Anda di halaman 1dari 2

Pena ajena

Aníbal Nazoa

El Nacional, viernes 19 de mayo de 2000

Uno de los términos más curiosos y simpáticos de nuestro lenguaje coloquial, y por ciento uno
de los que con mayor frecuencia debemos explicar a los visitantes extranjeros (quienes
todavía se atreven a venir pese a la horripilante dictadura y a la diaria recién inaugurada
muertamentazón que les pinta la pobrecita, martirizada, perseguidísima oposición) es pena
ajena. Aunque, claro, los compatriotas saben muy bien lo que es la pena ajena, por si queda
alguno que no lo sepa no está de más recordarles qué es pena ajena: por ejemplo, la
sentimos cuando a un muchachito se le olvidan los versos que estaba recitando o, peor aún,
cuando el papá en vez de consolarlo en su turbación y animarlo a seguir adelante lo regaña, y
se muestra avergonzado y le da su coscorronazo al chamo.

Pena ajena la que me embarga (o me embargaba cuando se podía ir) en el extranjero ante la
noticia de que la policía de determinado país andaba buscando a unos venezolanos que se
especializaban en estafar a la telefónica introduciendo a los aparatos peloticas de chicle y
cosas por el estilo para hacer llamadas gratuitas a Caracas, o que en un distrito de París se
había prohibido la entrada de venezolanos en bares y restaurantes porque dos «machos
criollos y vernáculos» habían destruido varios negocios para demostrar lo «machetes» que
eran. Pena ajena y no propiamente orgullo es lo que siento al comprobar que a la hora de
robar en las librerías y tiendas por departamento, inventar trucos para copiarse en los
exámenes y «colearse» en el Metro de cualquier ciudad no hay nadie tan «vivo» como los
venezolanos. Casi me muero de la vergüenza cuando me enteré por la prensa británica de
que estaban en manos de la justicia unos estudiantes venezolanos que se habían robado para
hacer un sancocho un cisne, sin saber los muy estúpidos que estaban cometiendo un delito
gravísimo porque en el Imperio Británico los cisnes son propiedad de la reina.

No hay, sin embargo, pena ajena más intensa que la provocada por los papelones que con
tanta frecuencia han puesto nuestros mandatarios y nuestros agentes diplomáticos. Son
muchos, muchísimos, pero para citar solo uno, de los incidentes que todavía me hacen sentir
pena ajena, baste recordar la visita que en 1853 hizo el para entonces diplomático Antonio
Leocadio Guzmán al Perú, República en la cual se presentó para reclamar en nombre del
gobierno venezolano un millón de pesos que en 1825 el gobierno peruano había ofrecido
como recompensa por sus servicios en la patria a Simón Bolívar y que el Libertador, en gesto
de desinterés maravilloso, había rechazado. ¿Habráse visto desprendimiento patriótico más
grande que el de Bolívar y sordidez más patente que la de Guzmán?

Ahora estamos ante una actitud que despierta nuestra pena ajena en su mayor intensidad, por
cuanto quien la asume es una autoridad científica y gremial; la del presidente de la Federación
Médica Venezolana ante la presencia en Venezuela de un grupo de médicos y enfermeras
pertenecientes a la brigada de voluntarios de Cuba que vino a nuestro país a auxiliarnos en
ocasión de la catástrofe natural que afecta nuestro litoral central —es decir el estado Vargas—
desde diciembre de 1999.

En agradecimiento a la valiosa asistencia que la misión cubana nos ha prestado, al generoso


auxilio que sus facultativos nos han dado en nuestra emergencia en forma absolutamente
gratuita y con gran esfuerzo de su parte, el doctor Jesús Méndez Quijada pide para la misión
cubana nada menos que la cárcel por «ejercicio ilegal de la profesión».

Los sueldos de los médicos cubanos no los paga Venezuela, los paga el Gobierno de Cuba.
Pudiera pensarse que el asunto es de «celos profesionales», es decir que Méndez y sus
seguidores están disgustados porque los cubanos les quitan los pacientes, o sea la mascada,
podría ser por eso, pero no, ya sabemos por dónde viene la cosa, ya se adivina por dónde
viene Quijada, basta con leer su acusación de que las brigadas «tienen el propósito de ser un
instrumento político para un modelo político», es decir, la vieja y rayada caución anticomunista
y anticubana. Según Méndez Quijada y sus amigos confederados no vinieron en misión
humanitaria sino a «adoctrinar» a los pacientes en los métodos fidelistas de conquista. Según
nos afirmó un colega (de ellos), Méndez Quijada descubrió el siniestro plan fidelista cuando
vio a un cubano poniéndole a un paciente una inyección de comunismo intravenoso. Quedó
clara la intención antivenezolana de la misión fidelista cuando un médico cubano, mientras
examinaba a un paciente, dijo «saque la lengua» en el preciso momento en que pasaba
Méndez Quijada con el evidente propósito de faltar el respeto a éste. Más claro aún está la
orientación procomunista de los médicos antillanos cuando éstos descubren sin disimulo su
empeño por aumentar en los pacientes el número de los glóbulos rojos: ¿por qué no
aumentan el de los blancos, que son los democráticos?

Vamos a hablar en serio; para ver si los médicos cubanos están haciendo «ejercicio ilegal» y
si deben irse, bastaría con que Méndez Quijada y los suyos bajaran a Vargas y preguntaran a
la gente qué piensa del asunto.

¿Por qué no lo hacen?

Mientras tanto, ¡qué pena con esos señores!

Anda mungkin juga menyukai