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JEAN-LOUIS JUAN DE MENDOZA

DOS HEMISFERIOS
UN CEREBRO
Una exposición para comprender

Un ensayo para reflexionar

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Jean-Louis Juan de Mendoza. Profesor de psicología en la Universidad de Niza-Sofía-Antipolis,
Jean-Louis Juan de Mendoza da clases a todos los niveles de los estudios universitarios, desde
Pregrado hasta el Doctorado, los contenidos y la metodología de la psicología experimental. Los
temas abordados en su enseñanza atañen principalmente la metodología de la investigación, la
estadística, la percepción, la memoria y la neuropsicología. Es Doctor en fisiología animal y es
titular de una habilitación para dirigir investigaciones en el área de psicología.

En el marco del laboratorio de psicología experimental y comparada de la Universidad de Niza, sus


actividades de investigación se basan principalmente en el estudio de las relaciones existentes entre
procesos perceptivos, actividades mnémicas y especialización funcional de los hemisferios
cerebrales. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas.

Este libro fue publicado anteriormente con el título

Cerebro izquierdo, Cerebro derecho

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ÍNDICE

5 Prólogo

Una exposición para comprender

7 Una ciencia en la encrucijada

8 El funcionamiento del cerebro

12 La neuropsicología

Un ensayo para reflexionar

31 El zurdo, la mujer, el dotado para las matemáticas,

el artista… y el japonés
32 El cerebro del zurdo

41 ¿Tendrán los hombres y las mujeres el mismo cerebro?

48 El cerebro de los japoneses

55 El artista y el dotado para las matemáticas

60 A modo de conclusión: un toque de epistemología, algunas aplicaciones y un


alegato final

64 Anexos

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Algo debo al suelo en que crecí,

Más a la vida que me alimentó,

Pero aún más a Alá quien dio a mi cabeza

Con dos lados distintos.

Me quedaría sin camisa ni zapatos,

Amigos, tabaco o pan

Antes que perder por un instante

Cualquiera de esas mitades.

RUDYARD KIPLING

(Kim, 1901)

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PRÓLOGO

Imaginemos, de ser posible, una especie de supercomputadora formada por varias decenas de
miles de millones de microprocesadores*, donde cada uno de ellos se conecta con miles de sus
vecinos intercambiando continuamente información bajo la forma de mensajes químicos liberados
por impulsos nerviosos.

Ante esta perspectiva vertiginosa, es grande la tentación de renunciar a describir el


funcionamiento de semejante máquina, debido a su extrema complejidad, al igual que es tenaz, el
prejuicio según el cual las investigaciones sobre el cerebro humano, puesto que es de éste de quien
se trata, no lograrán nunca “comprender” un órgano tan complejo.

Una tal actitud, plantea un problema epistemológico* fundamental en la medida en que lleva
a preguntarse “¿Qué es comprender?”

El objetivo del método científico es justamente el de proporcionar modelos, válidos en un


momento dado, que permitan explicar las observaciones efectuadas en un área precisa del
conocimiento y, por ende, “comprender” de cierto modo una parte del mundo que nos rodea.

Ahora bien, para todo objeto de estudio existen varios niveles de “comprensión”. Puesto que
se trata del cerebro humano, no sería razonable pretender que su estudio, por más riguroso y
completo que éste sea, pueda proporcionar un modelo exhaustivo de su funcionamiento. Así, el
psicólogo, el fisiólogo, el bioquímico o el cibernético*, cada uno según su especialidad y
formación, serán llevados a utilizar conceptos y herramientas metodológicas propias y, finalmente,
a proponer modelos distintos del funcionamiento cerebral. Cada uno de estos modelos, elaborado
desde una perspectiva diferente, corresponde entonces a un cierto nivel de comprensión; pero,
ninguno es capaz de ofrecer, por sí solo, una representación exhaustiva del funcionamiento del
cerebro.

No obstante, son los enfoques pluridisciplinarios o transdisciplinarios los que deben permitir
la comparación de esos distintos modelos y, a través de esta comparación, lograr el enriquecimiento
mutuo. La neuropsicología es uno de esos enfoques, y es justamente en esta perspectiva que se
enmarcará esta obra.

En una primera parte, luego de haber evocado algunos de los grandes principios
indispensables para la comprensión del papel que juegan los hemisferios cerebrales en la vida del

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individuo, intentaremos mostrar, desde una perspectiva cronológica, cómo la neuropsicología ha
permitido, incrementar progresivamente los conocimientos y cómo, paralelamente a ese progreso de
conocimientos, han evolucionado los modelos de lo que se ha acordado llamar la “especialización
hemisférica”.

En una segunda parte, desarrollaremos una reflexión sobre las implicaciones concretas de la
concepción según la cual existirían dos modos de pensamiento y, por ende, dos maneras diferentes
de captar el mundo que están vinculadas al funcionamiento preferencial de uno u otro hemisferio
cerebral.

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Una ciencia en la encrucijada

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El funcionamiento del cerebro

Un poco de anatomía

El cerebro de un hombre adulto pesa en promedio 1300 g, es decir alrededor del 2,5% del
peso total del cuerpo. Este órgano está constituido por dos claras masas, sensiblemente simétricas
que, a primera vista, parecen independientes: los hemisferios cerebrales. En realidad, los
hemisferios están anatómicamente comunicados gracias a enlaces “interhemisféricos” que, en su
mayoría, están constituidos por un conjunto de aproximadamente doscientos millones de fibras
nerviosas de conducción rápida, el cuerpo calloso, a través del cual el hemisferio derecho y el
hemisferio izquierdo pueden intercambiar mensajes nerviosos.

El cerebro humano también presenta en su superficie numerosos surcos que dibujan una red
compleja de circunvoluciones cerebrales entre los cuales dos surcos están más marcados que los
otros, la cisura de central y la cisura de Silvio. Ambas constituyen puntos de referencia anatómicos
que permiten distinguir cuatro lóbulos en cada hemisferio: frontal, parietal, temporal y occipital. Es
el lóbulo frontal, particularmente desarrollado en nuestra especie, el que le da al cerebro humano su
morfología característica que lo distingue del cerebro de los demás primates.

El corte transversal del cerebro revela que, salvo algunos núcleos grises bien visibles, su
masa está constituida de substancia blanca. En cambio, su superficie está completamente cubierta
de una capa continua de substancia gris de un espesor de entre 1 y 5 mm solamente: la corteza
cerebral o córtex. El examen del corte al microscopio muestra que la corteza cerebral está formada
por seis capas superpuestas de células nerviosas, o neuronas, muy numerosas (increíblemente más
de treinta mil millones en toda la corteza) densamente interconectadas.

La organización funcional de la corteza cerebral

En el cuadro clásico de la comparación entre cerebro y computadora, se puede considerar a


los órganos de los sentidos como los periféricos de entrada de informaciones (receptores), a los
músculos y glándulas como los órganos de salida (efectores) y a la corteza cerebral como la unidad
central puesto que es efectivamente en la “sustancia gris” cortical donde se realiza la mayoría de las
operaciones de procesamiento de las informaciones.

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Gracias a los mensajes provenientes de los órganos de los sentidos, el individuo procesa
informaciones llamadas “sensorioperceptivas” que él debe reconocer para poder extraer el
significado. El individuo actúa sobre y dentro del medio donde se encuentra a través de
movimientos observables llamados “respuestas motoras”.

Los experimentos con estimulaciones permiten elaborar un “mapa” somero de la superficie


del cerebro. La zona de la corteza situada detrás de la cisura de central está implicada sobre todo en
el procesamiento de las informaciones centrípetas* sensorioperceptivas, mientras que los mensajes
nerviosos centrífugos*, que son los organizadores y detonadores de movimientos, se originan
principalmente en la zona cortical situada delante de la cisura central.

La estimulación bien sea eléctrica o mecánica de una región precisa del cuerpo da origen a
un mensaje nervioso que puede ser captado con la ayuda de un electrodo colocado sobre la corteza
cerebral. El punto de llegada de dicho mensaje se puede localizar con mucha precisión (potencial
evocado). Así, se observa que los mensajes provenientes de los órganos de los sentidos (mensajes
sensoriales) son recibidos detrás de la cisura central (corteza poscentral), en el hemisferio opuesto al
lado estimulado; de tal modo que las estimulaciones de la parte izquierda del cuerpo dan lugar a un
potencial evocado en el hemisferio derecho y viceversa. Se trata del principio de acción cruzada.
Sin embargo, la visión constituye una excepción importante a este principio puesto que cada ojo
envía mensajes a ambos hemisferios cerebrales.

Es posible dibujar punto por punto una representación sensorial detallada del cuerpo humano
en la superficie de la corteza cerebral, puesto que a cada región de la superficie del cuerpo le
corresponde una zona precisa de recepción del potencial evocado en la corteza cerebral.

Pero, la mayor parte de la corteza poscentral está constituida por zonas llamadas de
“convergencia heterosensorial”. Es decir, zonas que reciben simultáneamente mensajes
provenientes de distintas partes del cuerpo. Estas zonas, en las cuales se realiza la integración de
informaciones provenientes de fuentes sensoriales diversas, constituyen la corteza de asociación.

La destrucción, accidental o quirúrgica, de un área sensorial primaria viene acompañada de


una pérdida de la sensibilidad de la zona corporal correspondiente al área cortical lesionada
(anestesia). Por ejemplo, si se lesiona el área sensorial primaria del hemisferio izquierdo
correspondiente a la mano derecha, el individuo perderá toda sensibilidad (táctil, térmica, dolorosa)
de esa mano. Las áreas sensoriales primarias intervienen entonces en la génesis de las sensaciones.

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Si el área afectada es un área asociativa, el individuo conservará intactas sus sensaciones y no
padecerá de anestesia pero, según la localización de la lesión, podrá manifestar agnosia*. Es decir,
la incapacidad de reconocer objetos familiares. Así, a un individuo que padezca de agnosia táctil le
será imposible reconocer por el tacto y nombrar un objeto conocido colocado entre sus manos pero
escondido de su vista, mientras que conservará la capacidad de hacer una descripción completa del
objeto.

Las áreas asociativas están, pues, implicadas en la función llamada “gnóstica”, término bajo
el cual se agrupan las actividades cognoscitivas de percepción, reconocimiento e identificación de
los objetos y de los eventos. En la agnosia, es un aspecto particular de esta función el que se
encuentra perturbado.

Un caso particular de agnosia, la prosopagnosia*, se manifiesta por la incapacidad de


reconocer los rostros familiares. Contrariamente a lo que se pudiese pensar, este trastorno es
relativamente difícil de detectar y no afecta severamente el comportamiento del prosopagnósico que
es capaz de conseguir estrategias eficaces de compensación. El individuo prosopagnósico utiliza
otros indicios distintos al rostro para identificar a una persona, como su modo de andar, el sonido de
su voz, sus ropas o incluso el contexto en el cual se encuentra. Hoy en día, la idea de que esta forma
de agnosia se observa en asociación con lesiones de las áreas asociativas del hemisferio derecho es
bien aceptada.

La localización de las áreas cerebrales implicadas en el movimiento puede efectuarse también


por estimulación eléctrica de la corteza cerebral, observando los posibles movimientos inducidos
por la estimulación. En la corteza pre-rolándica, la estimulación de ciertos puntos genera un
movimiento limitado que involucra a un solo músculo o a un solo segmento corporal bien
localizado (un dedo, por ejemplo), de tal modo que es posible dibujar, punto por punto, sobre la
corteza cerebral una representación del cuerpo, en este caso motora, que constituye la corteza
motora primaria.

Pero la estimulación de otras regiones del lóbulo frontal, situadas delante de la corteza
motora primaria puede estar acompañada de movimientos complejos que involucran varios
músculos o grupos de músculos y que movilizan varios segmentos corporales. Encontramos pues,
también a este nivel, auténticas zonas de asociación motoras, las áreas psicomotoras, relacionadas
con la coordinación y la planificación de movimientos elementales con el objetivo de realizar gestos
complejos.

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Al igual que lo que sucede en la vertiente sensorioperceptiva, el efecto de una lesión de la
corteza motora depende de su localización. La destrucción de una parte de la corteza motora
primaria ocasiona la pérdida de motricidad de la zona corporal correspondiente (parálisis); mientras
que la lesión de una zona de asociación motora no implica parálisis para el individuo. Esta lesión
deja intacta la capacidad del individuo para efectuar todos los movimientos elementales pero lo
incapacita para organizar y coordinar esos mismos movimientos para una actividad específica
(apraxia*). Así, la apraxia del vestir se manifiesta por la incapacidad de vestirse correctamente
(ponerse y abotonarse la camisa, ponerse el pantalón o hacer el nudo de la corbata) en un sujeto no
paralizado.

La existencia de las apraxias nos recuerda que muchos de los gestos aprendidos de la vida
cotidiana o profesional son ejecutados de una manera tan automática que no estamos conscientes de
su complejidad. Sin embargo, el simple hecho de amarrarse las trenzas de los zapatos (¡y ni hablar
de actividades como tocar un instrumento musical!) supone una programación y una coordinación
muy sutiles, que designamos con el término “praxis”. Las áreas psicomotoras están pues implicadas
en la función llamada “práxica”, responsable de la programación y de la realización de gestos
complejos.

En este caso, el principio de acción cruzada se aplica una vez más sin excepción alguna: el
hemisferio derecho elabora los mensajes motores responsables de los movimientos de la parte
izquierda del cuerpo y viceversa.

Si bien ambos hemisferios se comunican, principalmente gracias al cuerpo calloso, también


es necesario saber que, en el interior de cada hemisferio, existen haces de fibras nerviosas llamados
“intrahemisféricos” que unen entre sí las distintas áreas corticales permitiendo, de esta manera, la
transferencia de información de una zona a la otra. Es decir, de un área primaria a un área de
asociación, de un área de asociación a otra, de un área sensorioperceptiva a un área motora.
Además, la corteza está a su vez relacionada con otras estructuras cerebrales, particularmente con
los núcleos grises centrales*.

Por esto, es necesario concebir al cerebro esencialmente como un órgano de procesamiento


de informaciones, cuyos distintos componentes dialogan entre sí sin cesar, intercambiando mensajes
nerviosos de naturaleza electroquímica. Es gracias a esos intercambios incesantes de información
que el individuo podrá tomar consciencia del mundo que lo rodea, comparar las informaciones
recibidas con sus conocimientos previos almacenados en su memoria, hacer observaciones o

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hipótesis sobre el estado de ese mundo y sobre sus posibles cambios y, en consecuencia, adaptar su
conducta al mismo.

Corteza poscentral Corteza precentral

Áreas sensoriales Áreas asociativas Áreas Áreas motoras


primarias psicomotoras primarias

sensaciones gnosis praxia movimientos


elementales elementales
color, rugosidad, síntesis programación del órdenes motoras
altura sonora, perceptivas, gesto, simples
dolor… reconocimiento síntesis motora
identificación

______________________________________

Representación del funcionamiento cerebral

Las distintas áreas de la corteza cerebral se especializan en la realización de distintas funciones que
le permiten al individuo adaptarse al mundo que lo rodea.

Las áreas sensorioperceptivas están implicadas en la génesis de las sensaciones (áreas sensoriales
primarias) y en la percepción de los objetos y los acontecimientos (áreas asociativas).

Las zonas motoras juegan un papel indispensable en la programación y la coordinación de gestos


complejos (áreas psicomotoras) y en la realización de movimientos elementales según el orden de
programación (áreas motoras primarias)

La neuropsicología

La neuropsicología surgió en la segunda mitad del siglo XIX. En aquella época, aunque el
cerebro estaba bien descrito desde el punto de vista anatómico, su función aún no era bien conocida
y la concepción que se tenía de éste era prácticamente la misma desde hacía siglos.

Fue Franz Joseph Gall quien presentó, en 1825, una teoría revolucionaria, la frenología* que
está basada en el postulado de que las distintas “facultades” intelectuales y morales del hombre
están situadas, cada una, en una zona precisa de la corteza cerebral. Según Gall, para determinar las
cualidades morales e intelectuales de un individuo en particular, bastaba con palpar la superficie de

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su cráneo y ubicar sus protuberancias. Éstas indicaban, según la teoría, un desarrollo más
importante de las zonas corticales subyacentes y, por ende, de las facultades correspondientes. Por
ejemplo, una vez constatado que los sujetos que poseían buena memoria de los relatos con
frecuencia tenían los ojos saltones, Gall, sin la menor duda, pensó poder localizar la sede de la
memoria en los lóbulos frontales, que, debido a su importante desarrollo, empujarían hacia adelante
los globos oculares.

