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DERECHOS HUMANOS: COMPROMISOS INTERNACIONALES, OBLIGACIONES

NACIONALES

Miguel Ángel de los SANTOS

SUMARIO: I. Introducción. II. Legislación y jurisprudencia internacional en materia de derechos


humanos. III. Posición y fuerza vinculante de los instrumentos internacionales en la legislación
mexicana. IV. Compromisos internacionales, obligaciones nacionales en materia de derechos humanos.
V. Necesidad de armonizar la legislación nacional con la internacional. VI. Necesidad de adecuar la
práctica a las disposiciones de derechos humanos. VII. Papel de los tribunales en la eficacia de los
derechos humanos. VIII. Conclusiones.

I. INTRODUCCIÓN

Progresivamente, los instrumentos internacionales que protegen los derechos humanos1 se han
ubicado como fuente importante de derecho y se han incorporado a la legislación interna de los
Estados. La importancia que ha cobrado la protección de los derechos humanos en el nivel
internacional se refleja en el hecho de que los Estados, hoy día, a diferencia del pasado, no
niegan las violaciones ocurridas en sus territorios, no arguyen soberanía nacional, y se abren al
escrutinio externo.
En el ámbito de las relaciones internacionales, los Estados se encuentran jurídicamente
obligados a cumplir con los tratados; sin embargo, muchas veces el espacio doméstico requiere
definición constitucional para hacerlos exigibles y armonizar su contenido con la legislación
interna. En algunos Estados, una vez que éstos se han convertido en parte de un instrumento
internacional, éste, automáticamente, pasa a formar parte de la legislación obligatoria interna; en
otros, requiere de legislación especial para reconocerle valor de norma interna y obligatoria.
México ha ratificado la mayoría de los instrumentos internacionales que protegen los derechos
humanos; varios de éstos protegen o contienen disposiciones protectoras de derechos
directamente relacionados con la aplicación de las leyes penales. Sin embargo, el abismo
persiste: el marco normativo internacional vinculante para México no siempre encuentra
correspondencia con el derecho interno. Remediar tal desacorde requiere armonizar ambos
cuerpos legales a fin de garantizar una adecuada protección de valores fundamentales y evitar
que nuestro país incurra en responsabilidad internacional como consecuencia del incumplimiento
de los tratados internacionales, y provea, a la vez, un marco jurídico completo y eficaz para la
protección y defensa de los derechos humanos.
Las consideraciones antes mencionadas serán abordadas en el presente trabajo, revisando la
legislación internacional —incluyendo la jurisprudencia que de su aplicación se deriva— de la
que México es parte, el carácter vinculante de la misma, y la necesidad de adecuar nuestra
legislación y práctica interna, sobre todo la penal, a los estándares internacionales en materia de
derechos humanos. Al final, también abordamos la función de los tribunales mexicanos para
hacer eficaz el goce y ejercicio de los derechos humanos.

II. LEGISLACIÓN Y JURISPRUDENCIA INTERNACIONAL EN MATERIA DE DERECHOS


HUMANOS

Existe un amplio consenso académico en el sentido de ubicar el desarrollo del derecho


internacional de los derechos humanos (en adelante DIDH)2 a partir de la Segunda Guerra
Mundial. Ello se debió a la necesidad de establecer compromisos internacionales que obligaran
a los Estados a proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos sujetos a su jurisdicción
y con ello evitar que se repitieran las atrocidades recientemente vividas en esa época.3

En 1948 la mayoría de los países del mundo se congregaron en la ciudad de San Francisco,
California, en Estados Unidos, y suscribieron la Declaración Universal de los Derechos
Humanos4 (en adelante DUDH), documento que, sin contener fuerza vinculante, se convertiría,
con el transcurso del tiempo, en el referente moral y jurídico más importante en materia de
protección de los derechos humanos, al grado de reconocerle como parte de la costumbre
jurídica internacional,5 alcanzando obligatoriedad entre los Estados.6Mientras eso sucedía en el
ámbito universal, en América ya había sido adoptada lo que representa el primer instrumento
internacional de protección a los derechos humanos, la Declaración Americana de los Derechos
y Deberes del Hombre,7 documento que, pese a su carácter declarativo, ha sido reconocido
como fuente de obligaciones internacionales para los Estados miembros de la Organización de
Estados Americanos.8
Sin embargo, el carácter declarativo de los instrumentos mencionados no garantizaba una
adecuada protección de los derechos humanos. La protección efectiva de éstos requería
compromisos vinculantes por parte de los Estados, por ello fue necesaria la promulgación, casi
veinte años después de que se publicara la DUDH, del Pacto Internacional sobre Derechos
Civiles y Políticos (en adelante el PIDCP o el Pacto), que entraría en vigor en 1976. En el ámbito
interamericano también fue promulgada la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
también conocida como Pacto de San José9 (en adelante la Convención Americana) y en vigor
desde 1978.
A ellos le siguieron muchos otros convenios universales y regionales, que estipulan protección
especial para ciertos derechos, y a los cuales México se adhirió, así por ejemplo, la Convención
para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio,10 la Convención contra la Tortura y
otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos y Degradantes,11 Convención Interamericana para
Prevenir y Sancionar la Tortura,12 Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de
Personas.13
Hoy día, el catalogo de instrumentos internacionales en materia de derechos humanos es vasto,
y ello también revela la extensa aceptación y discusión que sobre el tema abordan los Estados;
además, la variedad de organismos que han surgido para proteger y defender los derechos
humanos refleja el compromiso de los Estados de sujetarse a las normas internacionales y su
voluntad de aceptar un régimen de monitoreo, investigación y sanción en caso de incumplimiento
de esas normas. La internacionalización, más allá de toda expectativa, de los derechos humanos,
indica también que cada vez es más difícil que los Estados puedan obviar el cumplimiento de
obligaciones relacionadas con los derechos fundamentales. Es más, ciertos gobiernos suelen
retomar los derechos humanos como plataformas políticas para que la ciudadanía vote por
gobiernos comprometidos con esos derechos.
