CRISMÓN.
NIVEL PREICONOGRÁFICO
El crismón es básicamente un monograma. Su
construcción está basada en la unión, por
superposición, de las dos primeras letras en
griego "X" y "P" ("Gi" y "Rho"). Se ven también
los símbolos α (alfa) y ω (omega), la primera y
la última letra del alfabeto griego, que aparecen
de modo temprano en el icono, colgando de los
extremos del símbolo "X".
NIVEL ICONOGRÁFICO
Todos estos elementos conformarían la plenitud del anagrama, pero pueden aparecer
sólo con algunos de ellos, aunque siempre con la presencia de las dos primeras letras,
que definen por su comienzo el nombre de Cristo. El resto pueden ir apareciendo
según lo represente el autor que lo esculpe en los tímpanos de las puertas o lo dibuje
en los documentos pertinentes. Las representaciones escultóricas, que son las que
nos ocupan suelen tener casi todos los elementos, aunque con variaciones en la
localización de los mismos dentro de la configuración final.
También se ha expresado el crismón -su equivalente- bajo las letras: "XPS", con
idéntico significado a lo descrito; "PAX" como consecuencia lógica de la "catequesis"
epigrafiada en el crismón de la catedral jaquesa ("P es el Padres, A el hijo y X el
Espíritu Santo") y refrendado por esas tres letras, invertidas para usarse como sello,
en un anillo hallado en la necrópolis real de San Juan de la Peña. También la
combinación "IHS" como abreviatura del nombre de Cristo en griego, romanizado
como "IHCOYC XPICTOC" trocando la letra "sigma" por "C"
Aparece con una gran asiduidad, no solo en la historiografía escultórica de tímpanos y
otras ubicaciones, sino porque es signo de identidad Para multitud de documentos
que, muestran de ese modo la omnipresencia del emblema y de una realidad histórica
profundamente dominada por los estigmas cristianos, en cualquier modo de
representación.
NIVEL ICONOLOGICO
Los dos primeros siglos del Cristianismo se caracterizan por la ausencia de
representación de imágenes de culto, siguiendo el
iconoclastismo expresado en el Antiguo
Testamento y la opinión de
autores como Tertuliano, para
quienes las imágenes constituyen un “adulterio de
la verdad”. A partir del siglo III, coincidiendo con la
difusión de la religión cristiana comienzan a
aparecer las primeras muestras iconográficas en
escultura y pintura.
Las manifestaciones pictóricas se
asocian frecuentemente a las catacumbas,
cuyas imágenes guardan relación con
la verdadera vida: aquella que aguarda tras la
muerte, una vez alcanzada la justicia divina. En un
primer momento mediante signos ambiguos,
como el pez, el pavo real, la vid; que sugieren una
interpretación religiosa, o el crismón, que se identifica con las iniciales de
Cristo. Más tarde, con alegorías mediadoras entre el cielo y la tierra, como el Buen
Pastor. Finalmente mediante imágenes más conceptuales – como la Orante que se
identifica con la propia Iglesia como medio para la salvación de las almas
El comienzo de este tipo de representación tiene que ver con las fórmulas de
criptografía mística, que venía a ser un sistema de escritura con clave secreta que los
cristianos aprendieron de otras civilizaciones, como la judía y la egipcia, que resultaba
del ensamblaje de letras del alfabeto bajo el cual se escondía el simbolismo, y la
palabra, en clave cabalística.
Así fue como los primeros artistas y artesanos cristianos crearon de forma cautelar y
secreta el crismón cristológico, como medio plástico de comunicación social velado,
que era una forma socio-política-religiosa de esconder sus creencias, pero a la vez de
representarlas sin levantar demasiadas sospechas.
Pero no todos guardaban fidelidad al modelo exacto, porque en algunos, por ejemplo
en Estella, el alfa y la omega se situaron al revés de lo convenido, es decir primero la
omega y después el alfa, como si de una nueva forma de interpretación críptica se
tratara. Lo mismo sucede en el existente en la fachada de Platerías de la catedral de
Santiago, donde ocurre lo mismo que en Estella; al igual que el de la puerta de entrada
desde el interior de la basílica al panteón real de la colegiata de San Isidoro en León.
Para la interpretación del fenómeno no hemos encontrado opiniones que nos
convenzan, como no sea la más plausible del error humano.
Según Timothy Freek y Peter Gandy, cuyas ideas otros han considerado totalmente
infundados, este monograma tuvo su origen en los papiros paganos, donde se
indicaban los pasajes proféticos con el signo chi-rho, que representaba la palabra
griega chreston, que significa "auspicioso". Al convertirse Constantino I al cristianismo,
se empezó a interpretar el chi-rho como abreviatura de Cristo. Este símbolo, por tanto,
tenía un significado doble, uno para los paganos y otro para los cristianos, lo cual se
ajustaba perfectamente al propósito de Constantino I. Y los primitivos crismones
recibieron la influencia de los signos de las corrientes místicas anteriores y
contemporáneas al nacimiento de la Iglesia.
Un estudio que se mantiene fiel a los datos históricos es el de Francisco de Asís
García García de la Universidad Complutense, que contiene también una larga
bibliografía.
El cristograma empezó a aparecer en las monedas romanas después del Edicto de
Milán (313) con el que Constantino I establecía la libertad de culto para los cristianos.
Las fuentes no se ponen de acuerdo sobre el momento y las razones del emperador
Constantino para adoptarlo. Los textos principales son de Eusebio de Cesarea y
Lactancio. Según la Vida de Constantino de Eusebio, el motivo fue una visión que tuvo
antes de la Batalla del Puente Milvio contra Majencio, consistente en el signo del
crismón en el cielo junto con el lema en griego «Ἐν τούτῳ νίκα» (con esto vence).
Según De mortibus persecutorum (Sobre las muertes de los perseguidores) de
Lactancio, lo de Constantino no fue una visión, sino un sueño la noche anterior a la
batalla.