la expresión de Cristo.
Cuando otros vean manifestados nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestro amor,
nuestro odio, las decisiones que tomamos y lo que escogemos, deben ver algo de Cristo
en ellos. El hecho de que Cristo como Espíritu del Dios vivo sea escrito en nuestro ser
significa que se está mezclando con nosotros. Cristo está en nosotros pero, ¿cuánto de
Cristo ha sido escrito en nuestra mente, emociones y voluntad? Puede ser que nuestro
corazón esté preocupado. Tal vez escuchemos el ministerio de la palabra y no
consigamos nada por estar preocupados.
Por una parte, es fácil desanimarnos cuando miramos la situación que existe entre los
hijos del Señor. Los corazones de muchos cristianos son indiferentes para con el Señor y
El ha ganado muy poco en ellos. Por otra parte, sigo gozoso de que el Señor esté lleno de
gracia, paciencia y misericordia. El Señor continuamente espera oportunidades para
mezclarse con nosotros. Cuando invocamos Su nombre, El toma la oportunidad para
mezclarse con nosotros un poco. Tengo la certeza de que, tarde o temprano, seremos
transformados. Si no somos transformados en esta edad, finalmente lo seremos en la edad
venidera. El Señor es soberano y nadie puede detener el cumplimiento de Su propósito
eterno. Tal vez Su enemigo le impida un poco, pero esta frustración le da oportunidad
para exhibir Su multiforme sabiduría (Ef. 3:10). El Señor realizará Su propósito. El nos
ha escogido y nosotros no podemos retirarnos. El nos llamó, nos justificó, nos salvó, nos
regeneró y ahora mora en nosotros. Aun si quisiéramos divorciarnos de El, no firmaría
los papeles de divorcio.
El interés principal del Señor no consiste en lo que hacemos sino en lo que somos. El
quiere impartirse, es decir, escribirse, en nuestra mente, emociones y voluntad todo el
tiempo. Un hermano puede ser bueno en su carácter natural. Puede ser simpático,
humilde y muy estable. Después de su salvación, ha sido simpático y humilde todo el
tiempo, y agradable a todos. Incluso viene a las reuniones de la iglesia con regularidad.
Pero puede ser que este hermano siempre esté cerrado para con el Señor. El Señor está en
su espíritu como un prisionero. Externamente, es un hermano muy simpático, y es
verdaderamente estable, Pero el Señor no puede escribirse en su corazón porque éste no
está abierto a El.
Otro hermano tal vez no sea muy bueno en su carácter natural. Justamente después de ser
salvo, se descarrió. Luego regresó al Señor y confesó sus pecados, abriendo su corazón al
Señor. Esto le dio al Señor la oportunidad para escribirse en el ser del hermano. Poco
después, este hermano se peleó con algunos hermanos. Luego se arrepintió y se dio
cuenta de que había cometido un error. Confesó al Señor y de nuevo abrió su corazón y
entonces el Señor impartió más de Sí mismo en este hermano. Debemos considerar dónde
estarán estos hermanos después de quince años con el Señor. Un hermano es muy
simpático, humilde y estable, pero al mismo tiempo está cerrado para con el Señor. El
otro hermano no tiene un buen carácter por naturaleza, pero gradualmente se ha forjado
en él más y más de Cristo. El Cristo que se ha forjado en él poco a poco absorberá la
mala disposición del hermano y éste experimentará una verdadera transformación. Esto
muestra que la vida cristiana no tiene nada que ver con lo que uno puede hacer u obrar de
manera superficial, sino con una vida de transformación interior.
Debemos cobrar ánimo porque no importa qué tipo de persona seamos, el Señor obrará
para cumplir Su propósito de transformación en nosotros. El es misericordioso, y poco a
poco El nos cambiará. El nos transformará. No importa lo que usted es o hace
externamente, pues yo sé que hay alguien que está trabajando dentro de su interior.
Alabémosle por Su obra interior en nosotros. El Señor toma toda oportunidad para
escribir, poco a poco, algo de Cristo en nosotros. Puedo testificar, basándome en lo que
he observado en los santos, que más de Cristo ha sido escrito en ellos año tras año de
manera específica. En la vida de iglesia, debemos mostrarnos pacientes el uno con el
otro, porque más y más de Cristo está siendo forjado en nosotros gradualmente. Esta es la
obra transformadora del Señor. Una persona, según su carácter, puede ser lenta y otra
muy rápida. Pero ante el Señor no hace diferencia. Ser rápido o ser lento no significa
nada. Lo que sí tiene significado es que el Señor está escribiéndose en nuestro ser todo el
tiempo para transformarnos. En la eternidad todos nosotros seremos las cartas completas
de Cristo. En aquel entonces todo lo de Cristo estará escrito en nuestro ser. Sólo Cristo
será el contenido de nuestra mente, emociones y voluntad.
