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Concepción del hombre en

Egipto I

Tutankamón, faraón perteneciente a la dinastía XVIII de Egipto, que reinó de 1336/5 a 1327/5 a. C

La pregunta central que el ser humano siempre ha formulado está vinculada a su propio misterio. ¿Quién soy?
¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?, lo que significa, en definitiva, qué es el Ser Humano. Cuando los sofistas
griegos decían que “el Hombre es la medida de todas las cosas” decían una verdad a medias, una verdad “para
el ser humano”, que es quien hace la pregunta.

Todos los filósofos de todas las épocas han querido encontrar en el ser humano una cualidad, un rasgo
definitivo que le identifique como tal: el pensamiento, la razón, la contrariedad en que vive sumergido, la
conciencia de eternidad, su identificación con el Misterio que llamó Dios, el lenguaje, su libertad de elegir, su
discernimiento, sus risas y lágrimas, su voluntad de Ser, su imaginación, el dominio del fuego, su capacidad
de hacer Historia, su creatividad artística, etc. Cada uno de estos filósofos eligió uno de esos rasgos
característicos y lo creyó determinante, considerando todos los demás como satélites del mismo.

La perspectiva de las antiguas civilizaciones, de raíces iniciáticas, fu bastante distinta al respecto. Ellos no
especulan sobre la Naturaleza del Hombre, exponen lo que sobre ella conocen a través de símbolos: símbolos
geométricos como la cruz, símbolos naturales como el fuego, enigmas, como la conocida pregunta de la
esfinge. la ventaja que ofrecen los símbolos es que presentan el conocimiento de forma sintética, no
discursiva. Hablan a la Intuición y cada uno de los que ante ellos está obtiene un mensaje más o menos
profundo. Su enseñanza se fija en la memoria (es sabido que la memoria no puede trabajar sin imágenes), vive
en l a Imaginación con vida propia y se convierte desde su propio mundo en semilla de futuros conocimientos,
de futuros hallazgos. Si el hombre es de hecho un símbolo, ¿cómo vamos a explicarle si no es a través de
símbolos?

H.P.Blavatsky (1831-1991) nos habla de la diferencia entre los Misterios Mayores y Menores, explicando que
en los Menores el Discípulo percibe la Realidad a través de un “velo”. Ve la Verdad como sombras más o
menos difusas a través de ese mismo velo. Y este velo es el hombre como símbolo. En los Misterios Menores
el Hombre es la medida de todas las cosas. En los Misterios Mayores nos encontramos con los “epoptai” los
videntes, los que contemplan la realidad en sí misma, los que enfrentan la verdad desnuda, sin velos.

Los egipcios expresaron en símbolos sus conocimientos sobre la Realidad. Siguiendo las claves de los
Misterios, patrimonio común de los Iniciados de todas las épocas, un mismo símbolo puede ser usado para
referirse, por ejemplo, a una verdad metafísica, teogónica, astronómica, matemática, moral, espiritual o
fisiológica. Siete, o mejor, cuarenta y nueve son las puertas para acceder a lo Real, los velos que encubren y a
la vez difunden su inefable esplendor. En este estudio vamos a referirnos a distintos símbolos con que ellos
apresaron el Misterio del Hombre, entendiendo que estos símbolos, utilizados en otras claves, nos aportan
otros significados.

Diversos filósofos, como el inolvidable Nilakantha Sri Ram (1889-1973) afirman que el Ser Humano es un
cruce, una intersección de distintas líneas evolutivas. Su unidad devendría del impacto de distintos seres de
naturalezas diversas representadas en las líneas. Es decir, que forma parte, simultáneamente, de distintas
naturalezas, que está hecho de lo uno y de lo otro, como diría Platón en el Timeo, sin que pueda prescindir de
nada, mientras sea Ser Humano.

Pero también se afirma –este filósofo mencionado, Sri Ram, así lo hace- que el ser humano es un Logos, un
punto que irradia su propia realidad, como una estrella que irradia su luz en un espacio sin límites, una
individualidad permanente, una realidad que es principio, medio y fin, y que, por lo tanto, es independiente
por completo de los vehículos que utiliza para expresarse.