A pesar del carácter fantasioso de sus seudo-observaciones, que hoy en día sólo hacen
sonreír, y de las cuales ya no sobrevive sino el famoso “chichón de las matemáticas”, las intuiciones
de Gall jugaron un papel decisivo en el nacimiento de la corriente localizacionista*. Esta teoría
propone la existencia de vínculos, funcionales y localizados, entre actividades mentales y
estructuras cerebrales. Se puede considerar que la neuropsicología adquirió su estatus científico en
1861, gracias a las primeras observaciones realizadas y publicadas por Paul Broca (p.17).

Tal como su nombre lo indica, el enfoque neuropsicológico es, por naturaleza,


pluridisciplinario puesto que utiliza los conceptos y métodos de la psicología cognoscitiva y de la
neurofisiología.

Por un lado, la psicología cognoscitiva considera al hombre como un sistema de


procesamiento de la información y tiene como objetivo estudiar los mecanismos mediante los
cuales un individuo recoge informaciones (percepción) gracias a las cuales adquiere conocimientos
(aprendizaje), conserva la huella de éstos (memoria) y luego los utiliza en situaciones concretas
(conductas inteligentes) para poder adaptarse al medio en el que vive.

La neurofisiología, por su parte, busca describir y entender el funcionamiento del sistema


nervioso y, particularmente, del cerebro que es considerado precisamente como el órgano del
procesamiento de la información.

Podríamos entonces definir la neuropsicología como una disciplina científica que tiene como
objetivo el estudio de las relaciones que vinculan los procesos cognoscitivos a las actividades de las
estructuras cerebrales. La neuropsicología constituye una rama esencial de las “neurociencias
cognoscitivas” cuya importancia fue reconocida oficialmente en 1981 con la entrega del premio
Nobel de medicina a uno de sus representantes, el investigador estadounidense Roger Sperry.

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Los métodos de estudio de la especialización hemisférica

La evolución de los conocimientos en neuropsicología siempre ha estado sujeta a los avances


realizados en las técnicas de observación.

Hasta la década de los 60, el estudio de la especialización hemisférica se limitaba al método


anatomoclínico, basado en la observación de sujetos que presentan lesiones cerebrales más o menos
extensas (sujetos cerebrolesionados). El principio es sencillo: si un individuo presenta, en el
transcurso de su vida, un trastorno observable de una función psicológica (por ejemplo un trastorno
del lenguaje, de la percepción, de la memoria o del razonamiento) y si es posible ubicar
conjuntamente una lesión cerebral más o menos extensa, se establecerá entonces una relación causal
entre el trastorno observado y la lesión correspondiente y será posible deducir que la zona cerebral
lesionada está normalmente implicada en la función psicológica considerada.

Las primeras observaciones de lesiones cerebrales no podían ser efectuadas sino después de
la muerte del paciente (examen post mortem), pero los avances realizados tanto en técnicas
quirúrgicas como en los métodos de investigación (escáner, ecografía, imagenología cerebral*)
permitieron el estudio de las relaciones existentes entre funciones psicológicas y lesiones cerebrales
en individuos vivos, además de ofrecer mayores posibilidades de observación de lesiones limitadas
y bien localizadas.

En la década de los 50, aparecen ejemplos de dichas observaciones, sobre todo en América
del Norte, en poblaciones de excombatientes que presentaban heridas cerebrales penetrantes o en
sujetos epilépticos que habían sido sometidos a la ablación de una zona cortical limitada
considerada como el foco epileptogénico.

Un caso particular de lesión cerebral cuyo estudio resultó ser muy fructífero es el de los
sujetos que presentan una desconexión interhemisférica por destrucción accidental o patológica del
cuerpo calloso, o sujetos cuyo cuerpo calloso había sido seccionado voluntariamente durante una
intervención quirúrgica.

Es completamente razonable preguntarse cómo surgió, en la mente de un cirujano, la idea


aparentemente disparatada de realizar una operación que separe los dos hemisferios cerebrales de
un paciente. Es necesario precisar que dicha intervención, que parece una barbarie, se realizaba en
la década de los 60 luego de que numerosas operaciones efectuadas en diversos animales (gato,
mono) demostraran no afectar profundamente el comportamiento de éstos. La operación es
considerada como último recurso terapéutico a considerar sólo en el caso de pacientes que padecen

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de una epilepsia grave y discapacitante y que además se mostrara resistente a los demás
tratamientos terapéuticos. Se pensaba que con dicha intervención, las crisis epilépticas no afectarían
sino una mitad del cerebro, preservando así el hemisferio sano.

Curiosamente, se constata en los enfermos operados una desaparición casi total de las crisis
en ambos lados, sin afectar el carácter o las facultades intelectuales de los pacientes de manera
significativa. Aunque no hayan sido operados con ese propósito, es fácil entender por qué estos
individuos split brain (literalmente “cerebro dividido”) cuyos dos hemisferios funcionan
independientemente el uno del otro, sin la posibilidad de intercambiar informaciones, constituyen
un material de elección para el estudio de las facultades de cada hemisferio cerebral. Es, de hecho,
en esta clase de individuos que Sperry efectuó la mayoría de los estudios que le merecieron su
notoriedad.

A pesar de que el método anatomoclínico permite única y exclusivamente establecer una


correlación entre la lesión de una estructura cerebral y una disfunción psicológica, éste sigue siendo
utilizado en numerosos trabajos. Sin embargo, este método presenta dos inconvenientes mayores:
las lesiones observadas son más o menos extensas, lo cual dificulta a veces la interpretación en
términos de localización precisa de las estructuras cerebrales implicadas y, lo que es aún más
importante, dichas lesiones son irreversibles por lo que no permiten comparar el comportamiento
del individuo cerebrolesionado con el comportamiento que ése mismo individuo hubiese tenido en
ausencia de lesión.

No obstante, es posible reproducir experimentalmente, de manera temporal y reversible, los


efectos de la ablación de uno u otro hemisferio cerebral gracias al método de Wada. Esta técnica
consiste en inyectar, en la arteria carótida* derecha o izquierda, una substancia hipnótica llamada
amital sódico* que tiene la capacidad de “desconectar” durante unos minutos el hemisferio cerebral
situado del lado donde se efectuó la inyección. Al disiparse los efectos del amital sódico, el sujeto
recupera todas sus facultades sin secuela alguna.

Esta técnica es muy útil para determinar, antes de realizar una intervención quirúrgica en el
cerebro, cuál es el hemisferio cerebral que domina el lenguaje en ese paciente y, así, poder evaluar
las posibles consecuencias de la operación y, sobre todo, los riesgos de graves secuelas
postoperatorias. Debido a su carácter no traumático, esta técnica puede ser aplicada (aunque con
ciertas reservas)en sujetos sanos. La determinación de la dominancia cerebral para el lenguaje se
efectúa pidiéndole al sujeto que realice una actividad verbal (como contar en voz alta, nombrar
objetos) durante y después de la inyección. Una inyección en la carótida izquierda conlleva

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rápidamente, como es de esperarse, a una hemiplejia derecha total. Si, además, el individuo muestra
trastornos del lenguaje, se puede afirmar que es efectivamente en su hemisferio izquierdo,
temporalmente anestesiado por el amital sódico, donde se sitúan sus funciones del lenguaje. En el
caso contrario, la ausencia de trastornos del lenguaje permitirá deducir que es el hemisferio derecho,
que permaneció intacto por la inyección del lado izquierdo, el que gobierna esta función.

A partir de la década de los 60, aparecieron otras técnicas de observación y de


experimentación cuya interpretación es menos evidente, pero que ofrecen la ventaja de ser
utilizables tanto en un sujeto enfermo como en uno sano. Las más utilizadas son la escucha dicótica
y el método taquistoscópico.

La técnica de escucha dicótica consiste en un equipo de sonido estereofónico que emite


simultáneamente en ambos oídos de un sujeto dos mensajes sonoros distintos. Luego, basta con
preguntar al sujeto qué oyó. Si el sujeto menciona el mensaje recibido por el oído derecho, se
deducirá que es el hemisferio izquierdo el que procesó con prioridad esa información y viceversa
(recordemos el principio de acción cruzada).

El método taquistoscópico, por su parte, consiste en proyectar en una pantalla, durante un


lapso muy corto (unas centésimas de segundo), un estímulo visual (una palabra escrita, una imagen,
una fotografía) de un lado u otro del punto en el cual el sujeto debe fijar la mirada. Bajo estas
condiciones, el estímulo aparecido del lado izquierdo del punto de fijación ocular es procesado
prioritariamente por el hemisferio derecho y viceversa. Finalmente, desde hace una década, se
publican cada vez más trabajos que utilizan las técnicas modernas de imagenología cerebral como la
imagenología por resonancia magnética (IRM), tomografía por emisión de positrones (TEP). Estas
técnicas complejas, que auguran un futuro prometedor para la neuropsicología, tienen como
característica común el permitir la visualización, en tiempo real, de la actividad de las distintas
estructuras cerebrales de un sujeto (bien sea sano o enfermo) en el momento mismo en que efectúa
una tarea dada.

¿Para qué dos Cerebros?

Efectivamente, el cerebro está constituido de dos mitades casi simétricas, pero la anatomía
del cuerpo humano bien demuestra que ése no es el único caso. Sin embargo, según una ley
fisiológica general, llamada “ley de simetría funcional”, dos órganos pares, o las dos mitades de un
órgano simétrico, cumplen obligatoriamente con las mismas funciones. Nadie osaría proponer que,

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por ejemplo, el riñón derecho o el pulmón derecho pudiesen tener un rol fisiológico distinto al de su
homólogo izquierdo y no hay razón por la cual ambos hemisferios cerebrales pudieran considerarse
como la excepción de esta regla. De hecho, el mismo Gall no distinguía facultades mentales
diferentes entre el lado derecho y el lado izquierdo.

Y sin embargo…

El 18 de abril de 1861 en un comunicación ante la Sociedad de Antropología de París, Paul


Broca presenta el caso de un enfermo fallecido el día anterior en su servicio del Hospital de Bicêtre.
Ese paciente, con parálisis del lado derecho, había también perdido desde hace varios años el uso de
la palabra. Sin embargo, era capaz de entender las preguntas que se le hacían y podía responderlas
efectuando movimientos con la mano izquierda. Abriendo o cerrando los dedos, el individuo podía
indicar la hora o la cantidad de años que había pasado en Bicêtre. Pero, se le hacía imposible
expresarse a través del lenguaje articulado; sus capacidades de expresión oral se limitaban a la
emisión de la sílaba «tan», que generalmente repetía dos veces, lo cual le mereció el pseudónimo de
Tan en el servicio.

Broca utiliza la palabra “afemia” para caracterizar este cuadro clínico particular, pero
posteriormente se preferirá la palabra “afasia*” que tiene una acepción más amplia ya que se utiliza
en todos los casos de pérdida del lenguaje. A la pérdida de la capacidad de articular el lenguaje se le
llamará entonces “afasia de Broca” o incluso “anartria”.

Ahora bien, el examen post mortem del cerebro de ese paciente, revela la presencia de una
lesión extensa del lóbulo frontal del hemisferio izquierdo, sin ningún daño visible del lado derecho.
Luego de una observación detallada, Broca estima que el sitio de la lesión responsable de los
trastornos del lenguaje debía encontrarse más precisamente en la base de la tercera circunvolución
frontal izquierda.

El 15 de junio de 1865, Broca presenta un nuevo informe cuyo aporte es capital. Este texto,
releído a la luz de nuestros conocimientos actuales, es un modelo de informe científico, tanto por su
forma como por la profundidad de la reflexión y por el rigor del razonamiento de su autor. Varios
de los problemas fundamentales que aún orientan las investigaciones actuales sobre la organización
ya son abordados por Broca en ese informe.

En primer lugar, Broca confirma que, en la casi totalidad de los casos examinados, la pérdida
del habla se manifiesta únicamente en asociación con lesiones del hemisferio izquierdo y concluye,

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con palabras de la época, que es efectivamente en el lóbulo frontal izquierdo donde se encuentra
“localizada la facultad del lenguaje articulado”.

Pero, consciente de que esa conclusión violaría la ley de la simetría funcional, Broca propone
al final de su comunicación un modelo de funcionamiento cerebral capaz de sostener sus
observaciones sin contradecir la ley general: “En resumen, las dos mitades del encéfalo, siendo
perfectamente idénticas, desde el punto de vista anatómico, no pueden tener atribuciones diferentes;
pero el desarrollo más precoz del hemisferio izquierdo nos predispone, en nuestros primeros
tanteos, a ejecutar con esta mitad del cerebro los actos materiales e intelectuales más complicados,
entre los cuales ciertamente hay que incluir la expresión de las ideas a través del lenguaje y, más
particularmente, del lenguaje articulado.[…] La costumbre que asumimos desde la primera infancia
de repartir el trabajo entre nuestros dos hemisferios y de solicitar de preferencia las operaciones más
difíciles a nuestro hemisferio izquierdo, termina por convertirse en una segunda naturaleza; pero
esta especialización de las funciones no implica la existencia de una disparidad funcional entre las
dos mitades del encéfalo.”

El modelo de Broca es, pues, un modelo que podría ser calificado como “jerárquico” en la
medida en que distingue un hemisferio izquierdo “mayor” o “dominante” y un hemisferio derecho
“menor”.

Para justificar sus afirmaciones, Broca menciona estudios realizados en esa época sobre el
embrión, según los cuales el desarrollo de las circunvoluciones del hemisferio izquierdo estaría
adelantado con respecto al de las circunvoluciones del hemisferio derecho. La dominancia
hemisférica tendría entonces un origen biológico y estaría vinculada a un desarrollo más temprano
del hemisferio izquierdo que, por el hecho de estar sometido a una utilización más intensa,
terminaría por adquirir una habilidad mayor que la del hemisferio derecho.

Pero, ¿cuál es pues la utilidad de un segundo hemisferio que es desde todo punto de vista
menos eficiente que su hermano gemelo? Cabe considerar que el hemisferio derecho puede
representar una “seguridad”, una especie de llanta de repuesto capaz de asegurar el relevo en caso
de falla del hemisferio dominante y de permitir la recuperación, al menos parcial, de las funciones
perdidas. No obstante, con respecto a la recuperación del lenguaje luego de una lesión cerebral
izquierda posnatal, Broca supone que ésta sólo es posible en el caso de lesiones muy bien
delimitadas que afecten únicamente el lenguaje y que dejen intactas las facultades intelectuales, que
ocurran en individuos jóvenes y luego de un gran esfuerzo de reeducación.

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Broca plantea así el delicado problema de la plasticidad cerebral y de la existencia de un
período sensible, el de la infancia temprana, durante la cual la lateralización de las estructuras
implicadas en el lenguaje no estaría aún definitivamente fijada. (cf. p. 37). En el mismo informe,
Broca plantea otra pregunta importante con respecto a las relaciones existentes entre la prevalencia
manual de un sujeto (derecho o zurdo) y la lateralización cerebral del lenguaje. Se trata de un
problema complejo, que será abordado en la segunda parte.

A partir de ese momento, el proceso metodológico que sirve de base para la concepción
localizacionista queda planteado y es justamente basándose en los mismos principios de
observación de trastornos del lenguaje asociados a lesiones cerebrales que todas las investigaciones
posteriores confirmarían que el hemisferio izquierdo está implicado en esta función.

En 1874, Carl Wernicke muestra que la lesión de una zona situada en el lóbulo temporal del
hemisferio izquierdo viene acompañada de un trastorno del lenguaje distinto al descrito por Broca.
Este trastorno, llamado “afasia de Wernicke”, se caracteriza por una incapacidad de entender el
lenguaje hablado, sin presentar trastornos en la articulación. El caudal verbal se mantiene fluido y
se conserva la capacidad de articular, pero el paciente presenta trastornos en la comprensión del
lenguaje hablado. Su producción verbal, perturbada en mayor o menor grado según la gravedad del
trastorno, puede consistir en una jerga, muchas veces incomprensible, formada por una sucesión de
palabras yuxtapuestas sin coherencia aparente (jargonafasia morfémica) o incluso, a veces, por la
emisión cadena de sonidos que no corresponden a palabras del idioma (jargonafasia fonémica)

En 1881, se demuestra que la consecuencia de una lesión de una región del lóbulo frontal
izquierdo, diferente a la descrita por Broca, es la pérdida de la capacidad de expresarse a través de
la escritura (agrafía*), mientras que se conserva el lenguaje oral y no se distingue ningún otro
trastorno práxico asociado.