ESPEJOS QUE MIRAN Y REFLEJAN
LA GLORIA DEL SEÑOR
El segundo cuadro presentado en 2 Corintios 3 nos muestra que somos espejos y como
tales, miramos y reflejamos la gloria del Señor. Somos espejos y miramos a Cristo y le
reflejamos, pero el problema yace en que a veces nuestro corazón no está fijo en el Señor.
Por consiguiente, tenemos que volver nuestro corazón a El. Cuando nuestro corazón se
vuelve al Señor, el velo se quita (2 Co. 3:16). El Señor está esperando para que nosotros
volvamos nuestros corazones a El. El mora en nuestro espíritu, y nuestro espíritu es el
hombre interior escondido en nuestro corazón. Tenemos que volver nuestro corazón al
Cristo que mora en nosotros. Entonces le miraremos y le reflejaremos. Tenemos que
volver nuestros corazones a El todo el tiempo, al amanecer y al atardecer, día y noche.
Incluso mientras trabajamos o manejamos nuestros automóviles, debemos volver nuestros
corazones a El. Cuanto más nos volvamos a El y le miremos, más le reflejaremos y
seremos transformados a Su imagen.
Cuando abrimos nuestro ser para mirarle, El como Espíritu viviente se imparte a Sí
mismo en nosotros. Cuando miramos al Señor, regresamos al espíritu. Necesitamos
apartar los ojos de todo lo que no sea Jesús y mirarle a El, quien es el Espíritu viviente en
nuestro espíritu. Cuando le miramos, El tiene la base y la oportunidad para impartirse en
nosotros. Cuando se imparte en nosotros, nos transforma.
Cuando el té se añade al agua pura, se mezcla con el agua y transforma el agua en cuanto
a su color, su expresión y su sabor. El agua está en el té, y el té está en el agua. De la
misma manera Cristo está en nosotros, y nosotros estamos en Cristo. Así como el té y el
agua se mezclan, nosotros y Cristo nos mezclamos. El Señor está haciendo una obra en
nosotros de mezclarse con nosotros y de transformarnos. La obra del Señor no es calibrar,
corregir o mejorar nuestra conducta, sino impartirse a Sí mismo en nuestro ser desde
nuestro interior. Cuanto más se imparte en nosotros, más se mezcla con nosotros y más
nos transforma.
Somos transformados por el Espíritu viviente. Nos dice 2 Corintios 3:18 que somos
transformados en la misma imagen de gloria en gloria como por el Señor Espíritu. El es
el Espíritu viviente y está en nosotros, así que debemos prestar atención al Espíritu todo
el tiempo. Debemos aprender a abrir nuestro ser a El. Si abrimos nuestro ser, El podrá
purificarnos, limpiarnos, saturarnos, impregnarnos, llenarnos, mezclarse con nosotros y
transformarnos. La transformación sucede cuando esta Persona viviente se imparte en
nosotros cada vez más. El se imparte en nosotros cuando le bebemos, comemos e
inhalamos. Comerle, beberle e inhalarle equivale a permitir que El se escriba en nosotros
al tener nuestra mirada puesta en El. El es el Espíritu viviente y está esperándonos; por
eso, necesitamos aprender a volvernos al Espíritu y abrirle nuestro ser. Entonces El nos
saturará, y nosotros seremos transformados.
CAPITULO DIECISEIS
Todos debemos darnos cuenta de que Dios creó un hombre corporativo en Génesis 2, el
cual incluyó a billones de personas. Ese hombre de barro era Adán, y todos nosotros
somos sus descendientes. Puesto que todos provenimos de Adán, la Biblia dice que
somos vasos de barro (2 Co. 4:7), vasos de tierra. En Génesis 2 el hombre de barro no
tenía nada que ver con el árbol de la vida. No era oro, perla ni ónice. Pero Dios tenía una
intención con respecto al hombre de barro, la cual consistía en que éste tomara del árbol
de la vida, que comiera de él. El árbol de la vida es algo viviente. Cuando entra en el
hombre, este árbol viviente se convierte en un fluir interior, y este fluir de vida
transformará al hombre de barro en materiales preciosos (oro, bedelio y ónice), útiles
para el edificio de Dios. Esto es lo que Dios quiere. Toda la Biblia, que consiste de
sesenta y seis libros, nos habla de una sola cosa: somos hechos de barro, pero Dios nos ha
destinado para que le tomemos a El como el árbol de la vida. Entonces Dios, quien es tan
viviente, entrará en nosotros como nuestra vida y llegará a ser un fluir dentro de nosotros.
