Título: No.

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Kanarianime Fansub

PRÓLOGO

No me he olvidado de ellos.
La crónica de sus vidas es quizá
la única que vale la pena contar.

***

¿Podremos volver a confiar plenamente en la gente?

***

Déjame contarte una historia, una historia que conozco. ¿Historia? No- los
humanos probablemente dirían que es la realidad. Dirían que es la realidad cincelada
en la historia humana.

Pero para mí, las acciones de los humanos no son más que historias. A veces
una comedia, a veces una tragedia; a veces predecibles, a veces agotadoras- nada
más que patrañas.

Sí, los humanos no son más que actores alelados.

Representan una farsa, danzando a merced de su codicia, amor y emociones.

Son tontos, ignorantes y avariciosos… destruyen con sus propias manos lo que han
creado, aspiran a reinar sobre otros y volverse el único e inigualable rey del mundo.

Me pregunto ¿Por qué es así?

¿Por qué los humanos son los únicos incapaces de vivir de acuerdo a las leyes
de la naturaleza, dejando todo como está? Son criaturas sumamente extrañas.

En la historia que estoy a punto de contarte ahora, el personaje principal es

también un humano- no. El personaje principal es de hecho una ciudad, una ciudad-
estado. La gente la llama No. 6, ¿Has escuchado ese nombre antes? Es la presencia
más hermosa pero también más terrorífica creada por manos humanas. Merecedora de
un papel estelar en una farsa, ¿No crees?

Pero… así de extraño como es, por alguna razón, siento una especie de amor
hacia esa ciudad, No. 6. La historia que rodea No. 6, igual que la de aquellos que han
vivido en la historia misma, me son queridos. ¿Eso me hace poseer un “alma”?

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 Título: No. 6
Kanarianime Fansub

Sé de dos chicos jóvenes.

Noche y día; luz y oscuridad; tierra y viento; uno que le da la acogida a todo y
uno que intenta apartar todo. Son tan diferentes y aun así son muy parecidos. Ambos
estaban profundamente involucrados con No. 6, vivieron sus vidas junto con No. 6.

¿Qué? ¿Cuándo fue eso, dices?

Me lo pregunto, se siente como si sólo hubiera sido ayer, pero al mismo tiempo
se siente como hace mil años. No siento el tiempo de la misma forma que los
humanos.

No siento la diferencia entre un solo momento o una eternidad.

Pero no me he olvidado de ellos.

A veces siento que la crónica de sus vidas es tal vez la única que vale la pena
contar.

Ahora ven acá.

Deja que te cuente una historia.

La historia de dos chicos y de No. 6.

No. 6 BEYOND

Los días de Inukashi

El techo estaba dando vueltas, realmente se sentía como si estuviera girando.

¿Eh? ¿Qué está pasando?

Inukashi colapsó en la cama y cerró los ojos. Se sentía enfermo, no sólo con
mareos, incluso con nauseas. Mantuvo los ojos cerrados mientras respiraba hondo
varias veces. Inhaló a través de la nariz, dejó que el aire se asentara en su estómago y
exhaló lentamente a través de la boca.

Una, dos, tres veces…

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Cualquier padecimiento, físico o mental, normalmente se curaba de esa forma-

ya fuera su corazón agitado, sus pensamientos desordenados, sus heridas punzantes o
leves dolores de cabeza. Nadie se lo había enseñado; era algo que había aprendido sin
siquiera darse cuenta; pero en cuanto a su estómago vacío no había nada que pudiera
hacer. No importaba cuan profundo inhalara para hacer que su estómago se
expandiera, tan pronto exhalaba volvía a apachurrarse. No había nada que pudiera
hacer respecto a su cuerpo, enfriándose debido al hambre.

Odio el hambre, es horrenda. Inukashi se dio una sacudida. El hambre era como
un demonio, con sus afilados colmillos y garras erradicaba y robaba cualquier voluntad
de sobrevivir, cualquier esperanza de vivir.

Pero ahora estaba bien.

Por supuesto, aún tenía hambre. Inukashi no recordaba la última vez que su
estómago estuvo lleno. Vacío- sencillamente así era como los estómagos venían. Esa
era su idea.

Se enderezó cuidadosamente sobre la cama. Ya no sentía mareo, pero la

náusea aún estaba presente. Sentía el cuerpo pesado, como si alguien le hubiera atado
pesos a los brazos y piernas. Siento como si alguien me hubiera encadenado bolas de
metal, como el prisionero de algún país.

Esto es malo.

Volvió a recostarse y chasqueó la lengua mentalmente. Enfermarse en el Bloque

Oeste era como atraer a la Muerte mediante señas. Aquí había chamanes clandestinos
de cuestionable naturaleza o autoproclamados doctores, pero nadie podría darle un
tratamiento médico apropiado. Al menos Inukashi no sabía de ninguno.

Su cuerpo se sentía pesado. Con los ojos cerrados, como ahora, sentía como si
le estuvieran arrastrando a las profundidades acuosas.

En ocasiones como esta tengo que pensar en cosas agradables, se dijo.

¿Agradables? ¿Alguna vez he disfrutado algo agradable? Sí, la tarde de ayer,
¿recuerdas? Te habías librado del hambre, sólo un poquito. Sí, ves, esa fue. Esa fue
felicidad máxima.

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Había comido algo de carne, hubo un tajo de carne cruda en la carga de sobras
de comida provenientes del Correccional. No eran las sobras de alguien: era un trozo
de carne que ni siquiera había sido cocinado, estaba libre de magulladuras y
putrefacción. Tras una inspección más cercana, vio que estaba extrañamente
aplanado. Tal vez el chef en las instalaciones del restaurante del personal lo había
tirado al piso, donde alguien más lo había pisado.

—¡Oye! ¡Acabas de arruinar un corte de carne perfectamente bueno!

—Oh, lo siento, pero tú lo tiraste.

—Bueno, ahora ya no podemos hacer nada. Ya no puedo usarlo.

Habían arrojado la carne al contenedor metálico de basura y se habían olvidado

de él. Eventualmente, había llegado a manos de Inukashi junto con otra basura y
sobras de comida- tal vez esa había sido su travesía. Como sea, no me importa cuál
haya sido su travesía, o cómo llegó aquí. Todo lo que importa es que estoy sujetando
un corte de carne en mi mano.

Que suerte tan increíble.

