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Santidad y sexualidad

Hugh Hefner, fundador del imperio Playboy, recuerda que fue criado en un
ambiente en el que el sexo sólo era concebido para la procreación y el resto
constituía un pecado.

Él mismo expresó: “nuestra familia era prohibicionista, puritana en un sentido muy


real. No había abrazos ni besos. Hubo un momento en que mi madre,
transcurridos muchos años, me pidió perdón por no haber sido capaz de
mostrarme afecto. A lo cual le respondí: – Mamá, no pudiste haberlo hecho mejor.
Y fueron esas cosas que no pudiste hacer las que hicieron que yo tomara un
rumbo que me cambió la vida y cambió al mundo”.

Rob Bell dice: “existen en sexualidad dos extremos: por un lado negar nuestra
sexualidad, y por el otro, dejarnos llevar por ella. Cuando negamos la dimensión
espiritual de nuestra existencia, acabamos viviendo como los animales y tenemos
sexo por instinto. Cuando negamos la dimensión física y sexual de nuestra
existencia, acabamos viviendo como ángeles. Y ambas maneras resultan
destructivas, porque Dios nos hizo seres humanos”.

Esto no es algo nuevo. En el siglo primero, en el seno de la iglesia cristiana


existían las “mujeres espirituales” que negaban la dimensión sexual del
matrimonio. Casadas, pero sin intimidad. La concepción prohibitiva y de pecado
limitaba la expresión sexual en el matrimonio. Santidad y sexualidad no eran
compatibles.
¿Sabías que hoy día existen matrimonios que no tienen intimidad porque suponen
que de ese modo son más espirituales? Niegan los deseos eróticos. No se
permiten sentir placer. Básicamente, apagan su sexualidad. Fingen ser ángeles.

¿Sabías que algunas parejas nunca han tenido una relación sexual desde que se
casaron? Son los llamados matrimonios blancos o no consumados.

Negar la dimensión sexual resulta muy peligroso, pues quien así vive, corre el
riesgo de pasarse al otro extremo, hacia la permisividad y el libertinaje. Una
continencia continuada suele dar lugar a una incontinencia desenfrenada.

Vivir como ángeles resulta tan destructivo como vivir a semejanza de los animales.
Evitar, reprimir, censurar y/o enseñar que la sexualidad es algo horrible, sucio y
carnal es inducir a practicar lo que se quiere evitar.

Si tienes dudas, presta atención a los siguientes datos: una encuesta entre 256
adultos cristianos de entre 30 y 50 años reveló que el 100% de los que cometieron
aborto fueron personas que tuvieron relaciones sexuales prematrimoniales. Ante
una consecuencia de la actividad sexual, como fue el embarazo no deseado, en
vez de asumir la responsabilidad, silenciaron el hecho mediante un aborto. El 92%
de los que practicaron un aborto crecieron bajo una educación represiva y
sexofóbica.

En otras palabras, una cultura de condenación y represión de la sexualidad ha


logrado la práctica subrepticia del aborto, a fin de mantener en apariencia los
cánones sociales. Esta parece ser la causa principal para la ocurrencia de aborto
provocado en gente que sostiene, por principio ideológico, el derecho a la vida.
No hace falta caer en los extremos. Podemos optar por el equilibrio al que nos
invita la Palabra de Dios. Dios no reprime, sino que delinea un plan para que la
sexualidad sea un verdadero canto de amor comprometido.

Debemos reconocer, y no tratar de ignorar, que estamos repletos de energía


sexual. Las hormonas burbujean por nuestras venas. Así fuimos hechos por Dios y
no debemos negarlo. Crear un espacio en la familia y en la iglesia, donde se
pueda dialogar sobre la expresión más favorable del impulso sexual sin ser
condenados o reprimidos, será una excelente solución a tantos conflictos y dudas.
Reconocer que la sexualidad es una parte vital del ser humano es el principio
fundamental en el camino hacia la madurez.

Vivir la sexualidad conforme al diseño de Dios es el inicio de un camino pletórico


de bendiciones, porque en la obediencia a Dios se desata la bendición. Reconoce
tu deseo sexual como normal, pero no dejes que tu deseo determine tu
comportamiento. ¡Tu futuro está en tus manos!

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