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Los zánganos y las abejas.

Había una vez unos panales de miel que no tenían dueño. Los zánganos los reclamaban y

las abejas se oponían, así que se llevó el problema al tribunal de cierta avispa. Los testigos

decían haber visto volando alrededor de aquellos panales a unos bichos alados de color

oscuro parecidos a las abejas, pero los zánganos tenían las mismas señales. La señora

avispa, no sabiendo qué decidir, abrió de nuevo el sumario y, para mayor ilustración,

llamó a declarar a todo un hormiguero; pero ni por esas se pudo aclarar la duda.

-¿Me queréis decir a qué viene todo esto?- preguntó una abeja muy lista-. Seis meses hace

que está pendiente el problema y estamos como el primer día. Mientras tanto, la miel se

está perdiendo. Ya es hora de que el juez se decida; bastante ha tardado ya. Trabajemos

los zánganos y nosotras, y veremos quién sabe hacer panales tan buenos y tan repletos de

rica miel.

No admitieron los zánganos, demostrando que aquel arte era superior a sus habilidades,

y la avispa dio la miel a sus verdaderas dueñas, las abejas.


El zorro y la cigüeña.

El señor zorro, al que le gustaba mucho burlarse de los demás, invitó a comer un día a su

amiga la cigüeña. Al llegar a casa del zorro, todo olía de maravilla, pero resultó que todos

los platos se sirvieron en platos tan llanos que la cigüeña no pudo comer nada con su largo

pico. El zorro, por su lado comió todo lo del plato y chupó hasta los restos.

Para vengarse de esta burla, la cigüeña invitó al zorro a ir a almorzar a su casa al día

siguiente. Al llegar, le recibió con mil reverencias, le sentó a la mesa junto a los mejores

platos y le sirvió la riquísima comida en platos muy largos y estrechos, donde el pico de

la cigüeña entraba perfectamente y el hocico del zorro apenas pasaba el borde.

Avergonzado por su actitud el día de antes, el zorro volvió a su casa hambriento, con las

orejas gachas y el rabo entre las patas, como sí, con toda su astucia, le hubiera engañado

una gallina.
El lobo y el cordero.

Un corderillo sediento bebía en un arroyuelo. Llegó en esto un lobo en ayunas, buscando


peleas y atraído por el hambre.
-¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua? -dijo malhumorado al corderillo-. Castigaré tu
temeridad.

–No se irrite vuestra majestad - contestó el cordero -, considere que estoy bebiendo en
esta corriente veinte pasos más abajo, y mal puedo enturbiarle el agua.
–Me la enturbias - gritó el feroz animal - y me consta que el año pasado hablaste mal de
mí.

--¿Cómo había de hablar mal, si no había nacido? No estoy destetado todavía.

–Si no eras tú, sería tu hermano.

–No tengo hermanos, señor.

–Pues sería alguno de los tuyos, porque me tenéis mala voluntad todos vosotros, vuestros
pastores y vuestros perros. Lo sé de buena tinta y tengo que vengarme.

Dicho esto, el lobo coge al cordero, se lo lleva al fondo de sus bosques y se lo come, sin
más auto ni proceso.
Las alforjas.

Dijo un día el dios Júpiter:

- Vengan a mí todos los seres del planeta. Si en su naturaleza algo falta, díganlo sin
empacho: yo pondré remedio. Ven señor mono, mire a los demás animales y dígame si
está contento con su cuerpo..

-¿Por qué no?- respondió el mono- ¿No tengo cuatro pies, lo mismo que lo demás? No
puedo quejarme de mi estampa; no soy como el oso, que parece medio hecho nada más.

