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Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda.

Un debate
conocido como La Controversia

A mediados del siglo XVI, en Valladolid, España, rondaban varias preguntas en el ambiente.
¿Los habitantes del Nuevo Mundo son hombres inferiores a los europeos? ¿Estos seres
sumisos, apenas cubiertos con trapos, poseían alma y raciocinio como los otros? ¿Estaba
justificada la Conquista? Para intentar responderlas, dos hombres se enfrentaron en un
debate conocido como La Controversia.

Los dos protagonistas del debate defendieron a capa, espada y cruz su posición. Uno de ellos,
filósofo, historiador y jurista, Juan Ginés de Sepúlveda, conocido por ser un defensor oficial de
la Conquista y el otro, Fray Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapas, autor de la Brevísima
relación de la destrucción de las Indias, texto que critica severamente las crueldades de los
conquistadores. La llegada de los españoles al continente americano traerá una serie de
debates a nivel jurídico y religioso sobre cómo abarcar la expansión en el Nuevo Mundo, y
cómo tratar los diversos aspectos que en dicha expansión vayan surgiendo tanto en las esferas
religiosas, cómo administrativas. En la medida en que esto tiene lugar en los diversos niveles
de la sociedad y las instituciones estatales, habrá que destacar uno de los debates más
importantes de los que allí tuvieron lugar, que no es otro que el debate sobre la
caracterización y el trato que se le daba a la población indígena por parte de los
encomenderos en las encomiendas, las cuales recordemos que eran concesiones de la Corona
a ciertos señores de un determinado número de indígenas para que trabajaran sus tierras en
América.

La necesidad de mano de obra en las primeras explotaciones coloniales españolas


(plantaciones, minas, etc.), lleva a los encomenderos a utilizar a las diversas poblaciones
indígenas de las Antillas y el continente para desempeñar esas duras labores, a las que no
estaban acostumbrados, por lo que a la dureza del trabajo en sí se le ha de sumar el trato que
se le daba por parte de los señores que aplicaban ese método de le encomienda.
Los abusos cometidos por dichos señores ya habían sido denunciados previamente a la disputa
de la que comentamos, y las tensiones en referencia a estos actos habían incrementado con la
entrada en vigor de las Leyes Nuevas de 1542, pero será en este momento y con la figura de
Fray Bartolomé de las Casas, que la encomienda recibe un duro golpe crítico, a lo que se suma
el avivamiento de la discusión social y política (en lo que a las esferas de instituciones y justicia
real se refiere), sobre el trato y consideración que habrían de tener los indígenas americanos.

Bartolomé de las Casas plasma esa crítica sobre el trato al indígena en su obra Brevísima
relación de la destrucción de las Indias, que supuso por así decirlo, la chispa que avivó el fuego
de la disputa sobre ese trato al indígena, el cual llevaba tiempo encendido, y que generó una
separación entre detractores y seguidores de la línea de fray Bartolomé, generando ya no sólo
un debate judicial, sino un debate teológico, en la medida en que no se discutió sólo cómo
legislar sobre los indígenas, sino que previamente, se plantearon las características del
indígena en cuanto a su calificación: ¿eran herejes o infieles?, ¿representaban algún mal?,
¿merecían lo que les ocurría?. Incluso se llegó a plantear en esta disputa la legitimidad de la
conquista española de los nuevos territorios, recurriendo a la visión desde la perspectiva de la
bula papal y la labor evangelizadora que habían de desempeñar los españoles en los nuevos
territorios cómo justificación cuasi única sobre el porqué estaban allí.

Las preguntas anteriores resumirían de alguna manera los temas que el debate planteó, y que
llegó a esferas oficiales, convocando en 1550 Carlos V en Valladolid una junta a la que
acudieron juristas y teólogos para debatir sobre este tema. El debate situó a De las Casas
cómo máximo defensor del indígena, mientras que el detractor que estuvo a la cabeza de la
oposición a fray Bartolomé fue Ginés de Sepúlveda, jurista cordobés, que defendió la
encomienda desde la perspectiva de que estaba justificada en la medida en que España era
un estado avanzado que requería de mano de obra inferior, catalogándola en función de la
superioridad que para él tenía España. De la misma manera Ginés de Sepúlveda presenta al
indígena americano cómo un ser inferior que debe ser tratado cómo una bestia dada su
condición caníbal, sus conductas heréticas, etc., y que era necesario para el conquistador
impedir esas conductas para desarrollar a su vez la labor evangelizadora entre los indígenas.