Es posible que estas dos afirmaciones sean verdaderas, al mismo tiempo, por paradójico que esto pueda
resultar para nuestra razón.

Se dice que existen dos caminos para acceder a este Misterio del Ser Humano; uno está relacionado con el Ser
Humano como punto central, como luz emanada directamente del Espíritu. El acceso es vertical, y está
representado geométricamente como una pirámide con el ascenso vertical e ininterrumpido desde el centro de
la base al vértice de la misma. En este ascenso, iniciático, el Ser Humano se identifica con el Dios que en él
mora y prescinde de toda relación o identificación con su entorno. Vuelve incesantemente sobre el Fuego
Espiritual que en él alienta hasta que la Personalidad es consumida y el ser humano deviene el Dios que era.
Es la conquista ultérrima de sí mismo.

El otro camino es el que está representado por el ascenso a través de las caras de la pirámide. La búsqueda de
lo Uno a través de sus proyecciones en los arquetipos que rigen toda actividad propiamente humana: Ciencia,
Arte, Religión y Sociopolítica. Es en este camino en el que entendemos al ser humano como símbolo. En él,
el ser humano está relacionado con sus semejantes y con la Naturaleza. Su propia actividad es un lenguaje con
el que se relaciona con lo que le rodea. El hombre se conquista a sí mismo conquistando el entorno que lo
aprisiona y limita, se encuentra a sí mismo amando a su prójimo, y se conoce a sí mismo trabajando con su
circunstancia.

Si pensamos, por ejemplo, en una persona que sea a la vez padre, hijo, hermano, amigo, esposo, etc.; vamos a
entender que cada una de estas actividades requiere de él una forma distinta de ser, una actitud, un rol
diferente y en su vida asumirá cada una de estas relaciones con distintas máscaras o roles, y saltará de una a
otra, siendo siempre el mismo. No podemos entender lo que él es en sí mismo, pero si podemos entender o
intuir más bien qué es, si sumamos lo que es como hijo, como padre, como esposo, como ciudadano, y
hallamos la síntesis de todas estas imágenes distintas.

Con el Ser Humano sucede lo mismo: lo podemos entender como lo que es en sí y también como o que es en
relación con lo que le rodea. Si lo entendemos como cruce de distintas líneas, es formando parte
simultáneamente de todas estas líneas.
Esto es lo que pretende este trabajo a través del estudio de símbolos egipcios que se refieren al ser humano.
Cada uno de ellos presenta una faceta de lo que es el ser humano; todos juntos darían una visión completa,
magistral y evidente para la intuición.

EL SER HUMANO COMO NAVE CELESTE


Para el conocimiento egipcio todo está vivo, todo se halla en movimiento, todo navega en las celestiales aguas
formadas por la luz de Nut. Las estrellas son las naves de los Grandes Dioses que bogan en los pliegues del
espacio y el tiempo, representados por las ondulaciones de la serpiente Apap.

El ser humano es también un dios que boga en el Nilo celeste, mientras que su sombra lo hace en las aguas de
la existencia. El ser humano es la nave, es el barquero y es el constructor de la nave. Ante la vida somos un
bloque de madera inerte, abandonado a sus corrientes; si despertamos los poderes latentes y nos modelamos
desde el interior, somos una nave de esa madera que surca esas mismas aguas hasta la fuente de la que todo
mana.

Los egipcios representan frecuentemente la proa y popa de dichas naves floreciendo en un loto. También
suele aparecer un Ojo de Horus en su proa, símbolo aquí de la visión interior que permite al Ser Humano
hallar su rumbo entre las cenagosas aguas y evitar los escollos de la existencia que precipitarían la barca y a
su morador en los espiralados torbellinos de Apap.

En el Libro de la Salida[1] del Alma hacia la Luz del Día (popularmente conocido como Libro de los
Muertos) encontramos: “asimismo (como una nave que eficaz y ligera surca las aguas) es modelado mi
ataúd[2] durante la travesía” (LVIII).
Los nombres de las distintas partes de la barca nos dan velados mensajes sobre lo que es el Ser Humano y
cómo debe trabajar su cuerpo y su psique:

“Alma que se concentra” es el nombre de mi Barca.

