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Cuando los que pegan son los propios hijos


La Fiscalía General y los expertos alertan del preocupante aumento de las
agresiones a padres - Las madres son casi siempre las víctimas - Está en cuestión
una educación excesivamente liberal
KARIM ASRY 18/08/2010

"Es muy duro dar el paso de denunciar a tu hija. Cuando es reincidente más aún. Si hubiera sido la primera vez,
pues perdonas. Y la segunda, también. Pero en mi caso era ya la tercera, y ya dije que no aguantaba más [...].
Mi integridad física peligraba, la próxima vez mi hija me mataba en un momento de euforia".

"Es muy duro dar el paso de denunciar a tu hija. Cuando es reincidente más aún. Si hubiera sido la primera vez,
pues perdonas. Y la segunda, también. Pero en mi caso era ya la tercera, y ya dije que no aguantaba más [...].
Mi integridad física peligraba, la próxima vez mi hija me mataba en un momento de euforia". María, madre de
45 años, casada desde hace 24, cuenta ante el terapeuta lo que durante años la familia cargó en silencio a sus
espaldas.

Su hija, Belén, de 17 años -nombre ficticio, al igual que el de los demás casos reales incluidos en este artículo-
se encuentra en un centro de protección de menores después de haber agredido a su progenitora. Un día se
levantó y dijo que no quería estudiar más. Su madre le recordó que ella y su padre se levantaban todos los días a
las siete de la mañana para pagarle los estudios. "Se puso como una histérica [...]. Mordiscos, puñetazos, de todo.
Ahí dije que ya no aguantaba más", rememora María.

El fenómeno es minoritario, pero muy serio, preocupante, según alertó a finales de julio la Fiscalía General del
Estado porque el número de casos aumenta a velocidad de vértigo: padres que ponen un pestillo en la puerta de la
habitación porque temen que su hijo cumpla las amenazas que va soltando de día -"Cada vez que salía algo de
malos tratos en la tele me decía: 'Tú vas a acabar así", cuenta otra madre-; un joven de 17 años que le parte la
nariz a su mamá con la hebilla del cinturón "porque la muy zorra no lavó la camisa verde". Los expertos hablan
de una patología social propia de la época contemporánea, que afecta a familias de todas las clases sociales. Los
padres, desbordados, se muestran reticentes a pedir ayuda por miedo al estigma que supone el sentir que uno
fracasó educando a sus hijos.

Casi inexistentes en la década de los noventa, los casos empezaron a aumentar a un ritmo preocupante a partir
del año 2000. Durante 2008, las Fiscalías de Menores abrieron más de 4.200 expedientes por agresiones de hijos
a padres, frente a los 2.683 del año anterior. En todo caso, esto apenas supone la punta del iceberg. Los casos
denunciados se incrementan a un ritmo de unas mil por año, según Javier Urra, primer Defensor del Menor de la
Comunidad de Madrid, doctor en Psicología y autor de varios libros sobre la materia.

Hay quienes consideran que el problema esencialmente es la educación demasiado permisiva y sin límites que
recibieron estos pequeños tiranos. Otras voces hablan del síndrome del emperador. Creen que hay niños que
nacen con una cierta predisposición genética a comportarse así y piden que no se haga tanto énfasis en la culpa
de los padres para que el peso del estigma no les impida pedir ayuda antes de que sea tarde. "Estamos cometiendo
el mismo error que en la violencia de género", alerta Vicente Garrido, profesor de Pedagogía y Criminología de
la Universidad de Valencia.

El pequeño tirano busca ante todo revertir el orden jerárquico de la familia, quiere tomar el control de la casa
recurriendo a todo tipo de violencia psicológica y física, sin importarle el dolor que pueda infligir a sus seres
cercanos. Va avanzando paso a paso, tanteando y chantajeando a unos padres que dan a torcer su muñeca una y

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otra vez hasta que pierden todo tipo de autoridad.

"Acababa cediendo siempre, haciendo todo lo que ella quería para no provocarla. Si ella te decía esto, tú cedías
para que no se enfadase, volvías a hacerlo para que no chillara, para que no te amenazara con que se iba de
casa", cuenta María. "Me metía en la cama a veces con miedo. A mí me anulaba, pero a mi marido, no le dejaba
comer en la cocina con ella. 'Yo con este cerdo no quiero cenar, que se quite de enmedio', nos decía. Se
convirtió en la reina y señora de la casa y nosotros en sus sumisos esclavos", rememora en las sesiones entre
lágrimas.