Había bailado literalmente de alegría. ¿Cuándo había sido la última vez que
había tenido algo así de bueno en las manos? Buscó y rebuscó en sus memorias, pero
nada se le ocurrió. Inukashi se lamió los labios mientras sostenía el pedazo de carne,
que relucía de grasa. Tragó saliva con hambre.

No sabía qué clase de carne era, pero no le importaba- mientras no fuera

humana o canina. Inukashi regresó a su morada en las ruinas y se puso
inmediatamente a cocinarla. Seleccionó trozos de verduras y huesos de entre las
sobras de comida, los echó en una olla y los dejó hervir a fuego lento. Justo antes que
se terminara de cocer dividió el trozo de carne en pedazos y los echó. Consideró la
idea de apartar la mitad para encurtirla, o llevarla al mercado a vender, pero al final
rechazó ambas. Inukashi estaba bien consciente de que la comida no perecedera era
un lujo preciado; también sabía que si llevaba la carne al mercado le conseguiría una
cantidad decente de dinero. Pero creo que me terminaré la carne en una sentada. Esa
fue su decisión. Tengo derecho a consentirme de vez en cuando. Disfrutaré la buena
fortuna que llega a mí- la fortuna que el cielo decidió arrojar en mi camino por
casualidad.

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Este es el Bloque Oeste, donde ni siquiera puedo predecir cuál será mi destino
mañana. Ni siquiera Dios le garantiza nada a nadie en este lugar. Bien podría disfrutar
el presente sin pensar en el mañana.

El vapor salía de la olla.

Un olor para hacerle agua a la boca se extendió. Los perros se reunieron

alrededor, atraídos por el olor.

—Ya sé, ya sé. Ustedes también tendrán un poco para comer. No se

preocupen.

Blanco, negro, pinto, moreno. Pelo largo, pelo corto, pelo rizado. Orejas
colgantes, orejas erguidas, de una oreja. Inukashi mantenía a veinte o treinta perros a
su lado, que iban desde uno tan grande como un ternero hasta uno más pequeño que
un gato. Por alguna razón ese número nunca aumentaba; los cachorros nacían cada
año, lo que significaba que seguramente un número similar de perros moriría o se iría.

Una perra anciana murió ayer. Era una gran madre, habiendo dado a luz a
muchos cachorros y criado a casi la mitad de ellos con éxito. Recuerdo a sus hijos e
hijas lamiendo por turnos su cuerpo frio y tieso.

Los perros eran profundamente leales, eran cálidos y gentiles; tenían una
compasión evidente. Nunca traicionaban a sus amigos o familia.

Son mucho más decentes y fiables que las criaturas humanas.

—Más temibles que el hambre y que la tierra congelada son los

humanos.

Recuerdo que esa era la frase del abuelete. Inukashi sacudió la cabeza mientras
removía la olla con una espátula de madera. ¿Por qué tenía que recordarlo? Eso no va
a satisfacer mi hambre, pero no- sacudió la cabeza con mayor fiereza.

Tengo que recordarlo al menos una o dos veces al año, en su honor. Tengo que
recordar y conmemorar lo querido que era para mí. Se lo debo al anciano. Nosotros no
olvidamos las buenas acciones que la gente ha hecho por nosotros: esa es otra virtud
de nosotros los perros.

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No sé qué tan viejo era Abuelete, o porqué vivía aquí en las ruinas con los
perros, o de dónde vino o a dónde fue. No siento que necesite saber, ni tengo la
intención de descubrirlo; pero no habría sobrevivido si no fuera por Abuelete. Siento el
peso de lo que él hizo en cada centímetro de mis huesos.

Era invierno cuando conocí a Abuelete.

Recuerdo el viento helado y la blancura de la nieve que se apilaba frente a mí.

Así que sí, era invierno. Hace años y años.

No tenía recuerdos de su madre, ni memorias de su padre; aun así podía

recordar vívidamente el aire glacial y la nieve danzando. Evocaba los pasos
aproximándose, una lengua de perro lamiéndole la mejilla, la calidez de un seno
humano; incluso la sensación de flotar que sintió durante un instante cuando le
alzaron.

¿Qué edad tenía entonces? ¿Aún era un bebé? Seguramente, eh, porque aún
Má me daba leche. Es seguro que los bebes recuerdan mucho más de lo que les damos
crédito.

Era un hombre anciano que vivía en las ruinas del hotel y había recogido y
criado a Inukashi, o tal vez se podría decir que el hombre le había recogido, pero la
perra fue quien le había criado.

Era joven, y acababa de dar a luz una camada. Inukashi succionó su pecho y
durmió acurrucándose junto a su vientre con los otros cachorros. Gracias a ella había
evitado morir de hambre, había evitado morir de congelación, había sobrevivido.

Ese perro inteligente y de carácter dulce era la única e irremplazable “Má” de

Inukashi.

—Eres un niño extraño… o especial, debería decir. —El anciano había

hecho esa afirmación cuando Inukashi había crecido lo suficiente para caminar, y era
capaz de competir con sus compañeros perros en abalanzarse por la comida. El
anciano le había hablado con una voz cálida, reflexiva y gentil. Inukashi también
recordaba eso.

—¿Espezial?

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—Significa que eres diferente a los demás. Hasta ahora, nunca había
escuchado, y mucho menos visto, un bebe que pudiera alimentarse y crecer
con leche de perro. Cuando te tomé a mi cargo, a decir verdad, me imaginé
que no durarías tres días, pero te traje de todas formas porque quería darte
una sepultura apropiada.

—¿Ze-pultura?

—Significa cavar en la tierra y enterrarte ahí. Cuando murieras,

planeaba ponerte bajo tierra y darte sepultura de esa forma. No podía
permitir que te descompusieras al aire libre. No quería que pasaras por lo que
pasan la mayoría de bebes en esta tierra, pudriéndose a mitad del camino,
siendo picoteados por cuervos, devorados por bestias. Normalmente, yo
habría… sí, simplemente te habría dejado allí. Habría pasado a tu lado
fingiendo no verte, no sería diferente de lo que siempre hago; pero ¿Por qué
decidí recogerte del camino… por qué quería enterrarte en la tierra?

—¿Por qué?

—No lo sé. —El anciano sacudió la cabeza lentamente, dos veces—.

Realmente no lo sé, no me entiendo a mí mismo. ¿Por qué te levanté ese día y
te traje a casa? He visto morir a muchos bebes, docenas. ¿Por qué decidí
extenderte la mano? Parece que no puedo explicarlo, en parte a eso me
refiero cuando digo que eres un niño extraño.