“Espanto” es el nombre de mis Remos.

“La que estimula” es el nombre de mi Cala.

“Navega-derecho-delante-de-ti” es el nombre de mi Timón” (LVIII)

Los remos son los que impulsan al Hombre contracorriente. Deben ser “Espanto” para las aguas de la vida.
Debe haber conflicto entre los remos y las aguas. Si las aguas no sintiesen espanto ante los brazos del alma
(que es lo que significan los remos), si estos ceden ante el amoroso abrazo del agua, cómo podría remontar el
Alma dichas aguas hasta llegar hasta su Padre Celeste. El jeroglífico que representa al remo significa también
“voz”, es decir, la fuerza con la que el hombre[3] se objetiva a sí mismo, el poder de creación y
transformación.
La cala es el lugar donde descansa la barca. Llamarla “la que estimula” significa que cuando nuestro cuerpo
descansa o está inmóvil es cuando debemos afianzarnos una y otra vez en las Verdades que alientan en el
Alma y le devuelven el vigor.
En el himno XCIX podemos leer:

“Adivina mi nombre, dice la vela.

La Diosa Nut, éste es tu nombre.”

Es decir, las velas de nuestra Alma, impulsadas por los Vientos de Amón, están tejidas con la luz de Nut, con
la luz de las Estrellas. El Alma es de origen celeste.

“Adivina nuestros Nombres, dicen los remos.

Los-Dedos-de-Horus-primogénito-de-los-Dioses,

éste es vuestro nombre.”

Pues el Hombre, cuando ya se ha forjado a sí mismo, cuando ya posee nave y remos para bogar en las aguas
de la materia, se convierte en un agente al servicio de los Dioses y de la Humanidad, representados por Horus.

El timón es en este simbólico barco, la facultad que tiene el ser humano de enderezar el rumbo.

“Adivina mi Nombre,

dice el marinero que se ocupa de las velas.

El-Proscrito, éste es tu Nombre.”

Proscrito porque esta existencia no es el verdadero reino para el Alma. Proscrito porque el Yo superior está
desterrado de su Reino y ha de volver a él. Nuestra Alma es siempre extranjera y proscrita en este mundo que
no es el suyo.

“Adivina nuestros Nombres,

dicen las deslizantes orillas.

Destructoras-de-la-divinidad-

de-brazos poderosos-en-la-Casa-de-las-Purificaciones,

éste es vuestro Nombre.”


Es una referencia al Karma, en cuyas orillas pétreas son destruidas o purificadas las naves que se apartaron de
su Destino, de la Ley que las regía.

Y en el Himno CXXII podemos leer:

“El Nombre mágico de mi barca es: la cohesión de las

Almas múltiples.

El Nombre de mis remos: Terror que hace erizar los

cabellos.

Aquel-que-vela es el Nombre de mi proa.

Está-mal es el nombre de mi timón.

Navega-todo-derecho es el Nombre de mi popa.”

El Nombre de la Barca se refiere a la necesidad de armonizar y cohesionar las distintas “almas” que en
nosotros viven, los distintos vehículos de la Personalidad. El Nombre del timón se refiere a un enderezar
constante e incesante del rumbo: “Está mal”, “está mal”, “está mal”, son los golpes de timón de nuestra alma
en su ascenso, pues siempre hay algo que corregir, que mejorar, que perfeccionar, que enderezar, que ajustar a
las Divinas Medidas.

Lo importante en este símbolo del Hombre como Nave es no olvidar que el cuerpo, la psique y la mente son
vehículos del Alma, y que deben ser conformados como nave eficaz que bogue en el mar de la existencia:

“Esta Barca, en verdad, fue construida pra el Viaje al Más Allá” (CXXII).

