pampeano
Tomo IV
Julio Djenderedian
La agricultura pampeana
en la primera mitad
del siglo XIX
Diseño de interior: tholön kunst
ISBN
Impreso en A
Agradecimientos 15
Introducción 17
Conclusiones 309
2 Sesto, C. (2005).
3 Gelman, J. y Santilli, D. (2006).
14 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
jcd
buenos aires, 31 de marzo de 2008
Introducción
haber tenido en ella un papel tan significativo, mientras que se han ido
constatando continuidades y permanencias, existiendo ambas en forma
paralela a procesos de indudable ruptura cualitativa en la producción
agraria. Por lo demás, tampoco resultan tan claras las diferenciaciones
entre los procesos de crecimiento agrario a uno y otro lado del corte de
la mitad del siglo; la expansión del ovino a partir de 1850, por ejemplo,
tuvo consistentes antecedentes que venían cuando menos de dos déca-
das atrás. Así, la investigación cuyos frutos se muestran aquí pretende
en cierto modo ir dando cuenta de esas continuidades y permanencias,
y a la vez ir marcando una periodización que no dependa de ese tradi-
cional corte de mediados de la centuria. De modo que las páginas que
van a leerse tienen en buena medida presentes los procesos que habrán
de darse posteriormente al período aquí tratado, y no sólo sus antece-
dentes. No se trata en modo alguno de un capricho: la misma investiga-
ción nos fue mostrando la necesidad de adoptar un enfoque abarcativo,
no sólo para encontrar nuevas respuestas a procesos ya conocidos, sino
sobre todo para abordar esos procesos desde otros ángulos, y obtener
así nuevos interrogantes a responder.
En ese sentido, creemos que no se trataba tan sólo de constatar per-
manencias o de matizar el peso de las transformaciones, sino de buscar
una explicación que permitiera de algún modo entender tanto unas
como otras. La partición de mediados del siglo ha continuado en otras
formas marcando pautas entre las investigaciones, incluso las recientes,
sobre todo porque tanto los temas abordados como las preguntas que
los historiadores de cada período se han hecho han sido en gran me-
dida diferentes. Para la primera mitad del siglo XIX parece haber pre-
dominado en cierto modo una tendencia más acentuada a constatar
continuidades con la etapa del dominio hispánico, para así disminuir
aún más el peso del corte político señalado por la revolución de inde-
pendencia; y, a la vez, al exponer la importancia de la producción agrí-
cola bonaerense y de los actores a ella ligados, matizar el contraste con
una supuesta etapa de predominio ganadero cuya cristalización la cons-
tituía el gobierno de Rosas. Por el contrario, para los historiadores de la
segunda mitad, la incógnita a explicar era el cambio cualitativo acele-
rado que pondría a la Argentina, a fines de la centuria, entre los países
más destacados en la producción mundial de alimentos; y, en algún
caso, por qué esa posición tan destacada no logró mantenerse después.
De ese modo, para nosotros analizar el conjunto del siglo XIX significa
introducción 19
variar los puntos de vista predominantes a fin de poder detectar los pro-
blemas comunes a toda esa centuria, para construir así en buena medida
un hilo conductor entre procesos de cambio y de continuidad, aun a
costa de prescindir de extensas áreas de valioso conocimiento acumulado
cuyos objetivos apuntaban visiblemente hacia otros lados.
Es obvio, por otra parte, que entre 1840 y 1860 ocurren cortes de
magnitud en los procesos productivos: no sólo por la instalación de las
primeras colonias sino también por la profundización del cambio téc-
nico en torno al ovino, y su expansión por las provincias litorales. Pero
el reconocimiento de todos esos cambios no debería implicar el olvido
de los lazos existentes a uno y otro lado de ese Rubicón temporal, algu-
nos de cuyos contrastes iremos tratando de exponer aquí. Y tampoco
debieran hacernos perder de vista que, de uno u otro modo, en las
transformaciones iniciadas a lo largo de las dos primeras décadas del si-
glo XIX pueden reconocerse diversos elementos que aparecerán, mu-
cho más claros, a medida que avance la centuria, lo cual da a los proce-
sos ocurridos a lo largo de ésta una dimensión y un interés mucho
mayores que los que podría ofrecernos el limitado rastreo de los indu-
dables lazos que poseía con la que la había precedido. En las páginas que
siguen intentaremos exponer tanto las preguntas que nos hemos
planteado al respecto como las respuestas que a ellas hemos encontrado.