Inukashi se estremeció. Soltó un suave sonido estrangulado al sentir que su

cuerpo se enfriaba hasta las puntas de sus dedos. El sudor frio le recorrió la espalda.

Tenía miedo, al mismo tiempo le abrumaba el impulso de reírse en voz alta.

Deseaba echar la cabeza hacia atrás y dejar que su risa hiciera eco hacia el cielo.

Vivía debido a una buena fortuna que rozaba la mera coincidencia. Si no fuera
por el impulso del anciano, su cuerpo, su carne, sus huesos habrían sido presa de
cuervos y bestias. Que milagro era, que suerte. Dentro de su corazón había una
tormenta de miedo, alivio y el impulso penetrante de deshacerse en una risa histérica.

Para ese tiempo, Inukashi ya se había dado cuenta la labor tan ardua que era
sobrevivir cada día en el Bloque Oeste. Presentía que su propio futuro estaba lleno de
tribulaciones y adversidades, como trepar un acantilado con las manos desnudas.

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Pero deseaba vivir, deseaba vivir, sobrevivir y estirar los límites de su vida,
aunque fuera por un minuto, un segundo. Haría lo que fuera por eso, sin importar lo
desagradable, deshonesto o vergonzoso que fuera. Era fácil morir. Todo lo que
necesitaba era algo de cuerda y un árbol con ramas firmes, también podía saltar de un
precipicio. O podía entrar gritando en el Correccional- eso también era una opción; los
soldados que patrullaban le dispararían en el pecho o la cabeza sin vacilación alguna.

Se acabaría en un instante, sin importar qué método utilizara. No sufriría

durante mucho, al menos eso pensaba. Por eso sabía que era más fácil elegir la
muerte, era tan obvio como el sol saliendo por el este.

Pero no quiero. Inukashi apretó el puño, aunque aún era uno muy pequeño. No
me acabarán tan fácilmente. No elegiré la muerte por voluntad propia. Sobreviviré y
haré lo que sea necesario.

Me enfrentaré al desafío, desafiaré al destino que me abandonó en el camino en

el Bloque Oeste; desafiaré al mundo que hace la sobrevivencia tan difícil; desafiaré a
los tipos que hicieron el mundo así- y ganaré. De hecho, ahora mismo estoy ganando
al continuar sobreviviendo.

Como un niño pequeño Inukashi no sabía cómo hablar. No sabía cómo poner la
determinación de su corazón en palabras y decirle a otros; pero sin importar eso, el
anciano sonrió serenamente y puso una mano en la cabeza de Inukashi.

—Tengo el presentimiento de que serás capaz de hacerlo, —murmuró.

Fue más o menos un año después, al comienzo del invierno, cuando el anciano
desapareció. Su cama ya estaba vacía cuando Inukashi despertó esa mañana y el
anciano no estaba en ningún lugar de las ruinas; pero Inukashi tampoco se puso
propiamente en una frenética búsqueda. En algún lugar de su corazón se había
rendido, sabiendo que era inútil. Sentía desconcierto, pero no soledad; sus perros
estaban con él. Mientras sus perros estuvieran aquí, estaría bien.

Seguramente Abuelete también lo sabía. Lo sabía bien cuando salió a vagar.

¿Presintió el final de su vida aproximándose o encontró un lugar al que debía ir?
Cualquiera que sea, seguramente ahora está en algún lugar ahí afuera, como una
parte de la tierra. La gente no puede convertirse en estrellas en el cielo, pero siempre
pueden regresar a la tierra. Y también pueden dejar atrás sus recuerdos.

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Gracias, Abuelete. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí. De vez en cuando me
aseguraré de recordarte y evocar algunos recuerdos cariñosos; pero ¿Sabes?
Últimamente tu cara se está poniendo borrosa. Aún puedo recordar los detalles: tu
barba blanca desaseada; cómo brillaba de color rosa tu frente calva; cómo tu ceja
derecha era inusualmente gruesa; cómo siempre hablabas con suavidad. Recuerdo
esas cosas muy claramente, pero parece que no puedo recordar tu rostro. Me pregunto
por qué. Pero, bueno, ahí lo tienes. Te recordé hoy, eso es suficiente ¿Verdad?

Removió de nuevo la olla con la espátula.

Un perro pinto ladró y los otros perros se unieron y también empezaron a

ladrar.

—Lo sé, lo sé. Bueno, vamos a empezar este festín. Reúnanse alrededor,
chicos. Pero tienen que esperar a que se enfríe antes de comerlo. Tendrán un
rato infernal después si terminan quemándose la lengua.

Para cuando Inukashi hubo terminado de repartir la sopa en los platos de los
perros y empezó a sorber su propia porción de caldo sustancioso, se había olvidado por
completo del anciano.

El pasado tendía a meterse en el camino de las cosas. Si continuaba volteando

atrás, no sería capaz de moverse hacia delante.

Inukashi se comió un pedazo de carne y paladeó el sabor y la sensación en su

boca. Sentía que era un desperdicio tragárselo; quería saborearlo por siempre. Pero el
pedazo minúsculo se deslizó demasiado fácil por su garganta y se asentó en su
estómago. Aunque para cuando se terminó la sopa rica y sustanciosa sintió una tibieza
posarse hasta en sus meros huesos. Aun irradiando calidez se recostó en la cama. Los
cachorros se amontonaron unos sobre otros para subir y le lamieron toda la cara. Sus
pequeñas lenguas rosas eran reconfortantes.

Estaba feliz, incluso sentía que había agarrado toda la felicidad del mundo para
sí. Le arrastró el sueño mientras se zambullía en el éxtasis.

Sentía nauseas, temía que el techo empezaría a girar de nuevo si abría los ojos.

¿Qué se me metió?

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Una parte de su cabeza empezó a punzar de manera sorda. Su cuerpo se sintió

incluso más pesado. Empezó a sudar. Era un afiebramiento anormal, tan diferente a la
calidez de la noche anterior.

Las lenguas de los cachorros tampoco le confortaban, su piel sólo escocía de

forma irritante. Nunca antes había sentido fastidiosos a sus perros.

Ninguna cantidad de respiraciones profundas parecía mejorar su condición.

¿Qué se me ha metido?

Justo después de preguntárselo, sintió un escalofrío que le bajaba por la

espalda. El miedo comenzó a arder en lo profundo de su corazón.

