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BIOGRAFÍA DE TUTANKAMÓN,

MISTERIO EN VIDA Y MUERTE

Tutankamón

Uno de los faraones más famosos de todos los tiempos es sin


duda Tutankamón. Su reinado duró poco tiempo debido a su temprana muerte,
pero el misterio y las leyendas le rodean debido a su famosa maldición. No se
sabe mucho acerca de su vida, además de que su reinado fue bastante corto.
Tut-anj-Atón, como se llamaba antes de cambiarse el nombre, fue un faraón de
Egipto perteneciente a la XVIII Dinastía. Nació en el año 1341 (aprox) antes de
Cristo, y no se sabe a ciencia cierta quiénes fueron sus padres. La teoría más
aceptada es que su padre fue Ajenatón pero se desconoce la identidad de la
madre, aunque algunos arqueólogos piensan que se trata de una de las esposas
menores de éste, Kiya. También se cree que podría haber sido fruto de la unión
entre Amenhotep III y su hija, la princesa Sitamón.

Al morir el faraón egipcio Akenatón y no haber dejado hijos varones, le


sucedieron en el trono sus yernos Semenkera y Tutankatón. Este último tenía
apenas 12 años cuando accedió al trono en el año 1332 antes de Cristo.
Contrajo matrimonio con una de sus hermanas, Anjesenpaatón, que cambió su
nombre por el de Ankesenamón, hija de su padre Ajenatón y de Nefertiti.

Detalle de Tutankamón con su esposa


Llevaba tres años en el poder cuando decidió restablecer el culto tradicional y
suprimir el impuesto por el ‘faraón hereje’. Así, les devolvió el poder a los
sacerdotes del dios Amón, culto que había sido dejado a un lado en el reinado
anterior. Además, reparó los daños y reconstruyó los templos que se habían
visto afectados tras el reinado de Akenatón.
Otra de sus medidas fue la de trasladar la capital. Decidió abandonar la ciudad
de Amarna, ciudad creada por Akenatón, y se estableció en Tebas. Fue entonces
cuando cambió su nombre a Tutankamón. También volvió a la forma
tradicional de gobernar Egipto, devolviéndoles el poder a los sacerdotes y a los
generales.
Falleció a los 18 años siendo sustituido en el trono por un alto funcionario, Ay,
que se casó con su viuda. Según las antiguas costumbres, fue enterrado junto con
sus más preciados tesoros y gran cantidad de comida para su paso a la otra vida.

Howard Carter junto al sarcófago de Tutankamón


Su tumba fue descubierta en 1922 por Howard Carter en una investigación
financiada por Lord Carnarvon en el denominado Valle de los Reyes. Todos sus
enseres estaban intactos, lo que demostraba que no había sido saqueada. La
leyenda sobre su maldición viene del hecho de que muchas de las personas que
entraron en la tumba cuando fue descubierta murieron poco tiempo después.
No se saben con certeza las verdaderas causas de su muerte. Se cree que murió
a causa de un motín en palacio, pero también pudo ser por una herida infectada
o por una enfermedad, como la malaria. Su momia fue maltratada después del
descubrimiento de su tumba, lo que dificultó las investigaciones, aunque ahora
conocemos su rostro.

Rostro de Tutankamón
La principal prueba que se tenía era un golpe en la cabeza, lo que dio pie a las
teorías de que el faraón había sido asesinado. El principal sospechoso era uno de
sus consejeros, Ay, quien subió al trono después de su muerte. También se
sospechó de Horemheb, un general que tenía todas las papeletas para ocupar su
lugar tras su muerte y quien consiguió reinar tras la muerte de Ay. Sin embargo,
se ha probado que el golpe de la cabeza fue hecho después de muerto, lo que
desmonta esta teoría.
Cuando el marketing puede más que la Historia.
Tutankamón es tomado por la mayoría de las personas, como el más grande
faraón egipcio de todos los tiempos, algo muy alejado de la realidad. Lo que
sucede en el caso de este faraón es la gran exposición que tuvo, como también ha
tenido peso el hecho que su tumba ha sido encontrada junto a una enorme
cantidad de tesoros y que se han realizado infinidad de exposiciones alrededor de
su nombre.
Tumba de Tutankamón

Las paredes de la cámara sepulcral eran las únicas que estaban decoradas
con pinturas referentes al ritual funerario y al entierro del monarca. La
antecámara contenía multitud de estatuas de animales que flanqueaban
tres lechos de madera dorada: dos vacas que representan a Meheturet,
diosa egipcia de la fecundidad, dos efigies de la leona Mehet y una figura
de Anmut con cuerpo de guepardo y cabeza de hipopótamo. A ambos lados
de la puerta de la cámara funeraria, como si fuesen centinelas, aparecían
sendas estatuas de madera que representan en realidad al mismo faraón.
Había además arcas pintadas con incrustaciones, vasos de alabastro y otros
objetos.

