Los resultados contradicen la antigua percepción de que las pandillas son primordialmente un
fenómeno citadino. Es cierto que la prevalencia es mayor en las ciudades grandes, ya que 74
por ciento de esas jurisdicciones reconoce la presencia de pandillas. Pero los condados
suburbanos no se quedan atrás, con un 57 por ciento, que es un porcentaje considerablemente
más alto que el que tienen las ciudades pequeñas (34 por ciento). En lo que respecta a los
condados rurales, considerados criaderos de actividad de padillas, solo un 25 por ciento tiene
pandilleros invadiendo sus calles. Además, el número de pandillas se ha ido incrementando
en nuestras ciudades pequeñas, suburbios y áreas rurales, mientras que en nuestros centros
urbanos se ha desarrollado un patrón opuesto.
Otra tendencia sorprendente ha sido la entrada de miembros del género femenino. Se cree que
las mujeres constituyen de un cuarto a un tercio de todas las pandillas urbanas, cuando antes
los hombres solían superar a las mujeres a una razón de veinte a uno. Casi tres de cuatro
pandilleros tienen entre quince y veinticuatro años; uno en seis tiene catorce años o menos.
Los padres tienen una buena razón para estar preocupados si su adolescente se une a una
pandilla. Los miembros más antiguos a menudo están involucrados en actividades criminales
y de narcotráfico. La participación en pandillas aumenta la probabilidad de que un niño o
niña se involucre en drogas, tiroteos, vandalismo y robo. Por un lado, las pandillas atraen a
niños que quieren pertenecer y son muy susceptibles a la presión de sus compañeros. Pero
también la combinación de seguridad y anonimato que conlleva pertenecer a cualquier grupo
ejerce un extraño poder sobre las personas, llevándolas a hacer cosas que nunca considerarían
hacer de manera individual.
“Las buenas costumbres cambian cuando alguien forma parte de una pandilla”, observa el Dr.
Kenneth Sladkin. El Dr. Sladkin es un psiquiatra de niños y adolescentes en el área de Fort
Lauderdale, que ha trabajado con pandilleros desde hace varios años. “Cuando alguien ha
pertenecido a una pandilla por mucho tiempo”, continua, “es fácil perder la moral y adoptar
los estándares del grupo”.
No todos los pandilleros se vuelven criminales. De hecho, muchos nunca llegan a serlo. En
Estados Unidos hay aproximadamente ochocientos mil pandilleros, de los cuales hay una
parte que sin duda podría describirse como “aspirantes” a pandilleros, a quienes el Dr.
Sladkin describe como “la periferia de las pandillas, no la parte fundamental de las mismas”.
Estar en una pandilla forma parte de las fantasías de rebelión y deseo de dramatismo de
algunos adolescentes. A estos también los atrae la camaradería y los “colores” y señales que
distinguen a un grupo de otro.
“Para estos chicos, las pandillas son casi como clubes sociales”, dice el Dr. Sladkin. “Se
reúnen en la escuela y hablan de quién está en esta o en aquella pandilla. No son los chicos
que están fuera todas las noches y que se involucran en actividades criminales y luchas
territoriales”.
Cambio de amigos
Uso repetitivo de la misma combinación de colores
Hacer señales con las manos
Misterio sobre su paradero y actividades
Acceso a dinero de fuentes desconocidas
Pérdida de interés en la escuela
Síntomas de abuso de substancias
Tatuajes, hechos en casa o por profesionales
La mejor manera de evitar que un joven adopte un estilo de vida de pandilla es seguir los
mismos principios que enfatiza este libro: Pase tiempo con él, muéstrele afecto y manténgase
en contacto con él y su mundo, incluso cuando parezca no quererlo incluir. Es triste
reconocer que para algunos jóvenes las pandillas funcionan como familias sustitutas. Para
empezar, hacer que un adolescente se sienta amado y aceptado tal y como es elimina mucho
del encanto que posee una pandilla.
LA PANDILLA