Llegaba, en esto, el oso y creyeron todos que iban a oír largas lamentaciones. Nada de
eso, alabó mucho su buena figura y se metió con el Elefante, diciendo que no sería malo
alargarle la cola y recortarle las orejas; que tenía un cuerpo informe y feo.
El elefante, a su vez, a pesar de la fama que goza de inteligente, dijo cosas parecidas,
opinó que la señora ballena era demasiado corpulenta. La hormiga, por el contrario, tachó
al pulgón de diminuto.
Júpiter, al ver cómo se criticaban unos a otros, los despidió a todos. Pero entre los más
presumidos, estaba nuestra especia, la humana. Somos linces para ver los fallos de
nuestros semejantes, pero estamos ciegos ante los nuestros. Nos lo quedamos todo y a los
demás no damos nada. El Señor nos dio a todos los hombres, tanto los de antes como a
los de ahora, un par de alforjas: la de atrás para los defectos propios; la de adelante para
los ajenos.
La rana que quiso hincharse como un buey

Una rana que se encontraba en una charca, vio un día acercarse a un buey a beber un poco
de agua, y le llamo la atención el gran tamaño del animal. La ranita era muy pequeña, no
más grande que un limón. Al ver al corpulento buey se llenó de envidia y decidió
hincharse hasta igualarlo en tamaño.
La ranita mientras se iba hinchando les preguntaba a sus compañeras:

-¿Me he hinchado bastante para igualarlo? ¿Ya soy tan grande como él?

-No.

-¿Y ahora?

- Tampoco.

-¡Ya lo logré!

-¡Aún estás muy lejos!

Y la pobre rana se hinchó tanto que reventó.

Moraleja: El mundo está lleno de mediocres, que por envidia, se muestran ante los demás
como grandes señores.
El cuervo y el zorro

Estaba un cuervo posado en un árbol y tenía en el pico un queso. Atraído por el aroma,

un zorro que pasaba por ahí le dijo:

-¡Buenos días, señor Cuervo! ¡Qué bello plumaje tienes! Si el canto corresponde a la

pluma, tú tienes que ser el Ave Fénix.

Al oír esto el cuervo, se sintió muy alagado y lleno de gozo, y para hacer alarde de su

magnífica voz, abrió el pico para cantar, y así dejo caer el queso. El zorro rápidamente lo

tomó en el aire y le dijo:

- Aprenda, señor cuervo, que el adulador vive siempre a costa del que lo escucha y presta

atención a sus dichos; la lección es provechosa, bien vale un queso.

Moraleja: No se debe dar crédito a palabras aduladoras que se hacen por interés.

Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás

padres, estaremos encantados de recibirla.


El mono y el leopardo.

El mono y el leopardo trabajaban en un circo, cada uno a su manera trataba de atraer a la


gente y así conseguir la mayor cantidad de monedas diarias, que le aseguraban una ración
importante de comida.
-¡Señoras y señores, hermoso público! - decía el leopardo -, ¡pasen y vean que bella piel
que tengo, armónica en forma y colores, admiren mis delicadas manchas, mis perfectas
líneas, es algo nunca visto!.

El público pasaba y miraba unos segundos pero seguía su camino, sin sentirse muy atraído
por el animal. Por otro lado, el mono decía:

-¡Señoras y señores, los invito a ver algo realmente único, bailo, canto, hablo, entiendo
su idioma, juego con pelotas y aros; hago muchas cosas divertidas! La diversidad de la
piel del leopardo yo la poseo en mi imaginación, que es inagotable y si no se divierten lo
suficiente les regresaré su dinero.
Al público le resultaba imposible evadir una invitación tan prometedora, así que el mono
gracias a su inventiva conseguía todos los días muchas monedas.

Moraleja: ¡Cuantas personas, iguales al leopardo, no poseen más talentos que sus
vestiduras!
La cigarra y la hormiga

Una vez, al llegar el invierno, una cigarra que estaba muerta de hambre se acercó a la
puerta de un hormiguero pidiendo comida. A su pedido respondieron las hormigas,
haciendo la siguiente pregunta:
-¿Por qué durante el verano no hiciste tu reserva de alimentos como lo hicimos nosotras?

La cigarra respondió:

- Estuve cantando alegremente todo el tiempo, y disfrutando el verano plenamente ¡Si


hubiera sabido lo duro que es el invierno...!