De hecho, tanto la antecámara como la cámara del tesoro y el anexo se


hallaban repletos de los innumerables y valiosísimos enseres que
componían el ajuar funerario del faraón, dispuestos en un desorden y
abigarramiento semejantes al de un trastero; tal revuelo y el hecho de que
los sellos de la entrada estuviesen rotos ha llevado a suponer que la tumba
sobrevivió a por lo menos un intento frustrado de saqueo.

Uno de los muebles más preciosos era el trono, recubierto de oro y piedras
preciosas, con patas de león y serpientes aladas sobre los brazos. Otra
pieza excepcional la constituye, entre los muebles, un arca de madera
estucada; su superficie está adornada con escenas del faraón en lucha
contra el caos, contra los enemigos y contra los animales de la estepa. De
gran calidad artística son también los carros, arreos de caballos y bastones
de mando. Un armario guardaba dos de estos últimos, uno en oro y otro en
plata, primorosamente cincelados.

Trono de Tutankamón

La cámara sepulcral estaba toda ella ocupada por un gigantesco armario o


capilla de madera recubierta de oro, que se introdujo desmontada y que
contenía otras tres encajadas en su interior, también de madera y oro. En
el espacio comprendido entre las paredes y la capilla se encontraban los
remos que servían para navegar por el más allá y otros objetos. Delante de
las puertas de las capillas se depositó un vaso de perfume de alabastro, con
aplicaciones de oro y marfil.

Dentro de la última capilla se hallaba un gran ataúd de cuarcita con tapa de


granito rojo, que contenía también en su interior otros tres sarcófagos
encajados. El último de ellos, de oro macizo, conservaba el cadáver
momificado del faraón, con el rostro cubierto con un máscara de oro con
incrustaciones de cornalina, lapislázuli, turquesas y otras piedras preciosas;
por lo general, se piensa que tal máscara constituye un retrato idealizado
del difunto. En los vendajes de la momia se habían depositado numerosas
joyas y amuletos.

Todos los tesoros encontrados en la tumba se encuentran en la actualidad


en el Museo de El Cairo, y su contemplación requiere varias horas al
visitante, incluso para un examen superficial; considerando la escasa
importancia histórica del breve reinado de Tutankamón y su prematura
muerte, produce vértigo imaginar lo que se habría hallado en las tumbas de
los grandes faraones de no haber caído en manos de los saqueadores.

La maldición de Tutankamón
Con todo, el descubrimiento de la tumba de Tutankamón fue uno de los
grandes hitos de la historia de la arqueología, y sin duda el más mediático.
La amplia resonancia y el interés que despertó en todo el mundo se
prolongó artificialmente atribuyendo la muerte del mecenas de la
expedición, lord Carnarvon, a «la maldición de Tutankamón», una
afortunada invención periodística que pasaría a la literatura de terror y, a
partir de La Momia (1932), protagonizada por Boris Karloff, al cine de serie B.
Howard Carter examina el sarcófago de Tutankamón

Es cierto que a la muerte de lord Carnarvon siguió la de otras personas


vinculadas directamente o indirectamente con el hallazgo; hacia 1930, la
prensa sensacionalista computaba ya veintitrés víctimas de la maldición.
Sin embargo, la relación de muchas de ellas con las excavaciones era
tangencial o nula, y la causa de su fallecimiento era casi siempre tan
corriente como la del propio lord Carnarvon, que había fallecido en abril de
1923 por la infección de una picadura de mosquito. Creado ya un misterio
donde no lo había, se buscaron también explicaciones científicas del mismo,
y se atribuyeron las defunciones a esporas de hongos u otros tóxicos
contenidos en el aire enrarecido de la tumba, obviando el hecho de que
Carter y casi medio centenar de personas que participaron directamente en
los trabajos seguían vivos.

Resulta irónico que esta morbosa fabulación, alimentada durante años, se


originase precisamente en un descubrimiento egiptológico. A diferencia de
las necrópolis de otras civilizaciones, en que se emplearon como estrategia
disuasoria, las tumbas egipcias carecen de inscripciones destinadas
específicamente a execrar a los sacrílegos. Por lo demás, casi cinco mil
años de expolios y profanaciones (no sólo de aventureros y arqueólogos
occidentales: los súbditos de todo recién enterrado faraón fueron siempre
los primeros en intentarlo) no han dejado noticia alguna de venganzas de
ultratumba anteriores a la de Tutankamón.

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