Finalmente, en 1892, se asocia una “ceguera verbal pura” a una lesión parietotemporal del
hemisferio izquierdo. Los individuos que sufren este tipo de lesión son incapaces de leer (alexia*),
mientras que conservan la capacidad de escribir espontáneamente o por dictado, pero no pueden
releer lo que han escrito.

Así, desde finales del siglo XIX, queda confirmado el rol preponderante que desempeña el
hemisferio izquierdo en el comportamiento complejo y específicamente humano que es el lenguaje
articulado.

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Para que las distintas formas que abarca la función del lenguaje (comprensión y expresión
oral y escrita) puedan realizarse normalmente, es necesario suponer que las distintas áreas
cerebrales intercambian entre sí las informaciones que han procesado. Se sabe, por ejemplo, que el
área de Wernicke* y la de Broca* están comunicadas anatómicamente por un conjunto de fibras
nerviosas que conforman el fascículo arcuato*. Si una lesión afecta el fascículo arcuato pero deja
intactas las áreas que éste conecta, se observa en el sujeto una afasia de conducción caracterizada
por una gran dificultad o incluso la incapacidad de repetir lo que se le ha dicho, a pesar de una
buena comprensión y una buena articulación.

Ya en este punto de la exposición, es posible referirse al esquema general de organización de


la corteza cerebral de la página 12, y aplicarlo al caso particular del funcionamiento del lenguaje
oral.

A principios del siglo XX, pareciera haberse impuesto el modelo de dominancia de Broca que
incluso ejerce una especie de dictadura sobre las investigaciones posteriores. Muchos años
transcurrieron antes de que surgieran las pruebas indiscutibles de que el hemisferio derecho no era
tan incompetente como se había afirmado después de las observaciones de Broca.

Desde 1876, se empiezan a publicar muchas observaciones que demuestran la existencia de


un vínculo entre lesiones del hemisferio derecho y trastornos de la percepción del espacio. En
efecto, en numerosos casos de lesiones hemisféricas derechas se pueden observar diversos déficits
que se manifiestan en una incapacidad de reconocer objetos o sitios familiares (agnosia visual), o
rostros conocidos (prosopagnosia) o, a veces, se manifiesta como trastornos del esquema corporal
pudiendo llegar hasta la incapacidad de vestirse correctamente (apraxia del vestir) o incluso en una
tendencia en ciertos individuos a girar automáticamente hacia la derecha para seguir un itinerario,
con frecuencia asociada a una incapacidad para identificar y localizar objetos situados en la parte
izquierda de su eje corporal (síndrome de heminegligencia izquierda). Se usa el término
“apractognosia*” para agrupar y designar el conjunto de trastornos de la percepción y de la
utilización de las informaciones espaciales.

Pero, ni este conjunto convergente de trabajos, ni la publicación de Russel Brain de 1941 —


un investigador predestinado por su apellido ya que brain significa cerebro en inglés — sobre una
serie de observaciones muy concluyentes, ni las investigaciones sobre la apraxia del vestir (todos,
estudios que asocian inequívocamente los trastornos de la orientación con lesiones hemisféricas
derechas) serán tomadas en cuenta por la comunidad científica. No es sino en la segunda mitad del

20
siglo XX que finalmente se establece indiscutiblemente el papel de las lesiones del hemisferio
derecho como generador de trastornos espaciales.

Es, efectivamente, en el año 1950 que sujetos con lesiones cerebrales del hemisferio derecho
son sometidos a varias pruebas visuoespaciales: copiar o producir espontáneamente dibujos de
objetos, ensamblar partes de objetos (rompecabezas), dibujar un mapa geográfico o un plano. Las
producciones de esos pacientes muestran que son incapaces de utilizar las relaciones espaciales
entre los distintos elementos de una figura, de allí su carácter “incoherente”. En 1956, los
investigadores logran confirmar la localización de las lesiones asociadas con los trastornos de
apractognosia en la región parieto-temporo-occipital del hemisferio derecho.

Desde entonces, las investigaciones sobre las competencias del hemisferio cerebral derecho
recobran interés y además son fomentadas por las posibilidades que ofrecen las nuevas técnicas de
observación desarrolladas durante la década de los 60. Los trabajos publicados durante este período
confirman la función de este hemisferio en el conocimiento y en la utilización de los datos
espaciales e incluso revelan la existencia de otras competencias propias del cerebro derecho.

En 1962, observaciones realizadas en pacientes que habían sido sometidos a una ablación
quirúrgica de uno de los lóbulos cerebrales (lobectomía), confirmadas gracias al uso del método de
escucha dicótica en sujetos sanos, muestran que el hemisferio derecho desempeña un papel
preponderante en la percepción de la música, y más especialmente, en el reconocimiento de las
melodías.

En efecto, los pacientes que presentan una lesión temporal derecha reconocen y expresan las
melodías de manera mediocre. Si se les pide tararear una canción conocida, no son capaces de
hacerlo o lo logran difícilmente y sólo a condición de ser estimulados y guiados por un piano
(incluso así, les cuesta mucho seguir el ritmo). En este último caso, si se les deja continuar sin el
apoyo del instrumento, los pacientes deforman la melodía y tienen tendencia a recitar el texto de la
canción ignorando la melodía.

Durante la misma época, se llevan a cabo numerosos estudios que utilizan el método
taquistoscópico en pacientes con cerebro dividido (split brain). En esta ocasión, la fotografía de una
mujer desnuda proyectada en el campo visual izquierdo del sujeto, por ende procesada por el
hemisferio derecho, genera una risa incontrolable. Sin embargo, el paciente no es capaz de
identificar la imagen y, en consecuencia, no puede explicar su hilaridad. Otras personas con cerebro

21
dividido también reaccionan ante la situación experimental con la risa o con mímicas diversas sin
poder explicar el motivo de ese comportamiento.

Hay que relacionar estas observaciones con aquellas que muestran, en pacientes hemipléjicos,
que la repercusión emocional de la enfermedad puede ser muy distinta según la localización de la
lesión cerebral responsable de la parálisis. En caso de lesión del hemisferio izquierdo, que deja
intacto el hemisferio derecho pero que ocasiona una hemiplejia derecha, generalmente el paciente se
ve muy afectado por su estado y manifiesta una angustia intensa, llamada “reacción de catástrofe”.
Pero, si se trata de una lesión hemisférica derecha, el cuadro es completamente distinto: el enfermo
presenta una curiosa indiferencia frente a su hemiplejia izquierda que, en casos extremos, puede
llegar hasta negar su enfermedad o incluso, a veces, hasta a atribuir la mitad enferma de su cuerpo a
otra persona (anosognosia*).

Lógicamente se podría afirmar que, para un sujeto derecho, la parálisis total de la parte
derecha de su cuerpo sea vista como una catástrofe debido a que es más discapacitante que una
hemiplejia izquierda. Sin embargo, se obtienen los mismos resultados cuando uno u otro hemisferio
es temporalmente desactivado bajo el efecto de una inyección intracarotidea de amital sódico
(método de Wada), a pesar de que al sujeto se le haya informado con anterioridad que el efecto de la
inyección no durará sino unos pocos minutos y que luego todo volverá a su estado normal.

Otras observaciones clínicas efectuadas en 1979 muestran que sujetos con una lesión
temporal derecha suelen ser incapaces de identificar el tono emocional (triste, sorprendido, feliz o
agresivo) de una frase con un contenido banal pronunciada por individuo que no ven. En caso de
una lesión más posterior (temporo-occipital), el paciente puede pasar con éxito esa prueba auditiva,
pero se muestra incapaz de identificar las mímicas o los gestos de un interlocutor situado frente a él.
Finalmente, cuando la lesión tiene una ubicación frontal derecha, se conserva la percepción de los
sentimientos o emociones expresadas de forma verbal o gestual, pero el sujeto mismo no expresa
ninguna emoción y parece indiferente ante los eventos y las situaciones a las cuales se enfrenta.

Partiendo de estas constataciones, es posible considerar que, al igual que lo observado en el


hemisferio izquierdo para el lenguaje oral y escrito, se puede ubicar en el hemisferio derecho
regiones especializadas respectivamente en la comprensión o en la expresión de las emociones, por
la vía vocal (entonación) o gestual (mímica). Así, la expresión a través de la mímica podría
considerarse, en el ámbito de la expresión emocional, como una especie de escritura gestual que el
interlocutor debería “leer”; y la entonación correspondería a una forma oral de comunicación de los
estados emocionales.

22
Todo acontece entonces como si el hemisferio derecho estuviese implicado en la coloración y
la repercusión emocional de los eventos vividos por el individuo. Como si éste hemisferio fuese
capaz de decodificar y de expresar una emoción en bruto no verbalizada explícitamente, a través de
manifestaciones corporales (risa, mímicas faciales) o de entonaciones particulares dadas a un
mensaje oral. Ahora bien, esta manifestación emocional espontánea y en bruto quizás sea la única
forma de emoción verdadera, si se consideran la emoción y la representación como nociones
opuestas y si se asume que el individuo capaz de verbalizar y de describir lo que siente se encuentra
en un estado mental que no está ya relacionado con la emoción sino con representación reflexiva, lo
cual es fundamentalmente diferente.

Una observación similar se le puede hacer al acto de soñar. Indicios electrofisiológicos


obtenidos en sujetos sanos tienden a mostrar que el hemisferio derecho se activa relativamente más
durante la fase del sueño en la cual se producen los sueños (fase del sueño paradójico). Además,
sujetos que tienen lesiones en ese mismo hemisferio a veces afirman que han dejado de soñar.
Basados en estos datos, que por cierto no han sido aún confirmados, ciertos autores han propuesto la
idea de que el hemisferio derecho es posiblemente el responsable de los sueños.

Pareciera que, al igual que lo dicho para las emociones, sería conveniente no confundir el
sueño, es decir la actividad onírica propiamente dicha que es inaccesible a la conciencia despierta,
con el relato posterior que hace el individuo que ha soñado. La hipótesis que pareciera obtener cada
vez más auge es la que propone que el hemisferio derecho es el que se emplea particularmente
durante la fase del sueño, pero que la participación de ambos hemisferios es necesaria para la
elaboración y producción del relato del sueño.

Así pues, a finales de la década de los 60, se observa una evolución importante del concepto
del funcionamiento cerebral en comparación con la que prevalecía desde los primeros trabajos de
Broca y hasta la década de los 50. El localizacionismo, al menos en su forma originaria, perdió su
validez y, con toda razón, los investigadores ya no consideran una estructura cerebral localizada
como la “sede” de una facultad sino solamente como una zona necesaria para la realización de una
función. En especial, el esquema de dominancia hemisférica resulta inadecuado y es remplazado
por un nuevo modelo susceptible de incluir todos los datos experimentales obtenidos.

Este nuevo modelo propone una especialización funcional y una repartición de competencias
entre ambos hemisferios cerebrales, según la naturaleza de la información a procesar. Así, al
hemisferio izquierdo se le atribuyen aptitudes especiales para el procesamiento del lenguaje
(comprensión y producción del lenguaje oral y escrito), mientras que el hemisferio derecho

23
manifestaría competencias particulares para el procesamiento de información espacial
(reconocimiento, identificación y localización en el espacio de formas, objetos y personas;
utilización del esquema corporal), para la percepción de la música y para la emoción (repercusión
emocional de los hechos y expresión no verbal de la emoción) y estaría, también, implicado en la
actividad onírica.

A partir de ese momento, se tuvo que eliminar la expresión “hemisferio mayor” del
vocabulario de la neuropsicología. En cuanto al adjetivo “dominante” (en el sentido en que será
utilizado a partir de ahora) podrá ser utilizado para calificar a uno u otro hemisferio cerebral. Según
la tarea a la cual el individuo se enfrente, será el hemisferio más competente el que tomará
momentáneamente el control de las operaciones y será temporalmente “dominante”, pero, a penas
se modifique la naturaleza de la tarea, la dominancia podrá eventualmente ser transferida al otro
hemisferio.

Es posible también imaginar que ambos hemisferios cerebrales se encuentren en una


constante competencia para procesar las informaciones y proporcionar respuestas adaptadas y que el
más competente en una situación dada pueda ejercer una inhibición temporal sobre el otro. Pero este
modelo de repartición de competencias también evolucionó durante la década de los 70 para abrirle
camino a la concepción actual de la especialización hemisférica.

Dos hemisferios, un solo cerebro

Sería demasiado simple establecer una dicotomía estricta donde las competencias de cada
hemisferio fuesen exclusivas y conformarse con distinguir un hemisferio izquierdo “verbal” y un
hemisferio derecho “no verbal” o “visuoespacial”. Además, parece difícil imaginar que un
hemisferio pueda ignorar completamente el trabajo del otro en la medida en que, como ya hemos
visto, existen vínculos anatómicos —particularmente el cuerpo calloso— que los unen y que les
permiten intercambiar información. Además, hay estudios que muestran que tal es el caso.

Las investigaciones sobre el lenguaje, realizadas sobre todo en la década de los 60 por el
equipo de Sperry y de Gazzaniga en sujetos con cerebro dividido, en efecto confirmaron la
superioridad del hemisferio izquierdo en la comprensión y expresión tanto escritas como orales;
mostrando así, que el hemisferio derecho es incapaz de expresarse verbalmente: una persona con
cerebro dividido es incapaz de identificar de manera oral o escrita una palabra o una imagen
presentada por un taquistoscopio en su campo visual izquierdo (por lo tanto, procesada por el

24
hemisferio derecho) mientras que no presenta ninguna dificultad para efectuar esta misma tarea
cuando es el hemisferio izquierdo el que procesa la información. De igual forma, el individuo con
cerebro dividido es incapaz de identificar verbalmente un objeto colocado en su mano izquierda que
está escondido de su vista, mientras que la mano derecha sí permite la identificación a través del
tacto.

Pero esos estudios también demostraron que el hemisferio derecho puede manifestar una
cierta comprensión del lenguaje, limitada a los substantivos y adjetivos simples. Por ejemplo, un
sujeto con cerebro dividido no puede leer en su campo visual izquierdo la palabra que designa un
objeto, pero sí es capaz de encontrar la palabra si palpa con la mano izquierda el objeto real
correspondiente a esa palabra entre un conjunto de objetos escondidos de su vista. En otras
palabras, a pesar de que el hemisferio derecho sea incapaz de expresarse a través del lenguaje, éste
demuestra, sin embargo, capacidades —limitadas— de comprensión verbal.

Además, no sería conveniente pensar que los sujetos que presentan lesiones del hemisferio
derecho están exentos de sufrir trastornos del lenguaje: su voz es con frecuencia monótona,
quejumbrosa, átona e inexpresiva y son incapaces de percibir la entonación de una oración
(afirmativa o interrogativa) o de repetir una oración cambiándole la entonación. Este tipo de
perturbaciones, aunque dejan intactos los aspectos formales de la lengua, es decir, la estructura
lexical o sintáctica, sí afectan la prosodia, o en otras palabras la modulación y el ritmo del mensaje
hablado.

Es necesario asociar estos trastornos que afectan el aspecto “musical” del lenguaje con las
observaciones ya mencionadas que demuestran el papel preponderante que desempeña el hemisferio
derecho en la percepción y producción de melodías.

En la década de los 80, se estudió otro aspecto interesante de la función del hemisferio
derecho en la comprensión del lenguaje. Si bien los individuos afectados por una lesión del
hemisferio derecho no manifiestan, ante un material lingüístico complejo, mayores dificultades para
la comprensión del sentido directo del mensaje; sí presentan, por el contrario, muchas dificultades
para comprender las metáforas o los juegos de palabras, e incluso los rasgos humorísticos. Con
frecuencia, gastan bromas inapropiadas y les cuesta entender las de los demás. En otras palabras,
aunque una lesión del hemisferio derecho deja intacta la capacidad de extraer el sentido literal del
mensaje y de interpretarlo en su primer grado, ésta viene frecuentemente acompañada de
dificultades para ir más allá de ese primer grado para realizar una interpretación no-literal, evaluar

25
los diferentes sentidos de una proposición ambigua y para retener las diversas interpretaciones
posibles.