Las hormigas le dijeron:

-Mientras nosotras trabajamos duro durante el verano para tener las provisiones y poder
pasar el invierno, tú disfrutabas y perdías el tiempo. Así que ahora...¡sigue bailando!
Pero las hormigas sintieron pena por la situación y entendieron que la cigarra había
aprendido la lección, entonces finalmente compartieron con ella su alimento.

Moraleja: Quien quiere pasar bien el invierno, mientras es joven debe aprovechar el
tiempo.
El asno y su mal compañero.

Un caballo joven y desconsiderado caminaba felizmente junto a un asno viejo, que iba

muy cargado por los fardos y que había cargado su amo sobre su lomo. El asno, muy

fatigado, imploró ayuda a su compañero, y este le dijo:

- Te pido, amigo, que me ayudes a cargar la mitad de lo que llevo encima, para ti sería

como un juego, en cambio para mi sería un enorme servicio, ya que siento que estoy a

punto de desmayarme.

Pero el caballo se negó a prestarle ayuda, riéndose del burro. Continuaron caminando,

hasta que el asno no aguanto más y cayó desfallecido.

Al ver esto, el caballo se dio cuenta de lo mal que había actuado y ahora el amo, quitó

toda la carga que transportaba el burro y la colocó encima de él.

Moraleja: Es preciso ayudarse mutuamente, porque si falta tu compañero su carga

terminara en tu espalda.
El león enfermo y los zorros.

Un día el rey león cayó enfermo y su médico, que era un búho, le recomendó hacer reposo

durante un tiempo. El león decidió entonces que como iba a permanecer mucho tiempo

inactivo, solo y aburrido, que vinieran a visitarlo un animal de cada especie. Se aclaró

que se otorgaba total inmunidad contra las garras del león, y que ningún invitado sería

atacado.

Así que todos los animales, eligieron un embajador y lo enviaron. Los zorros estaban

eligiendo a ver quién sería el elegido, cuando uno de ellos interrumpió la charla y dijo:

-¡Vengo de recorrer las inmediaciones de la cueva del león, y he podido ver que las

huellas de quienes fueron a visitarlo, están todas en dirección a la entrada!, pero ninguna

en dirección opuesta. Creo que este dato por sí solo, debe inspirarnos recelo, ya que a

pesar de las promesas de inmunidad, es fácil ver como se entra en la casa del león, pero

imposible saber cómo se sale.

Moraleja: En promesas no creas de ávidos malvados, su condición no cambia, ni enfermos

ni postrados.
El león y el chivo.

Un león hambriento caminaba por una montaña en busca, de algún animal que pudiera

convertirse en una presa, que calmara su apetito. Decía:

-¡Si encontrara una cabrita o una ovejita...!

Mientras su estómago no paraba de clamar por alimento de forma urgente. En ese instante

vio, que al otro lado, en otra montaña estaba un chivo pastando tranquilamente. Por fin lo

que buscaba, pero su debilidad era tan grande, que no se animaba a saltar. Entonces se le

ocurrió una treta y dijo:

-¿Quieres que bajemos al valle, así podremos comer hierbas más frescas y ricas que las

que crecen por aquí?

Pero el chivo advirtió rápidamente las intenciones del león, así que respondió:

-¡Si! ya sé que las hierbas en el valle son más frescas y ricas que por aquí, pero bajaré

cuando tú te encuentres muy lejos.

Moraleja: A veces, una amable invitación encubre del engaño la intención.


Las ranitas y el tronco tallado

Una familia de ranitas que vivía en un lago, sentía mucho temor por un tronco tallado que

se veía desde la orilla. Estas ranitas amaban las fiestas y la diversión, pero sentían gran

respeto por el tronco, así que en muchas oportunidades trataban de no hacer tanto ruido

para no molestar al tronco.

Seguramente este personaje al que tanto le temían, era un monumento de alguna tribu que

ya no habitaba en el lugar, pero como no se animaban a acercarse para ver bien de que se

trataba, solo podían divisar un rostro serio y que inspiraba mucha autoridad.

Un cierto día, en que se desató una terrible tormenta, el tronco cayó al lago y en ese

momento las ranitas pudieron ver con claridad, que era solo un tronco tallado que ningún

daño podía hacerles. Se rieron mucho de los temores por los que habían pasado y

comenzaron a jugar con él y usarlo de trampolín para sus zambullidas en el lago.