Esto es más que serio.

¿Qué tal si descubro que no me puedo levantar para nada? ¿Qué tal si ni
siquiera puedo moverme?

Era fatal enfermarse en el Bloque Oeste. No requería mucho matar a un

morador del Bloque Oeste, con la privación de comida y estando en la miseria que
vivía. Una sola herida pequeña era suficiente: un corte profundo en el meñique, un
raspón en la pata delantera. Igual que una pequeña enfermedad: mareo, nausea,
fiebre- cualquier cosa que te mantuviera en cama. Alguien que había estado
definitivamente vivo tres días antes podría hoy estar tirado en el camino como
cadáver. Ese tipo de cosas sucedían todos los días.

Demonios.

Inukashi se mordió el labio y enderezó el tronco, se recargó contra la pared y

dejó salir una larga exhalación.

Así que la carne de ayer fue mi última cena, eh. Demonios. Ni siquiera es
gracioso, no voy a permitir que esto me derrote.

Se mordió el labio con mayor fuerza. El sabor de la sangre se esparció por su

boca. Murmuró “demonios” una vez más por si acaso, pero no recuperó fuerzas. Era

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agotador levantar aunque fuera un solo dedo. Si se forzaba a levantarse le abrumaban

un mareo y nausea simultánea. Volvió a derrumbarse en la cama.

Su consciencia empezó a desvanecerse.

Una brisa fría silbó a través de una grieta en la ventana. El frio trajo a Inukashi
de vuelta a la realidad. Quería gritar, quería gritar por ayuda, tan fuerte como pudiera.

Alguien ayúdeme… alguien, por favor.

Un perro se levantó de una esquina de la habitación y se le aproximó, se sentó

sobre sus posaderas al lado de la cama y le miró. Era un perro grande y café,
descendiente de la línea de su madre. Había heredado su inteligencia y sus ojos
oscuros y profundos.

El perro se sentó quieto con las orejas enhiestas, como esperando una orden de
Inukashi.

—… Quiero que… los llames por mí… —Apuntó fuera de la ventana.

Más allá había una extensión de cielo invernal, cargado de nubes de nieve. La
luz luchaba por abrirse paso entre las nubes y apenas alcanzaba el suelo. Una vez
más, el Bloque Oeste terminaría el día tan congelado como lo había estado al principio.

El perro empujó la puerta desvencijada para abrirla y abandonar la habitación.

Los goznes oxidados rechinaron desagradablemente. Se suponía que Inukashi ya se
había acostumbrado al sonido, pero aun así apuñaló sus tímpanos y agravó su nausea.

—Por favor. Llámalos.

Ayúdenme.

El perro bajó rápidamente las escaleras. Los cachorros se amontonaron todos

juntos y gimotearon lastimeramente.

Estaba soñando, soñando con algo de hace mucho tiempo. ¿Cuántos años
antes?

El anciano había desaparecido hacia mucho. Inukashi no tenía a nadie- más que
a sus perros. Inukashi finalmente había ido pillando el truco para procurarse algunas
sobras de comida, igual que se había enseñado a cocinarlas o venderlas.

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Estaba bajando un conjunto de escaleras.

Eran escalones de concreto que conducían al subterráneo, no estaban tan

dañados como los de la vivienda de Inukashi. El edificio estaba mayormente en ruinas
sobre la tierra, pero parecía que las porciones de abajo aún estaban intactas. Una vez
que Inukashi alcanzó el fondo se topó de cara con una puerta. Extendió la mano con
precaución para sujetar la manija.

El edificio estaba localizado cerca de la entrada del Bloque Oeste. El bosque que
lo rodeaba en las cercanías estaba punteado de caserones. También cerca surgía
amenazadora la Ciudad Sagrada, No. 6. Para ser exactos, el muro exterior de No. 6. El
muro exterior hecho de una aleación especial resplandecía dorado mientras se erguía
amenazadora enfrente. El muro hacía una clara división entre “aquí” y “allí”, cielo e
infierno. Nada faltaba dentro de los muros: camas calientes, comida abundante,
instalaciones médicas de punta, residencias cómodas. No había amenazas a la vida, y
se podía vivir sin siquiera saber lo que era el hambre o el frio. Inukashi también había
oído que el sufrimiento y el miedo ni siquiera existían allí.

Una utopía, merecedora de su título como la Ciudad Sagrada.

Inukashi no oía mucho de No. 6 en el Bloque Oeste. Todos guardaban silencio y

se rehusaban a tocar el tema como si el simple nombre fuera tabú.

Un asunto sospechoso, había pensado Inukashi- o más bien sentido.

Las utopías y ciudades sagradas simplemente no existían en este mundo. No. 6

era una ciudad-estado fundada por humanos. Mientras los humanos estuvieran
involucrados, algo tenía que desmoronarse. Tu ideal no es el mío, y la felicidad para mí
puede ser algo que tú no puedas soportar. Ese es el mundo humano para ustedes. Los
humanos no pueden crear una utopía, lo máximo que pueden hacer es discutir,
discrepar, inclinarse un poco por la otra persona y luego se deciden por algo
intermedio. Eso es todo.

¿No. 6? Ese lugar es tan sospechoso que me pone el pelo de punta. Lo

inteligente es permanecer lo más lejos posible.

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 Título: No. 6
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Era por eso que Inukashi nunca se aventuró a acercarse a ese lugar. Odiaba
contemplar el muro de No. 6 en su línea de visión. Si hubiera tenido una mejor
cosecha ese día, probablemente ni se habría acercado a ese lugar. Pero un día entero
de vagar en el Bloque Oeste sólo le había conseguido las partes de una o dos verduras
y una sola tira de carne seca. Era apenas suficiente para alimentarse, mucho menos
para sus perros. En ese entonces, Inukashi aún no sabía cómo ponerle las manos
encima a provisiones periódicas de sobras de comida. Su única opción era apretarse el
estómago vacío y limosnear desesperadamente. En el mercado se ganó una sonora
paliza de la macana del carnicero; en la taberna la encargada le gritó maldiciones pero
eso no le desanimó. Inukashi hacía mucho tiempo que se había acostumbrado al
abuso, los insultos y el dolor físico.

Tengo que hacer algo con esta hambre.