En el área de la percepción visual, Jerre Levy, Colwyn Trevarthen y Roger Sperry tuvieron la
ingeniosa idea, en 1972, de presentar en el taquistoscopio, por un lapso muy corto, figuras
“quiméricas” creadas por la unión de dos mitades, derecha e izquierda, de dos figuras diferentes. El
resultado es una figura quimérica que tiene, con respecto al punto de fijación ocular, una mitad que
aparece en campo visual derecho y otra en el izquierdo. Bajo esas condiciones, los sujetos sanos a
quienes se les pedía indicar oralmente lo que habían percibido (prueba de denominación verbal)
decían haber visto dos medias figuras diferentes, unidas. Mientras que, los sujetos con cerebro
dividido reportaban no haber visto sino una sola figura completa, aún cuando el investigador les
preguntaba con insistencia.

Sin embargo, la naturaleza de esta percepción dependía del tipo de respuesta que se exigía.
En la prueba de denominación verbal (“Diga lo que vio”) la figura mencionada era la que había
aparecido en el campo visual derecho, por ende procesada por el hemisferio izquierdo. Mientras que
en una prueba de reconocimiento (“Entre este conjunto de dibujos, indique con el dedo el que vio”),
la figura indicada era la correspondiente a la parte procesada por el hemisferio derecho.

El hecho de que se obtengan los mismos resultados cuando los sujetos no sabían con
anticipación el tipo de respuesta que debían dar (verbal o manual) tiene una implicación importante.
Para interpretar estas observaciones, hay que admitir que un mismo material, en este caso visual, es
procesado simultáneamente y en paralelo por los dos hemisferios cerebrales. El sujeto tiene
entonces a su disposición dos representaciones diferentes de un mismo objeto y, según el tipo de
respuesta que se le exija, es el producto del procesamiento de uno u otro hemisferio el que será
utilizado. Es decir, el producto del procesamiento del hemisferio izquierdo cuando la repuesta
requiera de una etiqueta verbal (denominación verbal) y si la tarea es de reconocimiento directo de
una forma, sin denominación verbal, entonces será el producto del procesamiento del hemisferio
derecho.

Estas observaciones se deben relacionar con los resultados de otro experimento que estudia la
percepción de la música gracias al método de escucha dicótica, donde se trata de hacer reconocer
las melodías a individuos no músicos y músicos (capaces de leer una partitura). Los resultados
muestran que los sujetos no músicos reconocen mejor las melodías cuando son procesadas por el
hemisferio derecho. En cambio, en los músicos se observa el fenómeno inverso, en los cuales el
hemisferio izquierdo demuestra ser más eficiente.

26
Este resultado es fundamental, ya que cuestiona la especialización del hemisferio derecho
para el procesamiento de la música puesto que en ese caso, la implicación de uno u otro hemisferio
para el reconocimiento de melodías depende sobre todo del nivel de educación musical del
individuo. La hipótesis explicativa evocada es la siguiente: los músicos procesan la melodía
descomponiéndola en elementos (notas) y analizan las relaciones entre las notas, mientras que los
no músicos reconocen un contorno musical, una forma melódica global.

Es conveniente entonces, volver a pensar el modelo de especialización hemisférica y


considerar que la especialización ya no depende del material a procesar sino más bien de la forma
de procesar. En un material dado, el hemisferio izquierdo operaría un procesamiento de tipo
“analítico-sucesivo”, que consiste en descomponer la información en sus elementos constitutivos y
analizar sucesivamente las relaciones existentes entre estos elementos. En cambio, el hemisferio
derecho procesaría la información tomándola como un todo, sin descomponerla previamente, según
un modelo calificado como “global-simultáneo” u “holístico”.

Es este modelo el que orienta las investigaciones actuales. Como todo modelo, permite
justificar todas las observaciones hechas hasta ahora pero con importantes diferencias con respecto
al modelo anterior.

Según la concepción “moderna” de la especialización hemisférica, el hemisferio izquierdo es


eficaz para la comprensión y producción lingüística no porque sea un “especialista del lenguaje”,
sino porque su modo de procesar, analítico-sucesivo, se presta para las particularidades físicas del
material verbal, que se presenta como una cadena de elementos discretos e individualizables
(fonemas, palabras, oraciones) que se suceden en el tiempo (lenguaje hablado) o en el espacio
(lenguaje escrito) y cuyas relaciones deben ser analizadas para poder extraer el significado.

Según los investigadores pertenecientes a la escuela de la psicología de la forma (Gestalt


Psychologie*), la primera percepción de una forma o de un objeto es captada de manera global; los
elementos que componen esta forma no se distinguen y perciben sino en una segunda fase. Desde
esta perspectiva, la percepción de las formas dependería entonces —al menos en una primera fase—
del modo de procesamiento global y simultáneo característico del hemisferio derecho, a veces
llamado “gestaltista” justamente por esa razón.

Pero, en un sujeto sano, ambos hemisferios no funcionan independientemente el uno del otro,
y su cooperación es necesaria a fin de obtener un comportamiento adaptado e integrado.

27
Consideremos, por ejemplo, la comunicación a través del habla. Hoy en día existen buenas
razones para pensar que el hemisferio izquierdo procesa los aspectos formales de la oración (léxico,
sintaxis), mientras que, el componente prosódico del mensaje depende del hemisferio derecho. No
obstante, en la comunicación oral interindivivual esos dos aspectos están íntimamente ligados: el
contenido informacional del mensaje no depende únicamente de la naturaleza y del orden de las
palabras que lo componen; el mensaje también es modulado por la línea prosódica (entonación,
ritmo) que contiene información importante capaz de transmitir, sobre todo, el estado afectivo del
locutor.

Todos podemos encontrar ejemplos personales de declaraciones hechas en un tono agresivo o


irónico que contradicen por completo el contenido formal positivo o cordial. En ese caso, se sabe
que es mejor interpretar ese mensaje en un segundo nivel, es decir, en función de la información
que aporta la prosodia y el contexto y actuar en consecuencia, en vez de hacer una interpretación
directa, según el sentido literal de las palabras que lo componen. Es evidente que la comunicación
oral, con toda su riqueza y complejidad, apela a las competencias complementarias de ambos
hemisferios cerebrales.

Se puede tomar otro ejemplo en el área de la percepción de objetos. Si bien es posible admitir
que la detección de una forma en el campo perceptivo así como su captación perceptiva global
hacen intervenir, de preferencia, al hemisferio derecho, la actividad cognoscitiva* no se detiene en
esta fase inicial. Para identificar una forma, el individuo posee conocimientos previos adquiridos y
almacenados en su memoria, con los cuales puede interpretar la forma como correspondiente a la de
un objeto conocido o desconocido o incongruente en un contexto dado. Esta identificación consiste,
la mayoría de las veces, en un etiquetaje verbal que requiere el hemisferio izquierdo.

Un tercer ejemplo, concierne la lectura y la memorización de las palabras. La lectura es una


actividad que involucra esencialmente las competencias del hemisferio izquierdo, sin embargo, leer
supone que se identifiquen en un primer momento los elementos (letras, palabras) que componen el
texto. Ahora bien, esos elementos se presentan físicamente como trazados gráficos dibujados en un
soporte (hoja o pantalla); es decir, como formas que se distinguen por contraste sobre un fondo. Es
razonable avanzar la hipótesis de que las primeras fases del procesamiento de esas formas escritas,
precisen del hemisferio derecho. De hecho, nuestras propias investigaciones sobre la memorización
de las palabras tienden a demostrar que es el hemisferio derecho el que procesa y codifica en la
memoria las características formales (gráficas) de las palabras escritas, sobre todo su tipografía.

28
La lectura de las palabras, con la intención de retenerlas, invocaría entonces dos tipos de
indicios: los indicios gráficos (tipografía, forma, longitud) cuyo procesamiento estaría a cargo del
hemisferio derecho, de preferencia y los indicios lingüísticos (significación, categoría gramatical)
que requieren más bien de las competencias del hemisferio izquierdo. Ambos tipos de indicios
serían utilizados de manera conjunta para lograr una memorización óptima de las informaciones
escritas.

Así, esos procesamientos se desarrollarían simultáneamente en los dos hemisferios. Lejos de


excluirse mutuamente, ambos aparecen como necesariamente complementarios. El ser humano
posee, ciertamente, dos hemisferios cerebrales, pero el trabajo de ambos se armoniza en una única
estructura: el cerebro, que garantiza la unidad de integración del hombre en el seno del mundo que
lo rodea.

29
El cerebro del hombre representa

el único ejemplo conocido de órgano doble o simétrico

cuyas dos mitades, derecha e izquierda,

tienen atribuciones funcionales diferentes.

Pero ¿Cuál es el determinismo

de esta repartición cerebral de las funciones?

¿La especialización funcional hemisférica

es acaso la expresión de una estricta programación

biológica o el resultado de diversas influencias

que el medio ejerce sobre el individuo durante

su desarrollo? ¿La repartición de las competencias

entre los dos hemisferios cerebrales es idéntica

en todos los seres humanos?

30
El zurdo, la mujer,

los dotados para las matemáticas, el artista…

y el japonés

31
Cada individuo humano es un ser particular, constituido, aunque en proporciones distintas, de
rasgos característicos que comparte con los demás miembros de su especie. Si bien algunas de esas
características que dependen de su estructura biológica, saltan a primera vista (diestro o zurdo,
hombre o mujer), otras son más difíciles de evaluar y parecieran depender, en gran medida, de
factores culturales. En definitiva, cada individuo manifiesta un estilo propio para captar el mundo
en el que vive (estilo perceptivo-cognoscitivo) y una manera particular de reaccionar ante los
hechos (estilo reaccional) que, en conjunto, constituye su estilo personal de pensamiento*.

¿Es posible relacionar estas características individuales con una organización y un modo de
funcionamiento particulares de los hemisferios cerebrales? He allí una pregunta difícil, a la que el
enfoque neuropsicológico es capaz aportar ciertos elementos de reflexión y, en ocasiones,
respuesta.

El cerebro del zurdo

De manera intuitiva, se podría pensar que el cerebro de una persona zurda está organizado a
la inversa del de un diestro y, por ende, que basta con simplemente invertir los términos para
considerar que las funciones adjudicadas al hemisferio izquierdo de un diestro, son garantizadas por
el hemisferio derecho en un zurdo y viceversa.

Esto fue, de hecho, lo que sugirió Broca al declarar en su comunicación de 1865 que “la
mayoría de los hombres son naturalmente zurdos de cerebro y que, a modo de excepción, algunos
de ellos, los llamados zurdos, son al contrario derechos de cerebro”. Aunque haya matizado su
posición, la fórmula de Broca obtuvo rápidamente un amplio consenso que admitía que los zurdos
se caracterizaban por presentar un esquema de dominancia cerebral inverso al de los derechos.

Qué fácil y satisfactoria para todos hubiese sido esta solución, pero hoy en día sabemos que
este no es el caso y que sólo una ínfima minoría de zurdos presentan una lateralización funcional
cerebral exactamente simétrica a la de los derechos. ¿Qué sucede entonces con la gran mayoría de
los zurdos? ¿Qué significa ser derecho (o zurdo)? Y ¿Cómo evaluar la lateralización de un
individuo?

¿Está usted seguro de ser derecho (o zurdo)?

En la mayoría de los estudios sobre la especialización hemisférica, para determinar si una


persona es diestra o siniestra, los investigadores adoptan como indicio la mano utilizada para la

32
escritura. A pesar de la ventaja de su simplicidad, este indicio presenta el riesgo de disfrazar el
carácter complejo de la determinación de la lateralización.

En efecto, es posible no basarse en el único criterio de la prevalencia manual motora y


someter a los individuos a pruebas de lateralidad más completas con el fin de determinar, para cada
individuo, qué ojo usa para mirar por un visor, qué mano usa para escribir o para lanzar una pelota y
qué pie moviliza para golpear un balón o para apagar un cigarro (criterio ojo-mano-pie). Se constata
entonces con frecuencia, en un mismo individuo, una lateralización heterogénea según los tres
criterios.

En 1977, un estudio realizado en ocho mil individuos demostró que solamente el 64% de los
derechos manuales presentan también una prevalencia ocular derecha y que 42% de los zurdos
manuales manifiestan un dextrismo ocular. Otro estudio llevado a cabo en seiscientos cincuenta y
cinco estudiantes profesores de educación física, tomando en cuenta el criterio ojo-mano-pie,
mostró que 68% de los derechos manuales son también derechos de ojo y de pie mientras que
solamente 27% de los zurdos utilizan preferencialmente su mano, ojo y pie izquierdos.

El interés esencial de estas investigaciones estadísticas es mostrar que los derechos


constituyen un grupo relativamente más homogéneo que los zurdos, al menos en lo que respecta a la
prevalencia motora lateral y, también, que se debe estar atento al momento de elegir las pruebas
utilizadas para constituir los grupos sometidos a experimentación.

Entonces, ante la pregunta “¿Es Usted derecho (o zurdo)?” hay que responder con mucha
prudencia. No obstante, dentro del marco de esta exposición, consideraremos a un individuo como
“zurdo” o “derecho” únicamente según el criterio de la prevalencia manual, tal y como lo hacen la
mayoría de los investigadores.

Numerosos trabajos que abordan la relación existente entre prevalencia manual y


organización funcional cerebral permiten legítimamente concluir que los zurdos están
caracterizados por una especialización funcional hemisférica menos marcada, es decir que sus dos
hemisferios cerebrales manifiestan una mayor equipotencialidad y comparten sus competencias de
una manera menos contrastada que los derechos. Los zurdos estarían entonces caracterizados por
una repartición cerebral más bilateral de las funciones cognoscitivas.

Por ejemplo, desde 1936 gracias a estudios sobre la afasia, se sabe que, en el individuo
zurdo, el lenguaje puede estar representado en ambos hemisferios. De hecho, las observaciones
neurológicas sobre la afasia ponen de manifiesto un fenómeno importante: una lesión del hemisferio

33
izquierdo resulta asociada a una afasia entre un 95 y 98% de los derechos examinados, en cambio,
el porcentaje de zurdos que presenta una afasia debido a una lesión hemisférica izquierda varía,
según las muestras estudiadas, entre un 67 y un 81%. En otras palabras, el lenguaje está
representado por el hemisferio izquierdo para la casi totalidad de los derechos manuales, pero
también en una gran mayoría de los zurdos.

Además, la ambicerebralidad de los zurdos se manifiesta a través de las posibilidades de


recuperación más rápidas y completas, en comparación a los derechos, en caso de lesiones
cerebrales que ocasionan trastornos afásicos.

Sobre la ventaja de ser zurdo

Los estudios estadísticos sobre la lateralización permiten estimar en un 10%


aproximadamente la proporción de individuos que, en nuestras sociedades, usan preferencialmente
su mano izquierda en las tareas motoras y particularmente en la escritura.

Numéricamente, los zurdos constituyen entonces un grupo muy minoritario y, tal y como era
de esperarse, no escaparon del destino, con frecuencia poco envidiable, de las minorías. Los zurdos,
considerados no como seres diferentes sino como desviados con respecto a la norma derecha, han
tenido que soportar, hasta un pasado no muy lejano, todo tipo de frustraciones que van desde la
necesidad de adaptarse a la utilización de herramientas previstas para la mano derecha hasta el
hecho de ser obligados en la escuela a escribir con su mano menos hábil.

La zurdera fue, durante mucho tiempo, considerada como una discapacidad, como bien lo
demuestra, por ejemplo, la lengua francesa. En francés, el adjetivo gauche no sólo significa ser
zurdo sino también ser torpe, una tabla deformada esta gauchie y, al igual que en español, la mano
izquierda (gauche) es la “siniestra” palabra de la misma familia que “siniestro”. Por lo tanto, no es
sorprendente que una gran cantidad de trabajos hayan buscado establecer una relación entre la
zurdera y patologías diversas. Así, se pensó que era posible afirmar que, en comparación con los
derechos, los zurdos serían, con mayor frecuencia, tartamudos, disléxicos, alcohólicos,
delincuentes, epilépticos, débiles mentales... (la lista no es exhaustiva), e incluso, según
publicaciones recientes que son, de hecho, muy controversiales, se sostiene que tendrían una
esperanza de vida más corta. En esas condiciones, ¿cómo no estar “contrariado” cuando se es zurdo
ante una mayoría de personas “diestras” que siempre andan mostrando su “destreza” y que además,
por injusticia suprema, estarían dotados de una mayor longevidad?

34
Sin embargo, hay un área en la que los zurdos toman la revancha espléndidamente. Su
superioridad es innegable en los deportes de oposición (tenis, tenis de mesa, esgrima). Las cifras
van más allá de todo comentario. En 1980, cinco zurdos figuraban entre los veinte primeros tenistas
mundiales, la mitad de los esgrimistas del equipo de Francia de florete eran zurdos y, en 1981, había
cuatro zurdos entre los doce primeros jugadores europeos de tenis de mesa. Estos resultados distan
mucho del 10% de zurdos de la población total. Esta discrepancia es aún más difícil de explicar
puesto que, para retomar una expresión del periódico Le Monde, este “complot de zurdos” no se
encuentra en las demás disciplinas deportivas.