Moraleja: Lo que por ignorancia atemoriza, a veces es sólo digno de risa.


El mono y el gato.

En la casa de un buen señor, vivían dos animales malos, traviesos y desagradecidos. Un

mono llamado Roko, que le gustaba romper todo lo que estaba a su alcance sólo por

diversión y un gato apodado Ratón, que no le gustaba cazar pero si comer en exceso.

Un día en que ambos pasaban por la puerta de la cocina, vieron sobre el fuego unas

castañas que el dueño de casa había dejado asando. El mono dijo:

-¡Amigo, es hora de dar el gran golpe! ¡Si yo tuviera las garras que tú tienes, esas castañas

ya estarían en mi estómago!

El gato que era muy veloz, sin mediar más palabras, comenzó a retirar una a una las

castañas del fuego, mientras tanto el mono se las iba comiendo sin que el gato lo

advirtiera. Cuando el felino aún no había llegado a comer ninguna, entró en la cocina el

dueño de casa y los ladronzuelos salieron corriendo del lugar, con gran descontento por

parte del gato.

Moraleja: En una sociedad a veces el burlador es burlado.


Los ladrones y el asno.

Dos hombres que habían robado un asno, no se ponían de acuerdo en el destino que

querían darle al animal. Uno quería venderlo de inmediato para disfrutar del dinero y el

otro quería usarlo para cargar la mercadería que robarían con posterioridad.

No llegaban a un acuerdo, la discusión cada vez se tornaba más violenta, hasta que en un

determinado momento llegaron a los golpes. Mientras ambos rodaban por el suelo en

plena lucha, paso por el lugar un tercer ladrón, que por curiosidad se acercó a escuchar la

discusión y ver la escena.

A éste se le ocurrió, que podía sacar partido de la situación, aprovechando que los otros

dos ladrones, no se daban cuenta que sucedía a su alrededor, por estar absortos en la pelea,

se apoderó del burro y escapó del lugar.

Moraleja: Has de saber que los bienes, mal habidos de la misma manera son perdidos.
Los dos gallos

En un gallinero vivían dos gallos, que nunca tuvieron un conflicto, compartían el lugar

en paz y en armonía. Un cierto día el granjero, trajo al corral una gallina hermosa y

altanera, de la cual se enamoraron los gallos a primera vista. Así que pasaron de ser

amigos, a ser rivales, a competir por el amor de la bella gallinita.

Decidieron enfrentarse en combate, y el vencedor se haría acreedor del amor de la dama.

Pelearon largo rato, hasta que el más fuerte, se fue del brazo de la gallina y el otro se

retiró a los fondos del corral a llorar su pena.

El vencedor, se subió al tejado para hacer alarde de su triunfo y comenzó a gritar para que

los vecinos se enteraran de ello. Con tan mala suerte que un buitre lo escucho, y sin

dudarlo se abalanzo sobre él, terminando con su vida y su soberbia.

Moraleja: Es preciso ser modesto cuando se gana una acción.


La comadreja en un granero.

Una comadreja que estaba muy hambrienta, logró colarse por un agujero dentro de un

granero, allí paso varios días comiendo en grandes cantidades y dándose un gran

banquete. Cuando quiso salir, había engordando tanto que no pasaba por el agujero, por

donde entró.

Una ratita que vivía en el granero, al ver a la comadreja tan preocupada, le dijo.

-¿Cómo pretendes salir por ese agujero tan pequeño?

La comadreja contesto:

-Por ese agujero entré hace unos días.

-¡Claro!- dijo la ratita- pero entraste flaca y hambrienta, y ahora estas gorda y saludable.

Moraleja: Una vida regalada, no conduce a nada.


El gato y el ratón.