Por su parte fray Bartolomé plantea al indígena cómo un ser que tiene el derecho de ser
evangelizado, pero no de imponérsele la religión, por lo que la labor evangelizadora no era
una obligación para los españoles. De la misma manera plantea desde una perspectiva
humana al indígena, alejando la imagen de bestias, y diciendo que ha de haber un
acercamiento a los mismos, algo que respalda con la conclusión de que poco difiere la
“bestialidad y costumbres malas” de los indígenas, frente a algunas situaciones del Viejo
Mundo. Por ello, mientras Sepúlveda justificaba la guerra contra los indios cómo medio para
disminuir esas malas costumbres y poder dejar espacio libre a la labor predicadora, De las
Casas veía el proceso de una manera más compleja, dado que planteaba que los actos de los
indígenas, no podían ser juzgados cómo si de herejes se tratara, pues debía dárseles primero
una educación y una evangelización, que no habría de ser forzosa, puesto que deslegitimaría
la conversión de la persona interesada.

Por otra parte y tal como mencionábamos anteriormente, el tema del trato al indígena queda
compartiendo primera plana con otro importante, que es el de la legitimidad y derechos de
conquista, recurriendo Ginés de Sepúlveda y sus partidarios a las concesiones o favores
papales de 1537 y las anteriores de Alejandro VI, las cuales pondrá en duda Bartolomé de las
Casas y los suyos diciendo que el papa no tiene legitimidad en sí para otorgar derechos de
expropiación de los bienes que los indios tienen en propiedad. En resumen, se plantea
también en esta junta la polémica sobre los Justos títulos, que habrían de justificar el proceso
de conquista.

En términos generales, la disputa se saldó con el claro posicionamiento de especialistas,


puesto que los teólogos apoyaron la condena a la encomienda de fray Bartolomé, mientras
que los juristas respaldaban las tesis de Ginés de Sepúlveda. La defensa de De las Casas de la
causa indígena permitió enfocar las necesidades de mano de obra hacia otro punto del
planeta, dando carta libre a la introducción de esclavos negros en las colonias españolas en
América cómo medio de suplantar la fuerza de trabajo y suplantar a los indígenas liberándoles
del maltrato y el abuso, así como de los trabajos más duros a los que no estaban
acostumbrados.

Sin embargo, lo que planteamos brevemente aquí no es otra cosa que el cambio en los
esquemas hispánicos (y mundiales) que produjo la llegada a América y la explotación de las
tierras y gentes, causando profundas divisiones en las que no sólo quedaba patente la
incapacidad de unir puntos en cuanto al porqué y cómo de la explotación americana en
términos jurídico-administrativos, si no también dejaba de manifiesto el inicio de la ruptura del
esquema mental de la sociedad y la religión de ese momento de principios-mediados del siglo
XVI, sobre si la sociedad cristiana era suprema por encima de culturas distintas, viendo las
primeras muestras de respeto de ciertos personajes hacia esas culturas, a las que lejos de
presentarlas cómo el mal o “inferiores”, se les da un voto de confianza y se plantea el
acercamiento y con ello la evangelización de motu propio, sin pasar por la obligación ni el
maltrato.

También es destacable el hecho de cómo se plantea la caracterización de los indígenas de cara


a los europeos, y cómo en este debate y en los años y décadas posteriores va cambiando y
adaptándose muy poco a poco, producto quizás de la continua convivencia de las nuevas
sociedades coloniales.

Bartolomé de las Casas toma la iniciativa

El arribo de Fray Bartolomé (1484-1566) a este continente se debió, en primer término, a su


interés por la extracción del oro. En 1502 llegó a la isla La Española, donde vivió por un año.
Luego, acompañó a Pánfilo de Narvaez a Cuba, a reforzar la conquista que había
emprendido Diego de Velázquez. Debido a su aporte, le es entregado un repartimiento de
indios. Sin embargo, ocurrió algo que marcó su vida: la conversión. Esta lo llevó a dedicarse el
resto de su vida a la defensa de los indios, prácticamente regaló sus bienes y se preparó para
viajar a España. Fray Bartolomé, conocido como el Apóstol de los Indios, en su encuentro con
La Biblia y el catolicismo comprendió que ser cristiano, tenía que ver con una forma de vida.
Ese modelo lo había establecido Jesucristo y sus discípulos. En su texto Historia de las
Indias señala: Pasados, pues, algunos días en aquesta consideración, y cada días más y más
certificándose por lo que leía cuanto al derecho y vía del hecho, aplicando lo uno a lo otro,
determinó en sí mismo, convencido de la misma verdad, ser injustos y tiránico todo cuanto cera
de los indios en estas Indias se cometía. Convencido de su empresa, se lanza a España en
1515, a interceder por la causa de los indios. No se le concedió una audiencia inmediata. Tras
varias complicaciones, el deceso de Fernando, el rey, mientras su sucesor asumía, Las
Casas tuvo que esperar pacientemente entre idas y venidas, de un continente a otro. Escribió
algunos textos, hasta que en 1540 obtuvo varias cédulas que beneficiaban su trabajo en
Tezulutlán.

