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Bajo los ríos del cielo

Sandra Cornejo
A mi hijo Mateo, siempre.
A Luciana, María Paula,
Fernanda Cornejo y Pilar Tagliero,
por el abrigo.
A mis hermanos José, Jesús y Alejandro,
compañeros de juego.
A mamá y papá, con el amor de la madurez.
I

El relato de las brasas

El bosque está lleno de monstruos dejados atrás, a los que amo.


Tomás Tranströmer
En un punto de la trama

En un punto de la trama
el orden cambia
la idea de alejarse
se curva
desciende la pendiente.

Entonces los amigos


como árboles
con idénticas cuerdas
sobre ajados borceguíes
regresan.
La montaña
arrima su mirada
a la fogata
y comparte en sosiego
el relato de las brasas.

En un punto de la trama
el orden cambia
quebradizo se hace el gris
simple el horizonte.
Santuario

Un higo cae sobre el pasto del jardín.

Entre los infinitos celestiales


Júpiter abraza el halo perfecto de la luna.

En esta noche despojada de bosque


bajo los ríos del cielo
por un instante
el gesto de la paz.
Asunto: Noticias en navidad

Cuando aún estamos aquí


y nos hemos reencontrado
mientras se extingue el incienso
y los relatos de los hijos
nos rescatan
el frío
que marca los cuerpos del sur
apenas nos roza
nos acerca otra vez.

Algo preservó nuestra certeza


lo difícil de comprender o de aceptar
vino solo.

Unidas
como cuando anclábamos pactos en el futuro
mencionamos
el cordero para el almuerzo
las abuelas especiales
la familia.

En las antípodas
en los detalles
la vida fue haciéndonos.

Tantos los años transcurridos, tan breve el tiempo


de la ausencia.

A Carol, en El Maitén
Un lago

Cuentan que la profundidad de un lago


es semejante a la altura
de las montañas que lo rodean.
Cada vez que observo
esa superficie
al ras de una breve playa
me conmueve este pensamiento.

Era un día de febrero


un día cálido, sin viento.
Carmen dormía.
Vos y yo caminábamos en el muelle
haciendo equilibrio
entre hierros atravesados
sobre un apoyo invisible.

No te animabas a zambullirte
-el agua de un lago siempre es fría, casi helada-
yo apenas jugaba con los pies descalzos
en el oleaje.

Todo el mundo estaba ahí.


La cabaña a pocos metros
el silencio
y en la montaña
la presencia inalterable del fondo del lago.

A nuestra familia Quintana en Esquel


Alabanza

Por tres generaciones


-que yo sepa-
las mujeres de mi familia
perdieron su cría.

Cuando esperaba a mi hijo pensaba en ello.

Comprendí que estaba marcada


que era posible tanto
la noche como el día
por eso
le hablaba a mi criatura
como quien en el buen clima siega el heno
y para el tiempo inclemente
prepara los enseres.

Sangré.
Sangrar no es buena cosa antes del parto.

Ahora
cuando mi hijo va y viene por los caminos del Señor
siento su presencia natural, como la lluvia o el ciruelo
pero hay un instante, en cada día,
que vislumbro el milagro
-la diferencia-

y agradezco.
Del lado de la mañana

Era preferible
su hierra en el umbral
su río gravitando en el estanque
para qué una ruinosa despedida
si bajo el cobertizo
lo humano remansaba.

Era el trabajo de sus manos el misterio


la madera, la amarra
la mesa, el artificio.

Para qué ese coágulo a punto de estallar


ese residuo explosivo en entrelíneas
si en un tazón, durante la mañana,
cabía el equilibrio
la indulgencia.

Cuando el amor repara


sin prisa
lo aprendemos.
Colibríes en invierno

Aunque el ajedrez no sea mi fuerte


entiendo de castillos sitiados
de reinos y fosos y murallas.
Las murallas tienen almenas en sus torres
por ellas
se controla al enemigo
el horizonte se contempla.