Cuando llegó, había estado antes en el bosquecillo. Parecía como que casi
inconscientemente hubiera caminado en esta dirección, intentando encontrar aunque
fuera una sola nuez que recoger; ahí fue cuando encontró el edificio derruido y
abandonado. Puso una mano casualmente en la pared y está se deslizó a un lado sin
ninguna resistencia para revelar unas escaleras que conducían al sótano.

Inukashi arrugó la nariz, entornó los ojos y paró las orejas.

No sentía ni olía la presencia de nadie.

Completamente abandonado, eh.

Descendió con cuidado, escalón por escalón.

Inukashi sabía que una anciana extraña y un niño (asumió que su nieto) se
suponía que vivían aquí. Los había visto dos veces antes. La anciana tenía una mirada
dura en los ojos, como si nunca hubiera sonreído ni una vez en su vida.

Ya sé, ya sé. Ahora recuerdo.

Esa anciana estaba chiflada de la cabeza. Atacó a alguien importante de No. 6-

el alcalde o presidente o lo que sea. Todo por su cuenta, cojeó hacia él, cuchillo en
mano y la mataron a disparos. Espera- o ¿la arrestaron y dispararon? Como fuera, la
habían acabado bastante rápido. No era una gran sorpresa, jaja.

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Inukashi se burló de ella mentalmente. Era un rumor que había oído en el

mercado, no tenía la certeza de su validez.

Su estómago gruñó, sonaba como un grito de ayuda.

No puedo soportarlo más, dame comida. Deprisa, deprisa, deprisa, deprisa,

deprisa.

Demonios, ¿no hay algo aquí? Pan mohoso, carne podrida, no me importa. Algo
que aquiete mi estómago.

Sujetó la manija de la puerta, que estaba destrabada. Era un poco pesada, pero
con un pequeño empujón se abrió sin mucha resistencia.

—¡Oh! —Un sonido que no era exactamente una exhalación ni una expresión
escapó de su garganta—. ¿Qué diablos es esto?

Había pilas de libros hasta donde podía ver. Estaban por aquí y por allá, por
todos lados, apilados ordenadamente o regados descuidadamente por el piso. El piso
mismo era casi indiscernible. La habitación no parecía contener más que libros.

Este momento fue el primer encuentro de Inukashi con los libros. Conocía
palabras; también podía escribir, mientras no fuera demasiado complicado. El anciano
le había enseñado, pero Inukashi no tenía ningún conocimiento sobre libros. Nunca
había oído la palabra “libro”, ni sabía que esa palabra se refería a esa encuadernación
de hojas de papel con palabras impresas. No tenía ni idea de dónde empezar a
entenderlos. Percibió instantáneamente que no eran comida; sólo para asegurarse
cogió un libro de una pila cercana a la puerta y le dio una mordida. Había elegido ese
porque la manzana madura dibujada en la contraportada blanca lucía deliciosa.

Horrible.

Inukashi se limpió la boca con el dorso de la mano y arrojó el libro a un lado.

Correoso, seco y definitivamente no algo que pueda comer.

Se movió hacia delante, pateando de su camino los libros tirados. Sólo parecía
haber libros en este lugar.

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Tsk. Todo ese trabajo para nada. Inukashi chasqueó la lengua y estaba a punto
de dar media vuelta cuando su ritmo cardiaco se estremeció. Había encontrado algo
más que libros.

Estaba puesto en una estantería (llena de libros)- algunos de los volúmenes

habían sido echados a un lado para hacerle espacio. Era una cajita plateada, colocada
encima de una toalla.

¿Qué es esto? ¿Alguien está viviendo aquí?

Volvió a arrugar la nariz. Como antes, no olió nada. Inukashi bajó la cajita
plateada del estante y abrió la tapa.

Se encontró dejando escapar un silbido.

Oh, ya veo. Esto es un tesoro considerable. Me he encontrado un botín.

La caja resultó ser un kit de emergencia, con vendas, pinzas, gasa y una
cantidad de medicinas almacenadas ordenadamente en el interior. Había incluso un
escalpelo. Lucía como algo que se había utilizado en No. 6. Inukashi no tenía idea de
cómo había terminado aquí, y tampoco tenía intenciones de descubrirlo. No le
importaba su travesía o historia. Lo que importaba era que lo estaba sosteniendo en
sus propias manos, eso era todo.

Los artículos médicos de cualquier clase eran muy codiciados en el Bloque

Oeste. Especialmente el desinfectante era negociado a un precio alto. A veces una
pequeña botella de desinfectante podía conseguir dos monedas de plata.

Inukashi le acercó la nariz.

Esto es cien por ciento puro, sin aditivos- de lo bueno lo mejor. Mira la forma en
que hace que me pique la nariz. Je, olvida la plata- esto bien podría transformarse en
una moneda de oro si tengo suerte. Hice un buen hallazgo. Mi suerte finalmente está
cambiando.

Inukashi sonrió para sí mientras cerraba la tapa de la caja. Estaba a punto de

cargarla en brazos cuando notó una pequeña mesa cubierta de libros.

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Encima había un ratoncito. No estaba vivo, estaba manufacturado con destreza

pero era claramente hecho por el hombre. Inukashi se inclinó al frente, aún acunando
la caja. La panza del ratón se retrajo para revelar sus complejas partes internas.

¿Un robot?

Inukashi estaba a punto de inclinarse más cuando sintió un violento escalofrío,

sintió que la espalda se le ponía de piel de gallina.

—No te muevas, —escuchó una voz junto a su oído. Esta vez, la piel sobre
cada centímetro de su cuerpo se le erizó. No era porque le hubieran presionado un
cuchillo contra el cuello, era porque la voz era completamente falta de calidez; toda
emoción en ella estaba congelada. Su ráfaga helada dejó congeladas hasta las propias
emociones de Inukashi.

Era la voz de un asesino.

Era la voz de alguien que podía tomar una vida humana sin vacilación, sin
influjo de emoción.

Y- y encima de eso- este tipo me llegó por detrás.

Si Inukashi podía jurar de algo era de su habilidad para sentir la presencia de la

gente. Su sexto sentido era tan bueno como el de cualquier perro. Cuanto más
emocional era la persona, más podía Inukashi sentir la presencia en su piel. Gracias a
esta habilidad había logrado escapar del peligro y conseguir tiempo una y otra vez.
Pero esta vez no había sentido nada. Ni siquiera había discernido en lo más mínimo a
la persona reptando a sus espaldas.

