en Venezuela
Volumen I
S a l u d I n d í g e n a e n Ve n e z u e l a , Vo l u m e n I
Te x t o s d e J o n a t h a n D . H i l l , M y l a O l i v e r, E g l e é L . Z e n t ,
Tr a d u c c i o n e s d e J o s é P e r a l t a , A n n a S á n c h e z y J o ë l l e L e c o i n - P e r e r a .
I S B N : 9 78 - 9 8 0 - 2 2 6 - 0 4 8 - 5
D L : I f19 2 2 0 0 761013 9 2
C a r a c a s , Ve n e z u e l a .
2007
C e n t r o S i m ó n B o l í v a r, E d i f i c i o S u r, p i s o 7, O f i c i n a 72 8 ,
El Silencio, Caracas.
Te l é f o n o / F a x : 0 212 · 4 0 8 0 2 5 6
gfreire @ cultures.org.uk
aimetillet t @ yahoo.com
1 9
C u rripaco
7 7
J o D ï
1 3 3
P iaroa
2 0 9
Y a B a R ana
2 6 3
Y anomami
p r e s e n tac i ó n
F ra n c i s c o A r m a d a
Los pueblos indígenas han sido uno de los más resaltantes protagonistas de los cam-
bios políticos que se están viviendo en la República Bolivariana de Venezuela desde hace
algunos años. Impensables reivindicaciones políticas son hoy en día una realidad con una
Constitución Bolivariana que garantiza la participación política de las comunidades indí-
genas y promueve la justicia en un país que se reconoce orgullosamente como multiétnico,
pluricultural y multilingüe. Las políticas públicas apuntan con firmeza al desarrollo de la
igualdad y la disminución de las inequidades, con lo que se genera un enorme reto en el
abordaje de los pueblos indígenas, evidentes víctimas de injustas políticas neoliberales,
racistas y clasistas que reprodujeron y acentuaron peores condiciones de vida para ellos
que para el resto de la sociedad venezolana. De hecho, para casi cualquier indicador social
utilizado, las condiciones de los pueblos indígenas, cuando se miden tomando en cuenta
la condición étnica, resultan con claras desventajas en comparación con el resto de la po-
blación nacional. El Proceso Bolivariano ha enfatizado la mejora de las condiciones de vida
de los pueblos indígenas del país como parte de la construcción de una Nación más justa
y equitativa. Los derechos a la salud, la educación, la cultura y el hábitat concentran los
principales esfuerzos de la gestión gubernamental actual y en efecto constituyen una de
las más fuertes demandas de las organizaciones indígenas venezolanas.
La definición de una política de salud y su posterior ejecución y evaluación han cons-
tituido un reto, teórico y práctico, para quienes hemos compartido responsabilidades en
el área. ¿Se trata de “Salud Indígena”? ¿Salud para los pueblos indígenas? ¿Salud para
un país intercultural y multiétnico? Existen distintas visiones acerca de la concepción de
la política de salud dirigida a los pueblos indígenas. Algunos son partidarios de una po-
lítica especial para los pueblos indígenas argumentando que la misma permite la rápida
disminución de las groseras inequidades y facilita el reconocimiento de las características
culturales particulares de cada pueblo. Esta opción implica, extremando su concepción,
una política para pueblos indígenas y “otra” política para los pueblos no indígenas, pu-
diendo implicar el desarrollo de distintos sistemas de salud o un sistema de salud con un
componente especial indígena. Otra concepción, a la que me siento más cercano, parte
de la asunción de que somos un pueblo multiétnico y pluricultural que requiere de una
política de salud intercultural para todos y todas que reconozca nuestra rica diversidad;
y que también permita una rápida eliminación de brechas sociales. Independientemente
de la inacabada discusión teórica, la Revolución Bolivariana ha intensificado los esfuerzos
dirigidos a la mejora de la salud de las poblaciones indígenas, obteniéndose importantes
logros en un camino aún con un gran trecho por andar.
A gradecimientos
A titulo más personal, quisiéramos agradecer a los coautores de este libro, que involucró
adaptar experiencias de campo tan variadas como la arqueología, la antropología
social, la ecología humana, la lingüística y la educación, a los imperativos de este
proyecto. Todos los participantes respondieron de manera inmediata e incondicional
al llamado de la presente edición y la mayoría realizó trabajos de campo especialmente
diseñados para contribuir a la caracterización del estado de la salud indígena en
Venezuela. También agradecemos la colaboración de Liborio Guarulla, gobernador
de Amazonas y del Instituto Caribe de Antropología y Sociología de la Fundación la
Salle, que nos acompañó con su experiencia y personal calificado en todas las fases
de la realización de esta edición.
Introducción
G e r m án Fre ire
La salud ha sido un aspecto determinante de las relaciones entre las sociedades indíge-
nas americanas y la occidental desde el momento mismo del contacto. A sólo cincuenta
años del desembarco de Colón, la población nativa de La Española había caído de cerca
de un millón de habitantes (estimados) a unos pocos cientos, producto de una serie de
epidemias que azotaron lo que son hoy República Dominicana y Haití (Denevan 1992:
371). En los años que siguieron, la poca resistencia indígena a algunas enfermedades
del viejo mundo produjo una dramática disminución de población en todo el continente
que, aunque es difícil de estimar, hoy se calcula en más de un 90% en algunas regiones
(Butzer 1992; Denevan 1992; Montenegro y Stephens 2006). La tragedia que siguió a
1492, de hecho, no tiene precedentes en la historia de la humanidad, pero no sólo por
la innegable brutalidad de la conquista sino, sobre todo, por los nefastos efectos de las
enfermedades epidémicas.
La multiplicidad de enfermedades que trajeron los europeos tuvieron varios oríge-
nes, pero la mayoría resultó de la co-evolución del hombre con animales de cría y la
convivencia en asentamientos sobrepoblados a lo largo de varios siglos (Butzer 1992;
Dobson y Carper 1996). El sarampión, la viruela, la rubéola, la difteria y la influenza,
por ejemplo, evolucionaron a partir de virus asociados al ganado vacuno u ovino, en-
tre Europa y el Cercano Oriente, cuando los primeros grupos de agricultores del viejo
mundo comenzaron a concentrarse en grandes ciudades; varias epidemias de origen
bacterial, como el tifo y el cólera, se desarrollaron más tarde en asentamientos huma-
nos sobrepoblados, probablemente en Asia (Butzer 1992: 364; Dobson y Carper 1996:
118). En las Américas, en cambio, la lista de animales domésticos era mucho más li-
mitada, reduciéndose en gran parte del continente a camélidos y pequeños mamíferos,
por lo que para el momento del contacto tenían patrones epidemiológicos distintos,
dominados por parásitos intestinales e infecciones protozoarias, pero muchas menos
enfermedades de origen viral o bacterial 1.
Las enfermedades que trajeron los primeros conquistadores consigo también habían
causado estragos en el viejo mundo, cambiando a menudo el curso de la historia de so-
ciedades enteras, pero se habían sucedido en períodos mucho más largos, permitiendo
su recuperación demográfica y aumentando lentamente su inmunidad y resistencia 2. En
1. Trypanosoma cruzi, por ejemplo, el protozoo causante 2. La Plaga Antonina o de Galeno (probablemente
del mal de Chagas, muy difundido en las Américas para el viruela o sarampión), por ejemplo, que azotó el Imperio
momento del contacto, es muy frecuente en poblaciones Romano entre 165 y 180 DC, cobró la vida del 25% de
de cuyes (Cavia porcellus), que eran criados para el con- su población, incluidos dos emperadores (Lucio Vero y
sumo de manera intensiva entre los pueblos agricultores Marco Aurelio), lo que debilitó tremendamente sus fuerzas
del continente. militares y facilitó el avance de pueblos germanos a través
12
de su frontera norte. Setenta años más tarde (251-266 sociedad evitaba. Esta actitud debió ayudarlos a fortalecer
DC) volvió a atacar, cobrando un promedio de 5.000 vidas su resistencia inmunológica, a la vez que aumentaba las
por día. Algunos autores han sugerido que estos brotes oportunidades de supervivencia de sus enfermos, lo que
sucesivos pudieron haber fortalecido la posición de la seguramente convenció a muchos de sus contemporáneos
floreciente secta cristiana en la sociedad romana, ya que de la superioridad de sus creencias (Dobson y Carper
predicaban el cuidado de los enfermos, que el resto de la 1996: 120; McNeill 1977).
13
mudarse lejos de las zonas de conflicto y ocultarse en áreas de difícil acceso para evitar
agresiones bélicas, colonizaciones o las epidemias asociadas a éstas. Estas migraciones
continúan siendo una estrategia practicada por muchos pueblos indígenas americanos
para escapar de la violencia política, la minería, la expropiación de sus tierras y otras
formas de agresión (ver capítulo sobre los Pumé, vol.2, para un ejemplo). Gracias a estas
estrategias de aislamiento y a la dispersión de su población muchos pueblos pudieron
recuperarse del impacto original del contacto. En las cabeceras de los ríos o en zonas
donde la sociedad dominante no podía establecerse, tales como el delta interior del Ori-
noco y la Alta Guajira, poco aptas para la agricultura de arado, muchos de estos pueblos
comenzaron a experimentar una lenta recuperación. Aislados en la Sierra de Parima,
por ejemplo, en el Alto Orinoco, los Yanomami lograron crecer en un 2% anual entre
el siglo XIX y la primer mitad del siglo XX (Lizot 1988, citado por Kelly y Carrera, este
vol.). Otros pueblos, como los Mapoyo, los Kari’ña, los Yabarana y los Sáliva, resistieron
a costa de la inmensa mayoría de su población, o se amalgamaron y aliaron para resistir
la extinción.
Esta lenta recuperación se aceleró hacia mediados del siglo XX, cuando la mayoría de
las sociedades indígenas de Venezuela, y de América en general, comenzaron a experi-
mentar un crecimiento poblacional sin precedentes. A partir de 1950, más concretamen-
te, las poblaciones indígenas latinoamericanas y del Caribe crecieron en más de un 70%
–hoy estimada en unos 48.4 millones de personas– revirtiendo muchos de los patrones de
despoblamiento que los habían caracterizado los cuatro siglos anteriores (Montenegro
y Stephens 2006). En Venezuela, la población indígena censada se calcula hoy en unos
530 mil habitantes, pero la disparidad en los criterios y técnicas utilizadas entre censo
y censo no permiten estimar el crecimiento poblacional general de manera confiable.
Según el último censo, entre 1992 y el 2001 el crecimiento rozó el 70%, pero este exage-
rado aumento probablemente se deba más a una fuerte reivindicación de las identidades
indígenas, estimulada por sus logros políticos de la última década, que a sus patrones
de crecimiento natural. Estudios más puntuales presentados en esta serie, sin embargo,
confirman que el proceso de recuperación poblacional es real. Wilbert y Ayala, por ejem-
plo, reportan que los Warao han venido creciendo en un 24.4% por década desde 1950
(vol. 2), mientras los Mapoyo han pasado de menos de 100 personas a más de 400 en los
últimos 24 años (Scaramelli y Tarble, este vol.); el crecimiento interanual de los Pemón
entre 1992 y el 2001 es de 2.4% (Perera et al, vol. 2); y casi todos los pueblos indígenas
muestran signos similares de recuperación en la actualidad. Algunas excepciones son
notables, no obstante, como la disminución en más de un 26% de la población yanoma-
mi central entre 1950 y 1980, debido al azote de varias epidemias y la falta de servicios
de salud que contrarrestaran sus efectos (Kelly y Carrera, este vol.).
14
antes de llegar a los cuatro años (vol. 2). Más aún, algunas enfermedades tienen una
ocurrencia casi exclusivamente indígena, o se manifiestan y tienen sus peores impactos
en sus territorios, tales como la malaria, la oncocercosis, el cólera y la tuberculosis. Las
principales causas de mortalidad en territorios indígenas se repiten a lo largo y ancho de
la geografía nacional –desnutrición, complicaciones del parto, infecciones respiratorias,
enfermedades diarreicas agudas, tuberculosis, etc.– la mayoría fácilmente prevenibles si
son atendidas a tiempo.
Dos factores limitan tremendamente el acceso cabal de los pueblos indígenas al sis-
tema de salud pública nacional. Por un lado, las dificultades de acceso a gran parte de
su población, que en su mayoría habita en zonas remotas y de difícil cobertura por las
razones históricas que mencionamos arriba. Por el otro, y más importante aún, la pres-
tación de servicios de salud en territorios indígenas ha estado caracterizada por la falta
de medios de comunicación efectivos entre los agentes involucrados en su planificación
e implementación y las comunidades receptoras. Esto ha provocado desencuentros y
choques de visiones que afectan tanto la calidad como la viabilidad del servicio de salud
que se presta. En 1997, un estudio del gasto en salud pública en el Estado Amazonas
encontró que casi el 70% del presupuesto se concentraba en el único hospital de la re-
gión, en Puerto Ayacucho, reproduciendo el estilo de gasto urbano del resto del país en
un estado mayoritariamente rural e indígena. Además, el gasto en salud per cápita en el
interior del estado, donde se concentraba la mayoría indígena, era 13 veces menor que en
la capital (Toro 1997). La falta de mecanismos de comunicación entre el sistema de salud
pública nacional y las comunidades indígenas ha alimentado además la discriminación,
la intolerancia y la incomprensión a la que los indígenas han debido someterse tradicio-
nalmente para acceder a su derecho a la salud.
Los pueblos indígenas tienen particularidades no sólo culturales y lingüísticas, sino
que también tienen patrones y problemas de salud específicos, que requieren de una
adaptación de los programas de monitoreo y control a sus respectivas realidades. Esta
adaptación no ha sido llevada a cabo nunca en el país sino de manera aislada, con un
impacto que ha variado entre poco y nada, y sólo recientemente se han comenzado a im-
plementar programas piloto orientados a remediar esta situación. La falta de estadísticas
sobre el estado de la salud en territorios indígenas, y aun de la categoría “indígena” en
los formularios nacionales de epidemiología, son un reflejo de lo invisible que ha sido
tradicionalmente esta problemática para el estado venezolano, así como de la compleji-
dad del problema que pretendemos encarar.
Para los pueblos indígenas la salud es el resultado de la relación que la persona y su
comunidad establecen entre sí y con su entorno material y simbólico. Sus sistemas de
salud tradicionales se refieren a una visión global del ser humano, que depende de sus
16
nociones de salud y enfermedad tanto como de las relaciones sociales, medio ambien-
tales y de producción, así como de su universo intelectual. La amplitud de los aspectos
incluidos en cada capítulo de esta serie da cuenta de las innumerables conexiones que la
salud tiene en estas sociedades. Presentar un recuento de sus concepciones específicas
de la enfermedad, o su adherencia a un tratamiento dado, sin un conocimiento aunque
sea somero de su organización social, por ejemplo, carece de sentido. Muchas de sus de-
cisiones y representaciones de la enfermedad dependen del contexto social del enfermo,
más que de las explicaciones biofísicas de la enfermedad. Por eso el lector encontrará
que en la presente obra cada capítulo se extiende en aspectos que van mucho más allá de
nuestra reducida interpretación biomédica de la salud y la enfermedad.
En esta serie se enfatiza que la salud indígena depende tanto de la correcta articula-
ción de nuestros programas nacionales de salud como del reconocimiento de las lógicas
y especificidades culturales en las cuales se insertan. Aspectos que no parecen relacio-
nados a simple vista, como sus derechos a la tierra, a la libre expresión de su etnicidad
y el reconocimiento de sus particularidades culturales, entre otros, son definitorios del
impacto que las políticas de salud pública tienen sobre sus poblaciones. La muerte por
causas asociadas a la desnutrición de por lo menos 45 niños pumé –la mayoría menores
de 5 años– en una comunidad del Estado Apure, entre mayo y noviembre del 2004, son
mayoritariamente producto de la marginación social y la expropiación sistemática de sus
tierras, que han dejado gran parte de su sociedad sin medios de producción sustentables.
Sus tierras han sido históricamente consideradas baldías –y por tanto expropiadas– por
no participar de nuestra visión agrícola del derecho de uso (ver Barreto y Rivas, vol. 2).
La comprensión de estas diferencias es el primer paso indispensable para promover po-
líticas de salud pública de calidad.
Por esto mismo, la presente obra aspira a contribuir en la construcción de puentes de
comunicación entre las comunidades indígenas y los estudios y políticas de salud pública
en Venezuela. En este primer volumen presentamos 6 ensayos sobre el “estado del arte”
de nuestro conocimiento sobre la salud indígena, en un sentido amplio, en 5 sociedades
indígenas del sur de Venezuela, principalmente del Estado Amazonas y el suroeste del
Estado Bolívar, que corresponden a los Curripaco, los Jodï, los Piaroa, los Yabarana y los
Yanomami.
La mayoría de los capítulos siguen una estructura común, que cada autor adaptó a su
visión y criterio, con lo que se pretendía facilitar el análisis comparativo y la inserción
de esta serie en los programas de formación de personal relacionado con la salud en te-
rritorios indígenas. Las etnografías aquí presentadas incluyen aspectos de la historia de
cada sociedad, su organización social, el estado actual de sus comunidades, sus nociones
particulares de salud y enfermedad, sus sistemas tradicionales de salud, su interacción
17
con la biomedicina y los entes encargados de administrarla, así como una visión general
de su morbilidad, mortalidad y los dispositivos sanitarios emplazados en sus territorios.
Adicionalmente, todos los capítulos hacen recomendaciones específicas sobre las prio-
ridades de acción e investigación en materia de salud para cada región. De esta manera
esperamos que la serie tenga un valor no sólo académico, sino también aplicado, y que
contribuya a mejorar el estado general de la salud en los pueblos aquí descritos.
Una excepción importante la constituye la contribución de Jacques Lizot, que está
basada en un artículo escrito hace algunos años, sin publicar, y que el autor adaptó para
los fines de esta serie. Este capítulo hace particular énfasis en el mundo intelectual de
los Yanomami, con referencia a su visión de la salud y la enfermedad. Consideramos
importante publicarla tal cual estaba escrita debido a la riqueza de los conceptos que en
ella se plasman. La relación entre éstos y el sistema nacional de salud es desarrollada en
una segunda sección de este capítulo por José A. Kelly y Javier Carrera.
A lo largo de toda esta serie se resalta la necesidad de involucrar a las comunidades
indígenas en el diseño e implementación de los programas de salud aplicados a sus
territorios. La experiencia ha demostrado que sin esto nuestros esfuerzos terminan re-
produciendo los prejuicios que han dominado tradicionalmente la relación entre estas
sociedades y el estado nacional. Esperamos que esta publicación contribuya a romper
con estos prejuicios, facilitando la adaptación de nuestros estudios y planes de salud a
sus propias necesidades y puntos de vista.
Bibliografía
Butzer, K. 1992. “The Americas before and after 1492: an introduction to current geographical
research,” en Annals of the Association of American Geographers 82(3): 345-368.
Denevan, W. 1992. “The pristine myth: the landscape of the Americas in 1492”, en Annals of the
Association of American Geographers 82(3): 369-385.
Dobson, A y E. R. Carper. 1996. “Infectious diseases and human population history”, en
BioScience 46 (2; Disease Ecology): 115-126.
McNeill, W. 1977. Plagues and people. Nueva York: Doubleday.
Montenegro, R. y C. Stephens. 2006. “Indigenous health in Latin America and the Caribbean,”
en The Lancet 367: 1859-69.
Toro, M. 1997. “Diagnóstico económico del dispositivo sanitario en el estado Amazonas. Hacia
una socialización de la medicina hipocrática”, en M. Perera (ed.) Salud y Ambiente. Caracas:
Universidad Central de Venezuela.
L OS CURRIPACO
( Kurrim , Wakuénai)
Conclusión . 54
Tablas y Figuras . 57
Bibliografía . 74
Página anterior
Hombre curripaco cargando chiquichique. Fotografía Kike Arnal.
21
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Curripaco.
23
de bocachico migran hacia las selvas recién inundadas para desovar, y son capturados
los sonidos bajos y profundos de estas trompetas reproducen el sonido de los arroyos
Lokono, de las costas de Guyana; Achagua, de los llanos occidentales; Maipure, del
La vasta diáspora de pueblos arawakos de la rama norte, que se habían extendido des-
de las Antillas mayores y menores en el norte hasta las principales llanuras que inunda el
río Amazonas en el sur, en tiempos previos al contacto, se vio disminuida abruptamente
por los estragos de las enfermedades, la acción de las misiones religiosas, las guerras
interétnias y el comercio de esclavos durante el período colonial. Pueblos agrícolas más
32
Durante la primera mitad del siglo XIX, los Curripaco regresaron a sus comunidades a
La Esperanza
una comunidad hiwi. A Elvira pronto se le unieron otros familiares que también se
Pavoni
Sarón
Metodología
Según el censo de 2001, el más reciente del que se dispongan datos, ese año había
24.920.902 habitantes en Venezuela, de los cuales 534.816 fueron registrados como
indígenas. Había un estimado de 2.295 comunidades indígenas en el país y 4.925 indi-
viduos dijeron hablar curripaco, con una distribución casi pareja de varones y hembras.
Se registró un estimado de 649 comunidades indígenas en el estado Amazonas y una
población total de 118.129 habitantes. Más del 50% de estos individuos se identificaron
como pertenecientes a un grupo indígena. El censo registró un total de 74.728 perso-
nas residentes en el municipio Átures, de las cuales 22.152 fueron clasificadas como
integrantes de un grupo indígena (datos del Censo 2001).
La mayoría de los entrevistados tenía entre 26 y 39 años de edad y había alcanzado al-
gún grado de la educación primaria (figuras 3 y 4) (para un desglose por comunidad, ver
44
Dieta/Nutrición
La dieta de los Curripaco viene determinada por una serie de variables, pero está
influida principalmente por factores monetarios. Los miembros de las comunidades
complementan su dieta con una variedad de recursos que incluyen Mercal, el mercado
público de Puerto Ayacucho, cultivos y pesca en las aguas cercanas. Sólo un hogar
notificó tener un exceso de alimentos en las tres comunidades, mientras que nueve
indicaron contar con una cantidad adecuada de comida y 13 dijeron no tener suficiente
para comer (tabla 3). Específicamente en La Esperanza, cinco de diez hogares entre-
vistados dijeron disponer de una cantidad de comida insuficiente. Estos resultados
contradicen los hallazgos de Llambí en 1999, según los cuales nadie en La Esperanza
dijo tener hambre.
La Esperanza y Pavoni cuentan con tiendas Mercal dentro de la comunidad. Mercal
provee alimentos nutritivos a un precio reducido. Tanto Pavoni como Sarón tienen pro-
gramas de alimentación (FOGON) que reparten una comida gratis al día, generalmen-
te el almuerzo. Sin embargo, sólo dos de los seis hogares entrevistados en Pavoni dije-
ron tener conocimiento de los programas que ofrecen comida gratis. Todos los núcleos
familiares entrevistados en Sarón indicaron conocer este programa (tablas 4 y 5).
45
Cuando se preguntaba con cuánta frecuencia consumían pescado, yuca, carne, frutas,
Alcohol y tabaco
Morbilidad /Mortalidad
Los datos sobre morbilidad y mortalidad más recientes de los que se disponía al
momento de esta publicación para el Estado Amazonas era un informe de 2004 en
formato PowerPoint emitido por la Dirección Regional de Salud del Estado Amazonas
Carlos Yavinape, capitán de La Esperanza.
La Esperanza de Cataniapo. Fotografías Christian Español.
47
(tablas 15 y 16). Este documento registró la fiebre como la principal causa de morbi-
enfermedades de la lista en los últimos doce meses, los entrevistados respondían “si”
a fiebre con mayor frecuencia que a malaria (tabla 17). Veinte núcleos familiares (de
22 que respondieron, o 91%) señalaron haber experimentado malaria en los últimos
doce meses, mientras que 22 de 23 (96%) indicaron haber padecido fiebre. Dado que la
fiebre es un síntoma de malaria, es de esperarse cierta correlación.
La percepción de mortalidad de los Curripaco se evaluó de manera similar. A los par-
ticipantes se les preguntó si reconocían alguno de los siguientes factores como causa de
muerte en su comunidad: cáncer, hipertensión, enfermedad estomacal, accidentes (in-
cluidas las mordidas de serpiente), neumonía, enfermedad perinatal, homicidio, ataque
cardíaco/apopléjico, diabetes, desnutrición, muerte durante el parto, malaria, hepatitis,
enfermedad renal, amibiasis, diarrea y tuberculosis (para un resumen de las mortalida-
des percibidas como más frecuentes, ver tablas 31-41). A los entrevistados se les pregun-
tó posteriormente cuál percibían que era la causa principal de muerte en su comunidad.
La principal causa percibida de mortalidad en las comunidades fueron los accidentes,
según cuatro de cada diez individuos (40%) que respondieron esta pregunta. Luego
siguieron cáncer, diarrea, diabetes y tuberculosis (tabla 42). El cáncer recibió un “si”
como respuesta con mayor frecuencia (15 de 22 núcleos familiares, equivalente a 68%)
en cuanto a ser una causa reconocida de mortalidad en las comunidades (tabla 31).
Este descubrimiento es coherente tanto con las estadísticas municipales como con las
estadales (tabla 16). En Sarón sólo se ha registrado una causa de mortalidad, dado que
se trata de una comunidad recientemente establecida. La muerte se describió como la
de una mujer que padecía cáncer y estaba de visita; era de otra comunidad. Por lo tanto,
el cáncer era la única causa de muerte reconocida en esta comunidad. Aunque reco-
pilar estadísticas (en caso de que existan) sobre accidentes viales y homicidios estaba
más allá del alcance de este proyecto, estos fueron identificados frecuentemente por
hablantes de curripaco como causas de muerte (tablas 32 y 38). Pudiera ser que si bien
estos incidentes no sean estadísticamente las causas de mortalidad más frecuentes
en estas comunidades, son los que se discuten más a menudo y por consiguiente se
recuerdan más.
Malarialogía dicta adiestramiento como microscopistas a miembros de las comuni-
dades a fin de satisfacer la demanda de tratamiento para la malaria. El centro de salud
de Pavoni cuenta con los materiales necesarios para realizar un diagnóstico de malaria,
así como las medicinas requeridas para esos casos que se identifican como positivos.
El microscopista es un residente de Pavoni. Examina a los pacientes en el centro de
49
salud y en sus casas. En caso necesario, se desplaza a Sarón para tomar muestras. Para
Si bien la mayoría de los que respondieron el cuestionario (15 de 22, o 68%, de los
Vacunaciones
Sólo ocho de 22 núcleos familiares que respondieron la pregunta: “¿Ha dado a luz
usted o cualquiera de su hogar en los últimos cinco años?” respondieron afirmativa-
mente. Todos dijeron haber recibido alguna forma de atención prenatal durante este
período; 50% de las madres en espera recibieron suplementos nutricionales durante
el embarazo (tablas 50 y 51). Siete de ocho hogares recibieron atención prenatal de
un médico, mientras que una madre de La Esperanza fue atendida por un enfermero
(tabla 52). Sin embargo, sólo tres de cinco mujeres recibieron también los servicios
de esta persona durante el parto (tabla 53). Seis de los niños nacieron con asistencia
de un médico, uno con ayuda de un líder religioso y otro de una partera (tabla 54).
El enfermero en Pavoni indicó a los entrevistadores que, en general, las mujeres dan
a luz sólo su primer hijo en el hospital local. Si no se anticipan complicaciones, la
mayoría de las mujeres paren a sus bebés en el centro de salud de Pavoni o en su casa.
Los dos nacimientos en Pavoni fueron atendidos aparentemente por un médico, una
posible indicación de que se trataba de mujeres nulíparas.
53
Atención odontológica
Programas locales
Conclusión
Con base a los resultados del estudio, publicaciones previas y la comunicación con
las poblaciones curripaco de La Esperanza, Pavoni y Sarón, los autores de esta publi-
cación identificaron áreas de necesidad en la infraestructura de salud pública que sirve
a estas comunidades. Se requiere con urgencia de un programa educativo que enseñe
a sus residentes los signos, síntomas y prevención de las enfermedades predominan-
tes en el área. Si la comunidad tiene mayor información sobre las enfermedades que
enfrenta, estará en mayor capacidad de tomar las medidas de prevención apropiadas,
además de comunicarse de manera más eficiente y oportuna con los médicos, redu-
ciendo así la transmisión de enfermedades.
Una iniciativa de distribución de mosquiteros muy probablemente resultaría en una
notable reducción de los casos de malaria. Aunque los investigadores no hicieron
preguntas en torno a la tenencia y uso de mosquiteros, los observaron sólo en dos
de las unidades domésticas incluidas en el estudio (en Sarón). Como se podría es-
perar, éstos también fueron los núcleos familiares donde había literatura sobre cómo
eliminar los criaderos de mosquitos. Malarialogía señaló que distribuye mosquite-
ros a las comunidades mediante un sistema basado en la necesidad; ciertas áreas en
el alto Orinoco fueron identificadas como las que presentaban mayor requerimiento
en los últimos tiempos. Para julio de 2005, Malarialogía esperaba recibir un millón
de mosquiteros impregnados con ICOM en el futuro cercano. Las tres comunidades
curripacas de nuestro estudio no fueron identificadas como una prioridad y no les
proporcionarán mosquiteros.
Los suministros constituían un área problemática en el centro de salud de Pavoni.
Aunque no estaba ideado para dar consulta a pacientes por motivos distintos al diag-
nóstico, está desempeñando un mayor papel en la atención médica de la comunidad.
El enfermero señaló haber asistido en partos, además de tratar abrasiones menores
55
Agradecimientos
Los autores quieren agradecer al señor Juan Luis Rodríguez, actualmente candidato doctoral en el Departamento de
Antropología de Southern Illinois University, por su ayuda logística en el trabajo de campo que realizó con Myla Oliver en
La Esperanza, Pavoni y Sarón en el 2005.
57
T a bl a s y F i g u r a s
5
No. de individuos
4
Edad
3
18-25
2
26-39
1 40-64
0 65+
La Esperanza Pavoni Saron
Lugar de residencia
figuras 3-6
12
No. de individuos
10
8
6
4
2
0
Sin Escuela Escuela universidad
educación primaria secundaria
formal
Nivel de educación
6
Frecuencia
0
1.00 2.00 3.00 4.00 5.00 6.00 7.00 9.00
No de personas en las unidades domésticas
12
10
2
0
Educación Gobierno Servicio
Agricultura Servicios público
médicos Desempleado
Ocupación
58
Tabla 5. Conocimiento de los programas que proveen alimentos según lugar de residencia
Conocen los programas
Residencia Si No Total
Recuento 10 10
La Esperanza % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 2 4 6
Pavoni % dentro residencia 33,3 66,7 100,0
Recuento 7 7
Sarón % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 9 14 23
Total % dentro residencia 39,1 60,9 100,0
59
tablas 1-9
Tabla 7. Consumo de carne según lugar de residencia
Carne en la dieta
1-2 días por 3-4 días por 5-6 días por Todos
Residencia Total
semana semana semana los días
Recuento 9 1 10
La Esperanza % dentro residencia 90,0 10,0 100,0
Recuento 5 1 6
Pavoni % dentro residencia 83,3 16,7 100,0
Recuento 6 1 7
Sarón % dentro residencia 85,7 14,3 100,0
Recuento 20 1 1 1 23
Total % dentro residencia 87,0 4,3 4,3 4,3 100,0
Pavoni Recuento 2 1 3 6
% dentro residencia 33,3 16,7 50,0 100,0
Recuento 1 1 1 4 7
Sarón % dentro residencia 14,3 14,3 14,3 57,1 100,0
Recuento 4 2 5 12 23
Total % dentro residencia 17,4 8,7 21,7 52,2 100,0
Tabla 11. Hogares que cultivan sus propios alimentos según lugar de residencia
Cultivan sus propios alimentos
Residencia Si No Ausente Total
Recuento 2 5 3 10
La Esperanza % dentro residencia 20,0 50,0 30,0 100,0
Recuento 5 1 6
Pavoni % dentro residencia 83,3 16,7 100,0
Recuento 4 2 1 7
Sarón % dentro residencia 57,1 28,6 14,3 100,0
Recuento 11 8 4 23
Total % dentro residencia 47,8 34,8 17,4 100,0
Tabla 12. Número de bebidas alcohólicas consumidas por semana según lugar de residencia
Número de bebidas alcohólicas
consumidas por semana
Residencia Ninguna 1-5 6-10 Ausente Total
Recuento 7 2 1 10
La Esperanza % dentro residencia 70,0 20,0 10,0 100,0
Recuento 5 1 6
Pavoni % dentro residencia 83,3 16,7 100,0
Recuento 5 1 1 7
Sarón % dentro residencia 71,4 14,3 14,3 100,0
Recuento 17 4 1 1 23
Total % dentro residencia 73,9 17,4 4,3 4,3 100,0
Tabla 13. Consumo de tabaco con fines recreativos según lugar de residencia
Consumo de tabaco con fines
recreativos
Residencia Si No Ausente Total
Recuento 1 9 10
La Esperanza % dentro residencia 10,0 90,0 100,0
Recuento 6 6
Pavoni % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 2 4 1 7
Sarón % dentro residencia 28,6 57,1 14,3 100,0
Recuento 3 19 1 23
Total % dentro residencia 13,0 82,6 4,3 100,0
61
Tabla 14. Consumo de tabaco con fines culturales según lugar de residencia
tablas 10-16
Tabla 15. Diez primeras causas de morbilidad: Estado Amazonas y Municipio Átures, 2004
Estado Amazonas 2004: Número Átures 2004: Número
Causas de morbilidad de casos Causas de morbilidad de casos
1. Fiebre 3.050 1. Síndrome viral 1.143
2. Síndrome viral 2.991 2. Anemia 817
3. Diarrea 2.711 3. Enfermedad renal aguda 706
4. Helmintiasis 2.604 4. Helmintiasis 646
5. Cefalea (dolor de cabeza) 1.705 5. Diarrea 643
6. Enfermedad renal aguda 1.553 6. Fiebre 495
7. Otros traumas 1.467 7. Infección urinaria 459
8. Heridas 1.414 8. Cefalea (dolor de cabeza) 372
9. Dolor abdominal 1.277 9. Dolor abdominal 340
10. Anemia 1.179 10. Dermatitis 304
Dirección Regional de Salud del Estado Amazonas. 2004: Morbilidad y mortalidad del Estado Amazonas.
Datos de Epidemiología Regional. Presentación en Power Point.
Tabla 16. Diez primeras causas de mortalidad: Estado Amazonas y Municipio Átures, 2004
Pavoni Recuento 4 2 6
% dentro residencia 66,7 33,3 100,0
Recuento 6 1 7
Sarón % dentro residencia 85,7 14,3 100,0
Recuento 18 4 1 23
Total % dentro residencia 78,3 17,4 4,3 100,0
tablas 17-24
Tabla 22. Casos de anemia reportados en los últimos 12 meses
Anemia en los
últimos 12 meses
Residencia Si No Ausente Total
Recuento 5 5 10
La Esperanza % dentro residencia 50,0 50,0 100,0
Recuento 5 1 6
Pavoni % dentro residencia 83,3 16,7 100,0
Recuento 5 1 1 7
Sarón % dentro residencia 71,4 14,3 14,3 100,0
Recuento 15 7 1 23
Total % dentro residencia 65,2 30,4 4,3 100,0
Tabla 24. Casos de cefalea (dolor de cabeza) reportados en los últimos 12 meses
Cefalea en los últimos 12 meses
Residencia Si No Ausente Total
Recuento 1 9 10
La Esperanza % dentro residencia 10,0 90,0 100,0
Recuento 6 6
Pavoni % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 5 1 1 7
Sarón % dentro residencia 71,4 14,3 14,3 100,0
Recuento 12 10 1 23
Total % dentro residencia 52,2 43,5 4,3 100,0
64
Tabla 29. Causas principales percibidas (en contraposición a las registradas) de enfermedad
tablas 25-32
tablas 33-40
Tabla 38. Homicidio como causa reconocida de muerte
Mortalidad por homicidio
Residencia Si No Ausente Total
Recuento 1 9 10
La Esperanza % dentro residencia 10,0 90,0 100,0
Recuento 2 4 6
Pavoni % dentro residencia 33,3 66,7 100,0
Recuento 6 1 7
Sarón % dentro residencia 85,7 14,3 100,0
Recuento 3 19 1 23
Total % dentro residencia 13,0 82,6 4,3 100,0
Tabla 44. Frecuencia con que se busca tratamiento médico en caso de enfermedad,
según reporte de los residentes
Frecuencia con que se busca tratamiento médico en caso
de enfermedad
Residencia Siempre Casi todo el tiempo A veces Ausente Total
Recuento 5 4 1 10
La Esperanza % dentro residencia 50,0 40,0 10,0 100,0
Recuento 6 6
Pavoni % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 6 1 7
Sarón % dentro residencia 85,7 14,3 100,0
Recuento 17 4 1 1 23
Total % dentro residencia 73,9 17,4 4,3 4,3 100,0
69
1.0
Enero Enero Enero 30 Feb
16-22 23-29 Feb 5 20-26
Semana
Dirección de Vigilancia Epidemiológica Sanitario Ambiental. 2005.
Actividad Epidemiológica Notificación Obligatoria Semanal de Malaria Región XIX
5 Pavoni Sexo
4 Masc.
3 Fem.
2
1
0
E
Fe
Fe
Fe
Ju
ne
br
ar
ar
ay
b1
ni
il
ro
zo
zo
o
2
o
3
10
7-
0
15
-1
3
1
2
2
-2
0
-1
2
7-
0
9
-2
-1
6
-2
ar
6
-
1
A
Fe
8
6
zo
br
b
il
5
5
Semana
Dirección de Vigilancia Epidemiológica Sanitario Ambiental. 2005.
Actividad Epidemiológica Notificación Obligatoria Semanal de Malaria Región XIX
Figura 9. Malariología
. 2005: Casos confirmados de malaria
10 Saron Sexo
No. de individuos
8 Masc.
6 Fem.
4
2
0
Ju
E
Fe
Fe
Fe
A
ne
br
ar
ar
ni
b
il
zo
zo
ro
o
13
10
7-
0
1
2
2
-1
-2
2
M
3
-1
7-
0
-1
9
-2
ar
6
-
8
2
9
br
zo
il
5
Semana
Dirección de Vigilancia Epidemiológica Sanitario Ambiental. 2005.
Actividad Epidemiológica Notificación Obligatoria Semanal de Malaria Región XIX
3.0
Masc.
2.5 Fem.
2.0
1.5
1.0
.5
Ju
E
Fe
Fe
Fe
M
ne
ne
ne
br
ni
ay
b
b1
o
il
ro
ro
ro
o
6
2
3
19
7-
-1
24
15
-1
16
M
3
-2
9
-3
-2
-2
-2
-F
ar
5
1
0
2
eb
zo
5
5
Semana
Dirección de Vigilancia Epidemiológica Sanitario Ambiental. 2005.
Actividad Epidemiológica Notificación Obligatoria Semanal de Malaria Región XIX
70
Tabla 45. Obstáculos enfrentados cuando se busca atención médica, según reporte de los residentes
Mayores obstáculos cuando se busca atención médica
Residencia Ubicación Dinero No hay obstáculos Ausente Total
Recuento 1 5 4 10
La Esperanza % dentro residencia 10,0 50,0 40,0 100,0
Recuento 6 6
Pavoni % dentro residencia 100,0 100,0
Recuento 2 4 1 7
Sarón % dentro residencia 28,6 57,1 14,3 100,0
Recuento 3 15 4 1 23
Total
% dentro residencia 13,0 65,2 17,4 4,3 100,0
Total Recuento 9 13 1 23
% dentro residencia 39,1 56,5 4,3 100,0
Tabla 48. Número de familias que notificaron haber vacunado a los niños
Niños vacunados
Residencia Si No Ausente Total
La Esperanza 7 2 1 10
Pavoni 5 1 6
Sarón 5 2 7
Total 17 2 4 23
Tabla 49. Número de familias que notificaron haber vacunado a los adultos
Adultos vacunados
Residencia Si No Ausente Total
La Esperanza 8 1 1 10
Pavoni 5 1 6
Sarón 5 1 1 7
Total 18 3 2 23
71
Tabla 52. Profesional de la salud que brindó atención médica durante el embarazo
Profesional que brindó atención médica durante el embarazo
Residencia Médico Enfermera Ausente No se aplica Total
La Esperanza 3 1 6 10
Pavoni 2 4 6
Sarón 2 1 4 7
Total 7 1 1 14 23
Tabla 53. Frecuencia con la que la misma persona brindó asistencia en el embarazo y el parto
Proporcionó asistencia durante el embarazo y el parto
Residencia Si No Ausente No se aplica Total
La Esperanza 2 2 6 10
Pavoni 1 1 4 6
Sarón 2 1 4 7
Total 3 5 1 14 23
Tabla 54. Profesional de la salud que brindó atención médica durante el parto
Persona que asistió
Residencia Médico Sanador religioso Partera Ausente No se aplica Total
La Esperanza 2 1 1 6 10
Pavoni 2 4 6
Sarón 2 1 4 7
Total 6 1 1 1 14 23
72
B i bl i o g r a f í a
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75
L os A u tores
Myla C. Oliver (MPH, Saint Louis University 2003) es estudiante e instructora de antropología
en la Universidad de Southern Illinois, en Carbondale. Su investigación doctoral se enfoca
en el estudio de la química de los huesos, con particular referencia a la evaluación del
estroncio como herramienta válida para geo-identificar muestras de tejidos sólidos
biológicos en contextos forenses e históricos. Sus estudios anteriores incluyen investigación
perinatal (la preeclampsia como factor de riesgo del síndrome de desorden respiratorio
en neonatos). Oliver fue asistente de investigación del Institute of Biosecurity mientras
completó su MPH y en la actualidad es consultora privada.
L OS J OD Ï
(Hotï)
Tratamientos . 102
Terapias jodï . 102
Terapias preventivas . 103
Terapias propiciatorias . 109
Terapias curativas . 111
Terapias biomédicas . 113
Caño Iguana (CI) . 115
San José de Kayamá (KA) . 119
Enfermedades sinérgicas . 123
Tablas y Figuras
Figura 1. Recursos alimenticios . 90
Tabla 1. Aspectos y entidades inmateriales de la salud y la enfermedad . 90
Tabla 2. Molestias, síntomas y dolencias . 91
Tabla 3. Partes del cuerpo . 94
Tabla 4. Inventario de enfermedades . 114
Tabla 5. Porcentaje de vacunaciones en Caño Iguana . 117
Tabla 6. Causas de muerte . 124
Bibliografía . 126
Página anterior
Niño jodï. Fotografía Raúl Sojo.
79
R es u men
Los Jodï son alrededor de 900 personas que se asientan de manera flexible y dispersa en
ambientes ecológica y culturalmente diversos de la Sierra de Maigualida, al norte del Estado
Amazonas, y al sur del Estado Bolívar, en la Guayana venezolana. A finales de la década de
los sesenta se registraron las primeras referencias de contacto occidental con los Jodï y en los
setenta se publicaron las primeras investigaciones antropológicas. Sin embargo, no fue sino
hasta finales de los noventa que se iniciaron trabajos de campo sistemáticos y prolongados
entre ellos, que continúan en el presente y de donde provienen el grueso de los datos aquí
reportados. La mayoría de los Jodï son monolingües de un idioma probablemente afiliado a
ro
E do . B ol í var
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6º
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Se
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Manapiare
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Asita
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sa
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5º
E do . A mazonas
Erebato
Ve
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0 5 10 15 20 25 50km
Cacurí
66º 65º
Jodï.
81
C o n t e x t o c u lt u r a l , s o c i a l y a m b i e n ta l
Los Jodï fueron el último pueblo indígena de Venezuela en establecer contacto con las
poblaciones aledañas no indígenas y, como consecuencia, son considerados uno de los
pueblos menos conocidos. Son alrededor de 900 personas que se asientan de manera flexi-
ble y dispersa en ambientes ecológica y culturalmente diversos (piedemontes y valles in-
termontanos) de la Sierra de Maigualida, en el extremo nororiental del Estado Amazonas
y el suroccidental del Estado Bolívar, en la Guayana venezolana. Esta región montañosa,
lingüística caribe) que habitaban áreas cercanas (Cruxent 1961). Aún en los setenta se
reportó que los Jodï usaban cuchillos de bambú (Eibl-Eibsfeldt 1973) y se consideró que
los instrumentos de metal eran una introducción relativamente reciente pues la mayoría
de los grupos poseían sólo pequeñas piezas, usadas y desgastadas (Coppens 1983). A
finales de 1969 un equipo de misioneros norteamericanos afiliados con la Misión Nuevas
Tribus (MNT), guiados por indígenas piaroa, contactaron algunas comunidades jodï en
la región de Caño Iguana, en el Estado Amazonas (Ron Bodin 1969, James Bou 1970,
Paul Dye 1970). Al año siguiente la MNT construyó una base en el área y se estableció el
contacto occidental permanente. La misión ha estado ocupada casi de manera continua
por 2 a 4 familias de misioneros que han mantenido desde sus inicios un dispensario
de salud bien dotado que constituye la única fuente de acceso de atención biomédica de
los Jodï del Amazonas. Desde hace aproximadamente una década, además, los misione-
ros han impartido enseñanza literaria (lecto-escritura) en jodï a la población mayor de
7 años, por lo que el grueso de los indígenas son alfabetos en su propia lengua. El ethos
cristiano protestante, centrado en el individuo, prevalece en términos de las interacciones
socio-económicas entre los misioneros y los Jodï particulares. En 2006, sin embargo, la
expulsión de la Misión Nuevas Tribus, por decreto presidencial, del Estado Amazonas, ha
cambiado radicalmente las dinámicas sociales de los Jodï 1.
Durante la década de los setenta, los Jodï fueron visitados por varios exploradores cien-
tíficos que produjeron las primeras relaciones etnográficas acerca de sus hábitos de subsis-
tencia, modos de asentamiento, tecnología nativa, organización social y vocabulario (Co-
ppens 1975, 1983; Coppens y Mitrani 1974; Corradini 1973; Cruxent 1961; Eibl-Eibesfeldt
1973; Guarisma 1974; Guarisma y Coppens 1978; Jangoux 1971; Villalón, com. pers. 1971).
Hacia 1983 se estableció una misión en el sector jodï norte, cuando misioneras católicas de
la orden María Inmaculada, o Hermanas de la Madre Laura, fundaron un asentamiento
religioso en las márgenes del río Kayamá. La misión inicialmente se fundó y orientó a
atender exclusivamente a los E´ñapa, pues para este momento se desconocía la existencia
de los Jodï en la zona. Al igual que en Caño Iguana, la atención médico-sanitaria fue el fac-
tor determinante para que, un lustro más tarde, algunas comunidades jodï se asentaran en
la misión. Las migraciones hacia la misión son parte de un proceso que se extiende hasta
1. El cambio más significativo es el ingreso de miembros está instalado y conformando ya un ambulatorio funcional.
de la Fuerza Armada Venezolana al territorio, quienes En tanto, 7 militares están permanentemente asentados
convirtieron la instalación de las MNT en una base militar. en los predios de Iguana e instalaron en septiembre
Con éstos entraron también un equipo de profesionales una antena de comunicaciones que permite el acceso a
de la salud y una pareja de especialistas en agricultura del internet. Es aún temprano para emitir juicios acerca de
Instituto Nacional de Tierras (INTI). El equipo del INTI ini- la dirección o resultado de estas introducciones, pero es
ció sesiones de enseñanza del español y el equipo médico evidente que acarrearán cambios importantes.