No quisiera jugar la habitual partida


ni percibir
desde una encañada atalaya
tanta distancia.
Si no implicara invadirte, preferiría verte
y que me mires.
No querría sostener otra vez
otra trampa.

La vida es un estado mental.


Algo así escribió Jerzy Kosinski en su Jardín.
Tenía 13 años, me arropó con esa frase
como abriga una manta doble
de plumón de ganso. Él y Poe
y un día claro.
Largo tiempo sentí que no creería ya
en el efecto del sol
en la mariposa que sería el capullo
en las frases precariamente dichas
pero dichas como quejido de bestia acorralada
descarnada bestia
hablándote, hablándome.

No te alejes.

No es un mandala esa cadena que arrastra tus pies


hacia lo lábil
de un universo opaco
un sitio fósil donde no logramos ver
ni con catalejos, ni con telescopios
o sondas espaciales.

Al menos, probemos ser colibríes en invierno.

Si fuera necesario invocaría un mantra, un salmo.


Una mención divina
y partículas se disgregarán
en fractales de un cántaro
recién forjado
moldeándonos la risa
como a delfines rosados
avutardas disparadas en vuelo
o flamencos.
No te alejes.

Paisaje aparecido de otro trazo


otro vuelo.

II

Una vez fui feliz, un cordero.


Luciérnagas y renacuajos eran mi compañía.
Otra vez
en distintas mudanzas, perdí un gato y una cabra.
Los amaba. Nunca regresaron a casa.
A mi nombre apenas lo recuerdo
y no soy de aquí
no pertenezco a este olor humedecido
que golpea como machetazo
desde las ventanas
en las casas viejas
desde las paredes donde hay hombres
que hablan sin oírse
y se esconden.

Pero podría amar esta ciudad mohosa y digna


-ajena para mí-
aun
cuando nada tiene de montañés o cátara
o subterránea
nada tiene rudamente leve
podría
porque el amor
ciertos días de luz incandescente
la habita.

No te alejes.
Anís

En el borde de la tarde pepitas de anís.


Frío.
Una verdad repica en la yema de los dedos
y agosto te traza como una campanada.

Fue incierto imaginar que aquí estarías


como una armadura caída del cielo
un canto voceado a plena luna.

En el cauce humeante del invierno


la nostalgia se afina
la estación de la calma
reverdece.
Otra taza de té

Si vieras
esa otra taza de té servida
ese otro relato en lo espeso de tu tono
si vieras
el ártico matiz de la penumbra
si pudieras oír
y accediera la memoria
contada la historia de otro modo

verías

una liebre herida como tu mirada herida


sobre la nieve del camino
bajo la nieve que cae en el camino.

Si otra taza de hierbas


de allí donde crecimos
vieras

verías

tronera de cuervos que se alejan


dos búhos en las ramas de un serbal
días de vendimia, canciones de año nuevo,
antorchas doradas valle arriba.
Si vieras
esa otra taza servida
dejaríamos de andar sin desprendernos
sin reír sin brillar

y lo que enreda, si fuera así,


se despedazaría
si en un instante
la taza
tomaras
y vieras.
Ese mediodía

Ese mediodía almorzábamos conejo.


Yo no comía.
Pensaba en un poema de Longfellow
del que hablaba una canción.
Era un día verde y fresco.
Sobre la casa y la sala crecía una luz de aire a pino.
Un tiempo de montaña.
La mesa era amplia
los movimientos limpios.
El sol, plateado y transparente,
se entrelazaba a los versos
del poeta parecido a Whitman.

Por la noche, en el centro de mi cuarto,


un tiovivo rosa giraba hasta que me dormía.
Además de mi madre
era lo único que me arrancaba
del miedo
a la oscuridad.

Extraña la cabeza de un niño


con su flota de estridencias enlazadas
a un poema
a la sombra de un poeta
desconocido.
Emisario

Habla en el idioma de la nieve


en el lenguaje de la hierba.
Canta o vuela mientras habla.
Se desliza de la voz al arcoíris
de la letra a la canción.