¿Tal vez no es humano? ¿Un muerto que salió arrastrándose de las

profundidades del Infierno? ¿Un demonio? ¿Un cambiaformas?

Sus dientes rehusaron a cerrarse. Sus muelas castañearon, haciendo un sonido

extrañamente mecánico. Hacía eco en lo profundo de sus oídos.

Clic-clic. Clic-clic.

Clic-clic. Clic-clic.

Inukashi apretó los dientes y el estómago se le hizo nudo.

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 Título: No. 6
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—E-espera un minuto. Yo sólo estaba…

—Deja la caja.

—¡M-muy bien, muy bien! Haré lo que dices. —Temblando, Inukashi volvió
a poner la caja en el estante.

—Ah… ahí está. La regresé. Eso es suficiente, ¿Verdad?

—¿Suficiente? ¿Estás bromeando?

El cuchillo se movió aunque muy ligeramente y sintió una sacudida de dolor

agudo. Luchó por contener el grito que estaba a punto de desgarrar su garganta. Le
sudaban las axilas.

—El robo merece la muerte en este lugar. No deberías tener quejas por
que te asesinen.

—S-sí, pero quiero decir, no puedo quejarme si ya me han asesinado,

¿Verdad? O-oye, vivo en las ruinas, por cierto… ¿Las conoces? Están en el
otro extremo de aquí, las ruinas de un hotel. Ese es mi lugar, vivo allí con mis
perros. Mi nombre es… eh, bueno, no tengo un nombre, pero ya sabes- ¿quién
necesita uno en un lugar como este, cierto? La gente me llama Inukashi-
cuidador de perros. Los perros son parte de mi negocio. Ja ja, pero ¿a quién le
importa mi nombre, verdad? Aunque me gusta. Ja ja. Así que si alguna vez
quieres llamarme por mi nombre, es Inukashi.

Inukashi continuó hablando. Sentía que si cerraba la boca, en el silencio que

seguiría le rajarían la garganta.

—Oye, vamos. Te lo ruego. Me disculparé, ¿así que me perdonarás? ¿Por

favor? Lo siento, nunca volveré a hacerlo, —trató de implorar patéticamente—. No
me mates, te lo pido de rodillas. Ayúdame, por favor. Yo… yo no quiero morir
aún. Realmente no quiero morir. Lo siento, lo siento mucho. Nunca volveré a
tocar tus cosas. Lo prometo. Por favor, sólo no me mates.

Inukashi no estaba actuando, estaba suplicando encarecidamente por su vida.

No me mates, por favor. Déjame ir.

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Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor.

Apartaron el cuchillo. repentinamente su nuca se sintió mucho más ligera.

Inukashi dejó escapar una larga exhalación. Los músculos de su cuello dolían,
probablemente por estar tensos durante todo ese tiempo. El punto en su cuello punzó
levemente cuando lo presionó con la mano, pero no salió sangre.

El que empuñaba el cuchillo le había hecho un ligero corte, tan superficial como
sólo la primera capa de piel de la base del cuello, para paralizar a la victima de miedo;
no lo suficiente para sangrar, sólo lo suficiente para hacer sentir dolor a la víctima.

Lo sabía, el tipo detrás de mí no es humano. Es un muerto, un demonio, un

cambiaformas…

Inukashi se dio la vuelta lentamente, aun sujetándose el cuello. La verdad era

que no quería darse la vuelta, deseaba salir directamente de ese lugar, pero sus pies
dudaron; sentía que en el momento que girara la espalda y echara a correr, un cuchillo
se le hundiría en la espalda.

Se dio la vuelta muy, muy lentamente.

¿Eh?

Tuvo que parpadear, sabía que tenía la boca completamente abierta.

La figura que tenía enfrente no era un muerto, demonio o un cambiaformas. Era

un niño que vestía una camisa a cuadros. Podría haber sido una niña, no, era un niño.
Una niña no podría producir una voz helada como esa. El niño únicamente lucía como
una niña.

El niño tenía cabello largo que le llegaba a los hombros y le ocultaba la frente.
Su rostro pequeño y blanco era casi imposiblemente proporcionado. Inukashi se había
imaginado que los ojos del niño estarían relucientes de intenciones homicidas, pero
estaban serenos e inescrutables.

El niño tenía ojos de un color extraño.

Un elegante gris oscuro. Era la primera vez que Inukashi veía semejante color.

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El niño parecía ser más alto que Inukashi, pero se imaginó que sus edades eran
más o menos cercanas; aunque Inukashi no sabía con seguridad su propia edad.

El niño guardó el cuchillo en su funda, aún con una expresión en blanco.

Inukashi sintió un alivio abrumador. Luego sintió irritación por sentir alivio.

¿Este enano me estaba amenazando? Deseaba chasquear la lengua con

frustración. Caray, nunca seré capaz de superar la vergüenza.

—Pudiste haber escogido una camisa mejor para ponerte. —Inukashi

puso una sonrisita mientras elevaba la barbilla. Tenía la intención de lucir lleno de
calma y serenidad. —Pero la calidad no parece mala, no es algo con lo que te
encuentres con frecuencia en el Bloque Oeste.

—Es una camisa prestada.

—¿Prestada? ¿Dónde te prestaron semejante pieza de ropa, eh? No me

digas que la conseguiste en No. 6.

Lo había dicho de broma, pero una vez lo puso en palabras, sintió que esa era
la única posibilidad. La calidad superior de la camisa era evidente a primera vista; lucía
suave al tacto, cálida y durable. El kit de emergencia que acababa de poner de vuelta
en el estante también era un producto del interior de los muros, sin duda alguna.

—¿Quién demonios eres tú? No me digas que viniste de esa—Inukashi se

interrumpió. Acababa de ver al niño sacarse una tira de carne seca del bolsillo de la
camisa y morder un extremo.

—Oye… no me digas que esa es… —Inukashi rebuscó en la bolsa que

colgaba de su cintura; estaba vacía. Definitivamente había puesto carne seca ahí, pero
ya no estaba.

—Me quedaré con esto, —dijo el niño—. En compensación por tu robo.

—¡T-tonterías! ¿Quién es el ladrón ahora? Regrésamela, ¡Esa es mi

carne! ¡Regrésamela!

Je. El niño se rio, su sonrisa parecía inocente y despreocupada.

—¿Quieres intentar recuperarlo por la fuerza, Inukashi?

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—Agh… —Inukashi se mordió el labio, no era alguien a quien le pudiera ganar

de frente- sus instintos se lo decían.