“Hacia el Oriente se dirige mi barca” (C)

EL HOMBRE COMO ESTRELLA


Para los egipcios, el Hombre es, ante todo, hijo de una estrella. Es una estrella misma en los cielos, pero cuya
luz ha sido proyectada sobre el barro del mundo. Donde está la conciencia es el dentro de infinitos caminos,
pero la conciencia superior no se mueve de allí. Es la estrella como centro de todos los caminos relacionada
con las demás estrellas por una malla de luz. Es el Hombre como perfecta Individualidad, como perfecta
Originalidad, centro de irradiación de las fuerzas.

Platón, formado en los templos de Heliópolis, explica en el Cratilo que la etimología de “estrellas” (en
griego) significa “aquello que atrae nuestras miradas” . Esto es algo evidente para todos, pero si pensamos que
la mirada es símbolo de la luz del alma (según H.P.Blavatsky, la luz que proyectan los ojos está relacionada
con la actividad espiritual) entenderemos que “atraer las miradas” significa atraer nuestras almas, y puesto
que somos hijos de una estrella, llevarlas hacia su divino origen. La estrella sería la raíz última del ser
humano, el Hombre ultérrimo, la imagen más pura, más simple y más perfecta con la que podemos
entenderlo. El hombre como estrella es también la imagen del Ser Humano que boga en la eternidad sin
mancha del espacio sin límites.

Las estrellas están vinculadas estrechamente con el concepto egipcio de inmortalidad, puesto que no sólo eran
habitantes del cielo, sino también de la Duat, el reino subterráneo de la muerte a través del cual pasaba el Sol
cada noche.

Representadas como puntos, como pequeños círculos o como estrellas de cinco puntas, las estrellas se hallan
insertadas en el “cielo de lapislazulli”. El armazón de los parasoles ceremoniales tiene también forma de
estrella de cinco puntas, con lo que se reafirma el sentido de que el Hombre es una estrella en el Mundo
inferior, pero que recibe su “aliento espiritual” del Sol, del Logos que rige nuestro Sistema.

Existe un jeroglífico para representar la estrella en el Mundo inferior, y es la estrella de cinco puntas inscrita
en un círculo. En su clave humana, simboliza al hombre como una emanación de una estrella envuelto en su
escudo áurico, el huevo donde su conciencia desarrolla la transmutación.

En el Libro de la Salida del Alma hacia la Luz del Día hallamos las siguientes afirmaciones:

“Que emane luz, oh Dioses, como uno de vosotros” (I)

Es decir, que recupere, aún dentro de la ilusión del mundo, la condición de estrella en los cielos.

“Mi marcha sigue la dirección de la Ordenación de los Mundos (XVII).

Es decir, la dirección de las estrellas en sus perfectas evoluciones.

Quizás no exista un texto, entre los distintos himnos egipcios, que mejor exprese la condición del hombre
como estrella, inmóvil y radiante en el cielo de su conciencia, que éste, también del Libro de la Salida del
Alma hacia la Luz del Día:

“¡Sólo existo!… ¡Solo!… ¡Solo!… Solo recorro las

soledades cósmicas. Una irradiación de luz fluye de todo

mi Ser. Yo soy un Ser circundado de murallas, en medio

de un universo también circundado de murallas.


Yo soy un solitario inmerso en mi Soledad.

Yo soy un ser pleno de savia del Océano celeste.

Mi madre es la Diosa del cielo Nut, ella es quien ha

modelado mi forma. Yo estoy inmóvil. Algunos rayos de

mi ser llegan a nuestros pechos;

pero las formas las oculto en mí.”

Si existe una identificación del Hombre con una estrella determinada, esa es Sirio, llamada Sothis o Sept
(aunque estos mismos nombres en distintas claves pueden designar otras estrellas).

Sothis es representada como una estrella de cinco puntas y Sept por un triángulo isósceles. Su jeroglífico
significa “estar provisto”, es decir, que rige las posesiones del alma, las armas mágicas, las virtudes celestes
en el ser humano. Algunos autores, no sin razón, pienso, lo identifican con el diente del dragón, pes la órbita
aparente de Sirio con respecto a la Tierra es de dientes de sierra, estos son los “dientes del Dragón”.

Los egipcios consideraban a Sirio como la estrella que rige nuestro Sol, y por tanto, dieron una enorme
importancia a la conjunción del Sol, Sirio y la Tierra.