83
el día de hoy, cuando siguen llegando grupos de aldeas y asentamientos lejanos en bus-
ca de atención biomédica. La coexistencia de dos grupos étnicos tan diferentes como los
E´ñapa y los Jodï moldea, sin duda, las dinámicas sociales de esta misión. El ethos católico
colectivo prevalece en términos de las relaciones socio-económicas entre las misioneras y
los Jodï. Esto se expresa en las formas de organizar el trabajo, la asignación de las obliga-
ciones y deberes y la distribución de bienes introducidos. Sendas parcelas agroforestales
comunitarias, escuelas y otras edificaciones asociadas a la misión por grupo étnico (unas
exclusivamente jodï y otras exclusivamente e´ñapa) evidencian en la praxis tal ideología.
El panorama social, económico y cultural de los Jodï de la década de los noventa di-
fiere de aquel de veinte años atrás. En una sola generación los Jodï han experimentado
cambios considerables, aunque debemos subrayar que el proceso de cambios ha afectado
de maneras y grados diferentes a las diversas comunidades y sectores de su sociedad. En
este sentido podría hablarse de una suerte de amplia gama de variación, derivada del tipo
de contacto interétnico, accesibilidad a la tecnología occidental, orientación económica,
patrón de asentamiento, ambiente ecológico de asentamiento y, en general, del nivel de
aculturación. Creemos incluso que algunas comunidades jodï (asentadas en el Alto Cu-
que política y su opinión una sugerencia de acción más que una orden. Un ensayo reciente
en la comunidad de Kayamá, posiblemente promovido por la necesidad de un nuevo orden
orientado a cubrir las nuevas demandas y necesidades de la misión, consiste en la selección
consensuada de voceros que son denominados jefes y actúan como tales. El éxito relativo de
los jefes en términos de organizar y asignar deberes a los miembros de la comunidad fluctúa
y se observa una tensión entre el bien comunal y el individual al registrar la insatisfacción de
algunos jodï, que no encuentran una vía de comunión entre sus necesidades y aspiraciones
personales y las colectivas de la misión. Aparte de las misiones no existen otras institucio-
nes, gubernamentales o no, asociadas a las comunidades jodï. Una comunidad jodï del bajo
caño Mosquito de 11 miembros se encuentra actualmente vinculada a trabajos asalariados,
presuntamente explotada por dueños de hatos en tierras yabarana. La migración relativa-
mente reciente de estos jodï, con poco dominio del español, aunada a sus esfuerzos por
conectarse con la sociedad nacional han generado esta situación de explotación.
La economía jodï se basa en la caza y la recolección de recursos silvestres, la agricul-
tura y la pesca. Ellos dedican alrededor del 80% de su tiempo de trabajo al complejo
caza-recolección y alrededor del 20% a las tareas agrícolas (Zent y Zent 2002). Aunque
inventarios realizados en 125 conucos jodï arrojaron un total de 55 diferentes cultivos
(entre los que destacaban: aguacate, ají, algodón, arroz, auyama, batata, calabaza, cam-
bur, caña de azúcar, cocura, curagua, frijoles, guama, guayaba, jengibre, lágrimas de San
Pedro, lechoza, limoncillo, maíz, mango, maní, mapuey, ñame, onoto, patilla, pijiguao,
piña, plátano, tabaco, totumo, yuca), estudios cuantitativos de los recursos alimenticios
cosechados en conucos (durante 1074 días) muestra que los cultivos que exhibían las
mayores frecuencias eran cinco: Zea mays L., Ipomea batata L., Musa paradisiaca x L.,
Dioscorea spp. y Manihot esculenta Crantz, que constituían la fuente primordial de car-
bohidratos cultivados en la dieta jodï (figura 1). La ingesta de estos carbohidratos está
determinada por la disponibilidad de los productos durante las diversas épocas del año
(maíz, agosto-octubre; ñame, diciembre-febrero; batata, enero-abril; yuca, mayo-julio).
El complejo plátano-banana se consume durante todo el año y en este sentido se lo pue-
de considerar el más importante desde el punto de vista energético (Zent et al. 2001).
El registro de diversos eventos (589) de extracción de recursos silvestres, junto a re-
colecciones botánicas genéricas (2500 muestras en series de cinco), entrevistas, conver-
saciones y observaciones múltiples permitieron alcanzar una medida aproximada de la
cantidad y calidad de animales y plantas alimenticias del bosque. Un total de 233 espe-
cies botánicas no cultivadas (en 61 familias) y 43 aún no determinadas sirven de alimen-
87
to silvestre a los Jodï, siendo las más significativas, nutritiva y socialmente, las Arecaceas
(Astrocaryum gynacanthum Mart., Attalea butyraceae [Mutis ex L.f.] Wess. Boer., A. mari-
pa [Aublet] Mart., Euterpe precatoria Mart., Mauritia flexuosa L., Socratea exorrhiza [Mart.]
Wendl, Oenocarpus bacaba Mart.).
10000
8000
6000
4000
2000
0
0 año 1 año 2 año 3 año 4 año
Entre los Jodï, las tareas son ejecutadas de manera flexible por hombres o mujeres gene-
ralmente emparentados y que ocupan la misma unidad residencial. Los Jodï son gregarios
y raramente se observa un individuo solo realizando una tarea de subsistencia. La pareja
de esposos es habitualmente la unidad de producción, reproducción, captura y distribución
de los recursos en tareas de recolección, agrícolas, de cosecha y cacería. Grupos etáreos del
mismo género pueden asociarse para llevar a cabo una actividad (cazar, buscar cangrejos,
cosechar frutos silvestres, buscar productos en el conuco, etc.). La obtención de productos
silvestres o cultivados se asocia con la disponibilidad y accesibilidad más que con el trabajo
o la propiedad en un ambiente caracterizado por la dispersión de recursos y las irregula-
ridades estacionales y espaciales. Aunque los Jodï están aún desvinculados del mercado
capitalista de manera directa, es decir no producen excedentes para insertarse con ellos
a la red de intercambios comerciales monetarios, sí reciben ingresos en moneda nacional
por su trabajo como maestros en la escuela de San José de Kayamá, en el lado norte, y
hasta febrero de 2006, por concepto de pago de servicios que prestaban a los misioneros en
Caño Iguana, en el sector sur. Trascendiendo la esfera material, en la economía jodï están
enlazadas un continuum de disposiciones, deseos, necesidades e intenciones manifiestas
en seres humanos y no-humanos que modulan las estrategias de creación, intercambio,
Recolectando y procesando miel.
Mujeres trabajando. Fotografías Raúl Sojo.
89
La noción de enfermedad (ñaja bai bujtebï) entre los Jodï se define parcialmente en
términos análogos a los occidentales (tabla 2); es decir, como una condición anormal del
cuerpo o la mente que causa incomodidad, dolor, molestia, disfunción, angustia, pena,
ansiedad y/o desasosiego a una persona o grupo. Implícita en esta noción aparece en
91
aburrido weidëwa
atragantarse jkwajunë
cabeza, dolor de jtu julu
caer jwi
cansancio, fatiga idewajto ja
cicatriz jyalinï dejae
cuerpo, dolor del ïnë kwa juluwede
débil jkenowano ja
Enfermedades tradicionales
La enfermedad jodï, bien entendida, es sinónimo de ser y estar incompleto, y por tanto
débil, adjudicándosele un estado de desánimo, tristeza y/o irracionalidad [ña ja], opues-
to a la alegría y plenitud de estar completo, ser normal o no anómalo. Por ello, para
comprender sus nociones de salud y enfermedad es importante conocer mínimamente
sus concepciones sobre el funcionamiento del cuerpo humano.
La biomedicina asume que las nociones de corporalidad y mentalidad del ser son uni-
versales. Esto es, se entiende al cuerpo humano como la materia física integral de un in-
dividuo (que contrasta con el alma, la personalidad o la conducta) compuesto siempre de
sistemas (muscular, nervioso, respiratorio, digestivo, óseo, circulatorio, urinario, endocri-
no, reproductor) y una mente asociada a las funciones cerebrales (pensamiento, razón,
memoria, emoción). El ser jodï, en cambio, posee al menos tres componentes integrales
94
diferenciales, el ijkwö ju [lit. corazón, vida], el ïnë ja dodo [lit. envoltorio de carne animado
palpable] y los jnamodï [lit. espíritus, ánimo]. La complejidad de la concepción del ser jodï
implica como aspecto inherente su potencialidad de no ser discreto, de transformarse y
hacer difusos sus límites. En términos prácticos, comprender estos atributos es esencial
para tratar una patología determinada. Los mitos y praxis jodï explican con profusión la
ontología, filogenia y dinámicas de los tres macro elementos mencionados (Zent 2005b).
El ijkwö ju2 es un complejo componente de muchos entes (sol, luna, animales, hom-
bre, plantas, etc.) que conforma también el corazón, donde se asienta. Éste es la esencia
están asentados en el ijkwö ju o corazón de la persona, siendo por ello ésta la parte más
cuidada por el jodï. Los jnamodï impregnan, absorben, detienen o desvían seres malevo-
lentes tangibles e intangibles. La volición de los jnamodï es infundida contextualmente
por el ijkwö ju y el ïnë ja de la persona. Los jnamodï intervienen en tres prácticas que son
determinantes del bienestar y la plenitud (es decir salud) de la persona: la comunicación
con seres intangibles, el sueño y jkyo balebï (cazar, recolectar, explorar, salir, deambular
por el bosque).
El tercer elemento, el ijkwö ju, es más difícil de precisar, pues mientras el ïnë ja es tan-
gible y los jnamodï son intangibles, el ijkwö ju puede asumir ambos estados dependiendo
del contexto. Gracias al ijkwö ju vemos, sentimos, presentimos, conocemos, aprehen-
demos y vivimos como seres sensibles. Gracias al ïnë ja, apercibimos, pensamos, nos
movemos, somos y estamos en el espacio de los sentidos, nos individualizamos, mate-
rializamos y transformamos nuestro habitus. Gracias a los jnamodï soñamos, pensamos,
entendemos, comprendemos, estamos calientes y no enfermamos. Los jnamodï escuchan
y comunican todo lo que ven en sus andadas durante los sueños al ijkwö ju e inyectan
volición contextual al ïnë ja dodo. En tanto que es factible vivir sin jnamodï (nosotros, los
criollos, dodo ma jodï, no los poseemos, por ejemplo, aunque podemos adquirirlos de
seguir los ritos necesarios), no se puede existir en el mundo sensible sin ijkwö ju o sin
ïnë ja dodo. Vivir sin jnamodï, sin embargo, implica vivir en un estado incompleto, sin
capacidad de aprehender o apercibir como persona ni serlo (como sucede con los locos).
No tener jnamodï implica ser y estar enfermo. En este sentido, no puede hacerse una
equivalencia directa entre las nociones de componentes inmateriales occidentales, tales
como alma o espíritu, y las de los Jodï, entendidas generalmente como más subjetivas
cultural y temporalmente. El alma, por ejemplo, según diversas tradiciones filosóficas
y religiosas (Helenística, Cristiana, Judía, Budista) se concibe como un principio o una
sustancia etérea, incorpórea e inmortal, análoga al espíritu, dotada de conciencia y ra-
zón, particular a un único ser que le permite estar vivo en el mundo sensible. Esto difiere
significativamente de la concepción jodï, según la cual, los componentes de la persona
poseen una alta capacidad para transformarse, así como una enorme potencialidad de
ser compartidos (no discretos), es decir de ser/estar en diversos entes al mismo tiempo
o en diferentes contextos espacio-temporales. Por ejemplo, los jnamodï podrían estar en
uno o más individuos sin constituir contradicciones, pues ésta es una sociedad altamen-
te gregaria que subsume al individuo y prioriza la colectividad. Un concepto difícil de
aprehender en virtud del énfasis individual de nuestra tradición renacentista occidental.
97
El ïnë ja, por su parte, se construye por el consumo continuo de sustancias determinadas
(plantas, animales, hongos) al interior del grupo residencial. La repetida, constante y
frecuente práctica de ser penetrados por las mismas sustancias neutraliza las diferencias
entre los co-residentes de un grupo. La co-sustanciación constituye un vínculo más es-
trecho que la consanguinidad al interior del grupo de co-residentes. La penetración de
sustancias indebidas facilita, promueve e insta a la posible transformación del habitus del
individuo al punto de convertirlo en otro ente, conductual o materialmente.
Debe subrayarse que algunos jodï, aquellos más insertos en el sistema de creencias
3. Por ejemplo, los bulu jadï (seres enormes con una especie blanco, protectores de árboles, que viven en los dos picachos
de hacha temible en la quijada, cola larga, abundante pelo de Maigualida) buscan el ïnëja e ijkwö ju de la persona.
98
Causales
El rapto de los jnamodï es la causa más comúnmente citada ante la aparición de ciertos
síntomas corporales. Las patologías repentinas y la muerte súbita pueden atribuirse al
rapto y depredación total del ijkwö ju por parte de algunos seres siempre al acecho en el
universo jodï. Estar enfermo, ñajade daibï iñe, es una condición muchas veces determina-
da sintomáticamente por el jtu julu [dolor de cabeza]; con menor frecuencia, otros signos
corporales que indican la salida de los jnamodï son idewajto ja [cansancio, fatiga], ïnë kwa
juluwede [dolor del cuerpo], ekyo jkwa julu [dolor/molestia estomacal] y jtowejto [fiebre].
Existen múltiples entes poderosos que quieren apoderarse y raptar el jnamodï, y en al-
gunos casos el ijkwö ju de la persona, que aunque podrían considerarse depredadores (cf.
Århem 1996) tienen por fin verdadero transformar el componente inmaterial de las perso-
nas en uno de ellos. Tales entes, generalmente hipostáticos (unión de naturaleza humana y
divina), ocupan lugares determinados del bosque (raudales, montañas, árboles) y se irritan
ante la mención de sus nombres en sus hábitats particulares o ante la presencia de ciertos
humanos (embarazadas, barbados). Estos buscan con especial avidez a los niños, pero sus
predilecciones y especificidades varían todo a lo largo del territorio jodï.
Los depredadores más temidos por los Jodï se agrupan bajo el término aweladï [sing.
awela], seres altamente peligrosos que pueden asumir varias formas, pero tienen una
gran predilección por transformarse en yewidï [tigres]. Awela [fantasma, espectro,
monstruo] es un término polisémico que define innumerables seres que difieren en su
temporalidad esencial: pueden ser eternos o finitos. Los aweladï finitos son la materia-
lización de lo malevolente, la flojera, la enfermedad, el dolor del que muere; tienen vo-
lición propia pero no sentido ni palabra. La orina, las heces, las uñas y la saliva de una
persona pueden convertirse en awela (en cuyo caso depredarán con predilección al ïnë ja
de los niños, en especial el de sus propios hijos). Los aweladï eternos son personas profu-
samente peludas, negras, altas, enormes y tienen una gran avidez por comer los ojos de
las personas (según algunas versiones, de hecho, sólo comen ojos) y son derivaciones o
transformaciones de habitus diversos, pueden personificar/materializarse en el oso hor-
miguero u otros animales. Los aweladï eternos son aquellos que quedaron encerrados en
el subsuelo durante el último caos y viven en lo profundo de las montañas, de donde no
pueden salir; no hay comunicación con este mundo.
Además de los aweladï, los mayores raptores directos de jnamodï son los jkyo aemodï [en
plural o jkyo aemo en singular] seres divinos vigorosos, equivalentes a los Dueños o protec-
99
tores de los animales y las plantas. Generalmente, el término jkyo aemo se refiere a padres e
hijos como grupo aemodï. Existe un grupo de jkyo aemo para cada especie orgánica. Son se-
res hipostáticos humanos de habitus polimórfico e intencionalidad variable, benigna unas
veces y depredadores otras; sus hijos son tigres escondidos; ocupan hábitats particulares
de los bosques, ríos, cuevas, formaciones rocosas, cielo, subsuelo, o en algunos árboles,
fuentes de aguas estancadas, raudales o correntías. Entre los móviles fundamentales de los
jkyo aemo para atacar a las personas se encuentran las trasgresiones a una compleja ética
ambiental (abusar en la manipulación de recursos zoológicos o botánicos, o desperdiciar-
4. Otros depredadores son: yewidï [lit. tigres, personi- jtukuli uli ja [persona-colibrí, hipostático, dueño del tabaco,
fican seres poderosos depredadores por excelencia; jkalawine jkojko y bule wajko, plantas usadas en medicina
habitan muchas lagunas subterráneas]; uli jkwayo jawabo y cacería], que vive en el cielo; waijlo [persona-sapo
[parecido al mono marimonda pero más grande y peludo], hipostático, oculta y descubre el fuego y regresa a donde
que vive en rocas enormes, al igual que jkwajtubo bouma se oculta el sol desde tiempos primordiales], vive en áreas
ja [parecido al venado pero negro y más grande] y jwayo rocosas y el subsuelo; etc.
jikana [semejante al ratón pero más grande y oscuro];
Caminando en la selva.
Cacería. Fotografías Raúl Sojo.
101
jkëmabajka [el que es]; el uli jkonojto (Psarocolius sp.) –polimorfo pero con predilección por
materializarse como el trueno; y la wareba ja [mariposa-persona]. La manifestación corporal
de sus ataques son una fuerte sudoración, detenimiento del fluir de la sangre (en virtud del
rapto del ijkwö ju y la carencia de movimiento) e incapacidad para articular palabra.
C orrelativas
La seducción del jnamodï es facilitada en este mundo sensible por hombres o mujeres
C ontributivas
La tercera categoría de incitadores que inducen la salida del jnamodï es una expresión
seudo-combinatoria de las dos categorías anteriores, e incorpora casos de enfermedades
que involucran la volición, en algunos casos, o la casualidad e ignorancia, en otros. Tal
es el caso del contacto táctil retardado (cuando una mujer con jtaunï o jnamana jawanï
[menstruación] camina sobre la huella de hombres o niños; cuando prepara comidas o
102
lava para ellos sin saber que no debe hacerlo, o con la intención de dañarlos), e inmediato
(paso y vista de ríos grandes donde habitan seres hipostáticos que no quieren ser pertur-
bados o escuchan al humano y se sienten tentados a depredarlos).
A la sangre menstrual se le adjudican enormes e inmediatos poderes fatales, prácti-
camente insoslayables, pues ocasiona më jule, una condición que produce la sequedad
completa del pulmón y la boca, conduciendo a la muerte a menos que se ingieran in-
mediatamente una serie de plantas que inducen el vómito, que debe caer en lugares
muy concretos y sobre plantas específicas. De usarse esta terapia, la mujer menstruante
que originó el mal muere como contrapartida. En esta categoría se encuentran también
conductas desviadas del ethos integral del “ser jodï” que contribuyen al establecimiento
de la sintomatología patológica. Entre estas conductas se encuentran el egoísmo (no
compartir no sólo los recursos sino la información sobre las localidades donde puede
accederse a éstos y su distribución, expresada perceptualmente con luwië ïnëja [pruri-
to]); no cumplir con ritos fundamentales, como los postmortem (ayuno, abstinencia,
quema de habitaciones, abluciones, lavados, silencio, etc.); no actuar recíprocamente (no
cocinar para la pareja, no cazar con la pareja, etc.); robar o esconder recursos (extraer
productos de conucos ajenos acarrea el riesgo de ser mordido por un ente materializado
como una culebra, que atiende la solicitud de quien sembró el producto y del jkyo aemo
de éste, extraído en forma de maíz, batata, etc.); o el maltratar individuos particulares,
sus sustancias o materias (un animal, un árbol, un hongo, cuando se ve abusado produce
dolencias y patologías).
T r ata m i e n to s d e l a s a f e c c i o n e s j o d ï
Terapias jod ï
Del diagnóstico de una dolencia depende la selección del tratamiento considerado más
apropiado. Las terapias jodï están basadas en procedimientos inmateriales y materiales,
y podrían categorizarse como terapias preventivas, propiciatorias y curativas. Nueva-
mente, aquí la categorización es heurística y permite organizar la información más que
clasificarla tal y como la perciben los Jodï. Como se verá, la cotidianidad jodï hace mucho
103
Terapias preventivas
Alrededor del cuarto o quinto mes de vida se protege al bebé de dolencias o raptos
potenciales colocando una cinta de algodón alrededor de su cintura y collares en su
cuello, en medio de una fiesta comunitaria que lo introduce como ser humano social en
formación. Los atuendos en este caso actúan como instrumentos de protección y pre-
vención al establecer una clara distinción entre el bebé y muchos otros seres sensibles
del entorno de la realidad jodï. El cinturón y los collares son una afirmación de su ser
humanidad; un alerta a los predadores potenciales, que detestan estos adornos.
Infancia. Las prácticas asociadas al periodo de vida comprendido entre el primer
año de vida y la adolescencia son pocas pero importantes. A partir del primer año,
aproximadamente, se inicia la introducción de diversos alimentos, sustancias y esen-
cias en el ïnëja del niño, inmersas en el yu o bendición de los alimentos (ver arriba).
La práctica del yu puede ser realizada por cualquier adulto que se ha sometido al
rito del ño jkale (ver sección de adolescencia) pero en especial por el yuyujto [el que
bendice/sabe dar comida]. Es una práctica simple pero debe ser constante y siste-
mática. Alrededor de los dos años de edad se enseña a vomitar al niño, para lo cual
se ingieren por vía oral y nasal ciertas sustancias (de origen vegetal o animal) que
previenen dolencias. El vómito es una práctica constante y casi cotidiana entre los
Jodï que propicia la expulsión o retorno (devolución a sus jkyo aemo o sus lugares de
origen) de agentes no deseados en el cuerpo. El vómito evita la atracción de preda-
dores o salda molestias (de diversos jkyo aemodï generalmente) por transgresiones al
ethos y a la ética ambiental. Al niño se lo enseña a vomitar sobre plántulas, raíces,
tubérculos, ríos secos, lagunas, caños rojos, nidos de insectos, hormigas, alacranes,
etc., según la dolencia.
A los 4 años se enseña al infante a realizarse preventivamente el jkawajke [escarifi-
cación]. Para ello se enseña al niño/a a realizarse por sí mismo/a múltiples incisiones
superficiales en todo su cuerpo; en especial en miembros inferiores, área abdominal
y rostro. La escarificación se practica cíclicamente unas dos veces al año. Con este
fin, los Jodï solían portar fragmentos de cangrejo amarrados a la cintura pero más
recientemente se utilizan pequeños pedazos de latas. La terapéutica de la escarifi-
cación está asociada (como en muchas otras culturas) directamente con el notable
poder adjudicado a la sangre. En este caso, facilitar la salida de la sangre (mala, can-
sada, negra) permite conservar la integridad del ser.
Una práctica menos comunitaria y más familiar (al interior del grupo residencial)
consiste en perforar las orejas de los niños y niñas alrededor de los 9 años. A los orifi-
107
cios se acredita el facilitar el paso del baede jodï undïma jawa [conocimiento de la pala-
bra y modos ancestrales jodï].
Adolescencia y adultez. En general todos los jodï previenen las enfermedades evi-
tando el contacto (visual, auditivo, oral, táctil) con contextos (ej. no debe verse el arco
iris; los niños no deben acercarse ni mirar la canoa receptáculo de la bebida de las
fiestas), lugares (ej. mujeres embarazadas, hombres barbados y cazadores adolescen-
tes deben evitar las estructuras rocosas o casas de ciertos seres) o seres particulares
(árboles-personas, animales-personas) según la condición de la persona. De parti-
Terapias propiciatorias
Infancia y niñez. Una práctica propiciatoria que expresa continuidad y beneplácito por una
nueva vida, se produce cuando los padres del neonato bendicen porciones de una serie de
plantas, que son diferentes para cada padre, y se bañan con ellas una vez que el jnamodï pe-
netra a su hijo. Unos meses más tarde se celebra una fiesta que reafirma la continuidad de la
plenitud de vida. La fiesta de la imposición del cinturón, al igual que otras festividades entre
los Jodï (cacería, imposición del guayuco, muerte, introducción del tabaco, etc.), tiene como
Igualmente, durante la etapa adulta la mayoría de los jodï poseen un conocimiento sig-
nificativo de muchas plantas y animales que poseen propiedades curativas, y que alivia
eventuales transgresiones a las esferas sociales o ecológicas (egoísmo, glotonería, exceso
de cacería, manipulación errada de presas o partes de las presas, etc.). Pero por encima de
todo, muchas dolencias se evitan al propiciar contactos positivos y armónicos con entida-
des materiales e inmateriales. Algunos fluidos requieren de un particular cuidado, como
por ejemplo, la sangre, cuyo poder se sustenta en el respeto que se adjudica a la muerte de
un animal de presa. Cualquier exceso de sangre debe enterrarse, pues la misma formará
Terapias curativas
7. Los sabios soñadores existen aún, si bien se cree que dejaron la tierra de manera permanente, aunque pueden
dejaron esta realidad sensible. Algunos jodï de 40 a 50 existir actualmente muchos jkajo jadï en la tierra (bajo
años de edad relatan que sus padres, hermanos o abuelos formas y habitus diversos). Nadie admite hoy abiertamente
fueron jkajo jadï y nunca murieron sino que migraron ser practicante del chamanismo aunque sus efectos se
a sectores del jkyo [afuera, cielo, interior del bosque] y corroboran por doquier (véase Storrie 1999: 65).
Ambulatorio de Kayama.
Samuel, microscopista en Kayama.
Niño jodï con parasitosis en Mosquito Bajo.
113
cultivadas (jnajtai [ají], jtamu [maíz], jkawai [tabaco], bule inënajkojko [jengibre], etc.).
Las terapias curativas más comunes consisten en baños, lavados, abluciones e infusiones
con partes específicas de diversas plantas. Las terapias están además sinergéticamente
asociadas al jkawajke [corteza interna del tronco de las plantas, análogo al ijkwö ju],
que alivia un sinnúmero de dolencias. Los sahumerios de tabaco son muy frecuentes
en los tratamientos de dolencias asociadas a los raptos de los elementos intangibles del
ser y otras terapias. También es muy común el uso de artrópodos y anélidos (hormi-
gas, bachacos, orugas, termitas, lombrices, alacranes, coleópteros y gusanos), hongos
culturas (e´ñapa, criollos, europeos) no existían muchas de las enfermedades que existen
hoy en día y se conocían solamente los síntomas del dolor de cabeza, la sed, el dolor del
cuerpo, la inapetencia, la erisipela, las enfermedades eruptivas asociadas sólo a los jkyo
aemo y la fiebre (malaria).
En el sector norte del territorio, el contacto original con no-jodï tuvo lugar con los
E´ñapa, a quienes se les adjudica el introducir las enfermedades infecto-contagiosas
bronquiales (tos, gripe con mucosa, dolor de garganta, dolor del pecho). Antes del con-
tacto más constante con poblaciones no indígenas (inicio de la década de l970), los Jodï
Caño Iguana ( C I )
mujeres jodï que reportan una mortalidad infantil mucho más alta en el pasado (>30-50%)
que la contemporánea y que puede atribuirse a la aplicación de vacunas.
Tabla 5. Porcentaje de vacunas aplicadas a 308 Jodï de Caño Iguana desde 1976.
Vacuna %
BCG 45,5
Fiebre Amarilla 88,0
HB 1 48,4
HB 2 68,8
uterina para detener el flujo de sangre), cordones umbilicales rodeando el cuello, hombros
o placentas atascadas, septicemias de madres y neonatos. En alguna oportunidad fue ne-
cesario trasladar a dos mujeres para practicarles cesáreas, una de la cuales estaba en coma
con malaria (P. falciparum), y a otras dos pacientes se les practicó un curetaje por infección;
12) fracturas de huesos; 13) uno de los enfermeros fue entrenado por un odontólogo para
extraer dientes y muelas con caries, previa desinfección con antibióticos. En tres ocasiones
se ofreció atención odontológica a la comunidad y regularmente reciben instrucción sobre
el aseo bucal en la misión, incluyendo la distribución de pastas y cepillos dentales; 14)
A la comunidad de San José de Kayamá se puede acceder a través de dos vías: 1) aérea,
pues cuenta con una pista de sobre 1100 metros ubicada en una sabana de fácil ubicación
desde el aire; aunque, una vez más, el vuelo es muy costoso –la tarifa más económica (Bs.
2.250.000 sólo ida) parte de ciudad Bolívar y tiene una duración aproximada de una hora
y cuarenta minutos; y 2) por vía terrestre, a través de trochas poco transitadas y com-
120
plejas, que requieren caminar por unos 5 días. Al igual que en CI, en KA la dificultad y
costos de acceso y transporte hacen más difícil el proporcionar tratamiento biomédico.
KA cuenta con los siguientes recursos en el área de salud: unos meses después de la
fundación de la misión, en 1985, se estableció un dispensario y unos años más tarde
se registró como Ambulatorio Rural tipo I en el Ministerio de Salud. Sin embargo, su
dotación ha dependido siempre de donaciones privadas más que de instancias guber-
namentales. El ambulatorio es atendido por una hermana misionera que se ha encar-
gado desde 1991 de la prestación de servicios biomédicos en calidad de enfermera,
beneficiándose de un salario por su dedicación. El ambulatorio cuenta también con
un indígena jodï voluntario, Gustavo Ijtë Yalúa que tomó parcialmente el curso de
Auxiliar de Medicina Simplificada en Agosto de 2004 en Caicara del Orinoco, pero no
completó su educación por dificultades de salud y del idioma. KA cuenta también con
un microscopista muy bien entrenado, Samuel Baiyeja Yaluja, que realizó un curso en
1994 de microscopista por dos meses en el Instituto de Medicina Tropical de la Uni-
versidad Central de Venezuela, en Caracas. Posteriormente, en 1998, tomó el curso de
tres meses de Diagnósico de la Malaria en el Instituto de Salud Pública, Región III de
Malariología y Saneamiento Ambiental del Estado Bolívar, Min. Salud, Ciudad Bolí-
var. Además de ello, desde 1993 KA se ha beneficiado del convenio de salud entre la
Corporación Venezolana de Guayana (CVG), la Gobernación del Estado Bolívar y el
Ministerio de Salud, que financia y coordina CENASAI, un proyecto de salud itineran-
te dirigido a la población indígena del Estado Bolívar. La labor de CENASAI consiste
en visitar periódicamente (cada tres meses) diversas comunidades indígenas (en 1998
visitaba 60) de distintas etnias y prestar de manera gratuita atención médico-sanita-
ria-odontológica. Actualmente el Dr. Cárdenas del Ministerio de Salud está a cargo
del programa, pero en virtud de los costos de transporte e insumos las visitas son muy
esporádicas, registrándose años donde no han podido visitar KA ni una sola vez. CE-
NASAI contribuye con la dotación del ambulatorio con materiales para el diagnóstico
de enfermedades, además de costear el salario del microscopista. En julio-agosto 2005,
una de las hermanas misioneras y dos indígenas recibieron entrenamiento del Minis-
terio de Salud por dos meses para tratar y controlar la leishmaniasis. Sin embargo, el
Ministerio de Salud no ha suministrado material de diagnóstico ni tratamientos para
la leishmaniasis al ambulatorio de KA. Desde el 2007 la Oficina Regional de Salud
Indígena, bajo la dirección del Dr. Luis Borges, ha asumido la asistencia médico-sani-
taria de Kayamá.
121
Los Jodï consideran críticas las enfermedades producto de la interacción o sinergia entre
las enfermedades tradicionales y las de reciente introducción. La propagación de estas en-
fermedades es facilitada por la creciente concentración de población y el distanciamiento
de los patrones de asentamiento itinerantes y altamente móviles propios de los Jodï, lo que
facilita la transmisión de patologías contagiosas. Algunas personas mencionan como causal
jtainde desconocido 33 15 18 4 3 17
sustancias indebidas 5 1 4 0 0 2
asesinato 5 2 3 0 0 0
ahogado 2 0 2 0 0 0
susto 2 0 2 0 0 0
jludé desaparecidos 2 2 0 0 0 0
aborto 2 2 0 0 0 0
ijko culebra 2 2 0 0 0 0
cordón umbilical 1 0 1 0 0 0
accidentes 1 0 1 0 0 0
tiroide 1 1 0 0 0 0
160 67 95 9 5 25
125
Por ser uno de las últimos pueblos indígenas contactados del territorio venezolano, la so-
ciedad jodï es muy vulnerable desde el punto de vista epidemiológico, situación que se agra-
va por la ausencia (en comunidades como Mosquito, Alto Caura, Alto Parusito, Majagua,
etc.), o escasa presencia permanente, de un sistema biomédico de control de enfermedades
en su territorio. Los Jodï han integrado muchas terapias biomédicas a sus visiones y prácticas
médicas tradicionales, favoreciendo la extensión del sistema nacional de salud a sus comuni-
B i bl i o g r a f í a
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131
L os A u tores
La salud . 163
La salud y el origen de las enfermedades . 163
El cuerpo humano . 169
Chamanería y salud . 170
Los chamanes y la biomedicina . 177
Apéndice . 202
Notas sobre la ortografía piaroa . 202
Tablas
Tabla 1. Partes del cuerpo humano . 168
Tabla 2. Morbilidad reconocida por informantes del Alto Cataniapo . 181
Tabla 3. Terminología Piaroa de Salud/Enfermedad . 186
Tabla 4. Lista de plantas medicinales piaroa . 188
Tabla 5. Personal piaroa de salud en Amazonas . 194
Bibliografía . 203
Página anterior
Niño piaroa. Fotografía Kike Arnal.
135
R es u men
Los Piaroa (un término de origen desconocido), también conocidos como Huo̧ttü̧ja̧
(gente con conocimiento) o De’aruhua (señores o dueños de la selva), son un pueblo
de agricultores que habitan principalmente en zonas boscosas del Orinoco Medio.
El último censo indígena de Venezuela estima su población en poco más de 14.500
personas, además de otras 800 en Colombia (Arango y Sánchez 1998), y varios
estudios coinciden en describirlos como a una población en crecimiento (Mansutti
1995; Zent 1993). Su lengua, el Huo̧ttü̧ja̧ ttihuene, pertenece a la familia Sáliva, una
familia lingüística que también incluye a los Mako, los Sáliva, los Áture (extintos)
y posiblemente los Jodï (ver capítulo sobre los Jodï), quienes conforman una isla
independiente en una zona dominada por pueblos de filiación mayoritariamente
Caribe y Arawaka.
Su territorio en Venezuela ocupa una extensión de alrededor de 30 mil Km²,
aproximadamente el área de Bélgica, que abarca las cuencas de los ríos Sipapo,
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Historia
No se conoce con exactitud la fecha del primer contacto entre los Piaroa y la sociedad
occidental, pero las primeras referencias en la historia escrita datan de la segunda mitad
del siglo XVII, cuando misioneros jesuitas establecidos entre los ríos Meta y Casanare los
contactaron y describieron como Pearoa, aunque es a partir de mediados del siglo XVIII
que comienza a aparecer el apelativo piaroa y se encuentran observaciones más precisas
en las crónicas del sur del Orinoco, más notablemente en las de Román (1749), Vega
(1750), Alvarado (1760), Solano (1762) y Gilij (1780-84). Posteriormente establecieron
contactos esporádicos con exploradores científicos del siglo XIX (Humboldt y Bonpland
1814-19; Michelena y Rojas 1867; Creveaux 1883; Chaffanjon 1889) así como con la poca
población criolla asentada en el territorio. Sin embargo, no es sino hasta después de los
años sesenta del siglo XX que entablan relaciones frecuentes con la sociedad nacional y
comienzan a asentarse en áreas de fácil acceso a los mercados y servicios del estado. Las
etnografías de finales de los sesenta, de hecho, los describían como a una sociedad aisla-
da y temerosa del contacto (Boglar 1970; Monod 1970; Overing 1975; Wilbert 1958).
mantuvieron contactos más intensos con la sociedad occidental, como los Áture y los
Sáliva. La extinción de sus vecinos dejó grandes áreas despobladas en los alrededores
de su territorio, que los Piaroa fueron poblando gradualmente (Mansutti 1990). Además,
los Piaroa absorbieron a grupos vecinos diezmados y minoritarios durante los últimos
siglos, con lo cual experimentaron un constante crecimiento, a la vez que se alimentaban
las diferencias culturales que hay al interior de su sociedad, ejemplo de lo cual es la falta
de consenso sobre su propio gentilicio (Zent 1992: 50-51; Zent 1995). El más reciente
de estos casos, aún en marcha, es la asimilación de la minoría yabarana por la mayoría
piaroa al este del territorio. Esta expansión territorial sólo se ha visto interrumpida por
períodos de violencia o epidemia en la frontera de su territorio, tales como la violencia
del fin del período de extracción cauchera, durante los cuales se retraían a su territorio
ancestral. Mansutti propone por esto que su patrón demográfico y territorial ha pasado
por varias expansiones y contracciones a lo largo de los últimos siglos, aunque siempre
al margen de las fronteras de colonización neo-europea (Mansutti 1990). A mediados
del siglo XX, sin embargo, la coincidencia de una serie de eventos hizo que la actitud de
la sociedad piaroa hacia el mundo exterior, y en particular hacia la sociedad nacional,
cambiara radicalmente.
Hay muchos indicios de que a mediados del siglo XX los Piaroa y gran parte de lo que es
hoy el Estado Amazonas estaban atravesando por una crisis epidemiológica. Baumgartner
(1954), un médico epidemiólogo, encontró que en los años cuarenta los Piaroa tenían una
taza de mortalidad dramática como consecuencia principalmente de la malaria, el saram-
pión y la viruela. Baumgartner reportó que entre 1946 y 1947 más de 500 piaroa habían
muerto por estas epidemias; la seriedad de la crisis hizo que en 1958 Johannes Wilbert
señalara que los Piaroa estaban en vías de extinción de no tomarse medidas urgentes. En
los años sesenta, Vélez-Boza y Baumgartner encontraron que de una muestra de 510 in-
dígenas del Orinoco medio, tomadas de entre piaroa, hiwis, makos, cuivas y piapocos, el
29% tenía malaria, el 26% tenia síntomas de deficiencias nutricionales y 30% tenía carate
(1962: 221).
Más o menos al mismo tiempo llegaron al territorio representantes de las dos organi-
zaciones no gubernamentales más importantes y con mayor incidencia en los procesos de
cambio cultural en el Amazonas venezolano del siglo XX: la Iglesia Católica (1937) y las
Misiones Nuevas Tribus (1946). Esta última, en particular, tuvo un gran impacto sobre
la población piaroa debido a que sus misioneros mezclaban la conversión religiosa con
la asistencia médica, a la par de que se establecían en el territorio por largos períodos de
139
tiempo, llegando a dominar su lengua. Todo esto contribuyó a cambiar la percepción que
los Piaroa tenían de los no-piaroa. La Iglesia Católica, por otro lado, se convirtió en un
importante prestador de servicios en el territorio desde los años sesenta, entre los que des-
tacan la educación formal y el entrenamiento político y mercantilista. Por ello, casi todas
las primeras grandes concentraciones de población se dieron alrededor de las misiones
religiosas, tales como Isla Ratón (Orinoco Medio), Tamatama (Alto Orinoco), San Juan de
Manapiare (Alto Ventuari) y el Bajo Río Parguaza (Orinoco Medio).
Posteriormente, el incremento en inversión pública a partir de los setenta en el sur de
Venezuela, estimulada por la riqueza petrolera, contribuyó a incrementar esta tendencia
a la concentración de población en las cercanías de los centros de asistencia médica y los
mercados –en particular en las cercanías de Puerto Ayacucho, capital del estado, y sus ejes
carreteros– de los cuales se han hecho cada vez más dependientes a lo largo de los últimos
treinta años. En sólo tres décadas la mayoría de los piaroa pasó así de vivir en pequeñas
comunidades dispersas, muy móviles y escondidas en las cabeceras de los ríos, a vivir en
comunidades cada vez más grandes y permanentes, en las proximidades de un centro
criollo o una misión.
Organización social
El isode, la casa de palma cónica característica de los Piaroa, es ahora una rareza ar-
quitectónica de las comunidades de tierra adentro que prácticamente ha desaparecido
en la periferia. La mayoría de los piaroa vive hoy en residencias unifamiliares, con base
rectangular, hechas de bahareque y techo de palma –al estilo Ye’kuana– o, cada vez
más frecuentemente, de bloques de construcción, techos de zinc y pisos de cemento.
Estas últimas son parte de una política habitacional del estado venezolano iniciada en
los setenta para combatir el mal de chagas (a pesar de no ser endémico en la región) y
facilitar su integración a la vida nacional. A pesar de ser terriblemente inapropiadas para
el ambiente amazónico –están asociadas con niveles altos de infección de helmintos in-
testinales, por ejemplo (cf. Gómez et al. 2004)– estas viviendas están entre las políticas
gubernamentales más fuertemente perseguidas por los Piaroa, debido a su durabilidad y
al hecho de que representan una inclusión en otra serie de políticas también fuertemente
apreciadas por ellos, tales como la construcción de escuelas y enfermerías, además de
los salarios que estas dotaciones implican. Los Piaroa, sin embargo, suelen construir
churuatas, mejor ajustadas al clima y sus requerimientos sociales, en la parte posterior
de las viviendas rurales, donde llevan a cabo la mayor parte de sus actividades diarias.
Ésta tendencia a residir en viviendas unifamiliares ha reforzado el rol de la familia nu-
clear como unidad económica autónoma, aunque aún dependen de la familia extendida
para todas aquellas actividades que la pareja y sus hijos no pueden realizar por sí mismas,
tales como la tala del bosque y el procesamiento de yuca.
Otro aspecto que ha cambiado notablemente durante los últimos 30 años es el liderazgo.
El líder por excelencia entre los Piaroa es una persona con “conocimiento”, con un tempe-
ramento controlado (que come, habla y actúa con moderación), y que ejerce el liderazgo
por consenso. En las comunidades de tierra adentro el liderazgo es ejercido por adultos
mayores, quienes generalmente son al mismo tiempo los chamanes de la comunidad (los
isode ruhua). Estos líderes basan parte de su autoridad política en su conocimiento del
mundo mágico/religioso, que como veremos más adelante tiene mucho que ver con su
visión de la salud y el bienestar. En la periferia, por otro lado, en la medida en que las
comunidades se hacen más dependientes del mundo criollo, el liderazgo se hace también
dependiente de la capacidad para lidiar con éste. Por ello, en comunidades periféricas los
líderes suelen ser jóvenes o personas de edad media con dominio del español y con conoci-
miento del funcionamiento de las instituciones del estado (al menos en el ámbito regional).
Esto ha desplazado a los líderes/chamanes tradicionales a un segundo plano, si bien suelen
mantener funciones consultivas en las decisiones de las comunidades.
143
Otro aspecto nuevo en el orden social piaroa de las zonas periféricas es el mayor peso
político de las mujeres al interior de las comunidades. Como resultado del acceso ge-
neralizado a la educación formal, hoy muchas mujeres se desempeñan como maestras
de escuela o administran bodegas en sus comunidades, y cada vez más frecuentemente
desempeñan funciones de liderazgo, como el cargo de comisaria o capitana. Los hom-
bres, por su parte, cada vez son más abiertos a participar en labores que en el pasado eran
consideradas de dominio exclusivo de las mujeres, como el procesamiento de la yuca y el
cuidado de los niños. La administración de la salud, sea tradicional o biomédica, es un
área que hoy por hoy ejercen mayoritariamente los hombres.
ganaron otra vez en Autana y Manapiare, aunque PUAMA se separó del gobernador
repitiente, Liborio Guarulla, quien no obstante contó nuevamente con el apoyo de una
porción de la sociedad piaroa. En estos años varias comunidades han organizado empre-
sas comunitarias piaroa con diferentes niveles de éxito y adhesión, tales como APIPRO-
CA, HUARIME y EPIAMIEL.
En la actualidad, dos sectores del territorio piaroa están realizando su propia car-
tografía con miras a la aplicación de la Ley de Demarcación y Garantía del Hábitat y
Tierras de los Pueblos Indígenas (2001). Además, hoy la vida cotidiana de los Piaroa es
constantemente interrumpida por reuniones intercomunitarias religiosas, campeonatos
deportivos y mítines políticos, entre otros.
Los Piaroa son agricultores de bosque y éste juega un rol central en su cultura y sus
formas de organización económica. Al bosque lo llaman de’a y ellos dicen de sí mismos
Alimentación
entre los meses de agosto y octubre, los meses de la cosecha. Los frutos cultiva-
dos componen otro elemento importante de su dieta cotidiana, aunque las especies
consumidas varían mucho con la estación del año. Entre los más importantes se en-
cuentran: plátano, cambur, lechosa, piña, mango, guayaba, cocura, pijiguao, temare,
merey, guamo, aguacate, túpiro, caña, tupirito, limón, guanábana, anón y copoazú,
entre otros. La mayoría de éstos se comen crudos, a excepción del plátano, que se
come asado a la brasa, hervido o en un carato dulce.
La cacería de animales terrestres, arbóreos y acuáticos es otra fuente de diversidad
alimentaria y junto con la pesca aporta el contenido más importante de proteínas y
grasas de la dieta. Las carnes más apreciadas son las de lapa, picure, cachicamo, bá-
quiro, chácharo, venado, paují y pavo, aunque aprovechan muchas otras especies. En
muchos casos, la ingesta de especies animales requiere de la intervención previa del
chamán, quien reza y sopla los alimentos para purificar la carne con el fin de evitar que
las personas se infecten con las enfermedades asociadas a ellos. En este sentido, son
especialmente peligrosos los animales grandes, aunque algunos animales pequeños
con morfología o comportamiento particular también son evitados. Por otro lado, el
Los Piaroa también comen una gran diversidad de peces de río y laguna, que van
desde especies relativamente grandes como el bocón, el morocoto, el temblador, el
bagre rayado y la cachama; especies medianas tales como la palometa, el caribe, el
agua dulce, la cabeza de manteco, el bocachico, la viejita y varios bagres; y especies
pequeñas, tales como las sardinas (cf. Royero 1989). El único pez de la zona que no
comen es el valentón, debido a que por su gran tamaño lo consideran una persona y, en
su visión, tiene muchas enfermedades asociadas. Las técnicas de pesca más comunes
son el uso de anzuelo y nylon, barbasco, nasa, arpón, goma y proyectil (hecha con una
vara de metal afilado), cesta manare y la pesca a mano. Los métodos de cocinar los
peces incluyen la sopa con ají o con un musgo acuático (que es lo más frecuente), el
pescado ahumado (cuando la pesca ha sido abundante) y el asado envuelto en hojas
(cuando son peces pequeños). Tienen una técnica interesante de preservación para el
bocón (äi) que implica ahumarlo, pulverizarlo en el pilón, quitarle las partes no comes-
tibles (piel, cabeza y huesos) y luego envolver la carne pulverizada (äisappä) en hojas,
que luego amarran con una liana llamada mamure en forma de capullo. De esa manera
se preserva la carne en buen estado por un período de hasta 3 meses, que luego se
consume cuando no se ha conseguido carne fresca.