Viene de vocales en reversa


de preguntas en zigzag.

Trae un campo de origami


una vértebra de luz.

Enhebra, en armonía con el misterio,


la obra entera
el relato que nunca dejaría de leer.
Nochevieja

Hay luciérnagas grandes como orugas


dijiste
y tu sonrisa trajo siglos
en el sonido de los árboles.

Que el girasol no se marchite


-pedías-.
Cetáceo que en la turbiedad
en lejanía
sabías a dónde ir, por qué.

Púlsar en el país del avellano


y en las épocas del fruto, ternura.

En este atardecer de noche vieja


de abrigo interminable
tu alegría es un don.
En el resquicio del invierno

En el resquicio del invierno


las brasas arden
ascuas del sol que permanece desnudo
sobre las tejas del hogar.

Alegría y dolor acampan


bajo un mismo cielo.
De cada reino, seres celestes,
cruzan hacia la Comarca.

Un orden cambia
pero la rosa mosqueta aún crece entre los espinos
y las yemas germinan en las araucarias.

Fiel a aquello que querían nuestras almas


la madurez arrebata a la tristeza
sus candelabros nocturnales.
De la mano de los alquimistas
como lobos helados
sin temor al silbido de las balas
regresamos.
Canal de navegación

A diferencia de esta opacidad


la geometría de tu luz
es el espacio donde mi barco
se desliza
sobre aguas
que adquieren color
sólo en el lecho de tu río.
Alerzal

Canela como el arrayán


como el pato de los torrentes,
en extinción.
Mutisia
sobre la arena volcánica.

Tomaré La Trochita
para que me devuelva a lo intangible
porque lagos y ríos permanecen encadenados.

No pude irme
no pretendo alejarme
del lugar hermoso desaparecido
al que pertenezco.
II

Lo eterno y lo quebrado

No había nadie. Sólo nosotros y los dinosaurios.


Sam Shepard
Contextos

Una torre cilíndrica de hormigón.


Es lo primero que puede verse en la distancia.
Luego las casas precarias
los muros
y por fin
las rejas.
Después, el alambre de púa
la basura sobre el barro
y un poco más lejos
la villa
los carros
los perros flacos y sedientos.

Dentro
en un mundo parecido al nuestro
me aguardan
amigas de otra vida
reencontradas
no sé muy bien, todavía, por qué.
En Cösmiko

La defienden.
Es una antorcha que pasan
de mano en mano.
La refugian
como si de algo sirviera
o para alguien la cuidaran.
La contemplan.
En círculos
pintan sobre la pared
“nunca muere”.

Murciélagos de la medianoche
mutantes
migratorios.

Nos recuerdan
lo que fuimos
lo que no habríamos sido
si no fuera por ella
la poesía.

Para El rey de las criaturas y La escuela de nadie


Lo eterno y lo quebrado

En un poema un amigo se pregunta


acerca de la inocencia
del lirismo.
Duda de la lengua de un pueblo
por las acciones de ese pueblo.

Leo en el I Ching
lo eterno y lo quebrado colisionan.
En su decantada sabiduría
el libro sapiencial me orienta.
Descanso
entre sus dos extremos
sobre el movimiento cambiante de las cosas.

Resistir, como escribió un poeta en el principio.


Ni irse, ni quedarse.

Así la persistencia
cuyo sabio lirismo
es inocente.
Cuadratura

En el sistema primario
de tu mente
se proyectan planetas
dispuestos en cruz.

Cuidado, el mapa es confuso.


Ese manso horizonte blanco
ni alberga ni entibia.

Es tarde.
Aún no subiste a las rocas más altas.
La marea arrecia
y en tu entendimiento
esa luna frágil
ese mar fugado
parecieran los brazos de un sol.
El mal

Si fuera posible
golpéate tres veces en los huesos
antes de asirte a su mano rota.
Una cicatriz

Con una cicatriz calmó a tu intruso.

Como a nosotros, derramada,


te deja ir y venir.
Igual de terca se desliza ahora
en cada pleamar.