El amplio movimiento de los derechos humanos obliga a los Estados a que tarde o temprano se
adhieran a los instrumentos internacionales, algunas veces por convicción propia y compromiso
con los derechos humanos, otras veces, incluso, por la presión moral que implica el ser vista
como una nación cuyo gobierno rehúye un compromiso internacional para velar por los derechos
humanos. Como quiera que sea, una vez que el Estado se convierte en parte de un instrumento
internacional que conlleva obligaciones vinculantes, como son los que hemos mencionado, se
asume también el compromiso de responder ante la comunidad internacional por el
incumplimiento de esas obligaciones adquiridas.
Desde luego que todo este bagaje de instrumentos internacionales carecería de sentido si no se
aterrizaran en los espacios nacionales y se les reconociera el carácter de ley. No debe perderse
de vista que los Estados son los principales responsables de velar que los derechos humanos
de los ciudadanos sujetos a su jurisdicción se respeten en el espacio doméstico, y que el ámbito
internacional de protección sólo surge para cumplir una función complementaria. Tampoco debe
soslayarse el hecho de que muchas de las disposiciones normativas de fuente internacional sólo
resultan operativas si los Estados ponen en funcionamiento su sistema legal interno para darle
eficacia.14
Por ello afirmamos que la importancia de los instrumentos internacionales radica en que los
Estados voluntariamente y de buena fe aceptan compromisos para garantizar y respetar los
derechos humanos a los ciudadanos bajo su jurisdicción. Ese compromiso, si bien se asume
frente a la comunidad internacional, se traduce también en mayores garantías en espacios
nacionales. Algunas veces esos compromisos implican también la aceptación de que organismos
internacionales creados para vigilar el cumplimiento de las obligaciones internacionales, atiendan
demandas de personas que aleguen el incumplimiento por parte del Estado de una obligación
internacional, es decir, una violación a derechos humanos.15
Resulta lógico pensar que el Estado no necesita vincularse a un instrumento internacional para
garantizar y respetar los derechos humanos de sus ciudadanos, de hecho, el caso mexicano
resulta el mejor ejemplo: la Constitución de 1917, promulgada mucho antes de la DUDH, provee
un capítulo denominado "Garantías individuales" en que se reconocen y garantizan derechos
fundamentales de las personas. Visto desde esta perspectiva, el DIDH es complementario del
derecho constitucional, en tanto que enriquece los derechos previstos, no previstos, o no
claramente previstos en la legislación interna.
El DIDH, traducido en instrumentos y mecanismos internacionales de protección, también asume
una función subsidiaria del derecho interno, pues sólo se moviliza una vez que los mecanismos
nacionales de protección de los derechos humanos han fracasado en su misión, han resultado
ineficaces para tal fin, o no existen tales recursos.16 Como se- ñala Pedro Nikken:
El derecho internacional se ocupa del tema ante la verificación de que, en la práctica, especialmente cuando
el poder se ejerce de modo arbitrario, los recursos del derecho interno son a menudo ilusorios para
salvaguardar a la víctima indefensa y de que la ofensa a los valores superiores de la dignidad humana,
donde quiera que se cometa, afecta a la humanidad como un todo.17
Lo anterior revela la necesidad de ubicar la posición que los instrumentos internacionales en
materia de derechos humanos ocupan en la legislación mexicana, así como la fuerza normativa
de los mismos.
III. POSICIÓN Y FUERZA VINCULANTE DE LOS INSTRUMENTOS INTERNACIONALES EN
LA LEGISLACIÓN MEXICANA
En el ámbito internacional, los instrumentos internacionales se encuentran claramente
delimitados y dotados de validez. Una vez que un Estado ha aceptado ser parte del mismo, éste
se obliga a cumplir con las disposiciones del mismo so pena de incurrir en responsabilidad
internacional y sufrir la imposición de las sanciones previstas o impuestas por el mismo tratado.
El problema se presenta en el espacio interno al definir la posición que los instrumentos
internacionales ocupan en la esfera jurídica y su carácter obligatorio y vinculante para los
tribunales nacionales. Esta materia no está regida por el derecho internacional, es un asunto que
compete exclusivamente al ordenamiento jurídico nacional, propiamente a las Constituciones de
los Estados.
Al analizar el nivel jerárquico de los instrumentos internacionales en el sistema jurídico mexicano,
es necesario ubicarnos en la corriente teórica aplicable. La jerarquía de los tratados y su
ubicación en el ordenamiento jurídico, en especial los relacionados con los derechos humanos,
es una cuestión que ha de ser resuelta por la Constitución. Lo mismo ocurre con la decisión de
cada país respecto al derecho internacional; es la Constitución quien ha de revelar su adherencia
a una posición monista o dualista.18
La visión monista parte de que existe un solo ordenamiento jurídico y éste comprende las normas
internacionales y las nacionales, teniendo las primeras prioridad para su aplicación, además de
incorporarse automáticamente, previa ratificación por el Senado, al orden jurídico nacional;
mientras que la visión dualista sugiere que las normas internacionales y nacionales constituyen
dos esferas legales diferentes y separadas, y que las normas internacionales sólo pueden
adquirir validez en el ámbito interno si se legisla al respecto, es decir, si se promulga ley que la
instrumente, que reescriba el contenido del tratado siguiendo el procedimiento de aprobación de
leyes, y la convierta por esta vía, en ley nacional.19
En cuanto a la jerarquía de los tratados, cuestión también de orden constitucional interno, Ayala
Corao distingue cuatro tipos de rango o valor jerárquico de los
tratados: 1) supraconstitucional; 2) constitucional; 3) supralegal, y 4) legal.20
Supraconstitucional. De acuerdo con esta opción, los tratados internacionales en materia de
derechos humanos prevalecen por encima de la Constitución, además, impone que todo
contenido e interpretación normativa interna, incluyendo la constitucional, debe apegarse a la
norma superior, que, en este caso, son los tratados internacionales. Los ejemplos más cercanos
de países que han elevado el rango de los tratados por encima de su ordenamiento jurídico, son
Honduras y Guatemala. Este último establece en su artículo 46 constitucional: "Preeminencia del
derecho internacional. Se establece el principio general de que en materia de derechos humanos,
los tratados y convenciones aceptados y ratificados por Guatemala, tienen preeminencia sobre
el derecho interno".21
Constitucional. Una segunda clasificación ubica a los tratados en un mismo rango que la
Constitución y ambos tienen, por tanto, la misma supremacía en el orden jurídico interno.