El fenómeno es relativamente nuevo y no hay unanimidad entre los expertos. Quienes lo han estudiado de cerca
insisten en separar este nuevo perfil de violencia de casos como el del hijo toxicómano que recurre a la fuerza
para conseguir dinero, o de jóvenes que tienen alguna enfermedad mental que propicia ataques violentos.
Tampoco suele ser una respuesta a unos padres excesivamente autoritarios ni tiene por qué darse en familias
desestructuradas, aunque, en Vizcaya, el servicio de Mujer y Familia, que atendió 25 casos durante 2009,
siempre ha detectado algún problema en la pareja -en el 36% de los casos, había antecedentes de violencia
machista-.

Una educación liberal demasiado permisiva, en la que los roles y la jerarquía se han borrado, es el lugar ideal
para que emerjan este tipo de comportamientos. Roberto Pereira y Lorena Bertino, de la Escuela Vasco-Navarra
de Terapia Familiar, apuntan a que suele ocurrir en familias donde la relación entre padres e hijos está en pie de
igualdad, donde las normas no se imponen sino que se negocian; en casos de padres sobreprotectores, que afirman
querer a sus hijos "hagan lo que hagan"; en familias con progenitores insatisfechos con sus roles, que sienten que
sus vidas están vacías o que no querían tener hijos. Otros casos se dan en parejas con una relación muy
conflictiva, en la que recurren al hijo como arma arrojadiza, descalificándose mutuamente y creando un código
que el hijo percibe como arbitrario. También destacan el perfil de padres que, por algún motivo, mantienen una
relación excesivamente próxima, o fusional, con uno de sus hijos -suele darse más en familias monoparentales- y
el de familias de inmigrantes reagrupadas después de un largo periodo de separación.

Los especialistas también coinciden en otras dos cuestiones: la madre es en la abrumadora mayoría de los casos
la víctima; y el problema se está feminizando, a la vista del aumento de casos de hijas agresoras.

"Para mí, el mayor error que he cometido fue intentar ser su amiga en vez de su madre", prosigue María en su
sesión de terapia. "Queremos ser tan amigos de los hijos y darles tanto. Ese ha sido otro error mío, darle todo lo
que yo no he podido tener, porque vengo de una familia humilde".

Javier Urra, considera que el fenómeno es propio de una sociedad "de nuevos ricos", impensable en ámbitos más
tradicionales donde estas conductas son duramente sancionadas por la comunidad. "No se da el caso de un niño
gitano que pegue a su madre, o el de un chaval de un pueblo perdido de Castilla, donde los padres son
labradores". Simplemente porque al día siguiente les caería una tremenda reprimenda, argumenta. "España salió
de una dictadura y acogió con mucho gusto el prohibido prohibir del Mayo del 68. La natalidad bajó hasta el punto
que el hijo se convirtió en un tesoro al que hay que educar entre algodones", añade. "Estos niños son los que,
cuando tienen dos años, les pides que ayuden a recoger y no lo hacen. Son los mismos que con seis o siete años
acaban enfrentándose con el profesor y el padre se pone de su lado. El pequeño dictador se hace. Hay padres que
creen que decir que no a su hijo les crearía un trauma. Eso es un grave error: lo que neurotiza es no tener
límites. Los niños tienen que aprender lo que es la frustración".

Vicente Garrido, por su parte, cree que se pone demasiado énfasis en lo mal que lo hacen los padres. "Podrían
haberlo hecho mejor, es cierto, pero ¿vamos a criticar a la madre que está sola en casa para atender a sus dos
hijos por no ser una pedagoga excelente?", pregunta. Garrido sostiene a contracorriente que hay una
predisposición de algunos jóvenes a comportarse como si el mundo solo existiera para su uso y disfrute, que se
caracterizan por una falta de amor hacia sus padres -o que los quiere de un modo demasiado egocéntrico-. "Los
problemas suelen ser muy visibles en la preadolescencia, en el cambio de Primaria a Secundaria de la mano del

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desarrollo psicológico y hormonal", explica. Su mundo empieza a girar cada vez menos en torno a la familia y
cobra mayor importancia la vida fuera del hogar. "Estos niños aprenden rápido que las conductas violentas les
permiten conseguir cosas que les importan mucho, como la hora de llegada, el no hacer tareas en casa o dinero.
Algunos de estos niños muestran incluso antes de esos años conductas de desapego afectivo, falta de aprendizaje
de la experiencia y comportamiento violento o incluso cruel", añade. "La importancia de la predisposición se ve
en el hecho de que muchos de estos padres tienen familias con dos o más hermanos, y solo uno de ellos
generalmente es el que presenta el problema", argumenta.

Llegados al punto de no retorno, los padres ya no pueden exigirle nada al hijo sin que este monte en cólera.
Gorka, de 18 años, reconoce ante el terapeuta que intentó ahorcar a su madre con un cable porque estaba "harto"
de recibir órdenes.

