Ética de la abogacía
1000 A. Precisiones terminológicas, fuentes y propuestas de discurso ético 1002
B. Aspectos éticos del ejercicio profesional de la abogacía 1056
C. Presente y futuro de la abogacía 1132
D. Anexo documental. Siete decálogos y un heptálogo de ética profesional jurídica 1162
A. Precisiones terminológicas, fuentes y propuestas de discurso ético
1004 Con carácter previo, se considera oportuno dar cuenta de cuál es el contexto en el que se gesta y tiene acogida el
recorrido que ahora empieza acerca de los aspectos éticos de la abogacía.
Ni qué decir tiene que es el contexto occidental al que se va a hacer alusión en todo momento. Con miras a tratar
de definir, siquiera sea introductoria e indicativamente, a qué nos referimos, se considera procedente recurrir a una
cita clásica de Xavier Zubiri (1898-1983) comprendida en su obra «Naturaleza, Historia, Dios» (1944): «La metafísica
griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen y destino divinos) son los tres productos
más gigantescos del espíritu humano [...] Sólo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres
legados».
Despejada, pues, esa triple, si no cuádruple, identidad occidental que más tarde, incidiendo en la vertiente
sociopolítica, llamaremos demoliberal, convendrá ahora apelar a una doble distinción que también cuenta con
virtualidad introductoria. Pues bien, de acuerdo con la distinción formulada por José Ortega y Gasset (1883-1955),
inspirada en David Hume (1711-1776), y comprendida en «Ideas y creencias» (1940), tenemos que Grecia fue
la civilización de las ideas (orientación especulativa asentada en el logos -razón teórica-) mientras Roma fue la
civilización de las creencias (orientación pragmática que se verifica a través del ius y la pax romana como razón
práctica).
La contraposición entre las ideas, o sea, la «vida intelectual», y las creencias, o sea, la «vida viviente» o «vida real»,
podría sintetizarse, de acuerdo con la precedente distinción orteguiana, en el sentido siguiente: mientras «las ideas
se tienen», esto es, las ideas «se utilizan para designar todo aquello que en nuestra vida aparece como resultado de
nuestra ocupación intelectual»; en cambio, «en las creencias se está», es decir, las creencias «se nos presentan con
el carácter opuesto [... y] constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre el que acontece».
1006 La interacción ideas-creencias, o, dicho de otra forma, el desdoblamiento entre vida intelectual-vida viviente/real,
permite establecer un nuevo paralelismo que remite, otra vez, a los orígenes de la civilización occidental, esto es, a
Grecia y Roma. Fernando Prieto (1933-2006), en su «Manual de historia de las teorías políticas» (2006), lo expresaba
en los términos siguientes: «Recordando ahora la distinción entre ideas y creencias en el sentido en que la estableció
Hume y entre nosotros divulgó en un brillante ensayo Ortega, decimos que Grecia fue el país de las «ideas» y Roma
fue el país de las «creencias». Y estas son precisamente las que más influyen en la práctica. En Grecia los filósofos
buscaron solución a los problemas especulativos. Los romanos se plantearon problemas prácticos, concretos: la
organización del ejército, la construcción de caminos, la administración de las provincias...».
Por lo expuesto, queda perfilada, pues, la distinción entre la orientación teórica (razón teórica y/o especulativa) que
remite al logos, por una parte; y, por otra, la orientación práctica (razón práctica y/o instrumental) que remite al ius.
Una conocida cita de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) ayudará a resaltar dicho desdoblamiento: «Grau,
1026 Si nos referimos al contexto occidental, de sustrato demoliberal, al que estamos adscritos, y siguiendo a Miguel Grande
en «Ética de las profesiones jurídicas» (2006), pueden ser citadas dos corrientes de ética fundamental que hacen
las veces de plataforma para la posterior consecución, como ética aplicada, de una ética profesional para juristas.
Las dos corrientes anunciadas serán brevemente expuestas distinguiendo una dimensión social, primero, y una
dimensión subjetiva, después.