vez más rápida puesta en producción de tierras nuevas, esto es, en una
expansión horizontal que, dicho sea de paso, hasta no hace mucho
tiempo era considerada la única o al menos la principal causa de ese
desarrollo. Más allá de que esa visión simplificaba en exceso los muy
complejos procesos ligados a la creación de métodos de cultivo en se-
cano apropiados para esas tierras que se iban conquistando, de todos
modos la existencia de una frontera agrícola sobre la cual los avances a
lo largo del siglo XIX se volvieron cada vez más rápidos constituyó para
el agro pampeano una característica fundamental de un movimiento
que aprovechó en forma evidente para su expansión el factor más
abundante, la tierra, compensando con la extensividad del cultivo el
alto costo relativo de todos los demás. El caso pampeano se acerca de
ese modo nuevamente al de otros fenómenos de apertura de tierras
nuevas, en especial al de las regiones agrícolas del centro oeste de los
Estados Unidos, donde los espectaculares aumentos de la superficie
cultivada se lograban incluso pasando por encima de ciertos escrúpulos
respecto del cuidado en la labranza y la introducción de métodos con-
servacionistas de los suelos.8
Lo relevante es que podríamos con toda legitimidad rastrear los ante-
cedentes de esos movimientos muy lejos en el tiempo, porque ese signi-
ficativo proceso de expansión sobre tierras nuevas comenzó en las pam-
pas mucho antes de la mitad del siglo XIX: en esencia, su historia
incluye un desplazamiento del cultivo triguero, evidente al menos
desde las primeras décadas del siglo XVIII, momento a partir del cual
los alrededores de la ciudad de Buenos Aires van dejando lentamente
de concentrar la amplia mayoría del total sembrado, a la par que co-
mienzan a destacarse los cultivos del cereal en áreas cada vez más aleja-
das de la costa del Río de la Plata.9 Así, a lo largo de la segunda mitad de
esa centuria, el trigo se va corriendo hacia el oeste y hacia el sur, en un
movimiento que habría de continuar y acelerarse a medida que el
tiempo pasara.
No se trataba sólo de que, por la creciente distancia que los sepa-
raba de las zonas más antiguas, los avances sobre áreas de frontera de-
rivaran usualmente en que los nuevos núcleos poblados debían por
11 Otra vez aquí aparecen semejanzas con procesos similares en otras econo-
mías de rápido desarrollo agrícola; véanse al respecto las observaciones de
Míguez, E. (2006).
introducción 29
14 Sobre las propiedades de los Anchorena, véase Brown, J. (2002), pp. 311-12;
también Hora, R. (2002).
34 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
1. introducción
2. el espacio y la economía
Cuadro 1
Población de algunas ciudades del virreinato del Río de la Plata
y sus campañas hacia 1778
3. la circulación y el transporte
por una intensa movilidad poblacional, todos los actores que viaja-
ban de un sitio a otro, ya fueran humildes peones en busca de trabajo
temporario en las cosechas o los comerciantes más importantes, se
encontraban en algún momento con la posibilidad de efectuar trans-
acciones con estas monedas de la tierra y, consiguientemente, de em-
bolsar diferencias por los distintos precios relativos de unas y otras en
las regiones a las que las trasladaban.
Pero la aceptación de esas monedas conllevaba también más riesgos:
mientras los precios de esas monedas de la tierra variaban poco a nivel
local, una vez entrados al circuito mercantil los bienes que las compo-
nían perdían su función monetaria y se encontraban sujetos a todas las
inconstancias de los mercados. Un cierre del mercado atlántico podía
por ejemplo recortar en más de la mitad los precios de los cueros, por lo
que, si el mercader que los había aceptado anteriormente a precios más
altos se encontraba con un fuerte stock sin vender, podía llegar incluso a
perder parte importante de su capital.