- ¿Cuándo tuviste esos episodios contra tu madre, tú te dabas cuenta de que te ibas a disparar?

- Sí.

- ¿Qué notabas?

- Nada, que me agobia. Intento ir para un lado y no me deja; intento irme a mi habitación, cerrar mi puerta y
meterme en mi mundo con mi música [y mis porros] y se mete en mi habitación. Abre la puerta y empieza a
gritar y a rayarme. Me siento agobiado. ¿Qué quieres que haga? Pues me cabreo. Intento relajarme yo, solo en
mi habitación, y me viene a agobiar más, porque [mi madre] sigue con su cháchara, ¿sabes? Igual ha pasado algo
y me sigue diciendo movidas, de lo que ha pasado, que nos hemos enfadado o algo.

- ¿Y por qué suelen ser esas discusiones?

- Por tonterías.

- ¿Cosas del orden, de la limpieza?

- Sí, del orden, todo por tonterías, o porque no quiero ir a clase.

- Eso es muy serio.

- Sí, pero ya soy mayor para saber lo que quiero hacer y lo que no quiero hacer. Si no voy a clase, pues bueno, es
mi problema, ya está.

"La madre perdió la autoridad. Era una mujer extranjera, separada. Y el padre no paraba de descalificarla ante
el joven. Y ella, al estar sola, colmaba sus necesidades afectivas con su hijo", rememora la terapeuta que les
trató. Ocho meses después del tratamiento, la cosa había mejorado bastante. "Aunque nunca está asegurado que
no haya recaídas, a veces solo baja la frecuencia de las discusiones. Trabajamos con ellos en que aprendan a
autoregularse, en romper el secreto y el aislamiento con el resto del mundo. Se dio la circunstancia de que madre
e hijo encontraron pareja al mismo tiempo. Esto facilitó las cosas".

El mismo Gorka reconocía que solo era violento en el ámbito familiar: "Yo no me pego con nadie nunca, ni en la
calle ni de fiesta. Si yo soy muy tranquilo, hasta que me tocan las pelotas. Cuando me alteran me vuelvo loco".

- ¿Y solamente tu madre y tu hermano te alteran, los que conviven contigo?

- Hombre pues es con los que normalmente paso el tiempo.

- Pero en el colegio también se pasan muchas horas, y con los amigos, ahora estarás mucho con los amigos
también.

- Sí, pero que no me alteran. Porque si discutimos no me siguen comiendo la oreja ¿sabes?

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Los especialistas resaltan que educar supone constancia y perseverancia, que no hay atajos fáciles. "También
supone que los padres sean adultos y hay algunos que no lo son. Hay que formarse para ser padre, no se puede
esperar que la respuesta venga de Papá Estado o de Supernanny", añade Urra.

Garrido, por su parte, incide en que tendrían que fortalecer el desarrollo moral de sus hijos, ser más vigilantes en
la elección de las normas, encontrar los incentivos que permitan que el joven responda a los límites. La denuncia,
añade es necesaria cuando los padres no tienen capacidad para reencauzarle. "Las familias no deben guardar esto
en secreto. Para ello, los profesionales y los poderes públicos deberían cambiar de actitud y entender la
desgracia que padecen, y no aumentarla estigmatizándoles. Y los servicios de orientación en las escuelas y los
servicios sociales deberían prestar atención para intervenir lo antes posible. La justicia juvenil debe ser la última
medida".

Privilegiar un enfoque educativo


El 23 de julio pasado, el fiscal general del Estado, Cándido Conde Pumpido, estampó su firma en una
circular dirigida a todos los ministerios públicos de España con instrucciones sobre cómo actuar ante las
denuncias por hijos que maltratan a padres. En ella pide que se diferencien claramente los casos en los que
los padres denuncian hechos delictivos -en general, agresiones a sus familiares- de los casos en que los
padres acuden a las instituciones en busca de una autoridad que ya perdieron en casa para instarles a ir al
colegio o cumplir los horarios.

Indica para estos casos que los fiscales provinciales y superiores deben disponer de toda la información
necesaria sobre programas preventivos, que varias comunidades autónomas ya están desarrollando, para
lidiar con la agresividad de estos adolescentes. La fiscalía defiende que primen las medidas educativas que
no implican recluir a los jóvenes. La libertad vigilada puede ser una opción aconsejable si existe riesgo de
más agresiones, si va acompañada de algún tipo de terapia familiar, por ejemplo. En caso de dictarse una
medida de alejamiento, el ministerio público defiende que se intente primero dejar al menor en manos de
otros familiares antes de enviarle a un recurso público.