La recolección provee otro componente importante de su diversidad dietética. Se co-
men los frutos de más de 100 especies de árboles y lianas silvestres (Zent 1992), la gran
mayoría de los cuales se comen al paso, cuando se encuentra una planta cargada en
la vía. Solamente si la cosecha es considerable (de más de 2 Kg) o la fruta es particu-
larmente rara y codiciada, la transportan a la casa para consumirla luego. Los frutos
de palmas representan la clase más importante en términos de peso consumido por
persona, y destacan los frutos de moriche, seje grande, seje pequeño, manaca, cucurito,
coroba, yagua, temiche, chiquichiqui y mavaco. Para consumir el moriche, por ejemplo,
echan los frutos en agua tibia para aflojar la concha y luego comen la pulpa sola o en
un carato ácido y aceitoso. En los últimos años han desarrollado la técnica para confec-
cionar dulces de moriche, que luego venden en los pueblos criollos. El seje y la manaca
son cocinados para ablandar la pulpa, pilados, se botan las semillas y el remanente es
agregado al agua para hacer carato. Adicionalmente, de la pulpa del seje grande sacan
el famoso aceite de seje, parecido al aceite de oliva en calidad, con el que se puede coci-
nar y que tiene varios beneficios medicinales. El mesocarpio del cucurito, la coroba y la
yagua puede comerse crudo o cocido y ocasionalmente comen las nueces (endocarpio)
secadas al sol.
151
menstruantes sólo pueden comer productos del conuco; si alguien tiene un familiar
cercano que ha muerto recientemente (antes de realizar el rito funerario final) no
puede comer animales grandes; entre otros.
La adecuación nutricional de la dieta piaroa es un tema complejo y no estudiado
con la profundidad que merece, especialmente debido al gran tamaño de la población
y el gradiente ambiental, social, económico y cultural que existe en su interior, pero
algunos estudios realizados por el Centro Amazónico de Investigación y Control de
Enfermedades Tropicales (CAICET) y la Universidad Central de Venezuela nos per-
miten hacer algunas observaciones preliminares (Alvarez et al. 1989; CAICET 2004;
Fuentes y Guzmán 1992; Hidalgo 1997a, 1997b, 2002; Holmes y Kelsey s.f.; Méndez
1989; Oyalbis 1997). Los datos más abundantes de que disponemos son mediciones
antropométricas realizadas en diferentes comunidades piaroa de las cuencas de los
ríos Cataniapo y Sipapo. Estos datos señalan que los indicadores de dimensión cor-
poral, tales como peso vs. edad (P/E), peso vs. talla (P/T) y el índice de masa corporal
(IMC), se ubican dentro del rango normal para la mayoría de las muestras estudiadas,
indicando que el componente energético de la dieta es adecuado para la población
las edades, indicadores de buena nutrición proteica (Holmes y Kelsey s.f.); 3) valores
normales de retinol sérico en la mayoría de personas, que señalan que el consumo
de vitamina A para la población total es adecuado (Hidalgo 2002) y 4) una inciden-
cia muy elevada de anemia (prueba de hemoglobina), observada tanto en adultos
(>50%) como en los niños (66%), la cual puede indicar una deficiencia de consumo
de hierro en la dieta (Hidalgo 2002; Holmes y Kelsey s.f.). El último resultado es di-
fícil de interpretar claramente dado que se observaron valores normales o superiores
a la norma en otros indicadores nutricionales (e.g. P/T, IMC) de las mismas pobla-
ciones. Hidalgo (2002: 92) ha sugerido que la gran prevalencia de anemia encontrada
puede reflejar “hambre oculta” condicionada por “los procesos infecciosos que estas
poblaciones padecen a veces en forma crónica o recurrente, como la malaria, la dia-
rrea y las parasitosis intestinales”. Holmes y Kelsey (s.f.) sugieren una asociación
sinergética entre la anemia y la tuberculosis (TBC) para la población de Alto Cari-
nagua, y varios casos de TBC han sido identificados entre otras comunidades piaroa
(Morales 2004). Ciertamente, el problema de la anemia entre los Piaroa (y otras po-
blaciones nacionales) amerita un estudio a profundidad para determinar si la causa
está determinada por la dieta, por las infecciones mencionadas, por la combinación
de esos factores o algún otro.
El problema es que hasta el momento no se ha llevado a cabo un estudio siste-
mático y cuantitativo sobre el consumo de alimentos en una muestra representativa
de la población piaroa a lo largo de todo un año. Hidalgo (1997a) realizó el único
estudio del aporte de nutrientes de alimentos tradicionales y occidentales adqui-
ridos por los Piaroa (y Hiwi) hasta la fecha, en una selección de comunidades del
eje carretero Puerto Ayacucho-El Burro-Samariapo discriminadas de acuerdo con
su dependencia económica de la ciudad de Puerto Ayacucho. Hidalgo encontró que
entre ambos subgrupos de piaroa, en promedio, lograron cubrir sus requerimientos
energéticos y proteicos, ubicando ambos valores de adecuación de consumo por
encima de la norma nacional. Además, observó adecuación promedio de los de-
más nutrientes, tales como hierro, calcio, tiamina y niacina en los dos subgrupos,
adecuación del ácido ascórbico en el subgrupo más dependiente y adecuación de
riboflavina en el subgrupo menos dependiente. Sin embargo, cabe destacar que este
estudio contó con datos recogidos sobre el consumo de un sólo día por lo que no
se pueden considerar estos resultados como suficientemente representativos para
evaluar la adecuación nutricional de la dieta piaroa en general. Aunque Zent (1992)
155
Ciclo de vida
Socialización
la dieta de los niños para incluir carne de cacería, pescados grandes, bebidas frías y dulces
(frutos, miel, lombriz de tierra), que hasta ese momento les estaban prohibidas.
Los ritos de iniciación más importantes para los varones comienzan con la pubertad o
a veces un poco antes (entre los 10 y 12 años). En este momento los púberes participan
del ritual del märipa teäu por primera vez, que se lleva a cabo todos los años hacia finales
de la estación lluviosa y cuenta con la participación de todos los jóvenes y varios adultos
de la comunidad. Algunos autores han reportado que este rito formaba parte de la ce-
remonia del huärime (Anduze 1974; Oldham 1997) pero nosotros lo hemos presenciado
independientemente del huärime y nuestros informantes confirman que son eventos se-
parados. En todo caso, el märipa teäu tiene por objetivo probar y aumentar la capacidad
de aguante del dolor en el hombre, purificar su cuerpo de sustancias tóxicas, estimular el
desarrollo intelectual, mejorar las habilidades del cazador e identificar a los adolescentes
que poseen las capacidades mentales y espirituales para convertirse en chamanes.
El rito empieza con unas expediciones de cacería en las que participan todas las per-
sonas que luego formarán parte del ritual. Después de traer la carne a la comunidad, los
cazadores observan un período de abstinencia alimenticia y sexual de uno a dos días du-
estado alterado de conciencia inducido por las drogas, la fatiga producida por la falta de
sueño y el hambre. Por ejemplo, los Piaroa creen que los animales de caza son atraídos
por los hombres que aguantan mejor las pruebas de iniciación, que son considerados ca-
zadores natos. El poder asociado a la ponzoña de las hormigas, avispas y rayas es trans-
ferido al cuerpo y a̧’cua̧ru̧hua̧ (espíritu) del iniciado con las picaduras, dándole fuerza
(ujuru) para pensar, hablar, trabajar, resistir enfermedades y relacionarse con los demás;
en otras palabras, lo preparan para vivir plenamente. Los jóvenes suelen repetir esta
prueba varias veces, hasta que son adultos casados con dos o más hijos.
El rito más significativo para las mujeres, por su parte, tiene lugar durante la primer
menstruación. Con el primer sangrado la joven se aísla en su chinchorro sin comer y
pasa el tiempo hilando algodón, una actividad doméstica importante para las piaroa. Las
jóvenes sólo pueden salir de sus chinchorros durante el día para trabajar en el conuco,
luego de lo cual se bañan y vuelven a su aislamiento. El período de reposo en el chin-
chorro puede durar de tres a siete días y mientras dure la mujer no puede comer, por lo
que típicamente se pone muy débil. En el pasado el período de reclusión duraba aún más
tiempo. Con el primer sangrado se cortaba un pedazo de liana de la planta trepadora
toäju, a cierta altura del suelo, y las mujeres tenían que permanecer en el chinchorro has-
ta que el tallo alcanzaba nuevamente el suelo, lo que podía tomar hasta un mes, durante
el cual comía muy poco. La prueba simboliza y prepara a la joven para la vida de la mujer
adulta, llena de privaciones, trabajo y entrega a su familia. Durante este tiempo la joven
recibe consejos de sus padres sobre las buenas costumbres de la sociedad piaroa, los
beneficios de trabajar duro y la importancia de cuidar a sus padres cuando estén dema-
siado viejos para cuidarse a sí mismos. El chamán reza por ella durante este período para
propiciar que la joven se convierta en una buena persona. Después de pasar la prueba la
mujer está lista para casarse.
El (primer) matrimonio representa otra fase importante en la evolución social de la
persona. El matrimonio no reviste rituales especiales y se consuma cuando el joven, pre-
vio acuerdo entre los suegros, cuelga su chinchorro en la casa de la familia de la novia,
junto a su pareja, siguiendo el patrón tradicional de residencia post-matrimonial uxo-
rilocal de los piaroa. Este simple hecho les da tanto a la novia como al novio el estatus
de pareja adulta e independiente. De acuerdo a sus costumbres, el novio está obligado
a trabajar para los padres de la novia por un período que puede alcanzar un año y en
tal sentido tiene que demostrar madurez en el desempeño de sus nuevas funciones de
adulto, para lo cual recibe consejos de sus padres antes del matrimonio.
159
Hoy en día, sin embargo, la socialización de los niños y jóvenes ha cambiado radi-
calmente debido al impacto de la educación formal, la religión cristiana, la medicina
occidental y el bilingüismo, entre otros factores. Los niños suelen pasar sus días en la
escuela, donde reciben una educación formal basada en el currículo nacional que tiene
poco que ver con sus costumbres y realidades. En las tardes pasan el tiempo jugando con
otros niños, practicando deportes no tradicionales (fútbol, béisbol, etc.), cuidando a sus
hermanos menores, escuchando la radio o viendo televisión. En general pasan menos
tiempo junto con sus padres u otros parientes mayores por lo que tienen una formación
limitada de los conocimientos tradicionales (tales como la etnobotánica, etnozoología,
etc.) y técnicas de trabajo (agrícolas, de caza y pesca, artesanía, etc.). Estos conocimien-
tos y técnicas no siguen patrones formales de transmisión, sino que dependen de la
convivencia y la participación de los menores en las actividades de los mayores, por
lo que los nuevos patrones de socialización de las comunidades más occidentalizadas
constituyen un riesgo para la continuidad de estos conocimientos tradicionales (cf. Zent
1999; 2001). Pocos jóvenes se someten hoy a los ritos de iniciación tradicional o escogen
perseguir el largo camino de aprendizaje para llegar a ser chamán. La mayor parte pre-
Muer te
la familia espiritual de la persona. Ésta está ubicada dentro de una montaña –expresión del
paisaje visible que recuerda la casa tradicional piaroa, el isode– pero debajo de la tierra tiene
la forma de una laguna (yo’u). Este espacio conceptual recrea la laguna mítica de donde el
creador, Huajari, extrajo a los seres humanos y no-humanos primordiales (‘sou huebina).
Dentro de esta laguna el espacio se divide en compartimentos que corresponden a los ho-
gares de las distintas familias o grupos espirituales de cada persona, llamados jä̧do̧cuä̧tü o
a veces ttä̧mü. Existen varios jä̧do̧cuä̧tü reconocidos por los Piaroa en el presente, algunos
identificados como los de sus clanes originarios y otros como los de otras etnias que se
han asimilado total o parcialmente a los Piaroa durante los últimos siglos (tales como los
Adoles, los Maipure, los Mapoyo, los Maco y los Yabarana). En términos de su organización
social, los jä̧do̧cuä̧tü son grupos patrilineales, pues la afiliación a uno u otro se hereda por la
vía paterna, pero éstos parecen no tener incidencia en su vida social o ceremonial; aunque
el conocimiento o recuerdo de estos grupos es muy variable, y a veces ambiguo, entre los
piaroa contemporáneos. Por no tener un rol activo en sus relaciones de parentesco o matri-
monio, Overing (1993) los caracterizó como “clanes mortuorios”, cuya significación funda-
mental es cosmológica. La historia oral de los propios piaroa sugiere, no obstante, que por
típicamente ubicada en lo alto de una montaña, donde colocan el cuerpo dentro del yuluhuä-
ba, un envoltorio mortuorio hecho de palos amarrados con bejuco. El paquete mortuorio es
entonces depositado insepulto en alguna grieta del abrigo rocoso, junto con algunas pose-
siones que va a necesitar en su existencia post mortem, tales como un chinchorro, plato, olla
y cuchillos. Entonces comienza el teäu äjuäu, el período de luto, que puede durar de uno a
varios meses y durante el cual los familiares cercanos lloran y recuerdan al difunto.
El luto culmina con una ceremonia de exorcismo o confrontación con los espíritus ma-
lignos responsables de la muerte. Este ritual es dirigido por los chamanes pero en él par-
ticipan todos los miembros de la comunidad. El exorcismo empieza con la preparación
del “sucio”, que consiste en recoger un fragmento de hueso del muerto, mezclarlo con
algunas plantas con poderes espirituales (inäpäjä, de la familia Cactaceae, yura y yärucä,
de la familia Araceae) dentro del pujuopuyu, un plato hecho de madera del árbol pujuopu y
tallado con forma antropomorfa. La reliquia del muerto se envuelve en las hojas y se cuelga
de un palo con un bejuco fino que el chaman (principal) luego sacude contra sus piernas
mientras reza y pelea espiritualmente con los espíritus enemigos. Al mismo tiempo, los
demás participantes cantan y danzan pretendiendo luchar contra los entes malignos. Este
rito tiene dos funciones explícitas: por un lado derrota, expulsa y aleja al espíritu homicida
para que no ataque a otro miembro del grupo familiar y, por el otro, complace al a̧’cua̧ru̧hua̧
del muerto con su venganza e intenta convencerlo de partir hacia su ttü̧ä̧nä̧huo̧mȩ, con
lo cual se evita que éste dañe a otro miembro de su comunidad. Esto debido a que el
a̧’cua̧ru̧hua̧ de los muertos extraña a sus familiares cercanos, o a veces no se da cuenta de
que está muerto, por lo que si no es convencido de partir se corre el riesgo de que se lleve
a algunos de sus familiares consigo. Una vez en su ttü̧ä̧nä̧huo̧mȩ, el a̧’cua̧ru̧hua̧ pierde su
individualidad y se une con la fuerza o energía colectiva de los dioses ttü̧ä̧nä̧hua̧. Esta
fuerza es al mismo tiempo aprovechada por los chamanes para proteger a los parientes del
difunto. En el futuro, el chamán podrá visitar tanto su ttü̧ä̧nä̧huo̧mȩ como el del difunto
en busca de ayuda espiritual para la curación de los vivos.
Estas creencias, aunque aún tienen vigencia en gran parte de la población piaroa, han
caído en desuso en la mayor parte del territorio debido a que la gran mayoría de los piaroa
practican hoy una mezcla de creencias que incluyen alguna forma de cristianismo, evan-
gélico o católico. Por ello, vale aclarar que para muchas comunidades actuales las costum-
bres funerarias son más parecidas a las prácticas de la población criolla de Venezuela, e
incluyen aspectos tales como el velorio, rezar al dios cristiano para salvar el alma del muer-
to y el uso de la cruz para marcar el sitio del enterramiento, aunque éstas forman parte ge-
163
La salud
por ejemplo, producen dolor de huesos (äcä jurä barahua); el consumo de monos (araña,
araguato, capuchino y barbudo) se asocia con una enfermedad misteriosa que describen
como al vértigo (querau); el oso hormiguero con deficiencias en la facultad de hablar
de los niños; el cachicamo grande y el chácharo producen inflamación de pies con pus
(kase); la ardilla y la lapa son causantes de la tuberculosis o tos crónica (huarepä), etc.
Sin embargo, Chejeru, hermana de Huajari, se apiadó luego de los Piaroa y les dio acceso
al conocimiento necesario para curar las enfermedades, proveyéndolos con dädä (corteza de
Malouetia sp.), un arbusto alucinógeno que generalmente se toma en asociación con yu̧huä̧
(un compuesto a base de Anadenanthera peregrina, comúnmente conocido como yopo) y ca-
api (Banisteriopsis caapi). El dädä se convirtió así en la fuente de la buena vida para los Piaroa,
ya que le dio acceso a sus chamanes al märipä pabare o mȩyȩ pabare, un lugar simbólico donde
se concentran los poderes que les permiten armonizar el mundo físico con los elementos del
mundo metafísico que determinan su relación con éste (ver adelante). No obstante, las intri-
gas del suegro de Huajari, Cuämui –el principal antihéroe de su mitología–, quien sintió en-
vidia por las creaciones de su yerno, condujeron a la pérdida de este conocimiento. Imitando
la acción de Huajari, Cuämui creó los ttü̧ja̧ payu̧ra, que fueron una creación imperfecta y se
chamanes. Estas enfermedades son además estigmatizantes, por lo que cuesta conseguir
una explicación coherente de la causa de enfermedad o la resistencia a recibir trata-
miento biomédico.
Los chamanes lanzan sus ataques bajo el efecto de alucinógenos y por medio de ani-
males que llevan el hechizo hasta su víctima. Los más comunes para este fin son la gua-
camaya roja, el loro cabeza amarilla, el danto, el venado, el murciélago, la anaconda, las
culebras venenosas, el oso hormiguero gigante y las avispas; la mayoría son inofensivos
excepto cuando están hechizados por un chamán. Pero los chamanes no son los únicos
que pueden causar daño a la gente. Cualquier piaroa puede practicar ciertos rituales
ofensivos y defensivos, pues todos los piaroa son portadores de “conocimiento”. El kiripa-
tä, por ejemplo, una enfermedad de la piel, es producido por un preparado a base de agua
hechizada que se transmite a través de las mariposas, que vuelan hasta donde cuelga la
ropa de la víctima y le esparcen la enfermedad. Cuando la persona se pone la prenda se
contagia y el resultado, si no se trata a tiempo, puede ser la muerte.
El discernimiento del origen metafísico de una enfermedad, o de la muerte, suele formar
parte del proceso amplio de distanciamiento social que se da entre los parientes cercanos
(con quienes los piaroa tienen relaciones deseables y seguras) y el mundo externo, de don-
de provienen la mayor parte de los infortunios de la comunidad. Por lo general, ningún
chamán reconoce haber intervenido en la muerte o enfermedad de otra persona, pero los
parientes cercanos de la víctima suelen llegar a esta conclusión por sí mismos y toman
acciones de venganza o protección para defenderse de sus agresores (ver adelante). Algu-
nos indicadores, como la hinchazón de barriga después de la muerte de un enemigo, son
utilizados como señales inconfundibles de haber practicado brujería maligna. Desde la
perspectiva de los victimarios, no obstante, la enfermedad ajena es interpretada como el
producto de transgresiones a las reglas, mientras que ven sus propios infortunios como el
producto de acciones descontroladas y sin sentido de sus enemigos (Mansutti 2003: 108).
En algunos casos, la respuesta a una escalada de agresiones descontrolada es la mudanza
a zonas fuera del alcance de los poderes de los enemigos. En las comunidades más tradi-
cionales esto es determinante del patrón de residencia, pues cada piaroa trata de vivir tan
cerca como puede de un chamán poderoso –que lo defienda de estas fuerzas negativas y
garantice su vida armoniosa con el entorno– y tan lejos como pueda de sus enemigos.
Otra fuente común de enfermedades e infortunios son los märimü, espíritus malignos
del bosque que encuentran placer en dañar a los Piaroa. Los märimü se hayan en grandes
concentraciones en sitios simbólicamente importantes, como el cerro Autana, y es por
167
ello que los Piaroa se cuidan de no pasar por estos sitios o aun de mencionarlos. Su mé-
todo de ataque más común es lanzar cristales (huänäri), a través de una cerbatana, que
penetran el pecho de la víctima y succionan sangre hasta llegar al corazón, momento
en el cual se produce la muerte. Algunas enfermedades, como la tuberculosis, son señal
inequívoca de sus ataques. Para alejar de su camino a éstos y otros enemigos, como las
culebras y el tigre, algunos piaroa usan un polvo mágico, yähuina (Caladium bicolor), que
cargan como amuleto en una totuma pequeña y se esparce en el cuerpo o se adhiere a
las uñas, los pies o la pierna en una mezcla con caraña (Protium carana).
Hoy en día, la mayor parte de los Piaroa está de acuerdo en que estos seres están
escondidos y son mucho menos nocivos que en el pasado, aunque algunos accidentes
e infortunios siguen siendo atribuidos a ellos de vez en cuando. En 1994, por ejemplo,
durante el Congreso Piaroa, las comunidades de Autana y el Cuao decidieron cerrar el
paso de turistas al cerro Autana debido a una epidemia que atribuyeron a los märimü,
quienes estaban siendo perturbados por las constantes visitas de curiosos. La recesión
de los ataques de los märimü coincide, según muchos entrevistados, con la llegada de las
Misiones Nuevas Tribus a su territorio y con el decline de la chamanería.
El cuerpo humano
Los piaroa se refieren al cuerpo humano con el término jä̧ttä̧pä̧ya̧, que se refiere al
caparazón o forma física de una entidad orgánica individual, diferenciada de otras enti-
dades similares desde un punto de vista meramente externo (visual). Alternativamente
utilizan la expresión idepä’inä ka̧’a̧nä̧ ihue’quiyu’inä ka̧cua̧’a̧nä̧ “carne (hay) y huesos (hay
adentro)”. A un nivel más detallado poseen un amplio vocabulario para describir la ana-
tomía humana que les permite distinguir entre un gran número de órganos, sustancias,
partes y regiones del cuerpo, muchos de los cuales coinciden (casi) perfectamente con las
categorías del sistema clasificatorio occidental (tabla 1).
Aparte de este aspecto físico, sin embargo, los Piaroa afirman que el cuerpo está com-
puesto por una sustancia intangible o inmaterial a la que llaman a̧’cua̧ru̧hua̧. Este tér-
170
mino es frecuentemente traducido como “espíritu” o “alma”, aunque quizá sea mejor
entendido como “la fuerza vital”; se crea junto con el resto del cuerpo al momento de la
concepción y reside en él hasta su muerte, determinando su funcionamiento orgánico,
intelectual y espiritual. Se localiza en el cerebro, donde permite el pensamiento y la
reflexión, en el corazón, desde donde bombea la sangre, en el estomago, donde provoca
el hambre, o en los dedos, donde controla cada movimiento. Sin embargo, el a̧’cua̧ru̧hua̧
tiene al mismo tiempo una existencia pseudo-independiente, por lo que, a pesar de estar
normalmente contenido en el cuerpo, es decir en su jä̧ttä̧pä̧ya̧, puede salir de éste en
ocasiones, como durante los sueños o cuando una persona está embrujada.
Cuando el a̧’cua̧ru̧hua̧ se desprende del cuerpo por efecto de un encantamiento la persona
se enferma en su fuerza vital, independientemente de su estado físico, aunque frecuente-
mente su cuerpo también presenta síntomas de la enfermedad. La ausencia del a̧’cua̧ru̧hua̧
descontrola el razonamiento y el buen funcionamiento del cuerpo, por lo que la persona
puede asumir conductas asociales o debilitarse, entre otros síntomas. En estos casos es in-
dispensable la intervención del chamán, cuyo a̧’cua̧ru̧hua̧ vuela a voluntad a otros lugares
y otras dimensiones de la realidad bajo el efecto de las drogas y por medio de los cantos.
Cuando el a̧’cua̧ru̧hua̧ de un chamán se desprende de su cuerpo puede hacer comunión con
los dioses y los muertos, de quienes aprende los encantamientos y conocimientos sagrados
que le permiten actuar en ese mundo inmaterial para restablecer la salud (cf. Monod 1970).
El acto de curar es entonces una labor principalmente espiritual o metafísica, durante el cual
se busca identificar los espíritus o entes nocivos que han atacado y enfermado el a̧’cua̧ru̧hua̧
del paciente. La salud del a̧’cua̧ru̧hua̧ constituye una condición necesaria, y a veces suficiente,
para lograr la salud mental y física del individuo. Más aún, como el a̧’cua̧ru̧hua̧ sobrevive
al cuerpo físico después de la muerte, su curación es generalmente más importante que la
del cuerpo para los Piaroa. La curación del a̧’cua̧ru̧hua̧, como veremos adelante, pertenece
al ámbito de competencia exclusivo de los chamanes, un aspecto que suele interferir en la
aplicación de terapias biomédicas y choca con la visión biomédica de la salud.
Chamanería y salud
Los Piaroa tienen un marcado discurso sobre la importancia de vivir una vida apa-
cible y la violencia física es rara en su sociedad –si bien como vimos son mucho más
conflictivos a nivel metafísico. A los niños se les refuerza desde pequeños la necesi-
171
dad de autocontrolarse y un buen líder es una persona que come, habla y actúa con
moderación. Idealmente, el líder es alguien que decide por consenso y sin atención
a sus propios intereses. Ciertas normas de etiqueta, como la que sugiere no mirar a
la gente a los ojos cuando se habla, son usadas como indicadores de autocontrol. No
saber vivir en armonía con los parientes es la forma más común de locura (de’a ituna)
que es causada a menudo, aunque no siempre, por efecto de la brujería (jeputicuinäcu,
jerusa cuahua).
El chamanismo2 es quizá el área donde este discurso del autocontrol es más fuerte,
pues es también el área donde el descontrol trae los resultados más nefastos. Como
mencionamos arriba, los chamanes obtienen su poder (märipä) del märipä pabare o mȩyȩ
pabare, un sitio mágico donde se encuentra el conocimiento que les permite ver la reali-
dad subyacente al mundo físico. Manipulando los elementos de este mundo simbólico
promueven la salud, restableciendo la armonía, o causan daño, desatando fuerzas que
no están bajo el control de los demás mortales, cuya expresión más frecuente es la
enfermedad. Por ello, la educación de un futuro chamán está orientada a reforzar y
medir su capacidad de autocontrol y resistencia. Un chamán descontrolado es peligro-
2. La epistemología, técnica, tecnología y funciones so- sis superficial de sus fundamentos (para más detalle ver
cio-médicas del chamanismo piaroa son muy complejas, Monod 1970, 1987; Rodd 2002, 2003, 2004).
por lo que en estas páginas sólo ofreceremos una sínte-
Mȩyȩruhua, Alto Carinagua. Fotografías Raúl Sojo.
173
conocimientos sino que se protegen unos a otros durante el trance ritual, que es el
momento en el cual un chamán es más susceptible de ser atacado por otros chamanes
o espíritus malignos. Los mȩyȩruhua, por otro lado, buscan el apoyo y la guía de un
yu̧huä̧huä̧ruhua de prestigio y suelen asistirlo en la realización de rituales importantes,
como el idäyä tekähuä, una importante fase del ritual de curación que se lleva a cabo en
los saltos de agua. Los mȩyȩruhua también suelen acudir a un yu̧huä̧huä̧ruhua presti-
gioso en busca de ayuda, para aclarar un diagnóstico complicado, por ejemplo (ver Rodd
2004: 40). Entre estos dos especialistas se establece así una relación parecida a la del
médico y el enfermero. En este esquema jerárquico de mutuas asistencias profesionales
algunas veces se insertan los Auxiliares de Medicina Simplificada, como veremos más
adelante, y en menor medida algunos (poquísimos) médicos residentes en las comuni-
dades (llevados ahí por las misiones gubernamentales de los últimos dos años).
Las drogas alucinógenas y los estados de conciencia alterada juegan un papel central
en las prácticas chamánicas piaroa y Rodd (2002, 2003, 2004) ha sugerido que éstas
también inciden en su efectividad curativa sobre los pacientes. Las drogas comúnmente
utilizadas por los chamanes incluyen: 1) el tabaco (jättei), fumado en forma de grandes
El rito curativo puede durar horas o días, e incluso meses, dependiendo de la com-
plejidad del caso y del ritmo de recuperación del paciente. En los casos más sencillos
el chamán baña al enfermo con humo de tabaco, extrae los agentes patógenos (re-
presentados por un cristal de cuarzo u otro tipo de piedra) del interior de su cuerpo
y los despedaza o limpia con su soplo. Los casos más complicados requieren una (o
más) sesión(es) de cantos (mȩyȩ paü) que pueden tomar toda la noche y no terminan
hasta bien entrado el día siguiente. Los cantos prolongados proceden a ritmos inter-
mitentes, alternando períodos de canto con períodos de descanso silencioso, durante
los cuales el chamán y su(s) acompañante(s) ingieren drogas para incrementar sus
visiones. Los casos más graves requieren de un ritual especial en un raudal durante
las horas del día, el idäyä tekähuä, en el que se baña al paciente mientras se invoca la
ayuda de los espíritus asociados a las rocas, y culmina con una pelea ritual con los
agentes malignos.
Los chamanes tienen un repertorio muy amplio de cantos sagrados que aprenden
durante su largo proceso de formación. Estos cantos tienen funciones específicas y
varían, por ejemplo, según el tipo de enfermedad, la etapa del proceso de curación o si
el tratamiento es preventivo o terapéutico. 3 Aunque algunos autores han afirmado que
el canto piaroa es reminiscente de un lenguaje ancestral (Overing y Kaplan 1988; Ol-
dham 1997) no hay estudios sistemáticos de las características gramaticales, lexicales,
semánticas, temáticas o estilísticas de estas narrativas que sostengan tal afirmación.
Según nuestras experiencias casuales, los cantos varían mucho de un chamán a otro
y de un caso al siguiente. En algunos casos, el monólogo cantado es más bien una
explicación de la causa de la enfermedad y del compromiso del chamán por resolver el
problema, aunque más frecuentemente hacen referencia a los dioses o seres primor-
diales y su poder curativo, especialmente a Chejeru, la creadora y maestra de muchos
(aunque no todos) los cantos piaroa. Los cantos también recuentan episodios mito-
lógicos y en tal sentido sirven para ligar la historia mitológica a las visiones actuales
del chamán. Otros cantos enuncian los lugares sagrados, especialmente las montañas
märihue’ca, en las que tuvieron lugar los diferentes actos de la creación del mundo, o
los ttü̧ä̧nä̧huo̧mȩ, en donde se encuentran sus familiares muertos, aludiendo al viaje
del chamán al mundo espiritual y al encuentro con sus poderes aliados.
3. El canto chamánico tiene muchas otras funciones el éxito de un nuevo matrimonio, domesticar y entrenar un
además de las estrictamente médicas. Entre otros, el perro de caza, preparar los rituales de iniciación, etc. Aquí,
canto se puede orientar a: estimular la buena cacería, sin embargo, nos limitamos a describir los casos directa-
inducir las lluvias, fomentar la producción de cultivos o la mente asociados con la salud humana.
regeneración de las plantas y animales silvestres, asegurar
175
Los cantos también se emplean para purificar la carne y/o curar las enfermedades
asociadas a su consumo. En estos casos generalmente hacen referencia al animal, sus
sonidos, movimientos, conductas, morfología, sus amos y sus moradas. Otras veces los
chamanes parecen canturrear melodías sin articular palabras específicas, aunque ellos
sostienen que sus cantos siempre “tienen su lenguaje”. Debido a que los Piaroa asocian
el lenguaje (ihuene) al pensamiento y éste al poder de creación o acción, es válido asu-
mir que la palabra inscrita en el canto constituye una parte esencial del diagnóstico y la
terapia chamánica. El canto transmite el poder del chamán y sus aliados a elementos de
la naturaleza que son tan necesarios para la vida como peligrosos, liberándolos así de su
potencial contaminante; convirtiendo el agua impura en pura, descontaminando la co-
mida, propiciando la producción sostenida de los recursos silvestres, dirigiendo la fuerza
de las drogas hacia los resultados deseados y reforzando la resistencia inmunológica del
cuerpo y el espíritu de los parientes cercanos.
Los chamanes y sus ayudantes cuentan con varios objetos rituales o armas mágicas,
tanto defensivas como ofensivas, que emplean durante sus batallas contra los hechiceros
malvados y sus agentes patógenos. El arma más común es el huänäriso’qui, un cristal
te. Este lugar mágico consiste de tres niveles o capas superpuestas. De abajo hacia arriba,
el primero, que algunos informantes llaman mȩyȩ pabare, corresponde a los picos de las
montañas, a donde puede llegar (casi) cualquier persona que tome las drogas sagradas, aún
sin tener un gran poder chamánico, como por ejemplo los mȩyȩruhuä sin mucho renombre.
Desde este nivel el chamán tiene una vista clara del mundo terrenal, de las personas y los
demás seres que habitan el bosque, así como de todo lo que ha ocurrido en el pasado, lo
que está ocurriendo en el presente y lo que sucederá en el futuro. Pero sólo los chamanes
entrenados pueden interpretar correctamente esas visiones y con ello determinar las causas
de las enfermedades y males que afligen a las personas. El segundo nivel es el lugar donde
se efectúa la curación, concebido como un campo de batalla (y salvación) donde los cha-
manes confrontan –y se espera que derroten– a las fuerzas del mal y la enfermedad. Este
nivel está ubicado en el cielo, más allá de las nubes, y sólo es accesible a los yu̧huä̧huä̧ruhuä
experimentados y poderosos, los que dominan el märipä , que es el máximo poder chamá-
nico que permite ver lo invisible y manipular las fuerzas incontrolables del bien y del mal.
Allí las fuerzas espirituales antagónicas viven en permanentes luchas y constituye la región
más peligrosa tanto para el curandero como para el paciente, pues es ahí donde se decide el
resultado de su tratamiento. El tercer nivel, que corresponde al nivel en el que se ubican el
sol, la luna, las estrellas y otros cuerpos celestiales, no es accesible ni a los humanos (o sus
espíritus) ni a los chamanes. Este es un plano privativo de los dioses ttü̧ä̧nä̧hua(tü), quienes
vigilan y cuidan las acciones de los espíritus y fuerzas subordinadas.
Finalmente, además de las funciones curativas, los chamanes piaroa juegan un papel
central en la regulación del equilibrio ecológico y social de sus comunidades, que como
vimos antes constituyen una parte importante de la salud, en el sentido más amplio.
Por un lado, los chamanes armonizan la relación de sus comunidades con el entorno,
garantizando entre otras cosas la abundancia de los recursos que posibilitan la vida,
tales como los animales de caza y las plantas que comen estos animales y las personas.
Por otro lado, los chamanes –y el miedo que inspiran los brujos enemigos y los seres
malignos, especialmente en el pasado– garantizaban las bases de la continuidad social,
pues hacían que los jóvenes respetaran a sus mayores y eligieran seguir las normas de
la buena conducta de la comunidad. Muchos ancianos atribuyen el creciente deterioro
ambiental, reflejado en el agotamiento de algunos ríos y la merma en la cacería, así como
el comportamiento antisocial de la juventud –visible en el incremento del alcoholismo y
la violencia intracomunitaria– a la decadencia de la chamanería y la supeditación de sus
poderes a los del dios cristiano.
177
Aunque pocos piaroa admiten buscar asistencia chamánica hoy en día, la mayoría los
consultan de manera frecuente y los chamanes continúan siendo una fuerza política de
gran peso en su sociedad. Más aún, el diagnóstico chamánico es determinante en la
toma de decisiones respecto a si buscar o no asistencia biomédica para un gran porcen-
taje de su sociedad; aunque en algunas comunidades evangélicas este rol consultivo y
de prediagnóstico es satisfecho por el pastor, quien muy a menudo asume funciones de
chamán cristiano.
Sin embargo, la mayoría de los piaroa coinciden en que hoy hay muchos menos cha-
manes que en el pasado, y en especial los del estatus de yu̧huä̧huä̧ruhua. Entre las razo-
nes aducidas son recurrentes la conversión religiosa y las distracciones del mundo mo-
derno, que según los ancianos no permite a los jóvenes concentrarse en su aprendizaje
y llevar el conocimiento adquirido con responsabilidad. Sin embargo, el territorio piaroa
está poblado de mȩyȩruhuä (pl.) y la mayoría de los piaroa acuden a ellos con frecuen-
cia. Y aunque los yu̧huä̧huä̧ruhua (pl.) parecen haber disminuido en número –en toda la
“Con los tuberculosos, esta gente [los yu̧huä̧huä̧ruhua] no recuperan [no cu-
ran]. Yo trabajé en un caso por ejemplo, que aunque no llegaba aquí [a la enfer-
mería] yo siempre iba a visitarlo, y yo sospechaba que podría ser tuberculosis, y
quería sacarle el esputo para mandarlo al CAICET. Y él estaba con los chamanes
que decían, ‘no, vamos a hacer esto y aquello’, ‘ya se va a recuperar el paciente’.
178
“Si el yu̧huä̧huä̧ruhua dice ‘el espíritu está muerto ya’, bueno, ahí lo que queda
es llorar. Aunque uno lo ve vivo, por grave que esté, pero por el espíritu se sabe
que ya está muerto. Ahí si nosotros ya estamos seguros, porque estamos de
acuerdo con este yu̧huä̧huä̧ruhua. Nosotros sabemos que en tres, cuatro días se
muere” (Camilo Pérez, AMS, Gavilán).
E s ta d o ac t ua l d e l a sa lu d
4. Estos datos se refieren a la percepción de morbilidad diferencias de la occidental, que incluyen diferencias
en la población entrevistada y no necesariamente a la clasificatorias (los parásitos, por ejemplo, casi nunca son
realidad. Como se muestra más adelante, la percepción reportados como enfermedad, quizá por ser un aspecto
de enfermedad entre los piaroa tiene importantes crónico generalizado) y etiológicas.
Mujer con bebé en brazos. Fotografía Christian Español.
181
mientras que las madres del Alto Cuao reproducían a una tasa levemente mayor que uno
y medio de mujeres por generación. Así, la población de Cataniapo debía duplicarse cada
35 años, mientras que a la población del Cuao le tomaría unos 56 años. Esta tendencia se
acentúa notablemente con los procesos migratorios mencionados arriba, pues a la tasa
de crecimiento poblacional superior de la periferia se suma el crecimiento debido a la
migración, que es mucho más acelerado que el anterior, recordemos que la migración ha
involucrado a más del 90% de la población en sólo 40 años.
Otras patologías, sin embargo, se han visto fortalecidas por el nuevo patrón de resi-
dencia de las comunidades periféricas y la creciente concentración de población, como
los parásitos, las gripes y la malaria. Según cifras del CAICET, por ejemplo, el promedio
de parásitos por individuo en el Alto Cuao para principios de los noventa era 1,98, mien-
tras que en Cataniapo era de 2,26 a 3,75 por individuo (Zent 1993: 59).
En cuanto a las enfermedades más comunes de la periferia, de un censo realizado
en el 2000 (Freire 2000), entre enero y marzo (temporada seca), entre 378 personas de
5 comunidades del Alto Cataniapo, destacaron las siguientes tendencias de causas de
enfermedad reconocidas por los propios informantes (tabla 2):
Entre las enfermedades más importantes podemos comentar que los datos de mala-
ria (chawo märichei) de Cataniapo corresponden con la tendencia del resto del Estado
Amazonas, pues los Piaroa tienen actualmente la incidencia más alta de malaria en el
estado (Dra. Magda Magris, comunicación personal). La baja incidencia de parásitos
182
(teipu/teichu), por otro lado, puede deberse a la estación durante la cual se recogieron
los datos o a la poca importancia que los piaroa prestan a este mal, que sin embargo
afecta crónicamente a la mayor parte de la población y es especialmente fuerte a prin-
cipios de la temporada de lluvias. Muchos casos de diarrea (cha’mi ) aunque no fueron
reportados como tales pueden deberse a parásitos.
Entre las enfermedades endémicas de tierra adentro que tienen menor incidencia
en la periferia destacan la leishmaniasis (huäre), la tuberculosis (huarepä), la “de-
bilidad” (ji¸ yu̧pa̧), especialmente en ancianos, las manchas de piel (huasi) y la in-
fección de los ganglios linfáticos, caracterizada por hinchazón debajo de las orejas,
en el cuello y en las axilas (duduyu). En sus trabajos de campo de mediados de los
ochenta, Zent encontró en el Alto Cuao al menos 5 o 6 casos que presentaban los
síntomas típicos de la leishmaniasis (llagas en las piernas, espalda y pecho e irri-
tación de las membranas mucosas), además de otros cuatro casos que habían sido
tratados en San Juan de Manapiare. Las manchas de piel (teu huasi), probablemente
carate, afectaban del 10% al 15% de la población del Cuao y los parásitos probable-
mente al 100% (Zent 1997).
Otro tipo de enfermedades muy comunes que casi nunca son reportadas, a pesar de
afectar tremendamente la calidad de vida, son las causadas por pestes, que suelen ser
tratadas por ellos mismos o ignoradas. Las niguas (huäku), por ejemplo, un tipo de pa-
rásito que se aloja en la cutícula de los pies y las manos –que infesta el suelo de las ca-
sas y sus alrededores– son extraídas con cuchillos o anzuelos y las casas desinfectadas
vertiendo agua caliente en el piso. En las casas de techo de palma son comunes también
las pulgas (tacuo) y otros insectos, especialmente cuando no se hace fuego en su interior,
pues el humo actúa como repelente. Pero éstas y otras afecciones menores no son gene-
ralmente reportadas como enfermedades por los Piaroa, por lo que no existen registros
al respecto.
Las cifras de la Dirección Regional de Epidemiología del Ministerio de Salud sólo
reflejan los datos de que se dispone a nivel de Distrito Sanitario, pues sólo registran
los ambulatorios rurales tipo II, que en el territorio piaroa son uno por distrito/mu-
nicipio y dos en las cercanías de Puerto Ayacucho (tabla 5). Pero éstos no hacen dis-
tinción entre población indígena y no indígena y registran de manera no sistemática
e interrumpida (de acuerdo a la presencia o no de personal de salud, que tampoco es
regular), por lo cual reflejan tendencias que no se corresponden necesariamente con
el perfil de la población indígena, en general, ni mucho menos con el de una sociedad
183
Medicinas y tratamientos
Los Piaroa utilizan el mismo término genérico para referirse tanto a las medicinas alo-
páticas como a sus medicinas tradicionales: jahuapu. Éste es generalmente acompañado
por un prefijo para distinguir entre, por ejemplo, de’a jahuapu remedios silvestres (de
plantas) o medicina tradicional y yodo jahuapu, la serie de rituales y prácticas asociadas
al trabajo nocturno del chamán. La noción de enfermedad, en general, corresponde a
una serie de términos que describen síntomas, más que definir una enfermedad en sí, y
por ello muchos términos pueden coincidir con lo que en español se definiría como una
misma enfermedad o síntoma. Esto debido a que aunque los síntomas se repiten a nivel
superficial (visible) pueden deberse a diferentes causas a nivel simbólico (invisible), lo
cual va a determinar un tratamiento diferenciado del mismo problema superficial (tabla
3). “Diarrea”, por ejemplo, es descrita como cuo märichei, miyü’ märichei, pättecu o cha’mi,
y puede ser causada por factores tanto mágicos como del mundo físico; la gripe (aure
märichei) puede deberse al simple contagio y es tratada como tal, excepto si forma parte
de una seguidilla de enfermedades o es acompañada de una mala racha y hay razones
para pensar que es producto de un ataque enemigo, o si se prolonga más de lo común
o se complica. Por esto, el acto de diagnosticar las causas verdaderas de los síntomas
externos (visibles) de una enfermedad es un proceso que va más allá de lo meramente
biofísico e involucra aspectos del mundo invisible que están en constante evaluación. El
diagnóstico y la toma de decisiones respecto al tratamiento son aspectos muy fluidos.
Como se mencionó arriba, sin embargo, la visión de salud de los Piaroa rara vez entra en
conflicto con la asistencia médica occidental y, lo que es más, ésta es muy bien percibida
por el grueso de la población, determinante de su redistribución geográfica reciente. Un
elemento clave al seleccionar un tratamiento son las facilidades de acceso a un centro de
atención biomédica. Zent encontró a principios de los noventa que en Cataniapo, donde la
asistencia médica es de fácil acceso, el 51% de los casos de enfermedad fueron tratados con
medicamentos occidentales, 11% con medicamentos nativos y un 38% no se trataron. En
el Alto Cuao, en cambio, donde los centros de asistencia médica están muchas veces a más
de un día de camino, un 33% se trataron con medicamentos occidentales (algunos de los
cuales fueron suministrados por el propio antropólogo), un 9% con medicamentos nativos
y un 58% no se trataron (Zent 1993: 64). Por esto, el acceso o no a una atención biomédica
oportuna es altamente determinante de su estado de salud, más allá de los procesos de
diagnóstico y socialización de la enfermedad que se den al interior de la comunidad.
185
La tabla 4 presenta una lista de plantas utilizadas por los Piaroa para tratar ciertas
enfermedades comunes en la zona (los nombres botánicos de las plantas mencionadas
fueron omitidos en la tabla para respetar la voluntad de los Piaroa, que son muy celosos
de que este conocimiento no se maneje sin su control). A pesar de no constituir una lista
exhaustiva, la tabla ejemplifica la gran diversidad de opciones locales con la que cuenta
la población piaroa, un conocimiento que, sin embargo, está en rápida decadencia. La
tabla espera además llamar la atención de los practicantes de medicina, así como de los
Auxiliares de Medicina Simplificada, sobre la existencia de alternativas botánicas locales
a la carencia de medicamentos en la que tienen que ejercer sus funciones normalmente.
La identificación de las plantas de la lista y su forma de preparación medicinal no cons-
tituyen un gran reto para la mayoría de la población adulta, aunque algunas pueden
requerir de la experticia de los más ancianos.
Como vimos en las primeras secciones de este capítulo, los Piaroa han buscado acti-
vamente acercarse a los centros de atención médica durante los últimos cuarenta años
y en términos generales se puede decir que tienen una buena apreciación del impacto
de la biomedicina sobre su salud. De hecho, los grandes cambios socio-culturales y de-
mográficos que han experimentado durante este período son en gran medida debido
al acercamiento voluntario a las fuentes de atención biomédica, tanto misioneras como
gubernamentales. El resultado de este acercamiento, como vimos arriba, ha sido relati-
vamente positivo desde el punto de vista clínico. En general, los Piaroa de la periferia go-
zan de mejor salud que los de tierra adentro debido a su acceso privilegiado a los centros
de atención biomédica. Por este mismo efecto, las comunidades de la periferia reflejan
un crecimiento poblacional más acelerado que las de tierra adentro (Zent 1993).