En el himno CLXXIV dice:

“¡Las Jerarquías Celestes me han engendrado!

Fui concebido por la Diosa Sekhmet y traído por ella al

mundo al lado de Sirio, el gran espíritu estelar que

muestra cada día a Ra el camino.”

Es decir, que el Ser Humano, como ser consciente, sería hijo de Sirio (de las Jerarquías Celestes) y de
Sekhmet (la Necesidad). O en otra clave, hijo de su conciencia (Sirio) y de sus obras (Sekhmet).

Y en el himno XXXII podemos leer:

“¡Tú que persistes entre desperdicios y excrementos!

Porto en mi corazón lo que más odias.


Soy Septu, la divinidad que rige al Sol,

obsérvame!”

Si hay alguien que tiene derecho a identificarse con Sirio, son los Reyes de Reyes, el Faraónn y aquellos, los
Iniciados, que realizaron la plena conquista de sí mismos.

Dice el himno CLXXXI:

“Entré por la fuerza en el hermoso Amenti.

Al espíritu estelar de Sirio presentó mi cetro.”

Y es nuestro espíritu más elevado, que mora en el lugar de las causas perpetuas, quien dice:

“Y mi voz se asemeja a la voz de Sothis.

Yo soy una estrella entre

todos los que allí brillan.”

Sin embargo, a pesar de ser el Alma del Hombre una Estrella, en excepcionales casos puede ser aniquilada y
disuelta en la materia primordial, tal y como lo explican los versos:

Yo navego en mi Barca, a medida

que voy hacia la zona maldita

donde las Estrellas han caído,

precipitándose hacia el Abismo.”

(Aunque también podría referirse a los Dioses que según la tradición encarnan entre los hombres, o las almas
celestes que se recubren de carne y sangre entrando en un ciclo de necesidad)

(segunda parte en breve)


José Carlos Fernández

[1] Utilizamos siempre, en este trabajo de investigación, la versión de Ed. Edicomunicación. Traducción A.
Laurent.
[2] El ataúd es donde mora encerrada, sin luz y devorada su carne, el Alma. Pero podemos modelar este ataúd
hasta convertirlo en barca para el Hombre Interno.
[3] Siempre que digamos “hombre”, salvo que se especifique lo contrario o sea evidente por el contexto lo
hacemos sinónimo de ser humano.

Concepción del hombre en


Egipto II

Horus, dios halcón


(primera parte del artículo aquí)

EL HOMBRE COMO HORUS (COMO GUERRERO INTERIOR)


Horus es el Dios que más propiamente representa al hombre interior y a la Humanidad. Combatiente en el
nombre de Osiris, extermina a sus enemigos y lucha contra Seth, su Maestro-Enemigo. Aunque Horus en los
primeros tiempos estuvo asociado en la Ideación universal en la Mente divina (Horus el Mayor), y la misma
Diosa Madre por excelencia era nombrada como “la Casa donde mora Horus”, en clave psicológica es el
símbolo por excelencia del Hombre como guerrero interior. Los textos jeroglíficos y las escenas pintadas en
los templos se refieren incesantemente a la lucha que mantiene contra Seth. Seth es el Dios de las
tempestades, y es también la sequedad del desierto, de la luz devoradora de la vida y de la existencia. En una
clave psicológica Horus es la Conciencia y Seth la Circunstancia árida y dolorosa que rodea a la Conciencia.
Aquellos que Horus debe vencer ara alzarse victorioso sobre sí mismo. Así, Seth es símbolo de la
Personalidad y sus fuerzas animales (ésta sería una forma de Seth Tifón), pero es también el espejo en el que
Horus terminará de conocerse. Seth, hijo de Nut, es el maestro “duro” de Horus, así como su padre Osiris es
su Maestro en los Cielos.