Cualquier diferencia en la interpretación puede ser resuelta de acuerdo con el principio pro
homine o de la ley más favorable. Las Constituciones de Perú, Argentina y Venezuela, constituyen
modelos apegados a esta opción clasificatoria de los tratados. El artículo 23 de la Constitución
venezolana, señala:
Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, suscritos y ratificados por Venezuela,
tiene jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno, en la medida que contengan normas sobre
su goce y ejercicio más favorables a las establecidas en esta Constitución y en la leyes de la Republica, y
son de aplicación inmediata y directa por los tribunales y demás órganos del Poder Público.22
Supralegal. La tercera clasificación otorga rango supralegal a los tratados internacionales en
materia de derechos humanos, es decir, se consideran superiores a las leyes internas pero no a
la Constitución; además, sugiere que el contenido de los tratados debe estar de acuerdo con la
Constitución. Ejemplo de países que funcionan bajo este sistema, son Francia, Alemania, Italia
y El Salvador, cuya Constitución en el artículo 144 establece: "Los tratados internacionales
celebrados por El Salvador con otros estados o con organismos internacionales, constituyen
leyes de la República al entrar en vigencia, conforme a las disposiciones del mismo tratado y de
esta Constitución".23
Legal. Una cuarta clasificación otorga rango legal a los tratados en el ordenamiento jurídico
interno, es decir, son equiparables a las leyes internas, y es el sistema seguido por los Estados
Unidos de América y por México, como se puede apreciar, en este último caso, de la disposición
constitucional.
Artículo 133. Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados
que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la Republica, con
aprobación del Senado, serán la ley suprema de toda la Unión. Los jueces de cada estado se arreglarán a
dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las
constituciones o leyes de los estados.24
En México, nuestro ordenamiento jurídico clarifica la relación entre la legislación interna y la
configurada por los instrumentos internacionales de conformidad con lo establecido en los
artículos 76, fracción I, 89, fracción X y 133 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos (en adelante la Constitución mexicana, la Constitución federal o la Constitución) en
los que se establece que los tratados deben ser firmados por el Ejecutivo Federal y ratificados
por el Senado de la República.
El artículo 133 de la Constitución mexicana establece que la Constitución, las leyes del Congreso
de la Unión que emanen de ella y los tratados que estén de acuerdo con la misma, firmados por
el presidente de la República y aprobados por el Senado, constituyen la ley suprema de la unión, con
lo que bastaría para señalar la jerarquía innegable e indiscutible que los tratados tienen en
nuestro ordenamiento jurídico.
Los debates doctrinales y la incertidumbre jurídica, respecto a la ubicación de los tratados en
nuestro orden jurídico, habían durado años sin que se clarificara por nuestro órgano de
interpretación de las disposiciones constitucionales. Se sostenía una interpretación de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación (en adelante la Corte o la SCJN) que ubicaba a los
tratados en la misma jerarquía que las leyes federales.
De conformidad con el artículo 133 de la Constitución, tanto las leyes que emanen de ella, como los tratados
internacionales, celebrados por el ejecutivo Federal, aprobados por el Senado de la República y que estén
de acuerdo con la misma, ocupan, ambos, el rango inmediatamente inferior a la Constitución en la jerarquía
de las normas en el orden jurídico mexicano. Ahora bien, teniendo la misma jerarquía, el tratado
internacional no puede ser criterio para determinar la constitucionalidad de una ley ni viceversa. Por ello,
la Ley de las Cámaras de Comercio y de las de Industria no puede ser considerada inconstitucional por
contrariar lo dispuesto en un tratado internacional.25
Sin embargo, en 1999, esta interpretación fue modificada y la Corte estableció:
…los tratados internacionales se encuentran en un segundo plano inmediatamente debajo de la
ley fundamental y por encima del derecho federal local. Esta interpretación del artículo 133
constitucional, deriva de que estos compromisos internacionales son asumidos por el Estado
mexicano en su conjunto y comprometen a todas sus autoridades frente a la comunidad
internacional; por ello se explica que el Constituyente haya facultado al Presidente de la
República al suscribir los tratados internacionales en su calidad de jefe de Estado y, de la misma
manera, el Senado interviene como representante de la voluntad de las entidades federativas y,
por medio de su ratificación, obliga a sus autoridades.26
Si bien constituye una tesis aislada desprovista de carácter obligatorio, por no alcanzar rango de
jurisprudencia, lo cierto es que suple el criterio interpretativo sustentado en la tesis transcrita y
publicada bajo el rubro "Leyes federales y tratados internacionales. Tienen la misma je- rarquía
normativa".
La última tesis transcrita deja en claro la supremacía de los tratados de derechos humanos con
relación a las leyes federales y locales, lo que implica, en principio, su carácter obligatorio y,
aunque resulta vano reiterarlo, que los tribunales disponen de los mismos para aplicarlos a casos
concretos. En la práctica, parece evidente que, debido a la supremacía constitucional en el orden
jurídico interno, y al dogmatismo en la aplicación de la ley, los tribunales tienen predilección por
aplicar principalmente la Constitución, aunque, como aquí se demuestra, disponen también del
cuerpo normativo internacional para sustentar sus resoluciones.
La otra cuestión no menos importante, y relacionado con lo antes dicho, tiene que ver con el
alcance interno del compromiso internacional asumido por los Estados al celebrar tratados.