Un búho, una comadreja, un gato y un ratoncito, vivían en distintos lugares de un tronco


seco. Aunque eran enemigos naturales, y desconfiaban uno del otro, ninguno dejaba su
refugio. El dueño del campo, un día decidió eliminarlos, colocó trampas y una red en la
base del tronco.
El primero en caer, fue el gato, que al verse en peligro comenzó a gritar. Al escuchar el
ratón se alegró, porque de esta manera se libraba de su enemigo, pero el gato le dijo:
-Si yo muero quedaras a merced del búho y de la comadreja, que quieren más que yo que
seas su alimento, pero si me ayudas, en gratitud te compensare protegiéndote.

El ratoncito libero al gato, y huyeron del lugar. Pasado el tiempo el gato, se dio cuenta
que el ratón aun le temía, así que le dijo:

-¿Piensas que he olvidado mi promesa, cuando me salvaste de la trampa?

-¡No! - dijo el ratoncito-, pero tampoco olvido tu instinto, ni en qué circunstancias has
hecho la promesa.

Moraleja: Jamás confiemos en alianzas que hizo el miedo, en pasando el temor, valen un
bledo.
El león que iba a la guerra.

Cierta vez, un león quería iniciar una guerra en territorios vecinos con la idea de extender
sus dominios. Por lo cual necesitaba armar un ejército poderoso, así que mando a buscar
y reclutar todos los animales que vivían en su reino.
Una vez que estaban todos reunidos ante él, a cada uno le asigno un puesto de acuerdo
con su naturaleza. El elefante se encargaría de transportar todas las armas, sobre su ancho
y fuerte lomo; el oso fue elegido para ir al frente del escuadrón; el zorro se encargaría de
los negocios diplomáticos; el leopardo entraría por la retaguardia para sorprender a los
enemigos.

Cuando casi todos los animales, ya tenían sus misiones asignadas, se escuchó una vos que
dijo:
-¡Recomiendo mi señor que los burros y las liebres no participen en la guerra! ¡El burro
es torpe y la liebre es temerosa!

El león lo interrumpió diciendo:

-¡Te equivocas! Voy a darles un lugar en mi ejército, ya que si no estaría incompleto. El


burro asustara a los enemigos, con sus rebuznos, y la liebre, será el correo.

Moraleja: Hasta una falla es virtud cuando es bien utilizada.


Los dos amigos.

En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. Muchas personas


egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los demás.
Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del
otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió
apresuradamente y se dirigió a la casa del otro. Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se
despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la residencia. El
dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la
otra, le dijo:
- Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo.
Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en el juego, aquí
tienes, tómalo. Y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te
persiguen, juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.
El visitante respondió:
- Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos
motivos. Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste,
que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado. La pesadilla me preocupó y
por eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te encontrabas bien y
tuve que comprobarlo por mí mismo.
Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando
supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.
Moraleja: La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a
solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares.
La paloma y la hormiga.

Obligada por la sed, una hormiga bajó a un arroyo; arrastrada por la corriente, se encontró

a punto de morir ahogada.

Una paloma que se encontraba en una rama cercana observó la emergencia;

desprendiendo del árbol una ramita, la arrojó a la corriente, montó encima a la hormiga y

la salvó.

La hormiga, muy agradecida, aseguró a su nueva amiga que si tenía ocasión le devolvería

el favor, aunque siendo tan pequeña no sabía cómo podría serle útil a la paloma.

Al poco tiempo, un cazador de pájaros se alistó para cazar a la paloma. La hormiga, que

se encontraba cerca, al ver la emergencia lo picó en el talón haciéndole soltar su arma.

El instante fue aprovechado por la paloma para levantar el vuelo, y así la hormiga pudo

devolver el favor a su amiga.


La garza real

Un cierto día una garza real recorría su laguna, las aguas estaban tan calmas que se podían
ver todos los hermosos peces que la habitaban. La garza vio pasar nadando una carpa y
le hubiera resultado muy fácil apresarla con el pico para que se convirtiera en un excelente
bocado. Pero como en ese momento no tenía hambre decidió esperar para comer.
Horas más tarde, pensó en tomar el almuerzo y buscó en el agua a la suculenta carpa, pero
ésta ya se había marchado. Pudo ver que nadaban alrededor de sus largar patas, unas
tencas, las miro y pensó:

-¿Tencas a mí? ¿Cómo me voy a contentar, con carne tan ordinaria y con gusto a fango?
Siguió esperando a ver si la carpa aparecía, pero solo pasó un gobio muy pequeño. Y dijo:

- Abrir el pico una garza real, por un bocado tan escaso?- ¡Dios no lo quiera!
Pero...tuvo que abrirlo al final por una simple lombriz, cuando el hambre ya era
apremiante y aún sin quererlo la necesidad hizo que dejara de lado sus exigencias.