Ni promesas. Ni grandes confesiones.

Sobre el rocío de un año que recién empieza


la muerte ha dejado su llave en tu portón
pero se ha ido.
Aguachada

Una idea constante


lenta
suave como una sombra
sinuosa
en el desvelo de la mente
en su firmeza.

Una idea incrustada


que duele
en el cuerpo.
Nombre

Una vez tuve un nombre


que me arrancaron abruptamente luego.

En mi mente y mi cuerpo
quedé yo
-hijo de alguien-
venido un día al universo.

Desde entonces
con mi alma floto
en la placenta a la cual
a medias pertenezco

solo de mí
como cada uno de nosotros
pero más desnudo todavía.
Isla de los manzanos

Qué es la vida sino detalles.


Cerrar las ventanas por la noche.
Aguardar que las manzanas asadas
te cobijen.
Observar en el verde
lo frondoso que ha crecido el ficus.
Comprobarle a la casa sus sueños.
Leer en su texto indeleble
la certeza tallada con el corazón.
Como si de pronto un druida
se hubiera hecho cargo
del mundo y su peso
sentirse
de tanto en tanto
a salvo.
Soplo

Empezar por el último día.

Salir de la jaula, que la jaula se desvanezca.


Salir del corazón, que el corazón no se desvanezca.
Salir de la mente, tomar el camino que no se desvanece.
Salir del cuerpo, volver donde lo olvidado reaparece.

Ir hacia adentro.
Empezar en el fin.
III

Íntima paz

Te escribo. ¿Has visto mi rostro en alguno de tus sueños?


Diamela Eltit
Tríptico de Santiago

Bajo los árboles entrelazados, una paloma. Cierta y gris.

En el Parque Forestal
cerca de la calle Monjitas
Lila y la mejor de las suertes
me confían este Infarto del alma
que leo sobre un banco.

No reconozco los humores de aquellos


que parecen desdoblar
sus gustos. O cambiar de frase en frase.
Sé que este libro
buscado por años
en su primera hoja dice:

“Te escribo.
¿Has visto mi rostro en alguno de tus sueños?”
Y eso basta.

Puede que nadie sea reconocible


pero aquí, entre las hojas,
se afianza una íntima paz.
II

Me gustaría hablar con alguien


alguien que se acerque
que se siente junto a mí en este banco del parque
y me hable
en un idioma amigo
sosegado
como esta paloma que abajito me mira
y me conversa.
III

A veces, ser otra es una buena costumbre.


Inmigrante en una misma.
Los ojos como si fueran nuevos.
La mano que aprieta levemente
lo ajeno en una mano propia.
La otra que anda por ahí
sola, abandonada de una.
Esa que
retirándose del sitio que le dio cobijo
junta las palmas, agradece
observa el espacio, memoriza

conserva la inmensa prontitud


su presencia
cuando la paloma se lanza hacia la copa
del árbol trenzado sobre su cabeza
y se va
abrigadísima de Dios.

A Diamela Eltit, su Presencia


Santiago de Chile, noviembre de 2011
Agradecimientos

Gracias a Mario Goloboff, Liliana Heer


y CésarCantoni, en el tiempo de este libro.
Gracias a Ana Emilia Lahitte y Horacio Castillo,
en el recuerdo.
Gracias a Raúl Ordenavía por confiar en la poesía.
Índice
I El relato de las brasas
En un punto de la trama
Santuario
Asunto: Noticias en navidad
Un lago
Alabanza
Del lado de la mañana
Colibríes en invierno
Anís
Otra taza de té
Ese mediodía
Emisario
Nochevieja
En el resquicio del invierno
Canal de navegación
Alerzal

II Lo eterno y lo quebrado
Contextos
En Cösmiko
Lo eterno y lo quebrado
Cuadratura
El mal
Una cicatriz
Aguachada
Nombre
Isla de los manzanos
Soplo

III Íntima paz


Tríptico de Santiago

Agradecimientos

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