La concentración de recursos biomédicos en la periferia, no obstante, ha puesto una ma-
yor carga sobre sus relaciones ambientales y su capacidad productiva, ya que los obliga a
asentarse en las inmediaciones de los centros urbanos y semiurbanos en los que se concen-
tra el gasto público. Para tener una idea, a mediados de los noventa Toro encontró que casi
186
Piaroa Castellano
ji̧yu̧pa̧ débil, sin fuerza
joäi märichei = chawo märichei enfermedad sin gripe u otro síntoma de enfermedad
jurä (barahua/märichei) dolor de hueso, artritis, reumatismo
jurä, duttä dolor de hueso, variante
jurä, mejuyä dolor de hueso, variante
jurä, ttattayu dolor de hueso, variante
juruhuei hua’are muerte por cáncer
juruhuei märiche infarto; fiebre fuerte
kacuarä’attü voz ronca
pus que sale de repente, generalmente se hinchan los pies y se extiende
kase hacia arriba
katate ucuäyu mastitis (infección o hinchazón del seno)
kirikiri (märichei) lechina
kiripatä picazón de piel
kou (pl.), koiä (sg.) piojo
brujería: soplado por brujo (la persona pierde peso y se siente cansada,
märi huäricuina’a puede causar la muerte)
märiche(i) virus (infección debajo de la piel), enfermedad sistémica
moipünüta/moipünäcua aborto, nacimiento prematuro
mouchaju embarazo hectópico
mu’suhuäri gonorrea
na’achäru (m), na’achäräju (f) epilepsia
na’achocu sano (sin enfermedad)
na’achü enfermo
na’achüpäru desmayo
nasäyu hernia
näsäyu tumor
na̧ya̧tä̧ lombriz intestinal
niyu̧ märichei diarrea con sangre y fiebre (epidémica)
niyu̧/o̧ fiebre aguda
oyu jurä tumor (del cuello)
päterä märichei infección linfática
pätetiä (rahuipa) amisoqui muerte rápida (ej. infarto)
pättecu (cha’micu) diarrea y vómito
ppuhuo isäma dolor o malestar después del aborto
el 70% del gasto de salud del estado se concentraba en el único hospital de la región (Hosp.
José Gregorio Hernández), en Puerto Ayacucho, y aunque el gasto público per capita en
salud en 1993 era de Bs. 4.662 para todo el estado, el gasto real en sitios como la enferme-
ría rural de San Carlos de Río Negro, en el interior del estado, era menor a los Bs. 350 por
persona (Toro 1997). Esta tendencia, además, siempre ha tenido su paralelo al interior de
las sociedades indígenas, beneficiando a las comunidades más grandes y desamparando a
las más pequeñas o de tierra adentro, que son generalmente clasificadas como “aisladas” a
pesar de tener registros epidemiológicos que demuestran lo contrario. En 1982, por ejemplo,
12 de las 16 (75%) comunidades piaroa que tenían más de 100 habitantes en ese entonces
(consideradas comunidades grandes) tenían ambulatorio rural, mientras que ninguna de
las más pequeñas tenían ese servicio (OCEI 1985). Diez años más tarde, en 1992, sólo un
6% de las comunidades más pequeñas habían logrado obtener este beneficio (OCEI 1993).
Aunque se supone que las comunidades pequeñas están incluidas en los radios de cobertura
de los ambulatorios de comunidades más grandes, en la práctica el acceso de las primeras a
los servicios de ambulatorios localizados en comunidades ajenas es muy limitado, debido a
dinámicas sociales y políticas entre comunidades vecinas (ver adelante).
Esto ha generado concentraciones alrededor de los centros poblados criollos y en co-
munidades grandes, hoy con más de 200 habitantes en promedio, lo cual genera una ma-
yor presión sobre la tierra disponible y los recursos naturales. Los Piaroa han compen-
sado esta pérdida de movilidad con una serie de estrategias que parecen contrarrestar
de manera más o menos efectiva los efectos nocivos que la concentración de población
pudiera tener sobre sus modos de producción (Freire s/f). Sin embargo, la concentración
de población sin control puede tener efectos en el largo plazo que no están bajo el con-
trol de las comunidades y ya producen roces permanentes entre comunidades y frentes
campesinos que compiten por los mismos recursos.
por ejemplo, el número de personas enfermas en dos comunidades separadas por esca-
sos 25 minutos en la cuenca alta del Río Cataniapo variaba de acuerdo a la presencia o
no de un AMS. San Pablo, sin AMS, tenía casi dos veces más personas enfermas en ese
momento que San Pedro, que tenía AMS, representando el 69% y el 35% del total de sus
habitantes respectivamente (Zent 1992, censo sin publicar).
Los AMS están capacitados para tratar algunas afecciones “simples” directamente en
la enfermería de la comunidad, como algunas infecciones o parasitosis, aunque su do-
tación de medicamentos ha sido tradicionalmente muy pobre. Para afecciones graves
refieren al hospital de Puerto Ayacucho o al centro de atención médica más cercano, tales
como los ambulatorios rurales tipo II, que en teoría deben contar con médicos residentes
o, más recientemente, los centros de atención de la Misión Barrio Adentro (ver adelante),
que cuentan con médicos en todos los casos. Por ser miembros de las comunidades don-
de trabajan, los AMS conocen las dinámicas y la lógica interna que gobierna la toma de
decisiones respecto al tratamiento, por lo que dan a los pacientes mucha más confianza
y tranquilidad que la que transmiten los médicos del hospital. En algunos casos éstos
también coordinan sus actividades con los chamanes de la comunidad. De esta manera,
“Una vez que yo creo que alguien tiene una apendicitis, por ejemplo, yo le expli-
co que no se puede ir para su comunidad (...) Si viene del Cuao, lo llevo yo mismo,
personalmente, al hospital y después de que se opere le digo a los doctores que
no lo dejen muchos días ahí, porque se molestan del hospital. Ellos nunca se
acostumbran a estar hospitalizados. Siempre prefieren quedarse en su casa. (...)
¿por que? Porque ellos no tienen recursos económicos. No tienen con qué comer.
Aunque el hospital le da la comida al que está hospitalizado, pero ellos necesitan
Piaroas aplicando y recibiendo una inyección.
Ambulatorio San Pedro. Camilo Pérez, AMS de Gavilán.
193
comida para el acompañante también. Y cuando les dan a tomar jugo... Para ellos,
tomar jugo es como si tomaran agua, porque ellos están acostumbrados a un
poquito de mañoco y agua. En la mañana el hospital les da un poquito de avena,
con pancito, y café con leche. Pero el pan no es duro y cuando se moja se ablanda
todo, aunque uno lo ve así duro, pero no. En cambio el mañoco no. El mañoco
es lo que se toma por la mañana (...) Porque el mañoco es el que mantiene a la
gente con fuerza y evita que dé tan rapidito el hambre, sino que uno aguanta para
trabajar hasta el mediodía (...) Por eso es que a muchos pacientes con tuberculosis
se les hospitaliza, pero como el tratamiento toma mucho tiempo la gente se va del
hospital. Abandonan el tratamiento. Y al tiempo recae otra vez. Por eso es que
ahora es obligado que lo trate un AMS al paciente, tiene que estar pendiente si
tragó la pastilla, por ejemplo. Porque hay mucha gente que se la mete en la boca y
cuando se va el auxiliar la escupen. Por eso es que a mucha gente no le gusta que
los hospitalicen. Por los recursos, y se hace difícil para bañar al paciente: hay que
comprar jabón…” (Camilo Pérez, AMS, Gavilán).
Tabla 5. Personal de salud en las comunidades Piaroa del Estado Amazonas, 2006
MUNICIPIO ÁTURES
ARII Parhueña 1 +
ARI Manuare 1
ARI Las Pavas de Cataniapo 1
ARI Gavilán 2 +
ARI San Pedro de Cataniapo 1
ARI San Pablo de Cataniapo 1
ARI Alto Carinagua 1 +
ARI Botellón de Agua Linda 1
ARI Limón de Parhueña 1
ARI Betania de Topocho 1
ARI Babilla Pintao 1 +
ARI Pintao -
MUNICIPIO ATABAPO
ARI Caño Piojo 1
ARI Caño Mure -
ARI Ucata 1
ARI Puruname -
ARI Panaven -
ARI Guarinuma -
MUNICIPIO MANAPIARE
ARII San Juan de Manapiare 2 + 1 piaroa +
ARI Maco 1
ARI Camani 1
ARI Marieta 1
ARI Tavi Tavi 1
ARI Marueta 1
ARI Pozo Terecay 1
ARI Guanay 1
ARI Guayabalito 1
ARI Caño Maraca 1
MUNICIPIO AUTANA
ARII Isla Ratón 3 +
ARI Pendare 2
ARI Caño Uña 1
ARI Caño Guama 1
ARI Laguna de Moriche 1
ARI Mavaco de Autana 1
ARI Raudal de Ceguera 1
ARI Coromoto Cuao 1
ARI Raudal de Danto 1
ARI Caño Piedra 1
ARI Caño Grulla 1
Fuente: Dirección Regional de Salud del Estado Amazonas.
* ARI: Ambulatorio Rural tipo I; ARII: Ambulatorio Rural tipo II. ** (-) sin información; (+) presente
195
En los últimos dos años, el estado ha inyectado nuevos recursos para la formación de
personal local, a través de las misiones educativas del gobierno, y la construcción y dota-
ción de infraestructura, entre las que destacan la “Misión Barrio Adentro” (MBA). Barrio
Adentro, en Amazonas, ha consistido en la introducción de personal médico, sobre todo
de origen cubano, en comunidades indígenas, donde se desempeñan como médicos de
cabecera de éstas y de las comunidades circundantes.
En general, la percepción que los Piaroa tienen de los “médicos cubanos”, o los “cu-
banos” como se los conoce más comúnmente, es buena. La estadía permanente y los
intentos por integrarse a las comunidades son aspectos que contribuyen con esta apre-
ciación positiva. La mejoría substancial en la dotación de medicamentos que acompa-
ña a la MBA es otro motivo. Los médicos de la MBA atienden in situ, lo cual también
alienta a los miembros de la comunidad a atreverse a optar por el tratamiento biomédico,
pues les ahorra los inconvenientes del traslado al hospital. En varias entrevistas llevadas
operación, que muchas veces se traduce en animosidad abierta y celo profesional entre el
personal “venezolano” y el “cubano” (afectando tremendamente la calidad del servicio
que ambos prestan). Esto hace, por ejemplo, que se duplique la dotación de medicamen-
tos y esfuerzos en algunas regiones, pues la MBA tiene su propio sistema de dotación,
mucho más completo y desarrollado que el de la red nacional de ambulatorios, mientras
las comunidades de tierra adentro siguen desasistidas. También duplican el registro epi-
demiológico, pues los médicos de la MBA reportan por su cuenta con planillas epidemio-
lógicas que difieren en formato y concepción de las del Ministerio de Salud, con lo cual
es frecuente encontrar registros epidemiológicos que no coinciden a pesar de provenir de
un mismo ambulatorio, donde reside personal del Ministerio de Salud y de la MBA. Esto
constituye una traba para la planificación en salud pública, pues sólo contribuye a hacer
confusa la ya precaria información epidemiológica existente.
Desde el 2005, la MBA se ha insertado en las misiones educativas del gobierno central
para la formación de personal médico indígena, principalmente Auxiliares de Medicina
Simplificada interesados en recibir educación de nivel universitario. La educación del
personal médico se está llevando a cabo en Puerto Ayacucho, lo que facilita la continui-
dad de los estudios, y aunque es muy temprano para emitir un juicio al respecto, lo con-
sideramos muy positivo pues este proceso podría suplir algunas de las deficiencias del
sistema médico Amazónico en el largo plazo, como la falta de medios de comunicación
entre el personal médico y la realidad indígena predominante.
Otros programas recientes de los que se han beneficiado algunas comunidades pia-
roa de la periferia, especialmente las cercanas a Puerto Ayacucho, que a menudo son
tratadas como comunidades peri-urbanas, son los programas de asistencia alimenticia,
como los mercados familiares y los comedores populares. Estos últimos han sido gene-
ralmente incorporados por las comunidades como comedores para niños y suelen fun-
cionar en paralelo a la escuela. Los comedores populares contrastan con la información
nutricional que presentamos en este capítulo, pues como vimos los Piaroa de la periferia
no presentan problemas de nutrición y tienen un sistema agroproductivo bien desa-
rrollado (ver arriba). Otros programas como la construcción de escuelas bolivarianas
también están teniendo un gran auge en la región, aunque la ausencia de los niños en
las actividades agrícolas de sus padres y la poca adaptación de los planes de estudio a
la cultura piaroa podrían tener un impacto negativo en la capacidad productiva de las
comunidades en el largo plazo. El nuevo régimen educativo de estas escuelas incluye
actividades de mañana y de tarde, así como la inclusión de niños de muy temprana edad
197
en la preparación y cuidado pre-escolar, lo que choca con la rutina agrícola de las comu-
nidades y con el proceso de aprendizaje agro-ecológico de los niños, quienes aprenden
de sus padres a medida que comparten tiempo de trabajo con ellos y se integran en las
actividades productivas de la familia. Éste es un aspecto que ya había sido interrumpido
por el viejo régimen educativo, ya que las actividades agrícolas suelen tener lugar en la
mañana, pero el régimen actual de día completo y pre-escolaridad agrava esta tendencia
al alejar a los niños de sus padres la mayor parte del día. Muchos de estos programas,
más allá de la buena intención que los acompaña, necesitan una revisión a fondo de sus
métodos y objetivos en vista de la realidad indígena en la cual se están insertando, que
hasta el momento ha sido ignorada por completo. Sin embargo, coincidimos en que un
aumento razonado en el gasto de salud en comunidades piaroa redundará en una mejo-
ría substancial en su calidad de vida, algo que como vimos a lo largo de este capítulo no
tiene por qué chocar con la continuidad de su cultura ni de sus modos de producción y
reproducción social.
han llevado a cabo en Brasil con éxito y se están llevando acabo ahora mismo entre los
Yanomami de Venezuela; ver capítulo Yanomami en esta misma serie). Como vimos a lo
largo de este capítulo, los modelos de salud piaroa rara vez chocan con la aplicación de
políticas de salud biomédica, por lo que la criollización no tiene por qué verse como un
elemento indispensable para la formación de personal local en salud.
Asimismo, el estado debe adecuar los planes de desarrollo social (tales como las mi-
siones) a la realidad indígena, en general, y piaroa, hiwi, curripaco, etc., en particular. La
descoordinación y falta de criterio en la prestación de servicios biomédicos, por ejem-
plo, genera registros epidemiológicos conflictivos que ayudan poco a comprender la ya
complicada y subregistrada situación epidemiológica del estado. La falta de adecuación
de los planes de desarrollo social también generan incoherencias como la dotación de
asistencia alimenticia a comunidades que no tienen deficiencias nutricionales ni proble-
mas para procurarse alimento. Esto es particularmente paradójico en un momento en
que esta ayuda es vital para otras poblaciones que están amenazadas en su capacidad de
reproducción social debido a la merma de su capacidad productiva (ver capítulo sobre los
Pumé para un ejemplo). Además, esta inadecuada dotación de servicios produce vicios
les. Endemias probablemente relacionadas, como la malaria y las parasitosis, que afectan a
la mayor parte de su población de manera crónica, necesitan de investigación orientada a
encontrar soluciones a largo plazo y no solamente con criterios de atención de emergencias.
En este sentido los Piaroa tienen un poderoso cúmulo de conocimientos y prácticas agrofo-
restales que podrían ser incorporadas a las estrategias locales de desarrollo, no sólo de sus
comunidades sino también de comunidades vecinas, incluidas las criollas, que tienen proble-
mas para procurarse alimentos de manera sustentable. La gran ignorancia que existe sobre
el valor nutricional, la productividad y la forma de consumo de la mayoría de los alimentos
provenientes de los conucos piaroa no permite desarrollar estrategias que los inserten a las
políticas de seguridad alimentaria y complementariedad nutricional del estado. El valor de
plantas como el pijiguao (rica en vitamina A y hierro) en la lucha contra la anemia, por poner
un ejemplo, ha sido completamente ignorado en la implementación de comedores populares
en comunidades indígenas donde la malaria es endémica. Creemos que es en esta dirección
que debe orientarse la mayor parte de la investigación sobre salud en la actualidad, así como
en la producción de información accesible a los actores involucrados en mejorar la calidad de
vida y la salud de los Piaroa, en cuyo contexto se inserta esta publicación.
Apéndice
Notas sobre la or tografía piaroa
Vocales
/i/, /e/, /u/, /o/ – suenan igual que en castellano; /ä/ – es una vocal baja, anterior, no re-
dondeada, como la /a/ corta del inglés (ej. cat); /ü/ – alta, media, no redondeada, parecida
a la /u/ corta y alta del inglés (ej. put) pero más cerrada y tensa; y el signo /¸/ debajo de
una vocal representa nasalización vocal, que es muy frecuente en el piaroa.
C onsonantes
/p/, /b/, /t/, /d/, /qu/, /cu/, /m/, /n/, /j /, /s/, /r/, /y/ – igual que en castellano; /pp/ – oclusiva
bilabial, sorda, aspirada, como la /p/ del castellano pero con salida muy aspiriada; /‘p/ – oclu-
siva bilabial, sorda, glotalizada, como la /p/ del castellano pero con salida muy explosiva;
/tt/ – oclusiva alveo-dental, sorda, aspirada, como la /t/ del castellano pero con salida muy
aspirada; /‘t/ – oclusiva alveo-dental, sorda, glotalizada, como la /t/ del castellano pero muy
explosiva; /ch/ – oclusiva africada alveo-palatal, sorda, no aspirada, como la /ch/ del caste-
llano pero más pre-palatal; /‘ch/ – oclusiva africada alveo-palatal, sorda, glotalizada, como la
/ch/ del castellano pero más pre-palatal y con salida más explosiva; /c/ – oclusiva velar, sorda,
no aspirada, como la /c/ del castellano en posición inicial (ej. canto); /k/ – oclusiva velar, sorda,
aspirada, como la /c/ del castellano en posición intervocal (ej. boca); /‘c/ – oclusiva velar, sor-
da, glotalizada, como la /c/ del castellano pero con salida más explosiva; /‘qu/ – oclusiva velar,
sorda, glotalizada, como la /qu/ del castellano pero con salida más explosiva; /‘cu/ – oclusiva
labiovelar, sorda, glotalizada, como la /cu/ del castellano pero con salida más explosiva; /‘/
– oclusiva glotal, sorda, suena como un pequeño corte entre dos vocales o como una breve
parada antes de una consonante; /ju/ – fricativa bilabial, sorda, como la /ju/ del castellano
(ej. juego); /hu/ – aproximante bilabial, como la /hu/ del castellano (ej. hueco) aunque en
posición intervocal suena más como la /v/ de castellano (ej. nuevo); /b/, /d/, y /y/ antes de una
vocal nasalizada suenan como /m/, /n/ y /ñ/ respectivamente.
203
B i bl i o g r a f í a
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Padres Jesuitas con la expedición de la Línea Divisoria entre España y Portugal en la Península
Austral y orillas del Orinoco”, en Documentos jesuíticos relativos a la historia de la Compañía
de Jesús en Venezuela [Tomo I]. J. del Rey (compilador). Fuentes para la Historia Colonial de
Venezuela, Vol. 79: 215-333. Caracas: Academia Nacional de la Historia.
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Centro Amazónico de Investigación y Control de Enfermedades Tropicales (CAICET). 2004.
La producción de conocimiento sobre salud en el Amazonas Venezolano. Un enfoque ecológico,
epidemiológico y socio cultural para el análisis de sistemas complejos y el diseño de estrategias
L os A u tores
La salud . 237
Concepción de la salud . 237
Ciclo de vida y crianza . 240
Alimentación . 242
Mortalidad . 245
Recomendaciones . 255
Líneas de acción prioritarias . 257
Líneas de investigación prioritarias . 257
Recomendaciones generales . 258
TABLAS
Tabla 1. Comunidades “yabarana” . 225
Tabla 2. Enfermedades más comunes . 247
Tabla 3. Plantas comúnmente usadas por los Yabarana . 251
Tabla 4. Algunas plantas de origen criollo usadas por los Yabarana . 251
Tabla 5. Acceso a profesionales de la salud . 256
Bibliografía . 259
Página anterior
China, yabarana de San Juan de Manapiare.
211
R es u men
E D O . B O L Í VA R
cito
E D O . B O L Í VA R
Paru
Platanal
Co. Yavi
C orobita
5º30’
cito
Paru
na
ua
Ig
C hirinos
M ajagua
C olmena
Ma
jag
ua
Ventuari
Ve
n t ua
ri
5º
0 5 10 15 20 25 50km
rú
Pa
66º 65º30’
Yabarana.
213
Precontacto
La tradición oral de los Yabarana establece que el mundo, tal como lo conocemos, fue
moldeado por las acciones y aventuras de varios personajes míticos, en especial los her-
manos Mayowaca y Ochi (Giordani 1997; Wilbert 1959, 1966). Mayowaca, el mayor de
los hermanos, sacó a los grupos yabarana de varios cerros. Esta tradición es mejor recor-
dada, aunque en forma fragmentada, por adultos de 50 o más años de edad. La persona
que la conocía mejor, una anciana llamada Lucía Pérez, quien se auto-identificaba como
guaiquiare, falleció en 1997.
La etimología del gentilicio “yabarana” es un misterio tanto para los antropólogos
como para los Yabarana de hoy. Las primeras fuentes escritas que mencionan un gru-
po indígena llamado “yabarana” o algo similar, datan del siglo XVIII (Coppens 1998;
Giordani 1997). Entre éstas se encuentran los mapas de Juan de la Cruz Cano y Olme-
dilla (publicado en 1775) y de Luis de Surville (publicado en 1778); ambos localizan
gente “yavarana” en el área del alto Manapiare. Igualmente, en su Saggio di Storia
Americana -uno de los textos más importantes de este período- el Padre Filippo Salva-
tore Gilij (1987, I: 129) registró la existencia de “Yavaranas” cerca del Río Manapiare.
Pero Gilij no menciona conversaciones o interacciones con los Yavaranas, a quienes
Para 1767 las relaciones entre indígenas y españoles se habían deteriorado bastante,
especialmente luego de que el gobernador de Angostura (hoy Ciudad Bolívar), Don Ma-
nuel de Centurión, iniciara una campaña agresiva de colonización del Orinoco, destina-
da a consolidar la hegemonía española en la zona y penetrar profundamente en tierras
indígenas. Bajo su mando se construyeron 19 fuertes pequeños que conectaban Angos-
tura con La Esmeralda. Los Ye’kuana repudiaron la incursión en alianza con otros gru-
pos indígenas, entre los cuales estaban los Yabarana, y destruyeron los fuertes en 1776
(Guss 1989: 12). Los Caribes también atacaron fuertes y misiones durante este período,
pero cuando los españoles consolidaron su control sobre el Orinoco, tuvieron que desa-
rrollar rutas terrestres para sus actividades predatorias. Los Caribes se adentraban por el
Río Caura hasta el Manapiare y el Ventuari para esclavizar a otros indígenas, tales como
los “Areverianos”, que luego intercambiaban con los holandeses y los franceses (Caulín
1966: 124-125; Gilij 1987, I: 129). Sin embargo, los areverianos tenían tratos comerciales
esporádicos con los Caribes. El Padre Bueno (1965: 147), un misionero franciscano del
siglo XVIII, los consideró un grupo mixto que había decrecido por pugnas internas y el
comercio de esclavos de los Caribes. Los Areverianos aparentemente habían buscado
refugio entre otros grupos vecinos o se habían mezclado con ellos por ser un grupo pe-
queño. Bueno (1965: 143) también menciona a los “Yabarana”, pero no explica sus lazos
con los “Areverianos”, si es que existían.
Yo no he encontrado nunca referencia de los Areverianos entre los Yabarana actuales.
Lucía, una anciana yabarana, relató que la mayoría de los antiguos habitantes del Ven-
tuari habían desaparecido antes o a principios del siglo XX. De los cuentos de sus fami-
liares más ancianos, Lucía deducía que estos habitantes del Ventuari estaban relaciona-
dos con los “Amallana”, gente que había ocupado las tierras adyacentes al Río Parucito
y que ella consideraba la población de los “antiguos” o antepasados de los Guaiquiare
y Orechicana. En términos de territorios étnicos, Lucía asociaba a los Guaiquiare con
el alto Parucito y a los Orechicana con el Chivapure. Según ella, “los racionales” (no
indígenas) fueron los que popularizaron el uso del nombre yabarana tanto entre la po-
blación antigua del Ventuari como entre los Guaiquiare y Orechicana que incursionaban
por el Ventuari. Es probable que los Areverianos y los Amallana fueran la misma gente
y que estos hayan sido segmentos de un grupo mayor, internamente dividido en varios
subgrupos con sus propios dialectos (amallana, areverianos, guaiquiare y orechicana).
Es posible que estos subgrupos estuvieran pasando por un proceso de diferenciación
cultural que se vio interrumpido por la invasión europea. Paul Henley (1983-84: 174)
215
ha sugerido que los Areverianos eran Yabarana y, al igual que Coppens (1998) y Muller
(1975), también sugirió que los Yabarana estaban relacionados con los Mapoyo y Tama-
naco (Henley 1975, 1983).
Otra posibilidad es que en un pasado distante estos no fueran subgrupos de un mismo
conjunto sino distintos grupos caribes que se asemejaron debido al contacto (ej. alian-
zas matrimoniales e intercambio comercial). Los trastornos demográficos causados por
la invasión europea podrían haber aumentado la necesidad de alianzas matrimoniales
entre estos grupos, reforzando la mezcla biológica y cultural. Investigaciones arqueoló-
gicas a lo largo de los ríos Parucito, Manapiare y Ventuari, así como estudios lingüísticos
de los Yabarana y sus vecinos de habla caribe podrían ayudar a esclarecer estas incóg-
nitas en el futuro.
Poscontacto
medades introducidas por los europeos dentro y fuera de las misiones, las incursio-
nes esclavistas de los Caribes y las pugnas intra e inter-étnicas que surgieron por la
situación colonial no fueron las únicas causas del colapso demográfico vivido por los
Yabarana y sus vecinos. La extracción de varios productos forestales, como el caucho
(Hevea sp.) y el balatá (Manilkara bidentata), también contribuyeron a la baja demográ-
fica y al desplazamiento de población.
Hacia finales del siglo XIX, San Fernando de Atabapo se convirtió en un centro
de actividad económica debido a la extracción de varias resinas, fibras y maderas del
Amazonas venezolano (Iribertegui 1987: 199). Aunque el sistema de trabajo forzado y
endeudamiento se propagó por el Amazonas, muchos indígenas participaron en estas
actividades económicas voluntariamente (por lo menos al comienzo) para poder obte-
ner artículos comerciales introducidos en la zona por los no-indígenas (ibid.: 152-153,
296-318). Otros indígenas decidieron adentrarse en el bosque para alejarse (esconder-
se) de los “blancos” (tal como los Piaroa, que se adentraron en el Río Sipapo, ver Zent
1992). Durante este período de actividad económica, que corre casi hasta la mitad del
XX, algunos yabarana fueron trasladados al alto Orinoco, el Siapa, el Casiquiare, el
Río Negro, Brasil, y Colombia. Durante estos traslados entraron en contacto con otros
grupos indígenas que no conocían o no conocían muy bien hasta entonces (tales como
los Baniba y los Curripaco). Otros yabarana, como los parientes de la finada Lucía y
Rafael Cayupare, huyeron de los campos de extracción y se adentraron en los montes
1. Johannes Wilbert (1959: 11-12, 1966: 125), luego de se convirtió en un término global para todos. Durante su
su viaje a San Juan de Manapiare y el Parucito en el 1958, viaje, Wilbert observó que los “Yabarana” a lo largo del
también sugiere que los Yabarana, Guaiquiare, y Orechi- Manapiare y Parucito incluían a personas de origen mixto
cana son subgrupos de un pueblo más grande denomi- (guaiquiare, orechicana, maco, macú de la zona del Río
nado “Yabarana”. Pero ninguno de estos autores explicó Negro, panare, piaroa, y criollo).
cómo o por qué la designación yabarana se generalizó y
218
precisa sobre la situación de los Yabarana. Koch-Grünberg se encontró con dos cu-
riaras de yabarana que viajaban por el Asita, tributario del Río Ventuari, y relató que
tenían adornos pintados en el cuerpo, si bien lucían enfermos y débiles. El explorador
alemán comprendió que parecían querer evitar contacto directo con los no-indígenas
(Koch-Grünberg 1979, I: 366). De su texto, al igual que el del viajero Arthur O. Friel,
se deduce que la economía de extracción de productos forestales había motivado la
búsqueda de refugios en zonas inaccesibles para los criollos. Friel relató que los “Ya-
varana” se habían retirado del Ventuari hacia una zona más alejada del Río Manapiare
(Friel 1924: 275-76). Además, indicó que los Guayciaros (Guaiquiares) y Curacichanas
tenían enfrentamientos hostiles con sus vecinos –especialmente los Guayciaros– y
raras veces viajaban al Ventuari. De acuerdo con mis propios informantes, estos en-
frentamientos eran motivados por la protección de tierras contra incursiones de otros
grupos indígenas y no-indígenas, así como por el deseo de capturar mujeres de grupos
vecinos. Pablo Anduze (1976: 337) y el finado ye’kuana Horacio Asiza (comunicación
personal con la autora, 1990) también mencionaron enfrentamientos entre los Yabara-
na y los Piaroa. Los patronos criollos frecuentemente usaban indígenas más criolliza-
dos para localizar y reclutar otros indígenas como fuerza laboral, lo cual incrementaba
las tensiones entre indígenas.
La explotación cauchera en Venezuela colapsó poco después de 1912, pero cobró un
segundo auge durante la segunda guerra mundial, mientras los japoneses cortaron el
acceso a las plantaciones de caucho en Asia. Aunque no se escuchan en la zona las his-
torias de explotación que caracterizaron el siglo XIX y principios del XX, si hay quejas
de irregularidades y abusos que han persistido hasta el presente. Durante este período,
algunos yabarana trabajaron para Néstor González recolectando balatá y pendare (Cou-
ma o Mimusops sp.) bajo el esquema de endeudamiento y peonaje, por el cual quedaban
debiendo al final de la temporada (Anduze 1976: 327-331). Algunos hacendados criollos
criaban niños indígenas que luego convertían en sus peones, con lo cual combinaban la
dimensión laboral con lazos familiares que les permitían demandar más de sus trabaja-
dores, en quienes inculcaban un sentido de deber y lealtad hacia el patrón criollo desde
pequeños. Los yabarana más viejos recuerdan que estas relaciones eran en parte estimu-
ladas por los mismos yabarana, quienes entregaban niños (generalmente varones) a los
patrones criollos o a otros indígenas a cambio de mercancía. Aunque algunas de estas
transacciones no eran sino artimañas para obtener productos occidentales (pues los pa-
dres en realidad no pensaban apartarse de sus hijos), otros las utilizaban para establecer
219
lazos económicos que garantizaran el acceso a la mercancía foránea. Los poblados en los
que estos jóvenes crecían, así como los campamentos en los que residían temporalmente
cuando recolectaban y procesaban los productos obtenidos, eran lugares multi-étnicos
compuestos por criollos e indígenas y a veces por negros y personas de otras nacionali-
dades (brasileros y colombianos).
De esta manera, durante los siglos XIX y XX la zona del Ventuari, Manapiare, y Paru-
cito se abrió gradualmente a más criollos, indígenas de otras partes, misioneros, viajeros
nacionales e internacionales y funcionarios del gobierno. Las tierras donde hoy está el
pueblo de San Juan de Manapiare eran bien conocidas por los Yabarana y sus vecinos
indígenas ya que eran buenas para la caza de danta y otros animales silvestres. A co-
mienzos de los años cuarenta del siglo pasado, Melisio Pérez comenzó a establecerse
en el área en forma permanente. Las actividades comerciales de Melisio con la sarrapia
(Coumarouna sp.) y el pendare atrajeron a otros criollos e indígenas al lugar (especialmen-
te piaroa, hiwi y baré), de manera que para los años 50, los Piaroa se habían convertido
en el grupo más numeroso del pueblo. La “piaroización” (aculturación de los Yabarana
por los Piaroa) que los Yabarana han experimentado desde entonces debe entenderse en
relación con este trasfondo demográfico y económico (Mansutti 1990: 42).
Los Yabarana que vivieron ese período tienen memorias gratas sobre Melisio, pues
él adoptó varias costumbres indígenas y no los maltrataba como habían hecho otros
patronos en el pasado. De hecho, Melisio tuvo tres esposas yabarana y fue el “patrón
San Juan se convirtió en un área activa durante los años 60 y 70 del siglo pasado pues
fue un centro clave para las operaciones de CODESUR (Comisión para el Desarrollo
del Sur), cuyo objetivo era modernizar y desarrollar el Territorio Federal Amazonas y
el sur del Estado Bolívar (Frechione 1985: 12-13). CODESUR atrajo personal técnico y
militar que trabajó en conjunto para urbanizar la zona, estudiar su capacidad agrícola
y determinar el potencial de sus recursos naturales. Durante este período desarrollis-
ta algunos yabarana (principalmente hombres) fueron contratados como baquianos,
carpinteros u otros oficios, y una serie de proyectos fueron implementados en las co-
munidades indígenas, incluyendo las de Majagua y Chirinos, con el propósito de mo-
tivar y enseñar a los indígenas a sembrar cultivos de valor comercial para los criollos
(cacao, maíz y caraotas) y criar animales domésticos destinados al mercado (cochinos
y ganado). Las empresas indígenas fueron muy populares en este período (Arvelo-Ji-
ménez 1980) y a través de ellas llegó equipamiento agrícola a varias comunidades (ej.
carretillas, semillas, cigüeñas para rallar yuca, picos y alambre de púa). Las activida-
des auspiciadas por CODESUR cesaron tan abruptamente como comenzaron, con la
elección de Carlos Andrés Pérez como presidente, en 1974. A pesar de ello, CODESUR
logró una fuerte integración de los grupos indígenas de la región a la economía na-
cional, además de contribuir a la criollización indígena y al surgimiento de “indígenas
campesinos”. Luego de una breve estadía entre los Yabarana, Sotillo y Mosonyi (1975:
31) reportaron que una tercera parte de la población ya no podía hablar su lengua de
2. La muerte de los más ancianos, como la de Lucía Pérez China (hija de Lucía) ya no recordaba con claridad algunos
en 1997, contribuye a las contradicciones y confusiones mitos y la afiliación étnica de algunos parientes que su
pues los Yabarana tenían una sociedad oral y los viejos finada madre había mencionado en su presencia y que yo
conservaban la memoria del grupo. Incluso luego de haber grabé en los años 1989-90, 1993 y 1997.
sido fundada la escuela de la misión Salesiana en San
Juan de Manapiare, pocos asistían con regularidad. Recién 3. El hecho de que los Yabarana se comparan con otros
a partir de la década del sesenta la mayoría aprendió a grupos como los E’ñapa, jodï, Ye’kuana, Hiwi, y criollos,
escribir y leer castellano; no obstante, no muchos dominan indica que ellos se juzgan diferentes (tienen su propia
bien estas destrezas hoy en día pues no las usan en su identidad).
vida diaria. En agosto del 2005, por ejemplo, noté que
223
Situación actual
Hábitat
Las comunidades yabarana actuales están ubicadas en las cercanías de las riberas del Río
Parucito y utilizan el bosque de galería y los bosques de tierra adentro para la agricultura.
Esta ubicación les da acceso además a las sabanas cercanas al bosque de galería, que utilizan
de manera diferenciada dependiendo de la estación y la elevación del terreno; la mayoría se
inundan durante el invierno (la temporada de lluvias). En términos generales, en las saba-
nas practican la caza (especialmente de venado), explotan los morichales y las palmas de
corobita y pastorean el ganado. Atravesando las sabanas o navegando por varios caños, los
Yabarana pueden llegar a zonas boscosas elevadas (cerros y sierras), pero estos viajes no son
tan frecuentes hoy como en el pasado, pues no utilizan la gran variedad de recursos fores-
tales utilizados por sus antepasados (ej. hongos comestibles y varias plantas medicinales
que crecen en zonas altas y/o húmedas del bosque tropical). Como sugieren los testimonios
orales de los yabarana más ancianos y los fragmentos de artefactos arqueológicos que se ha-
yan en algunas de sus comunidades, este patrón de asentamiento no es nuevo. Las fuentes
históricas y su propia historia oral indican que se han alejado y acercado al Ventuari, el Ma-
napiare y el Parucito y a caños como el Majagua y Banderita, dependiendo de los diferentes
eventos históricos por los que han atravesado. Sabemos por ejemplo que durante la época de
4. En este trabajo empleo la palabra “casado/a” para indi- se casan “oficialmente”, es decir, no todos tienen licencias
car una unión sexual no pasajera. No todos los Yabarana de matrimonio.
Pescador en el Manapiare.
Piraña. Fotografías Kike Arnal.
225
las comunidades yabarana lo están) y (3) los Piaroa son el grupo con el que los Yabarana
se han mezclado más, lo cual coincide con la forma de clasificar comunidades en otras
partes de Amazonas (para el caso de los Tatuyo de Colombia ver Dufour 1987). Remon-
tando el Río Parucito encontramos las siguientes comunidades (tabla 1):
(En agosto del 2005 encontré una pareja yabarana (♂) - jodï (♀); no habían
Majagua
tenido hijos hasta el momento. La mujer jodï tenía parientes jodï en San Rafael
Capitán-Jesús
de Corobita.
En Majagua también ha habido uniones con criollos que si habían tenido hijos.
Pero el grupo no-yabarana predominante es el piaroa).
Corobita Yabarana/Piaroa/Panare
Capitán-Rafael Cayupare
Suplente-Emilio (hijo de (Los miembros de esta comunidad coinciden con los de San Rafael de Corobita.
Rafael Cayupare) Viajan de una comunidad a la otra regularmente pues quedan cerca. Corobita se
fundó antes que San Rafael de Corobita.)
Yabarana/Piaroa/Panare
San Rafael de Corobita (En esta comunidad también ha habido uniones con criollos que tuvieron hijos.
El grupo no-yabarana que predomina es el piaroa.
Capitán y suplente como en
En agosto del 2005 encontré un contingente jodï viviendo aquí, pero ninguno de
Corobita. sus miembros se había casado con los residentes habituales de la comunidad.
Aunque hay otros asentamientos a lo largo del Parucito y sus afluentes, éstos no son
comunidades indígenas sino hatos (ej. el del señor Castañeda, cuya esposa es yabarana y
tiene hijos con ella). Los Yabarana de San Juan de Manapiare viven entre otros residen-
tes del pueblo (indígenas y criollos) y no tienen un sector o barrio aparte para ellos. Al
igual que los Yabarana del Parucito, se han casado con miembros de otros grupos (criollo,
Hiwi, Piaroa y Ye’kuana).
Aproximadamente desde finales de los sesenta y hasta los ochenta, los Yabarana vi-
vían y transitaban más por las tierras del bajo y medio Parucito. Viajes hacia el alto
226
Parucito y la frontera con el Estado Bolívar no eran tan frecuentes como lo habían sido
en épocas pasadas. Esto se debía a que San Juan de Manapiare y los hatos cercanos eran
polos de atracción donde se podían obtener mercancías y, de vez en cuando, empleo
temporal. Además, los Yabarana y sus co-residentes podían obtener suficientes recursos
naturales en esas tierras. Con el tiempo, los residentes de San Juan de Manapiare, bus-
cando su sustento en una región donde la población aumentaba y los recursos mengua-
ban, comenzaron a viajar hacia el Parucito con más frecuencia para pescar, cazar, pasear
y buscar frutos de palma, leña y otras cosas. Unos pocos transportaban turistas (esto en
asociación con los dueños de las agencias turísticas). Algunos criollos también llegaron
a pastorear su ganado en las sabanas cercanas al Río Parucito, como si la zona fuera de
terrenos baldíos. Por todo esto, en los noventa los Yabarana comenzaron a pensar que
era necesario establecer viviendas y conucos río arriba, como una manera de indicar
claramente su presencia y reclamar sus tierras ancestrales. Algunos yabarana (y piaroa)
también consideraron que les convenía criar ganado pues el pastoreo de estos animales
requiere grandes extensiones de tierra y así los criollos verían que las tierras estaban
siendo usadas. El clima político y social del momento les sugería que para continuar su
modo de vida, debían adoptar más prácticas criollas. Pero cuando conocí a los Yabarana
en 1989 no tenían la cantidad de ganado que tienen hoy en día y las comunidades de Co-
robita y San Rafael de Corobita no existían. Luego de que el ganado en Corobita aumen-
tara y comenzara a dañar los conucos, los residentes decidieron fundar otra comunidad
-San Rafael de Corobita- un poco retirada de la primera. Estas dos comunidades están
ubicadas en lugares ocupados por generaciones pasadas.
Durante mis primeros viajes a San Juan de Manapiare varios criollos comentaron
que los Yabarana eran perezosos pues no ponían sus tierras a “producir”. Dado que
los Yabarana son un grupo pequeño, mucha gente en San Juan de Manapiare piensa
que tienen acceso a muchísima tierra. Pero como los mismos yabarana de Majagua
me comentaron en agosto del 2005, se tiende a ignorar el hecho de que grandes ex-
tensiones de tierras yabarana se inundan durante el invierno, que la población en las
comunidades del Parucito va en aumento y que los indígenas del Parucito (yabarana
y de otras etnias) básicamente viven de los recursos naturales de su medioambiente.
Además, ganaderos como Hermann Zingg y el señor Castañeda han acaparado más
tierra para pastorear su ganado (que también ha aumentado desde los ochenta). La
frontera ganadera se está expandiendo en la zona del Parucito y los indígenas están
participando en este proceso.
227
aunque mucho menos frecuentemente con estas últimas, y las mujeres nunca pescan
con arpones o arco y flecha. Ambos sexos recolectan gusanos de seje, huevos de tor-
tuga, frutos silvestres y otros productos. Los hombres son los que trepan las palmas
para obtener sus frutos (tales como el seje) y generalmente son los que recogen miel
de abeja silvestre.
La comida que se trae al hogar es compartida entre sus miembros y la tacañería y el
acaparamiento de productos comestibles para uso individual son mal vistos (lo que no
aplica si se trata de extraños). A pesar de los cambios experimentados durante las últi-
mas décadas algunos hombres y mujeres aún comparten la carne de caza (y el pescado)
con sus parientes dentro de la comunidad. No obstante, los Yabarana más ancianos se
quejan de la mezquindad que perciben en los más jóvenes, quienes, a su modo de ver,
son más egoístas y holgazanes que los de las generaciones anteriores. No hay rituales
en la actualidad en los que se distribuya comida a nivel de la comunidad y las pocas
ocasiones en las que se distribuyen alimentos suelen deberse a reuniones de carácter
político. El único artículo que aún se reparte dentro y fuera de la red familiar, o sea, cuya
distribución alcanza a parientes y no parientes, es el yarake.
Organización social
L a familia
Como es común entre los pueblos indígenas del Macizo Guayanés, los Yabarana tie-
nen una preferencia por el matrimonio entre primos cruzados, que aún es bien visto y se
practica cuando es posible. Sin embargo, en vista de las dificultades para llevar a cabo
esta preferencia, debido al reducido número de habitantes por comunidad, la preferencia
por un matrimonio endogámico se materializa en la unión de miembros de familias
aliadas; por ejemplo, con el matrimonio de hombres yabarana con mujeres piaroa que
pertenecen a una misma familia extendida piaroa. Los matrimonios con criollos no son
comunes y cuando ocurren suelen ser uniones entre mujeres yabarana con criollos, pero
por lo general son uniones de corta duración. Los hombres, por su lado, tienden a casar-
se con mujeres indígenas, sean éstas yabarana o de otra etnia. Los Yabarana no tienen
rituales nupciales, pero aún es común que el hombre platique con los padres de su esco-
gida (especialmente con su padre). Trabajar para los padres de la novia (bride service) es
una tradición que algunos hombres aún practican, pero de manera más relajada que en
el pasado. En vez de rendir servicios por varios años a sus suegros, un hombre puede hoy
ayudar talando el conuco que se abrirá ese año o reparando una casa. Este trabajo de cor-
ta duración puede ser complementado con regalos en mercancías, como nylon, anzuelos
o cartuchos para escopetas. Aunque hoy los padres de las muchachas son más flexibles
con estos arreglos, aún esperan que sus yernos los ayuden de vez en cuando y esperan
que la pareja trabaje para sustentar a los hijos que resulten de la unión. Los yernos y
nueras considerados “flojos” son criticados, especialmente por las suegras.
Todas las comunidades tienen un capitán, pero no tienen líderes religiosos. Los Yaba-
rana más viejos recuerdan que las familias extendidas, base del asentamiento tradicional,
tenían un hombre adulto como líder que mantenía la cohesión de la comunidad. Los
Yabarana adoptaron de los criollos el uso de la palabra “capitán” para estos líderes, los
cuales eran buenos oradores, organizaban el trabajo, las fiestas comunales, coordinaban
viajes para intercambiar productos con grupos vecinos y mantenían el orden sin usar
la fuerza, pues eran hombres respetados. El capitán Pedro García es recordado como el
último de estos líderes por los más ancianos del grupo. En 1989, sin embargo, la mayoría
de los Yabarana esperaban que sus capitanes supieran leer y escribir debido a la in-
fluencia de las agencias del gobierno y los promotores de empresas indígenas. Asimismo,
habían incorporado la idea de elecciones a nivel de comunidad, lo que creó tensiones
230
en la comunidad de Majagua donde un hombre más joven (Guaica), que escribía y leía
castellano, desplazó a un tío paterno (Rafael Cayupare) como capitán. El valor del rol de
los ancianos y sus tradiciones experimentó un repunte con las discusiones y reuniones
que surgieron a raíz de la transición del Territorio Federal Amazonas a Estado, las dis-
cusiones de la Asamblea Nacional Constituyente y la nueva Constitución de Venezuela
(Giordani 2002b), 5 aunque saber leer y escribir continúan siendo factores importantes
del liderazgo. Hoy en día, sin embargo, cuando un capitán no posee estas destrezas, se
designa un “suplente”. Este es el caso en San Rafael de Corobita y Chirinos, donde los
capitanes (Rafael Cayupare y Simón) ni leen ni escriben pero tienen suplentes (Emilio
en San Rafael y Sapo en Chirinos).
Organizaciones de base
5. El Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho, en espe- importante en esos talleres (ver La Iglesia en Amazonas
cial su oficina de Derechos Humanos, jugó un papel muy 1999 y Sendas 1998).
231
La Iglesia Católic a
aparece en un panfleto del 2004 de la OIYAPAM. En el 2005, sin embargo, los Yabarana
se quejaron de que las investigaciones de las invasiones de sus tierras demoraban mucho
y que no veían resultados reales.
La Misión Salesiana en San Juan de Manapiare ha facilitado conexiones con otras
instituciones que forman parte de la red de contactos del Vicariato como, por ejemplo,
con el Centro Agroecológico y de Capacitación Integral de la Cosmopolitana (Meta,
Colombia), donde un pequeño grupo de yabarana tomó cursos en el pasado. Los
Salesianos han elaborado también varios proyectos para las comunidades indígenas,
muchos de los cuales han recibido financiamiento del estado. Aunque estos proyec-
tos parecen surgir de las buenas intenciones de quienes los proponen y ejecutan, la
realidad es que muchos son concebidos sin una buena idea de la situación real de las
comunidades y sus impactos a largo plazo. El problema, además de la subestimación
del conocimiento indígena que muchos programas revelan, es que suelen constituir
un mal uso de recursos financieros. Uno de los proyectos Salesianos que sí ha tenido
buenos resultados fue el de “voceros de las comunidades”, que tenía por objetivo
entrenar a miembros de la comunidad en el uso de radios de mano y grabadoras para
convertirlos en “reporteros” comunitarios. Estos reporteros transmitirían luego noti-
cias y mensajes desde sus localidades que serían difundidos a través de la estación de
radio del Vicariato en Puerto Ayacucho. Entre otros usos, la radio les permite recibir
y enviar recados entre familiares y residentes de comunidades distantes, como las
ORPIA y el CONIVE
Sus relaciones con estas organizaciones son esporádicas y se reducen a los períodos de
campañas políticas y reuniones en las cuales estas organizaciones solicitan un represen-
tante. El ex-alcalde de descendencia yabarana, Benjamín Pérez, es la persona que más
ha tratado con estas ONG.