El término del combate interior dará lugar a una reconciliación armónica entre lo que nos rodea y nuestra
propia personalidad. Tras la Victoria, la “paz en alerta perpetua”, la Gran Sintesis. Thot, la Inteligencia, actúa
de juez entre estos dos divinos combatientes, apoyando ya a uno ya a otro, según las vicisitudes del combate,
para que éste permanezca hasta que llegue la Gran Hora. Referidos a Horus como guerrero interior nos
encontramos con los siguientes textos en el Libro de la Salida del Alma a la Luz del Día:

“Vengo a luchar junto a ti, ¡Oh, Osiris! porque

soy una de esas antiguas divinidades que

hacen triunfar a Osiris frente a sus enemigos”.

Osiris representa la unidad en el hombre, la unidad fraccionada por Seth, que representa l sequedad de la vida,
las experiencias en el mundo material. Horus es el encargado de restituir esta unidad.

“Cruzo los abismos de las aguas celestres que

están entre los dos combatientes.”

En este texto el Aspirante se identifica con la conciencia que recorre las Aguas que separan el Espíritu de la
materia. El Hombre recorre la existencia a través del espejo que separa a Horus de Seth, su sombra, que le
combate al otro lado del espejo. Ambos contendientes luchan en su interior.

El Hombre que, despierto por fin, resurge y se yergue sobre sí mismo, es Horus. Ya es consciente y porta en sí
la semilla poderosa de las Divinidades, No es ya una momia, no es horizontal, se ha erguido formando una
cruz que habla del hombre como encrucijada. Dice el Aspirante: “Estoy de pie, como Horus” (XI).

Los mismos Dioses le llaman a la actividad, otorgándole su luz y su poder:

“¡Arriba pues, Horus resucitado!

Los Dioses mismos te consagran Dios! (VII)

El Hombre ha despertado ante sí a la Guerra en los Cielos, y en él ya se presentan, en incesante combate, la


guerra entre los Arquetipos y sus Sombras:
“El cruel combate que libran los

Dioses unos contra otros es de

acuerdo a mis voluntades” (XVII)

Blavatsky nos explica en Isis sin Velo que si hay una característica de la mística egipcia es la guerra interior.
La Espiritualidad es el espíritu de conquista, exterior e interior. El “bello Amenti” es una conquista de la
conciencia:

“Soy Horus, yo tomo por la fuerza

la Barca Celeste y devuelvo a Osiris mi

Padre su Trono. Con respecto a Seth,

hijo de Nut, aquí lo tenéis sin poderse

mover, atado con las cuerdas que

había preparado para mí” (LXXXVI).

Para el hombre concebido como Horus, la actividad es continua, el esfuerzo incesante, pues hay que recuperar
todo el terreno perdido:

“Yo recibo en mis manos el arma sagrada y

atravieso el Cielo, me glorifican los Seres de luz,

porque es inmensa mi actividad y no conozco el

descanso. Porque yo hice cuanto pude para

aplacar las consecuencias de los desastres de

otros tiempos” (CXXX).

Es también Horus, hombre celeste, Arquetipo de la Humanidad, quien recorre el laberinto de lapislázuli hecho
con la Luz de Nut, armado con el hacha de doble filo que le otorgó Anubis.
Horus es el Redentor:

“Horus es al mismo tiempo Néctar de los

Dioses y sacrificio divino. El recoge y reúne los

miembros de su Padre.

Porque Horus es su Redentor, su Redentor…

Él fija el curso de las cosas para

incontables años” (LXXVIII).

Horus es la esencia del valor, mora en los corazones de los hombres:

“Yo soy Horus que vive en

los corazones en medio

de los cuerpos” (XXIX).

Horus es la clave de la Victoria en el hombre. Es venciéndose a sí mismo como el hombre recupera su


verdadera dignidad, su verdadera naturaleza. Y las victorias auténticas son semillas de nuevas victorias, de
nuevos hallazgos:

“Todo el poder de Horus, hijo de Isis y Osiris, ha surgido de la Victoria…” (XIX)

Toda la Naturaleza, todos los Dioses asisten, expectantes, al combate de Horus,a la resurrección del Hombre:

“Al triunfo de Horus, hijo de Isis y Osiris,

asisten todas las Regiones, todos los Dioses y

todas las Diosas, los del Cielo y los de la Tierra” (XIX).