Ese vasto y heterogéneo espacio pronto comenzaría a vincularse
cada vez más estrechamente con el mercado mundial, y éste habría
de proveer en forma creciente el impulso que movilizaría buena
parte de su actividad. La salida ultramarina se irá consolidando así
no sólo como una posibilidad más de colocar excedentes, sino funda-
mentalmente como nuevo factor de orientación productiva y de es-
pecialización, de poder cada vez más fuerte, al punto que, en las pri-
meras décadas del siglo XIX, aun ciertos importantes rubros del
consumo básico se comenzarán a transformar por la oferta de bienes
importados, y algunas áreas antes precariamente pobladas darán lu-
gar al desarrollo de grandes empresas productivas, volcadas en su
mayor parte a la provisión de bienes destinados al mercado atlántico.
Esas fuertes transformaciones cambiarán buena parte de los modos y
las características del comercio al interior del mundo rural riopla-
tense: a veces con brutal rapidez, la confluencia de nuevos oferentes y
demandantes de productos provocará la necesidad de cambios parale-
los en toda la estructura de comunicaciones, e irá favoreciendo el
desarrollo de la ocupación de nuevas tierras y el planteamiento en ellas de
actividades productivas.
46 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Cuadro 2
Productores y producción en las áreas entrerrianas de Arroyo de
la China y Guayquiraró, 1808-97
Gráfico 1
Recaudación de diezmos de los curatos de Santa Fe, 1750-1809
(promedios quinquenales en pesos de plata). Incluye el área del
Paraná, actualmente la vertiente occidental de Entre Ríos
7.000
6.000
5.000
4.000
3.000
2.000
1.000
0
1750-54
1800-04
1755-59
1760-64
1775-79
1790-94
1785-89
1770-74
1780-84
1795-99
1765-69
1805-09
exiguas con respecto a la masa total exportada, habría de seguir así to-
davía durante mucho tiempo. Es más: los efectos de esa apertura co-
mercial están ligados a una más lógica valorización de la producción pe-
cuaria antes que al comienzo de oportunidades nuevas para la
agricultura. La relación de costos y un cúmulo de ventajas naturales
tendían fuertemente a ese resultado, lo cual puede verificarse lateral-
mente con una mirada a algunos datos. Siempre según estudios efec-
tuados sobre los diezmos, si hacia 1766/70 la producción agrícola en el
norte bonaerense daba cuenta de alrededor del 80% del valor total del
impuesto recaudado, en el quinquenio 1796-1800 la producción de gra-
nos sólo ocupa ya el 65% del monto cobrado, mientras que la ganadería
ha aumentado su participación al 29%.
Cuadro 3
Evolución por rubros de la recaudación de diezmos en el área
bonaerense al norte del Salado, 1766-1800 (en pesos)
década del siglo XVIII y en el conjunto de los tres cereales más corrien-
tes (trigo, maíz y cebada) cultivados en Buenos Aires, el primero de ellos
nunca parece ocupar menos del 87% del total de granos cosechados,
según se desprende de las investigaciones de García Belsunce.
Cuadro 4
Cifras estimativas de cereales producidos en la campaña
bonaerense, 1788-1800 (en fanegas bonaerenses)
46 Sobre precios del trigo en España véase por ejemplo Plaza Prieto, J. (1975),
pp. 151-153; Castro, C. de (1987), esp. pp. 310 y ss. Sobre los precios del
trigo en Buenos Aires véase Johnson, L. (1992), pp. 161 y ss.
47 Véase al respecto por ejemplo Garavaglia, J. C. (1991).
48 Sobre el pósito en Madrid véase Castro, C. de (1987), pp. 237 y ss.; sobre
México véase Van Young, E. (1981) esp. pp. 75 y ss.