1028 Dimensión social
Primeramente, cabe referirse a Aristóteles (384-322 a.C.) y, más en concreto, a dos de sus obras, «Ética a
Nicómaco» y «Política», en las que se hace alusión a los dos aspectos que pasan a mencionarse a continuación:
Por una parte, hay que reparar en el carácter teleológico de la acción humana; es decir, la aspiración o «búsqueda»
del bien de la felicidad del que da cuenta, como vertiente eudemonista, la «Teoría del Bien y de la Felicidad»
comprendida en el Libro I de la «Ética a Nicómaco». Afirmaciones, objeto de oportuno desarrollo, como las siguientes,
«El bien es el fin de todas las acciones del hombre» (L.I, I) o esta otra, «El fin supremo del hombre es la felicidad» (L.I,
II), inciden en la mencionada vertiente eudemonista.
El eudemonismo vendría a acoger, por tanto, los planteamientos de significación ética conformadores de una reflexión
tendente a poner los «medios» adecuados para alcanzar un «fin» que se identifica con «un bien» que no es otra
cosa sino una vida mejor.
La eudemonía, en aras de precisarlo aún más, se traduce, generalmente, por felicidad o buena vida. Y de ahí,
precisamente, que el eudemonismo constituya un posicionamiento ético cuyo objeto de reflexión sea el bien, la buena
vida o la felicidad, proponiéndose, en consecuencia, cómo lograr, con qué «medios» alcanzar, ese «fin».
1030 Por otra parte, la dimensión social de la ética está presente a partir de la consideración del hombre como «ser
social», pudiéndose resaltar no sólo la Teoría de la Justicia comprendida en el Libro V de la «Ética a Nicómaco» sino,
principalmente, la «Política»; en la que Aristóteles insistía en el carácter social del hombre en tanto que animal
político (zoon politikon). La cita de un breve fragmento de la obra reseñada lo expresa con gran elocuencia: «La
razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara.
La naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre, entre los animales, posee la palabra
[...] la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de
los humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo
injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en éstas funda la casa familiar y la ciudad» (L.I, II).
1032 Dimensión subjetiva
En segundo lugar, puede ser citado, nuevamente, Kant y, más en concreto, su «Fundamentación de la metafísica de
las costumbres» (1785) y, específicamente, la apelación al imperativo categórico.
Antes de nada convendrá destacar, sin embargo, la idea de autonomía (o emancipación), como paradigma de
la Ilustración, cuyo leitmotiv puede quedar sintetizado en la exclamación «Sapere aude!» que podríamos traducir
(cuando el hombre había dejado atrás la minoría de edad) por «¡Atrévete a pensar!». En el opúsculo «Respuesta a la
pregunta: ¿Qué es la Ilustración?» (1784) se contiene un famoso fragmento que pasa a reproducirse: «La Ilustración
es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad para servirse
de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de
ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin
la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!, he aquí el lema de la Ilustración».
En otro orden de cosas y, desde luego, más allá de hacer alusión a las formas a priori del conocimiento sensible
(espacio y tiempo) e inteligible (categorías), la moral kantiana se centra en el concepto de obligación («deber ser»,
Sollen) y, más en concreto, en el anteriormente mencionado concepto de imperativo categórico que constituye, como
síntesis de la propuesta kantiana, la ley fundamental de la razón práctica.
1034 En la citada obra kantiana, «Fundamentación de la metafísica de las costumbres», se contiene la doble formulación
del imperativo categórico; a saber:
Se alude, previamente, a que el imperativo categórico (la normatividad obligante) es único y cuya formulación es la
que sigue: «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal».
1038 Las dimensiones, social e individual, a que se ha hecho alusión se proyectan en el tiempo prevaleciendo o
imponiéndose una u otra, según qué casos. Con vocación de síntesis y, a título indicativo, pasan a distinguirse,
siguiendo esta vez a Xabier Etxeberria y sus «Temas básicos de ética» (2002), tres grupos de planteamientos que
pretender agotar, prácticamente, todas las posibilidades. Con todo, las tres propuestas que pasan a ser expuestas,
sucintamente, con visos de dar cuenta del amplio espectro de posibilidades que son susceptibles de ser planteadas
no impide hacer hincapié en el hecho de que, frecuentemente, las distintas propuestas se solapan, entrecruzan, por
lo que la vía complementaria, o si se prefiere ecléctica, híbrida, intermedia, etc., no es algo que pueda nunca dejar
de estar presente.
