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Disparen sobre La Pianista

De Elfriede Jelinek a Michael Haneke

La pianista Erika Kohut carece de deseo. Ese es su


conflicto. Cómo articulamos un personaje sin deseo, un
personaje marioneta de su madre y su pasado, atiborrado
de recuerdos gélidos, pétreos. Evocaciones recorridas por
la autoridad compeliendo, estancando la personalidad en
una cubeta de basura y los deseos junto con ella. La
pianista es una mujer frustrada, porque su madre dijo, No
sirves, fracasarás en la vida. Cómo se articula en el cine un
personaje como el creado por la flamante Nobel de
Literatura. Analicemos el caso.

La obra de Michael Haneke, multipremiada en todo


el mundo, es un modelo de adaptación de lo abstracto, de
lo invisible. Casi de lo objetivo del lenguaje del cuerpo. El la
obra literaria, la riqueza del texto se revela en el recorrido constante de un narrador
omnisciente, con un punto de vista crítico, validado por la autora, dentro de su
particular postura feminista. La voz ingresa en los pensamientos de Erika, la
sentencia, la comprende, la objeta, pero desde una lejanía que trae aparejado el
concepto de mujer sometida.
El lenguaje críptico, cerrado, propio de la autora -quien se asienta en un
expresionismo literario -, se transforma en forma fílmica de un modo muy particular.
De algún modo, podríamos decir que la versión fílmica de La Pianista es una mera
ilustración del libro. Pero hacer tal afirmación sería extinguir ese grandioso intento de
Haneke por hacer realidad lo invisible. La tarea de este director consiste en trasladar
la carga del personaje, lo psicológico, lo trascendentalmente físico, en una versión
audiovisual congruente a los ojos de Elfriede Jelinek. Es una forma de mirar la
novela, centrarse en la microacción, escudada en la magistral actuación de Isabelle
Huppert. Cada gesto suyo es una ola creciente, algo en aumento.

El riesgo de elaborar un texto fílmico basado en otro centrado en acciones,


permite retomar el fenómeno de la adaptación desde su esencia misma. Esta voz,
filtrada de una conciencia, en clara voz autoral, resulta un compendio de
pensamientos y reflexiones. No abundan las acciones en la obra literaria. Abundan
las sentencias agudas ligadas a las acciones. Por cada acción no corresponde una
reacción, sino una reflexión, una crítica.

El director aborda la obra haciendo sus concesiones. La relación madre hija


deja lugar a la relación de Erika con su alumno, Klemmer. Los recuerdos de la joven
resultan esclarecedores en la novela, pero en el film resultarían una justificación
psicológica poco sutil para el estilo del autor, quien recurre a un ascetismo visual que
no busca, ni necesita, de mayores explicaciones.

Dentro del modelo narrativo del film, el conflicto es la esencia misma de su


personaje. El personaje hace su propia trama, como en todo buen drama; pero, en
este caso, la relación del personaje con el conflicto ofrece una característica
interesante: el conflicto al comienzo nos parece estático, lento, sin mayores
modificaciones. Al llegar a la mitad del film, se muestra creciente, conforme a la
evolución y transiciones de su personaje central, Erika. Así, el final se tornará
inevitable.

Indudablemente, habrá quienes reconozcan las marcas de Jelinek en el texto


literario, y quienes aborden las del director en el filme. Pero es certero decir que son
dos obras diferentes de un mismo universo. Una novela y un film, como perfiles,
reflejos de diferentes efectos y colores. Dos retratos para Erika Kohut.

Fernando Andrés Saad

saadfernando@yahoo.com.ar

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