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Heráclito

αρχή, principio: el fuego y la guerra de contrarios.

λόγος

δικὴ

πόλεμος, guerra: (B 53)

να γίνει, devenir, cambio:

 ¿Oposición entre pólemos y diké?... [Mondolfo, pp. 170-171]... Heráclito parece


“identificar” pólemos con diké... No puede haber una “unidad de los contrarios que
convierte la lucha de los mismos en armonía”1, puesto que si hubiera armonía, habría
reposo, es decir, no puede haber unidad de contrarios, sino sólo guerra… Las armonías y
equilibrios, habremos de encontrarlas de otro modo [ir al inicio del poema de Lucrecio, a
la invocación de Venus…, turbo en turba, torbellino en caos].
 Mondolfo, “La unión (armonía) por tensiones opuestas (B 51)”2
 Fragmentos 48(26) y 49(21), pp. 138-139
 Todo está en constante cambio, fluye, es decir, hay devenir, pero como dijimos, éste está
regulado por una razón, por un logos, que es la ley del cambio, es la lay que todo lo ordena
de manera tiempo que haya devenir, haya también regularidad; o en otras palabras,
Heráclito postula que hay un orden en el caos. Por lo anterior, a saber, por el logos, es
posible la unidad en la multiplicidad... Aun así, podemos objetar que el devenir y el cambio
se dan a causa de la lucha incesante (de ahí el movimiento) de contrarios, y lo que aparece
cada vez ante nuestros ojos, es el contrario triunfador cobrando su victoria,
empoderándose sobre el contrario perdedor al manifestarse en las cosas. De esta manera,
lo que tenemos es un logos preexistente en el que operan continua y simultáneamente dos
órdenes: una eterna guerra interna de contrarios no advertible por nuestros sentidos, y un
orden aparente que percibimos casi como regularidad, y que es la suma de las victorias
dadas en la guerra de contrarios.
 Lo que vemos, lo aparente, es dispuesto por justicia (diké) del modo en el que nos aparece.
Pero por la justicia de la guerra, donde lo justo es que el vencedor conserve lo disputado,
claro que, no antes de haber menguado considerablemente las fuerzas del vencido, o
incluso de haberlo aniquilado.

1
Mondolfo, Heráclito, p. 165.
2
P. 174.

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