1040 Ética civil, cívica (o de mínimos) «versus» ética de máximos
La ética de mínimos presupone aceptar una sociedad pluralista y, más concretamente, una separación entre lo privado
(el hombre) y lo público (el ciudadano). Consiste, pues, en proponer unos mínimos éticos exigibles -en todo caso-
para regular la convivencia. Ideas afines a la ética de mínimos son la tolerancia y el consenso social; pudiendo
destacar, además, que esta ética civil -o cívica- acaba identificándose, en no pocas ocasiones, con una ética laica.
La ética de máximos, por su parte, apela a una ética global para todos; se traduce, pues, en una sola ideología
o una sola religión.
La distinción precedente no deja de ser problemática; así, convengamos en reconocer que, con frecuencia, no es
cuestión pacífica ser capaz de delimitar el ámbito privado del público, y viceversa; y otro tanto cabe decir en cuanto
a la determinación de ese contenido mínimo, que es, por definición, algo -de suyo- controvertido.
Llegados a este punto, cabría poner en relación todo lo expuesto acerca de la visión minimalista, llámese también
posibilista, y la versión maximalista con el carácter paradójico de la justicia. El instituto de la «equidad» ( CC art.3.2 ),
la idea de ponderación, sobrevolará a la hora de fijar la distinción entre la justicia como un fin y la justicia como un
medio.
1042 De acuerdo con dos aforismos latinos, en un caso, Fiat iustitia et pereat mundus («Hágase justicia aunque perezca el
mundo»), el lema de Fernando I de Habsburgo (1503-1564), quien fuera nieto de Fernando el Católico y Emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico; y, en otro, Summum ius, summa iniuria («la extrema justicia es injusticia
extrema»), recogido por Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) en «De Officiis» (L. I, 33), advertimos cómo se relanza
ese aspecto paradójico que no hace sino renovar la contraposición entre «maximalismo» versus «posibilismo» o, si
se prefiere, entre la «cosmovisión idealista» versus la «cosmovisión realista». Asistimos, en definitiva, a otra forma
de tratar la consideración de la justicia como un fin o como un medio, respectivamente, sin menospreciar, claro está,
la extendida concepción (subjetivista) de la justicia como sentimiento. Con todo, de incidir en la segunda hipótesis
no quedaría sino admitir que la justicia se establece como un modo de evitar males mayores (más coloquialmente
podría apostillarse que «lo mejor es enemigo de lo bueno») y que, por consiguiente, dicho de otro modo, la justicia
se erige en un medio para obtener otros bienes.
Las sucesivas tensiones a que se ha venido haciendo alusión, en clave dialéctica, permiten retomar ese otro aspecto
dilemático al que se refería el poeta Samuel Taylor Coleridge (1772-1834). Y es que para el poeta lakista la pugna entre
el idealismo platónico y el realismo aristotélico era una especie de designio habida cuenta que todo el mundo habría
nacido platónico o aristotélico. Quedaría por ver si dicho designio tendría que responder, en el caso de los juristas,
en general, y en el de los abogados, en particular, a un buen augurio o si, por el contrario, habría de considerarse
una especie de atávica maldición.
1058 Con carácter previo, parece conveniente remitirse a la noción de «officium» de la mano del célebre jurisconculto
romano Cicerón. En su obra, antes traída a colación, «De Officiis», reaparece, de nuevo, como podrá apreciarse, la
idea de deber que hace las veces de compendio de las cinco virtudes extraordinarias siguientes: «Fides, Pietas,
Humanitas, Reverentia» y «Amicitia».