Gubernamentales
Principales conflictos
Internos
Los Yabarana siempre han reconocido diferencias con base al sexo, edad y habilidades
individuales, pero no usaban estos criterios para establecer clases sociales o negarle los
medios de producción a miembros de sus comunidades. El sexo y la edad eran, y son, la
base de la división del trabajo, la cual debía ser complementaria entre esposas y espo-
sos. A medida que el contacto con los criollos aumentó, que el dinero y la economía de
mercado penetraron la zona y que el sistema político y judicial del estado los envolvió,
otros criterios de diferenciación social han ido surgiendo y adquiriendo importancia.
Ahora hay cargos asalariados en las comunidades (como el de enfermero y maestro/a)
que requieren saber leer y escribir el castellano, lo cual genera resentimiento en aque-
llos que no poseen estas destrezas o tienen dificultades para conseguir dinero. Además,
como algunas comunidades no han sido dotadas de algunos de estos cargos, surgen las
comparaciones negativas y envidiosas entre los miembros de las comunidades; Chirinos,
por ejemplo, no tiene enfermero, maestro ni comisario. La distribución de estos cargos
también ocasiona roces entre las familias cuando los miembros de una misma familia
los acaparan, ya que estos cargos representan una entrada de dinero que no es fácil
conseguir por otra vía.
E x ternos
La salud
Concepción de la salud
L a salud en su cosmovisión
Chamanería
Aunque hoy en día los Yabarana no tienen chamanes propios, casi todos tienen co-
nocimiento sobre plantas medicinales (Giordani 1997, 2006). Hablan sobre las “pusa-
nas” para el amor, de personas que han sido “dañadas” (embrujadas) y de prácticas
mágicas para tratar varias condiciones (tales como el mal temperamento); pero niegan
practicar la brujería contra otros. Los Yabarana han adoptado el uso de amuletos o
pócimas para la suerte de los criollos, que suele combinar prácticas indígenas y criollas.
Aunque la mayoría dice haber escuchado la palabra del dios de los Cristianos, creen
en la existencia de espíritus de varias clases. El no tener un ciclo anual de rituales tra-
dicionales y sus propios chamanes (u otros chamanes indígenas) en sus comunidades
promueve la adopción y sincretismo de una amplia gama de prácticas y creencias.
Cuando necesitan de los servicios de un chamán, los Yabarana acuden a los cha-
Impacto de la biomedicina
Los misioneros no han tenido gran impacto en su concepción de la salud. Los yabarana
más influenciados por éstos son los que residen en San Juan de Manapiare y los niños/ni-
ñas que han estudiado en la escuela de la misión por varios años (que no son la mayoría).
Entre estos yabarana he escuchado la idea de “orarle a Dios” para curar un enfermo, pero
en raras ocasiones. Cuando los misioneros llegaron a San Juan de Manapiare, al comienzo
de la fundación del pueblo, los Yabarana ya habían tenido contacto con criollos y eran un
grupo pequeño. Aunque el padre González y la familia evangélica Kane les hablaron sobre
Cristo y el cristianismo, no mantuvieron una campaña enérgica de conversión entre ellos.
Los Yabarana no eran un grupo grande y “tradicional” con muchas almas para la cosecha
espiritual; eran y aún son vistos como un grupo indisciplinado y poco pintoresco. A mi jui-
cio, estas percepciones, aunque negativas, han ayudado a los Yabarana a mantener muchas
de sus costumbres tradicionales (imperceptibles a aquellos que buscan el estereotipo de
indígenas exóticos) pues no ha habido nunca interés en “salvarlos” o en revelar/cambiar
sus costumbres exóticas. Para la conversión, los misioneros han buscado generalmente
pueblos indígenas que han tenido poco contacto con el mundo no indígena, que viven en
lugares remotos y que no hablan castellano o lo dominan pobremente.
Los Yabarana ven al parto como algo muy natural. La gran mayoría de los hijos han
nacido y nacen en “el monte”, o en las comunidades, sin que la madre reciba asisten-
241
cia médica. Ellos sostienen que es mejor que la mujer de a luz en un lugar un poco
retirado de la comunidad pues si gime o grita de dolor, los otros no la escucharán. La
madre da a luz sola o con la asistencia de su esposo u otra mujer de la comunidad,
como su madre. En el pasado practicaban el infanticidio si el bebé nacía con un de-
fecto o la madre daba a luz a más de un bebé al mismo tiempo (si eran mellizos, lo
normal era quedarse con un varón). El infanticidio también podía ocurrir cuando la
madre sabía que el bebé no era de su esposo, o se había separado del padre. Actual-
mente nadie admite abiertamente practicar infanticidio.
En las comunidades, los niños crecen rodeados de sus familiares y escuchan varios
idiomas (principalmente castellano, piaroa y yabarana). No obstante, la mayoría no ha-
bla el yabarana, aunque lo entiendan, y prefieren usar el castellano. Aunque hoy en
día la mayoría (tanto hembras como varones) recibe instrucción básica (especialmente
educación primaria), pocos llegan a completar el bachillerato. La comunidad de Majagua
tiene una escuela primaria, pero los estudiantes tienen que ir a San Juan de Manapiare
para completar el bachillerato, lo cual resulta costoso para los padres pues estos alumnos
tienen que vivir en el internado o con un pariente. En el 2005 también se estaba ejecu-
tando en la zona la Misión Róbinson (alfabetización), para la alfabetización de adultos,
pero desconozco sus resultados. Por intermediación de la Misión Salesiana de San Juan,
Corobita tiene hoy una escuela donde se ofrece instrucción primaria. El pequeño edificio
de palma donde funciona la escuela fue construido por los hombres de la comunidad. El
pronto como los senos comenzaban a crecer (alrededor de los 12 años), pero las rela-
ciones sexuales debían consumarse después de que ésta hubiera tenido su primera re-
gla. 6 En la actualidad no existen rituales asociados a la menstruación (con reclusión)
como en el pasado, pero conservan ideas sobre la polución y el peligro de la sangre
menstrual (Giordani 1997). Los Yabarana creen que la sangre menstrual les causa
enfermedades a los hombres y malogra su habilidad para cazar y pescar.
La virginidad no es prerrequisito para el matrimonio; los jóvenes tienen aventuras
tanto amorosas como sexuales. Muchos matrimonios son frágiles al comienzo, pero
al tener hijos y con el correr de los años se tornan estables. Empero, el nacimiento
de un hijo no garantiza que la pareja permanezca unida y hay casos en que la mujer
abandona a un esposo y regresa a la casa de sus padres con su(s) hijo(s); si no hay una
reconciliación, lo común es que la mujer termine con otro “esposo”. La poligamia era
más común en el pasado que ahora y a veces las “esposas” eran hermanas. La gran
mayoría de los yabarana adultos que conozco o han tenido más de una esposa/o o han
tenido amoríos luego de estar casados. Las relaciones extramaritales pueden causar
peleas pero no necesariamente conducen a la separación.
Los padres esperan no ser olvidados por sus hijos al envejecer. Muchos hijos prác-
ticamente han vivido la mayor parte de sus vidas cerca de sus padres (dentro de una
misma comunidad), por lo que los pleitos en las comunidades frecuentemente se tor-
nan en pleitos entre familias – cada bando defendiendo a los suyos.
Alimentación
En las comunidades
En las comunidades del Parucito la dieta básicamente consiste en productos frescos que
los indígenas de la zona normalmente producen. Sólo se consumen productos foráneos/
comerciales cuando alguien viaja a San Juan de Manapiare y los compra ahí, cuando al-
guien los trae en una visita a la comunidad, o un patrón criollo los provee como pago o
regalo. Por esto, a veces los Yabarana del Parucito no tienen aceite, café, pasta, azúcar y
otros productos básicos de los criollos. Sin embargo, generalmente se las arreglan para
6. Estos arreglos matrimoniales, como la reclusión de las uso a medida que aumentó el contacto con los criollos. Los
muchachas cuando le venía su primera regla, cayeron en des- Yabarana dicen que los criollos no aprobaban estas prácticas.
243
que la sal no falte, aunque la consumen en menor proporción que la mayoría de los criollos
y habitantes de países industrializados. Suelen comer 3 comidas al día cuando están en
las comunidades (desayuno de 5-6am; almuerzo de 12-1pm; y cena de 5-6pm), aunque si
están de cacería pueden tomar sólo 2 comidas. Entre comidas acostumbran consumir otras
cosas (ej. cambures y pedazos de casabe). Los niños, en particular, siempre andan buscan-
do cosas para comer y suelen buscar (con sus amigos) frutos que crecen cerca de las casas y
los conucos, como las guayabas. Al nacer, los niños reciben el pecho de sus madres y estas
continúan amamantándolos por casi un año o hasta que salen embarazadas de nuevo. No
siguen un horario fijo para la lactancia. Como a los 6 meses, comienzan a darles a los bebés
un poco de comida sólida como batata dulce majada.
La yuca, en casabe o mañoco (harina de yuca), siempre acompaña el almuerzo y la cena;
a veces ambos se consumen en una misma ocasión. Las carnes son asadas, ahumadas o
hervidas en sopas. El pescado es generalmente ahumado y hervido en sopa, dependien-
do de la especie, y si hay aceite lo fríen. Los gusanos y orugas que recolectan para comer,
como el de seje, se cocinan a fuego lento pues son mantecosos y sueltan su propia grasa.
A las sopas les agregan tubérculos, como la yuca dulce o el ñame, y ají. Asimismo, a veces
las preparan con plátanos verdes, auyamas o harina de maíz. El maíz (cariaco) se hierve o
se muele y se prepara como harina. En algunas ocasiones los he visto preparando cotufas,
pero esto no es común. La catara con ajíes y bachacos es un condimento muy apreciado
para las sopas. Las lechosas, piñas y las frutas de árboles silvestres generalmente se comen
Los Yabarana que residen en San Juan de Manapiare usan y dependen de productos
comerciales como el arroz y la harina de maíz precocida y compran productos frescos en
los negocios del pueblo o de los vendedores ambulantes. Algunas veces reciben, como
regalo o para comprar, productos de sus parientes del Parucito. Además de los productos
procesados y secos como la avena instantánea y las galletas, los comerciantes importan
cebollas, ajo, tomates, papas y otras verduras. Todos estos productos llegan por vía fluvial
o aérea desde Puerto Ayacucho, resultan caros (especialmente para los que no reciben un
salario), y a veces escasean o faltan. En agosto del 2005 había un Mercal en San Juan y la
gente estaba contenta por sus bajos precios, pero este establecimiento no siempre tenía
productos a la venta (o tenía poca variedad). Dos negocios privados estaban bien surtidos
y vendían queso fresco (blanco y amarillo), pollo congelado, jamón y carne de res (las úl-
timas, refrigeradas). Éstos tenían buenas neveras y por eso podían ofrecer esos productos,
además de los enlatados de consumo habitual, como las sardinas y el atún.
Como tienen acceso a las tiendas, los Yabarana de este pueblo consumen más aceite,
azúcar y sal que los del Parucito. Fríen muchas cosas: pescado, carne (de animales domés-
ticos y silvestres), plátanos, yuca dulce, masa de harina de trigo, masa de harina de maíz y
huevos. Suelen añadirle mucho aceite al arroz y la pasta la hierven en agua con aceite. En
agosto del 2005 un informante me comentó que uno de los doctores de San Juan le había
Mor talidad
E xplicaciones de la muer te
En la década de los sesenta, Johannes Wilbert (1966: 144) comentó que los Yabarana
-como muchos grupos caribes del Macizo Guayanés- no consideraban la muerte como
un evento natural. Esta aseveración aún tiene validez pues aunque los Yabarana han
incorporado la idea de que algunas personas mueren de cáncer, de hepatitis, ataques del
corazón y otras condiciones, tienden a añadir una explicación sobrenatural a las explica-
246
ciones dadas por los médicos (ej. el hombre tenía cáncer pero eso le salió porque alguien
quería dañarlo).
Los Yabarana creen que algunas señales en el mundo material indican el momento en el
que ocurre una muerte (un gran relámpago, una olla que se quiebra de repente, etc.). Los
más viejos dicen que cuando una persona muere un rayo o una bola de luz atraviesa el cie-
lo. Esta luz es el alma de la persona regresando a su montaña de origen; cuando un niño/a
nace, un alma también sale de una de las montañas de origen. Así, los más ancianos –al
igual que en otros pueblos de las Guayanas– creen en el reciclaje de almas (ver Rivière
1984: 99). Las personas saben cuando van a morir y así lo dicen, o piden ser bañados (en
realidad “preparados”). Algunos yabarana mezclan ideas indígenas con ideas cristianas
en sus explicaciones de la muerte; por ejemplo, un hombre yabarana asegura que el alma
del difunto viaja a la casa de Mayowaca en el cielo y allí trabaja en los conucos de Dios
(Giordani 1997: 532).
Rituales
Los Yabarana creen que un chamán puede determinar quién mató a una persona y pue-
de tomar medidas de retaliación. Esto generalmente conlleva el uso del cabello, un talón
o dedo del pie del difunto. De sus vecinos piaroa y hiwi dicen haber aprendido el uso de
un dedo del pie (y el talón), el cual salta de la olla donde se hierve con otros ingredientes y
apunta en la dirección del responsable (hacia donde vive la persona que causó la muerte).
La familia del difunto debe ayunar cuando se hace esto. El uso del dedo para tales fines
ha sido documentado entre los Hiwi (Alvarado 1956: 260-261) y los Ye’kuana (Guss 1989:
240; Wilbert 1972: 159).
E n f e r m e da d e s y t r ata m i e n to s
Las enfermedades más comunes, desde su propio punto de vista, son el paludismo, la
diarrea, los vómitos, los parásitos, la gripe y el catarro.
Tabla 2. Enfermedades más comunes reportadas por los Yabarana y sus corresidentes indígenas
(agosto de 2005)
Localidad Enfermedades más comunes reportadas o vistas
1. Pueblo
*Esta información concierne a la etnia yabarana. †Las “fiebres” de las que hablan son fiebres cuando tienen cata-
El muchacho del caso salió de la comunidad de Majagua para tomar un curso de cría de
pollos. La comunidad lo respaldaba pues su intención era regresar y hacerse cargo del pro-
yecto de la cría de pollos de la OIYAPAM. Desafortunadamente, cuando regresó se volvió
“loco”. Caminaba como un animal salvaje por las noches y su madre, desesperada, salía a
buscarlo. Hacía ruidos desagradables y se tornaba agresivo. Su padre de crianza, un yaba-
rana que es sobrino del capitán de Corobita, tuvo que mudarse a esa comunidad con sus
dos hijas pues temía que el muchacho les hiciera daño a él o a sus hijas. La madre (que no
es yabarana) culpó a su suegra yabarana por lo que estaba pasando. Llevaron al muchacho
a San Juan de Manapiare para conseguir ayuda pero la locura no cedió. Defecaba a orilla
de uno de los puertos, caminaba como un loco y lloraba de noche.
249
Una yabarana, prima del padre de crianza del muchacho, decidió contactar “brujos”
guajibos (hiwi) para que ayudaran al muchacho. Dos de estos chamanes visitaron al mu-
chacho (a escondidas, de noche) y dijeron que había sido embrujado por alguien en San
Juan de Manapiare que le tenía envidia. Los brujos hiwi rezaron y soplaron un agua que el
muchacho tenía que tomar. La mujer yabarana también le untaba el agua en su rostro (el
muchacho estaba alojándose en su casa). Los brujos preguntaron si los parientes del mu-
chacho deseaban que el culpable fuera dañado, pues ellos lo podían hacer. Pero la madre
dijo que sólo deseaba que su hijo se curara.
El proceso duró 3 semanas de acuerdo con la mujer yabarana que buscó a los brujos.
Fueron días duros para ella pues lo tenía en su hogar y no deseaba que otras personas
en San Juan se enteraran del trabajo chamánico que se estaba efectuando. A los dos cha-
manes hiwi se les pagó 100.000 bolívares, dinero que se recaudó durante una reunión en
Majagua. Desde entonces el muchacho ha vuelto a su vida normal y no habla del asunto.
Los parientes que buscaron refugio en Corobita regresaron a Majagua y todo volvió a la
normalidad, aunque el proyecto de los pollos no prosperó.
El alcoholismo
El alcoholismo no es visto como una enfermedad o problema médico, sino como una
preferencia personal (tomar ron y cerveza en exceso) que puede ocasionar problemas fa-
Tratamientos
Toma de decisiones
Los Yabarana, especialmente los que viven en San Juan de Manapiare, están incor-
porando plantas comúnmente usadas por los criollos. Una informante dijo haber visto
libros de remedios de plantas traídos por los criollos a San Juan. Entre estos remedios
se encuentran los de la tabla 4.
El uso de preparaciones a base de plantas a veces se combina con el consumo de
vitaminas, en ocasiones provistas por los doctores. Los Yabarana también han com-
prado vitaminas en Puerto Ayacucho o las han mandado a pedir con gente que viaja a
Colombia y otros lados. Algunos piensan que las vitaminas “extranjeras” son mejores
que las venezolanas.
Tratamientos biomédicos
Para las infecciones respiratorias los antibióticos como la ampicilina son suminis-
trados por los doctores en San Juan. Infecciones oculares y cutáneas son tratadas a
menudo con terramicina, también suministradas por los doctores en San Juan. En
las comunidades del Parucito los antibióticos escasean pues el enfermero de Majagua
recibe pocos medicamentos.
252
R e l ac i o n e s c o n l o s p l a n e s d e s a l u d d e l e s ta d o
San Juan de Manapiare ofrece la mejor atención médica pues cuenta con varios pro-
fesionales de la salud: enfermeros, pasantes y médicos. La medicatura, a veces llamada
hospital, pues los enfermos se pueden quedar por varios días si es necesario,7 tiene ca-
millas, equipamiento médico básico (ej. una pesa y estetoscopios) y algunas medicinas.
Sin embargo, la enfermería carece de equipos básicos, como una máquina de rayos
X, pues cuando se necesitan radiografías se le dice al paciente que tendrá que viajar
al hospital de Puerto Ayacucho; lo mismo ocurre cuando hay que hacer exámenes de
laboratorio que requieren equipo no básico. En San Juan hay microscopios, pero no
centrífugas u otros equipos más sofisticados. Cuando los pacientes requieren cirugía,
si deciden proceder, suelen viajar a Puerto Ayacucho. Algún yabarana ha sido operado
también en Caracas. Los Yabarana, como la mayoría de los indígenas de la zona, te-
men viajar al hospital en Puerto Ayacucho, debido a los costos y el maltrato que reciben
de parte del personal de salud en el hospital. Son comunes los comentarios al respecto
de las personas que han asistido al hospital (como haber soportado un gran dolor sin
recibir anestesia o algo para calmarlos, haber pasado hambre, doctores y enfermeros
que les faltan el respeto y discutían con ellos y sus familiares, y de doctores que no
pudieron diagnosticar lo que tenían). Los Yabarana también me han comentado que
temen que el paciente fallezca en Puerto Ayacucho (u otro lugar lejano como Caracas)
y no se pueda, o se haga difícil, regresar el cuerpo del difunto a su gente; han tenido
experiencias de este tipo en el pasado.
Actualmente hay doctores venezolanos y cubanos en San Juan. Los Yabarana que
habían sido tratados por los doctores cubanos estaban satisfechos con la atención mé-
dica que habían recibido pues, en sus propias palabras, los doctores cubanos (1) eran
gente seria, (2) no los regañaban o discutían con ellos como hacen los venezolanos
y (3) escuchaban a los pacientes. Uno de estos cubanos dio una charla sobre la pre-
vención del SIDA en el Colegio Salesiano durante el día de Don Bosco. En todas las
7. Los parientes de los enfermos que se quedan en la enfermo (no siempre tomando en cuenta lo que el doctor
medicatura/hospital de San Juan le traen comida al especifica).
253
comunidades del Parucito me dijeron que los médicos y pasantes de San Juan ya no
los visitaban como antes (en los ochenta y noventa), cuando se hacían penetraciones.
Algo similar ocurre con el personal de malariología, cuyas visitas son menos frecuen-
tes que en el pasado. Uno de los doctores cubanos presente al momento de mi última
visita había visitado Majagua, pero no Corobita, San Rafael, Colmena ni Chirinos.
Los habitantes de estas comunidades abogan por la creación de un itinerario para
viajar a las comunidades. El problema reside, según los habitantes de San Juan en que
no hay buenos motores fuera de borda para visitar a las comunidades indígenas fuera
del pueblo. Algunos atribuyen esta situación a la política local (el dinero y los motores
que llegan se usan en campañas políticas y no para prestar servicios de salud y otro
tipo). Efectivamente, un hombre yabarana me comentó que antes, cuando no había
alcaldía en San Juan, se hacía más por las comunidades; el piensa que ahora todo está
“super-politizado”.
Aunque aún se pueden obtener medicamentos gratis en la medicatura de San Juan, los
envíos de Puerto Ayacucho no son regulares, por lo que a veces escasean. Es por esto que
algunos yabarana creen que sería bueno establecer una “farmacia popular” en San Juan de
Manapiare. Algunos yabarana opinan que esto se podría canalizar a través de la OIYAPAM,
puesto que los créditos son tramitados a través de organizaciones y no de individuos.
El acceso a tratamiento odontológico resulta muy difícil, especialmente para aquellos
indígenas que viven en comunidades distantes (como San Rafael de Corobita) o no tie-
palma para el techado. El ambulatorio carece de agua corriente, baño o letrina, electricidad
y tela metálica para proteger de los mosquitos. No obstante, Joel y otros miembros de la co-
munidad la mantienen limpia y tienen una gran satisfacción y orgullo por su ambulatorio
que, enfatizan, fue producto del esfuerzo colectivo.
Joel ha visitado otras comunidades a lo largo del Parucito en pocas ocasiones por la falta
de medios de transporte. No tiene motor fuera de borda, voladora ni bongo. Alguna vez,
durante el verano, viajó a caballo hasta la comunidad panare de Caño Culebra y las comu-
nidades jodï del Caño Mosquito. Durante nuestra entrevista (agosto 2005) Joel explicó que
el sistema de dotación es ineficiente, por lo que a veces no tiene medicinas para los pacien-
tes. Joel tiene que contactar vía radio a Puerto Ayacucho para ver si tienen medicinas y, si
las tienen, tiene que pagarse su pasaje aéreo para buscarlas él mismo. Además, no recibe
ayuda financiera para su estadía en Puerto Ayacucho y sólo le pagan el pasaje de regreso
a San Juan de Manapiare. Joel come y se queda en casa de su suegro en Ayacucho. Como
pude constatar, al ambulatorio le hacía falta equipo, ya que solo tenía lo mínimo (una
pesa y dos camillas). El ambulatorio no tenía al momento de mi visita ni un estante para
almacenar medicinas y organizarlas debidamente. Joel mencionó la necesidad de tener ahí
una cama ginecológica, un microscopio y una nevera para mantener medicamentos que
requieren baja temperatura (tales como las vacunas y el suero antiofídico). Cuando prepa-
ra láminas para detectar malaria las tiene que llevar a San Juan ya que no las puede “leer”
en el ambulatorio por falta de microscopio. Sin embargo, Joel preferiría que se entrenara a
otra persona para ser “microscopista”, pues aunque sabe que el microscopio es necesario
piensa que daña la vista. Una pariente yabarana mencionó además que un cargo de mi-
croscopista significaría otro empleo para la comunidad, que consideran importante pues
no es fácil conseguir dinero en la zona; cada puesto pagado por el gobierno representa un
salario. Joel dijo que el personal de malariología los había visitado en marzo del 2005 y le
habían dado aralen y primaquina a varias personas que dieron positivas en la prueba de
malaria (mencionó que habían encontrado Plasmodium falciparum y P. vivax).
Los registros sobre vacunación son bastante confusos. Joel se quejó de que antes venían
a las comunidades a vacunar, pero el personal que hacía estas penetraciones no había
visitado la zona del Parucito en mucho tiempo. Él ha administrado vacunas en Majagua,
pero no regularmente pues éstas escasean y no se conservan bien sin refrigeración. Como
los padres no suelen acordarse de las fechas precisas ni de los nombres de los tratamientos
médicos recibidos por sus niños, habría que dedicar más tiempo a esclarecer y registrar la
cobertura de las campañas de vacunación en la zona.
255
Majagua aspira a tener su propia reserva de suero antiofídico, pues ellos y las otras
comunidades del alto Parucito viven apartados de San Juan y el factor tiempo es vital
en casos de mordida de culebra. La última vez que un joven de Majagua fue mordido
por una culebra, sólo tenían en la enfermería un anti-alérgico y suero fisiológico, que
le administraron para trasladarlo a San Juan. Por la radio lograron pedir ayuda a San
Juan y de ahí fue trasladado a Puerto Ayacucho pues tampoco ahí había suero antio-
fídico. Al momento de mi visita se estaba instalando una planta eléctrica en Majagua,
con la ayuda de la comunidad y bajo la coordinación de unos ingenieros que habían
venido desde Puerto Ayacucho para este fin. Los ingenieros se habían alojado en el
ambulatorio, que sirve a menudo para hospedar visitantes. Joel pensaba que la plan-
ta permitiría que funcione una nevera para medicamentos, aunque los problemas de
transporte y la escasez de gasolina en la zona hubieran hecho quizá más viable la
instalación de paneles solares.
En reuniones de la OIYAPAM se ha propuesto expandir el ambulatorio y construir-
le comedor y baño. La gente de Majagua piensa que esto facilitaría las visitas de los
médicos. También necesitan arreglar o construir otro ambulatorio pues el presente
tiene ya 3 años, y el techo de palma y las paredes de barro necesitan de constante
cuidado. Para ello han solicitado fondos a la alcaldía en San Juan, que les fueron ne-
gados (ver tabla 5).
Los nuevos programas sociales del gobierno tienen una escasa cobertura en el territo-
rio yabarana. No encontré una persona en las comunidades del Parucito que supiera qué
era Barrio Adentro. En Majagua y Chirinos inclusive me preguntaron “qué significaba
eso de barrio adentro”. Una informante yabarana que reside en San Juan captó de qué
se trataba luego que yo comenzara a hablar sobre Barrio Adentro; esta mujer había escu-
chado del programa pero nunca lo vio por sí misma.
256
1. Pueblo
2. Comunidad
Infrecuente, solo
si los pacientes
No tienen Infrecuente, solo viajan a San Juan, y
enfermero en si los pacientes cuando el personal
la comunidad. van a San Juan
Colmena de Malariología viaja No No
Tienen que ir o los médicos a las comunidades
a Majagua o a visitan la indígenas. Parece
San Juan. comunidad. que habían visitado
una vez en el 2005.
Infrecuente, solo
si los pacientes Si, en 1997.
viajan a San Juan, y Desde entonces
No tienen Muy infrecuente. cuando el personal dicen no haber
enfermero en Dijeron que no de malariología viaja tenido más
la comunidad. habían sido
Chirinos a las comunidades contacto con el No
Tienen que ir visitados en un indígenas. Los CAICET.
a Majagua o a año aproxima- habían visitado un No recordaban
San Juan. damente. año atrás pero no qué era esta
se sacaron láminas organización.
pues era tarde.
Infrecuente, solo
Muy infrecuente. si los pacientes
No tienen Si, en 1997 la
Dijeron que viajan a San Juan, y
enfermero en mina de oro
ningún doctor los cuando el personal
la comunidad. cercana fue
Corobita había visitado de Malariología viaja No
Tienen que ir visitada por
(o a San Rafael) a las comunidades
a Majagua o a personal del
en el 2005. indígenas. Dijeron
San Juan. CAICET.
haber tenido una
visita hace un año.
No, pero un
chamán jodï
ha visitado la
comunidad
No. Dicen que el
San Rafael (Como en (Como en CAICET no los ha (pero le temen).
(Como en Corobita)
de Corobita Corobita) Corobita) Hablaron de
visitado. chamanes
panare, pero
también les
temen.
257
Recomendaciones
Recomendaciones generales
En general, el personal de salud está poco capacitado para lidiar con las especificidades
sociales y de salud de la población indígena en la que se insertan. Un entrenamiento básico
en este sentido los ayudaría a entender mejor las creencias y reacciones de los indígenas
ante la intervención biomédica. Un curso de antropología médica podría ayudar al personal
médico en este sentido, pues en éste se tratan temas relevantes con profundidad. Debo en-
fatizar, sin embargo, que aunque lo ideal es un diálogo entre el personal de salud biomédico,
sus pacientes y los chamanes y otros curanderos/yerbateros, esto no es fácil. Se presentan
situaciones en las que el personal de salud tiene que actuar en base a la concepción biomé-
dica y no todos los tratamientos indígenas favorecen a los pacientes. El personal médico de
San Juan comentó durante nuestro trabajo de campo que en varios casos la salud de las par-
turientas ha sido afectada por los tratamientos tradicionales. Algunos de estos tratamientos
no ayudan a controlar las infecciones que resultan del parto. En general existe una gran
necesidad de diálogos balanceados entre personal de salud indígena y no-indígena.
Agradecimientos
Este trabajo fue posible gracias a la invaluable colaboración de los Yabarana del Río Parucito y San Juan de Manapiare.
También agradezco a sus corresidentes piaroa, panare y jodï. La curiosidad y alegría de Chepa, China, Américo, Javier,
Isabelita, Eira, Cleman, Fabio, Yeya, el Morrocoy y un motorista piaroa, me ayudaron a seguir río arriba cuando me faltaba
el vigor. En Chirinos, Sapo fue muy elocuente; su padre Simón y madre Elena proveyeron detalles importantes. En
Majagua, Joel, Jesús, Canoso, Hermes, Jacinto, e Irma continuaron platicando a pesar de la lluvia. En Corobita, Rafael
Cayupare, Emilio y Marlene ayudaron con cariño. Don Francisco, uno de los residentes iniciales del pueblo de San Juan
de Manapiare, y un médico cubano conocido como “el catire”, también son agradecidos por la información y ayuda que
proveyeron (Francisco buscando un motorista hábil y el catire ayudándome con la fiebre y la virosis). A Luis Levé le doy
las gracias por transportarme con todos los corotos a casa de la Chepa. Aimé Tillett y el resto del personal de su oficina
en el Ministerio de Salud fueron muy gentiles y colaboradores. María Eugenia Villalón y Henry Corradini, como siempre,
ayudaron con la logística cuando salí del Estado Amazonas y proveyeron conversación amena e inteligente.
259
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261
L a A u tora
Introducción . 269
Página anterior
Joven yanomami. Fotografía Kike Arnal.
Segunda Parte
Introducción . 325
Historia . 326
Salud . 338
TABLAS
Tabla 1. Partes del cuerpo humano en yanomami . 340
Tabla 2. Enfermedades y síntomas comunes en yanomami . 342
Bibliografía . 380
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267
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s o b r e e l c ani b ali s m o
J ac q ues L izot
Introducción1
A pesar de una evidente falta de vinculación entre algunas de sus partes, este texto consti-
tuye en definitiva un conjunto sólido y coherente: explora el universo imaginario, intelectual,
visionario (llámese como se quiera) de los Yanomami. Intenta entender esa representación a
medida que estudia su diversidad. La visión propuesta es una perspectiva sintética general,
que nace de una difícil selección de las concepciones propuestas, que a menudo divergen
sobre un punto u otro. Ésta es una visión general en la medida en que ningún yanomami en
particular se reconocería en ella. Cada persona, cada región tiene su concepción de las cosas,
nada está codificado y cualquier buen chamán acusa a su vecino de ignorante. Sin embargo,
existen grandes ejes sólidos y coherentes sobre los cuales nos apoyamos.
Como ocurre siempre en ese campo, uno no se siente a sus anchas con el vocabulario
y los pedantes, los quisquillosos, todas las mentes algo obtusas podrán fácilmente alegar
que hago un uso algo atrevido de palabras como “espíritu”, “demonio” o “brujo”. Dentro
de su triste enfoque, que se propone ni más ni menos que limitar la libertad de escribir,
tendrán razón. Pero resulta que esas palabras no tienen ningún sentido preciso, son ves-
timentas muy holgadas que, sin embargo, permiten cubrir unas concepciones generales
que son de por sí imprecisas o variables y darles cierta apariencia. Lo que les otorga un
sentido particular –el que tienen en la cultura yanomami– es la descripción que se hace
de ellas, más o menos precisa.
Cuando las redacté por primera vez, estas notas y reflexiones no estaban destinadas
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
la articulación a veces un poco rígida de algunas partes. Lo cual sin embargo no estorba
ni la lectura ni la comprensión del conjunto.
Iremos progresando de lo general a lo particular, del mundo al destino individual. Por lo
tanto, la primera parte del texto presenta el universo en el cual se desarrolla el pensamien-
to interpretativo yanomami; luego se dedica a presentar a los seres, reales o imaginarios,
que pueblan ese universo. ¿Qué relaciones mantienen entre sí, cuál es su origen, cómo
se comportan? En ese mundo imbricado donde naturaleza y cultura no están separadas,
sino íntimamente mezcladas, confundidas, el chamán es quien se atribuye el poder de
interactuar con el mundo sobrenatural a nombre de la sociedad de los humanos. Una so-
ciedad constituida por parientes e individuos afectados por la enfermedad, el sufrimiento
y, finalmente, la muerte. Veremos entonces cómo la enfermedad y la muerte son tratadas
e interpretadas. Nuestro trabajo termina, lógicamente, con la muerte y propondremos, en
el marco de una interpretación de los ritos funerarios, una concepción indígena de la an-
tropofagia ritual que a veces retoma, aunque no siempre se atienen a ellas (las interpre-
taciones cambian con el tiempo y la información), unas ideas expresadas en un estudio
publicado anteriormente con Hélène Clastres.
los principios vitales (pei mi ãmo) de los seres humanos. Luna es un espíritu masculino,
y en ciertos contextos semánticos, el sol y la luna se confunden. Se piensa entonces en
un ser que se desdobla. Veremos que Luna es el prototipo del caníbal malo; está en el
origen de la guerra; las mujeres lo asocian a la periodicidad de sus reglas. Luna, en-
tonces, da ritmo al tiempo, y por esta razón los Yanomami lo asocian con la vida y con
272
la procreación (la fertilidad de las mujeres) y con la muerte (la guerra). Los indígenas
cuentan el tiempo en lunas.
Por debajo de este nivel se encuentra el hetu misi, el abdomen de la boa. Es aquí donde se
reúnen las almas después de la muerte, en una amplia casa colectiva. Es un lugar donde reina
la abundancia: mucha miel, innumerables los frutos silvestres, las manadas de pecaríes se
suceden. Cuando muere un yanomami, las almas esperan la suya en el cielo, como si retor-
nara de un viaje o de una visita; un chinchorro de algodón blanco, en ningún caso enrojecido
por el onoto, espera al nuevo residente, que se instala con toda naturalidad. Pero ¿por qué
el chinchorro debe ser blanco? En razón de que el rojo simboliza el fuego y que un algodón
enrojecido recordaría al alma la pira terrenal de donde proviene. El rojo es el color del onoto,
y rojo se dice wakë; empleado como clasificador nominal, el mismo morfema contribuye a la
formación de palabras que significan fuego (koa wakë) y brasa (koa wakë anamahu). Veremos
más adelante cómo se despliega en otras direcciones el simbolismo de los colores. Pero no
todas las almas van a ese supuesto paraíso. Por una parte, los yanomami muertos por flechas
se unen a un pueblo de hekura –hablaremos de estos seres– llamados shirãkõri, quienes viven
en las paredes rocosas de las montañas. Por otra parte, las almas de los mezquinos son con-
denadas a consumirse en un fuego, el shopari wakë donde son definitivamente eliminadas.
Con las almas viven varios seres sobrenaturales: Trueno (yãru), Relámpago (yãmirãyoma),
de sexo femenino, Rayo (tahirawë), y los dos yernos de Trueno, llamados Watawatariwë y
Pájaro León, cuyo canto acompaña al rayo. Para ciertos yanomami, Trueno proviene de un
hígado de danta lanzado hacia el cielo por un ancestro disgustado, por no haber recibido su
justa porción de carne. Trueno es el amo de las serpientes, que mantiene enroscadas en las
cuerdas de su chinchorro; de vez en cuando, deja caer una sobre los hombres. Trueno tiene
cabellos rojos como el fuego, el color de su piel es amarillento como el de un yanomami en-
fermo o el de un cadáver, su cuerpo está deformado por jorobas. Yãru es el amo de los frutos
silvestres, y sobre todo de los árboles de aguacate, y los Yanomami lo acusan de ser avaro de
estas frutas. Relámpago, su ex-esposa, está casada incestuosamente con Rayo, su propio hijo.
Es Watawatariwë quien dirige las almas de los mezquinos hacia el fuego que las consumirá,
señalándoles el camino.
Con las almas y con la familia de Trueno vive otra criatura llamada Hera o Herasimi,
según la región; al igual que Trueno, la tez de Hera es amarillenta, su cara y su mirada
están muertas, sin movimiento; su aliento es fétido. Cada cierto tiempo, Hera simula
estar muerto, se derrumba sin respiración, entonces las almas se inquietan, van a buscar
leña y arman una pira, pero en el momento en que colocan a Hera sobre ella, éste se
273
levanta con una risa sardónica. Todo parece entonces indicar a las almas que su vida es
una ilusión, la muerte fingida y periódica de Hera, su tez amarillenta, su aliento fétido,
su aspecto enfermizo: todo les recuerda su propia muerte. Es que entre los Yanomami el
color amarillo representa la enfermedad, la vejez y la muerte. Los cadáveres y los enfer-
mos tienen un tinte amarillento; cuando se está enfermo o se es viejo, se orina amarillo;
las luces amarillentas, como las de un eclipse parcial, ciertas luminosidades amarillentas
del crepúsculo, la bilis y la amargura, todas son cosas que tienen connotaciones maléfi-
cas. Existe por consiguiente, entre los indígenas, toda una connotación simbólica de los
colores, el blanco es la vida, la paz, el día, el esperma y la leche; el negro es la noche, la
muerte y la guerra; el rojo es el fuego y la sangre con sus ambivalencias, pudiendo ser
tanto benéfico como peligroso, maléfico; el amarillo es deletéreo.
Por debajo de las almas viven los hombres, es decir, los Yanomami, sobre el hetu misi
wãrõ pata, es decir sobre el viejo abdomen de la boa, wãrõ pata designa a los viejos, así
como también a ciertos objetos antiguos. Este mundo es el más complicado, y es pre-
ciso verlo en sus interrelaciones con los otros niveles del cosmos y con las potencias
sobrenaturales que afectan la salud de los Yanomami. Por debajo del nivel ocupado por
los hombres se encuentra otro nivel que lleva el mismo nombre, y está habitado por el
pueblo de los amahiri. Según la mitología, en otros tiempos, en la época de la humanidad
primordial, el disco celeste se desplomó sobre el disco terrestre; éste se rompió, derrum-
bándose a su vez; la parte rota descendió para constituir este nivel, arrastrando consigo
a una parte de la humanidad, que dio origen a los amahiri. Esto ocurrió en una época en
que los hombres todavía no poseían el fuego, es decir en una época en que los hombres
eran todavía inmortales. Por lo tanto, los amahiri son inmortales; el sufijo -ri de amahiri
indica que se trata de una comunidad, de un pueblo; del mismo modo ara-ri, en la mito-
logía, designa al pueblo de las guacamayas, en una época en que no existían todavía los
animales. Serán los humanos quienes se transformarán en animales, por haber querido
trepar por un bejuco de cadena que se rompió por el peso de los racimos humanos afe-
rrados a ella. Quienes ya estaban en lo alto de los árboles se transformaron en animales
arborícolas o en pájaros, mientras que quienes estaban en el suelo se convirtieron en
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
animales terrícolas, en manadas de báquiros. De aquí la tripartición que hacen los Yano-
mami del mundo animal: los animales que vuelan, los que se desplazan por los árboles y
los que viven sobre la tierra. Volviendo a la palabra amahi-ri, habiendo dicho que aludía
a seres inmortales, debemos señalar que la propia palabra sugiere dicha inmortalidad:
en efecto, ama hi designa a la leña dura que no se pudre y que por lo tanto no muere.
274
para acampar en la selva, es también por esta razón que no queman inmediatamente los
cadáveres, exponiéndolos sobre una plataforma donde se descomponen.
Dos conceptos antinómicos tienen una gran importancia en los síntomas asociados a
las enfermedades y en otros dominios; se trata de los lexemas wayu y okewë. La palabra
wayu abarca un vasto campo semántico. Una sustancia, un objeto o un sentimiento es
276
wayu cuando provoca ciertas reacciones físicas o psíquicas. El tabaco es wayu cuando
pica; un alucinógeno es wayu cuando produce mucho efecto; una punta de flecha es
wayu cuando produce la muerte; una planta mágica es wayu cuando provoca el efecto
deseado. En ciertos contextos, la palabra se puede traducir por el concepto de peligroso.
Si la sustancia o el objeto no producen el efecto deseado, es okewë. Si la punta de flecha
no mata, no es porque el flechazo no fue certero, o porque la punta no lesionó un órgano
vital, sino porque era okewë. Se dice a veces que el miedo, el deseo sexual o el hambre
son wayu. El hambre porque causa sufrimiento, el miedo o el deseo sexual lo son tam-
bién porque inducen cambios en el comportamiento y actúan sobre los sentimientos. En
lo que toca a la enfermedad o al chamanismo, la palabra wayu puede designar el mal,
el dolor, el objeto patógeno. Empleado como sustantivo, el vocablo designa también al
guerrero o a los combatientes; ir a combatir o salir a la guerra se dice wayu huu. El verbo
wayuai (al imperfectivo) tiene dos sentidos: el primero es pintarse de negro en opor-
tunidad de una expedición guerrera; el segundo es sentir los efectos de una sustancia
particular, ser sensible a su efecto.
S e r e s s o b r e n at u r a le s y c h a m a n e s
Volvamos ahora al disco terrestre, el que está ocupado por la humanidad mortal; este
disco tiene una orientación, el ora kë misi es el oriente, el lugar por donde el sol aparece;
el koro kë misi es el occidente, el lugar por donde el sol se oculta. Si la luz del sol es rojiza
en el momento del crepúsculo, es porque hay muchos demonios de la enfermedad. Esta
orientación del disco celeste se encuentra por lo tanto vinculada a la periodicidad del
día y de la noche. No siempre fue así. En efecto, en los tiempos primigenios, reinaba un
día sin fin, el sol permanecía en el cenit, los seres humanos desconocían lo que era la
sucesión del día y de la noche. Los hombres cazaban, los niños jugaban, se dormía en
cualquier momento, se hacia el amor a la vista de todos; era una época sin disputas y sin
guerras, reinaba la paz. Todo hubiera sido de lo mejor si no se hubiera escuchado, cerca-
no y lancinante, el canto quejumbroso de Titiri nombrando las montañas, las colinas, las
rocas, los cursos de agua. Este lamento ininterrumpido aterrorizaba a los antepasados.
Alrededor del lugar donde estaba posado este demonio reinaba la más impenetrable
oscuridad. Hastiados, los antepasados decidieron un día matar al pájaro demoníaco;
encendieron un gran fuego para poder verlo en la oscuridad y le dieron muerte. Enton-
277
ces, seres naturales abrieron el pecho de Titiri y de su sangre nacieron los espíritus del
crepúsculo y del amanecer. Desde entonces, la noche y el día se suceden. Caminando de
oriente a occidente, Escorpión es el primero que llega al mediodía, y en su camino mata
todos los animales que encuentra. Seguidamente pasan los espíritus del crepúsculo y
del amanecer, precediendo por poco la salida del sol o la caída de la noche, y recogen las
presas que mató Escorpión. Los espíritus del amanecer y del crepúsculo son seguidos
de inmediato por Titiri. Durante la noche, pero en sentido inverso, es decir de occidente
a oriente, estos seres recorren el mismo trayecto. El precursor de Titiri es el paují (Crax
alector). La carne de esta ave es muy apreciada; sus plumas sirven para fabricar las colas
de las flechas y forman parte de la vestimenta masculina. El plumaje del paují ofrece un
vivo contraste: negro sombrío en todo el cuerpo, blanco resplandeciente en el vientre.
Este contraste violento del blanco y el negro es particularmente apropiado para simbo-
lizar la oposición del día y la noche. El paují también se vincula con otra periodicidad,
la de la estación seca y la estación de las lluvias que, entre los Yanomami, se suceden
de octubre a marzo y de abril a septiembre respectivamente. En efecto, durante la esta-
ción seca, alrededor de las tres o las cuatro de la mañana, el macho se pone a cantar, “a
llorar” dicen los indígenas. En esta época estas aves constituyen una presa de elección.
Los cazadores salen por la noche, se iluminan gigantes ante ellos un puñado de tizones.
Cuando oyen el canto de un paují se dirigen hacia él para acercarse lo más que pueden,
y cuando despunta el día, le disparan flechas.
El demonio de la noche, Titiri (titi significa noche en yanomami), se encuentra asociado
con el paují, el pájaro del mito era un paují, lloraba como él mientras nombraba los lugares.
Titiri pertenece a una de las dos clases de seres sobrenaturales reconocidos por los Yano-
mami, los hekura y los yai thë. Titiri es antropomorfo, posee un enorme pene con el que se
acopla con seres humanos mientras les roba el principio vital. El chamán que parte en busca
de este principio para devolvérselo al enfermo debe alumbrarse porque el camino que lleva
a Titiri es oscuro y sembrado de espinas. El mito de origen de la noche y el mito de la luna
se complementan: uno instaura la sucesión del día y de la noche, el otro la periodicidad de
los ciclos lunares y biológicos. Efectivamente, las mujeres ponen claramente en relación la
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
periodicidad de sus ciclos menstruales con la de la luna. Luna, el caníbal, se asocia así por
partida doble con la sangre: la regularidad de sus apariciones se asocia a la periodicidad de
los flujos menstruales y su sangre es también la de la guerra, dado que engendra la violencia
y que ésta desemboca en la muerte. El tiempo cíclico es también la procreación y la muerte.
No olvidemos, finalmente, que Luna se origina en la muerte de un gran chamán.
Shaman yanomami.
Fotografía Kike Arnal.
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Dos clases de criaturas sobrenaturales habitan el universo: los yai thë y los hekura. Ya
hemos mencionado a varios miembros de la primera clase: Luna, Sol, Titiri, Arco Iris.