Demonios, debería traer a mis perros. Si los tuviera conmigo, podría derrotarlo
de una mordida.

Pero sus perros no estaban ahí, Inukashi estaba por su cuenta.

—…Bien. Quédatela.

—Buen chico, debes saber cuándo escuchar. Te ayudará a vivir más.

—Demonios, ¡Deja de burlarte de mí! —Sólo observa, obtendré mi

venganza.

Inukashi retrocedió hacia la puerta y sujetó la manija. No había necesidad de

quedarse más de lo necesario.

El niño se sentó encima de una pila de libros, sin decir nada. Sólo su mirada
estaba fija en Inukashi. Los movimientos de Inukashi eran completamente
supervisados por esa mirada. Sus brazos y piernas se pusieron rígidos y torpes, y se
rehusaron a moverse ágilmente.

—… ¿Qué demonios eres…? —repitió la pregunta de unos momentos antes.

Esta vez fue con mayor seriedad—. ¿Vives aquí?

—Sí.

No se esperaba una respuesta.

—¿Solo?

—Sí.

—Esta casa ha estado abandonada desde hace mucho tiempo. Nadie ha

estado viviendo en ella durante años- al menos se suponía que no. ¿De dónde
demonios viniste? ¿Y por qué tienes una camisa y un kit de emergencia que
claramente proviene de No. 6? Oh, y ese muñeco de ratón- ¿Qué es eso? Luce
como un robot, no me digas que tú construiste esa cosa.

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 Título: No. 6
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Inukashi sabía que tenía que correr lo más pronto posible, pero su boca
continuaba moviéndose. Pregunta tras pregunta escapó de sus labios.

—Hablas un montón, ¿No? Me sorprende que aún no te hayas mordido

la lengua por hablar tanto. —El niño sacudió la cabeza y una sonrisa divertida cruzó
su rostro.

Inukashi repentinamente casi sintió atracción hacia él, su corazón latió más
rápido.

Este tipo es peligroso. Más peligroso que un asesino, y muchísimo más

fastidioso. Ese era otro presentimiento suyo, y tenía la certeza de que no se
equivocaba.

No te asocies con él, aléjate de aquí y nunca regreses- una voz de advertencia
hizo eco en sus oídos. Inukashi usualmente obedecía a la voz inmediatamente, pero
esta vez la ignoró y continuó cuestionando al niño.

—¿Cuál es tu nombre?

El niño inclinó la cabeza muy levemente. —Nezumi.

Su nombre, dado inesperada y prontamente, parecía inusual para un humano.

—¿Qué clase de nombre es ese? ¿Es tu nombre real?

—Podrías decir lo mismo del tuyo, cuidador de perros. No es un nombre

apropiado, eso seguro.

—Pffff… bueno, se podría decir. Nezumi, eh. Al menos es fácil de

memorizar.

—¿Así que planeas recordarlo?

—Em… bueno… —Inukashi sentía que estaba jugando. Si no se protegía

pronto, el ardid de Nezumi le arrastraría. Como un insecto atrapado en la red de una
araña, lo inmovilizaría y eventualmente se marchitaría.

Peligro, peligro, peligro.

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—Bueno, nos vemos, Nezumi. Si tenemos suerte tal vez volvamos a

encontrarnos.

—Si tenemos suerte.

Al diablo con la suerte, me aseguraré de no volver a ver nunca tu cara.

Inukashi deslizó su mano hacia atrás y abrió la puerta, luego se escurrió fuera.
Tan pronto estuvo en el exterior, subió corriendo las escaleras lo más rápido que pudo.
Sus pies se paralizaron a medio camino, a mitad de las escaleras, Inukashi se
descubrió dándose la vuelta. Podía ver la puerta oxidada.

—Nezumi, eh, —murmuró.

¿Realmente seré capaz de alejarme sin volver a verte nunca?

Si tenemos suerte.

La oración que había escuchado sólo momentos antes aún se repetía dentro de
su cabeza.

Si tenemos suerte.

Probablemente nos volvamos a encontrar.

Tuvo un repentino presentimiento, era casi una firme creencia: de aquí en

adelante, vería a ese niño una y otra vez. Formarían una conexión.

Su cuerpo casi respingó de disgusto, pero en el fondo de ese disgusto yacía algo
ligeramente afectuoso. Murmuró de nuevo entre dientes.

—Nezumi, eh.

—¿Me llamaste?

Escuchó una respuesta imposiblemente nítida.

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¿Eh?

—¿Me llamaste, Inukashi?

Abrió los ojos. Estaba brillante.

Su habitación, resguardada en una esquina de las ruinas, estaba llena de luz.

Más allá del cristal de la ventana podía ver el cielo azul detrás de una rendija entre las
nubes.

Sus retinas absorbieron el azul.

Nezumi estaba escrutando su rostro; sus ojos se encontraron. Sus ojos eran del
mismo elegante gris oscuro que la primera vez que se habían conocido.

—… ¿Qué… estás haciendo aquí…?

—¿Eh? ¿A qué se debe este trato? Tú fuiste quien llamó. Usaste a este
chico como mensajero, ¿recuerdas? —Un perro café agitó la cola junto a Nezumi.

—¿Ll-llamar? ¿A ti? Pff, por supuesto que no. Estaba llamando a…

—¿Entonces a quién estabas llamando?

—Estaba…

—Inukashi, ¿ya despertaste? —Una cabeza de cabello blanco se asomó

detrás de Nezumi.

—Shion.

—Sip, soy yo. Debes haber pasado un mal rato; ahora todo está bien. Te
haremos sentir mejor de inmediato. —Shion sonrió.

Inukashi se puso al borde de las lágrimas, se detuvo a tiempo de colgarse a

Shion y sollozar en voz alta.

Shion, tenía miedo. Creí que iba a morir. Tenía tanto miedo, tanta soledad y no
sabía qué hacer. Así que te mandé a llamar.

—Toma, bebe esto. —Shion le ofreció un cuenco desportillado que contenía un

líquido espeso y verde. El olor terroso le picó la nariz.

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—¿Qué dem…?

—Es una hierba medicinal. Encontré un libro sobre medicina oriental en

el librero de Nezumi y pensé en darle una oportunidad. Estuve buscando en el
bosque y encontré un montón de cosas. Esto calmará tu nausea y también te
ayudará a recuperarte del agotamiento.

—… ¿Eh? ¿Oriental?