En Vizcaya, por ejemplo, la Diputación ha creado un centro específico para estos casos, así como un
programa preventivo para jóvenes de entre 10 y 18 años. "Hay casos de 11 años, pero la mayoría tiene entre
16 y 18", explica Lola Menchaca, responsable de Mujer y Familia en la Diputación. Ahora, quiere ampliar el
seguimiento hasta los 21 años. Eso, si el presupuesto les deja.

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¿Qué hijos estamos criando?

Hay que llamarlos varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela. Se levantan irritados, pues se
acuestan muy tarde hablando por teléfono, viendo tele o conectados a la internet.No se ocupan de que
su ropa esté limpia y mucho menos ponen un dedo en nada que tenga que ver con ‘arreglar algo en el
hogar’. Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles ‘defectos’ a sus padres, a los cuales acusan a diario
de que ‘están pasaos’. No hay quien les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues
consideran que ya lo saben todo.Hay que darles su ‘semanal’ o mesada de la que se quejan a diario
porque ‘eso no me alcanza’.Si son Universitarios, siempre inventan unos paseos de fin de semana que
lo menos que uno sospecha es que regresarán con un embarazo o habiendo fumado un pito de
marihuana.Definitivamente estamos rendidos y la tasa de retorno se aleja cada vez más, pues aún el día
en que consiguen un trabajo hay que seguir manteniéndoles.Me refiero a un segmento cada vez mayor
de los chicos de capas medias urbanas que bien pudieran estar entre los 16 y los 24 años y que para
aquellos padres que tienen de dos a cuatro hijos, constituyen un verdadero dolor de cabeza.
¿En qué estamos fallando?Para los nacidos en los cuarenta y cincuenta, el orgullo reiterado es que se
levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo; que tenían que limpiar la casa; que
lustraban sus zapatos; algunos fueron limpiabotas y repartidores de diarios; otros llevábamos al taller
de costura la ropa que elaboraba nuestra madre o teníamos un pequeño salario en la iglesia en donde
ayudábamos a oficiar la misa cada madrugada.Lo que le pasó a nuestra generacion es que elaboramos
un discurso que no dio resultado:

‘¡Yo no quiero que mi hijo pase los trabajos que yo pasé!’.Usted por que tiene lo que tiene…. Por que
le costó esfuerzo… sacrificios, y así es que se aprende a valorar los esfuerzos de los padres y no
acostumbrar a nuestros hijos a recibir todo por obligación.

Nunca conocieron la escasez, se criaron desperdiciando, a los 10 años ya habían ido a Disney World
dos veces, cuando nosotros a los 20 no sabíamos lo que era tener un pasaporte. El ‘dame’ y el
‘cómprame’ siempre fue generosamente complacido y ellos se convirtieron en habitantes de una
pensión con todo incluido, (TV, Dvd, Equipo de sonido, Internet y comer en la cama, Recogerle el
reguero que dejan por que siempre se les hace tarde para salir…) y luego pretendemos que fuera un
hogar o exigir o preguntarnos, por que nuestros hijos, se aíslan, no comparten con nosotros, cualquier
cosa es mejor que sus padres o una actividad familiar. Quien les suministro todo eso a nuestros
hijos……NOSOTROS MISMOS, SOLITOS Y SABIENDO QUE NO ESTABA BIEN. Al final se
marchan al exterior a la conquista de una pareja y vuelven al hogar divorciados o porque la cosa ‘se les
aprieta’ en su nueva vida. Los que tienen hijos pequeños, pónganlos los domingos a lavar los carros y a
limpiar sus zapatos a ganarse las cosas. Un pago simbólico por eso puede generar una relación en sus
mentes entre trabajo y bienestar. Las hijas mujeres deben desde temprano aprender a manejar el hogar
para que entiendan la economía doméstica en tiempos que podrían ser mas difíciles, y porque ellas
tienen una conciencia mas amplia del orden y la prosperidad del hogar. La musica metálica, los
conciertos, la tele, la moda y toda la electrónica de la comunicación han creado un marco de referencia
muy diferente al que nos tocó, y ellos se aprovechan de nuestra supuesta desinformación para salirse
con la suya. Estamos forzados a revisar los resultados, si fuimos muy permisivos o si sencillamente
hemos trabajado tanto, que el cuidado de nuestros hijos queda en manos de las domésticas y en un
medio ambiente cada vez mas deformante y supuestamente por nuestro cargo de conciencia de no tener
mucho tiempo con ellos, subsanarlo con cosas materiales.. Ojala que este mensaje llegue a los que
tienen ‘muchachos chiquitos’, pues ya los abuelos pagaron la transición…

NUNCA ES TARDE PARA CAMBIAR Y RECUERDEN ES MEJOR TARDE QUE NUNCA,


NUESTROS HIJOS ALGUN DIA LO VAN A AGRADECER.

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