Al final, el Hombre, Horus, victorioso, podrá pronunciar la frase ritual:

“He llegado aquí por la voluntad de mi corazón” (XXII)


EL HOMBRE COMO MAGO
Es el Hombre-Síntesis, el hombre como ser con capacidad de crear, de hacer. Es aquel que domina las Fuerzas
de la Naturaleza, aquel en quien los Poderes ocultos han hallado su perfecta expresión, en quien dichos
Poderes se han abierto como el loto azul de los Misterios Egipcios. Todo ser humano puede convertirse en
Mago. El Mago puede entonces ser considerado como una de las facetas del Arquetipo Hombre.

El jeroglífico egipcio para referirse a la Magia es “heka”, la fuerza espiritual que todo lo impregna. Es un
término muy parecido al mag de los persas (de donde viene nuestra palabra “magia”). Mag es el gran Poder,
la gran Fuerza. Christian Jacq da al término “heka” el significado de “dominio de los poderes”. Es curioso,
pues si a esta palabra, 2heka” le añadimos la T del determinativo femenino, nos encontramos con el nombre
de la Diosa griega de los encantamientos nocturnos, femeninos, Hékate[1], la magia nocturna y la cara oculta
de la Luna, la Diosa de triple faz infernal.
En las Enseñanzas de Merikare encontramos: “El Creador concedió la magia al hombre a fin de
ahuyentar el efecto fulgurante de lo que sobreviene”. Es decir, el mago no sería tan solo el Hacedor, sino
también aquel cuyo poder y conocimiento puede oponerse y reconducir las nefastas corrientes kármicas
engendradas por la ignorancia de los hombres. El Mago también sería el Preservador de los Ritos, aquel que
actúa en los ritmos sagrados en el Tiempo y posibilita que se mantenga el Orden Universal en lo humano,
aquel que permite mantener el sagrado vínculo entre los Dioses y los hombres. Una fuerza al servicio de la
Naturaleza y del hombre. Es el hombre como mago el que puede afirmar, como en los textos sagrados
egipcios: “Si yo prospero, Ra prospera; si Ra prospera, yo prospero”. Él es, de hecho, un remo de Ra,
impulsa a Ra y al corazón de la Humanidad hacia su excelso destino fulgurante de revelaciones divinas, de
colaboración con el Gran Plan.

En el Libro de la Oculta Morada, y relacionado con esta concepción del Hombre como Mago, encontramos:

“Yo soy Tum en medio del océano celeste, y en

verdad, todos los Dioses me favorecen

eternamente. Mi Nombre es un Misterio. Mi

morada es sagrada para siempre… ¡Soy omnipotente! ¡Soy omnipotente!” (VII)

“Yo soy aquel que hace nacer los Dioses del

Abismo y cuando es cumplido su ciclo los ve

bajar hacia la Nada” (XXIV).


La operación mágica por excelencia es la palabra, pero debemos entenderla en conjunción con el gesto ritual,
la voluntad perfecta y el conocimiento de las formas:

“La Magia, aquella que fluye de mi boca, crea un red impenetrable” (XXXI)

El Mago es el hombre cuya vida misma es un Lenguaje.

“Ciertamente mis posibilidades son infinitas y mi Nombre es El-Gran-Negro. Yo expreso lo que en mí


se oculta entre las variaciones de mis formas fluctuantes” (LXIII).

“Yo llevo en verdad dentro de mí, los gérmenes y posibilidades de todos los Dioses… Y yo soy coronado
Dios porque soy Khonsú, el Irresistible” (LXXXIII)

El hombre como Mago recupera su activa y olvidada condición de Dios. Es la corona de su condición humana
en la Tierra. Está libre de las imperfecciones y errores que inducen la ignorancia y la circunstancia que nos
presiona:

“¿Cuál es tu condición?

¿Qué clase de hombre eres?