Un argumento propuesto en ocasiones para explicar esta predominancia se basa en la


estadística. Según éste, el zurdo disfruta del beneficio de su rareza ya que gracias al hecho de ser
una minoría en la población deportiva, el zurdo tendría más oportunidades de entrenarse contra
jugadores derechos y, por ende, de desarrollar estrategias “antiderechos” capaces de desconcertar al
adversario.

Pero otra posible explicación puede ser formulada en términos de la especialización funcional
hemisférica. Se sabe que en la gran mayoría de zurdos manuales (más del 60%) es el hemisferio
izquierdo el que domina el lenguaje; es posible entonces admitir que en esos mismos sujetos es el
hemisferio derecho el que garantiza el procesamiento de informaciones visuoespaciales. Entonces,
en estos dos planos, el cerebro de una mayoría de zurdos estaría organizado como el de los
derechos. Pero, el zurdo utiliza su hemisferio derecho para movilizar su mano hábil (la mano
izquierda) mientras que el derecho se sirve de su hemisferio izquierdo para dar órdenes motoras a
su mano derecha prevalente.

El zurdo tendría, entonces, una organización cerebral perceptivo-motora particular, puesto


que, en él, el hemisferio que procesa los datos visuoespaciales es el mismo que garantiza la
respuesta motora; contrariamente a lo que ocurre en los derechos quienes procesan la información
perceptiva con el hemisferio derecho pero reaccionan con el hemisferio izquierdo teniendo entonces
que transmitir la información de un hemisferio al otro a través del cuerpo calloso. Ahora bien, esta
transmisión interhemisférica por vía nerviosa no es instantánea y, aunque el tiempo necesario para
su realización sea difícil de evaluar, se sabe que ésta añade un retraso de algunos milisegundos en la
cadena de procesamiento.

En los deportes de oposición, que se caracterizan por una presión temporal fuerte, es
necesario no sólo identificar muy rápidamente unas configuraciones perceptivas complejas y
dinámicas (velocidad y dirección de desplazamiento de la pelota o del arma, posición del

35
adversario) sino también reaccionar en el lapso más corto posible ante estas informaciones
perceptivas. Gracias a su circuito corto, sería la ínfima fracción de segundo economizada por el
zurdo en el tiempo de reacción lo que podría darle una ventaja decisiva en las competencias de alto
nivel.

Además, se sabe que los deportistas, tanto zurdos como derechos, generalmente realizan
verbalizaciones o subvocalizaciones* más o menos voluntarias, sobre todo en las fases decisivas del
juego. Allí, una vez más, cabe pensar que el cerebro del zurdo, que separa bien verbalización (a la
izquierda) y acción (a la derecha), es menos sensible a las eventuales interferencias entre esas dos
actividades concomitantes que el cerebro de los derechos ya que éste último “habla” y “actúa” con
su hemisferio izquierdo sobrecargado.

El hemisferio izquierdo y el lenguaje

La predominancia del hemisferio izquierdo para el lenguaje pareciera entonces ser


relativamente independiente de la lateralización manual. Se podría incluso considerar que la
primera depende de un determinismo biológico. Pero, la discusión de lo innato y lo adquirido
pudiese ampliarse hasta la especialización funcional hemisférica en su totalidad. En otras palabras,
se trata de saber si la repartición y la organización de las tareas entre los dos hemisferios están
codificadas por los genes del individuo o si se desarrollan al entrar en contacto con el medio
ambiente.

Para tratar de responder a esta pregunta, se pueden utilizar dos enfoques diferentes. El
enfoque anatómico que consiste en comparar la morfología respectiva de los dos hemisferios
cerebrales. Broca afirmaba que las dos mitades del encéfalo eran “perfectamente simétricas desde el
punto de vista anatómico” pero, al mismo tiempo, hacía también referencia a trabajos anteriores
realizados por anatomistas para afirmar que “las circunvoluciones del hemisferio izquierdo se
encuentran más adelante que las del hemisferio derecho”.

Existen trabajos más recientes (1968) que demuestran que una de las afirmaciones de Broca
era falsa. Efectivamente, no sólo la cisura de Silvio es en general más larga en el hemisferio
izquierdo sino que, más aún, una zona perteneciente al área de Wernicke, el planum temporal*,
recubre una superficie más amplia en el lado izquierdo que en el derecho en 65% de los cerebros
examinados. Los dos hemisferios están entonces lejos de ser anatómicamente idénticos.

36
Sin embargo, ésas medidas efectuadas en cerebros adultos no permiten saber si las
diferencias anatómicas observadas son causa o consecuencia de la dominancia funcional izquierda
para el lenguaje y, además, plantean un problema con respecto al momento de la aparición de esta
diferenciación morfológica. De hecho, ya en los recién nacidos esta asimetría del desarrollo del
planum temporal es visible e incluso puede ser localizada muy precozmente en los cerebros de fetos
humanos, desde la semana veintinueve de la gestación.

A modo de complemento de estos estudios de anatomía macroscópica, otras observaciones,


más detalladas, efectuadas a nivel de la estructura microscópica de la corteza, han confirmado que
una región limitada del planum temporal que presenta una arquitectura celular particular (el área
Tpt) normalmente está mucho más desarrollada en el hemisferio izquierdo.

Regularmente se publican trabajos que utilizan otros métodos para poner en relieve las
asimetrías anatómicas cerebrales que no hacen sino reforzar la idea según la cual la dominancia
hemisférica izquierda estaría biológicamente determinada.

Algunos estudios incluso tienden a demostrar que los indicios de asimetría cerebral pueden
ser observados ya en moldes de cráneos fósiles de homínidos que datan de treinta mil años. Según
otros estudios, la especialización funcional cerebral no es una característica propia de la especie
humana sino que se encuentra en la línea de los vertebrados. En especial, la dominancia izquierda
para las funciones de comunicación podría existir en los pájaros y en los simios antropoides.

Sin embargo, no se puede considerar este tema como totalmente comprendido, así como
tampoco se puede considerar el asunto del carácter innato o adquirido de la dominancia hemisférica
como resuelto. En realidad, el hecho de que exista una asimetría anatómica cerebral, incluso precoz
en la vida del individuo, no implica una lateralización igual de precoz y fuertemente determinada de
las funciones de ambos hemisferios, tal como lo demuestran los estudios de desarrollo.

Ya en su famoso comunicación de 1865, Broca sugería el interés de un enfoque


“desarrollativo” cuando abordaba la cuestión de una posible reeducación de la afasia. Es necesario
recordar que, para Broca, el hecho de que una reeducación fuese posible dependía de numerosas
condiciones, estimando que ésta podría ser eficaz en los niños muy pequeños. Las observaciones
sobre la evolución del lenguaje en niños con lesiones cerebrales lateralizadas debían confirmar la
pertinencia de ese punto de vista.

Un estudio muy detallado realizado sobre ciento dos niños con lesiones extensas de uno u
otro hemisferio demostró que una lesión cerebral, independientemente de cuál sea el hemisferio

37
afectado, no tiene prácticamente ninguna incidencia sobre la evolución del lenguaje del individuo,
siempre y cuando la lesión ocurra en los primeros dos años de edad y que la extensión de la misma
no cause un grave déficit intelectual. Bajo estas condiciones, el lenguaje aparece y se desarrolla
según el patrón cronológico normal.

Otro ejemplo particularmente demostrativo es el caso de un sujeto con el cerebro dividido


cuya desconexión entre los hemisferios no era el resultado de una intervención quirúrgica sino de
una ausencia congénita (agenesia) del cuerpo calloso. Dicho individuo no sólo no presentaba
trastornos afectivos o intelectuales sino que, sobre todo, cuando era sometido a las mismas pruebas
que las personas con cerebros separados quirúrgicamente, este individuo manifestaba un
comportamiento muy distinto que era en realidad igual al de un sujeto con un cuerpo calloso
intacto. En particular, el individuo era capaz de describir y nombrar verbalmente un objeto fuera de
su vista que analizaba en su mano derecha o izquierda, indiferentemente. Así mismo, no presentaba
ninguna dificultad para leer una palabra ni para nombrar o describir verbalmente un dibujo,
independientemente de cuál fuera el campo visual en el cual se presentara el estímulo con el
taquistoscopio.

La comparación entre los datos aportados por la anatomía y aquéllos obtenidos con los
estudios sobre el desarrollo de las funciones cognoscitivas en niños con lesiones cerebrales conduce
naturalmente a evocar la clásica distinción entre estructura y función. Aún cuando las bases
anatómicas y estructurales de la especialización hemisférica se establecen muy precozmente en la
vida del individuo (aparentemente desde el estado embrionario), la lateralización funcional, por su
parte, se instalaría más tardíamente y tomaría su forma definitiva sólo al final del proceso de
maduración del sistema nervioso. En el transcurso de un período llamado “sensible” que
seguramente consta de varios años y durante el cual la maduración nerviosa ocurre
progresivamente, el cerebro manifiesta una cierta plasticidad y es susceptible de recibir influencias
diversas, determinantes para su organización funcional e incluso estructural.

Es gracias a esta plasticidad funcional que ciertas estructuras cerebrales, aunque no estén
biológicamente “programadas” para cumplir con una determinada función, son capaces de asumir
dicha función si falla la estructura que normalmente se encarga de la misma. La existencia de tales
casos de “sustitución funcional”, o de “vicarianza*” , reaviva un debate muy antiguo iniciado a
finales del siglo XIX por la idea, defendida por los antilocalizacionistas, según la cual el cerebro
constituye, en su conjunto, una entidad funcional, convirtiendo en ilusorios los intentos por ubicar
localizaciones cerebrales para las funciones psíquicas. Este debate resurgió en varias épocas, sobre
todo en la década de los 30, luego de que fuese emitido “el principio de acción de masa”. Este

38
principio afirmaba que es la cantidad de materia cerebral destruida, más que la ubicación de la
lesión, lo que determina no sólo la gravedad sino también la naturaleza de los trastornos
observados. Se trata de una pregunta importante que reaparece regularmente en los informes
científicos.

Aún sin llegar a considerar una equipotencialidad de las estructuras cerebrales, cabe
preguntarse sobre el determinismo de la sustitución funcional. ¿Es razonable contemplar que dicha
sustitución funcional sea el resultado de una profunda reorganización de la estructura misma del
cerebro o que derive más bien de la puesta en marcha de estrategias cognoscitivas nuevas
elaboradas por el sujeto con la finalidad de suplir la ausencia o el mal funcionamiento de una
estructura cerebral defectuosa?

Michael Gazzaniga se pronuncia claramente a favor de la segunda hipótesis cuando escribe:


“Los organismos lesionados precozmente, sometidos a prueba en la edad adulta, logran las tareas
gracias a mecanismos de recambio y no gracias a mecanismos idénticos pero situados en otros
lugares del cerebro. Los pacientes que sufren de agenesia del cuerpo calloso parecen relativamente
bien integrados a pesar de su desdoblamiento cerebral, no porque hayan desarrollado nuevas vías
nerviosas aberrantes, sino más bien porque aparentemente aplicaron estrategias comportamentales
eminentemente hábiles para sortear sus incapacidades físicas.”

Sin embargo, el mismo Gazzaniga reconoce que los agenésicos del cuerpo calloso a menudo
presentan, al compararlos con sujetos sanos, un desarrollo más importante de la comisura anterior,
otro haz interhemisférico que podría suplir la ausencia de cuerpo calloso para la transmisión de
información de un hemisferio al otro.

Además, el examen de la estructura de la corteza a escala celular demostró que las


conexiones entre las neuronas se desarrollaban, se enriquecían y se modificaban durante el período
prenatal. Sin embargo, resulta difícil evaluar este desarrollo mucho después del nacimiento del
individuo, y se sabe que, en ese proceso epigenético*, la influencia de las estimulaciones ejercidas
por el medio es determinante. Puede que sea necesario pues buscar una posible fuente de los
fenómenos de vicarianza a ese nivel microscópico.

Sigue entonces abierta la pregunta del determinismo de la suplencia funcional cerebral. Y, sin
embargo, las consecuencias sociales de las respuestas que serán dadas, no son en lo absoluto
desestimables, empezando por cómo éstas condicionarán la puesta en marcha de técnicas de
reeducación funcional.

39
Independientemente de los planteamientos antes expuestos, no se puede menospreciar el
impacto que tiene las influencias ejercidas por el entorno sobre el desarrollo cerebral, ya sean de
origen físico-químico o sociocultural. Algunas de esas influencias intervienen muy precozmente,
prácticamente desde el momento de la concepción; y otras intervienen más tardíamente, durante el
desarrollo del individuo. Todas pueden atraer la atención del neuropsicólogo. Pero, surge una
pregunta particularmente irritante a este respecto: ¿Los hombres y las mujeres, debido a las
influencias diversas (biológicas y socioculturales) que actúan sobre sus cerebros, tienen una
organización funcional cerebral diferente?

40
¿Tendrán los hombres y las mujeres el mismo cerebro?

La cuestión sobre las diferencias entre hombres y mujeres es una fuente inagotable de debates y
controversias. El problema de demostrar dichas diferencias de las aptitudes cognoscitivas no es una
excepción a esta regla y, en este campo estrecho donde se enfrentan indistintamente la pasión, la
ideología, la mala intención y los prejuicios de todo tipo, la necesaria voluntad de objetividad que
requiere todo método científico pareciera ser una utopía.

Ciertamente, ya no hay ninguna duda al respecto desde el Concilio de Macón del siglo VI: Podemos
tener la certeza, las mujeres tienen alma. De igual manera, hoy en día nadie osaría proponer la idea
de que pudieran ser menos inteligentes que los hombres. Y, sin embargo, esta es una idea
relativamente reciente ya que no es necesario retroceder hasta la Edad Media para encontrar
ejemplos de investigadores cuyos trabajos buscan claramente demostrar la inferioridad intelectual
de las mujeres. Entre ellos, figura por cierto el fundador de la neuropsicología.

¡El peso del cerebro y el peso de las ideas captadas!/Peso del cerebro vs peso de las ideas

Efectivamente, desde 1861, al comparar el peso de los cerebros frescos obtenidos de pacientes
recién fallecidos, Broca encontró que el peso promedio del cerebro de los hombres era de 1325g
contra un promedio de 1144g para las mujeres. Esta diferencia promedio de 200g no hizo sino
confirmar la idea, ya bien difundida en la época entre hombre y mujeres, de que la inteligencia
inferior demostrada por las mujeres tenía un origen biológico y formaba parte integrante de la
“constitución femenina”. En 1879, Gustave Le Bon, alumno de Broca, nos da un ejemplo
caricaturesco al escribir: “Existen muchas mujeres cuyo tamaño de cerebro es más cercano al de un
gorila que al de un cerebro masculino. Esta inferioridad es evidente a tal punto que es imposible
cuestionarla; sólo el nivel de la diferencia puede ser materia de discusión. Todos los psicólogos que
han estudiado la inteligencia de las mujeres reconocen que éstas presentan una forma inferior de la
evolución y que están más próximas de un niño o de un salvaje que de un hombre civilizado.”

Es necesario reconocer que, aunque esta actitud estaba bastante generalizada, los científicos no eran
unánimes al respecto. Léonce Manouvrier, basado en sus propias observaciones, objetó rápidamente
la validez de las mediciones efectuadas por Broca. En cuanto a María Montessori, la célebre
psicóloga infantil, se basó justamente en las observaciones de Manouvrier y, utilizando en sentido
inverso el mismo mal argumento, llegó a la conclusión de una superioridad de la inteligencia
femenina.

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Hoy en día, cuando trabajos recientes o contemporáneos evocan la operación de medición básica
que consiste en pesar el cerebro fresco, es sobre todo desde un enfoque crítico. Efectivamente, unas
observaciones que no corroboran/confirman las realizadas por Broca muestran que las diferencias
desaparecen si la comparación entre cerebros masculinos y femeninos se realiza en muestras por
pares basados en otros parámetros (como la edad, peso, tamaño, enfermedad al momento de la
muerte). El peso del cerebro no puede ser entonces considerado como un argumento serio, que,
además, no resiste la crítica.