Inmediatamente después de ser salvos, después de recibir a Cristo como vida, sentimos
que dentro de nuestro ser había un fluir. Esta corriente interior se llevará muchas cosas de
nuestro interior e introducirá muchas otras. Dentro de nuestro cuerpo tenemos la
circulación de la sangre. En términos negativos, esta circulación, esta corriente en el
cuerpo, se lleva todas las cosas negativas, y por el lado positivo, nos trae toda la nutrición
y las vitaminas necesarias. En nuestro cuerpo físico tenemos un fluir, por medio del cual
nuestro cuerpo existe.
Después de que recibimos al Señor, El mismo como vida llegó a ser el fluir que corre en
nuestro espíritu. Ahora tenemos otra corriente en nosotros además de la que está en
nuestro cuerpo físico. Esta corriente es el fluir espiritual de vida en nuestro espíritu, el
cual es Cristo mismo. Por el lado negativo, esta corriente se llevará nuestro mal genio,
nuestro odio, nuestra impaciencia y nuestro orgullo. Por el lado positivo, este fluir
gradualmente día a día nos traerá más y más de Cristo para nutrirnos. El fluir hará una
obra de transformación para cambiarnos, no sólo en cuanto a nuestra posición, sino
también en naturaleza, en nuestro carácter.
Dios quería ser la vida del hombre, pero debido a que el hombre cayó, Dios tuvo que
cambiar Su forma, de árbol de la vida a Cordero. Dios como vida vino en forma del
Cordero para quitar el pecado del mundo. Según lo que consta de la Pascua en Éxodo 12,
el cordero no sólo sirvió para redimir, sino también para dar alimento. La sangre del
cordero redime, y la carne del cordero alimenta. La nutrición es algo que pertenece a la
vida. Por lo tanto, en Juan 1 tenemos el Cordero, pero en el capítulo seis tenemos el
alimento, el pan de vida (vs. 22-71).
Luego en los capítulos cuatro y siete tenemos el agua viva, el agua de vida, para beber
(4:14; 7:37-38). Finalmente, en Juan 17 tenemos la unidad (vs. 11, 20-23). La unidad es
el edificio. El Evangelio de Juan empieza con Dios mismo. Dios quiere ser vida para
nosotros. Pero, debido a nuestra caída, El cambió Su forma. El se hizo el Cordero para
redimirnos y ser nuestro alimento. El también es el agua viva que podemos beber.
Después de comerle y beberle, tenemos la unidad, el edificio.
EL ARBOL DE LA VIDA Y EL RIO DE LA VIDA
EN APOCALIPSIS SON PARA LA TRANSFORMACION
Y LA EDIFICACION EN VIDA
En el último cuadro que la Biblia nos presenta se ve una ciudad cuadrada con tres puertas
a cada lado (Ap. 21:16, 12-13). Cada una de las doce puertas es una perla (21:21), y sobre
ellas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Esto nos da un cuadro, el cual
nos revela que todas estas puertas son personas. Son perlas, pero todas tienen nombres
personales. En el versículo 14 se mencionan los doce cimientos, que son piedras
preciosas, y en éstas están escritos los nombres de los doce apóstoles. Todos los
cimientos son personas. Pedro es un cimiento, y Juan es un cimiento. Además, el muro de
la ciudad está edificado con piedras preciosas (v. 18). No somos los cimientos, pero sí
somos las piedras preciosas.
El fluir de la vida junto con el árbol de la vida como suministro transformó a Pedro en
piedra preciosa. Originalmente, Pedro era hombre de barro, pero ahora, en la Nueva
Jerusalén, llega a ser una piedra preciosa. ¿Cómo pudo Pedro, un hombre de barro, ser
cambiado en piedra preciosa? Pedro recibió a Dios mismo quien estaba en el Cordero
como Redentor. Luego, de este Cordero salió el agua de la vida, la cual llevaba el árbol
de la vida como suministro. Día a día Pedro comía del árbol de la vida y bebía del agua
de vida. Diariamente, disfrutaba al Dios Triuno. Por medio de este disfrute fue
transformado en una piedra preciosa, útil para el edificio de Dios.
Después de que el árbol de la vida y el agua de la vida han sido forjados en nosotros,
llegan a ser no sólo nuestro alimento, sino también el elemento que nos transforma.