Antes de proseguir nuestro recorrido a partir de la noción de «officium», como integradora del mencionado compendio
de virtudes extraordinarias, corresponde detenerse en la concepción del Derecho como arte. La polémica acerca
de la consideración del Derecho como ciencia, como técnica o como manifestación artística reviste, dicho sea de
paso, los caracteres de todo un tema clásico de discusión. Pues bien, concentrando la atención en la anunciada
concepción del Derecho como arte cabría citar, siquiera sea a título indicativo, un conjunto de variadas referencias
provenientes de autores como Rudolf von Ihering (1818-1892), Biondo Biondi (1888-1966) y el romanista español
Juan Iglesias (1917-2003). Como se sabe fue Ihering quien enunció la «ley de la belleza jurídica» cuyo significado
sintetizó en las notas de sencillez, claridad, transparencia y naturalidad. Otro argumento provendría, a su vez, del
propio título, sobradamente expresivo, de la obra del prenombrado jurista italiano, «Arte y ciencia del Derecho» (1953),
que permite reenviar esta cuestión a la definición de Derecho de Ulpiano como Ius est ars boni et aequi, en la que
el par «bonum et aequum» evoca lo que es «bueno» (valor moral) e «igual» (lo proporcional, lo justo). Y, en último
caso, veremos cerrado este círculo de referencias con las consideradas, comúnmente, herramientas o instrumentos
del jurista romano (intuición, sensibilidad jurídica, sentido realista de la aequitas y experiencia) de las que se hizo eco
el profesor Iglesias en su discurso de ingreso en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación titulado «Espíritu
del Derecho Romano» (1980) como manifestaciones, a veces insospechadas, que apuntan en la dirección señalada,
esto es, en la de la confluencia entre arte y Derecho.
1060 Retomado el curso de la exposición tenemos que officium (etimológicamente: ob facere, «ir hacia el hacer») consiste
en el «deber hacer», o sea, en el deber personal de llevar a cabo una actividad en pro de otros. Como enseñaba el
1066 Las fuentes manejadas anteriormente conjugaban dos dimensiones, la dimensión aristotélica, netamente social, y la
dimensión kantiana, que abría paso a la subjetividad. Pues bien, la relación de cuatro principios de ética profesional
jurídica y su consiguiente desarrollo expositivo lo que se plantea es conciliar ambas dimensiones, objetiva-social
y subjetiva-individual, respectivamente. Así pues, mientras a los tres primeros principios se les reconoce carácter
objetivo (beneficencia, justicia y responsabilidad) al cuarto y último se le confiere, en cambio, carácter subjetivo
(autonomía). Se pretende avanzar, pues, dicho de otra manera, en busca de la complementariedad perseguida entre
la ética de los principios y la ética consecuencialista.
1080 Un medio adecuado para presentar el tránsito apreciable entre la reflexión teórica, de significación ética, a la
plasmación práctica, que es propia del discurso deontológico, podría consistir en retomar, nuevamente, a Platón y
Aristóteles para establecer sendas acciones de contraste.
En el Libro VII de «La República», cuando el diálogo aborda el conocido «Mito de la caverna», Platón distinguía entre
Doxa y Episteme, que podríamos traducir por «Opinión» y «Ciencia», respectivamente: mientras la Doxa-«opinión»
se fragua en el interior de la caverna con la proyección de imágenes (sombras) y opiniones (objetos), la Episteme-
«ciencia», en cambio, se manifiesta en el exterior de la caverna con la consiguiente proyección de hipótesis (sombras)
y principios (objetos). Aristóteles, por su parte, distinguía en su Tópica entre lo «apodíctico» y lo «dialéctico»:
mientras lo apodíctico se desenvolvía en el campo de la verdad para los filósofos (coincidente, pues, con lo «cierto
incondicionalmente, válido necesariamente»), lo «dialéctico» tenía que ver con el campo de la disputa, es decir, lo
meramente opinable, algo propio de retóricos y sofistas.
Las distinciones cruzadas precedentes sirven, pues, para delimitar esa tensión entre el mundo de la opinión, que
avanza en clave dialéctica, y el de la ciencia, que lo hace en clave apodíctica. Esta nueva distinción añade nuevos
Precisiones
Aunque ell Pleno del Consejo General de la Abogacía Española aprobó el texto del nuevo Estatuto General de la
Abogacía Española en junio de 2013 para su plena adecuación a la Directiva de Servicios del Parlamento Europeo
y otros aspectos más, el mismo sigue, al día de la fecha, pendiente de tramitación.