En primer lugar, al admitir que el coeficiente intelectual (QI) constituye una medida de la
inteligencia de un individuo – lo cual supone que se pueda dar una definición inequívoca -, no se
constata ninguna correlación entre el peso del cerebro y el QI. Así, las diferencias destacadas por
Broca entre el peso promedio de los cerebros de trabajadores calificados (1420g) y no calificados
(1365g) deben más bien atribuirse a un régimen alimentario y condiciones de vida distintos que a
diferencias de capacidad intelectual. Más aún, la mayoría de la masa cerebral no está formada por
las llamadas células “nobles” que son las neuronas, sino de células “gliales*” que cumplen
principalmente con una función de nutrición y protección.

¿Cuál hubiese sido la reacción de Gall, el padre de la frenología si, mientras estaba vivo, hubiese
sabido el peso de su cerebro? Con escasos 1100g, su cerebro no llegaba ni siquiera a la mitad del
peso promedio de los cerebros humanos más pesados, como por ejemplo el de Lord Byron que
pesaba 2230g. Estas cifras extremas muestran que incluso las variaciones entre individuos de un
mismo sexo son muy importantes. Ahora bien, el método estadístico nos enseña que, en presencia
de tales “variaciones intragrupales”, las diferencias entre los promedios deben ser interpretadas con
la mayor prudencia posible.

En segundo lugar, la comparación directa de peso de los encéfalos, tomado como un valor absoluto,
no tiene ninguna significación ya que si por ejemplo lo comparamos con el elefante de Asia cuyo
cerebro pesa 5700g, el hombre sería entonces un gran débil mental. De hecho, el peso del cerebro
debe relacionarse con otro parámetro corporal tal como el peso corporal, su tamaño o su superficie,
y son las fracciones las que deben compararse. Así, para retomar el ejemplo anterior, el cerebro del
elefante representa solamente el 0,006 del peso de su cuerpo mientras que el del hombre representa
el 0,025.

No es posible entonces tomar en serio los argumentos basados en las diferencias ponderales entre
los cerebros humanos y cabe finalmente preguntarse, para retomar una imagen usada por Marcel

42
Blanc, “si la balanza que se usa para medir el peso del cerebro no mide más bien el peso de los
prejuicios”.

¿Pero todo esto indica entonces que hay que renunciar a la búsqueda de otros indicios capaces de
diferenciar el cerebro del hombre del de la mujer?

Unas observaciones anatómicas más precisas hacen aparecer tales diferencias, pero, cuando tal es el
caso, no se debe perder de vista que los resultados publicados deben ser considerados como valores
promedio, calculados sobre unas series caracterizadas por importantes variaciones interindividuales
y cuya validez depende del método estadístico.

Ya desde 1968, se observó que, si bien la asimetría cerebral, que consiste en un mayor desarrollo en
el hemisferio izquierdo del planum temporal (área implicada en el lenguaje), era observable en la
mayoría de los cerebros examinados, ésta era con frecuencia menos pronunciada, e incluso
inexistente, en el caso de los cerebros femeninos. Estas observaciones permitieron establecer la
hipótesis, frecuentemente citada, según la cual las estructuras cerebrales implicadas en el lenguaje
están desarrolladas en ambos hemisferios y, en los hombres, casi exclusivamente en el hemisferio
izquierdo. De allí, la idea de que el cerebro femenino se caracteriza por una lateralización menos
marcada de la función del lenguaje en comparación a la del hombre. Además, pareciera que la parte
posterior del cuerpo calloso, el esplenio*, está más desarrollada en la mujer. Pero, el esplenio del
cuerpo calloso juega un papel importante en la transmisión interhemisférica de informaciones
visuales. Aunque esta observación debe ser interpretada con prudencia, bien podría significar que
los dos hemisferios cerebrales se comunican más fácilmente en la mujer, particularmente en lo que
respecta a las informaciones visuales.

En resumen, el cerebro femenino se diferenciaría entonces del masculino por una repartición más
simétrica de las funciones cognoscitivas. Ahora bien, es posible evaluar la validez de esta hipótesis
si se someten muestras de sujetos sanos o cerebrolesionados de ambos a sexos a distintas pruebas
cognoscitivas.

Sexo y aptitudes cognoscitivas

Basado en la hipótesis de una lateralización menos pronunciada de las funciones cerebrales en la


mujer, se puede citar un estudio que demuestra que la ablación quirúrgica de una parte de la corteza
cerebral del hemisferio izquierdo, viene generalmente acompañada de una disminución de las
capacidades verbales en los sujetos de sexo masculino; mientras que, la misma intervención en el
hemisferio derecho conlleva a una alteración de las capacidades visuo-espaciales. En las mujeres, el

43
fenómeno no se manifiesta tan netamente como en los hombres. En el caso femenino no se
encuentra una relación tan directa entre el hemisferio lesionado y el tipo de déficit observado.

Otro argumento que va en la misma dirección puede ser evocado a partir de observaciones de
sujetos afásicos que muestran que las lesiones del hemisferio izquierdo generan tres veces más
trastornos afásicos en los hombres que en las mujeres. Además, los hombres fracasan las pruebas
verbales en caso de lesiones del hemisferio izquierdo exclusivamente, mientras que las
mujeres sufren una degradación de sus habilidades verbales independientemente de cuál sea el
hemisferio lesionado.

Pero otros estudios no siempre han tenido los mismos resultados y, por ende, deben ser
considerados con mesura, sobre todo porque algunos trabajos más recientes llevan a atenuar
considerablemente la idea según la cual el cerebro femenino es funcionalmente más simétrico que el
cerebro masculino. El examen de afásicos de ambos sexos permite constatar que los trastornos de
lenguaje son más frecuentes en las mujeres en caso de lesión del hemisferio anterior izquierdo,
mientras que los hombres presentan con más frecuencia que las mujeres una afasia en el caso de
lesión posterior izquierda. Todo pareciera indicar que, en las mujeres, el cerebro anterior izquierdo
está más implicado en el lenguaje. Cabe preguntarse, a la luz de estos nuevos datos, si la hipotética
diferencia entre los sexos se expresa en términos de una mayor o menor asimetría o más
simplemente en términos una distribución diferente de las localizaciones cerebrales responsables
del lenguaje que abarcaría no solamente la distinción derecha/izquierda sino también la repartición
cerebro anterior/cerebro posterior.

El estudio de las aptitudes visuoespaciales es más complejo, puesto que su medición es más difícil y
sus posibles trastornos menos evidentes que en la esfera verbal. Ciertos estudios clínicos en sujetos
cerebrolesionados con problemas apractognósicos (por ejemplo dificultad para reconocer formas o
para reproducir dibujos) han conducido a la idea de que, al igual que lo que se observa en el
lenguaje, en la mujer las funciones visuoespaciales también se reparten en ambos hemisferios;
mientras que en el hombre están limitadas de maner casi exclusiva al hemisferio derecho.

En este caso, se aconseja una vez más prudencia, en la medida en que todos los resultados no son
convergentes. Así, una lesión del hemisferio derecho pareciera tener las mismas consecuencias para
ambos sexos en las pruebas visuoespaciales de guía visual o de armar cubos. Pero, lo que es más
importante, pareciera que las lesiones anteriores del hemisferio derecho son más dañinas que las
lesiones posteriores en la mujer y viceversa en el caso de los hombres. Es decir, en ellos, los déficits
son más pronunciados en caso de lesión posterior derecha.

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En conclusión, los datos actualmente disponibles obtenidos en estudios realizados sobre sujetos
cerebrolesionados están lejos de ser unánimes; y si bien la hipótesis según la cual el cerebro de las
mujeres presenta una asimetría funcional menos marcada que el de los hombres, ésta no puede ser
descartada, pero tampoco puede ser considerada como una hipótesis de bases sólidas.

En lo que respecta los trabajos con sujetos sanos, como es de esperarse, el problema de las posibles
diferencias de aptitudes entre hombres y mujeres, medidas gracias a la combinación de diversas
pruebas, ha sido objeto de numerosas publicaciones.

Broca y Le Bon, su devoto alumno, estarían tal vez decepcionados de saber que las medidas de QI
ofrecen globalmente resultados comparables en ambos sexos (se trata entonces de saber qué es
exactamente lo que mide el QI). Sin embargo, los psicólogos diferencialistas saben bien que ciertas
pruebas hacen surgir, de manera más o menos selectiva, diferencias promedio entre los resultados
de hombres y mujeres.

Es posible tratar de resumir este conjunto de datos considerando que los hombres son en promedio
más competentes en las actividades de percepción del espacio y de utilización de informaciones
visuo-espaciales, mientras que las mujeres obtienen un mejor resultado en las tareas que requieren
el uso del lenguaje y de la memoria.

Se trata aquí una vez más de datos promedios que, por cierto, han sido puestos en duda por varios
autores. Sin embargo, en lo que respecta las habilidades espaciales, un censo bien completo y crítico
de datos científicos efectuado en 1978 muestra que, en la mayoría de las pruebas de aptitudes
espaciales, solamente de un 20 a un 25% de las mujeres obtienen un resultado superior al resultado
promedio de los hombres. Además, hay que notar que, en las matemáticas, los hombres con
frecuencia salen mejor que las mujeres en geometría, pero no en álgebra ni en aritmética, ciertos
estudios tienden incluso a atribuir una superioridad a las mujeres en ésas dos últimas áreas.

Por otro lado, se constata que los mejores jugadores de ajedrez del más alto nivel son hombres.
Pero, los experimentos demuestran que, a ese nivel de pericia, ese juego no hace intervenir, como se
hubiese podido pensar, capacidades particularmente desarrolladas de razonamiento o de memoria
sino más bien una forma muy especial de percepción y de asimilación rápida de las posiciones
relativas de las piezas dispuestas sobre el tablero. En general, cinco segundos de presentación de
una configuración de juego bastan para que un maestro pueda reconstituir la posición de todas las
piezas en el tablero pero a condición de que dicha disposición corresponda a una partida real. En el
caos contrario, si las piezas están dispuestas aleatoriamente, su desempeño no será mejor que el de

45
un sujeto ingenuo. El jugo de ajedrez es entonces un área predilecta de los hombres, en la cual ellos
explotan al máximo las capacidades que poseen en el área visuo-espacial.

¿La evolución o las hormonas?

Es sorprendente constatar que, aunque se quiera admitir que son reales, las diferencias de aptitudes
cognoscitivas existentes entre los sexos parecieran estar estrechamente vinculadas a los roles
sociales atribuidos a los hombres y a las mujeres. Esto basta para que ciertos autores vean las
diferencias como el resultado de un proceso de selección aplicado a las estructuras cerebrales
durante la evolución. Así, sería por ejemplo, durante los miles de años que vivieron en pequeños
grupos de cazadores-recolectores que hombres y mujeres desarrollaron las aptitudes necesarias para
desempeñar sus respectivos papeles. A saber, el hombre principalmente cazador, necesariamente
tuvo que mejorar sus capacidades para orientarse y ubicarse en grandes distancias, apuntar
correctamente y lanzar proyectiles eficazmente; mientras que la mujer, a cargo de la recolección y
de la educación de los niños, experimentaron un aumento de sus facultades de precisión motriz y de
detección de pequeños cambios en la apariencia de los niños y en un medio ambiente limitado
alrededor del hábitat.

Existen otras hipótesis que mencionan un determinismo más biológico, considerando que las
hormonas sexuales pueden jugar un papel determinante en la organización cerebral.

Se sabe que el sexo está genéticamente determinado por el tipo de par formado por los cromosomas
sexuales (XX para el femenino, XY para el masculino) y que, al principio de la vida intrauterina,
todo individuo tiene potencial para convertirse en macho o hembra. La diferenciación sexual y la
evolución hacia el sexo masculino se llevan a cabo esencialmente bajo el efecto de los andrógenos
(hormonas sexuales masculinas), secretadas luego de la formación del testículo. Esta acción de las
hormonas sobre el devenir de los órganos sexuales es evidente y es posible pensar que también
ejercen una influencia sobre el desarrollo cerebral. Pero, por razones obvias, es imposible hacer
experimentos en seres humanos; así que el investigador debe verificar sus hipótesis basándose en
experimentos con animales o en observaciones hechas de la patología humana.

De esta manera, se pudo constatar que, en las ratas macho, la corteza cerebral es más espesa en el
lado derecho que en el izquierdo; mientras que las hembras no muestran esta asimetría. Ahora bien,
esta misma asimetría fue descubierta en 1991 en los fetos humanos masculinos. Además, en las
pruebas visuoespaciales, algunas niñas con hiperplasia suprarrenal congénita, un trastorno hormonal
que consiste en una secreción anormalmente elevada de andrógenos, obtienen resultados

46
comparables a los de sujetos masculinos de la misma edad y sus resultados son superiores a los de
las niñas que no presentan ese trastorno hormonal.

Finalmente, los efectos de las hormonas sobre los procesos cognoscitivos pueden prolongarse a lo
largo de la vida del individuo. En efecto, se observó que el desempeño de las mujeres en ciertas
pruebas cognoscitivas parecía variar según el momento del ciclo menstrual. Cuando las
concentraciones de estrógeno (hormonas femeninas) sonaltas, disminuyen los resultados de las
pruebas visuoespaciales mientras que mejoran los resultados de las pruebas verbales. Sin embargo,
la interpretación de estos resultados sigue siendo delicada, sobre todo porque parece que
contrariamente, los hombres obtienen mejores resultados en las pruebas visuoespaciales cuando la
concentración de testosterona (la hormona femenina) presente en sus organismos está en el punto
más bajo.

En conclusión, la hipótesis de una diferenciación cerebral y/o cognoscitiva entre hombres y mujeres
genera más interrogantes que respuestas.

47
El cerebro de los japoneses

Fue con este título, un tanto provocador, que se publicó en 1978 una obra en la que Tadanobu
Tsunoda presentaba una síntesis de sus investigaciones realizadas desde 1965 en la Universidad de
Tokyo. Si su autor o hubiese comunicado los resultados de sus trabajos en 1981 durante un coloquio
de la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura (Unesco), ese
libro, escrito en japonés, hubiese tal vez pasado desapercibido en Occidente. Esto hubiese sido
lamentable pues, a pesar de las críticas a las que dio pie, tiene el mérito de formular algunas
preguntas fundamentales que enriquecen nuestra reflexión.

Los japoneses y…..el resto de las personas

Las investigaciones de Tsunoda, realizadas originalmente con la intención de perfeccionar técnicas


de reeducación de trastornos del lenguaje, tenían como objetivo determinar, en sujetos japoneses
sanos, cuál era el hemisferio cerebral implicado en el procesamiento de diversas informaciones
sonoras (lenguaje, sonidos y ruidos varios). Usando un protocolo basado en la técnica de escucha
dicótica, estos trabajos debían revelar que los japoneses apelan mucho a su hemisferio izquierdo. En
ellos, es este hemisferio procesa no sólo todos los sonidos del lenguaje (consonantes y vocales
habladas), sino también las emisiones sonoras humanas que expresan las emociones
(frecuentemente son vocales moduladas: “¿Ah?”, “¡Oh!”, “¡Ay!”, etc.), los ruidos de la naturaleza,
en especial los sonidos de comunicación emitidos por animales (como el estridular de los insectos)
y los sonidos musicales producidos por los instrumentos tradicionales japoneses. De manera que, al
hemisferio derecho procesa solamente los ruidos mecánicos y la música occidental, que para
Tsunoda no es más que una sucesión de ruidos.

Ahora bien, este esquema de organización cerebral difiere en gran medida del que muestran las
mismas pruebas aplicadas a sujetos no japoneses.

La siguiente tabla resume las respectivas participaciones de ambos hemisferios cerebrales en el


procesamiento de informaciones sonoras por los japoneses y los no japoneses, según Tsunoda.

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Japoneses No japoneses

Hemisferio izquierdo Hemisferio derecho Hemisferio izquierdo Hemisferio derecho


Lenguaje (consonantes Ruidos mecánicos Lenguaje Sonidos vocálicos
y vocales) (esencialmente
consonantes)

Sonidos emotivos Música occidental Cálculo Sonidos emocionales

Prosodia, entonación Prosodia, entonación

Sonidos animales Sonidos animales


(canto de aves,
insectos…)

Ruidos de la Música occidental


naturaleza (viento,
olas, etc.)

Música japonesa Música japonesa


tradicional

Cálculo

Se constata que, para los no japoneses, la distribución de las competencias hemisféricas atribuye, en
general, las actividades lógicas y analítico-deductivas al hemisferio izquierdo y la gestión de
informaciones afectivo-emocionales al hemisferio derecho. Mientras que, en los japoneses, es el
hemisferio izquierdo el que asume las reacciones afectivo-emocionales y el pensamiento lógico. En
la muestra estudiada, únicamente un grupo de polinesios (Maorís y nativos de las islas Tonga y
Samoa) eran la excepción a esta regla, al presentar un esquema de organización cerebral similar al
de los japoneses.