Son seres caníbales, inherentemente maléficos, asociados a elementos naturales. Es que
cada objeto de la naturaleza puede tener su correspondiente sobrenatural. Estos seres
son por consiguiente numerosos. A los anteriores pueden agregarse: el suelo (pithari), las
lagunas (wawëwawëri), los cursos de agua (parauri), los conglomerados rocosos (makayo-
ri), las raíces (nasikiri), ciertos pájaros y ciertos insectos. Todos poseen la terminación -ri;
todos se apropian del principio vital de los seres humanos para devorarlo, provocando
así enfermedades y muertes. Algunos de ellos, sin embargo, cuando son solicitados por
los chamanes, pueden ayudar a tratar un enfermo. Por ejemplo, los amakuri son seres
vinculados con los residuos fosforescentes provenientes de la descomposición de los ve-
getales; pueden picar a sus víctimas y esta picadura es comparable a la de la hormiga
veinticuatro (Paraponera clavata). Es un pueblo de caníbales (naiki), pueden apoderarse
del principio vital para comérselo, no obstante lo cual los chamanes los utilizan para
curar a determinados pacientes que han sido afectados por una sustancia maléfica.
Los hekura forman la segunda clase importante de las criaturas sobrenaturales. En
otros tiempos, los hekura fueron seres humanos, apareciendo en numerosos mitos; en un
mito muy largo, en el que Rabipelado (Didelphis marsupialis) es el héroe principal, pero
infeliz, dado que ha sido aplastado por una roca, se cuenta el origen de la diversidad de
las especies. Cada una se dibuja con la sangre o el cerebro de Rabipelado. Al final del
mito, la Pereza (Bradypus didactylus) envía a cada miembro de las especies recién forma-
das a vivir en las rocas. Estos seres se convirtieron en hekura, viven en la piedra, en las
paredes rocosas de las montañas, y por esta razón son inmortales, ya que la roca, como
la madera que no se pudre, se asocia con la eternidad en el pensamiento indígena. Cada
especie animal importante posee su correspondiente hekura, ciertos elementos naturales
como las montañas, el tiempo tormentoso, los alucinógenos, el rayo, también tienen un
hekura que les corresponde; algunos grandes chamanes se transformaron también en he-
kura. El mundo de los hekura es a la vez similar y diferente del mundo de los humanos, es
un mundo extraño, mágico, violento; ellos no son ni buenos ni malos, son los chamanes
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
que los dirigen, ya sea para cuidar a los enfermos de su comunidad o de comunidades
vecinas, ya sea para matar a distancia o desencadenar la tormenta, destruir las casas o
los conucos. Los hekura están cubiertos por pieles de animales o con tocados que evocan
la luz de la luna, el plumaje de ciertas aves, las alas de ciertas mariposas, la bruma o los
remolinos de las aguas, la luz ardiente y enceguecedora del sol, el arco iris, las brasas;
280
poseen numerosas clases de flechas, entre ellas algunas flechas ceremoniales que tienen
el color de pájaros; se pintan el cuerpo con pinturas extrañas o abigarradas, algunas
brillan como un espejo, otras como el plumaje del piapoco, otras flotan a su alrededor;
tienen su propio alimento, uno es un brebaje alcohólico a base de batata dulce, otros un
brebaje a base de miel; poseen armas temibles, como las lombrices del mundo de la pu-
trefacción, con las cuales apuñalan a las personas, el sable rayo y el sable temblador con
los cuales matan. El mundo que los rodea también es extraño; allí está el árbol machete,
cuyas hojas secas cortan como navajas; el árbol del canto, al que acuden en compañía
de los chamanes a buscar su canto; el árbol rayo, que está en los confines del universo
conocido; al pie de una cascada, está el árbol de la curación. Los hekura poseen un agua
especial con la cual se purifican los enfermos luego de la cura, se encuentran rodeados
de avispas feroces, que también son hekura, y tienen también instrumentos musicales.
Los hekura poseen las cualidades de los animales o de los objetos con los cuales se
encuentran asociados; en ocasión de las luchas entre ellos o para cuidar a los enfermos,
los chamanes utilizan estas cualidades. Cuando quieren desencadenar una tormenta,
ellos llaman a ruwëriwë, que es el espíritu de los nubarrones y al rumiriyoma, espíritu
femenino de la oscuridad; el viento, la tempestad, son provocados por el desplazamiento
de los hekura; el espíritu del cachicamo gigante arranca los árboles de raíz, levantándolos
con su lomo, y el espíritu mono araña se cuelga de las ramas para romperlas. Para matar
a distancia, los chamanes envían caníbales como el espíritu Luna, el espíritu Zamuro o
el espíritu Arco Iris. Para combatir a los demonios de la enfermedad, ellos utilizan los
sables de los hekura, el espíritu rayo; con el espíritu del pez caribe (poo koshi) muerden, y
con el espíritu del temblador envían descargas eléctricas. El espíritu mono araña o el del
mono capuchino dan el alerta cuando un chamán o hekura enemigos se introducen en la
vivienda para apoderarse de un principio vital; los chamanes rechazan a sus adversarios
por medio de los pelos urticantes de la araña mona, lanzándoles flechas inmateriales o
utilizando los sables y las armas de los hekura; queman las sustancias mágicas por medio
de hekura poseedores del fuego, como las luciérnagas, o como ya hemos dicho, con el que
corresponde a los residuos fosforescentes de los suelos húmedos; los mejores de entre
ellos pueden extraer por succión objetos patógenos alojados en el cuerpo de los enfermos,
los tragan y tienen la capacidad de regurgitarlos, acto seguido, durante la cura.
La palabra que designa al chamán se expresa de dos maneras en yanomami; la prime-
ra es hekura, y el vocablo se refiere a los espíritus libres, salvajes, que viven en la selva, en
las rocas; la segunda es shapori, que corresponde a los espíritus sometidos que habitan el
281
propio cuerpo del chamán. Las palabras shapo-ri y shapo-no (la casa tradicional) tienen
una raíz común (shapo), raíz que se refiere a su carácter de domesticidad. Unos pocos
chamanes adquieren sus facultades y su poder naturalmente, habiendo tenido una es-
pecie de revelación. Los demás deben someterse a una larga y exigente iniciación, en el
curso de la cual son sometidos a severas restricciones alimenticias y saturados de aluci-
nógenos. Los alucinógenos, en particular el yopo, facilitan el pasaje entre el mundo na-
tural y el mundo sobrenatural. En ocasión de la iniciación, los maestros conducen poco
a poco a los hekura hacia el cuerpo del iniciado, que les servirá en adelante de morada,
dirigen hacia él al principio elementos poco peligrosos, como los adornos de los hekura,
forros o pieles (pei siki), más tarde algunos hekura menores.
A los iniciados se les enseñan cantos que son los cantos de los hekura, y que ellos deben
repetir sin cometer errores. Hacia el término de la iniciación, los maestros dirigen hacia
el nuevo chamán hekura cada vez más poderosos y a veces terroríficos como el espectro,
el espíritu jaguar o el infernal espíritu Luna. Cuando la ceremonia se clausura, se trae
la roca en la cual esos hekura vivirán desde ese momento. Esta roca está simbolizada
por un bastón desprovisto de su corteza, pintado de rojo y decorado con líneas negras
y con plumón blanco. Este bastón es tan pesado que los maestros de la iniciación ape-
nas pueden desplazarlo, y lo hincan entre las piernas separadas del iniciado de mirada
extraviada y lúgubre, resultado de los alucinógenos inhalados y del debilitamiento pro-
ducido por el ayuno. Este estado de debilidad favorece las alucinaciones. Finalmente, el
iniciado es cubierto por un watoshe, la diadema de los hekura. El iniciado se ha convertido
en un hekura, cada vez que utilice alucinógenos, cuando cante o cuando baile, se verá
metamorfoseado en una de estas criaturas, y son ellas las que hablan o cantan por su
boca. Su poder, al principio, es limitado y sólo atiende a los niños y a sus familias por
enfermedades benignas. Con la experiencia, adquirirá más poderes, irá a buscar sus
cantos al árbol de los cantos de los espíritus; con el paso de los años, si cumple con las
reglas, su poder aumentará. Los mejores chamanes son seres excepcionales, inteligentes,
grandes actores, en posesión de todo el saber que concierne a la dimensión sobrenatural,
a la cosmovisión y a la mitología; tienen intuición y perspicacia, son capaces de ver lo
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
que permanece oculto al resto de los mortales; los chamanes ven realmente a los hekura
y a su mundo; sus sueños son premonitorios, conocen bien a los hombres, al cuerpo
humano y su patología.
Cuando un enfermo acude a un chamán, lo primero que tiene que hacer es describir su
enfermedad tal como la siente, luego el chamán analiza los síntomas y formula un diag-
Yanomami en el Casiquiare.
Fotografías Kike Arnal.
283
nóstico del cual dependerán las técnicas que pondrá en práctica para curarlo. El chamán
le explica al enfermo de qué sufre, porque la eficacia de sus cuidados requiere la cola-
boración del enfermo, su propio conocimiento del mundo imaginario de los Yanomami.
El chamán, seguidamente, hace que los hekura se paren de sus chinchorros, los invita, a
menudo envía al espíritu Pereza a buscarlos en la selva; éste los convida dirigiéndose a
ellos en forma ritual, por medio de un diálogo ceremonial. Entonces, el chamán puede
encarnarse en un ser específico e ir a buscar un principio vital robado, combatir el de-
monio de la enfermedad que ha venido a alojarse en el cuerpo del enfermo, quemar una
sustancia maléfica o extraer el objeto patógeno causante de la enfermedad.
Los hekura domésticos tienen una casa en el pecho del chamán, pero todo el cuerpo de
éste es un refugio para ellos. Por ejemplo, el dedo gordo del pie es considerado como su
camino principal, la rótula es otro shapono (casa colectiva) para los hekura, en la garganta
del chamán se sumerge un tubo por el que pasan y se forman los cantos. Los cantos y
los relatos de los chamanes ponen en acción el mundo de los hekura. He aquí algunos
extractos de tales cantos, con discursos hablados intercalados:
suave y lenta. Por más que entono sus canciones, los hekura embriagan por completo
mi espíritu aturdido. Cuñado, ellos nombran noche lo que nosotros llamamos día, y
día lo que nosotros llamamos noche, y por más que estemos en pleno día, de una vez
pretenden aprender de noche mi canto.
(Cantado) - No lograremos trenzar las mostacillas en torno a nuestras cabezas... No
lograremos, no lograremos, no lograremos trenzar las mostacillas en torno a nues-
tras cabezas... Los hekura van y vienen, bajo el brazo traen flechas con puntas lan-
ceoladas. Hay plantas mágicas en la Roca-de-las-plantas-mágicas... De los brazos
de los hekura cuelgan bolsitas llenas de polvos mágicos. Los hekura preparan plantas
mágicas... Por la boca de los chamanes expresan sus cantos que se repiten y se ale-
jan... Los hekura cantan, y en sus manos sostienen una cosa brillante como un espejo,
sus caras y todas sus casas brillan con esta luz...
A veces el chamán recita un episodio mítico, que interpreta y actúa. Durante una cura,
el chamán dice todo lo que pasa y hace entender al enfermo la lucha que libra por él. A
veces los chamanes resultan contaminados por el poder maléfico de los seres contra
los que combaten, se muestran agotados, exhaustos. Los buenos chamanes pueden ser
extraordinarios actores, en cuanto a interpretar para la comunidad lo que ven, lo que
sienten. Algunos de sus cantos son espléndidos.
Al g u n o s d e m o n i o s s i l v e s t r e s
realmente ve el lugar donde yace Yotenama y da la voz de alerta. Los parientes de los niños
muertos hacen secar pimentones sobre el fuego y se dirigen hacia la madriguera, la tapan y
asfixian al ogro con el humo de los pimentones. Sirõrõmi, cuñado de Yotenama, es a la vez
un seductor y un buen cazador, muchas veces entre los Yanomami las dos cosas van juntas,
pues los amantes ofrecen presas de caza, a escondidas de los maridos, a las mujeres que
aman. Sirõrõmi se presenta a las mujeres solas, en ausencia de sus maridos, les ofrece pie-
zas de caza que lleva al hombro (se trata siempre de una pareja de aves), y hace el amor con
ellas. Exhala un olor acre y proyecta un líquido ácido en los ojos de los maridos celosos que
osan enfrentarlo, luego los desuella. Pero ¿por qué el pensamiento indígena asocia estos
dos seres, Yotenama y Sirõrõmi, haciendo de ellos dos cuñados, seres entonces vinculados
por estrechos lazos de parentesco? Es que Yotenama es un caníbal que devora verdadera-
mente a sus víctimas, mientras que Sirõrõmi lo hace simbólicamente con la vagina de las
mujeres con quienes se acopla. Es que hacer el amor en yanomami se concibe como una
forma de canibalismo. Hacer el amor con una mujer se dice “comer la vagina de la mujer”
(suwe na wai) y hacer el amor con un hombre se dice “comer un pene” (morõshi wai); y hacer
el amor en general se dice “hacerse comer” (wamou). El adulterio y hasta el acto sexual se
conciben entonces como una forma de canibalismo.
Hay enfermedades que no son enfermedades somáticas, pudiendo ser consideradas más
bien como trastornos mentales; al respecto, se pueden discernir tres formas que parecen
corresponder a las principales categorías de las patologías psiquiátricas, vale decir, la es-
quizofrenia, la paranoia y la histeria. Una suerte de esquizofrenia es provocada por seres
sobrenaturales llamados yawari. Los yawari se apoderan de seres humanos, muchas veces
bajo la apariencia de uno de sus parientes cercanos, y los arrastran con ellos tomándolos
del brazo. Su casa está debajo del agua, pero tienen el aspecto de seres humanos, y el in-
terior de sus moradas está seco. Viven en compañía del monstruo rahara, una enorme ser-
piente de agua capaz de tragar enteras a las personas, que se mantienen vivas en su vientre.
Los yawari poseen muchas batatas dulces, son buenos cazadores y buenos chamanes, sus
mujeres son bellas. Cuando arrastran a los seres humanos a sus casas, éstos pierden total-
mente el sentido de su origen, de su identidad, olvidan quiénes son y de dónde vienen. Los
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
yawari los castigan. Les permiten hacer el amor con sus mujeres, asistiendo sin enojarse
a sus retozos. Es un mundo ilusorio, los yawari llevan lianas alrededor del cuello, preten-
diendo que son mostacillas; comen cruda su carne. Cuando un yanomami ha desaparecido
y no regresa, muchas veces se dice que ha sido capturado por los yawari. Ciertos yanomami
que se han perdido de esta manera, regresan a la casa confundidos, sin armas, aduciendo
Mujer yanomami lavando copoazú.
Cargando leña.
Fotografías Kike Arnal.
287
que han sido atrapados por los yawari. Estos seres pueden también apoderarse del princi-
pio vital de la gente; poseen asimismo toda clase de plantas mágicas que utilizan a veces
contra los seres humanos. Wãrihõthõ es un ser sobrenatural de la clase yai thë, provoca
hinchazón apoderándose del principio vital, pudiendo sobrevenir la muerte de la víctima;
arroja flechas inmateriales contra los Yanomami.
Otros seres sobrenaturales pueden también desencadenar trastornos del comporta-
miento. Son los ãiãmori; los demonios de la guerra, criaturas feroces y sanguinarias, que
libran una guerra perpetua e implacable, también combaten los hekura. No mueren nun-
ca y lamen la sangre que mana de sus heridas. Todos los homicidas poseen un ãiãmo en
su pecho. Estos seres se desplazan a veces solitarios en la selva, silbando o gimiendo
como un bebé, pero lanzan flechas inmateriales contra los hombres que encuentran.
Ciertas personas que pretenden haber sido alcanzados por una flecha inmaterial, sienten
en verdad violentos dolores, que pueden conducirlos a la muerte. Estos dolores son ima-
ginarios, pero basta estar convencido para sufrirlos, marchitarse y morir. En este caso,
sólo los chamanes son capaces de extirpar simbólicamente el objeto que hace sufrir a la
víctima. Otras veces el pei no uhutipi de un demonio de la guerra se aloja en el cuerpo del
ser humano y modifica su comportamiento; la persona así poseída se vuelve entonces
violenta como un demonio de la guerra, quiere a toda costa sentarse en el fuego, repite
la palabra ãiãmo de manera obsesiva; su conducta se vuelve agresiva y, por prudencia, los
parientes esconden las armas. Para liberar al paciente, los chamanes cierran el camino
que conduce del demonio a su víctima. A propósito de los trastornos mentales veremos
mas adelante los que se asocian con el uso de una planta mágica.
evocar las concepciones yanomami sobre la muerte. Una mujer o un hombre son seres
complejos. Un ser humano es a la vez persona social, individuo único, un cuerpo que
experimenta sentimientos, emociones, dolor; pero ese cuerpo se descompone en va-
rios principios que desaparecen, o que son destruidos, o que permanecen después de
la muerte, indestructibles. Ese cuerpo, finalmente, forma parte de un todo, el cosmos,
288
la naturaleza. Estos son los distintos puntos de vista que adoptaremos sucesivamente,
teniendo en mente que una persona es todo esto en sí misma y al mismo tiempo. La
división no es cómoda, salvo para la descripción y el análisis; es un artificio.
En primer lugar planteamos la cuestión de las relaciones de parentesco y la del nom-
bre propio, dos caras de la misma moneda: en la que una persona es irremediablemente
idéntica a sí misma y única. Las relaciones de parentesco inscriben al individuo en un
espacio social, mientras que el nombre personal es único. En la sociedad yanomami un
hombre, una mujer, es ante todo alguien que posee relaciones de parentesco con los de-
más, es un hijo o una hija, un padre o una madre, un esposo o una esposa, etc. Alrededor
de cada quien se despliega una red de lazos de parentesco que, paso a paso, desbordan
la comunidad y engloban todo el universo humano conocido; es decir, una decena o una
quincena de comunidades vecinas. Cuando dos yanomami no se conocen y se encuen-
tran por primera vez, lo primero que hacen es determinar sus lazos de parentesco; esto
lo hacen en relación con las personas que conocen en común, por deducción. Pero en ese
mundo construido sobre las relaciones de parentesco los individuos son intercambiables,
lo que supone la realidad de un orden permanente, más allá de los individuos que la
componen, ese orden permanente es el de la sociedad, el cual permanece inmutable
cuando sus miembros desaparecen. El orden social impone la realidad de la permanen-
cia y de la continuidad: la de la vida cotidiana, la del ritmo alternado de los trabajos, la
del tiempo cíclico que pasa y se mantiene idéntico (los días y las noches, las lunas, las
estaciones, las reglas de las mujeres, la vida y la muerte). Continuidad también de las
generaciones que pasan y se suceden iguales. Es la muerte la que, sin embargo, hace
aparecer como irrisoria esa verdad, porque introduce una irreversible discontinuidad. Es
por eso que los muertos son amenazadores y que hay que hacerlos desaparecer a toda
costa, tratando como se debe a los cadáveres. Veremos seguidamente que esa realidad
es reconocida por el pensamiento yanomami y que éstos se esfuerzan por esconderla,
razón por la cual prohíben pronunciar precisamente lo que es propio del individuo: su
nombre. La muerte introduce una inaceptable ruptura en la continuidad de las relaciones
sociales. Y es precisamente en el esfuerzo realizado por los Yanomami para pensar la
realidad de la muerte, que para ellos ninguna muerte es natural, y que debe ser atribuida
ineludiblemente a alguna causa, para tratar de explicar por qué ha podido producirse;
pero la muerte, igualmente, inaugura otra vida.
La realidad de la muerte es, entonces, reconocida, es necesaria, pero su necesidad es
impensable. Para tratar de entenderla, es preciso atribuirle una causa exterior, lo que
289
permite no imputarla al azar: ella ha debido ser provocada por un acto de brujería, ha
sido el resultado de una agresión por parte de seres sobrenaturales, de una infección
por los demonios de la enfermedad, por el uso de plantas mágicas, o por un ataque rea-
lizado por chamanes exteriores a la comunidad. Si la defunción ha sido provocada por
la agresión de un hombre, esa muerte debe ser vengada, un miembro de la comunidad
del homicida tiene que ser suprimido. Como se ha dicho, en su código moral, los Ya-
nomami integran la guerra y la muerte al ciclo de los intercambios y de la reciprocidad:
golpe por golpe, herida por herida, cadáver por cadáver. Pero de una manera general,
la muerte es a la vez radicalmente previsible, aunque se produce para cada uno de una
manera fortuita.
Este largo preámbulo ha sido necesario para tratar de entender mejor la significa-
ción de la prohibición que, entre los Yanomami, pesa sobre los nombres propios. Se
sabe que es de un uso particularmente delicado. El nombre de los muertos no debe ser
evocado bajo ningún pretexto; es una ofensa muy grave para los parientes del difunto.
Pronunciarlo es hacer regresar al muerto, es decir, su espectro, temido por todos. El
nombre de los vivos no es tampoco manejable. Para llamarse, para designar, se utilizan
generalmente los términos de parentesco; en la situación tradicional, no se nombra a
una persona sino excepcionalmente, en su ausencia, no en público, y a condición de no
tener con ella sino un lejana relación de parentesco; nombrar una persona en público
es agredirla. La tecnonimia se usa sin embargo a veces, el nombre de un niño pequeño
sirve entonces para designar al padre o a la madre, se dice “padre de fulano” o “madre
de fulano”. La aculturación de los Yanomami y el debilitamiento de la interdicción sobre
los nombres propios demuestra que ésta tiene varios grados. Cuando, por efecto del
contacto con nuestro mundo, la prohibición se debilita, es el nombre de los hermanos
y de las hermanas, del padre y de la madre, los que más fácilmente se mencionan, el
del suegro y de la suegra, así como el del hablante resisten mucho más. Pero la mayor
repugnancia concebible para un yanomami es nombrarse a sí mismo. Sobre el nombre
propio existe un dicho corriente en los grupos aculturados, se dice: “no pronuncies mi
nombre, si no moriré”. La trasgresión de las reglas que en el sistema tradicional prohíben
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
el uso del nombre propio es hacer que otros corran el riesgo de morir. La persona social
se designa por el lazo de parentesco, como padre, madre, hijo, etc. que señala su posición
en relación con los demás, sus lazos de consanguinidad, su incorporación en una red de
alianzas matrimoniales. El nombre designa al individuo, a una persona específica. Nadie
lleva el mismo nombre, los nombres de los muertos se eliminan, los nombres son fruto
290
animal raro y no identificado que se alimenta de cangrejos. Supongo que hay que relacionar
esto con el hecho de que buscar cangrejos en los huecos de riachuelos, es una actividad
exclusivamente femenina, y la habilidad que tiene una mujer para hacer eso se juzga como
una cualidad esencial. Sin embargo, el noreshi de una mujer depende mucho de sus caracte-
rísticas físicas; las mujeres altas y delgadas tienen a la culebra como noreshi; las que son más
bajas y obesas tienen por noreshi un gran sapo llamado yoyo (Bufo marinus); otras tienen las
raíces de una liana llamada rai (no identificada) por noreshi; las mujeres que tienen rasgos
faciales toscos tienen a la danta como doble. El doble y la persona que le corresponde tienen
entonces el mismo comportamiento y el mismo aspecto físico. Las mujeres cuyo doble es la
raíz de la liana se enredan los pies en los arbustos y en la vegetación, las que tienen el sapo
como doble, se acuclillan sobre los troncos de árboles caídos; cuando una mujer no tiene
habilidad para buscar cangrejos, tampoco la tiene su noreshi.
Los dobles animales de las personas no viven cerca de éstas, sino lejos, de modo que
no hay ninguna prohibición alimenticia con los animales que representan los dobles
humanos. Una sola excepción es la arpía; cuando se mata una de estas aves, el cazador
tiene que someterse al ritual de los homicidios (unokaimou). Si se come la carne de
una arpía (algunos jóvenes y adultos lo hacen) hay que comerla a toda velocidad, dejar
algo de carne en los huesos antes de botarlos, teniendo el cuidado de esparcirlos. Esto
significa que se come la arpía como si se comiera su correspondiente humano y hay
que hacerlo como lo hacen los caníbales según las concepciones yanomami. Existe una
cierta relación entre el noreshi y las concepciones de las enfermedades. Los dobles de
los niños pequeños son jóvenes como ellos; son dobles animales transitorios que se
encarnan en un pequeño lagarto de cola azulada llamado ihiru noreshi (literalmente,
“imagen de niño”, no identificado). Estos dobles viven todavía en la proximidad de los
niños, no se alejan enseguida, y estos lagartos no se matan. Estos dobles son inestables
y los niños los pierden con facilidad y se enferman. Cuando un niño sufre un gran susto
su doble huye. Entonces, varias mujeres salen a la selva en busca del doble perdido del
niño, acompañadas por éste. Barren el suelo con ramas, lanzando gritos agudos, para
recuperar el doble. El niño recobra la salud al mismo tiempo que su noreshi. El mismo
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
ritual se desarrolla para los adultos, cuando los chamanes deciden que una enfermedad
es el resultado de la pérdida del noreshi. El doble animal es realmente uno de los cons-
tituyentes de la persona.
Otro constituyente del ser humano es el pei mi ãmo literalmente “el centro”; se podría
llamar “el principio vital”. Sólo los seres humanos poseen uno. Es un constituyente in-
292
material, que sin embargo los chamanes pueden ver bajo una forma antropomórfica, de
manera que cada parte del cuerpo tiene su propio principio vital: el ojo, las piernas, los
brazos, etc. El principio vital está contenido en una envoltura, el pei siki; da a cada per-
sona su vitalidad y si la persona tiene coraje, el principio vital lleva flechas. Veremos que
el principio vital tiene una gran importancia en la nosología de las enfermedades. Seres
sobrenaturales pueden apoderarse de él, enfermando así a las personas, y si consigue
comerlo antes de que los chamanes hayan tenido tiempo de restituírselo al enfermo, éste
muere. El papel del chamán en este caso es combatir a los seres sobrenaturales para re-
cuperar el principio vital y devolvérselo al enfermo. En el momento de la cura chamánica
un delantal de algodón simboliza el principio vital de una mujer y una flecha o un carcaj
puede simbolizar el de un hombre. Después de la muerte, el principio vital sube al cielo
y se convierte en un alma (no porepi) en el momento de la cremación.
El pei no uhutipi es el último constituyente de la persona, es el reflejo, la emanación,
también inmaterial, pero a diferencia del principio vital, es común a los animales y a los
hombres. El pei no uhutipi de los hombres tiene forma humana, al morir la persona se
transforma en un espectro (pore), que anda errante, sin fuego, para siempre sobre la tie-
rra. A diferencia del principio vital, el cual sólo puede ser víctima de una agresión, el pei
no uhutipi es agresivo y puede causar graves enfermedades; los espectros también pue-
den agredir a los humanos y apoderarse de su principio vital. Durante las expediciones
guerreras, los chamanes pueden, la noche que precede al ataque, golpear el pei no uhutipi
de sus enemigos; éstos entonces se debilitan, se descuidan y salen inconscientes de su
habitación, para ofrecerse a las flechas de los guerreros al asecho. El pei no uhutipi de una
persona muerta en forma violenta es muy peligroso para el homicida, que se ve obligado
a cumplir con un rito de purificación y de protección (unokaimou). Éste atormenta al ho-
micida sentándose sobre su pecho y oprimiéndolo. El pei no uhutipi de ciertos animales
puede ser igualmente peligroso por lo que hay que matarlo simbólicamente antes de
comerlo. En ciertas comunidades no se come el cerebro de un chácharo antes de haber
neutralizado su pei no uhutipi. En otras comunidades se prohíbe su consumo a los niños.
Los huevos del pájaro hõrãma no se pueden comer sino después de la eliminación de su
reflejo, éste posee un dardo con el cual apuñala a quien lo come, imprudente, provocán-
dole erupciones de forúnculos. En ciertos casos, el pei no uhutipi causa una enfermedad
conocida con el nombre de washë, la descripción que los Yanomami dan de esta afección
se parece bastante a la leishmaniasis, una podredumbre de la carne. De ahí la necesidad
de respetar ciertas prohibiciones alimenticias y cumplir los ritos debidamente. En esta
293
concepción, el pei no uhutipi aparece como una fuerza agresiva que se irradia fuera del
ser que le corresponde.
Una persona es, ante todo, un ser social que se integra en la red de las relaciones de
parentesco; pero a este nivel el individuo es intercambiable, se interna en un todo cuyo
pasado no tiene comienzo conocido y cuyo fin no se puede prever. Es el nombre propio
el que da a la persona su individualidad, que marca su diferencia, pues todos los nom-
bres personales son distintos, pero esa individualidad encarna en un ser biológico que
tiene un comienzo (el nacimiento) y un fin (la muerte); de aquí la prohibición del uso de
los nombres personales, nombrar a alguien es, en cierta forma, anunciar su muerte. El
ser biológico posee un organismo, pero es más bien la manera como este organismo se
concibe lo que resulta ser importante para determinar cómo la enfermedad y la muerte
son conceptualizadas por los Yanomami. Hemos visto que toda persona posee un doble
animal, a veces una planta, y el destino de ambos son idénticos. Las particularidades
de una son las del otro; la pérdida del doble provoca enfermedad y debilitamiento. El
doble establece un lazo entre la naturaleza y el hombre, los Yanomami no disocian como
nosotros la humanidad del mundo natural. Por el contrario, multiplican las relaciones
entre la una y el otro y todos los animales actuales han sido seres humanos en el pasado
de la mitología. El principio vital es la sede de la vida y cuando éste es atacado, robado
o comido por seres sobrenaturales el individuo se enferma o muere. Con la muerte se
convierte en el alma que sube al cielo, siendo entonces inmortal. Finalmente, el reflejo
es una fuerza que se proyecta fuera del ser. Esta fuerza puede agredir a otros seres, pero
puede ser controlada y debilitada de modo de hacerle perder su peligrosidad. Con la
muerte el reflejo se transforma en espectro, es decir, en una apariencia de vida, pero
sigue guardando su potencial agresivo.
L a s s u b s ta n c i a s m ág i c a s
y los efectos que producen
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
Una planta, el pore hena (Justicia sp.), literalmente “la mata de los espectros”, se inhala
como un alucinógeno, pero no es un alucinógeno. Sus hojas se secan sobre el fuego y
se reducen a polvo para ser así consumidas. Esta planta desencadena graves trastornos
del comportamiento en quienes están predispuestos, esas crisis aparecen en dos cir-
cunstancias, bien sea porque se inhaló el polvo o porque se piensa haber sido víctima
Alto Siapa.
Río Ventuari.
Fotografías Kike Arnal.
295
de un acto malintencionado, por el cual el polvo le fue proyectado. Las crisis son largas,
durando dos o tres horas diarias, y se repiten durante una decena de días; empiezan
con una fuerte agitación, luego el poseso bate sus palmas con fuerza y seguidamente se
pone a correr y a cantar como un chamán, da vueltas alrededor de la habitación y realiza
amplios recorridos circulares en la selva. Uno ve a las personas correr o echarse al agua,
pero en realidad el que se comporta así tiene la impresión de cabalgar un ser fantástico,
el hayakoari, cuya apariencia es la de un animal entre la danta y la vaca. Se cree que la
persona afectada puede saltar por encima de los cursos de agua, se muestra insensible a
las espinas, es capaz de descubrir objetos escondidos –ve la selva como a una sabana– el
poseso ve báquiros bajo la forma de seres humanos y seres humanos bajo la forma de
báquiros, puede ser violento –recuerdo un crimen que los Yanomami atribuyeron a una
persona que estaba bajo la influencia del pore henaki, quien había tomado a su víctima por
un báquiro (a pesar de lo cual fue castigado con la pena de muerte y el incidente estuvo
a punto de provocar una guerra). De todos modos, parece que los actos de violencia son
habituales por parte de alguien que se encuentra en ese estado y los parientes del poseso
toman precauciones, quitándole sus armas; pero éste, en su crisis, posee una fuerza ex-
traordinaria, por lo que resulta muy difícil dominarlo. Al término de la serie de crisis, una
vez que el sujeto retoma su comportamiento normal, se muestra debilitado y deprimido.
La manipulación de ciertas substancias, la toma de huellas y otros procedimientos
mágicos que en una primera aproximación podrían calificarse como brujería, resultan
ser otra causa importante de enfermedades somáticas, según los Yanomami. De he-
cho, en el pensamiento indígena existe toda una clase de productos, entre los cuales
se encuentran numerosas plantas llamadas hëri, que son productos mágicos. Un gran
número de las plantas empleadas pertenece a las familias de las Cyperaceae y de las
Acanthaceae; de las plantas de la primera familia se utiliza el bulbo desecado y de la
segunda las hojas también secas. Todas las substancias clasificadas como hëri producen
un cierto efecto, pudiendo éste ser benéfico o maléfico. Entre los hëri cuyo efecto es
benéfico, podemos citar todos aquellos que dan suerte en la caza. Cada uno de estos
encantamientos sólo tiene efecto sobre un animal determinado, hay uno para cazar la
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
gallina de monte, otro para las aves pequeñas, otro para el paují, otro para la danta, etc.
Los productos que facilitan la caza se ponen en la extremidad de las flechas. Otras subs-
tancias vegetales sirven para hacer crecer los niños o para hacerlos valientes. Otras dan
ánimo a los hombres que trabajan en el conuco. Con el bayo (Caladium bicolor, shoaa o
tapra, en yanomami), las mujeres mantienen a los hombres en sus hogares y les impiden
296
correr tras otras mujeres, o por el contrario, mantienen a los hombres que les gustan.
Las mujeres frotan los chinchorros con estas sustancias, o las mezclan en el colorante
que los hombres utilizan para pintarse. Otros productos son afrodisíacos, permiten se-
ducir a las mujeres o despertar su deseo sexual. El kumi, por ejemplo, es un afrodisíaco;
cuando la larva de un cierto coleóptero viene a alojarse en un bejuco, la madera exhala
un fuerte perfume, que los Yanomami reconocen. Recogen entonces los excrementos de
dicha larva, madera mascada y digerida que se seca sobre el fuego y se reduce a polvo.
Los hombres hacen respirar ese polvo por la fuerza a las mujeres, aplicándoles con fir-
meza la mano sobre la boca y la nariz. La “mata de las mujeres” (suwë henaki) y los “ojos
de mujer” (suwë mamoku) son también afrodisíacos. Estas dos matas se cultivan, una
es una Cyperaceae, la otra una Acanthaceae. El olor de estas matas es impregnante, se
dice que provoca la pereza y si se usan con demasiada frecuencia, el seductor y la mujer
destinataria del encantamiento engordan.
Son siempre las mujeres las que, según los indígenas, son estériles. Esa esterilidad
no se atribuye nunca a causas naturales, sino que es provocada por los amantes despe-
chados o celosos, que quieren vengarse. El manaka se cultiva, y los bulbos, que tienen
un parecido con los testículos, se secan y se pulverizan. El polvo se proyecta sobre la
persona a la que se quiere perjudicar volviéndola estéril. Esta sustancia no está exenta
de peligros para los que hacen de ella un uso abusivo, ya que adelgazan, su estómago
se reduce, dejan de comer. El shapo, una sustancia espumosa que sale de ciertos árboles
infestados por larvas, también provoca esterilidad en las mujeres. La espuma se recoge,
se mezcla con otros productos y se proyecta sobre una mujer. La palabra estéril, en ya-
nomami, se dice manakapi o shapopi, es decir, contaminada por el manaka o el shapo. El
espejo, por la doble propiedad que tiene de reflejar las imágenes y de cortar, se utiliza
también en magia negra. Cuando se tritura un espejo y se proyectan los trozos hacia una
mujer embarazada, sus destellos desgarran el feto y el niño nacerá muerto. También se
usan para ello las limaduras de un machete nuevo. Si se pone un espejo sobre el fuego
para hacerlo estallar durante una epidemia de tos, la garganta de la gente sangrará y
comenzarán a escupir sangre.
El kramosi y el nashi kosiki son dos hëri cuyos efectos corresponden claramente a algu-
nos de los síntomas asociados con la oncocercosis o, más específicamente, con el aspecto
que toma la piel en los estados avanzados de la enfermedad. Kramosi es una gran ma-
riposa nocturna (no identificada), es también el nombre de la sustancia que se prepara
con el insecto desecado y pulverizado. La víctima adelgaza, su piel se vuelve grisácea
297
y apergaminada como la de los viejos; más tarde aparecen llagas y puede sobrevenir
ceguera. El nashi kosiki es una planta cultivada (no identificada) igualmente desecada y
pulverizada, cuyo polvo se proyecta de un golpe sobre las personas a las que se les quiere
hacer daño, que son generalmente visitantes. La piel de las víctimas se marchita, más
tarde aparecen llagas purulentas en todo el cuerpo. El koa mashi (Maranta arundinacea) es
una planta cultivada, de la cual se utilizan los tubérculos desecados y pulverizados; los
hombres la emplean contra las mujeres que rechazan sus solicitudes, contra las mujeres
que los han decepcionado y contra las esposas de los hombres que odian. La víctima cae
enferma, adelgaza, su tez se vuelve amarillenta y puede llegar a morir. El waka moshiki
(literalmente, ganglio inguinal de cachicamo gigante) es una Cyperacea utilizada en
magia negra por los hombres para matar; otra vez en este caso, y como con todas las
Cyperacea, se usa el bulbo desecado y pulverizado contra personas de ambos sexos. La
persona se enferma, su piel adquiere un color amarillento y puede morir.
Varias plantas se utilizan también en los enfrentamientos a puños o con garrotes y
durante las guerras. Las mujeres poseen un producto mágico temido, llamado oko shiki
(literalmente, intestino de cangrejo). El producto se fabrica con una planta cultivada (no
identificada), del mismo nombre; se añaden las mandíbulas de una araña mona (hãhõ),
pequeños cangrejos y la fruta del arbusto Anaxagorea brevipes (yãri natha). Las arañas-
mona y los cangrejos están asociados con las mujeres, pues son ellas las que siempre
los agarran. Las mujeres pueden utilizar este producto contra los hombres de su propia
comunidad, quemándolo y dirigiendo el humo contra sus víctimas. Pero en la mayoría
de los casos ellas acompañan a los hombres en ocasión de sus expediciones guerreras
y hacen quemar el producto para exterminar a los guerreros enemigos. Sólo los hom-
bres, niños o adultos, son afectados por la sustancia, que no ataca al sexo femenino. El
horeprema es una planta cultivada (Maranta arundinacea), utilizada por las mujeres en
los enfrentamientos y en la guerra en forma de polvo que ponen en la palma de la mano
y soplan en dirección de los adversarios cuando los hombres se enfrentan, provocando
así su debilitamiento o su huida. El polvo también puede depositarse en las huellas de
enemigos que, tras el ataque, emprenden la retirada. Se dice que el producto los debilita,
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
les produce dolores en las piernas y les provoca un sentimiento de malestar. El nomaremi
es otra Cyperaceae (Cyperus articulatus) utilizada para matar; el polvo de los bulbos se
proyecta con un golpe hacia la persona que se quiere afectar. Durante un combate a pu-
ñetazos se puede introducir un fragmento de bulbo por debajo de la uña para provocar
la muerte del adversario (estallido del bazo a consecuencia de un puñetazo en el flanco);
298
hekura también las poseen, sobre todo el espíritu Piapoco, que en un mito seduce a una
humana con un afrodisíaco y la lleva a su casa tras transformar su mente. Los chama-
nes combaten los efectos nocivos de las plantas mágicas sea extirpándolas por succión
del cuerpo del enfermo (donde éstas crecen cuando son plantas las que se usaron), sea
quemándolas con un fuego que hacen descender del mundo superior, o sea llamando un
hekura poseedor del fuego, como amakuri, Kanapororiwë o Ayãkõrãriwë. Kanapororiwë
es el espíritu asociado con el conoto (Psarocolius decumanus), que ayudó a robar el fuego
y se dice que todavía lo posee. Ayãkõrãriwë es el espíritu asociado con el arrendajo (Ca-
cicus cela). Estos dos pájaros tienen como especificidad la de vivir en nidos suspendidos
a las ramas de los árboles. El arrendajo era antaño el dueño de los pijiguaos rojos y por
eso se le asocia con el fuego.
Otro procedimiento para hacer enfermar una persona y eventualmente provocarle la
muerte es el de apoderarse de su huella (mãyõ tëai o mãyõ yuai). Cuando uno quiere hacer eso,
se embosca en la selva o en el conuco adonde viene a trabajar una persona determinada y es-
pera su paso. Apenas esta persona haya pasado se toma la tierra donde ha quedado impresa
la marca del pie y se envuelve la tierra en una hoja. Cuando la huella no es muy reciente, el
acto de brujería pierde efecto. Un chamán puede presentar esa tierra a los hekura y hacer mor-
der por una mapanare el pie del dueño de esa huella. Los que no son chamanes traen la tierra
a su casa, donde esperan que se seque, luego la mezclan con waka moshiki, nomaremi o curare;
para efectuar la mezcla se amasa la tierra con las palmas de las manos apretadas entre los
muslos, efectuando el mismo gesto y el mismo movimiento que se efectúan en ocasión de la
preparación del yopo. El brujo está entonces atento, si la hoja en que se ha traído la tierra se
doblega o se rompe, eso significa que la víctima está muriendo; en cuyo caso hay que botar
la hoja con la mezcla de tierra y de veneno. Los fantasmas (pore) pueden también apoderarse
de las huellas y de restos alimentarios de la gente, para hacer que se enferme. Pueden igual-
mente “agarrarles la boca” (kahiki tëai), que se deforma de tal manera que cuando la persona
come se le cae la comida por las comisuras. Los aparecidos pueden también apoderarse de
los esputos (kahu u pe tëai) para enfermar o hacer morir.
Además de todo lo que hemos dicho, existen todavía otras creencias en relación con
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
gran diversidad. Todo eso lo han logrado trabajando dos horas y media cada día para
satisfacer largamente sus necesidades vitales.
la comida, todo el mundo se congregó y los ancianos gritaron: “Vayan, jóvenes, diviér-
tanse, dancen, jueguen, hagan payasadas, y traten de hacer reír a Baba”. Todo el mun-
do se reunió entonces alrededor de Baba para danzar y divertirse. Chupaflores avanzó
haciendo chasquear la cuerda de un arco, con los ojos volteados; lo siguió Pico de lacre
negro (Monasa atra), que hacía entrechocar en su espalda dos mandíbulas de báquiro.
Noche en el shapono.
Fotografías Kike Arnal.
303
Se sucedieron así, adornados en forma jocosa, diciendo “payasadas”. Por todas partes
se oían las burlas y las risas, pero Baba seguía insensible, hacía como si no viese y no
entendiese nada, levantaba los ojos hacia el cielo. Entonces, Pollito hormiguero se puso a
danzar y a cantar levantando el rabo, y ensució con sus excrementos fluidos la cara de los
espectadores. Ante esto, Baba no logró contener una carcajada que hizo que expulsara el
fuego de su boca. Pico de lacre negro, que estaba en cuclillas debajo de Baba, lo agarró
de inmediato, pero la mujer de Baba lo persiguió tratando de apagarlo con un chorro de
orina. Pico de lacre negro volaba demasiado bajo y Rana iba a alcanzarlo, cuando Conoto
(Psarocolius decumanus) tomó el relevo, levantó vuelo y fue a depositar el fuego sobre la
rama seca de un árbol que dominaba sobre los demás. La rama se incendió y pronto las
brasas cayeron como lluvia sobre el suelo. Furiosa, Rana profirió una maldición: “Uste-
des se apoderaron del fuego, y el fuego los devorará al momento de morir. Dejarán de
ser inmortales y serán quemados. Baba, mi compañero y yo seguiremos sin conocer la
muerte en el lugar en el que las aguas tienen su origen”. Luego, ambos desaparecieron,
huyendo de los hombres.
Queriendo apoderarse del fuego que les permitiría cocer sus alimentos, los ancestros
desconocían todavía su naturaleza “caníbal”. De los dos objetos descubiertos que les per-
mitieron desenmascarar a la baba - una oruga cocida y fragmentos calcinados de hojas
- sólo prestaron atención al primero. Lo cocido los subyugó y descuidaron lo quemado. La
maldición lanzada por Rana les recordó la realidad: los hombres tendrán el fuego, pero
en contrapartida, conocerán la muerte y padecerán de los humos deletéreos que los en-
fermarán. Fuegos de cocina y hogueras funerarias son indisociables. En cierta forma, y a
su modo, el mito refleja la realidad. Los Yanomami hacen del fuego un doble uso: técnico
(cocción de los alimentos y quema en los conucos) y ritual (incineración de los muertos).
A estos usos corresponden varias maneras de disponer del fuego: pira de leños entrecru-
zados rectangularmente para la incineración de los muertos; leños dispuestos en estrella
para cocinar los alimentos y calentarse; y alineación de las ramas y de los troncos para la
quema en los conucos. Cada uno de estos usos está estrictamente definido, no se quema
cualquier cosa de cualquier manera ni en cualquier lado. Por ejemplo, los indígenas no
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
utilizan el fuego para destruir la basura y los objetos usados. Estos se botan detrás de la
habitación, donde se pudren. No hace mucho tiempo todavía los Yanomami no tolera-
ban ver a los napë (criollos) quemar sus desperdicios: el humo de los objetos destruidos
generaba, decían ellos, seres sobrenaturales, los shawara, responsables de ciertas enfer-
medades. Cuando un muerto es quemado, al día siguiente en la madrugada, hay que ir
304
a purificarse en el agua corriente de un río. Cuando una persona se extrae las niguas del
pie, es en el agua que hay que botarlas, pues en el fuego proliferarían. Quemar esa cosa
sagrada que es un cadáver impide quemar en el fuego cualquier otra cosa.
Repentinos y violentos sollozos surgiendo de un fogón anuncian a los habitantes de
la gran casa comunitaria que alguien acaba de morir. Entonces, todo el mundo se reúne
alrededor del cuerpo yaciente en su chinchorro. Las mujeres se sientan en círculo, casi
contra el muerto, agarradas a su chinchorro y sus manos se deslizan sobre el cuerpo. Los
hombres, en un segundo plano, mantienen los puños crispados sobre sus arcos y sus
flechas. Es un momento de violenta desesperación. Se oyen largos llantos, gritos, sollo-
zos, cantos fúnebres; las mujeres se golpean los muslos; los hombres hacen chasquear
las cuerdas de sus arcos, golpean con la hoja de sus machetes los postes que sostienen
el alero de la casa. Ciertos parientes cercanos del difundo, en su desolación, pueden
llegar a destruir un bien precioso, e inclusive matar un animal casero. Las prolongadas
lamentaciones funerarias de las mujeres hacen el elogio del muerto, evocan los lazos de
parentesco, haciendo a veces como si el difunto todavía estuviese vivo, allí con ellas. He
aquí algunas de las frases recogidas en algunos de esos momentos.