49 Tuella, P. (1802), p. 274.
la agricultura colonial 67
50 Correo Mercantil de España y sus Indias, Madrid, 11 de mayo de 1797, pp. 72-73.
68 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
frontera imponían un uso muy extensivo del suelo, por el cual los luga-
res más aptos eran pronto ocupados y debían ser defendidos de quie-
nes también los pretendían. Los recursos naturales, aun cuando parecie-
ran continuar abundando con amplitud a los ojos de cualquiera que
evaluara desde lejos esas fronteras aparentemente fecundas, se transfor-
maban en escasos no sólo en comparación con las ubérrimas tierras bo-
naerenses, sino también en la medida en que los avances de una produc-
ción ganadera muy extensiva iban dando vorazmente cuenta de ellos sin
que, paralelamente, se fueran creando nichos en los cuales la producción
agrícola pudiera también prosperar, generando un contrapeso cuya
presencia complementara más que compitiera con la ganadería.
Es así que en esas áreas de frontera aparecen conflictos y desplaza-
mientos que de otra manera no podríamos explicarnos, y que, sin impe-
dir la coexistencia y aun la complementariedad entre agricultura, gana-
dería y los distintos actores que las llevaban a cabo, marcan las
gradaciones que imponía un contexto distinto. Allí, mientras las gran-
des unidades de producción se especializaban y las de tamaño mediano
incorporaban una escasa proporción relativa de su superficie a la prác-
tica agrícola, en las pequeñas explotaciones el paso hacia la más renta-
ble pauta ganadera orientada al mercado probablemente debió de ser
más difícil, siendo condición un aumento sustancial de la escala opera-
tiva, al menos hasta un determinado nivel, según la situación ambiental
en que operaban o la distancia relativa a los mercados. Si comparamos
entonces la campaña bonaerense al norte del Salado, donde la densi-
dad del poblamiento y la cercanía de un gran centro consumidor pau-
taban una diversidad productiva con sólida presencia de cultivos, con
las vastas soledades entrerrianas o santafesinas, encontraremos aquí
una mucho más aislada y más limitada presencia de elementos de uso
agrícola, tanto en las grandes como en las medianas unidades producti-
vas; a la vez, aparecen descripciones de míseros ranchos donde todo fal-
taba, a excepción de unas pocas personas. Es decir que, donde la espe-
cialización ganadera estaba favorecida por una más precaria ocupación
del espacio y por la cercana presencia de grandes cursos de agua desde
los cuales se accedía fácilmente al mercado mundial, las explotaciones
eran de ese modo distintas de las estancias y chacras de Buenos Aires,
más pequeñas, más intensivas en trabajo familiar, con salidas mercan-
tiles más variadas, y sobre todo donde la tierra, siendo siempre un bien
estructuralmente abundante, no lo era tanto como en aquéllas, en donde
la agricultura colonial 73
Figura 4. Detalle del plano de San Isidro elaborado por Juan Alsina en 1800,
que muestra las poblaciones ribereñas. En la Argentina. Provincia de Buenos
Aires. Ministerio de Obras Públicas (1935), t. I, e/pp. 150/151.
Figura 6. Otro detalle del plano catastral elaborado por Pedro Andrés García
en 1813. Áreas de cultivo dispersas a la vera del Río de la Plata. En la Argentina.
Provincia de Buenos Aires. Ministerio de Obras Públicas (1935), t. I, e/pp.
168/169.
Cuadro 5
Productores y producción de trigo en el sur santafesino, 175878
1. introducción
9 Sepp, A. (1962), pp. 42 y ss.; [Alletz, P.A.] (1765), t. I, p. 319; [Rose, Louis]
(1767), pp. 384 y ss.; Arias y Costa, A. S. (1818), t. I, pp. 235 y ss.
10 Aguirre, J. F. (1949-50), t. II, 1ª parte, p. 429; sobre la mandioca, p. 426;
sobre el maíz, p. 381.