Según la interpretación antes mencionada, los tratados, al celebrarse con las formalidades
constitucionales requeridas, son asumidas por el Estado mexicano en su conjunto y
comprometen a todas sus autoridades frente a la comunidad internacional.
IV. COMPROMISOS INTERNACIONALES, OBLIGACIONES NACIONALES EN MATERIA
DE DERECHOS HUMANOS
Los Estados al ratificar tratados en materia de derechos humanos adquieren obligaciones,
regidas por el derecho internacional, diferentes a las que adquirirían con la firma de tratados
tradicionales, es decir, no relacionados con la protección de los derechos humanos.27 La Corte
Interamericana, inspirada en la Opinión Consultiva de la Corte Internacional de Justicia sobre las
reservas a la Convención sobre Genocidio,28 afirmó: "Al aprobar estos tratados sobre derechos
humanos, los Estados se someten a un orden legal dentro del cual ellos, por el bien común,
asumen varias obligaciones no en relación con otros Estados, sino hacia los individuos bajo su
jurisdicción".29 Los tratados se rigen por normas internacionales que regulan el procedimiento y
fin de los mismos. Tanto la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, como la Ley
sobre la Celebración de Tratados,30 establecen disposiciones aplicables cuando los Estados
asumen obligaciones internacionales vía tratados u otros instrumentos internacionales.31
Disposiciones de la Convención de Viena, como la establecida en el artículo 26, imponen cumplir
de buena fe los tratados, y la dispuesta en el artículo 27 establece la imposibilidad de invocar el
derecho interno como justificación ante el incumplimiento de las disposiciones del tratado.
Los tratados en particular evidentemente que también imponen obligaciones a las partes con
relación a las disposiciones del mismo, entre ellas las de promover, respetar y garantizar los
derechos consignados. Dada su relevancia, es pertinente analizar el alcance de esas
obligaciones generales de los Estados adquiridas como consecuencia de la firma de tratados.
Retomaremos, para ejemplificar nuestra exposición, las disposiciones del PIDCP, y la
Convención Americana, ambos ratificados por México.
El artículo 2o. del Pacto dispone que;
1. Cada uno de los Estados partes en el presente Pacto se compromete a respetar y a garantizar a todos los
individuos que se encuentren en su territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en
el presente Pacto, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra
índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.
2. Cada Estado parte se compromete a adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales y a las
disposiciones del presente Pacto, las medidas oportunas para dictar las disposiciones legislativas o de otro
carácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos reconocidos en el presente Pacto y que no
estuviesen ya garantizados por disposiciones legislativas o de otro carácter (énfasis añadido).
De manera similar la Convención Americana, al enumerar los deberes de los Estados parte,
señala:
Artículo 1.1. Los Estados partes en esta Convención se comprometen a respetar los derechos y libertades
reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción,
sin discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición
social.
Artículo 2. Si en el ejercicio de los derechos y libertades mencionados en el artículo 1 no estuviere ya
garantizado por disposiciones legislativas o de otro carácter, los Estados partes se comprometen a adoptar,
con arreglo a sus procedimientos constitucionales y a las disposiciones de esta Convención, las medidas
legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos tales derechos y
libertades (énfasis añadido).
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante la Corte interamericana), órgano
jurisdiccional facultado para interpretar y aplicar las disposiciones de la Convención americana,
ha tenido oportunidad de analizar las disposiciones antes descritas en el celebre caso Velásquez
Rodríguez contra Honduras.32
Al analizar la obligación de respetar los derechos y libertades, la Corte afirma que el ejercicio del
poder público tiene ciertos límites, que derivan del hecho de que los derechos humanos son
atributos inherentes a la dignidad humana, y son, en consecuencia, superiores al poder del
Estado; por lo que el ejercicio del poder público que viola los derechos establecidos en la
Convención es ilegal.33
La obligación de garantizar el ejercicio de los derechos establecidos tanto en el Pacto como en
la Convención, impone a los Estados la creación de las condiciones necesarias para que ese
ejercicio pueda hacerse realidad con plenitud.
La segunda obligación de los Estados Partes es la de "garantizar" el libre y pleno ejercicio de los derechos
reconocidos en la Convención a toda persona sujeta a su jurisdicción. Esta obligación implica el deber de
los Estados Partes de organizar todo el aparato gubernamental y, en general, todas las estructuras a través
de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar
jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos. Como consecuencia de esta obligación
los Estados deben prevenir, investigar y sancionar toda violación de los derechos reconocidos por la
Convención y procurar, además, el restablecimiento, si es posible, del derecho conculcado y, en su caso, la
reparación de los daños producidos por la violación de los derechos humanos.34
La jurisprudencia de la Corte interamericana es clara con relación a la garantía para el ejercicio
de los derechos humanos. El Estado debe organizar todo el aparato gubernamental para esos
efectos, lo cual implica generar condiciones estructurales, legales y humanas para que las
personas sujetas a su jurisdicción disfruten de los derechos establecidos en la Convención.
Adecuar toda la estructura a través de la cual se expresa el poder público, para garantizar el
pleno ejercicio de los derechos humanos, impone que toda instancia de procuración e impartición
de justicia, por ejemplo, facilite también el ejercicio de los derechos humanos. No basta que se
legisle para proteger los derechos humanos, pues muchas veces ello resulta insuficiente si no se
acompaña de una amplia labor de promoción de los derechos humanos; si no se crean
estructuras adecuadas para la realización de los derechos; y si no se capacita al personal, para
cumplir debidamente con la obligación de garantizar los derechos.
La obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos no se agota con la existencia
de un orden normativo dirigido a hacer posible el cumplimiento de esta obligación, sino que comporta la
necesidad de una conducta gubernamental que asegure la existencia, en la realidad, de una eficaz garantía
del libre y pleno ejercicio de los derechos humanos.35
En el mismo sentido, el Comité de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos (en adelante el
Comité de derechos humanos), órgano establecido por el Pacto, y facultado para vigilar el
cumplimiento de las disposiciones del mismo, estableció en el Comentario General número 3, la
importancia de que las personas conozcan cuáles son sus derechos establecidos en el Pacto, y
también que todas las autoridades tanto administrativas como judiciales estén conscientes de
las obligaciones que el Estado asume con relación al Pacto.36
De acuerdo con la jurisprudencia constante de la Corte interamericana, el cumplimiento por parte
del Estado con relación a las obligaciones derivadas de la Convención, no implica tan sólo el
abstenerse de violar los derechos humanos, impone también la realización de acciones positivas
(una conducta gubernamental) tendientes a la creación del ambiente propicio para el pleno goce
y ejercicio de los derechos establecidos en la Convención. Por ello, una de las obligaciones
principales de los Estados es la de asegurar que las normas internacionales operen dentro de su
jurisdicción, incorporando dichas normas o promulgando normas internas que las reproduzcan,
creando recursos adecuados y eficaces para la protección de los derechos protegidos por
normas internacionales, y revisando las leyes internas para adecuarlas a las normas
internacionales.37
Este punto de vista es compartido por el Comité de Derechos Humanos, al interpretar el alcance
de las disposiciones del párrafo segundo del artículo 2o. del Pacto. En el mismo señaló que los
Estados se encuentran obligados a introducir en el momento de la ratificación, los cambios de
las normas y prácticas internas que sean necesarias para garantizar su conformidad con el Pacto.
Con ello clarifica también que la adopción de las medidas que hagan efectivas las disposiciones
del Pacto constituyen acciones de efecto inmediato, y que no están sujetas a la voluntad y
disposición de condiciones sociales, políticas o económicas en los Estados.38
La obligación de garantía en relación con los derechos humanos, implica, además, impulsar
medidas eficaces tendientes a prevenir la eventual violación de los derechos humanos,
instrumentando medidas de carácter jurídico, político, administrativo y cultural para
salvaguardarlos. Entre las medidas de carácter jurídico, deben, necesariamente, impulsarse
aquellas que aseguren que las eventuales violaciones a los derechos humanos encontraran su
correspondiente calificación como hechos ilícitos susceptibles de sanción y objeto de
reparación.39
La obligación de garantizar el libre y pleno ejercicio de los derechos establecidos en la
Convención, afirmo la Corte interamericana, se compromete si el Estado no desarrolla
investigaciones eficaces tendientes a averiguar debidamente las situaciones en que los derechos
de la Convención americana se han vulnerado. Se incumple con la obligación mencionada si la
violación queda impune o se tolera que particulares o grupos de ellos actúen impunemente y no
se restablece, en la medida de lo posible, a la víctima en la plenitud de sus derechos.40
La adhesión a un instrumento internacional en materia de derechos humanos conlleva
obligaciones que requieren acciones en el ámbito interno para cumplir con las disposiciones del
mismo. El principal compromiso radica en hacer que tales disposiciones se incorporen en el
espacio doméstico y se integren al marco jurídico nacional.
V. NECESIDAD DE ARMONIZAR LA LEGISLACIÓN NACIONAL CON LA INTERNACIONAL
Como ya se ha dicho, las normas de derecho internacional de los derechos humanos funcionan
sobre la base de que los Estados, de buena fe, adecuarán su legislación a las disposiciones
contenidas en los instrumentos ratificados. No tendría ningún sentido que los Estados firmaran
todos los tratados que surgieran (México es parte de unos 60 instrumentos internacionales), sin
que ocurriera cambio alguno a nivel interno, es decir, sin que se positivizaran de algún modo y
alcanzaran carácter de ley interna, posible de ser exigibles y justiciables ante instancias
domésticas.
La convicción por los derechos humanos debe ir acompañada de acciones positivas congruentes
y comprometidas con los derechos humanos, lo que implica promover la eficacia y realización de
los derechos humanos tanto en la ley como en la práctica. Ello requiere, evidentemente, la
adecuación de la normatividad nacional con la internacional, realizar las reformas que sean
necesarias para incorporar las disposiciones previstas en instrumentos internacionales en
nuestra Constitución, elevar la jerarquía de los tratados si no por encima de la Constitución, al
menos al mismo rango.
El compromiso con los derechos humanos demanda la revisión de la legislación federal y local
para armonizarla con los valores protegidos en los instrumentos internacionales, pues no resulta
exagerado afirmar que las legislaciones nacionales en ocasiones se convierten en verdaderos
obstáculos para la lucha a favor de los derechos humanos, porque están mal redactadas, no
están modernizadas, o están llenas de contradicciones con relación a los instrumentos
internacionales.41 Un claro ejemplo de lo antes dicho lo representa la tipificación del delito de
tortura. Ciertas legislaciones se inspiran en los instrumentos internacionales al definir la tortura,
otras disminuyen los alcances de la tipificación, y otras no incluyen la discriminación como una
de las causas que también puede generar tortura, o no consideran el elemento "gravedad" al
tipificar esa práctica.42
A la luz del compromiso por garantizar los derechos humanos, debe revisarse la legislación
nacional, a fin de modificar aquellas disposiciones que se aparten de los derechos humanos. El
principio de prevención ya descrito impone también el deber de evitar que potenciales violaciones
a los derechos humanos se susciten en agravio de cualquier persona. No debe olvidarse que
abstenerse de evitar la vulneración de un derecho también acarrea la responsabilidad
internacional del Estado por incumplir con un deber de prevención. No hace falta que la violación
ocurra para instrumentar las medidas preventivas que la eviten, como tampoco hace falta que
ésta ocurra para que quien se sienta afectado ocurra a demandar protección al derecho en
riesgo.