Por su parte, Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573), doctor en artes y teología por la
universidad de Bolonia. También fue un acérrimo combatiente de las ideas de Erasmo de
Rotterdam, de quien en absoluto compartía sus propuestas sobre libertad de albedrío. Se
interesó por Aristóteles, de tal manera que tradujo su Política (1548). Uno de los ejes
temáticos del texto, es defender el sometimiento de culturas “inferiores”. Además de este
discurso, Sepúlveda se basó en otros conocimientos adquiridos para defender la Conquista y
sobre todo, la idea de propagar la evangelización y la cultura europea a las Indias. Su
erudición y múltiples estudios, como la revisión del texto griego del Nuevo Testamento, entre
otros, provocó que el rey Carlos V lo nombrara su cronista. El encuentro entre
Las Casas y Sepúlveda comenzó textualmente (por medio de escritos), pues Fray Bartolomé
había conseguido que cambiaran las leyes de las encomiendas de los indios.
Entonces, Sepúlveda respondió con la publicación De histis belli causis apud indios. Fray
Bartolomé refutó, con sus Treinta proposiciones muy jurídicas. Por otro lado, Carlos V había
detenido la Conquista, debido a los propios cuestionamientos de Bartolomé de Las Casas,
quien para ese momento era un ferviente creyente de que se podía vivir en armonía y que,
además, se promulgaran leyes. Para comprender la influencia del pensamiento de Fray
Bartolomé, Ángel Losada expresó que se trataba de un caso único en la historia: el emperador
más poderoso del mundo cediendo las presiones de un padre: Bartolomé de Las Casas. Por su
parte, Sepúlveda proponía, basándose en la tesis aristotélica, acerca de las diferencias entre
una aristocracia natural separada de una servidumbre natural. Para la española Ana Manero
Salvador, experta en Derecho Internacional, esta separación comportaba que los hombres
más sabios, más racionales y prudentes debían dominar a los más ignorantes a través,
incluso, de la fuerza, para así liberarlos de su salvajismo. Esta sentencia explicaba, a través
de esa lógica, que los españoles tenían derecho a la Conquista y a civilizar a sus nativos.

¿Los indios tienen alma o no?

Las discusiones llevaron a que se realizara un debate en el convento de San Gregorio,


Valladolid, sobre la inferioridad de los indígenas y si tenían o no alma, además de la
discusión sobre la justificación de una guerra protagonizada por españoles. Se conformaron
dos tribunales, uno con teólogos y otro con juristas. Tuvo dos etapas, del 15 de agosto a
mediados de septiembre de 1550 y del 10 de abril al 4 de mayo de 1551. Consistió en
que Sepúlveda argumentaba y Las Casas refutaba. Según Manero, eran cuatro argumentos. El
primero se centró en la doctrina aristotélica y tomista, sobre la división natural entre los
pueblos, en la que los bárbaros son los que no vivían conforme a la razón natural y tenían
malas costumbres. En el segundo, Sepúlveda alegó sobre el crimen de devorar la carne
humana. Sumado a lo anterior, conectaba con la idolatría (la forma en que adoraban los
indios a sus dioses). Para el teólogo, los indios estaban sumidos en gravísimos pecados
contra la ley natural y por lo tanto, merecían ser castigados. Las Casas argumentó que los
castigos debían ser impuestos o tenían jurisdicción por quienes los ejercían, es decir, sólo
ellos podían infringir castigo a su cultura y por tal motivo los españoles, ni el Papa debían
poseer poder jurídico sobre los nativos. El tercero giraba hacia la necesidad de evitar
sufrimientos a las víctimas de idolatría y de los sacrificios humanos. Para Sepúlveda, el hecho
de sacrificar miles de inocentes en altares de los demonios bastaba para preguntarse ¿Quién
dudará que por este único motivo justísimamente pudieron y pueden ser sometidos?
El último de los argumentos, lanzado por Sepúlveda contundentemente, afirmaba que por
medio de la guerra se realizaba la evangelización de los nativos.

Tras las discusiones entre Sepúlveda y Las Casas existen varios puntos de vista al respecto,
pues expertos en el tema señalan que el primero salió derrotado. Otros señalan que el
padre Las Casas consideraba que el juzgado había deliberado hacia la postura de que la
Conquista era ilícita e injusta, pero que Sepúlveda argumentaba lo contrario. Sin embargo,
autores como Manero y otros historiadores concluyen en que no hubo un fallo definitivo, sino
que únicamente informes. Ambos contendientes como protagonistas, claro, sin la palabra, voz
y voto de los implicados. Las Casas consideraba que había que evangelizar, pero con
autonomía de los nativos (esto es bajo su propia decisión), para aceptar la fe cristiana, se
convertía en una especie de defensor del universalismo medieval, mientras que su
contendiente, Sepúlveda argumentaba que las civilizaciones perfectas deben regir el destino
de los imperfectos o salvajes (por este motivo se justificaba que los españoles debían
dominar sobre los indios nativos). Esto implicaría que la soberanía indígena fuera suplantada
por la dominación política y religiosa de los cristianos.

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