—Es un tipo de medicina que se fue heredando en el Este. El libro dice

que supuestamente aumenta la habilidad global de tu cuerpo para curarse.
Vamos, sólo dale una oportunidad.

—Tápate la nariz, eso lo hará soportable, —dijo Nezumi. Inukashi se apretó

la nariz como le dijo y se tragó la bebida de un sorbo. No creyó que supiera medio
mal; la amargura que bajó deslizándose por su garganta pareció darle fuerza. Dejó
escapar una larga exhalación.

Realmente vinieron por mí. Recibieron mi SOS. Les rogué que vinieran, sin
ofrecer nada a cambio.

Shion puso la mano sobre la frente de Inukashi. Se sintió fresca y balsámica.

—Será mejor que te quedes en cama por un tiempo, no cogiste

neumonía, pero tienes todos los síntomas de un resfriado. Y también
anemia…

—Si me quedo en la cama mis perros se morirán de hambre.

—Nosotros nos haremos cargo. Yo me encargaré de tus tareas de la

propiedad y Nezumi mantendrá el abastecimiento de comida, ¿Verdad?

Nezumi se encogió de hombros ligeramente. —Claro, puedo hacer algo al

respecto, pero me debes por esto, Inukashi. Te voy a cobrar intereses.

Inukashi se las arregló para mostrar una débil sonrisa desde donde yacía. Los
comentarios de Nezumi, que normalmente le irritaban infinitamente, ahora sonaban
increíblemente gentiles.

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Hay algo seriamente mal conmigo. Si lloro ahora, quién sabe cuánto se burlaran
de mí después. Si voy a llorar, tiene que ser sólo cuando esté Shion. Aguántate.
Lágrimas, no se derramen.

—Te diré, Inukashi. —Shion sonrió incluso con mayor gentileza—. No creo
que necesites preocuparte de tu resfriado, a juzgar por tu fuerza física, pero
la herida en el dedo del pie es otra historia.

—¿Dedo del pie? Oh, el dedo gordo derecho, ¿Verdad? Me ha estado

doliendo durante un tiempo. —Inukashi se hería todo el tiempo, a menos que fuera
una herida considerablemente grande, normalmente sólo se la lamía hasta que
sanaba.

—Está enconada, —señaló Shion—. Si la dejas así, le saldrá pus y

probablemente no podrás caminar. Entonces…

—¿Entonces?

—Necesitas una operación.

Shion sacó el kit de emergencias. No lucía más viejo que cuando Inukashi lo
había visto por primera vez.

—Shion, eh, ¿Qué estás…?

—Voy a cortar para abrir la herida, extraer el pus, desinfectarla y luego

coserla, eso es todo. Habrá terminado en un santiamén.

Shion ya traía puestos guantes de goma y sostenía un escalpelo. Era una hoja
pequeña y plateada, afilada perfectamente. Inukashi sintió que la espalda se le
quedaba fría.

—¿C-cortar para abrir? Espera, espera un segundo, Shion. Aguanta.

¿Qu-qué hay de tranquilizantes? ¿Gas somnífero?

—No tengo ninguno.

—¿Qué quieres decir con que no…?

—Todo está bien, terminará rápidamente. Disculpa, Nezumi, ¿podrías

sujetar a Inukashi? Asegúrate que no se mueva.

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—Comprendido.

Nezumi sujetó las caderas de Inukashi con ambas manos. La parte baja de su
cuerpo estaba inmovilizado por completo.

—Creo que puede ser novedad para ti, Inukashi, —Nezumi sonrió de una
forma extrañamente provocativa—. Pero Shion adora coser a la gente. Puede que
luzca inocente, pero es un sádico monumental.

—¿Qu…? ¡Detente! —gritó Inukashi—. ¡Me asustas! ¡Ayuda! —Ahora estaba

más allá de la capacidad de Inukashi poner una cara valiente. Estaba al borde del
llanto.

—Tranquilízate, —dijo Nezumi con irritación—. Sólo escucha lo que dice.

Además, incluso yo puedo decir que esa herida es bastante seria. Podrías
estar arriesgando tu vida si la dejas sin curar. Sé que Shion no lo mencionó
precisamente, pero tal vez eso es lo que originó tu enfermedad.

—No me importa lo que la originó, ¡Duele! Alto, —gimió—. ¡Alguien

ayúdeme! Shion, ¡Ten piedad!

—Estará bien, no te muevas, —dijo Shion—. Oh, mira, ¿ves? Todo este
pus se te ha acumulado ahí. Me sorprende que pudieras caminar con esto. Te
debe haber entumecido el dolor. Ok, terminará pronto.

—No me entumecí, —sollozó Inukashi—. Auuu, ¡no lo cosas! ¡Duele!

—No llores, —dijo Nezumi—. Buen chico, te daré una recompensa.

Una suave melodía fluyó desde los labios de Nezumi y acunó con suavidad el
corazón de Inukashi. Durante un instante, Inukashi había regresado a ser un infante y
alguien lo estaba sosteniendo en brazos. Estaba libre del miedo o el sufrimiento,
estaba en un lugar de sueño pacifico.

—Que buen chico, no pienses en nada, sólo duerme. Te protegeremos

con todo lo que esté a nuestro alcance. No te entregaremos a la Parca, sin
importar lo que suceda.

Te protegeremos con todo lo que esté a nuestro alcance.

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Inukashi abrió los ojos y miró a Nezumi. Luego, miró el perfil de Shion mientras
éste se agachaba junto a sus pies. Los rostros de ambos eran solemnes. Numerosos
ríos de sudor marcaban la mejilla de Shion y formaban gotas en su barbilla.

Te protegeremos con todo lo que esté a nuestro alcance.

No era una mentira.

Este mundo estaba acosado con mentiras, pero las palabras de Nezumi eran
verdad. Aunque todo en este mundo fuera una farsa, Inukashi sabía que podía creer
en estas palabras sin fallar.

Inukashi no pudo soportar más, sus lágrimas se derramaron y continuaron

fluyendo. Sintió como si se estuviera ahogando en lágrimas.

Bastardos, haciéndome llorar.

Inukashi se apretó los puños contra los ojos y lloró en silencio.

El cielo azul aún estaba fuera de su ventana.

Próximo capítulo: Una Canción del Pasado

Traducción de japonés a inglés: 9 ave en http://9th-ave.blogspot.com

Traducción al español: Azhreik

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