En estas largas lamentaciones y llantos se elogian las cualidades de los difuntos como si
estuvieran realmente presentes; todavía lo están, pero sin vida. Eran gente bella, trabaja-
dora, buenos pescadores, buenos cazadores, generosos, valientes. En suma, poseían todas
las virtudes exigidas por el código moral de los Yanomami. Sin cesar, se evocan los lazos
de parentesco, es que los muertos están todavía allí, miembros de la sociedad que acaban
sin embargo de dejar. Se les suplica que reaparezcan, que franqueen nuevamente, vivien-
tes, el umbral de la morada. Se rechaza la muerte, se dice sencillamente que se han ido, que
han desaparecido, o que han huido. Jamás la terrible palabra “muerte” es pronunciada. Al
difunto se le ruega que vaya a buscar a quienes lo precedieron en el más allá. El uso del
nombre propio ya muy estrictamente reglamentado y limitado durante la vida, se torna
entonces totalmente imposible; es el momento en que la prohibición de los nombres per-
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
sonales cobra todo su sentido. Esta interdicción es tan rigurosa que los Yanomami temen
mucho dejar escapar por descuido este nombre, lo que ocurre a veces cuando una persona
está bajo el efecto de los alucinógenos o cuando se comete un lapsus. Jamás se da a un niño
el nombre ya utilizado para otros ancestros, difuntos o vivientes, de tal modo que nadie
puede llevar el mismo nombre en la comunidad, ni tampoco en las comunidades vecinas,
306
en las que todo el mundo se conoce. Cuando el nombre del difunto es el de un animal o
de una planta, hay que cambiarlo y buscar otra manera para llamar a ese animal o a esa
planta. Pronunciar el nombre de un muerto se dice kamakari wãhã yuai, es decir, nombrar
la muerte. Kamakari es la muerte o más bien una alegoría de ésta. Kamakari es un ser
sobrenatural terrorífico; se parece a la muerte, con huesos salientes, carne en putrefacción,
hormigueante de gusanos, su aliento tiene exhalaciones pútridas. Sin embargo, ese ser
vive y es peligroso. Puede apoderarse del principio vital de los hombres. Cuando Kamaka-
ri se apodera de un ser viviente, éste gime, tose, escupe sangre. Esto puede pasar cuando
las cenizas del muerto son mal preparadas o mal consumidas.
Hasta la noche se alternarán tiempos contrastados: tiempos vivos de dolor expresado
con vehemencia, en los que se suceden llantos, sollozos, lamentos, elogios, conjuros
para que el muerto regrese, y momentos de silencio pesado. Se borran poco a poco las
huellas materiales de la presencia del muerto. Una parte de los bienes serán quemados
con el cadáver, la otra parte, más tarde, durante el ritual del adorno. Ciertos bienes se dis-
tribuyen entre los parientes cercanos que aseguran su custodia y su destrucción ulterior.
Los adultos de más edad, de ambos sexos, danzan y lloran en la plaza central del alero
colectivo, exhiben los pobres trofeos que recibieron a título temporal. Más tarde y poco
a poco, las plantas mágicas del difunto se destruyen en el conuco; en la selva se recogen
las semillas de las frutas silvestres que el difunto ha podido botar en las proximidades
de los refugios temporales, porque podrían germinar y crecer; se cortan en trozos y se
queman todos los palos del refugio donde se alojó el difunto. Toda huella que pudiera
despertar el recuerdo del difunto debe ser suprimida. Pronto, lo veremos, su cuerpo será
destruido y, luego, más tarde, consumido. Al final, nada, absolutamente nada quedará
del difunto. Esa muerte, por fin, tiene que ser explicada, sea que ella tome un lugar en la
teoría de las enfermedades y entonces es la consecuencia de una enfermedad más o me-
nos larga atribuida a ciertos seres sobrenaturales, sea que el deceso ha sido brusco y hay
que determinar el responsable y eventualmente clamar por venganza. Ninguna muerte
es realmente natural, resulta siempre de una agresión de la cual los miembros de otra
comunidad serán directamente hechos responsables. Sobre todo cuando el deceso se
atribuye a un acto de brujería o a la acción de los hekura, los chamanes y sus aliados, los
espíritus de la naturaleza. Sólo la vejez extrema, la defunción de un ser senil, se piensa
como la consecuencia de un proceso natural inexorable.
Mientras se lamentan y lloran, las mujeres extienden sus lágrimas sobre sus mejillas.
Llegada la noche, se enciende un fuego cerca del cuerpo sin vida, vigilado por un pa-
307
riente. Al día siguiente, las mujeres tienen los pómulos cubiertos de un negro espeso
y mate. Durante la noche han trazado sobre sus caras ese signo de duelo del cual se
rehúsan a revelar el secreto. Pretenden que esa espesa capa de un negro profundo re-
sulta de la mezcla de las lágrimas y del sucio. Pero es imposible que eso se logre de esa
manera. Sin duda, durante la noche, ellas han pilado carbones de leña que mezclaron
con una resina, y se untaron cuidadosamente las mejillas. Estas marcas se conservarán
el mayor tiempo posible, se descascararán poco a poco con el tiempo y desaparecerán
por sí solas. Todos los adultos femeninos parientes cercanos del muerto –las hermanas,
las madres, las suegras, la esposa o las esposas– llevan ese signo de duelo. Los hombres
no se ennegrecen generalmente los pómulos, salvo en muy contadas ocasiones y por
razones que se desconocen.
El sol sube en el cielo, un pariente del difunto, muchas veces consanguíneo –un
padre, un hermano, un hijo– limpia el frente de su propio fogón en la plaza central,
el espacio donde se va a erigir la pira funeraria. Algunos jóvenes han ido a la selva a
buscar leña seca. El muerto, ya sea mujer u hombre, se adorna. Si solía consumir ta-
baco durante su vida, se le introduce una mascada por debajo del labio superior. A las
mujeres se les coloca finos palillos a los que se les quita la corteza en los huecos que
tienen en el septum nasal, en las comisuras labiales y en el centro del labio inferior,
palillos en los lóbulos de las orejas o palmas nuevas laceradas. La cara se pinta con
onoto, a veces se añaden motivos de color negro. Los hombres se preparan de la misma
manera: se les pone brazaletes hechos de pieles de aves por debajo de los cuales se in-
troducen las largas plumas de la cola de una guacamaya de colores vivos. Mientras se
termina la preparación del cadáver, la leña que ha sido traída es trozada en leños que
se entrecruzan en forma rectangular. En el centro del rectángulo se disponen astillas
que se encienden con tizones y brasas. Los sollozos y los llantos redoblan en este mo-
mento, así como los cantos funerarios. Pronto dos hombres se acercan al chinchorro
en el que yace el difunto, desatan las cuerdas y desplazan el cuerpo así acostado hacia
la pira sobre la cual es depositado. Resuenan gritos desgarradores. Encima del cuerpo
se colocan leños hasta cubrirlo por completo. Un espeso humo se eleva, mantenido
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
a raya por un chamán para evitar que los demonios de la enfermedad que contiene
contaminen a los vivos. El cuerpo se consume así poco a poco, vigilado por un hombre
que lo voltea cada cierto tiempo con una pértiga. La carne crepita, un asqueante olor
dulzón se insinúa por todas partes. A veces se oyen explotar los ojos. Se añaden leños
regularmente, en la medida en que se necesita. Cuando la carne ha sido completamen-
308
te quemada, se deja que el fuego se extinga, las brazas se convierten en cenizas, que
se enfrían lentamente. Se dice que los incestuosos son difíciles de quemar. A veces los
que quemaron el cuerpo sienten más tarde violentos dolores y vomitan cabellos. Cuan-
do se hacen curar por los chamanes, éstos extraen por succión de sus cuerpos, dientes
humanos y fragmentos de huesos, que eran la causa de sus sufrimientos. Diciendo eso,
los Yanomami piensan que la persona que quemó un muerto se entregó a una forma
de canibalismo simbólico.
Cuando todo está frío, dos o tres hombres, parientes cercanos del difunto, recogen los
huesos calcinados. Utilizan únicamente la mano derecha, buscando meticulosamente
entre las cenizas para retirar hasta los más mínimos fragmentos de huesos que colocan
en una canasta. Con la ayuda de un pequeño palo, mueven las cenizas de modo que
nada escapa a sus miradas. Una vez terminada la tarea, se limpia el lugar de la pira, se
quitan las cenizas y los carbones, los huesos se reúnen en una cesta forrada de anchas
hojas que no dejan pasar nada. La cesta se cierra y se suspende en la parte más baja del
techo. En el lugar de la pira la tierra adquirió un color amarillo grisáceo con matices ro-
jos; se dice que la tierra se ha cocido, lo que recuerda otra vez lo que tienen en común lo
cocido y la muerte. Desde entonces, cada noche, en recuerdo del desaparecido se dejarán
oír largas y lúgubres lamentaciones de las mujeres y los hombres. El difunto es invocado
en términos de parentesco que recuerdan su lugar en la comunidad de los vivos; elogios
persistentes de sus virtudes; sollozos desgarradores.
Pero habrá que tratar los huesos suspendidos bajo el techo. Se mandan mensajeros a
invitar a los parientes del muerto que viven en otras comunidades. Es que hay que prever
y organizar el rito del adorno (paushimou), que consiste en moler los huesos del muerto
para reducirlos a un polvo fino que se introduce en calabazas que se distribuyen entre los
parientes. Muerte, palabra demasiado violenta. Ya hemos señalado que los Yanomami
dicen, hablando de los difuntos, los que han desaparecido, los que huyeron, los que se
han ido. El ritual del adorno no es exclusivamente un rito funerario, es común a tres cir-
cunstancias esenciales de la vida: cuando se termina el rito de la reclusión de las mujeres
que tienen sus primeras reglas, cuando finaliza el aislamiento de los homicidas y cuan-
do los huesos de los cadáveres incinerados se reducen a polvo. Es, fundamentalmente,
un ritual de reinserción. Es una manera de decir, por lo menos simbólicamente, que el
muerto pertenece todavía a la comunidad, y que va a ser comido por ella.
El ritual de la cremación exhibe pocas variaciones. Sin embargo, en ocasión de cier-
tas epidemias, cuando hay varios muertos y que los sobrevivientes enfermos no tie-
309
nen las fuerzas para quemar los cadáveres inmediatamente, se retrasa la cremación.
Cada cadáver se dispone entonces sobre una plataforma construida en la selva, a cierta
distancia de la casa colectiva, muchas veces con palos de yagrumo; la plataforma es
elevada y el cuerpo es firmemente amarrado a ramas, que lo protegen del ataque de los
felinos y de los zamuros. Se lo deja descomponer. Más tarde, cuando la putrefacción de
la carne está bien avanzada, unos hombres vienen a buscar el esqueleto para recupe-
rarlo pero, previamente, tienen que terminar de descarnarlo, y para eso los hombres se
untan las manos con ají, que es un sustituto del fuego. Mediación necesaria sin duda
para evitar el contacto directo de los dedos con la carne putrefacta que, normalmente,
se evita tocar por el desagrado que provoca; el fuego evita precisamente la descompo-
sición, lo podrido, que es reemplazado por una destrucción rápida. La carne podrida
retirada se quema en el lugar mismo y se llevan solamente los huesos limpios para la
casa, en cestas adornadas.
El r i t u a l d e l o s a d o r n o s y e l c o n s u m o
de los huesos
Los invitados llegan la víspera del ritual del adorno. En la madrugada o la noche
anterior se ha ido a la selva a buscar un tronco de madera dura y dos palos. El tronco
es ahuecado longitudinalmente en su parte central y el hueco se endurece con el fuego.
Es que las astillas no se deben mezclar con el polvo de los huesos. Por la mañana se
adornan los pilones. Sobre un fondo rojo se pintan motivos negros; en las extremi-
dades se pegan plumones blancos, extraña simbología que recuerda el destino de los
hombres. Cuando todo está listo, la cesta que contiene los huesos se desata, se abre y
su contenido se vierte en el mortero. Entonces, muchachos jóvenes, parientes en línea
masculina del difunto, pilones en mano, se dedican a machacar los huesos. El golpe
del pilón aplasta los huesos y con un movimiento circular se los desmenuza. Cuando
han quedado reducidos bastantes huesos se tamizan y el polvo se vierte en una calaba-
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
za. La mano derecha empuja el polvo hacia la calabaza, que es sostenida con la mano
izquierda, y una hoja enrollada sirve de embudo para que no se derrame nada. Duran-
te el ritual, y al contrario de lo que tiene lugar en el momento de la defunción, son los
hombres los que están en la proximidad del mortero y no las mujeres, que permanecen
sentadas en la periferia. Son ellas sin embargo las que lloran y se lamentan, siempre
Joven yanomami.
Mujeres adornándose.
Fotografías Kike Arnal.
311
elogiando las cualidades del pariente desaparecido. Las calabazas llenas se tapan con
cera de abeja. En otros lugares de la habitación, indiferente al drama, la gente charla y
ríe. Cuando no queda nada más en el mortero, las calabazas tapadas se pintan de rojo
y la boca se cubre de plumones blancos. Entonces el mortero se pone sobre un fuego
donde se consume como un cadáver. Los pilones se parten en dos y se queman de la
misma manera. No se atiza el fuego. Si el muerto es un hombre se quema su carcaj.
En ese preciso momento se desarrolla un diálogo ceremonial entre la gente de la co-
munidad y los parientes llegados de otras partes. El contenido del diálogo puede variar,
pero he aquí uno cuyo sentido se va a descifrar:
Queda por interpretar el sentido oscuro del discurso. ¿Qué dice? El locutor obtendrá
nylon con el cual atrapará peces; se llenará con su grasa y conjura al oyente para que les
asegure a los demás que todo va a suceder de esa manera. Este es el sentido aparente,
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
pero el sentido real es muy distinto. Todo el discurso es una alegoría; el locutor dice, en
realidad, que irá de cacería y con la caza organizará un festín en el curso del cual los
participantes consumirán las cenizas del muerto en una sopa de plátanos, si recibe una
calabaza funeraria; se compromete a tratar al muerto según las reglas y pide a los de-
más que difundan la noticia. Como toda alegoría, el mensaje se puede entender tal cual,
312
función socializar el espacio, mencionando los grupos humanos que lo habitan. La re-
petición también habitual en este discurso de la locución “tú lo dirás” (a los demás),
(secuencias 7, 8, 10, 13), que reaparecen como una letanía; el receptor de la calabaza
funeraria se compromete, formula un juramento, y pide que se informe a los demás. Por
fin, el “yo hablo como las mujeres blancas”, debe ponerse en relación con lo que hemos
dicho sobre la atmósfera angustiosa que constituye el contexto de la alocución y sobre
los blancos; imito a las mujeres blancas, tengo su ambigüedad, y lo que digo implica a la
vez lo bueno y lo malo. En otras circunstancias eso puede también querer decir: “estoy
en relación con los blancos, obtengo bienes de ellos, adopto su modo de vida”. La alego-
ría que acabamos de estudiar juega también el rol de un eufemismo; el discurso entero
enmascara la idea desagradable, triste y dramática, de la ceremonia de consumo de las
cenizas del muerto, y es sustituido por la idea infinitamente más suave de un simple
consumo de pescado.
Al término de esta declaración se efectúan intercambios. Los visitantes ofrecen fósfo-
ros (fuego) a los anfitriones, mientras que éstos distribuyen algunas calabazas funerarias
(el resultado del fuego) a los visitantes, guardando las restantes para ellos. Seguidamen-
te, se separan. Toda una serie de expresiones específicas se refieren al ritual del adorno,
cuando éste trata de un muerto, así reinsertado simbólicamente en la comunidad de
los parientes. Poseer una calabaza funeraria se dice “coronarse con una diadema de
plumas”. Para hablar de parientes masculinos, se dice “mi cresta de paují”, “mis plumas
rojas y amarillas de la cola del piapoco”, o “mi cola de mono capuchino del Orinoco”;
para hablar de una mujer desaparecida, se dice “mis tiernos brotes de palma lacerada”,
“mi flor roja” (se trata de la flor llamada thoru por los Yanomami, es el Pachystachys sp.).
Todos los elementos que se acaban de mencionar son elementos del adorno masculino o
femenino: la cresta del paují es un brazalete de los hombres, las plumas amarillas y rojas
del piapoco sirven para el adorno, las palmas laceradas de un verde claro se introducen
en los lóbulos de las orejas de las mujeres que se adornan, así como la flor roja mencio-
nada. Para el caso de un muchachito, se dirá más sencillamente de “mi pequeña flecha
de madera de palma endurecida” (que los niños utilizan para matar insectos, lagartos o
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
identificado como tal, nada en el espacio recuerda sus muertos a la comunidad. En con-
trapartida, queda en las memorias una cantidad de palabras que se debe cuidar de no
pronunciar; nombres de animales, de pájaros, de plantas, que a toda costa se deben
evitar, y que sólo se reintroducirán mucho más tarde, cuando las nuevas generaciones
hayan perdido el recuerdo de los difuntos, y bajo la presión de las comunidades vecinas
que continúan empleándolos. Sin embargo, a pesar de que su nombre personal ha sido
borrado y de que sus bienes han sido destruidos, nada prohíbe, en ciertas circunstancias,
y empleando las formulas permitidas, evocar a un difunto. Únicos signos para atestiguar
durante algún tiempo el ritual cumplido, las totumas, concretamente presentes pero,
también, destinadas a desaparecer; los sollozos nocturnos que perdurarán varios días;
las marcas negras en los pómulos de las mujeres; y el suelo “cocido” en el lugar donde
estuvo la pira, que desaparecerá poco a poco bajo el efecto de la intemperie y de la hierba
que vuelve a crecer. A los parientes de las comunidades vecinas, a los visitantes, se les
dice para anunciar la muerte, con increíbles precauciones del lenguaje, que cierta perso-
na que vivía en tal fogón, esposo, esposa, hijo o hija de fulano o de fulana, que tenía algo
que ver con tal o cual persona, se “confortó al calor del fuego”, que “lo han llorado”, que
“ha desaparecido” o que “huyó”, o que “su aliento se truncó”. Para decir que un hombre
se ha muerto, también se dice que “cayó una punta de flecha” (a rahaka kerayoma), y para
una mujer, que “cayó una hoja” (a hena kerayoma).
Con la incineración se cumple la desaparición del cuerpo del espacio colectivo; que-
dan las totumas funerarias, que ninguna mirada atenta podría evitar. Lo que va a
ocurrir entonces depende del estatus del muerto, de la red de sus relaciones implicadas,
de su sexo, de su edad. La ceremonia de consumo de las cenizas puede ser rápida, y
hasta discreta y familiar. Por el contrario, si el difunto ha sido un líder famoso, un gran
guerrero o un chamán reputado, esta ocasión puede ser escenario de una ceremonia
fastuosa. Según el caso, las cenizas se consumirán en una sola vez o en varias ocasio-
nes. Si se trata de un hombre muerto a manos de sus enemigos, el rito se prolonga y
el consumo se fracciona hasta ver cumplida la venganza de sangre. Después de cada
consumo se lanza una expedición contra los enemigos. Es que la guerra y la violencia,
en la concepción moral de los Yanomami, entran en el ciclo de los intercambios: golpe
por golpe y cadáver por cadáver. Todo esto se integra en una inmensa red de comunica-
ción en la cual también se integran los restos del muerto. La muerte, el difunto, forman
parte de los intercambios intercomunitarios. Lo que vamos a describir seguidamente
es un ritual intermedio, ni el más modesto ni el ceremonial más fastuoso. En todos los
315
casos, existe un lapso entre la incineración del cuerpo y el momento en que las cenizas
se consumen por primera vez. El ritual exige preparativos más o menos prolongados,
y es necesario que haya plátanos en el conuco y bastante comida para alimentar dig-
namente a los participantes; por otra parte, se debe –salvo cuando la ceremonia es
íntima– mandar mensajeros a las comunidades vecinas para informar a los parientes e
invitarlos. En lengua yanomami, esta ceremonia se llama reahu.
Varios días antes de la ceremonia, plátanos madurando pero todavía verdes, se co-
sechan y se suspenden debajo del alero, frente a los fogones. A partir de este momento
empieza el heri, un ritual cantado ruidoso que se desarrolla a la caída de la noche y que
puede prolongarse hasta muy tarde, a veces hasta la madrugada. Este ritual precede
y acompaña siempre a una caza de larga duración, cada vez que éste se lleva a cabo
para celebrar un rito funerario. Los heri son melodías breves, cantadas por uno de los
participantes y repetidas en coro por los demás, mientras danzan tomándose por los
hombros, dando algunos pasos hacia atrás, y luego hacia adelante; forman así olas
sucesivas compuestas por tres a cinco participantes. Esos cantos se inventan y cada
comunidad posee su repertorio propio; se aprenden también en ocasión de visitas a
comunidades vecinas. Los niños, muchachas y muchachos, adolescentes de ambos
sexos, participan pero jamás los sexos se mezclan; se suceden, unos tras otros, tanto
al comenzar la noche como hacia el final de la misma. Durante los intervalos entre los
cantos, los participantes se divierten mucho, hacen payasadas, atormentan a los jóvenes
miembros del sexo opuesto, los chistes con connotación sexual son frecuentes; a veces
se lanzan excrementos humanos a la cara de la gente; a veces una persona, molesta,
salta de su chinchorro y corre detrás de una sombra que se pierde en la noche. Este rito
pone de relieve un cierto número de oposiciones; la primera, en la habitación, la de la
plaza central, donde tienen lugar los rituales, y la de los lugares domésticos, hacia la
base del techo donde se encuentran los fogones y donde duerme la gente; la segunda,
la oposición del ruido y del silencio, pues el silencio de la noche es roto por los cantos
y los juegos; y finalmente, la de los sexos, rigurosamente separados y que se afrontan
en juegos. El heri se prolonga durante cinco a seis días, al término de los cuales los plá-
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
tanos han pasado imperceptiblemente del verde oscuro al verde amarillento; maduran.
Los cazadores salen entonces a la selva en una expedición de cuatro a seis días, y sólo
regresarán cuando se hayan provisto de la cantidad de carne necesaria para ofrecer a
los miembros de la comunidad y a los huéspedes que vendrán a participar. Al momento
de su regreso los plátanos están totalmente maduros, siguen colgados, ya francamente
316
Como la muerte, el rito funerario exige una explicación. Primero, hay una buena y
una mala manera de tratarlo. En tiempos pasados vivía un gran chamán, que tenía el
espíritu Luna en su pecho. Cuando murió el chamán liberó al espíritu. Quemaron el
cuerpo y de noche, cuando las cenizas estaban frías y todo el mundo dormía, Luna bajó
hasta el lugar de su cremación y comenzó a comer sus propios huesos calcinados y los
carbones de leña. Glotón, mientras comía rápido hacía tanto ruido que se despertó su
hijo, un muchacho joven. El muchacho se acercó, preguntándose quién era que comía,
hasta que por fin reconoció a su padre. Despertó a toda la gente, en momentos en que
Luna terminaba su festín y huyó subiendo al cielo. Todos, horrorizados por el acto de co-
mer sus propios huesos, se levantaron y tomando sus arcos dispararon sus flechas sobre
Luna. Pero nadie logró alcanzarlo; todos los tiros quedaron cortos. Por fin, llamaron a
Escorpión, conocido por su buena puntería. El hirió a Luna. De su cuerpo brotaron gotas
de sangre que, al tocar el suelo regadas por todas partes, se transformaron en valientes
guerreros que comenzaron a combatir entre ellos. La sangre se transformó también en
aves de rapiña.
El mito del origen del fuego anuncia el ritual funerario, pero no hace una referencia
explícita al respecto; abre el ritual en razón de que da cuenta de la naturaleza mortal de
los hombres. El fuego es la cultura, los alimentos se comen cocidos, pero es también el
humo, la enfermedad, la muerte. El mito de Luna (masculino en yanomami), habla de
canibalismo, una obsesión en el pensamiento yanomami. Pero habla del canibalismo
malo, de la peor manera de consumir las cenizas de los muertos; Luna come cualquier
cosa, sin importarle cómo. Hay varias suertes de canibalismo: comer a los extranjeros,
comerse a sí mismo, darse de comer a los demás, comer a los parientes o comer a los
enemigos, comer la carne o los huesos, comer cocido o crudo. El pensamiento yanomami
explora todas las posibilidades en sus creencias y mitos. Comer los huesos calcinados de
sus parientes en una sopa azucarada de plátanos no es para ellos ser caníbal. El cani-
balismo son las otras formas. Luna come sus propios huesos, no pulverizados, sin nada
Los YANOMAMI · Jacques Lizot
para acompañarlos, se come a sí mismo, haciendo mucho ruido. En las creencias yano-
mami, Luna es un ser sobrenatural caníbal; en el mito se come a sí mismo, y su sangre
da origen a seres caníbales, a zamuros, abejas devoradoras de hombres (shaki nari) y a
guerreros. Los guerreros son caníbales, devoran simbólicamente a sus víctimas y el rito
seguido por los homicidas (unokaimou) se encarga de evitar las consecuencias funestas
del acto. Los Yanomami se encuentran atormentados por la idea del canibalismo y numerosas
enfermedades se piensan como un acto caníbal: seres sobrenaturales se apoderan del “princi-
pio vital” de las personas para devorarlo.
Seguidamente, comentamos una historia, no un mito sino una leyenda, que pone en acción
a comedores de carne humana. Se cuenta que en otros tiempos vivían entre los Yanomami
unos extranjeros de origen desconocido. Era una familia que habitaba una choza en el monte.
Un día el hombre pretendió haber visto báquiros en la selva, y dijo a su madre: “Voy de caza”.
Tomó su cerbatana y se acercó a una mujer yanomami que estaba sola recogiendo frutas. La
mató y la cargó al hombro hasta su casa a donde pretendió que había matado a un báquiro,
una hembra preñada. Allí se la comieron, arrojando los huesos con mucho descuido. Cuan-
do descubrieron la ausencia de la mujer yanomami sus compañeras dieron la alarma y los
hombres salieron en busca de los caníbales. Mataron a todos, salvo a un niño que adoptaron
y creció entre los Yanomami. Un día salió con otro niño, lo mató golpeándolo en la cabeza
con una piedra, y se lo comió. Cuando regresó sólo a la casa, los demás le preguntaron dónde
estaba el otro niño. No respondió, pero se tocó los dientes con la punta del dedo índice. Los
hombres acompañaron al pequeño ogro hasta el lugar donde había comido a su compañero y,
viendo hojas quemadas esparcidas en el suelo, comprendieron lo sucedido, y lo mataron. Las
costumbres de los extranjeros escenificadas en esta narración evocan las que, en el pasado,
fueron las de los Caribes, que comían la carne de sus enemigos y utilizaban sus huesos para
hacer flautas y silbatos, utilizando cerbatanas con flechas envenenadas. Los Ye’kuana, actua-
les vecinos de los Yanomami, en los límites septentrionales y occidentales del área geográfica
que ocupan, también tenían tales costumbres. Independientemente de los elementos reales,
históricos, que puede contener esta leyenda, pone en escena una forma de exocanibalismo:
el consumo de carne humana por extranjeros; y un conjunto de malas conductas: matar a
los hombres como presas de caza, como los jaguares, comer su carne como si fuese la de un
báquiro; botar los huesos como desechos. No es de extrañar que quien se comporta de esta
manera no sepa tampoco comunicarse y que en vez de contestar a la pregunta que se le hace
se golpee los dientes con el dedo.
Tenemos otro mito, en el cual el consumidor de carne humana no es un extranjero, sino un
yanomami (un “ser humano”), que es castigado por su crimen. Un día, una madre mandó a su
hijo a llevar casabe a una casa de una comunidad vecina. Cuando llegó a la casa, no había nadie
excepto el destinatario del casabe, que estaba fabricando una flecha. Dejó el trabajo de la flecha
y ofreció tabaco al visitante; pero cuando se descuidó, el visitante lo mató de un mazazo y se
lo comió crudo acompañado de casabe. Fue descubierto, perseguido por los propios hermanos
319
perfectamente la trasgresión de las normas que excluyen la carne humana del campo de
los alimentos, esta vez el canibalismo se lleva hasta su forma extrema, la carne humana
se toma como nutriente único. El Jaguar del mito, un ancestro de los Yanomami, es in-
capaz de comer otra cosa que no sea la carne de los suyos; es incapaz de cazar otra presa
y su hijo es mudo.
320
El consumo de los huesos pulverizados de los muertos, tal como la practican los Yano-
mami, no aparece en los mitos. Estos sólo hacen referencia a prácticas consideradas como
aberrantes; es que se trata en realidad de demostrar que su manera de comer a los muertos
no es, de ninguna manera, un acto de canibalismo, además: es la única buena. Hay otra
dimensión de las ceremonias funerarias que es imprescindible tomar en cuenta: el ritual
funerario se inscribe en una red compleja de intercambios de toda índole, de tabaco, de
bienes, de comida, de servicios, de palabras, etc.; el cuerpo mismo del muerto se comparte
y entra en el ciclo de toma y dame. El escándalo de Luna es doble: se come a sí mismo y
al hacer eso se sustrae al intercambio. Para llegar a pensar sus costumbres funerarias los
Yanomami han elaborado toda una ciencia de la antropofagia, que incluye comportamien-
tos reales (o juzgados como tales) y otros simbólicos. Ya hemos dicho que el guerrero que
mata a un enemigo es considerado un devorador, no en la realidad, pero sí simbólicamen-
te, y para purificarse y defenderse del pei no uhutipi de su víctima, que le persigue, debe
soportar un largo ritual de purificación. Hacer el amor es comer a su pareja. Nuevamente
con respecto al canibalismo como se practica realmente entre los Yanomami, las reglas
de buena conducta se han multiplicado en exceso. Evóquense por un momento todos los
gestos meticulosos del ritual, los cuales se oponen a las conductas reprensibles ilustradas
por los relatos míticos que definen el verdadero canibalismo (romper con los dientes los
huesos calcinados, comer a cualquier persona, comer ruidosamente o con avidez, comer
carne cruda, etc.). Las reglas de buena conducta invierten en estos comportamientos (be-
ber los huesos pulverizados de los parientes en una sopa dulce, sin ruido, con largos sor-
bos, en poca cantidad, a menudo en forma fraccionada). Se impone la formulación de un
cúmulo de reglas: recoger lentamente los huesos utilizando la mano derecha, mezclar de
la misma manera el polvo óseo en la sopa, no hacer ruido al ingerir la mezcla, pero hacer
mucho ruido en otros momentos, durante el ritual de caza, llorando, sollozando, separar
los alimentos del festín, dejar a los hombres la tarea de estas preparaciones mientras que,
por lo general, son las mujeres las que cocinan. Este exceso de reglas les es necesario a
los Yanomami para convencerse de que preparar y beber como lo hacen los huesos de los
muertos no tiene nada que ver con la cocina y el canibalismo.
La sociedad yanomami, las comunidades, las personas, no pertenecen a ningún lugar.
Durante siglos sus migraciones les condujeron de un lugar a otro. Las posesiones de los
difuntos se destruyen, nada se hereda, los nombres personales no se pronuncian. No
existe ningún lugar, ningún objeto donde la memoria pudiese enraizarse de manera
perdurable. Los muertos, en lo que a ellos respecta, son destruidos tanto como sea po-
321
sible: los cuerpos quemados, los huesos pulverizados. Consumiendo las cenizas de los
muertos los vivos los asimilan a ellos, y es a través del rito funerario que la sociedad se
perpetúa, prolongándose hacia el pasado para no hundirse en la nada. Por supuesto,
el recuerdo de los muertos, de los difuntos queridos, perdura en la memoria de los vi-
vos. Pero ese recuerdo se atenuará poco a poco y luego desaparecerá totalmente, con la
desaparición de quienes lo llevan con ellos. Entonces se borrarán todas las huellas que
relacionan a los muertos con los vivos.
Para concluir
es el mismo en todas partes; lo que varía infinitamente son las instituciones socia-
les, las prácticas y las creencias. Una brasilera, que no se cuenta entre mis amigas,
ha llegado a reprocharme no haber escrito sobre las mujeres, como buena feminista
fundamentalista, y de haberme atrevido a decir que los indígenas también tienen una
sexualidad. Infame.
322
Hay afortunadamente otras vertientes más inocentes, más ingenuas, pero igualmen-
te acordes con los vientos que soplan. Por ejemplo, la de un colega con el cual me he
correspondido por correo electrónico durante cierto tiempo. Poco importa quién es, su
identidad es secundaria, cualquiera hubiera podido ocupar su lugar; su comportamiento
me parece muy digno de nuestra abrumadora modernidad. Estaba empeñado en que los
Yanomami, a quienes conocía no sé cómo, deben tener una farmacopea y utilizar una
gran cantidad de plantas medicinales. Era una idea fija, consideraba que los Yanomami
no serían hombres verdaderos si no tuviesen una farmacopea, esa posibilidad le revol-
vía el estómago. No se daba por enterado de mis argumentos; el ignorante era yo. Era
incapaz de aceptar que el tratamiento de las enfermedades dependiera de la teoría sobre
la enfermedad. Todo este texto nos permite entender lo que mi obstinado interlocutor
se negaba a aceptar en nombre de la dignidad amerindia: que el tratamiento que los Ya-
nomami aplican a las enfermedades es simbólico, de cierta manera mágico, que influye
más en la mente que en el cuerpo, o mejor dicho, que actúa sobre el cuerpo a través del
espíritu. Es en ese sentido que el chamanismo es totalmente complementario al trata-
miento médico.
Agradecimientos
Este texto fue originalmente escrito para el CAICET, cuya ayuda agradecemos. Hacemos reconocimiento al Doctor
Carlos Botto y al Doctor Gregorio Sánchez. Agradecemos también a Anna Sánchez por haber traducido el manuscrito
del francés.
323
E l A u tor
S egu n da Pa r t e
R e l ac i o n e s c o n l a b i o m e d i c i n a
J os é A ntonio K elly
y J avier C arrera
Introducción
Los Yanomami son actualmente unas 25.000 personas que viven entre Brasil y Vene-
zuela. Del lado venezolano, aunque no se dispone de un censo completo, la población
se estima entre 12.000 y 14.000 personas 1 distribuidas en un número aproximado de
250 comunidades, que ocupan un territorio de unos 83.000 km2, entre los estados de
Amazonas y Bolívar. El territorio yanomami ha sido gravemente afectado en décadas
recientes por invasiones de pequeña minería ilegal, que el estado venezolano ha tratado
de contrarrestar, sin éxito, creando varias Áreas Bajo Régimen de Administración Espe-
cial (ABRAE), tales como la Reserva de Biosfera Alto Orinoco-Casiquiare y los Parques
Nacionales de Parima-Tapirapecó y la Neblina. En 1992, con la Ley de División Político
Territorial, el entonces Territorio Federal Amazonas pasó a la condición de Estado y se
dividió en siete municipios. Así, el pueblo yanomami quedó, desde el punto de vista
político-administrativo, separado en Amazonas entre los municipios del Alto Orinoco y
Río Negro 2 y en los municipios Raúl Leoni y Sucre en el Estado Bolívar. Desde el punto
de vista de la atención de salud por parte de instituciones públicas es necesario resaltar
el desafío que supone la gran dispersión geográfica del pueblo yanomami, por un lado,
y la gran dispersión de recursos y esfuerzos que genera la complicada división político
administrativa en la que se inserta (internacional, estatal, y municipal), por el otro. Hoy
en día nos encontramos entonces con que el pueblo yanomami está dividido entre dos
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
1. El censo de 1992 da un total de 15.012 personas, de 2. La Ley de división político administrativa fue anulada
las cuales 1.165 estarían en el estado Bolívar y 13.347 por decisión de la Corte Suprema de Justicia en diciembre
en el Amazonas. En el Censo del 2001 se habla de de 1996, donde se resaltó la necesidad de establecer un
12.049 personas, incluyendo 5.000 personas estimadas proceso de consulta con las comunidades y organiza-
que no fueron empadronadas. ciones indígenas sobre la reforma de la división político
administrativa del estado. La nueva ley está en mora
desde entonces.
326
los más numerosos, aunque tienen algunas diferencias dialectales internas (ríos Padamo,
Ocamo, Mavaca, Manaviche, Orinoquito, Siapa, Parima) y su lengua es bastante pare-
cida al yanomam (región del Delgado Chalbaud y cabeceras del Orinoco), que se habla
mayoritariamente en Brasil. Los Yanam (Alto Paragua, también conocidos como Shiria-
na) son menos numerosos y muy poco conocidos hasta la fecha. Los Sanïma (ríos Alto
Ventuari, Erebato y Caura), aunque más numerosos que los Yanam y mejor conocidos,
son también minoritarios en relación a los Yanomami.
Historia
El origen de los Yanomami, antes de los encuentros que tuvieron lugar a finales del
siglo XVIII, es difícil de determinar. Como escribe Lizot (1998: 5) “la historia de los Ya-
nomami no puede reconstruirse con una mínima certeza sino para los últimos cincuenta
años, con proyecciones válidas hasta doscientos años”. Basándose en datos lingüísticos
de Migliazza (1972), que señalan al Apiau como a un afluente del Río Branco en Brasil,
que deriva de una palabra yanomami (Apía’ke’u o Apía’u, “el río de los árboles apia”),
Lizot toma esta relación toponímica como “indicio” y como “punto de partida” para
ubicar los Yanomami en una región que comprendería, a grosso modo, los afluentes de
la margen derecha del Río Branco hasta su desembocadura en el Río Negro (Río Mu-
cajai, Río Apiau, Río Ajarani, Río Catrimani). Este sería el escenario geográfico donde,
siguiendo con esta hipótesis, los Yanomami habrían sufrido los contactos de la coloniza-
ción de portugueses que remontaban el Amazonas y el Río Negro. Así, es muy probable
que los Yanomami se hayan encontrado con situaciones similares a las generadas por la
expansión colonialista en otras partes del área Amazónica en general. Podemos suponer
que los Yanomami se encontraron con dos consecuencias bien conocidas de la expansión
colonial en el área amazónica: los guerreros arawakos, que recorrían la región en busca
de esclavos para los portugueses, y las epidemias que suponían estos contactos.
Esta hipótesis, como lectura prudente de ciertos acontecimientos históricos, serviría
de soporte para entender por un lado la desaparición de los Yanomami del curso inferior
del Río Branco, y por el otro su presencia posterior en la sierra de Parima (macizo mon-
tañoso en la frontera entre Venezuela y Brasil). Dos consecuencias se pueden destacar de
esta migración: la concentración de un conjunto de comunidades en este “nuevo” esce-
nario de la sierra de Parima y la intensificación de los conflictos intercomunitarios.
327
Como resultado de una serie de factores (históricos, dificultades de acceso desde los
cursos inferiores de los ríos, etc.) en la Sierra de Parima se produce una suerte de aisla-
miento, que generó las condiciones para un aumento de la población. Este aumento se
vio facilitado por el libre acceso a territorios desocupados, lo que permitió una nueva
corriente de comunidades que fueron descendiendo paulatinamente desde el foco cen-
tral de la sierra de Parima hacia los afluentes de los ríos Padamo, Ocamo, Manaviche,
Orinoquito y finalmente hasta las orillas de estos ríos y del mismo río Orinoco. Esta
nueva etapa en la historia de los Yanomami resulta ya más accesible a las investigaciones
antropológicas; del terreno de la especulación y de ciertas hipótesis históricas se puede
pasar al de las reconstrucciones de relatos orales de los ancianos yanomami. Sobre esto,
Lizot destaca que “es posible a partir de aquí escribir con seguridad la historia de los
Yanomami” (op. cit: 6).
Sin embargo, el aislamiento étnico no fue muy duradero. Tras un número de encuentros
dispersos, a mediados del siglo XX (1950) comienzan a establecerse de manera permanen-
te personas no-yanomami en el área. Sobre esto volveremos más adelante, pero haciendo
un recuento de la cronología de misiones y viajes que van al área yanomami señalamos las
siguientes: Comisión Portuguesa de Fronteras en 1787, en el curso superior del Río Parima;
H. R. Schomburgk en 1838-1839, en una región cercana a Parima; la expedición del ale-
mán Koch-Grünberg, que se inicia en el 1912 y remontó los ríos Uraricoera , Araca, Marau,
Marania y Cauaburis, todos del lado brasileño del territorio actual de los Yanomami; en
1912 H. Rice llega al raudal de Guaharibo en el Alto Orinoco. Más avanzado el siglo XX, en
el contexto de explotación cauchera, se siguen dando encuentros esporádicos que no ter-
minan muy bien y contribuyeron a fomentar el repertorio de las falsas historias y retratos
desproporcionados de los Yanomami. Así, por ejemplo, se produce el rapto de una joven
brasileña –famoso y excepcionalmente difundido en la historia de la propia Helena Valero
(Bicoca 1968); un recolector de caucho es asesinado a raíz de un choque entre seringueiros y
un grupo de yanomami en el alto Manaviche (Lizot 1985: 3-4); y es probable que se hayan
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
territorio yanomami marcaría un momento a partir del cual los movimientos migratorios
de las comunidades yanomami comienzan a cambiar. Lizot (1998) describe la expansión
y el movimiento migratorio de un número de comunidades que comenzaba en la sierra de
Parima y demuestra un modelo que bien se podría extrapolar a otras áreas del territorio
yanomami. Asimismo, Chagnon (1968) reconstruye y describe la historia particular de
un número de comunidades entre los yanomami centrales (un área que se extiende entre
el Orinoco y el Ocamo, incluyendo el norte del río Putaco y el este del río Orinoquito).
Las historias de cada conjunto de comunidades parecen coincidir, en forma general, en
una serie de características, como por ejemplo: “migraciones sucesivas, fisiones, fusiones,
movimientos parciales de población de un grupo a otro, conflictos y guerras” (Lizot 1998:
13). Con el inicio de los asentamientos de misioneros, en un primer lugar, sumado lue-
go a la presencia de personal de diferentes instituciones gubernamentales (Hidrología,
Malariología, Ministerio de Salud, etc.) las comunidades yanomami comienzan a residir
permanentemente en la misma área girando alrededor de estos asentamientos. Se siguen
dando cambios de ubicación de las comunidades que suelen mudarse a un lugar cercano,
río arriba o río abajo, dependiendo de contextos particulares, generalmente interrelaciona-
dos (mayor cercanía de los nuevos conucos, cambios en las relaciones de alianza y amistad,
enemistad u hostilidad entre grupos locales, nuevas posibilidades de mayor autonomía al
tener acceso a los mismos beneficios de la presencia de los blancos y también a más em-
barcaciones y motores, etc.). Es raro hoy en día que una comunidad se aleje considerable-
mente de un lugar con acceso a los bienes manufacturados y servicios médicos –la mayor
parte de las migraciones son de hecho en el sentido contrario.
Lizot (1998) resume la historia reciente de los Yanomami en cinco etapas:
“1. Los Yanomami vivieron en las proximidades del río Branco, en condiciones que fueron
las de las etnias precolombinas. El crecimiento demográfico era probablemente mode-
rado o débil: menos de 1% por año.
2. La etnia buscó refugio en la Sierra de Parima. Si el escenario es correcto, es preciso supo-
ner una disminución de la población, moderada o fuerte, pero de amplitud desconocida.
3. Protegidos por su aislamiento, los Yanomami conocieron una nueva dinámica demo-
gráfica. La duración de la fase transitoria (fin de la declinación - estabilización - auge)
no está determinada.
4. Fuerte empuje demográfico, expansión territorial desde 1800-1850 hasta 1950. Se pudo
estimar un crecimiento anual del orden de 2% por año (las conclusiones de Chagnon y
las nuestras coinciden en este punto).
329
Situación actual
salud criollo en los diferentes programas (ej. médicos rurales, estudiantes de carreras mé-
dicas, técnicos de los programas de control, personas de varias profesiones que participan
en operativos, etc.). En este sentido, la situación general del pueblo yanomami está lejos
de ser idónea. Como hemos señalado, hay una multiplicidad de contextos socio políticos
reales que, aunque interrelacionados, son muy diferentes y generan respuestas que hay
que tomar en cuenta para tener una opinión informada sobre la vida del pueblo yanomami.
Citamos algunos ejemplos: existen comunidades que conviven a diario con misioneros
330
Organización social
3. En su estudio comparativo de la organización social “una ubicación geográfica o una entidad física” (op. cit: 72).
entre pueblos Amerindios, Rivière (1984) escribe sobre Para Rivière, la unidad residencial (“settlement”), es mejor
este particular. En relación con la concepción Amerindia entendida como “un conjunto de gente viviendo juntos en el
de unidad residencial, grupo local o comunidad, trata de mismo lugar” y concluye recalcando que “es, sobre todo, un
aproximarse a la perspectiva indígena y señala que sería fenómeno social” (idem).
equivocado hacer demasiado énfasis en la comunidad como
331
comunidad, cumpliendo con la tarea de llevar o traer los preciados plátanos asados; al
atardecer, cuando la mayoría de la gente regresa de sus actividades diarias en el conuco,
de pescar o de la selva, es normal ver el mismo “tráfico” de personas llevando y trayendo
comida o utensilios para cocinar (ej. pescado, frutos de la selva, yuca o plátano, una olla
o palangana para preparar un jugo, etc.). Este ir y venir forma parte del desarrollo del
conjunto de relaciones de parentesco que conforman, día a día, la vida social y, a un nivel
más general, el cuerpo político de la comunidad/grupo local residencial.
Comunidad yanomami en el Alto Mavaca.
Unidad familiar en shapono.
Fotografías Kike Arnal.
333
Cada linaje y/o facción suele tener su líder, o persona que se destaca de alguna manera,
que es la que suele dominar a la hora de la toma de decisiones que involucren a su gente.
Lizot escribe sobre esto diciendo que “por lo general al linaje lo domina un hombre de 35
a 50 años que se responsabiliza de los asuntos colectivos de sus parientes consanguíneos
(hermanos o hijos) y de sus aliados (esposos de sus hermanas o de sus hijas) que viven
cerca de él y se suman a la facción que él ha constituido” (1988: 555).
Para considerar la esfera de las relaciones políticas de los Yanomami hoy en día, hay que
tener en cuenta la multiplicidad de contextos en los cuales las relaciones que nosotros de-
nominaríamos políticas tienen lugar. Por ejemplo, las concepciones de salud y enfermedad,
la etiología de las enfermedades y, por extensión, las nociones del “buen vivir”, están es-
trechamente vinculadas al conjunto de relaciones interpersonales que los individuos crean
y recrean en su vida diaria, tanto en su comunidad como hacia fuera, con gente de otras
comunidades vecinas (ver más adelante). En un tipo de sociedad donde la política, tal como
suele concebirse en nuestras sociedades, no constituye una esfera apartada del conjunto de
las relaciones interpersonales (ej. parentesco, relaciones sociales con gente de otras comu-
nidades), ni una ocupación exclusiva de un grupo de personas llamados “políticos”, cabe
preguntarse cuáles son las atribuciones de un líder, cómo y por qué alguien llega a serlo en
esta sociedad. Sobre esto, Lizot (1988: 555) ha escrito que el líder ”puede ser el más anciano
de los hombres activos: un padre, o el mayor de varios hermanos varones; pero el criterio
de edad no es absoluto. Se trata de ocupar un lugar, de asumir una función pública y es
necesario tener vocación, deseo y cualidades para aceptarlo. Tal posición, en efecto, obliga a
trabajar más y asumir responsabilidades cuyos privilegios no van más allá de la autoridad y
el prestigio (siempre cuestionados), todo ello sin ninguna ventaja material” (ibid.: 555). Los
líderes y adultos, entonces, sugieren, más que ordenar, y comandan con el ejemplo en la
mayor parte de los casos. Su liderazgo depende, en gran medida, de su poder de convicción,
que se hace manifiesto en su habilidad oratoria al participar en el patamou.