1088 Antes de abordar lo relativo a los principios de actuación profesional del abogado, siquiera sea por su impronta
introductoria, se estima oportuno hacer un bosquejo de las líneas maestras de la regulación deontológica de la
abogacía española, atendiendo, especialmente, al Preámbulo del Código deontológico de razón; a saber:
1100 Con carácter preliminar, se plasmará un muestrario de tomas de posiciones, provenientes de diferentes autores, que
ilustrarán acerca de la significación del ejercicio profesional de la Abogacía. La Abogacía, junto con algunas otras
profesiones, es -o ha sido, comúnmente, considerada- paradigma de las profesionales liberales; a saber:
Ángel Ossorio y Gallardo (1873-1946), en «El alma de la toga» (1919), se mostraba en desacuerdo con que fuera
el ingenio la nota característica más relevante de la profesión de abogado; propugnaba, en cambio, que fuera la
conciencia -como «fuerza interior»- la que constituyera su verdadera seña de identidad.
Piero Calamandrei (1889-1956), en «Elogio de los jueces escrito por un abogado» (1935), incidía en las diferencias
entre abogados y jueces al afirmar que Advocati nascuntur, iudices fiunt («Los abogados nacen, los jueces se
hacen»); que era tanto como delimitar el «momento dinámico» y el «momento estático» del proceso en cuya dialéctica
se avanza, de modo triangular, a través del dinamismo de la tesis-antítesis y el estatismo de la síntesis. La esfera del
parecer en detrimento del ser se exponía, asimismo, a través del aforismo clásico Res iudicata facit de albo nigrum
et de quadrato rotundum («La fuerza de la cosa juzgada convierte lo blanco en negro y lo redondo en cuadrado»);
otra forma de referirse a la metafórica «Ley Campoamor» del poeta homónimo, Ramón de Campoamor (1817-1901):
«En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira».
1122 Se van a ser señalar tres ámbitos en los que pueden apreciarse puntos de encuentro a propósito de la ética de
las profesiones jurídicas, en general, y la ética de la abogacía, en particular. Nos limitaremos a relacionar aspectos
reveladores de dicha conexión distinguiendo tres ámbitos como son la ética empresarial; la llamada Responsabilidad
Social Corporativa (RSC), también denominada Responsabilidad Social de la Empresa (RSE), que es el término que
parece haberse impuesto en nuestro país (nº 1246 s. ); y, finalmente, se hará una breve alusión a la estrecha conexión
entre Etica y Calidad.
1124 Ética empresarial
Pasan a ser relacionados, a título de ejemplo y, desde luego, lejos de la pretensión de exhaustividad, una serie de
hitos a propósito de la promulgación de los llamados códigos de conducta o códigos de buen gobierno; a saber:
«Comisión Olivencia»: Comisión Especial para el estudio de un Código Ético de los Consejos de Administración de
Sociedades (febrero 1998); «Comisión Aldama»: Comisión Especial para el Fomento de la Transparencia y Seguridad
de los Mercados Financieros y Sociedades Cotizadas (septiembre 2002); Ley 26/2003 , de 17 de julio, cuya finalidad
era reforzar la transparencia de las sociedades anónimas cotizadas y se hacía alusión a los «pactos parasociales»
así como a la publicación del Informe Anual de Gobierno Corporativo; «Código Conthe»: Código Unificado de Buen
Gobierno (2006) y la creación de los llamados «Departamentos de Cumplimiento» en las entidades financieras (cuya
función principal está informada por la L 10/2010 , de prevención del blanqueo de capitales y de la financiación del
terrorismo).
1126 Responsabilidad Social Corporativa (RSC) o de la Empresa (RSE)
En 1970, Milton Friedman (1912-2006), Premio Nobel de Economía en 1976, publicó un artículo en The New York
Times titulado «La responsabilidad social de las empresas consiste en elevar sus beneficios». Pues bien, el concepto
de RSC/RSE responde a un cambio de paradigma en comparación con la afirmación del polémico profesor de la
Universidad de Chicago.