En función de la obligación de adecuar la ley interna a la internacional, se impone también la
necesidad de modificar las leyes reglamentarias nacionales, estatales y municipales, a fin de
lograr que la legislación, cualquiera que sea el nivel, no contradiga un compromiso internacional
y derechos fundamentales universalmente aceptados. Por ello resulta significativo que tanto la
Iniciativa de Reformas al Sistema de Justicia Penal presentada por el Ejecutivo en 2004,43 como
el Proyecto de Ley de Amparo, incorporen expresamente los instrumentos internacionales en
materia de derechos humanos.
VI. NECESIDAD DE ADECUAR LA PRÁCTICA A LAS DISPOSICIONES DE DERECHOS
HUMANOS
Evidentemente, no basta, incluso, que la legislación mexicana se armonice con los instrumentos
internacionales; se requiere también que la praxis institucional funcione armónicamente con tales
disposiciones. Carecería de sentido, como ocurre en el caso mexicano por ejemplo, que se
ratificaran la Convención internacional e interamericana para prevenir y sancionar la tortura, se
crearan leyes especiales y tipos penales para castigar esa práctica como delito, pero no se
capacita adecuadamente a los agentes del Ministerio Público, policías y demás operadores de
la justicia, para que lleven a cabo sus funciones dentro de un marco de respeto por los derechos
humanos.44 De igual manera, resultaría inútil ratificar instrumentos internacionales que protegen
los derechos humanos, si los jueces y magistrados, por ejemplo, no los consideran al re- solver
los casos que se les presentan.
Concretando, es muy importante la incorporación de los derechos internacionales en las
Constituciones, y también importa el modo, explícito o implícito, en que se incorporan, porque
ello refleja la importancia que un Estado provee a los derechos humanos, a la vez que facilita
hacerlos exigibles. Sin embargo, el problema para su realización son los mecanismos
específicos. A la adecuación de la Constitución debiera seguir, no sólo la adecuación de la
legislación secundaria, sino también la creación del recurso ágil, sencillo y eficaz para la
protección de los derechos tutelados, la promoción de los mismos y la creación o
perfeccionamiento de las instancias, que también en forma eficaz, vigilen y protejan los derechos
garantizados. Tomar los derechos en serio, según la feliz expresión de Dworkin, significa adecuar
todo el aparato del Estado en función de aquéllos. De no seguir este proceso, la apreciación de
Brewer-Carias resulta acertada: los derechos constitucionales solo constituirían declaraciones
de principios.45
Otro mecanismo importante en la incorporación de los derechos humanos internacionales al
ámbito nacional es la adopción de discursos que promuevan la observancia de los derechos
humanos, y que reconozcan los instrumentos internacionales que los protegen. Sería deseable
que estos discursos provinieran desde los más altos niveles de las autoridades. En la medida en
que la legislación interna adopta la internacional y se incorpora al discurso, los encargados de
hacer cumplir la ley, así como todas y todos los funcionarios públicos aceptarán y utilizarán las
disposiciones de derecho internacional de los derechos humanos. En México todavía muy pocos
jueces aplican disposiciones de DIDH; sin embargo, percibo que muchos son más receptivos y
ya no les son ajenos los instrumentos internacionales.
Como se ha visto, existe un lento pero progresivo avance en la incorporación del DIDH al espacio
nacional, y esta tendencia se fortalece también con el hecho de una también progresiva
incorporación como asignatura en los estudios universitarios de derecho en varias universidades
mexicanas.
Desde luego, para que los derechos humanos de fuente internacional sean aplicables y exigibles
en el plano interno, se requiere también que los operadores de la justicia los consideren dentro
del cuerpo normativo aplicable en sus promociones y resoluciones.
VII. PAPEL DE LOS TRIBUNALES EN LA EFICACIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Los derechos humanos son asuntos de competencia primaria de los Estados frente a las
personas sujetas a su jurisdicción, son éstos quienes tienen que asegurarse que toda persona
goce plenamente de los derechos establecidos en su Constitución y en los instrumentos interna-
cionales que ha ratificado.
El ámbito internacional de protección y defensa de los derechos humanos ha surgido debido a la
falta de voluntad de algunos gobiernos para respetarlos, a la insuficiencia, y muchas veces a la
ineficacia de los mecanismos nacionales de protección de los derechos humanos.
Por ello, la Convención Americana al ser promulgada establece que los derechos esenciales del
hombre justifican la protección internacional de carácter convencional coadyuvante o
complementaria de la que ofrece el derecho interno de los Estados americanos.
En la medida que los mecanismos internos, para hacer efectivos los derechos humanos, resulten
eficaces, ninguna persona tendrá necesidad de acudir a los espacios internacionales para
reclamar justicia ante la eventual violación de un derecho. Sin embargo, esta hipótesis requiere,
como ya se ha dicho, además del reconocimiento normativo de los derechos humanos, acciones
concretas dirigidas a crear una cultura jurídica de protección amplia de los derechos humanos,
en que la aplicación de los instrumentos internacionales sea tan recurrente como las
disposiciones constitucionales.
Como ya se ha visto, el consenso es amplio y compartido por el máximo tribunal mexicano, en
el sentido de reconocer la jerarquía de los instrumentos internacionales derivada de la
interpretación del artículo 133 de la Constitución mexicana; no obstante, el problema radica en
la conciencia que los operadores de la justicia tomen sobre la importancia de invocar
instrumentos internacionales y de emitir resoluciones acordes con los mismos.
Los "compromisos internacionales son asumidos por el Estado mexicano en su conjunto y
comprometen a todas sus autoridades frente a la comunidad internacional", lo anterior lo ha dicho
el tribunal en Pleno al fijar la tesis de jurisprudencia que ubica a los tratados por encima de las
leyes federales y locales y por debajo de la Constitución. La afirmación es clara y reveladora: el
Poder Judicial no soslaya su cuota del compromiso internacional asumido por el Estado
mexicano, por el contrario, clarificar la exacta posición de los tratados en el ordenamiento jurídico
mexicano, provee certeza a la ciudadanía y dimensiona, si bien en forma limitada, la importancia
de las disposiciones establecidas en los instru- mentos internacionales.