El patamou se refiere a un tipo de discurso, una forma específica de hablar que es dife-
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
rente de la que la gente usa para comunicarse en el día a día. Generalmente, el discurso
va dirigido a los corresidentes y se suele dar en dos momentos en los que la mayoría de
las personas están en sus chinchorros junto al fuego; en la madrugada, hacia el amanecer,
harika, y al final de la tarde, weyate. El termino patamou deriva de la palabra pata, un térmi-
no que significa “grande”, “adulto”, o “persona importante”, lo que se aproxima mucho a
nuestro concepto de líder. Si lo traducimos de forma literal, la palabra “patamou” significa
“hacer/comportarse como un adulto”, “actuar como una persona importante”. En términos
334
generales, en el “patamou” se sugieren cosas, y el que toma la palabra trata de dar con-
sejos de forma más bien indirecta e implícita, especialmente cuando se trata de hablar de
las normas de comportamiento que deben seguir los jóvenes. Sin embargo, siempre hay
excepciones. Cuando se atraviesa un momento de tensión dentro de la comunidad y se
dan fricciones entre personas particulares de las facciones que la conforman, el patamou
puede muy bien dar pie a una discusión más abierta en la que participan más individuos,
cada uno dando su opinión personal a viva voz desde su respectivo fogón. El respeto a la
opinión de los demás, a sus palabras, refleja la importancia que la noción de autonomía
personal tiene para los Yanomami y la forma en la que ésta se expresa en la interacción
verbal cuando se comunican entre si. El patamou tiene lugar casi a diario, y juega entonces
un papel fundamental en la esfera de las relaciones sociales y políticas de la comunidad.
parto para que aprenda a hablar rápidamente” (idem). A los recién nacidos se les corta el
cordón umbilical y éste se envuelve con un hilo de algodón, que posteriormente, tras pa-
sar un tiempo atado al chinchorro de la madre, “lo amarran en un “árbol del aparecido”
(pore kë hi) alrededor del cual la madre da varias vueltas con su hijo en brazos a fin de que
a éste se le apacigüe el mal humor y para que tenga una larga vida” (idem).
Durante los primeros años de crecimiento de un niño, la palabra ihiru designa tanto al
varón como a la hembra, quienes suelen ser descritos desde el punto de vista de su de-
sarrollo físico y psicomotor. Cuando preguntan por la edad aproximada de un niño, los
médicos y enfermeros suelen recibir respuestas como: a shatio shoawë, aún se amamanta;
a roo, es capaz de sentarse; a terekou, gatea; a uprao waikiwë, ya se levanta (está cerca o
casi es capaz de caminar); y finalmente, como diciendo que ya juega con otros niños y va
y viene más libremente, a pata waikiwë (lit. ya está grande).
Como ocurre entre tantos pueblos amerindios, los niños yanomami comienzan desde
muy jóvenes a adiestrarse junto a los mayores en las artes que le corresponden a su sexo.
Las niñas empiezan a colaborar con su madre en la cocción de alimentos, en los trabajos
más sencillos del conuco, a cargar leña y agua según su capacidad, y en la crianza de sus
hermanos menores. Es muy común ver a una pequeña yanomami cargando a imitación de
su madre a un hermanito menor en un cinto, así tenga apenas 5 ó 6 años. Con los varones
pareciera haber más laxitud en lo que a la colaboración con el sustento familiar se refiere,
aunque ellos también empiezan desde temprano a acompañar a los mayores en la cacería.
También es típico ver a los niños jugando a cazar lagartijas o pájaros pequeños. En com-
paración con la crianza occidental, a los niños yanomami se les da una gran libertad en el
juego y en su relación general con la comunidad; no hay espacios prohibidos; pocas veces
se les sanciona la interrupción de algún ritual o reunión seria de mayores; se les deja solos
jugando en el río y la selva sin demasiada preocupación por parte de los padres. Los niños
aprenden las convenciones sociales yanomami a través de la observación y de las reaccio-
nes de los demás ante sus actos (desde burlas a regaños), más que por la mirada atenta del
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
educación deben partir a La Esmeralda, la capital del municipio Alto Orinoco, en donde
pueden completar el bachillerato. Hoy en día debe haber una veintena de yanomami
estudiando bachillerato y al menos uno se ha graduado en Puerto Ayacucho. Las muje-
res, en cambio, suelen terminar los estudios en 4to o 5to grado cuando se desarrollan y
empiezan a vivir con sus maridos con quienes no tardan en tener hijos y requieren que se
dediquen a complementar las labores de sustento familiar. Adicionalmente, los esposos,
que casi siempre son mayores que las esposas, desconfían de los jóvenes de la escuela
que empiezan a tener romances con las mujeres púberes y esto hace que las retiren de la
escuela a temprana edad.
La adolescencia también es una época marcada por los romances escondidos de los jó-
venes y las peleas que sobrevienen. A los jóvenes se les tacha de incontrolables, por su
indocilidad y la frecuencia con que incurren en relaciones prohibidas con alguna mujer
(por estar casada con otro, por ejemplo). Sus conductas son maneras de probarse unos a
otros, de medir la valentía de cada quien, así como de calibrar el ambiente político en la
comunidad. En el contexto de las relaciones con el mundo criollo, son estos jóvenes los
que tienen mayor roce con los médicos, antropólogos, misioneros u otros no-yanomami
que visitan las comunidades. Pueden ser en extremo frontales en sus discusiones y a veces
desmedidos en sus reclamos, aunque también los más interesados en mezclarse con estos
visitantes, convidándoles a todo tipo de actividades. En este sentido evidencian con mayor
claridad la ambigüedad que signa la relación de los Yanomami con todos los criollos.
Los jóvenes suelen casarse desde muy temprana edad. El matrimonio no es marcado por
ningún rito particular y usualmente es el resultado de un arreglo previo entre los padres de
una joven y su pareja casi siempre mayor. De no encontrar pareja en la misma comunidad
–situación preferida por ambos sexos– los esposos suelen mudarse a la comunidad de sus
esposas y comienzan a trabajar conucos para sus suegros por un período. Igualmente, les
deben dar porciones de la cacería que obtengan. Luego de este servicio matrimonial, su
destino depende de varios factores: preferencias, estado de las relaciones en la comunidad
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
y entre comunidades, etc. (ver Lizot, 1988). Hoy en día, sin embargo, habiendo importan-
tes diferencias en el acceso a recursos manufacturados entre los Yanomami de río arriba
y los de río abajo, cuando se dan matrimonios entre estas comunidades, es común que la
regla ya descrita (uxorilocalidad postmatrimonial) se compense con una tendencia a que
los Yanomami de río arriba se muden río abajo, sean hombres o mujeres. Igualmente, un
joven de río abajo puede librarse de años de trabajo a su suegro de río arriba con la entrega
de algún objeto de alto valor, como una escopeta o una curiara.
338
De los adultos (pata) se espera que aprendan a controlar los impulsos propios de la
juventud. Tienen hijos y se van posicionando dentro de la dinámica política de la co-
munidad. Son los que aconsejan a los demás y a quienes se les escucha en asuntos de
real importancia, normalmente a través de los discursos patamou. Aunque las mujeres
no tienen un papel tan público en la toma de decisiones, tampoco se quedan calladas en
las disputas, por el contrario, suelen alentar a sus maridos en las discusiones y peleas
a veces con más vigor que el ánimo de enfrentamiento del hombre. Según sea el caso
también pueden influir considerablemente en la postura de sus maridos en la toma de
decisiones que atañen a la comunidad entera.
En las comunidades con escuela, ambulatorio y que participan de la política municipal,
se han introducido cambios en relación al tipo de liderazgo que cobra fuerza. Hoy en día
existe una cohorte de adultos de unos 40 años que han sido escolarizados y que fueron los
primeros yanomami en lidiar seriamente con las instituciones del estado. Sus mayores
inmediatos son notablemente más tradicionales que ellos y tienen un peso compartido
con estos nuevos líderes en asuntos comunitarios. Para algunas decisiones que requie-
ren del entendimiento del mundo criollo, los viejos delegan todas las responsabilidades
en este grupo. Para otras decisiones que requieren de maestría en los conocimientos
yanomami, hay un mayor balance. Esta cohorte, sin embargo, se mueve constantemente
entre comunidades más y menos criollizadas, por lo que conocen ampliamente ambos
mundos. En esto se basa su posibilidad y éxito político.
Cabe preguntarse como se comportará esta cohorte en los años venideros, cuando los
más jóvenes compitan por el control político de las comunidades. Estos ya no serán viejos
que no conocen el mundo criollo, situación que a ellos les facilitó el liderazgo en el pasado.
Igualmente, perduran diferencias enormes en estilo de vida entre los Yanomami de los
cursos bajos de los ríos y los que viven aún en las cabeceras o caños pequeños.
Salud
Concepción de la salud
Etiología de la enfermedad
Así como para muchos pueblos indígenas de Suramérica, para los Yanomami la mayo-
ría de las enfermedades graves y la muerte tienen un origen enemistoso; alguien (huma-
no o no-humano) mata o enferma. La muerte nunca es natural por lo que los enfermos
son a la vez víctimas. Inclusive los accidentes, como la mordida de una serpiente, pueden
ser interpretados como una agresión por un chamán enemigo, quien ha propiciado el
desafortunado encuentro entre la persona y la serpiente (ver Lizot, 1985: 115). Como
vimos en la sección anterior (ver Lizot), las principales causas de enfermedad y muerte
son: 1) el robo por seres sobrenaturales de algún aspecto inmaterial de la persona (por
lo general se habla del pei mi amo) –los agresores más frecuentes son los espectros de
los muertos (pore), alguno de una clase de espíritus maléficos llamados en su conjunto
yai thë, o un chamán enemigo por intermedio de un espíritu auxiliar hekura; 2) el daño o
muerte del animal noreshi (alter ego) de la persona; 3) brujería por medio del uso de sus-
tancias hëri o la manipulación de objetos o huellas personales; 4) un ataque de la shawara
–una categoría de enfermedades producidas tanto por diminutos seres caníbales como
por una forma de brujería, todos relacionados. Como categoría nosológica, shawara se
refiere a todas las enfermedades con potencial epidémico; y 5) la ruptura de tabúes.
Sin embargo, no toda afección apunta a una de estas explicaciones. Los malestares
comunes, como dolores de cabeza, estómago, espalda, etc. inicialmente son sólo eso,
malestares que afectan al cuerpo biológico (Albert 1985: 164-187; Alés y Chappino 1981-
82). Los Yanomami saben que llevar mucho sol puede causar dolor de cabeza, que comer
demasiado de un solo fruto puede causar diarrea, que cargar mucha leña para el fogón
puede causar dolor de espalda. Éstos son malestares que pasan solos o con la aplicación
de procedimientos de medicina casera (uso de hëri, baños en el río, etc.) o con la apli-
cación de medicinas industrializadas. Es sólo cuando una afección no pasa con alguno
de estos métodos y el paciente empeora que se sospecha que el cuerpo inmaterial está
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
siendo afectado, y no sólo el cuerpo biológico. Es en este momento que entran en juego
las distintas explicaciones que describe Lizot en la sección anterior.
Es importante retener entonces la distinción entre una afección meramente biológica
y una afección que incluye también al cuerpo inmaterial. En el primer caso, la persona
puede referirse a un dolor localizado en un órgano o parte del cuerpo: ya heki nini “me
duele la cabeza” o ya mamo nini, “me duele el ojo”, donde nini indica dolor. También
se puede manifestar algún malestar como la tos: ya thõkõpi, “tengo tos”, o ya thõkõmou,
342
“estoy tosiendo”; ya kriipi, “tengo diarrea”, o ya hayeheri, “tengo dolores musculares” (ver
tabla 2). Un estado genérico de enfermedad o malestar se indica con el término hariri o pëi;
es un estado que se opone al de estar en buena salud temi y pareciera referirse tanto a los
casos de meros malestares del cuerpo biológico como a los casos que incluyen al cuerpo
inmaterial. Ya en el caso de afecciones del cuerpo inmaterial, si el enfermo tiene un diag-
nóstico en mente, se puede precisar si se está bajo el efecto de sustancias hëri (ya heripi),
si es víctima de una agresión chamánica (ya shaporipi) o si está siendo devorado por los
diminutos demonios shawara (ya shawarapi). Todos estos casos están revestidos de mayor
urgencia pues las afecciones del cuerpo inmaterial son las causantes de la muerte.
ría yanomami señala que el humo de la sustancia quemada sirve de vector transmisor
de las enfermedades que penetran el cuerpo, en donde los pequeños “demonios de las
enfermedades” (ver Lizot, este volumen) comienzan a devorar la sangre o carne de la
persona. El contacto cada vez más frecuente con el mundo criollo ha provocado una ex-
pansión cultural del concepto de shawara, una expansión que vinculó el poder patógeno
del humo de ciertas sustancias hëri a el humo de la combustión de productos manufactu-
rados (ej. la quema de basura) y medios de transporte (humo de motores fuera de borda,
plantas eléctricas, etc.) traídos por los criollos. De esta manera, el humo de los criollos,
que coincide con el incremento de las relaciones con éstos y con el aumento de las en-
demias traídas por ellos, se ha convertido en vector de enfermedades shawara, como
el sarampión, la hepatitis, la malaria, las diarreas, las gripes intensas y las infecciones
respiratorias agudas (Albert 1988).
Es difícil saber cómo se distribuye y con qué intensidad se mantiene esta teoría –que
asocia el humo de los criollos con las enfermedades traídas por ellos– entre distintos
grupos de yanomami, que han tenido un contacto prologado pero diferencial con el
mundo criollo en los últimos 50 años. Este contacto los ha expuesto a otras teorías res-
pecto a la transmisión de enfermedades en la voz de misioneros, médicos, antropólogos,
etc. a pesar de lo cual la asociación entre humo y enfermedad es aún observada. La
quema de basura por los médicos de los ambulatorios provoca reacciones distintas entre
la población; si bien algunos no parecen darle importancia, otros critican a los médicos
por la inconciencia de generar humo patógeno. Un yanomami del Alto Ocamo, que viaja
con frecuencia a las zonas de misión y a La Esmeralda, el pueblo multiétnico más cerca-
no y capital del municipio Alto Orinoco, ejemplifica la permanencia de la relación entre
criollos, humo de combustión y enfermedad:
intensidad. Por esto es que hoy hay menos gente en nuestras comunidades. Hace
tiempo, antes de que yo naciera, dicen que había muchísimos fogones. ¿por qué
llegaron las enfermedades shawara? Porque queman basura en Puerto Ayacucho, y
queman cauchos también, y sale humo de las motobombas, también sale humo de
los carros, los aviones cruzan el cielo... es por esto que las enfermedades shawara
caen sobre nosotros unas tras otras” (nuestra traducción).
Viajando en curiaras.
Operativo de Salud en la Sierra de Parima.
Fotografías Kike Arnal.
345
Es interesante notar que en dos episodios míticos que recoge Lizot (Wilbert y Simoneau
1990: 418-419, 423) sobre el origen de las enfermedades, se asocia la génesis de los “demo-
nios de las enfermedades” a la máxima alteridad social y distancia geográfica. En un caso
se dice que durante la infancia de los hermanos õmawë y Yoawë, personajes centrales de
su mitología, no habían enfermedades epidémicas y fue sólo cuando estos se convirtieron
en demonios yai thë, que se crearon estas enfermedades, sugiriendo que siendo yanomami
no se podría crear tal devastación y que esto sólo es posible para los demonios yai thë, ene-
migos perennes de los humanos (Yanomami). En un segundo caso, se dice que los herma-
nos creadores viajan río abajo, donde el Orinoco “desaparece bajo la tierra”, y es ahí donde
se transformaron en demonios yai thë y desde donde envían las epidemias. Es probable que
el viaje rió abajo, “donde desaparece el Orinoco”, sea una referencia ajustada a la historia,
pues es de esa dirección de donde vinieron los criollos portadores de las enfermedades, de
manera tal que los episodios míticos y la experiencia histórica sean congruentes.
El acceso seguro a bienes manufacturados, los comienzos de la escolaridad y el acceso
a medicamentos, sin embargo, persuadieron y continúan persuadiendo cada vez a más
yanomami a acercarse a las fuentes de bienes y servicios occidentales. El acceso a éstos
tuvo motivaciones prácticas –por ejemplo, las ventajas de usar herramientas de metal en
el conuco, armas de fuego para cacería, el alivio de los malestares, etc.– pero también
tuvo importantes motivaciones simbólicas y políticas que estimularon un reordenamien-
to sociopolítico, que involucró el surgimiento de jerarquías e identidades basadas en la
diferenciación al interior de la sociedad, particularmente acelerada en estos últimos 50
años. Lo cierto es que hay una asociación histórica entre el incremento de enfermedades
epidémicas y el progresivo incremento del intercambio con el mundo criollo a medida que
los madereros, balateros, exploradores y luego misioneros, personal de salud, turistas, etc.
comenzaron a visitar y residir en el Alto Orinoco.
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
Ar ticulación médica
Las opciones terapéuticas de las que disponen los Yanomami del Orinoco son: 1) el
chamanismo; 2) la fitoterapia u otros procedimientos que podríamos llamar “medicina
casera”; y 3) la bio-medicina. Esta última más bien con presencia irregular a lo largo del
territorio, distribuida de manera poco homogénea, generalmente más escasa a medida
que nos adentramos en su territorio tradicional.
Entre el chamanismo y otras opciones de medicina casera existe una jerarquía, comple-
mentariedad de funciones y posibilidades de acción sobre el cuerpo biológico y el cuerpo
inmaterial. Las plantas hëri se administran de diversas maneras, ya sean untadas sobre el
cuerpo o bebidas. 4 Hay también procedimientos comunes como atarse cuerdas alrededor
de las partes del cuerpo que están adoloridas o bañarse en el río para bajarse la fiebre.
Quizá menos común sea el dejarse picar por hormigas o ingerir arena para “espesar” una
diarrea. Todos estos procedimientos tienen una acción sobre el cuerpo biológico y se apli-
can para remediar afecciones que no involucran al cuerpo inmaterial o para reducir los
síntomas, más no para curar una enfermedad más grave cuya causa raíz está en el plano
inmaterial. A los procedimientos de alivio de malestares y reducción de síntomas con los
que algunos yanomami se tratan (básicamente el uso de plantas hëri) se les puede llamar
hërimai, fërmai, horomai o he horomai.
Cuando el cuerpo inmaterial está afectado (ej. abducción del pei mi amo, intrusión de
dardos invisibles) sólo el chamanismo puede procurar una cura, pues sólo el chamán
puede ver el plano interior e inmaterial de la persona, sólo él puede identificar los rastros
de los agresores, batallar contra ellos y restituir la integridad de la persona. Las cau-
sas de estas enfermedades son invisibles a las personas normales y sólo los chamanes
4. Aunque los autores nunca vieron a un yanomami utilizan- indígenas. Estudios hechos entre los Yanomami de Brasil
do plantas hëri para curar, sí han recibido explicaciones so- (ver Miliken y Albert 1996) sugieren que podrían existir
bre su preparación y uso en comunidades de río arriba y de importantes diferencias entre los Yanomami de diferentes
misión, por parte de hombres y mujeres de diversas edades. regiones (contrastar con la contribución de Lizot en este
Este conocimiento podría estar vinculado al intercambio de volumen). Estas diferencias podrían estar relacionadas a
información con sus vecinos ye’kuana o de otros pueblos diferentes procesos de intercambio con otras etnias.
347
pueden transformarse en espíritus hekura para que éstos le brinden sus conocimientos
y habilidades especiales, sin los cuales la cura es imposible. Entonces, podemos afirmar
que el chamanismo es la fuente real de cura, mientras la medicina casera tiene un papel
siempre secundario, subordinado y mucho menos valorizado. En contraposición radical
con los procedimientos de “medicina natural”, el chamán no utiliza ningún recurso fito-
terapéutico, sus facultades provienen del mundo invisible, del panteón espiritual yano-
mami, al cual accede con la ayuda de alucinógenos (llamados genéricamente yopo). Las
sesiones chamánicas de cura se identifican con el término nohi rëai.
La teoría biomédica no ha logrado penetrar en el campo etiológico de los Yanomami,
aunque sí en el de las prácticas curativas. Aún los Yanomami que viven bajo la influencia
de las misiones y los ambulatorios médicos del territorio han fortalecido su propio en-
tendimiento del origen y funcionamiento de las enfermedades. Esto ocurre, entre otras
cosas, porque el chamanismo es la fuente de conocimiento verdadero y es una institu-
ción, no solo inmersa sino edificante, del contexto cultural yanomami. Las explicaciones
chamánicas de la enfermedad encajan con la historia local de la comunidad, con la mito-
logía y con la concepción general del cosmos. En la práctica, sin embargo, los Yanomami
han sido mucho más receptivos con las terapias biomédicas; incorporándolas al campo
de la medicina casera o tradicional (Albert 1985: 181).
Salvo en el caso de las shawara –y ésta es una excepción fundamental de la que habla-
remos más adelante– los Yanomami consideran las medicinas alopáticas como reductoras
de síntomas y alivio del sufrimiento causado por las enfermedades. Su papel, en casos
de afección del cuerpo inmaterial, es secundario al efecto de la chamanería. A las prác-
ticas comunes de los médicos (dar pastillas, inyecciones, untar cremas, gotas, soluciones
fisiológicas, nebulizaciones, etc.) se las describe con los términos de la fitoterapia hërimai,
horomai, y he koamai, este último término significa literalmente “dar [medicina] en la boca”.
Por otro lado, evidentemente los médicos no apelan al mundo espiritual para resolver la
enfermedad de un paciente, lo que separa radicalmente no sólo a los médicos de los cha-
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
manes, sino a todos los criollos de los Yanomami. Los médicos, excepto en los casos con-
siderados shawara, no acceden al plano causal e inmaterial de la enfermedad sino al plano
material de sus efectos. Pero hay otras similitudes entre la práctica biomédica y el uso de
plantas hëri que favorecen su incorporación cultural a esa categoría de su sistema médico
tradicional. Por un lado, las terapias con plantas hëri se beben o untan en el cuerpo, proce-
dimientos comparables a la ingesta de medicamentos y la unción de cremas en la medicina
occidental. Por otro lado, tanto las medicinas como las plantas hëri son consideradas sus-
348
tancias wayu, es decir, sustancias con efectos sobre el cuerpo y la psiquis (Lizot, 2004: 477).
El tabaco y el yopo también son considerados wayu, pues sus efectos sobre el cuerpo son
evidentes. Éste es un poder ambivalente, pues los hëri son usados tanto para ayudar como
para causar daño o muerte y los Yanomami saben que las medicinas mal utilizadas pueden
causar daño o muerte a una persona. Así como los Yanomami aprecian el poder de los
medicamentos para curar rápidamente heridas infectadas, o la velocidad con que el suero
fisiológico puede restituir a un niño deshidratado al borde de la muerte, pues “evita que se
le seque la sangre”, hay ocasiones en las que pueden referirse a una mala medicación como
a la causa de una muerte. También existe la posibilidad de que los efectos secundarios de
algún medicamento (antimaláricos especialmente) puedan considerarse contraproducen-
tes en el caso de bebes pequeños que estén moribundos. Por último, cabe mencionar que
en castellano, sobre el tema de los hëri, algunos yanomami hablan de “medicina natural”
o “medicina de la selva”, lo que evidencia la equivalencia entre los medicamentos manu-
facturados y la “medicina casera” propia.
Del examen de una variedad de casos y de la manera como los Yanomami hablan de
los médicos y los chamanes se desprende que si una persona está bajo la influencia de
sustancias de la brujería, hëri, si un aspecto inmaterial ha sido herido o robado, ya sea
por un pore, un yai, un chamán enemigo o la ruptura de un tabú, el papel del médico y
sus procedimientos son de alivio del sufrimiento que generan los síntomas de la enfer-
medad. Esto explica por qué, aun cuando un yanomami considera que su cuerpo inma-
terial está afectado, acude al médico o requiere su presencia para darle fuerza con una
solución fisiológica, bajarle la fiebre con un antipirético, reducirle el dolor con un analgé-
sico –aunque el médico además aplique, por ejemplo, un antibiótico si el caso lo amerita.
En estos casos, es casi seguro que el paciente también estará acudiendo al chamán.
Si el paciente considera que tiene una enfermedad shawara, el papel del médico ya
no es sólo de alivio sino también de cura radical. Las enfermedades shawara (las más
comunes son la malaria, las infecciones respiratorias agudas y las diarreas persisten-
tes) son el territorio etiológico en donde la competencia del médico se equipara con
la del chamán, en lo que a cura radical se refiere. Esto no implica que el paciente deje
de ir al chamán, quien por lo general sigue actuando sobre el paciente siempre que
se lo requieran. Al tiempo que los médicos batallan contra la enfermedad shawara
349
Itinerario terapéutico
claro que ante los malestares comunes (ej. dolores) se acuda directamente al ambula-
torio en busca de analgésicos. Si un enfermo empeora entonces comienzan a cotejarse
las posibles causas de su estado con su círculo familiar cercano y aquí pueden recurrir
a un chamán para que emita un diagnóstico. También, una afección menor (ej. dolor de
cabeza) que “no pasa” con medicinas se puede interpretar como evidencia de que hay
un agresor oculto y que se requiere de un chamán. En muchos casos los tratamientos
son diagnósticos por descarte.
350
· Los efectos del traslado sobre el paciente. Un traslado por río o a pie por varias horas
o días somete a un paciente a las inclemencias del sol y la lluvia, así como al cansan-
cio, que pueden afectar al enfermo y sus posibilidades de cura.
· El distanciamiento del chamán. Si la comunidad de donde proviene el paciente está
lejos del ambulatorio, recibir tratamiento biomédico por lo general implica dejar de
acceder a la terapia del chamán de la comunidad, lo cual reduce sus posibilidades de
alcanzar una cura real y por ende genera desconfianza.
· Los ataques de seres sobrenaturales. A los niños pequeños enfermos se les prefiere
resguardar en la seguridad que brinda el hogar, en contraposición al exterior de la
casa y la comunidad, en donde son blanco fácil de entes sobrenaturales siempre
deseosos de atacar a los niños. Esto se debe a que la integridad del cuerpo material
e inmaterial es débil en los niños, y más aún si están enfermos.
· Temor a que la muerte ocurra lejos de la comunidad de origen. El elaborado ritual
funerario que describe Lizot en la sección previa es quizás el momento más im-
portante para la sociedad Yanomami y, por ello, hay pocas cosas peores desde su
punto de vista que morir lejos de sus parientes cercanos. Por esto, las personas
que creen estar muy graves prefieren evitar ser trasladados a los ambulatorios o al
hospital de Puerto Ayacucho, pues temen que la muerte ocurra fuera del circulo
familiar y comunitario.
cuente que ambos terapeutas trabajen simultáneamente. En estos casos los terapeu-
tas toman turnos para acceder al cuerpo del paciente que, por lo general está en su
casa, en el suelo o en su chinchorro, rodeado de sus familiares y otros observadores.
Mientras el chamán baila, canta y manipula con las manos el cuerpo del paciente
movilizando espíritus auxiliares y batallando con agresores invisibles, extrayendo
objetos inmateriales o despedazando los demonios shawara, el médico monitorea
con termómetros, estetoscopios y reloj el estado del paciente, al tiempo que monta
Equipo del Plan de Salud Yanomami en un shapono.
353
médicos y chamanes deben trabajar juntos con la expresión he ususkuwë, que indica
igualdad de medidas o valores (Lizot, 2004: 81). Esto puede ser una manera figurativa
de referirse a la complementariedad y paridad entre chamán y médico –siempre limi-
tándose al aspecto médico, no al político-religioso de la comparación entre medicina
y chamanismo.
354
Ar ticulación socio-política
Mucho de lo que caracteriza las relaciones sociales que se tejen alrededor del funcio-
namiento del sistema de salud escapa a la dimensión simplemente médica y posee un
elemento de carácter político, entendido en un sentido amplio.
355
El paciente
Uno de los aspectos que más llama la atención, e irrita, a los médicos y estudiantes
de medicina sobre el trabajo entre los Yanomami es la inversión de la relación médi-
co-paciente, tal como es aprendida en los hospitales urbanos, en donde el segundo
asume dócilmente la autoridad incuestionable del primero. Entre los Yanomami, los
médicos no “manejan la situación” y en muchas oportunidades son los pacientes y
familiares yanomami los que controlan al médico en cuanto a qué, cómo y dónde
puede cumplir con los procedimientos médicos sugeridos al paciente. La relación
sujeto (médico) – objeto (paciente) a la que están acostumbrados los médicos se ve
así desestabilizada al encontrarse con pacientes en posición de sujetos; pacientes
que responden, replican y mantienen al médico dentro del campo de acción que ellos
consideran legítimo. Esta inversión de papeles radica, al menos parcialmente, en que
los Yanomami no tienen una larga experiencia con el estado y sus instituciones y su
presencia en el territorio continúa siendo incipiente. Los médicos deben “probarse
a sí mismos” al demostrar maestría en los procedimientos médicos; pero en aque-
llos conocidos por los Yanomami. “Probarse” en el sentido de demostrar lo que en
nuestra sociedad los pacientes dan por sentado: la autoridad del médico en materia
de salud.
El personal de salud, además, es a los ojos de los Yanomami “extranjero”, lo cual
está atado a una serie de valores y reacciones que subsumen cualquier valoración
que se tenga de sus dotes curativas. Los criollos son difusores de las enfermedades
shawara, al tiempo que son las fuentes de bienes y servicios que los Yanomami del
Orinoco hoy necesitan para asegurar su futuro. Criollos son tanto los médicos y
misioneros que ayudan a los Yanomami en el campo, como los que los discriminan
en el hospital de la ciudad. Los criollos tienen tecnologías sorprendentes pero son
torpes para vivir en la selva; tienen muchos bienes pero son mezquinos a la hora de
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
compartir; prometen muchas cosas cuando visitan las comunidades pero no cum-
plen casi ninguna. Ante tales ambigüedades, incrementadas quizá por la altísima
rotación de personal estadal en el territorio, los Yanomami están constantemente
evaluando la naturaleza real de la moral y el conocimiento del médico que, inevita-
blemente, siente estar constantemente “a prueba”, un sentimiento que decrece o se
perpetúa con la confianza o desconfianza que desarrollen con la comunidad durante
el tiempo de convivencia.
356
Un elemento común a los criollos que trabajan entre los Yanomami o visitan su terri-
torio (misioneros, médicos, antropólogos, turistas) es que se insertan en un mundo que
les asigna más significación que la que ellos mismos se otorgan. Al insertarse en una
sociedad en transición, en comunidades que valoran un estilo de vida mixto yanomami-
criollo, los criollos se insertan en una trayectoria histórica que ya tiene dirección y que
los involucra como criollos, más allá de ser médicos, antropólogos o misioneros. Una de
las visiones dominantes que los Yanomami tienen de los criollos es que éstos son pro-
veedores de bienes manufacturados (cf. Gow 2001); y más allá de eso, “proveedores de
soluciones”, como la formación escolar o el servicio de salud biomédica. Así, los médicos
generalmente ven como sus bienes personales, sus alimentos y los recursos del ambu-
latorio, como el motor, el bote, el combustible, son objeto de la atención de la comuni-
dad. Muchas veces los médicos se ven obligados a entrar en relaciones de intercambio
de bienes personales. La negociación de estos recursos suele ocupar mucho tiempo y
esfuerzo entre los médicos y la comunidad. Dentro de este mismo contexto, los criollos
residentes también son fuentes de conocimiento del mundo criollo. De esta manera a los
médicos se les pide que sugieran nombres en castellano para los bebes yanomami, 5 que
expliquen el manejo del dinero, de las leyes y de los derechos, etc. El trato mismo con los
médicos es una escuela para los Yanomami de cómo viven y cuál es la moral del mundo
criollo y del estado.
El sistema religioso yanomami tiene aún una gran vigencia, a pesar de más de tres
décadas de interacción con occidente. Aunque sería difícil estimar si hoy en día hay
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
más o menos chamanes, o si son más o menos poderosos, si podemos decir que el
chamanismo es aún una institución de autoridad moral, una fuente de conocimientos
“verdaderos” del cosmos, un sistema médico y una forma de “política exterior” de las
comunidades. Al contrario de lo que ha ocurrido en otras áreas del Amazonas venezo-
lano, en donde las alternativas terapéuticas biomédicas penetraron las áreas indígenas
en alianza con un poderoso movimiento de imposición religiosa y en momentos de
crisis demográfica por enfermedad –ver por ejemplo el capítulo sobre los piaroa en
este mismo volumen– entre los Yanomami la presencia del sistema de salud no parece
haber desplazado al chamanismo como piedra angular del sistema médico propio.
El chamanismo no es sólo parte de un sistema médico indígena, es una tecnología
de relación con el mundo; se ocupa de las relaciones con enemigos desconocidos hu-
manos y con todo el panteón espiritual que puebla el cosmos yanomami. La dimen-
sión médica del chamanismo no es más que una porción interna de la función más
envolvente de la mediación con la exterioridad social, en donde, entre otras cosas, se
ubica el origen de las enfermedades. La dimensión política del chamanismo envuel-
ve y determina la dimensión médica y es por esto que el sistema de salud biomédico
no lo afecta, pues se limita a lo meramente médico y carece de la dimensión política
del chamanismo.
Ahora bien, esto no quiere decir que el encuentro con nuevas formas de religiosidad
y el sistema de salud biomédico no hayan afectado de manera alguna al chamanismo.
Al contrario, el chamanismo es permeable a la novedad e intrínsecamente susceptible
a la transformación de su contenido, manteniéndose, no obstante, como técnica de re-
lación con el mundo exterior (ver Carneiro da Cunha 1998). Así pues, los chamanes del
Orinoco cuentan hoy en día con una cantidad de herramientas invisibles provenientes
del mundo criollo (machetes, escopetas, aviones) que les dan nuevas habilidades para
curar y guerrear. Hay chamanes yanomami que aseguran haber incorporado al hekura
del Dios Cristiano, asignándole gran poder de cura, seguramente aprovechando la
jerarquía impuesta por los misioneros en la zona. Quizá más interesante sea la manera
como los chamanes pueden invocar hekura criollos, entre los cuales se pueden encon-
trar hekura que dan o inyectan medicamentos invisibles o que pueden ayudar a iden-
tificar un tipo de enfermedad shawara utilizando vidrios, a manera de un microscopio.
Lo que podemos constatar es que el chamanismo devora la novedad sometiéndola a su
mecanismo; todo lo re-contextualiza al tiempo que se revigoriza.
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
360
El s i s t e m a d e s a l u d n a c i o n a l e n t r e
l o s Ya n o m a m i
naron los primeros microscopistas, sumándose a otros AMS formados en los noventa
y después del 2000. Desde el 2002 no se ofrecen más cursos de Medicina Simplificada
en Amazonas, y en su lugar se dicta, desde el 2005, un nuevo curso denominado “De-
fensores de la Salud”, que en distintos aspectos apunta a la formación de un perfil de
enfermería. Si bien estos cursos de formación han sido efectivos en formar personal
de salud apto para resolver muchos problemas sin la supervisión en presencia de un
médico, nunca han sido debidamente adaptados a la epidemiología de la región, ni a la
364
cultura de los pueblos indígenas en los que se insertan. Más recientemente, se inició la
formación de personal yanomami de salud bajo un programa adaptado a la especificad
epidemiológica, cultural y lingüística de los Yanomami, en el contexto del Plan de
Salud Yanomami (ver abajo).
Estructura Organizativa
con el mundo criollo y en cierta medida también por la estructura política de los Ya-
nomami, quizá más difícil de ajustar a las instituciones del estado que en el caso de
los ye’kuana, por ejemplo.
Funcionamiento
Desde hace muchos años se estableció en los AR II del área yanomami una forma de
funcionamiento orientada a que el equipo de salud llegase a las comunidades yanomami,
en vez de exigir a éstas que se acerquen a los puestos de salud. Todos los AR II forman
parte de los conglomerados de comunidades que se han establecido históricamente en
la vecindad de las misiones salesianas, atraídos por el acceso a la salud, la educación y
los bienes manufacturados. La atención a esta población vecina se realiza todos los días,
en el ambulatorio durante la mañana y en la comunidad en la tarde, bajo un esquema de
visita comunitaria que debe incluir a cada comunidad del conglomerado al menos una
vez a la semana. Desde cada AR II se define un grupo de comunidades que, estando más
retiradas de los puestos de salud, se deben visitar quincenalmente y, más allá de éstas,
hay otro grupo de comunidades que se procura visitar de manera mensual o bimensual,
en particular llevando los programas de control de malaria, oncocercosis e inmuniza-
ciones. Todos estos viajes se realizan con un equipo médico variablemente integrado por
médicos, AMS, microscopistas, motoristas y ayudantes.
Este esquema divide a las comunidades atendidas por el AR II en “cercanas”, las co-
munidades vecinas, “intermedias”, de visita quincenal, implicando un viaje normalmen-
te no mayor a 5-6 horas por río o a pié, y “lejanas”, de visita mensual o bimensual, que
implican un viaje de más de un día. Ahora bien, la frecuencia de visitas a todos estos
grupos de comunidades depende fuertemente del mantenimiento de los recursos logís-
ticos del sistema de salud: motores fuera de borda, botes, combustibles y lubricantes, que
hacen posible la movilidad del equipo médico. Por este motivo, y a veces por la falta de
personal médico, en los últimos 5 años han sido muchos más los períodos en los que no
se cumple el esquema estipulado de visitas que aquellos en los que sí se cumplió. Por
otro lado, la atención a pacientes delicados en las comunidades vecinas a los AR II puede
impedir que se visiten las demás comunidades según lo establecido. En última instancia,
la dedicación de un médico rural en particular a atender comunidades que requieren del
esfuerzo del viaje (en río o a pie), algo extremadamente variable, también es determi-
nante para el cumplimiento de los esquemas de visita.
367
P r o bl e m a s f u n d a m e n t a l e s d e l s i s t e m a d e s a l u d
y e l Pl a n d e S a l u d Ya n o m a m i
Hay dos problemas fundamentales del sistema de salud que atiende a los Yanomami. La
primera es la baja cobertura del sistema que aún deja totalmente desatendidos a aproxima-
damente 41% de la población. La segunda la constituye la sumatoria de fallas operativas
dentro de la red ambulatoria que ya existe y su vínculo con la Dirección Regional de Sa-
lud. Entre ellas encontramos: la falta crónica de recursos logísticos, suministros médicos
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
8. El Concejo Regional de Salud es una instancia que en lo referente a salud en el Estado Amazonas, pero con
persigue este objetivo de coordinación, sinergia y difusión pocos resultados hasta el presente.
José Piñate, enfermero baré, tomando muestras de sangre a una niña yanomami.
Niña yanomami en el hospital.
Fotografías Kike Arnal.
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El Plan de Salud Yanomami es una estrategia del Ministerio de Salud que busca
expandir de manera sustentable y culturalmente adaptada los servicios de salud al
80% de la población yanomami que ha estado históricamente subatendida o comple-
tamente desasistida.
El Plan de Salud Yanomami tuvo una génesis particular y una trayectoria convul-
sionada que aquí apenas podemos resumir. En 1993, una comunidad remota de la
frontera con Brasil, Hashimú, fue víctima de una masacre a manos de mineros bra-
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
producir un primer documento guía que sentó las bases de un plan de acción con
miras a fortalecer el Distrito Sanitario y expandir la cobertura del sistema de salud en
el área yanomami.
En el 2004 el Ministerio de Salud creó la Coordinación de Salud Indígena, instancia que
tendría a su cargo el diseño e implantación de estrategias de salud para pueblos indígenas
y la transversalización de un enfoque intercultural a todos los planes y programas del MS
aplicados a comunidades indígenas. En enero del 2005 se constituye en Puerto Ayacucho
una Oficina de Coordinación del Plan de Salud Yanomami (PSY) desde donde se le dio
mayor contundencia a los objetivos del documento del 2000 y se plantearon cuatro líneas
de acción, volviendo más manejable la gran tarea que supone la consolidación del Distrito
Sanitario y la expansión de los servicios al 100% de la población yanomami en Venezuela.
Estas líneas de acción, todas interrelacionadas, son:
· Consolidación del Distrito Sanitario y la red de salud existente.
· Expansión del sistema de salud.
· Formación de personal local en salud.
· Implantación de instancias de participación y control social.
La Oficina de Coordinación del PSY es multidisciplinaria. Se combina la antropología
y la salud pública a través de personal calificado y conocedor de la sociedad Yanomami
y la historia del sistema de salud entre ellos. Esto también significa que el Distrito Sani-
tario Alto Orinoco ahora cuenta con una instancia de apoyo en Puerto Ayacucho, cuyo
esfuerzo no se diluye en la aún mayor problemática de salud de todo el estado, como
necesariamente ocurre con la Dirección Regional de Salud de Amazonas. Durante su
primer año y medio de actuación, el PSY cuenta con logros importantes si se considera
el estado en el que se encontraba el sistema de salud del Alto Orinoco para fines del 2004.
Pero si estos logros se evalúan desde la perspectiva del objetivo fundamental del PSY
y el trabajo restante que su cumplimiento supone, sólo pueden ser considerados pasos
incipientes. Entre estos avances encontramos:
· Progresivamente se ha regularizado la presencia de personal médico en los AR II del
Distrito (entre 6 y 7 médicos rurales venezolanos, y entre 2 y 3 de la Misión Barrio
Adentro, de origen cubano).
· Se restableció y se mantuvo hasta el día de hoy la logística de transporte, comunicacio-
nes y servicios básicos de luz y agua en cada uno de los AR II.
· Ha mejorado el suministro de medicamentos y combustible a todos los AR II del Dis-
trito, no así para los AR I.
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· Se han abierto 3 nuevos puestos de salud. Uno en Mavaquita en el 2005, con finan-
ciamiento de una ONG Danesa, y en el 2006 uno en Koyowë y uno en Koshirowë, a
raíz de la salida de la Misión Nuevas Tribus de Venezuela (ver abajo). Esto amplía la
población cubierta de manera regular por el sistema de salud en unos 1500 Yanoma-
mi aproximadamente.
Además, se inició un programa de formación de agentes indígenas de salud, espe-
cialmente adaptado a la realidad epidemiológica, social y cultural yanomami. Mien-
tras escribimos este artículo, se están capacitando 23 yanomami de la mayoría de los
sectores de su territorio en el Estado Amazonas (Cerro Delgado Chalbaud, Hashimu,
Parima A, Parima C, Shithari, Shamathari, Alto Ocamo, Ocamo, Mavaca, Alto Mavaca,
Platanal, Koyowë, Bajo Siapa, ver mapa) desde el punto de vista técnico, para su incor-
poración al sistema local de salud, y desde el punto de vista socio-político, para ejercer
la contraloría social del funcionamiento del sistema salud. Ésta quizá sea la primer ini-
ciativa de formación de agentes comunitarios de salud adaptada a un grupo indígena
particular desde el inicio del Programa de Medicina Simplificada en 1961. Metodoló-
gicamente, el programa de formación contempla varias innovaciones muy bien recibi-
das por los Yanomami y cuyo éxito se irá monitoreando sobre la marcha. En primera
instancia, el curso se dicta en lengua yanomami, lo que elimina la barrera que existía
previamente para ingresar al curso de Medicina Simplificada de tener que dominar el
castellano y estar escolarizado hasta el 6to grado. La mayoría de los 23 estudiantes tie-
nen poco dominio del castellano; dos de los estudiantes no están escolarizados y a me-
dida que aprenden los conceptos de salud se están alfabetizando. Hasta los Yanomami
con mayor dominio del castellano refieren entender mejor las explicaciones en lengua
yanomami que en castellano. En segunda instancia, el equipo de enseñanza incluye
a dos Auxiliares de Medicina Simplificada yanomami, formados hace más de 20 años.
Su papel en la instrucción ha sido protagónico; más allá de estar capacitados para
traducir los conceptos de la biomedicina de una lengua a otra, realizan una excelente
Los YANOMAMI · José Antonio Kelly y Javier Carrera
PSY se vislumbra como el único camino para ofrecer servicios de salud permanentes a
las comunidades yanomami más remotas (aprox. 40% de la población).
que los indicadores son aún peores. Por otro lado, estos datos demuestran que se requie-
ren estrategias específicas para reducir la mortalidad por malaria, infecciones respiratorias
agudas y enfermedades diarreicas (las principales causas históricas de mortalidad en el
Alto Orinoco) ya que no se está logrando el impacto deseado del sistema de salud con la
mera recuperación de la presencia médica, de la logística y de los insumos médicos.
9. Información de promedios nacionales proviene del Para la fecha las cifras del 2003 eran las más recientes
Ministerio de Salud www.msds.gob.ve, visitada el 24/9/05. disponibles en el Ministerio.
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Mercal, Proal) y cooperativas de producción (ej. Misión Vuelvan Caras) que ya se están
implementando en el Alto Orinoco y que seguramente cobrarán mayor fuerza en el
futuro cercano.
reciben un bebé con deshidratación grave en el ambulatorio. Aquí parece haber una
combinación de factores incidiendo en la desconfianza, entre los cuales quizá el de
mayor peso sea que el suero oral simplemente no cura la diarrea, aunque mitigue los
efectos de la deshidratación. La eficacia curativa que se espera de un medicamento
no la cumple el suero oral. Las personas suelen decir que el suero oral “no quita” la
diarrea y hasta la aumenta, o produce vómitos, por lo cual deciden no tomarlo. El
suero oral también tiene un sabor desagradable, por lo cual se hace difícil adminis-
trarlo a los niños.
· El humo de los fogones es otro de los factores que los médicos frecuentemente citan
como contraproducentes en la recuperación de niños con infecciones respiratorias y
hasta la proliferación de casos de asma en niños. Los Yanomami tradicionalmente
usan el fogón para calentarse en las noches, durmiendo muy próximos a ellos y
avivándolos repetidas veces durante la noche. El calor del fogón se considera aún
más necesario en el caso de un niño enfermo, por lo cual están constantemente
expuestos al humo. A pesar que los médicos rutinariamente aconsejan a las madres
que distancien a los niños enfermos de los fogones –a veces tratan de hospitalizarlos
en los ambulatorios o les proporcionan cobijas para sustituir el calor del fogón–ésta
es una costumbre muy arraigada entre los Yanomami (ver Lizot este volumen).
· Las actividades de atención propias del embarazo y el parto en su mayoría ocurren
a espaldas del ambulatorio, en el entorno de las mujeres parientes de la madre. Sólo
en los casos en que el parto se complica, o cuando hay un aborto natural o provoca-
do también complicado, puede ocurrir que se acuda al ambulatorio o se llame a un
médico a la comunidad. En estos casos, los tactos vaginales necesarios para evaluar
el parto siempre requieren de una larga negociación con madres que, aunque pue-
dan estar sufriendo, con mucha frecuencia se rehúsan a estos procedimientos por la
vergüenza que generan. Estas situaciones siempre requieren que el o la médico esté
consciente del peso del contexto y exija que todos los acompañantes de la madre se
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l O S A u tor E S
kamiyekeya@gmail.com
Javier Carrera Rubio es antropólogo social con doctorado de la Universidad de St. Andrews,
Escocia. Ha trabajado extensamente entre los Yanomami desde finales de los años ochenta,
enfocando su investigación doctoral en el rol de la palabra en la creación y mantenimiento
del orden social. También ha colaborado a través de los años en varios proyectos aplicados;
fue asesor de la cooperativa económica SUYAO y más recientemente trabajó en el Plan de
Salud Yanomami, en donde contribuyó de manera fundamental en el diseño del actual
programa de formación de Agentes Indígenas de Salud. e-mail: jcarrerarubio@yahoo.com