La RSC/RSE es una forma de integrar la ética en la gestión empresarial. Las empresas no sólo habrán de estar
preocupadas por la generación de riqueza, como sostenía Milton Friedman, sino que habrán de estar comprometidas
con el bienestar y la calidad de los trabajadores; la preservación del medio ambiente; la ayuda a las comunidades
más necesitadas; con la transparencia en la información; la transmisión de valores, etc. El desarrollo de la RSC-RSE
1134 Todo apunta, según parece, a un cambio de escenario, probablemente irreversible, en el ejercicio de la abogacía (del
despacho a la empresa, del trabajo individual generalista al colectivo especialista, multidisciplinar e interdisciplinar...,
entre otros fulgurantes cambios). Es como si asistiéramos a un episodio más de la omnicomprensiva globalización
que ve acrecentada una complejidad sin límites (o con unos límites que no se logran avistar o que, como poco, son
tan movedizos como huidizos). Aquella famosa frase de Ortega, según la cual, «no sabemos lo que nos pasa y eso
es precisamente lo que nos pasa», podría ser un buen slogan a la hora de plantearse exponer qué es eso que ha
sido rotulado como «nuevo marco de la abogacía».
A efectos expositivos, habrá que cuestionar eso de poder quedar atrapado en la incertidumbre que desprende un
dinamismo irrefrenable; no, no podrá serlo y así, decididamente, habrá que hacer el esfuerzo, con el consiguiente
riesgo de incurrir en una síntesis reduccionista propiciatoria de la confusión, para citar un conjunto de referencias
claves de la abogacía en nuestro país que resulten avaladas por textos legales «ad hoc». Nos limitaremos, pues, a
exponer el diagnóstico en cuatro fases que se verá arropado, en cada caso, como queda dicho, con la cita del texto
legal que dota de cobertura a cada una de las cuatro notas características que van a ser relacionadas.
1136 Restricción de acceso
La Ley sobre el acceso a las profesiones de Abogado y Procurador de los Tribunales, y la normativa de desarrollo,
supone, ciertamente, en comparación con la situación precedente, una restricción en el acceso a la profesión.
Parece como si la patología puesta de manifiesto por el procesalista florentino, Piero Calamandrei, en su célebre
«Troppi avvocati» (1920), constituyera la pauta principal para configurar un nuevo modelo de abogacía. El insigne
jurista auscultaba la realidad procesal italiana de principios del siglo pasado atendiendo a las consecuencias, causas y
remedios a partir del título-diagnóstico de la precitada obra: «Demasiados abogados». Las consecuencias quedaban
circunscritas al malestar económico así como a la decadencia moral e intelectual de los abogados. Las causas, por
su parte, eran asociadas, en lo fundamental, a la organización de los estudios. Y, en última instancia, los remedios
apuntaban a un quíntuplo posicionamiento; a saber: reforma de la organización de los estudios universitarios;
unificación de las profesiones de abogado y procurador; organización de la práctica profesional; reglamentación de
los exámenes de ingreso en el ejercicio profesional y limitación del número de abogados.
1138 Laboralización
(RD 1331/2006)
El Real Decreto por el que se regula la relación laboral de carácter especial de los abogados que prestan sus servicios
en despachos de abogados, individuales o colectivos introdujo la mencionada relación laboral. A nadie podrá pasarle
desapercibido que las notas características de la relación laboral (voluntariedad, ajenidad, retribución e inclusión en
el ámbito de organización y dirección de otra persona que hace suyos los frutos del trabajo) cuentan con una incidencia
incuestionable hasta el punto de ver recortada, significativamente, la independencia como aspecto consustancial al
ejercicio de la actividad profesional de abogado en sentido clásico, esto es, en su consideración de profesión liberal.
1140 Mercantilización
(L 2/2007)
La Ley de Sociedades Profesionales supuso un espaldarazo definitivo al modo empresarial en detrimento del formato
clásico, valdría decir, de despacho profesional. En prueba de lo anterior bastará señalar, a título de ejemplo, que la
mencionada regulación abrió la posibilidad de que las sociedades dedicadas a la prestación de servicios jurídicos
pudieran integrar a socios -socios no profesionales- que no reunieran la condición de abogados ( L 2/2007 art.4 ).