Según Tsunoda, esta particular organización cerebral explica por qué los japoneses tienen una
relación con el mundo muy particular y sobre todo por qué experimentan una gran necesidad de
contacto y harmonía con la naturaleza, especialmente en lo que respecta a las manifestaciones
sonoras como el sonido del viento o del mar, el canto de los pájaros, de los insectos que se
encuentran ampliamente representados no sólo en su cultura, sino también en su vida cotidiana. Un
buen ejemplo de esto es el éxito que tienen en Japón los concursos de cantos de grillos o de pájaros.

49
Desde ese entonces, se acepta con un poco más de facilidad el hecho de que para un occidental sea
de mucha dificultad aprender a hablar japonés, o que un japonés experimente dificultades similares
durante el aprendizaje de una lengua extranjera ya que, en ambos casos, se estaría cuestionando la
organización misma del cerebro. Además, Tsunoda considera que esta organización de las
funciones cerebrales propia de los japoneses explica la extraordinaria admiración que los jóvenes
japoneses demuestran por la música occidental. Puesto que, al ser procesada como un ruido
mecánico, la música activa el hemisferio derecho aliviando así a al hemisferio izquierdo de una
tediosa sobrecarga. Esta particularidad permitiría finalmente entender por qué, según el mismo
Tsunoda, “para todas las demás razas es tan difícil entender a los japoneses”.

Pero el interés de esas investigaciones no está en las conclusiones, algo anecdóticas, a las que llega
el autor. Lo que es aún más interesante es su hipótesis sobre el determinismo de las diferencias
observadas. Según él, la lateralización funcional de los hemisferios cerebrales está relacionada con
el aprendizaje de la lengua materna. Tsunoda plantea así una doble pregunta fundamental. ¿Cuál
será la influencia que ejerce la estructura de la lengua materna sobre la organización cerebral? Y
¿Es ésta el reflejo de la estructura del cerebro o más bien la determina?

Lengua materna y organización cerebral

Para demostrar que son las propiedades de la lengua materna aprendida durante la infancia las que
efectivamente influencian, o incluso determinan, la organización cerebral, Tsunoda aplicó sus
pruebas a veinte japoneses emigrados de la segunda o tercera generación, de los cuales dieciocho
habían aprendido, antes de los ocho años, una lengua materna distinta al japonés (español,
portugués o inglés). En las pruebas, éstos sujetos presentaban una organización cerebral al estilo
“occidental”. Los dos restantes, nacidos y residentes en el extranjero pero criados en japonés hasta
los nueve años, mostraban el esquema de dominancia típico de los japoneses. Además, otros seis
sujetos extranjeros (dos estadounidenses y cuatro coreanos) criados en Japón en la lengua japonesa
exhibían una organización cerebral de tipo japonés.

Este conjunto de datos asiste la hipótesis de Tsunoda según la cual la organización funcional del
cerebro parece efectivamente depender de la lengua aprendida en los primeros años de vida. Ahora
bien, la pregunta que surge naturalmente concierne las características propias de la lengua japonesa,
a saber, ¿en qué se diferencia fundamentalmente esta lengua de las demás? La búsqueda de esta
respuesta está tanto en la lengua oral japonesa como en la escritura japonesa.

50
El japonés tal y como se habla

En las lenguas indoeuropeas o semíticas, la información es transmitida esencialmente a través de las


consonantes, por ende las vocales juegan un papel muy limitado en la extracción del sentido. Así, si
al texto se le eliminan las consonantes, sería practicamente imposible reconstituir su sentido,
mientras que la eliminación de las vocales generalmente no impide la extracción del sentido. Son
entonces las consonantes, o en el caso oral las sílabas consonánticas, las que tienen un papel
preponderante en la atribución del sentido al discurso. Las vocales cumplen esencialmente con una
función de “vínculo sonoro” que permite la articulación y la pronunciación del mensaje que, sin
ellas, sería difícil de realizar.

Además, en ciertas lenguas como el árabe, las vocales cortas son simplemente omitidas en la
escritura y, en ciertas ocasiones, son remplazadas por signos de acentuación únicamente destinados
a la pronunciación oral.

El japonés, por su parte, es una lengua fuertemente vocálica. Además, las vocales son, al igual que
las consonantes, portadoras de sentido. En su obra, Tsunoda cita ejemplos de frases japonesas largas
constituidas exclusivamente de una sucesión de sonidos vocálicos. He allí, una característica propia
de esta lengua que no sólo se encuentra en algunas lenguas raras polinesias. Sin embargo, en el
estudio de Tsunoda, únicamente los polinesios presentan un esquema de dominancia cerebral
similar al de los japoneses.

Es posible entonces avanzar la idea de que, en los no japoneses, el trabajo de análisis realizado por
el hemisferio izquierdo para extraer el sentido del mensaje verbal se efectúa principalmente en las
sílabas consonánticas, dejando entonces a cargo del hemisferio derecho las vocales, más
precisamente los sonidos vocálicos, no portadores de sentido pero utilizados, sobre todo cuando
están aislados y modulados, para comunicar estados emocionales. En cambio, los japoneses (y tal
vez algunos polinesios que aún deben ser estudiados) utilizan su hemisferio izquierdo para analizar
los elementos portadores de sentido, es decir, tanto los sonidos consonánticos como los vocálicos.
Estos últimos sirven además para la comunicación de las expresiones de emociones. Pero la
escritura japonesa es, tal vez, aún más interesante.

El japonés tal y como se escribe

La lengua japonesa escrita emplea tres alfabetos diferentes, de modo que una misma frase puede
contener tres tipos distintos de caracteres.

51
En primer lugar, el kanji es un conjunto de alrededor mil signos ideográficos de origen chino. Por
su propia naturaleza, un ideograma (o logograma) es una forma gráfica tomada como un todo
inseparable y posee un sentido propio, pero puede combinarse con otros signos kanji para darle un
nuevo sentido al conjunto constituido. Por ejemplo, al combinar tres signos kanji cuyos sentidos
respectivos son “el corazón” (o “el alma”), “la razón” y “la ciencia” se obtiene un nuevo conjunto
cuyo sentido es “la psicología”.

Luego, el kana está formado por un conjunto limitado de signos fonéticos comparables a un
“alfabeto silábico” en el cual cada elemento corresponde no a una letra sino más bien a una sílaba o,
más precisamente, a una sonoridad. Así, un signo kana aislado no es portador de sentido pero, al
combinar varios signos, resultan unidades significantes que pueden ser comparadas a palabras. El
kana está subdividido en dos conjuntos de caracteres de cuarenta y ocho signos cada uno. El
hiragana, por un lado, empleado para dar indicaciones gramaticales que los ideogramas por su
sentido global y único no pueden proporcionar (sujeto de la acción, tiempo de la acción, etc.). Por el
otro, el katakana, que sirve para transcribir fonéticamente las palabras ausentes del léxico japonés,
particularmente los términos extranjeros.

A modo de ilustración, la frase siguiente, que también hubiese podido ser presentada verticalmente,
significa “Yo estudio psicología en Niza”

(AQUÍ SE INSERTA LA IMAGEN ESCANEADA DEL LIBRO CON LA ESCRITURA EN


JAPONÉS)

Sin duda, el análisis de todos los elementos constitutivos de la frase sería demasiado largo y tedioso,
así que nos centraremos en algunos de ellos solamente. En esta frase, aparece una muestra de los
tres tipos de caracteres que conforman la lengua japonesa escrita. Los elementos 1, 5 y 7 están
escritos en kanji (fáciles de reconocer incluso para un occidental, debido al aspecto variado y a la
complejidad del dibujo); las secuencias 2, 4, 6 y 8 están compuestas por signos hiragana;
únicamente el segmento 3 corresponde al katakana. Destaca particularmente la serie de tres
caracteres kanji 5a, 5b y 5c cuya articulación significa “la psicología” y la presencia de los dos
caracteres 7a (“esforzarse”) y 7b (“fortalecerse”), cuya articulación significa “estudiar”. La
secuencia 8, escrita en caracteres hiragana, indica que el estudio mencionado en la 7 se desarrolla en
el presente y a la forma afirmativa. La secuencia 3 debe ser leída fonéticamente y se pronuncia [nis]
(Niza), palabra extranjera, por ende escrita en katakana que se precisa gracias a una serie de signos
hiragana (secuencia 4) que designa un nombre de lugar.

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Esta impresionante complejidad es típica de la lengua japonesa escrita. Una de sus características,
particularmente interesante, concierne la utilización en una misma frase de logogramas, percibidos e
interpretados globalmente, y de signos silábicos combinados. En efecto, basándose en el modelo de
especialización hemisférica que atribuye un modo de procesamiento analítico-sucesivo al
hemisferio izquierdo y uno globalizado-simultáneo al hemisferio derecho, grande es la tentación de
hacer la hipótesis de que los procesamientos respectivos de los signos kanji y kana son asumidos
por hemisferios diferentes.

Esta hipótesis se confirma en las observaciones efectuadas en japoneses afásicos. Una lesión del
hemisferio izquierdo puede venir acompañada de una pérdida de la capacidad de comprender y/o
escribir en kana, mientras que el uso del kanji se mantiene; el fenómeno inverso se observa en caso
de lesión del hemisferio derecho que puede traducirse en un déficit de la utilización del kanji, sin
que la del kana sea afectada.

Otro argumento a favor de esta hipótesis es los resultados de experimentos de presentación


taquistoscópica lateralizada en sujetos sanos. Los japoneses perciben con más facilidad los
caracteres kana presentados en el campo visual derecho (hemisferio izquierdo), mientras que la
percepción de los signos kanji es mejor en el campo visual izquierdo (hemisferio derecho).

Experimentos con taquistoscopio del mismo estilo realizados en sujetos chinos reflejan la misma
superioridad del hemisferio derecho para procesar logogramas con, no obstante, un matiz
interesante, a saber, que este fenómeno no se observa sino en logogramas aislados y contrariamente
se constata una superioridad del hemisferio izquierdo para la identificación de dos logogramas
presentados en asociación. Ahora bien, la lengua china tiene una utilización particular de los signos
logográficos. Aislado, un logograma constituye un “pictograma” con una significación global pero,
en la comunicación natural, los logogramas se encuentran frecuentemente asociados y, en ese caso,
al segundo logograma se le llama “phonograma”, puesto que ofrece una indicación fonética sobre la
manera de pronunciar el primero, modificando así el sentido.

Las observaciones y los trabajos comparativos realizados sobre poblaciones pertenecientes a


culturas diferentes son pues coherentes con el modelo actual de especialización hemisférica en
términos de modos de procesamiento. El hemisferio derecho parece garantizar principalmente la
percepción global de un sentido o de una tonalidad y el hemisferio izquierdo, por su parte, pareciera
intervenir más eficazmente en los casos en los que la información a procesar se presenta como una
secuencia de signos sometidos a reglas de combinación, de tal manera que su interpretación supone
un análisis previo de las relaciones entre sus elementos constitutivos.

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Sin querer cuestionar el interés y la calidad de esos trabajos, es conveniente, sin embargo, evitar
sacar conclusiones definitivas. Otros estudios que evoquen la recolección de indicios
electrofisiológicos (potencial evocado) o técnicas de imagenología cerebral, hasta ahora no
realizados, deberán completar los datos de los que disponemos actualmente.

Independientemente de ello, aún si la interpretación de los resultados obtenidos por Tsunoda siguen
siendo delicada, su hipótesis según la cual el repartición de las tareas entre ambos hemisferios
cerebrales está, al menos en parte, determinada por las características de la lengua materna, oral y
escrita, ofrece una base interesante para reflexionar. Uno de los aspectos de esta reflexión podría
referirse a la influencia respectiva (o de eventuales interacciones) de lo oral y lo escrito en la
organización cerebral. Los escasos trabajos que han sido realizados en eta dirección, para comparar
sujetos analfabetas con individuos formalmente educados han dado resultados contradictorios. Por
ejemplo, algunos estudios han mostrado que lesiones hemisféricas izquierdas causan con menor
frecuencia una afasia en analfabetas pero otros estudios no han arrojado los mismos resultados.

En fin, aún si las conclusiones que Tsunoda cree poder extraer de sus experimentos deben ser
consideradas con mucha prudencia, su concepción según la cual es su singular organización
cerebral la que explica por qué los japoneses mantienen una muy particular relación con el mundo
es interesante en la medida en que plantea el problema ya más general de las posibles relaciones
existentes entre el esquema de dominancia cerebral de un individuo y su modo de percepción de la
realidad; lo que los psicólogos designan como su “estilo perceptivo-cognitivo” o simplemente su
“manera de pensar”.

Así, si se admite la idea de que el cerebro de los hombres y el de las mujeres están organizados de
manera distinta, es posible concebir que ambos sexos tengan una “manera de pensar” diferente. Es
tal vez eso lo significa el sentido común popular al afirmar que las mujeres son más “intuitivas” que
los hombres. Pero, ¿no ésta sino otra idea recibida? Como quiera que sea, esta noción de manera de
pensar ya es lo suficientemente importante como para merecer nuestra atención.

54
El artista y el dotado para las matemáticas

Ivan Petrovich Pavlov no fue muy original cuando, a principios de siglo, se dio cuenta de que “la
experiencia muestra claramente que existen dos categorías de individuos: los artistas y los
pensadores, entre los cuales hay una distinción bien marcada”. Con frecuencia, esta dicotomía se
expresa bajo la forma de divisiones entre “dotados para las matemáticas” y “literarios”,
“deductivos” e “intuitivos”, “intelectuales” y “artistas” o, más recientemente, “racionales” y
“creativos”. Pero, cuando Pavlov agrega que “los artistas acogen la realidad en su totalidad, como
un ente vivo, completo e indivisible mientras que los pensadores la reducen temporalmente al
estado de esqueleto y no es sino después que éstos reagrupan los pedazos y tratan de darle vida”, su
afirmación adquiere entonces un tono increíblemente moderno. En efecto, Pavlov no sólo describe y
caracteriza las “maneras de pensar” que oponen al pensador del artista, sino que lo hace usando
términos que, para un neuropsicólogo moderno, evocan la distinción entre un hemisferio cerebral
izquierdo “analítico” (que primero descompone la realidad para analizar las relaciones existentes
entre sus distintos elementos) y un hemisferio derecho “holístico” (que aprehende la realidad en su
totalidad, bajo la forma de percepciones globales y de impresiones.

¿Acaso desde esta perspectiva, tiene la distinción clásica entre “artista” y “racional”, que lleva hacia
dos maneras de comprensión del mundo fundamentalmente distintas, su origen en la utilización
preferencial de uno u otro hemisferio cerebral?

Dos lenguajes para describir el mundo

En su notable obra El lenguaje del cambio (1980), Paul Watzlawick propone distinguir el lenguaje
“digital” del lenguaje “analógico”. La manera más sencilla de ilustrar estas dos nociones es
considerar los dos textos siguientes.

Texto A

Son admisibles de pleno derecho a inscribirse en:

- Licenciatura de ciencias de la Educación, los titulares de un diploma DEUG o de un


diploma de Estado preparado en tres años que permita el ejercicio de una profesión de salud
o de una profesión paramédica que figure en una lista decretada por el ministro encargado
de la Educación Superior y por el ministro de Salud;

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- Maestría de ciencias de la educación, los titulares de una licenciatura en ciencias de la
educación.

Texto B

Glaciares, soles de plata, olas perladas, ¡cielos de brasas!

naufragios odiosos en el fondo de golfos oscuros

donde serpientes gigantes devoradas por alimañas

caen, de los árboles torcidos, ¡con negros perfumes!

El texto A es un extracto de la resolución del de febrero de 1993 del Ministro de Educación


Nacional y de la Cultura. El texto B es una estrofa de un poema de Arthur Rimbaud, Barco Ebrio.
El único punto en común que existe entre estos dos textos es que están escritos en español y, por
ende, respetan las normas lexicales y sintácticas de esa lengua.

Pero, el texto A corresponde a un lenguaje digital. Es decir, que puede ser descompuesto en
elementos (frases, palabras) portadores de información. Además, se podría cambiar el orden de los
párrafos o remplazar una palabra por uno de sus sinónimos sin modificar profundamente el sentido
del mensaje. Finalmente, es muy fácil responder la pregunta “¿Cuál es el tema de este texto?”. Es el
lenguaje digital el que se usa para la descripción, explicación y razonamiento. Es, como hemos
visto, el lenguaje de la administración y también el de la comunicación científica, es ese lenguaje el
que usamos en esta obra.

