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Del Fratriarcado a la amistad

Victor Manuel Bernal García

El título no es un error de edición en el texto, es lo primero que debo indicar. Lo


segundo que señalo es que el lenguaje ha sido corrompido, mutilado y las
palabras que antes enarbolaban algún tipo de disidencia e inconformidad ante el
sistema hegemónico, ahora pueden ser cooptadas y comercializadas en el
mercado de signos mundial. De ahí la necesidad de crear nuevas palabras,
neologismos les dicen los lingüistas, también pueden nombrarse afectuosamente
como hijas de una orgía de vocablos.

Sabemos lo que es el patriarcado, hay múltiples definiciones y como toda


definición o concepto siempre será limitado, así que mientras más de ellas
conozcamos, más clara tendremos su imagen. Aquí propongo la siguiente:

Patriarcado. Forma de organización política, económica, religiosa y social basada


en la autoridad y el liderazgo de unos pocos varones sobre el resto. En este
sistema, se da el predominio de los hombres sobre la naturaleza, del marido
sobre la esposa, del padre sobre la madre y los hijos, y de la línea descendente
paterna sobre la materna.

Hablemos un poco de fraternidad, dejando por un momento de lado su carácter


religioso y vayamos a una construcción de las definiciones acuñadas en la
Revolución Francesa.

Fraternidad. Relación afectiva primariamente asociada al amor entre los


miembros de la misma familia o grupo, donde nadie espera beneficiarse si no es
que, con ello, beneficia también a los más débiles o desaventajados. Esta idea
siempre deberá expresar la intensidad de un vínculo de complicidades.

Como lo dije al inicio del texto, el lenguaje se ha corrompido, y también ha


pasado a ser parte de la propiedad privada. En el sistema actual la fraternidad ha
sido reducida a un contrato de complicidades entre varones. La fraternidad la han
institucionalizado y despojado de su carácter transformador, sumándola a una
serie de categorías de opresión del patriarcado, un simple corporativismo
masculino.

¿Cómo se construyen estas complicidades y cómo se relacionan con el género y


la masculinidad? Hagamos memoria. Cuando llegamos a un lugar o grupo nuevo,
es habitual que observemos que las complicidades que existen previamente son
determinantes y pueden provocarnos dificultades porque, obviamente, no
estábamos allí cuando se crearon estos vínculos. Existiendo estas complicidades
resulta difícil pero posible interferir para generar nuevas alianzas, nuevos guiños,
nuevos gestos y apoyos. Esta solidaridad masculina se hace sentir de manera
muy sutil al ojo del varón, pero es muy evidente a la experiencia de ojos que
miran de fuera. ¿Podría haber alguna relación entre esto la configuración de los
movimientos a la medida de los hombres? Las personas que más fácilmente
encontramos nuestro lugar en los colectivos somos los hombres: nuestros modos
de vida y proyecciones hacen que, por lo general, permanezcamos más y además
nos socialicemos desde un paradigma de amistad entre nosotros. Parece
entonces lógico —que no justo ni inocente— que las complicidades entre
hombres se establezcan y reproduzcan en el seno de los colectivos.

Estas complicidades son invisibles, como lo es el sentido común dominante.


Cuando se trata de esa serie de gestos, apoyos y formas de corporativismo entre
hombres, hablamos de algo implícito. Precisamente, el carácter de universalidad
forzada de la masculinidad hace que los apoyos entre hombres resulten invisibles
y pasen desapercibidos, mientras que la complicidad entre mujeres, consideradas
desde lo particular, resultan evidentes. Pero, ¿cómo empiezan a circular estos
afectos y cómo se convierten en vectores de poder con efectos evidentes? Sin
duda, nuestros modelos de socialización desde la infancia hasta la edad adulta
tienen mucho que decir al respecto. Acostumbrados a crecer contando con
nosotros mismos, pocos son los hombres que consideran cómplices a mujeres
que no sean sus parejas. Me refiero a cómplices como aquellas personas con las
que tú vas al fin del mundo, que son centrales en tus proyectos, con las que
siempre quisiste empezar aquella banda de música o iniciativa que iba a cambiar
todo. Este tipo de asociaciones las hacemos, por lo general, los hombres entre
nosotros y nos cuesta romper estos lazos, aunque a menudo sean tóxicos, por
miedo al rechazo y a la soledad. Esto es el Fratriarcado.

Pensar en el patriarcado como la ley que circula de arriba abajo nos permite dar
cuenta de algunas relaciones dentro de los sistemas de género actuales, pero,
sin embargo, pensarlas como una relación horizontal a la vez que excluyente —el
fratiarcado— puede darnos buena cuenta de cómo el poder se mueve en un
juego de pases que excluyen siempre a alguien de manera invisible porque, se
trata más de una circulación informal e inconsciente que de una estrategia
consciente y elaborada.

La complicidad entre hombres se basa a menudo en el silencio. Por eso nos


sorprende a menudo, en nuestros entornos sociales, observar las dificultades de
algunos hombres para dar la espalda o romper lazos con otros hombres que, por
ejemplo, han agredido a alguien o se comportan de forma poco respetuosa. La
complicidad perdura mientras no empiece el cuestionamiento, y es muy difícil
encontrar relaciones entre hombres que resulten un desafío a nivel de género.

Y a ese desafío es al que se hace la invitación.

¿Cómo es posible para los hombres estar juntos? ¿Vivir juntos, compartir sus
tiempos, sus comidas, sus habitaciones, sus libertades, sus penas, su saber, sus
confidencias? ¿Qué es eso de estar entre hombres ‘al desnudo’, fuera de las
relaciones institucionales, de familia, de profesión, de camaradería obligada?
¿Qué código tendrían para comunicarse?
Estar uno frente a otro sin armas, sin palabras convenidas, sin nada que nos
asegure sobre el sentido del movimiento que nos lleva a uno hacia el otro.
Tenemos que inventar desde la A a la Z una relación aún sin forma que es la
amistad: ES DECIR LA SUMA DE TODAS LAS COSAS A TRAVÉS DE LAS CUÁLES
UNO Y OTRO PUEDEN DARSE EN RECIPROCIDAD. ¿Qué cosa más grande que
tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo? Esto es la
amistad.

La amistad puede dar lugar a relaciones intensas que no se asemejen a ninguna


de las que están institucionalizadas y me parece que este modo de vida puede
dar lugar a una cultura y a una ética que salga fuera de los límites de lo
probable.

Pero la amistad también es entrar en conflicto con el otro, confrontarlo como se


hace con uno mismo, y después del choque dialéctico, llegar al concilio, al
abrazo, al afecto.

¿Y si el amigo es machista? ¿Y si el amigo es capitalista? ¿Y si…?

¿Y si nos atrevemos a mirar al otro? Mirarlo como nos miramos a nosotros


mismos, desnudos ante el espejo, con las dudas, con los complejos, con los
miedos, mirarnos con todo lo que nos queda pendiente aún por trabajar. La
amistad la labramos con alegrías, con trabajos comunes, con un hacer cotidiano
para una vida digna. La amistad en estos tiempos de violencia hegemónica es la
balsa que siempre estará a flote, porque parafraseando a Roque Dalton:

Yo, como tú,


amo el amor, la vida, el dulce encanto
de las cosas, el paisaje
celeste de los días de enero.

También mi sangre bulle


y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.

Creo que el mundo es bello,


que la poesía es como el pan, de todos.

Y que mis venas no terminan en mí


sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida…

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