1142 Liberalización
El Informe sobre el sector de servicios profesionales y los Colegios Profesionales (Comisión Nacional de la
Competencia, 2008), por fijar un antecedente no demasiado remoto, y, principalmente, la «Ley Paraguas» ( L 17/2009 ,
sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio) y la «Ley Ómnibus» ( L 25/2009 , de modificación
de diversas leyes para su adaptación a la Ley sobre el libre acceso a las actividades de servicios y su ejercicio)
prefiguran esta tendencia hacia la liberalización. Como temas candentes que no pueden considerarse resueltos, o
no resueltos definitivamente, podrían citarse la eventual supresión de la reserva exclusiva de actividad y el carácter
obligatorio de la colegiación.
2. Prospectiva de la abogacía
1144 Aunque la propia etimología del término abogado, «ad auxilium vocatus», o sea «el llamado para auxiliar», acoge un
significado expresivamente favorable no es menos cierto, sin embargo, que se trata de una profesión que arrastra,
históricamente, el lastre del descrédito. La desconfianza, incluso la sospecha, que muchas veces acompaña a la
figura del abogado, aunque se tratara de una imagen esperpentizada, y nada infrecuente, por cierto, proviene de
diferentes flancos. Bastará recurrir a los clásicos, y a los no tan clásicos, para dar cuenta de ese clima desfavorable
que nos permitirá introducir una variante de diagnóstico, y pronóstico, de la abogacía.
La impresión general desfavorable hacia los abogados podemos encontrarla, como hace Pablo Bieger en su
semblanza de la profesión comprendida en la obra «El oficio de jurista» (2006) coordinada por Luis María Díez-Picazo,
recurriendo, por ejemplo, a literatos como William Shakespeare (1564-1616): «La primera cosa que tenemos que
hacer es matar a todos los abogados» y Fiódor Dostoyevski (1821-1881): «El abogado es una conciencia alquilada»; o
a políticos como Benjamin Franklin (1706-1790): «Las obras de Dios sorprenden de vez en cuando: mira, un abogado
honesto» y Napoleón Bonaparte (1769-1821): «Tiremos a los abogados al río».
Pues bien, una vez despejada la fuente de la sospecha o, si se prefiere, de una impresión desfavorable generalizada,
convendrá aclarar que con lo que sigue a continuación no se va a tratar de recurrir, sin más, a la siempre atractiva,
admitámoslo, vía crepuscular de tono apocalíptico. Motorizar el horizonte de reflexión requiere algo más. Sin
perjuicio de lo anterior, hay que empezar por reconocer, pues a nadie se le oculta, que la abogacía ha cambiado,
que está cambiando, y, desde luego, no escasean los pronósticos que subrayan los claroscuros. Una oscuridad ésta
1162 A modo de colofón y, en especial, para contribuir a reforzar el «horizonte de reflexión» a que se remite cualquier
instancia con significación ética, pasan a reproducirse los documentos de ética profesional jurídica recopilados en
la obra de José María Martínez Val que se reseña: «Abogacía y abogados. Tipología profesional. Lógica y oratoria
forense. Deontología jurídica», prólogo de los Excmos. Sres. Duque de Maura y doctor Antonio Pedrol Rius, Barcelona,
Bosch, 1990, págs. 289-293 y 269-271.
1. Decálogo de San Ivo (1253-1303)
1164 I. El Abogado debe pedir ayuda a Dios en sus trabajos, pues Dios es el primer protector de la Justicia.
II. Ningún Abogado aceptará la defensa de casos injustos, porque son perniciosos a la conciencia y al decoro
profesional.
III. El Abogado no debe cargar al cliente con gastos excesivos.
IV. Ningún Abogado debe utilizar, en el patrocinio de los casos que le sean confiados, medios ilícitos o injustos.
V. Debe tratar el caso de cada cliente como si fuese el suyo propio.
VI. No debe evitar trabajo ni tiempo para obtener la victoria del caso que tenga encargado.
VII. Ningún Abogado debe aceptar más causas de las que el tiempo disponible le permite.
VIII. El Abogado debe amar la Justicia y la honradez tanto como las niñas de sus ojos.
IX. La demora y la negligencia de un Abogado causan perjuicio al cliente y cuando eso acontece, debe indemnizarlo.
X. Para hacer una buena defensa el Abogado debe ser verídico, sincero y lógico.
2. Decálogo de San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
1166 I. Jamás es lícito aceptar causas injustas porque es peligroso para la conciencia y la dignidad.
II. No se debe defender causa alguna con medios ilícitos.
III. No se debe imponer al cliente pagos que no sean obligados, bajo pena de devolución.
IV. Se debe tratar la causa del cliente con el mismo cuidado que las cosas propias.
V. Es preciso entregarse al estudio de los procesos a fin de que de ellos se puedan deducir los argumentos útiles
para la defensa de las causas que son confiadas a los Abogados.