Moraleja: No juzgues despreciable lo bueno y lo mediano, debes tener presente a la garza


y el gusano.
El lobo y el perro

Un lobo que se encontraba hambriento, se encontró a un mastín gordo y sano que andaba
recorriendo el bosque. Atacarlo y comerlo hubiera sido lo correcto para el lobo, pero la
realidad es que hubiera sido también, una pelea feroz, con un enemigo bien dotado.
El lobo se le acerca para dialogar y alagar lo bien que se lo veía, a lo que el mastín
respondió: -No estás tan bien como yo, porque no quieres, deja el bosque y a tus amigos.
Sígueme y tendrás una vida excelente. Y el lobo preguntó:
- ¿Y qué tendré que hacer?
- Casi nada, dijo el Perro: atacar a quien ponga en peligro al amo; querer a los dueños de
casa, y siempre complacerlos. Con algo tan simple como eso que te digo, tendrás las
sobras de todas las comidas, huesos de pollos, carne fresca, frutas y verduras; y también
cariño, como un elemento extra.
El lobo se sintió feliz y lleno de gozo. Mientras caminaban hacia la casa del amo del
mastín, el lobo se dio cuenta que el perro tenía el cuello pelado.
- ¿Qué es eso? - preguntó.
- Nada.
- ¡Cómo nada!
- Una tontería.
- Pero algo es, esa peladura en el cuello.
- Será la señal del collar con el que a veces estoy atado.
- ¡Atado! - exclamó el lobo
- ¿Tú no vas a dónde quieres?
- No siempre, pero eso, ¿qué importa?
- Importa tanto, que no quiero ni el más grande de los tesoros por renunciar a mi libertad
- Terminó de decir el lobo, y se alejó corriendo, sin mirar atrás.
Moraleja: A veces por tener más, hay que renunciar a lo que más se ama.
La golondrina y los pájaros

Una golondrina había aprendido mucho en sus viajes (nada hay que enseñe tanto), preveía
nuestro animalejo hasta las menores borrascas, y antes de que estallasen, las anunciaba a
los marineros.

Sucedió que, al llegar la cementera del cáñamo, vio a un labriego que echaba el grano en
los surcos. “No me gusta eso", dijo a los otros pájaros. "Lástima me dais. En cuanto a mí,
no me asusta el peligro, porque sabré alejarme y vivir en cualquier parte. ¿Veis esa mano
que echa la semilla al aire? Día vendrá, y no está lejos, en que ha de ser vuestra perdición
lo que va esparciendo. De ahí saldrán lazos y redes para atraparos, utensilios y máquinas
que serán para vosotros prisión o muerte. Conviene, pues, prosiguió la golondrina, que
comáis esa semilla. Creedme.”
Los pajaritos se burlaron de ella: ¡había tanto que comer en todas partes! Cuando
verdearon los sembrados del cáñamo, la golondrina les dijo: “Arrancad todas las
yerbecillas que han nacido de esa malhadada semilla, o estáis perdidos", pero los pájaros
no quisieron hacerle caso.

Cuando el cáñamo estuvo bien crecido: “¡Esto va mal! exclamó la golondrina: la mala
semilla ha sazonado pronto. Pero, ya que no me habéis atendido antes, cuando veáis que
está hecha la trilla, y que los labradores libres ya del cuidado de las mieses, hacen guerra
a los pájaros, tendiendo redes por todas partes, no voléis de aquí para allá; permaneced
quietos en el nido, o emigrad a otros países: imitad al pato o la grulla.
Pero la verdad es que no estáis preparadas para cruzar, como nosotras, los mares y los
desiertos: lo mejor será que os escondáis en los agujeros de alguna tapia. ”Los Pajaritos,
cansados de oírla, comenzaron a charlar sin prestarle atención, y tal y como advirtió la
golondrina, muchos fueron apresados.