El texto B es un modelo de lenguaje analógico que no está destinado a describir o a explicar, sino
que busca suscitar sentimientos en el lector, a hacer surgir imágenes e impresiones. Las palabras y
las frases son escogidas tal vez más por su sonoridad y su ritmo que por su contenido semántico y,
frecuentemente, son utilizadas en un sentido metafórico. Además, este texto forma un todo y no
sería posible eliminar, remplazar o simplemente desplazar uno de sus elementos sin modificar por
completo su impacto en el lector. En fin, es muy difícil para el lector decir exactamente el tema
abordado en el texto, o describir y a fortiori explicar la impresión que tuvo al leerlo. Al intentar
hacer este ejercicio, el lector notará rápidamente que es imposible expresar en un lenguaje digital lo
que atañe del lenguaje analógico. Sin embargo, el profesor se afana en cumplir esta misión

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imposible cuando se dedica a la “explicación” de un texto poético, o el crítico de arte al “explicar”
una obra pictórica o musical; todos modos de expresión que dependen también del lenguaje
analógico. Lo mismo le sucede al sujeto que intenta “contar” uno de sus sueños. En el sentido
inverso, es bastante difícil representar musicalmente, o bajo la forma de un poema emotivo, una
circular administrativa o las instrucciones de uso de un aparato electrodoméstico.

En fin, según el aspecto del mundo a describir, un tipo de lenguaje, el digital o el analógico será el
más adecuado, o incluso el único lenguaje pertinente ya que la conversión de una forma en la otra
es prácticamente imposible.

Cerebro digital y cerebro analógico

Surge entonces la pregunta sobre la correspondencia entres esas dos formas de lenguaje
(digital/analógico) y las dos maneras de procesar la información (analítica/holística) atribuidas a
los dos hemisferios cerebrales. Puede expresarse bajo la forma de una hipótesis por verificar según
la cual el cerebro izquierdo representa el “cerebro digital”, cerebro de la reflexión, del razonamiento
y de la lógica. El hemisferio derecho, el “cerebro analógico” sería el de la intuición y la
imaginación, el de la fantasía y el sueño. En otras palabras, tomadas del psicoanálisis – una vez al
año no hace daño -, el cerebro derecho sería la fuente del “proceso primario” y el izquierdo del
“proceso secundario”.

Así, un individuo “racional” debería movilizar con más facilidad y frecuencia su hemisferio
izquierdo, contrariamente al individuo “creativo” quien utilizaría preferencialmente su hemisferio
derecho.

Si bien es completamente legítimo enunciar esta hipótesis, no resulta fácil verificarla. Ya que dicha
verificación en efecto supone que se pueda disponer, por una parte, de un criterio inequívoco capaz
de identificar a un individuo “racional” y de distinguirlo de uno “creativo”. Esto implicaría que,
como mínimo, estos conceptos estén definidos sin ambigüedad alguna, lo cual no es el caso. Por
otra parte, se necesita un indicador de comportamiento medible y confiable del funcionamiento
hemisférico para poder determinar en qué momento y durante cuánto tiempo un sujeto moviliza uno
u otro hemisferio cerebral.

Para resolver el problema de la clasificación de los individuos, las pruebas ideadas y


perfeccionadas, que generalmente se presentan en forma de cuestionarios, son tan numerosas y de
una diversidad tal que no se puede hacer aquí un inventario exhaustivo. La principal crítica a estas
herramientas es que su concepción se basa generalmente en una idea a priori de lo que debe ser el

57
comportamiento observable de un sujeto perteneciente a una u otra categoría por distinguir. De
manera que, admitiendo que estas pruebas sean capaces de medir efectivamente lo que se supone
deben medir, no es posible considerar que los investigadores poseen actualmente una herramienta
válida que permita clasificar sin ambigüedad a los individuos en “creativos” y “racionales”.

La situación de los indicadores confiables de la activación relativa de los hemisferios cerebrales no


es mucho más brillante. A falta de trabajos realizados sobre este tema, a través de la observación
directa en tiempo real de la actividad hemisférica con técnicas de imagenología cerebral, algunos
investigadores han pensado en evaluar indirectamente esta actividad observando la orientación de
los movimientos oculares de un sujeto. Aplicando el principio de acción cruzada, una activación
relativamente más importante del hemisferio derecho debería traducirse en una orientación hacia la
izquierda de los glóbulos oculares y viceversa.

Dime hacia donde ves y te diré quién eres

Cierto número de investigaciones que utilizan el movimiento ocular como indicio de la activación
hemisférica han sido publicadas. Así, se observa que, en los derechos, la realización de tareas
verbales viene acompañada de movimientos oculares más frecuentemente dirigidos hacia la
derecha, mientras que se observa lo inverso si el sujeto debe resolver problemas que impliquen
relaciones espaciales. Este resultado parece confirmar las funciones respectivas del hemisferio
izquierdo en el lenguaje y del hemisferio derecho en el procesamiento visuo-espacial. También se
observó, en sujetos sometidos a un cuestionario, una mayor cantidad de movimientos oculares
orientados hacia la izquierda para las preguntas de contenido emocional comparado con las
preguntas neutras.

Además, pareciera que ciertos individuos con mayor frecuencia dirigen espontáneamente la mirada
a la derecha y otros a la izquierda. Los primeros serían más “racionales” y los segundos más
“intuitivos” y “emotivos”.

El problema de la determinación de esas categorías siempre se plantea. Pero, la idea según la cual la
observación de los movimientos oculares podría dar indicaciones útiles sobre el tipo de actividad
mental movilizada por un individuo experimentó un desarrollo importante a partir de la publicación,
en 1979, de la obra de Richard Bandler y John Grinder Frogs into Princes, en la cual sientan los
principios de la programación neurolingüística (PNL), un método de observación y de intervención
psicológico.

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Gracias a este método, es posible entrenarse en la decodificación de los movimientos oculares de un
interlocutor, para así obtener, en tiempo real, informaciones sobre los modos de representación que
pone en marcha (imágenes visuales construidas, imágenes visuales del recuerdo, imágenes
auditivas, etc.).

El proceso de utilizar la dirección de la mirada como indicador de la actividad mental, e incluso de


la personalidad, representa pues un intento de proporcionar una herramienta de observación cómoda
en el área de la comunicación no verbal. Pero, su pertinencia y confiabilidad aún quedar por
demostrarse. Entonces, cuando la dirección de la mirada no es apreciada por un observador
entrenado para ello, sino que es recogida y registrada automáticamente gracias a un dispositivo
electro-oculográfico, los efectos observados son mucho menos netos pueden incluso desaparecer
por completo.

Ante esta ambigüedad, ciertos psicólogos recomiendan no tener en cuenta únicamente la dirección
inicial del movimiento ocular, sino medir la duración total de la mirada hacia un lado u otro cuando
el sujeto debe responder preguntas, ya que este último parámetro constituye indicador más confiable
de la activación hemisférica.

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A modo de conclusión:

un toque de epistemología, algunas aplicaciones

y un alegato final

Al lector poco o nada familiarizado con el método experimental, y que tuvo el coraje meritorio de
llegar hasta el final de este ensayo, tal vez le haya sorprendido la mirada crítica del autor sobre la
mayoría de los resultados obtenidos, la cantidad de reservas emitidas y una prudencia constante en
la formulación que se expresa principalmente a través de una utilización más frecuente del modo
condicional que del afirmativo.

El lector habrá llegado a la conclusión de que, finalmente, no se sabe prácticamente nada sobre el
modo de funcionamiento de los hemisferios cerebrales. Pero, ése no es el caso, saber que un
conocimiento es discutible y que un modelo puede ser cuestionado forma parte integrante del
conocimiento. Contrariamente a lo que se piensa, el objetivo de la investigación científica no es
descubrir y revelar verdades, sino más bien proponer, partiendo de observaciones, modelos teóricos
explicativos del mundo en un momento dado de la historia, teniendo en cuenta los conocimientos
disponibles en ese momento.

Todo modelo explicativo está por ende destinado a evolucionar bajo la presión de nuevos
conocimientos y, finalmente, a ser remplazado por un nuevo modelo, más adecuado para integrar el
conjunto de datos acumulados bajo la influencia de su predecesor. Justamente, tal fue el caso del
modelo de especialización hemisférica, cuya metamorfosis seguimos en la primera parte de esta
obra.

Nadie pone en duda que el modelo actual de diferenciación hemisférica en términos de modo de
procesar la información deberá, él también, dentro de algunos años o atal vez mañana, ceder su
puesto a alguna otra concepción de la organización funcional de los hemisferios cerebrales que, a su
vez, orientará las futuras investigaciones por un tiempo más o menos largo.

De igual modo, si hemos insistido en varias oportunidades sobre la dificultad que experimentan las
ciencias humanas, especialmente la psicología, para definir sus conceptos y para construir
instrumentos de medición pertinentes y confiables, no es con la finalidad de incitar al lector a hacer

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una constatación de la impotencia de la investigación en esta área, sino más bien para llevarlo a
reflexionar sobre la necesidad de oponer una actitud dubitativa (en el sentido cartesiano del
término) y una crítica constructiva a las afirmaciones categóricas y a las falsas certidumbres con las
que nos saturan las pseudo-ciencias que florecen actualmente.

Ahora bien, el campo de la especialización hemisférica, por la naturaleza misma de los temas que
aborda, precisamente representa un lugar donde se expresan esas pseudociencias y donde causan
estragos sus gurús.

La precariedad inherente a todo modelo teórico y la prudencia con la que conviene examinar los
conocimientos proporcionados por la investigación en ningún momento implican que haya que
desistir de considerar aplicaciones concretas. Pero, la manera en la que se concibe actualmente el
funcionamiento cerebral no debe dejar de nutrir la investigación aplicada, especialmente en el área
de la comunicación, la pedagogía, la educación en su sentido amplio y, de manera más general, en
todos los procesos de influencia en el seno de la sociedad.

Se puede entonces considerar que, luego del éxito limitado de la “propaganda" que intentaba
convencer al consumidor con argumentos lógicos como el precio o la facilidad de uso dirigiéndose
a su hemisferio izquierdo, la poderosa “publicidad” moderna aplica técnicas de influencia mucho
más eficaces que, a través de la imagen, la sugestión, la alusión e incluso el humor, moviliza
prioritariamente nuestro hemisferio derecho. No es para nada sorprendente entonces que el
comportamiento del consumidor carezca tanto de racionalidad.

La intervención psicológica con fines terapéuticos representa otro campo de aplicación de los
procesos de influencia. En ese marco, una cierta cantidad de profesionales se basan en el modelo de
especialización hemisférica para afirmar que la eficiencia de la intervención pasa por la utilización
del lenguaje analógico. Según ellos, es casi una ilusión querer actuar eficazmente sobre el otro
intentando convencerlo con argumentos lógicos que dependen del procesamiento del hemisferio
izquierdo. Más bien lo contrario, el “lenguaje del cambio” se dirige prioritariamente al hemisferio
derecho y busca sugerir al paciente una nueva imagen del mundo para poder así modificar la visión
que se formó de su propio problema.

Pero esta sugerencia no es posible si el hemisferio izquierdo, crítico y razonador, no se ha


“desconectado” con anterioridad. Se podría pensar que ciertas técnicas usadas por la hipnosis o la
sofrología pueden cumplir con esta función de desconexión del hemisferio izquierdo, bien sea
ahogándolo bajo un caudal de palabras ambiguas y desprovistas de un vínculo lógico, como en la

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hipnosis ericksoniana o bien, repitiendo infinitamente el mismo mensaje en un tono de voz
monótono, como en el discurso sofrónico.

Esta exclusión del hemisferio izquierdo también fue recomendada por Betty Edwards en su método
original de aprendizaje del dibujo, presentado en 1979 en su obra Aprender a dibujar con el lado
derecho del cerebro. Según ella, se trata de tener en cuenta las relaciones espaciales entre los
elementos del dibujo, actividad en la que se destaca el cerebro derecho, evitando la contaminación
con el hemisferio izquierdo que, al introducir una etiqueta y una significación, lleva a dibujar lo que
se sabe y no lo que se ve. Para lograr esto, el método propone, entre otros ejercicios, entrenarse en
reproducir dibujos presentados al revés. Los resultados obtenidos son muy convincentes.

Según las mismas bases teóricas, se perfeccionó un método de enseñanza de lenguas vivas
elaborado sobre el principio de la “respuesta física total”. Este método se basa principalmente en la
utilización preferencial del modo imperativo en vez del indicativo, al principio del aprendizaje, con
la finalidad de llevar al aprendiz a responder con acciones inmediatas y directas a órdenes dadas en
un lenguaje extranjero. Según el autor, esto permite evitar que el aprendiz se dedique automática y
continuamente, a través de su hemisferio izquierdo, a una traducción sistemática a la lengua
materna en detrimento de una buena asimilación del nuevo idioma.

Como podemos ver, de manera muy pragmática y generalmente empírica, algunos profesionales
evocan los modelos de especialización hemisférica para justificar su práctica o perfeccionar nuevas
técnicas. Es lamentable que estos intentos sean, con mucha frecuencia, desatendidas o ignoradas por
los investigadores más “fundamentales”, puesto que pueden representar un terreno fértil de
experimentación para verificar sus hipótesis y validar sus modelos.

Si admitimos que la educación en general y la enseñanza en particular son vectores privilegiados de


transmisión de los valores sociales, resulta difícil negar que nuestras sociedades occidentales,
¡tecnológicas y “avanzadas”!, valoricen principalmente el modo de pensamiento analítico y
racional, que favorece a los individuos que tienen un “buen” cerebro izquierdo. La sociedad
norteamericana es tal vez el mejor ejemplo y, varios investigadores en los Estados Unidos
incluyendo a Sperry, han llamado la atención de los responsables de la política educativa sobre este
problema.

Estimando que ese desequilibrio, a favor de un cierto tipo de pensamiento, puede tener
consecuencias negativas en el desarrollo harmonioso de los individuos, esos investigadores

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defienden la causa de un reequilibrio de los programas de formación con el propósito de detener el
imperialismo del razonamiento y de la verbalización.

En esta obra no se asumirá una posición con respecto a un tema tan delicado, sobre todo en cuanto
al carácter, utópico o realista, en nuestros tipos de sociedades, de las propuestas que han sido
hechas. Sin embargo, destacaremos que en Francia, tal vez por su antigua tradición humanista,
existe una situación más ambigua e incluso paradoxal.

A través del sistema escolar, se le atribuye un papel esencial de selección a las disciplinas
científicas y, al mismo tiempo, las encuestas muestran que los franceses generalmente no
consideran los conocimientos científicos como parte de la cultura. Todo acontece como si hubiese
una división entre lo “cultural” y lo “racional”; solo el hemisferio derecho es considerado como
creativo y “cultural”. He allí una concepción como mínimo restrictiva de la cultura y la creatividad,
ya que la verdadera creatividad (que incluye la creación de conocimientos científicos al mismo
nivel que las investigaciones estéticas o artísticas) combina intuición y lógica.

Varios descubrimientos científicos importantes no son el resultado del razonamiento y fueron


realizados, o imaginados para ser más exactos, durante estados de consciencia cercanos a la
ensoñación o a la relajación. Uno de los ejemplos más conocidos de descubrimiento por intuición es
el sueño contado por el químico Augusto Kelule von Stradonitz, en el cual le fue literalmente
revelado, como por una iluminación, la estructura cíclica de la molécula del benceno, en una noche
de somnolencia en la que su espíritu merodeaba ante el espectáculo de un fuego de chimenea.

Si el proceso científico de validación de una hipótesis, que implica de toda evidencia el hemisferio
izquierdo, es bien conocido y enseñado en clase, nadie es capaz de formar a los alumnos en el
proceso intuitivo que lleva a la generación de la hipótesis y que parece requerir más bien las
aptitudes del hemisferio derecho. Es más, por su propia naturaleza, la intuición no puede ser
enseñada, pero se podría pensar que una buena educación del hemisferio derecho puede permitir un
desarrollo de las cualidades intuitivas, necesarias pero no suficientes para un pensamiento creativo.

Nos parece cierto, en todo caso, que les semi-individuos formados por nuestro sistema educativo no
son capaces de acceder a la verdadera creatividad, puesto que sistemáticamente se les amputa la
mitad de sus cerebros, bien sea la derecha o la izquierda.

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