VI. Las demoras y negligencias de los Abogados son perjudiciales a los intereses de los clientes. Los perjuicios así
causados deben, pues, ser reembolsados al cliente. Si no se hace así, se peca contra la Justicia.
VII. El Abogado debe implorar el auxilio de Dios en las causas que tiene que defender, pues Dios es el primer defensor
de la Justicia.
VIII. No es aceptable que el Abogado acepte causas superiores a su talento, a sus fuerzas o al tiempo que muchas
veces le faltará para preparar adecuadamente su defensa.
IX. El Abogado debe ser siempre justo y honesto, dos cualidades que debe considerar como a las niñas de sus ojos.
X. Un Abogado que pierde una causa por su negligencia es deudor de su cliente y debe reembolsarle los perjuicios
que le ocasione.
3. Decálogo de Eduardo J. Couture (1904-1962)
1168 I. Estudia. El Derecho se transforma constantemente. Si no sigues sus pasos serás cada día un poco menos Abogado.
II. Piensa. El Derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pensando.
III. Trabaja. La Abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la Justicia.
IV. Lucha. Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia,
lucha por la Justicia.
1174 I. El Derecho es la más universal de las aspiraciones humanas, pues sin él no hay organización social. El Abogado
es su primer intérprete. Si no considerases tu profesión como la más noble sobre la tierra abandónala, porque no
eres Abogado.
II. El Derecho abstracto apenas gana vida más que cuando es practicado. Y los momentos más dramáticos de su
realización ocurren en el consejo de las dudas que suscita y en el litigio de los problemas que provoca. El Abogado
es el promotor de las soluciones. Sé conciliador, sin transigencia de principios y batallador, sin treguas ni liviandades.
1176 I. Dignidad. Primera obligación del profesional titulado es sentirse portador de la dignidad de su profesión, mediante
una conducta irreprochable en ella, guiada por la conciencia recta y responsable.
II. Verdad. Como titulado con formación intelectual estás ante todo al servicio de la verdad, mediante su estudio,
investigación, y su aplicación a la vida.
III. Servicio. Te debes a tu cliente, o a quien emplea tu trabajo, con dedicación y decisiones adecuadas al encargo o
empleo, pero sin comprometer la libertad de tus criterios, como corresponde a la esencia de tu profesión.
IV. Sociedad. No olvides que como profesional desempeñas siempre una función social. No hagas nunca dictámenes,
proyectos ni decisiones que puedan resultar antisociales.
V. Compañerismo. Mantén relaciones de respeto, afecto, solidaridad y colaboración con tus compañeros de
profesión, y de acatamiento y disciplina con los órganos representativos de tu Colegio profesional.
VI. Lealtad. En el trabajo sé siempre leal, ofreciendo cuanto sabes y puedes, aceptando críticamente las aportaciones
de los demás y respetando y aceptando las decisiones del grupo y de los jefes responsables de asumirlas, en definitiva.
VII. Respeto a las demás profesiones. En las relaciones o colaboraciones interprofesionales respeta los principios,
metodologías y decisiones que tienen, como propias y específicas, las demás profesiones, aunque debes conservar
en todo caso la libertad de interpretación y aplicación desde tus propios fines y objetivos.
VIII. Secreto profesional. Mantén siempre, desde la normativa y tradiciones de tu profesión, y conforme a la Ley,
el sagrado derecho/deber del secreto profesional, con sólo las excepciones, muy limitadas, que se justifiquen moral
o legalmente.
IX. Remuneración. Cuando haya normas legal o colegialmente establecidas atente rigurosa y escrupulosamente a
ellas. En caso de discrepancias procura el arbitraje o regulación colegial, que cuida en general de la dignidad y la
responsabilidad que las profesiones tituladas merecen.
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