Moraleja: Así nos sucede a todos: no atendemos más que a nuestros gustos; y no damos
crédito al mal hasta que lo tenemos encima.
La liebre y la tortuga

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba
de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre riéndose
de la tortuga.
Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:
- Estoy segura de poder ganarte una carrera.
- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy engreída, aceptó la apuesta.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló los
puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en medio de la
incredulidad de los asistentes.
Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se quedó
haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a la tortuga que
caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde
y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó
dormida, mientras la tortuga siguió caminando, paso tras paso, lentamente, pero sin
detenerse.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una corta
distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era
muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse
jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un obstáculo para
alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es mejor que nadie
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el exceso
de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
El sol y las ranas.

Las Ranas decidieron celebrar un consejo. Estaban muy asustadas.

El Sol había dicho que iba a cambiar su rumbo. Que sólo calentaría la Tierra durante seis

meses al año; los otros serían de oscuridad y frío.

-¿Qué será de nosotras? -alegaban consternadas-, se secarán las charcas, los ríos... No

podremos echarnos panza arriba a calentarnos, desaparecerán los insectos que nos

alimentan. ¡No es justo! ¡Tenemos que protestar seriamente!

Elevaron sus clamores, y entonces una voz les respondió:

-¿Sólo por ustedes, por su bienestar, desean que el Sol siga alumbrando y calentando la

tierra todo el año?

-¿Y por qué tenemos que desearlo por alguien más? -contestaron sorprendidas.

Moraleja: con egoísmo no conseguiremos nuestros objetivos.


La mochila.

Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los animales
de la Tierra ante su trono. Quería ofrecerles que pudiesen decir, sin temor, si alguno tenía
quejas por su aspecto o por su suerte. Cuando se presentaron, les preguntó, a uno por uno,
si creían tener algún defecto. De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.
-Ven acá, mona, y habla tú en primer lugar – dijo el dios-. Mira a todos esos animales y
compara sus bellezas con las tuyas. ¿Acaso estás plenamente contenta? ¿O crees, quizás,
tener algún defecto? Yo podría ayudarte…

-¿Me habla a mí, señor? –Saltó la mona-. ¿Yo defectos? Me miré en el espejo y me vi
espléndida. Tengo cuatro patas, como todos, y mi retrato me parece hermoso. En cambio,
el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!

-Que hable el oso –pidió Júpiter.


Todos creyeron entonces que el oso se quejaría, pero no: alabó grandemente su figura.

-Aquí estoy –dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza. ¡Suerte no
ser un mole como el elefante! ¡Es una masa informe, sin belleza! ¡Debería cortarse las
orejas y alargarse la cola!

-Que se presente el elefante… -dijo Júpiter.

Éste se adelantó y, con un discurso muy discreto, dijo cosas muy parecidas.

-Francamente, señor –declaró-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos pueden decir
lo mismo. Ahí lo tiene el avestruz, con esas orejitas ridículas…
-Que pase el avestruz –siguió el dios, ya un poco cansado.

-Por mí, no se moleste –dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! ¡Tan veloz! ¡Puedo correr
a la velocidad de la luz! En cambio, la jirafa…, con ese cuello…

Júpiter hizo pasar a la jirafa, quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido generosos
con ella.

-Gracias a mi altura, veo los paisajes de la tierra y del cielo, no como la tortuga, que sólo
ve los cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.

-Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en el sapo, que tiene que vivir a la
intemperie…

-Que pase el sapo –dijo Júpiter algo fatigado.

Así siguieron pasando: el sapo acusando a la señora ballena de ser demasiado gorda, ésta
hallando a la hormiga muy pequeña, quien a su vez se juzgaba como un coloso comparado
con el señor gusano…

-¡Basta! –Exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los ojos
del águila.

