Aristóteles define al bien como el objeto de todas las aspiraciones del hombre,
el bien como un fin no necesariamente tangible. Entre los fines que el hombre
como especie se propone, existen múltiples diferencias, tantas, como artes,
ciencias y acciones se han creado. El fin a conseguir puede ser diferente según
la perspectiva que se tenga, pero al fin y al cabo es uno solo: el bien supremo.
Para la gente común, la felicidad es el goce material, los objetos, regalos y los
pasatiempos, ya que ellos viven para el placer del momento. Por otro lado, para
la gente educada, ilustrada, la felicidad es sinónimo de honra o gloria. Pero
incluso la honra o gloria se tratarían de conceptos superficiales de felicidad y no
una felicidad interior, como la que él refiere, ya que la honra está más en quien
da que en quien recibe, y la felicidad, como bien supremo, es una meta más
personal, que no podría ser arrebatada de quien la posee.
Para algunos la gloria equipara la virtud ya que por medio de ella obtienen la
alabanza de los otros, y por ello muchos podrían pensar que la virtud es el bien
supremo, pero aún esta sola es incompleta ya que un hombre puede tener
muchas virtudes pero no necesariamente ser feliz.
En toda esta parte, Aristóteles realiza una reflexión profunda en busca de lo que
es en sí el bien, rechazando la idea de que el bien es común a todas las cosas
ya que el bien al que se refiere es un bien accesible al ser humano.
Aristóteles divide a los bienes en tres clases: bienes exteriores, bienes del alma
y bienes del cuerpo. Los del alma son los considerados más perfectamente
bienes, junto con los hechos y ejercicios espirituales, podría decirse entonces
que el fin del hombre son ciertos hechos del alma. Esta acción es aceptada por
algunos que consideran que la felicidad es la virtud, o alguna virtud en particular,
por lo cual no sería extraño que se adjudique como bien supremo al uso de
ciertas cualidades. De ser esto real, el placer verdadero del hombre serían las
acciones conforme a la virtud, que no solo son agradables, sino que son además
bellas y buenas.
TEORÍA DE LA VIRTUD
Aunque considera que las virtudes no son naturales del hombre, sí avala el
hecho de que el hombre nace con la capacidad de potenciarlas, las virtudes se
adquieren luego de ponerlas en práctica, así, obrando en las virtudes es que se
aprenden, lo mismo que practicando la justicia se vuelve uno justo, o se aprende
la valiente entrenando el valor.
Conservar la virtud, no es una tarea fácil, ya que su exceso o falta puede traer
resultados alejados de ella, así como quien sucumbe a todo placer es inestable
mientras que aquel que huye de todo se vuelve cobarde, siendo la forma de
mantenerlas, el conducirse con moderación. Por lo tanto, es mejor solo practicar
actos de cierto género, ya que las cualidades se forman de estos actos, siendo
mejor contraerlos desde la infancia (Azcárate, 1873).
Las virtudes se expresan por medio de acciones, y es innegable que ellas traen
como consecuencia o el placer o el dolor, siendo esto prueba de que la virtud
se refiere a los dolores y placeres del hombre. Por lo tanto, la virtud viene a ser
aquello que prepara al hombre para enfrentar los dolores y placeres de la vida,
de manera que su conducta sea lo mejor posible, siendo el vicio todo lo contrario.
Para Aristóteles, hay tres cosas que se deben buscar y de la misma manera,
hay tres cosas de las que se debe huir: debe buscarse lo bueno, lo conveniente
y lo placentero y se debe huir de lo malo, lo dañino y lo doloroso (sus contrarios),
el hombre bueno es quien sabe conducirse con propiedad por el camino recto,
mientras que el hombre malo no logra alcanzarlo y comete errores. Y
generalmente comete errores en su búsqueda del placer, ya que esto es
inherente a la especie humana, incluso desde la niñez, ya que el mismo infante
en el pecho materno experimenta el placer, por lo tanto es muy difícil alejarse de
esa sensación placentera, tan arraigada en la vida humana.
Sin embargo, en la misma línea desestima que las virtudes puedan ser
afecciones, ya que no es por estas que alguien recibe elogios ni censura, sino
que estos se reciben en función de las virtudes o los vicios. Tampoco sería
aceptable que sean afecciones puesto que no pueden elegirse (nadie siente ira
con solo desearlo), mientras que las virtudes sí son actos que se eligen.
