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Fresquísimo diálogo entre el Duque de Rivas (Ángel Saavedra (Córdoba, 10 de marzo de 1791 – Madrid, 22 de junio de 1865),

el famoso dramaturgo romántico español) y don Antonio Alcalá Galiano (escritor contemporáneo). Dos autores muy serios,
en cualquier caso, que se entretuvieron en esta conversación rimada (si es que no es atribuida) que a más de uno os hará
esbozar una sonrisa, la cual podrá tornarse en carcajada (externa o interna) dependiendo ya del talante, naturaleza o humor
de cada cual.

DUQUE: ¿Habré yo anoche pecado, que apagada ya la luz y después de hecha la cruz, en esta cama acostado, llevé medio
adormilado la mano hacia las pudicias, y empecé a hacerles caricias, y cosquillas sin cesar, viniendo el juego a parar en
llenarme de inmundicias?

ALCALÁ GALIANO: Don Ángel, si la intención fue impura y pecaminosa, hizo usted muy mala cosa cediendo a la tentación;
pero si por distracción o tener la mano fría fue usted, sin saber qué hacía, a calentarla frotando, no fue pecado nefando...
sino mera porquería.

DUQUE: Si por estar yo de prisa. y sin intención dañada, delante de esta criada me quitara la camisa, y ella lo viese con risa
y delectación morosa; y se enredara la cosa, interviniendo el Demonio... Dígame usted, don Antonio, ¿fuera acción
pecaminosa?

ALCALÁ GALIANO: El ofender el pudor aun siendo en parva materia, es una cosa muy seria, que enoja mucho al Señor; y si
el virginal pudor, pudo en ello padecer, y de ahí vino a suceder más grave y carnal pecado, es usted quien lo ha causado, y
debe satisfacer.

DUQUE: Si un timorato varón, viendo imposibilitada a su mujer por preñada, o bien por la menstruación, cayese en la
tentación de dar, por mera flaqueza, suelta a la naturaleza por vaso no competente, ¿usted, don Antonio, siente que
cometerá impureza?

ALCALÁ GALIANO: Es tal la fragilidad de la humana condición, y tan estrecho el rincón, que ofende a la castidad, y es tal la
proximidad, del uno y otro orificio, que más que exceso de vicio, fuera, a mi corto entender, salvo mejor parecer, un absurdo
desperdicio.

DUQUE: Yo me voy luego a embarcar, en invierno, don Antonio, y me temo que el Demonio, a bordo me ha de tentar: porque
todo un mes pasar en medio del Occeano comiendo bien, lucio y sano, y sin encontrar mujer al cabo, ¿qué me he de hacer,
sino apelar a la mano?

ALCALÁ GALIANO: Si hay acaso una ocasión en que el pecador recuerde y de su alma y Dios acuerde, es en la navegación:
prueba tal depravación, don Ángel, su pensamiento, y está usted, según yo siento, tan de veras condenado, que bien puede,
sin cuidado, hacerse una paja o ciento.

ALCALÁ GALIANO: Don Ángel, si yo tuviera una lujuria extremada, tal que, hasta verla saciada ni pensara, ni durmiera, y en
mi ceguedad creyera, que era usted la niña mía, y con loca valentía, nabo en ristre a usted montara y en el culo se lo
entrara ¿fuera acaso Sodomía?

DUQUE: Sí, don Antonio, no dudo que fuera gran Sodomía; pero yo lo evitaría que soy por demás forzudo; pero si en lance
tan rudo fuera mía la maldad de tan loca ceguedad y yo quien a usted jodiera, ya Sodomía no fuera, que fuera bestialidad.

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