Esta interpretación deriva de la "cláusula federal" establecida en el artículo 28 de la Convención
Americana, según la cual "cuando se trate de un Estado parte constituido como Estado Federal,
el gobierno nacional de dicho Estado parte cumplirá todas las disposiciones de la presente
Convención relacionadas con las materias sobre las que ejerce jurisdicción legislativa y judicial".
Desde esta perspectiva, nada impide que un juez, en el ejercicio pleno de sus atribuciones como
garante de los derechos fundamentales, aplique disposiciones de fuente internacional, puesto
que, como ya se ha clarificado, éstas poseen el carácter de ley vigente en nuestro orde- namiento
jurídico nacional.
Ahora, desde la perspectiva del derecho internacional, los tribunales y fiscales también se hallan
obligados a emitir resoluciones y desarrollar acciones en función de los compromisos
internacionales. Ya hemos dejado claro que las obligaciones internacionales son asumidas por
el Estado en su conjunto, del cual el Poder Judicial es parte integrante, de manera que, cualquier
afectación de un derecho previsto en la normativa internacional puede provocar que el titular del
derecho vulnerado acuda a una instancia internacional para demandar la responsabilidad del
Estado mexicano. Situado en el espacio internacional, el Estado mexicano no podría justificar su
responsabilidad aduciendo que ésta corresponde a un juzgador, a un agente del Ministerio
Público, o a un policía de la jerarquía más baja. Una excusa como ésta se opondría a lo dispuesto
por la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, en su artículo 27.1, que establece
que "un Estado parte de un tratado no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como
justificación del incumplimiento del tratado".
En el caso La última tentación de Cristo, relacionado con violaciones a la libertad de pensamiento
y expresión, la Corte Interamericana de Derechos Humanos analiza el principio de la
responsabilidad internacional comprometida por el Estado chileno, en los siguientes términos:
Esta Corte entiende que la responsabilidad internacional del Estado puede generarse por actos u omisiones
de cualquier poder u órgano de éste, independientemente de su jerarquía, que violen la Convención
Americana. Es decir, todo acto u omisión, imputable al Estado, en violación de las normas del derecho
internacional de los derechos humanos, compromete la responsabilidad internacional del Estado. En el
presente caso ésta se generó en virtud de que el artículo 19 número 12 de la Constitución establece la
censura previa en la producción cinematográfica y, por lo tanto, determina los actos de los Poderes
Ejecutivo, Legislativo y Judicial.46
En consecuencia, los tribunales pueden y deben aplicar e interpretar los tratados y la
jurisprudencia de los órganos internacionales de protección de los derechos humanos, con el
afán de proveer una más efectiva protección a los derechos humanos a fin de evitar comprometer
la responsabilidad internacional de nuestro país. A partir de que México suscribió la Convención
Americana y se aceptó la jurisdicción contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos47 debe no sólo cumplir con las disposiciones del ordenamiento internacional, sino
también aceptar, y en su caso retomar, los precedentes jurisprudenciales que la Corte
establezca. Carecería de sentido que México cumpliera con la Convención, pero se negara a
reconocer la jurisprudencia de la Corte, organismo creado justamente para vigilar el cumplimiento
de las disposiciones de la Convención.
En aplicación del principio de progresividad, establecido en el artículo 29 de la Convención
Americana,48 los tribunales, en sus resoluciones, deben apegarse a los estándares
internacionales en materia de protección de los derechos humanos establecidos tanto por los
tratados al respecto como la jurisprudencia que se haya generado por los órganos
internacionales correspondientes. Sin embargo, en el marco del mismo principio, no podría, a
riesgo de vulnerar derechos humanos y comprometer la responsabilidad del Estado mexicano,
emitir una resolución contraria o inferior a los estándares internacionales.49
Esta interpretación se corresponde con el principio pro homine generalmente aceptado y regla de
interpretación hermenéutica al aplicar instrumentos internacionales en el ámbito interno. Este
principio encuentra respaldo jurídico en lo dispuesto por el artículo 31.1 de la Convención de
Viena, que estipula que la interpretación de los tratados debe considerar el objeto y fin de los
mismos, que es, por cierto, reconocer derechos a los individuos frente al Estado.50
El principio pro homine ha sido recogido en los principales instrumentos internacionales que
protegen los derechos humanos, a propósito de las reglas de interpretación del contenido de los
mismos. Así, por ejemplo, el Pacto establece en el artículo 5o.
1. Ninguna disposición del presente Pacto podrá ser interpretada en el sentido de conceder derecho alguno
a un Estado, grupo o individuo para emprender actividades o realizar actos encaminados a la destrucción
de cualquiera de los derechos y libertades reconocidos en el Pacto o a su limitación en mayor medida que
la prevista en él.
2. No podrá admitirse restricción o menoscabo de ninguno de los derechos humanos fundamentales
reconocidos o vigentes en un Estado Parte en virtud de leyes, convenciones, reglamentos o costumbres, so
pretexto de que el presente Pacto no los reconoce o los reconoce en menor grado.