Pero, ¿qué es un estado? La virtud no solo confiere valor a la virtud per se, sino
que también a su acción, en el caso del hombre, la virtud seria el estado por
medio del cual llega a ser bueno y también gracias al cual realiza bien sus
acciones. Por ello la virtud es más fiel y superior que cualquier arte o ciencia.
(Martínez, 2001). Lo dicho, claro, aplicado a la virtud moral – no hay que olvidar
que Aristóteles distingue dos clases de virtud- ya que la virtud moral es la que
tiene que ver con afecciones y acciones, y estas son susceptibles de exceso y
defectos y por ende de poseer un término medio. Los excesos y defectos, como
ya se esbozó, son propios de los vicios, mientras que el término medio es el
punto exacto propio de la virtud y es el que merece elogio.
Aristóteles incluso, reflexiona sobre las tres fases que tienen tanto las
emociones, como los dolores, placeres y acciones. Así por ejemplo, en relación
a las pasiones, el pasmado se avergüenza de todo (defecto) mientras que el otro
Así, queda clara la explicación que la virtud moral es una condición media entre
dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, y es así porque es término medio
tanto en acciones como en pasiones. Esto representa un reto para el hombre- y
más aún en los tiempos actuales- ya que mantenerse en el camino correcto no
es parte de su naturaleza, siendo incluso más difícil para el hombre menos
instruido. Esto hace que la virtud sea elogiable y hermosa. Y es por ello que
Aristóteles apunta tanto a la necesidad de la educación, tanto para la
consecución del bien individual como del bien social.
Es menester del hombre reconocer cuál es su debilidad, hacia qué lado es más
fácil para él ser arrastrado, ya que no todos los hombre sucumben ante las
mismas pasiones.
1
Cuadro elaborado por Pilar Quicios (2002)
Resumiendo todo lo dicho, las virtudes serian hábitos o estados que permiten al
hombre elegir, en cada circunstancia, lo más adecuado y conveniente, lo
correcto, siendo consciente que lo correcto será siempre un término medio
establecido de forma racional entre dos actitudes contrarias. (Quicios, 2002).
Entre las virtudes morales, para Aristóteles, la justicia es la virtud suprema por
excelencia, es la virtud perfecta, ya que esta se da en relación a otros hombres,
no solo hacia quien la posee. La justicia es la virtud que consiste en buscar el
bien del otro, no de uno mismo. Incluso Aristóteles distingue entre algunos tipos
de justicia, a saber: una justicia general que es conforme a la legalidad y que
busca la felicidad de la sociedad; y una justicia parcial, que regula aspectos de
la vida social, que atribuye las ventajas y desventajas que corresponden a los
miembros de la sociedad y que regula los contratos de la sociedad.
Para algunos filósofos actuales (Marcos, 2011), sin embargo, es necesario hacer
una observación de la educación en virtudes que propone Aristóteles, ya que
estas, al estar relacionadas a contextos socioculturales, no pueden ser exactas
en la actualidad que en la época en que se plantearon. Al proponer la necesidad
de un punto medio, se corre el riesgo de caer en una educación muy puritana,
pudiendo incluso volcarse hacia normas inflexibles y causantes de prejuicios.
Por lo tanto no debe olvidarse que para Aristóteles, las virtudes no son una meta
Los tiempos actuales también representan un reto para el logro de una educación
en virtudes, ya que se ha erigido un culto al placer y al consumismo, relacionando
lo placentero con lo bueno mientras que lo que cuesta trabajo o causa dolor, es
relacionado con lo malo. Una vida dirigida solo a la búsqueda de placeres dista
mucho de lo que propone Aristóteles como una vida bien lograda. Por lo tanto,
la educación debe fomentar las virtudes y su puesta en práctica, a fin de lograr
la felicidad individual y social. (Marcos, 2011)
Sin embargo, Aristóteles ha sido muy ilustrativo en mostrarnos que las virtudes
son elegibles, por lo tanto son aplicables a la conducta y pueden aprenderse por
medio de la práctica continua, si bien no constituyen parte natural del ser
humano, sí pueden hacer parte de su vida e incluso convertirse en su segundo
lenguaje, ya que mientras más ponga en práctica el conducirse con bien, dentro
de lo correcto, lo moral lo virtuoso, más digno de elogio y mayor virtud tendrá y
más sencillo le será elegir el camino bello y virtuoso del bien, que es la búsqueda
de perfeccionamiento del hombre.