Cuanto más disfrutemos el fluir del agua viva en nosotros, el cual nos trae el árbol de la
vida como suministro, seremos más transformados. Los hombres de barro serán
transformados en piedras preciosas. Finalmente, en la Nueva Jerusalén, en la ciudad
santa, no existirá más el barro. Toda la ciudad es un monte de oro (Ap. 21:18). Todo el
muro es de jaspe, una piedra preciosa, y todos los cimientos del muro son de piedras
preciosas (21:18-20). Además, todas las puertas son perlas (21:21). Hay sólo tres
materiales en la Nueva Jerusalén: oro, perla y piedras preciosas. Para aquel entonces,
todos habremos sido transformados.
En los cuatro Evangelios tenemos la historia de Simón Pedro. Muchas veces quedó
manifiesto que él era solamente un hombre de barro. A menudo hablaba sin sentido o se
comportaba neciamente. El Señor, en la noche que fue traicionado, les dijo a los
discípulos que le iban a dar muerte y que ellos iban a ser esparcidos. Pedro dijo: “Aunque
todos tropiecen por causa de Ti, yo nunca tropezaré” (Mt. 26:33). El habló
insensatamente. Muy poco después el Señor fue arrestado y llevado a la corte del sumo
sacerdote. Pedro fue en pos del Señor desde lejos y también entró a la corte del sumo
sacerdote. Mientras estaba sentado en el atrio, una criada; no un soldado grande, vino a él
y le dijo: “Tú también estabas con Jesús el galileo” (v. 69). Pedro negó al Señor tres
veces, aun con juramento. Sin lugar a dudas, en aquel tiempo Pedro era solamente un
hombre de barro.
Sin embargo, en Hechos 2—5, Pedro era una piedra preciosa transformada,
resplandeciente, fuerte y trasparente. En estos capítulos no era opaco, sino claro como el
cristal y trasparente. El era precioso y había sido cambiado por completo. No había sido
cambiado o santificado sólo en cuanto a su posición, sino también en su disposición, en
su carácter. El había sido cambiado metabólicamente. Un divino “elemento químico”
había sido puesto en él, causando una reacción química. Dios en el Cordero había sido
recibido por Pedro, y el Espíritu como agua viva había empezado a fluir en él. Este fluir
le proveía del Cristo todo-inclusivo, el árbol de la vida. Día a día Pedro comía de este
Cristo, y día a día bebía de esta agua viva. Un elemento químico celestial fluía en él
causando un cambio metabólico en su ser. El había sido cambiado no sólo en cuanto a su
posición o forma, sino también en su naturaleza y carácter y así llegó a ser uno de los
doce cimientos de la Nueva Jerusalén. La mera enseñanza o los simples dones no pueden
transformarnos. Sólo la vida interior, el propio Dios Triuno, nos puede transformar.
La ciudad santa es el tabernáculo de Dios, la morada de Dios. Apocalipsis 7:15 dice que
serviremos a Dios en el templo, un lugar en el cual no sólo Dios puede morar, sino
también los que le sirven. Apocalipsis 21:22 dice: “Y no vi en ella templo; porque el
Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Esto significa que
serviremos a Dios en El mismo, quien es el templo. Todos los redimidos son el
tabernáculo de Dios, donde El puede morar, y Dios mismo es nuestro templo, donde
nosotros podemos morar. Finalmente, Dios morará en nosotros, y nosotros moraremos en
El. Esta es una morada mutua, una habitación mutua. Mientras El mora en nosotros,
nosotros moramos en El. Esta es la mezcla del Dios Triuno con Su pueblo escogido y
redimido.
Esta mezcla depende del disfrute que tenemos del Señor. Es menester que le disfrutemos
todo el día comiendo de El como nuestro árbol de la vida, y bebiendo de El como nuestra
agua de vida. Si queremos ser transformados, edificados y mezclados con el Dios Triuno,
día a día tenemos que alimentarnos de Cristo, quien es el árbol de la vida, y debemos
beber de El como nuestra agua de vida. Que el Señor nos traiga al disfrute de El mismo.
Que nos demos cuenta de que El está en nosotros como árbol de la vida,
suministrándonos todo el tiempo el fluir del Espíritu Santo. Debemos aprender cómo
alimentarnos de El y cómo beber de El. Entonces, todo lo que El es, Su elemento, Su
sustancia y Su esencia, será traído y trasmitido a nosotros. Seremos transformados,
edificados y mezclados con el Dios Triuno.