Yo estoy purificado de todos los pecados. No

obedezco las imperfecciones de los hombres

que siguen las imperfecciones del momento”

(Confesión Negativa, Papiro de Nu)

El Mago ha recuperado su condición divina y so conciencia de inmortalidad:

“Yo sé que mi alma eterna es un Dios. Sé

también que mi cuerpo es la Eternidad misma” (LXXXV)

Ante él las pasiones por fin se acallaron, pero están prestas a ser despertadas a voluntad al servicio de su
Señor:

“Ante mi rostro están las tempestades inmovilizadas” (CXXXV).


El Hombre como Mago es la corona de su evolución, su término y máximo desarrollo, su perfección. Él ha
cumplido con las Leyes divinas, ha realizado todo lo que de él se exigía como ser humano:

“Todo lo que Ra ha ordenado para ti al

comienzo de los Tiempos desde este instante

está terminado. Por ello serás coronado,

¡Oh hijo de Nut! Igual que el Señor del

Universo ha sido coronado” (CLXXXIII).

Son innumerables las formas de acercarnos al Arquetipo Hombre que aparecen en los textos egipcios, pero la
brevedad de este pequeño trabajo impide desarrollarlas en profundidad y ni siquiera esbozarlas debidamente.
Trazaremos algunas líneas de algunos de los símbolos o formas con que podemos entender al Ser Humano
según la cosmovisión egipcia.

Tal y como aparece en los jeroglíficos, el hombre como piedra cúbica de la estructura o pirámide del Cosmos.

El hombre como Ra, como impulso creador de Voluntad en incesante marcha, vivificador de los mundos.

El hombre como unidad, fraccionada al caer en la materia.

El hombre como Ju, como Espíritu puro, como rayo de luz inmaculada que atraviesa la Eternidad.

El hombre como Ciudad celeste donde habitan los Dioses, como Montaña de Fuego, como Isla Seca donde se
posó el Ave de la Resurrección, el Bennu.

El hombre como peregrino ofrendante en los caminos de la existencia, recogiendo las experiencias
espirituales, semillas mágicas que dejó sembradas en el camino de la vida.

El hombre como lo que no es, y por lo tanto de lo que debe precaverse (Confesión Negativa).

El hombre como lo que es, es decir, lo que debe lograr, la verdadera Acción (Confesión Positiva)

El hombre como Esfinge, los distintos animales todavía vivos que aglutinó y esclareció mediante su
conciencia espiritual.
El hombre como Loto, como expansión de las propias potencialidades, como ofrenda de poder ante el Dios Ra
que rige nuestro Universo.

El hombre como Señor de las Transformaciones, Kepher, el Escarabajo.

El Hombre como Lira impulsada por Vientos Divinos.

El Hombre como Viento Divino, como Shu, eternamente joven.

El hombre como Corazón, sede de la Conciencia, Padre-Madre de las transformaciones.

El hombre como Nefer, es decir, como suma excelencia, bondad y belleza.

El hombre como Pez que debe evitar el Karma, la red de Thot.

El hombre como escriba, es decir, como el pincel en manos del Señor del Universo. Como aquel que escribe
su propio destino y debe responder ante él.

El hombre como Diseñador del Templo de Fuego, es decir, aquel que forja su propia Mente, su propio Amenti
en el fuego de Ptah.

El hombre como Huevo, es decir, el hombre en su propio pellejo de transformación.

El hombre como Momia. El hombre como Serpiente. El hombre como Rana. Como Ankh, llave y luz de Vida.
Como Encrucijada. Como Templo. Como Trigo o como divino Sembrador. Como Juramento Vivo, es decir,
como Nombre. Como Columna de la Estabilidad. Como perfecto asentamiento en la tierra, etc…

Todas estas formas señalan la excelencia de los egipcios a la hora de señalar qué es el Hombre y cuál es el
Arquetipo que lo rige, Arquetipo que irradia en miríadas de arquetipos, conformando una verdadera Pirámide
de Ideas, símbolo perfecto del Hombre, símbolo perfecto de Egipto.

Jose Carlos Fernández


Madrid 1997

[1] “Entre los egipcios fue [La Luna] Hekat (Hécate) en el Infierno la Diosa de la Muerte, que mandaba sobre
la magia y los encantamientos”. H.P.Blavatsky, Doctrina Secreta II, pag. 93, editorial Kier.
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