-Precisamente –empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena vista,
pero ¿no es horrible su cogote pelado?

-¡Esto es el colmo! –Dijo Júpiter dando por terminada la reunión-. Todos se creen
perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.

Entonces, los despachó luego de escucharlos criticarse entre ellos y hallarse cada cual tan
contento de sí mismo
Somos como águilas para el prójimo y cual topos para nosotros mismos. Nada
perdonamos a los demás y, a nosotros, todo porque nos vemos con distintos ojos que al
vecino.
Así, el creador nos hizo a todos con alforja; puso, detrás, la mochila de nuestras faltas y,
delante, la bolsa de los defectos ajenos.

Moraleja: antes de criticar a los demás, debemos darnos cuenta de nuestros propios
defectos. Reflexionar y no juzgar al prójimo.
El maestro y el niño.

Un muchacho cayó al agua, jugando a la orilla del Sena. Quiso Dios que creciese allí un
sauce, cuyas ramas fueron su salvación. Asido estaba a ellas, cuando pasó un Maestro de
escuela. Gritó el niño:
“¡Socorro, que muero!”

El Dómine, oyendo aquellos gritos, volvióse hacia él, muy grave y tieso, y de esta manera
le adoctrinó:

“¿Habráse visto pillete como él? Contemplad en qué apuro le ha puesto su


atolondramiento. ¡Encargaos después de calaverillas como éste! ¡Cuán desgraciados son
los padres que tienen que cuidar de tan malas pécoras! ¡Bien dignos son de lástima!” y
terminada la filípica, sacó al Muchacho a la orilla.

Alcanza esta crítica a muchos que no se lo figuran. No hay charlatán, ni censor, a quien
no siente bien el discursillo que he puesto en labios del Dómine. Y de censores y
charlatanes, es larga la familia. Venga o no venga al caso, no piensan en otra cosa que en
lucir su oratoria.

- Amigo mío, sácame del apuro y guarda para después la reprimenda.


Moraleja: Antes remarcar los errores del prójimo, mejor primero ayúdalo a mejorar su
situación.
El asno con la piel de león

Un día un asno encontró la piel de un león.

- Me la pondré por encima - pensó - y todos me temerán.

Así lo hizo... y los animales huían con solo verlo.

Feliz con su nuevo aspecto, salió a dar un largo paseo.

Para su desgracia, se topó con un labrador que, al principio, sintió reparos al encontrarse

frente a él, pero cuando el hombre se fijó en que asomaban las largas orejas del burro entre

la melena del felino, le quitó la piel y lo molió a palos por el susto que le había dado.

Moraleja: Nunca trates de aparentar lo que no eres.


El ciervo, el manantial y el león

Al contemplarse un ciervo en el río se sintió orgulloso de su hermosa cornamenta. Sin

embargo, se sintió muy disgustado con sus patas, que le parecían débiles y finas.

Mientras meditaba sobre sus cualidades, apareció un león que comenzó a perseguirle.

Echó a correr y se puso a salvo gracias a sus patas. Al entrar en el bosque, sus cuernos se

engancharon en las ramas y, el león, en poco tiempo de persecución, lo tuvo a su alcance.

Cuando estaba a punto de morir, el ciervo exclamó para sí mismo:

- ¡Necio de mí! No me gustaban mis patas, que pudieron salvarme, y estaba orgulloso de

mis cuernos, que son los que me pierden.

Moraleja: A veces despreciamos lo que más nos ayuda.


El león envejecido.

El rey de la selva, agobiado por los años y casi sin poder moverse, estaba en su guarida.

Todos los animales habían decidido vengarse por todos los malos tratos que les impuso

cuando él era joven y fuerte: el caballo le daba una coz, el lobo una dentellada, el buey

una cornada...

El león aguantaba sin quejarse, hasta que vio correr al asno hacia su morada. Entonces

exclamó:

- ¡Esto es demasiado! ¡Acepto morir, pero sufrir tus insultos es morir dos veces!

Moraleja: Recibir un castigo de personas preparadas es aguantable, pero recibirlo de los

ignorantes es deprimente.

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