Los tribunales mexicanos también se han ocupado del principio pro homine en los siguientes
términos:
PRINCIPIO PRO HOMINE. SU APLICACIÓN. El principio pro homine, incorporado en múltiples
tratados internacionales, es un criterio hermenéutico que coincide con el rasgo fundamental de los derechos
humanos, por virtud del cual debe estarse siempre a favor del hombre e implica que debe acudirse a la
norma más amplia o a la interpretación extensiva cuando se trata de derechos protegidos y, por el contrario,
a la norma o a la interpretación más restringida, cuando se trata de establecer límites a su ejercicio.51
También encuentra respaldo en la siguiente tesis del mismo tribunal:
TRATADOS INTERNACIONALES. SU APLICACIÓN CUANDO AMPLÍAN Y REGLAMEN- TAN
DERECHOS FUNDAMENTALES. Conforme al artículo 133 constitucional, la propia Constitución, las
leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados que estén de acuerdo con la misma,
celebrados y que se celebren por el presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la ley
suprema de toda la Unión. Ahora bien, cuando los tratados internacionales reglamentan y amplían los
derechos fundamentales tutelados por la Carta Magna, deben aplicarse sobre las leyes federales que no lo
hacen, máxime cuando otras leyes también federales, los complementan.52
Santiago Corcuera, al sugerir una regla de interpretación, afirma que el principio que
comentamos también se deduce de interpretar correctamente el contenido del artículo 1o.
constitucional, que establece que las garantías no podrán restringirse ni suspenderse sino en los
casos y condiciones previstas por la misma norma fundamental. La interpretación a contrario
sensu, indica que las garantías si podrían ampliarse con disposiciones internacionales.53
En el mismo sentido debería interpretarse el contenido del artículo 15 constitucional, que prohíbe
la celebración de tratados que alteren las garantías y derechos establecidos en la Constitución.
Esta eventual alteración debe entenderse en sentido negativo, es decir, si el tratado altera las
garantías para enriquecerlas, para beneficiar a la persona en sus derechos, entonces la
celebración del tratado es permitido.
La Ley Orgánica del Poder Judicial de la Federación, en su artículo 50, señala que los jueces
federales penales conocerán de los delitos de orden federal, y que éstos son, entre otros, los
previstos en las leyes federales y los tratados internacionales. Bajo esta lógica, los tribunales
están posibilitados para aplicar los tratados en sus resoluciones.54
En este sentido, debe considerarse seriamente que cuando la Convención Americana y el Pacto
establecen que los Estados deben tomar las medidas legislativas o de otro carácter que fueren
necesarias para hacer efectivos los derechos y libertades protegidos, realmente está brindando
al Estado la libertad más amplia para impulsar las medidas conducentes a tal fin, y ello incluye
legislar, adecuar la estructura y cambiar las prácticas.
Medidas de otro carácter, necesarias para el eficaz goce de los derechos humanos, implicarían
también, en el ámbito de la administración de justicia, que los defensores, fiscales, secretarios
de juzgado, jueces y magistrados, recibieran capacitación especializada en el conocimiento,
manejo y utilización de los instrumentos internacionales en las decisiones que adopten en el
desarrollo de sus funciones. Cada resolución de fondo debiera acompañarse del fundamento
debido en la legislación constitucional y procesal doméstica, pero también en la internacional
aplicable al caso concreto. Sólo de esa manera, secundando las palabras del juez de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, Antonio Cançado Trindade,
Una nueva mentalidad emergerá, en lo que concierne al Poder Judicial, a partir de la comprensión de que
la aplicación directa de las normas internacionales de protección de los derechos humanos es benéfica para
los habitantes de todos los países, y que, en vez del apego a construcciones y silogismos jurídico-formales
y a un normativismo hermético, lo que verdaderamente se requiere es proceder a la correcta interpretación
de las normas aplicables a fin de asegurar la plena protección del ser humano, sean ellas de origen
internacional o nacional.55
VIII. CONCLUSIONES
1. El goce y ejercicio de los derechos humanos requiere acciones positivas de diverso tipo, pero sobre todo
requiere de voluntad política para impulsar los cambios legislativos necesarios que constituyan la base para
promover una nueva práctica en el ejercicio del poder. En la medida en que el Estado democrático de
derecho que rige en México, ponga en el centro de sus acciones al ser humano y respete sus valores
inherentes, en esa medida será posible construir una sociedad democrática y respetuosa de los derechos
humanos. La responsabilidad, como hemos visto, corresponde a todas y cada una de las personas en sus
diversos ámbitos de acción, pero sobre todo corresponde a quienes tienen asignada la responsabilidad del
ejercicio del poder público.
2. En la sociedad mexicana es ampliamente reconocida la importancia de los derechos humanos en los
espacios judiciales; no obstante, las personas operadoras de la justicia se encuentran en el proceso de toma
de conciencia sobre los mismos. Ello se refleja en una práctica judicial sujeta a normativismos dogmáticos
que obvian referencias a los derechos universalmente aceptados.
3. Resulta revelador de la situación de los derechos humanos en el ámbito de la impartición de justicia, el
hecho de que, en los últimos años, la mayoría de los casos que arriban a las instancias internacionales de
protección de esos derechos se relacionan con la administración de justicia y especialmente violaciones
ocurridas durante el proceso penal.56
4. Atender con eficacia los reclamos en materia de derechos humanos en este escenario requiere de cambios
legislativos, pero también requiere cambios de conducta, prácticas, ideologías, estructuras y voluntad, que
no pasan por los congresos, y que abonan a la construcción de una sociedad con instancias cuidadosas y
preocupadas por los dere- chos humanos.
5. La aplicación del principio pro homine representa una alternativa de interpretación hermenéutica de los
tratados, ampliamente aceptada en favor de los derechos humanos. Si fuera necesario, puesto que la
Constitución prevé la supremacía de los tratados, los tribunales podrían, en aplicación de este principio,
aplicar los instrumentos internacionales a casos concretos.
6. Emulando a Ferrajoli, hoy ya no es posible hablar con decencia de democracia, igualdad, garantías,
derechos humanos y universalidad de derechos si no consideramos seriamente los instrumentos
internacionales en materia de derechos humanos que representan el consenso universal en la protección de
los derechos fundamentales, y, sobre todo, reconocer el carácter supra estatal de los mismos.57 Hacia la
consecución de este propósito resulta necesario incorporar los instrumentos internacionales a la
Constitución elevando su jerarquía a un nivel supraconstitucional.
7. Por ello resulta significativa la iniciativa de reformas al sistema de justicia penal en México, presentada por
el mandatario mexicano, pues en ella se reconoce que es la respuesta a las demandas de eficacia del sistema
penal por parte de la sociedad, pero también el compromiso por respetar los derechos humanos
universalmente aceptados.

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