11 Ibid, p. 93.
la técnica agrícola a fines de la colonia 93
parece haber sido asimismo una práctica indígena frecuente, con ante-
cedentes desde el Río de la Plata hasta México; la más difundida combi-
naba maíz con frijol, el cual utilizaba la caña del primero para crecer,
dando así no sólo cosechas de dos frutos sino enriqueciendo la tierra a tra-
vés de la fijación de nitrógeno, abundantemente consumido por el maíz.
Esta práctica aparece también en las chacras y huertas bonaerenses de
inicios del siglo XIX.13
De cualquier modo, en cuanto a las cosechas, la mayor disponibilidad
relativa de mano de obra permitió en las reducciones la difusión de mé-
todos de recolección manuales efectuados con instrumentos de baja pro-
ductividad individual; para el corte de las espigas, al menos hasta inicios
del siglo XIX se siguieron utilizando cuchillos en vez de hoces. En la re-
colección de las sementeras públicas de las misiones guaraníes se emple-
aban mujeres y niños, además de los hombres; el trabajo se efectuaba con
el aliento de cánticos y ceremonias, factor esencial para las labores comu-
nitarias. Los tallos quedaban en el campo, donde luego eran quemados
de manera que las cenizas contribuyeran a fertilizar el suelo.14
Estas características técnicas sobrevivieron aun al proceso de intro-
ducción de algunos cambios en la economía agraria rioplatense, pro-
ceso que tuvo lugar desde el último cuarto del siglo XVIII; el resultado
fue que la agricultura del norte del litoral se diferenciara cada vez más
netamente de la bonaerense. Hacia inicios de la centuria siguiente los
publicistas criticaban el estado supuestamente atrasado de la agricul-
tura de aquella zona por comparación con el área mayormente triguera
situada más al sur; el rinde de los cultivos, en especial del trigo, era en
el norte del litoral muy escaso en razón de la falta de renovación de se-
millas, mientras que los instrumentos aratorios eran muy imperfectos.
“En el Paraguay y en las misiones”, decía Félix de Azara, “no hay otras aza-
das que gruesos huesos de caballo o de vaca, que se ajustan el cabo de un
mango. El arado se reduce a un bastón puntiagudo, que cada uno arre-
gla a su manera. Ocurre lo mismo con el yugo y los otros utensilios de
trabajo”.15
reservarse tan sólo para algunas partes de los arados.19 Si bien la abun-
dante presencia de huertas y plantaciones de frutales y forrajeras im-
plicaba la amplia difusión de un instrumental acorde, que en algunos
casos hasta poseía nombres y características propios de la región, en
lo que respecta a ciertos cultivos más comerciales como el trigo, los
métodos parecen haber sido tan sumarios como en el litoral. El día
antes de la siembra se irrigaba el terreno a sembrar, echándose luego
la simiente de trigo después de efectuar las amelgas, esto es, montícu-
los paralelos construidos con la tierra levantada por la labor del
arado. Se volvía a irrigar el trigo una o dos veces más: en especial
cuando comenzaba a crecer, y en el momento de la floración.20 Los
arados, en esa situación, hacían, aparte de las amelgas, poco más que
tapar el trigo sembrado; sin embargo, observa Pérez Castellano, esas
pocas labores rudimentarias bastaban para obtener cosechas abun-
dantes; “si se impendiese más trabajo que el expresado, el trigo se en-
viciaría y quedaría sin granar”.21 Esto puede tener relación no sólo
con la presencia de riego, sino también en parte con las características
del suelo. En tierras nuevas, en cambio, sólo se efectuaban dos aradas
superficiales.
La irrigación, por sí misma, posibilitaba en todo caso rindes mucho
más altos que en las tierras de secano; eso al menos fue lo que consta-
taron, por ejemplo, el viajero Darwin y el capitán Gillis comparando las
tierras irrigadas con aquellas que no lo estaban en su trayecto desde
Buenos Aires a Mendoza y viceversa.22 Un comerciante mendocino re-
fería a un corresponsal en noviembre de 1832 que, habiendo sembrado
35 cuadras, esperaba obtener unas 1.000 fanegas de trigo, especulando
con enviar la harina resultante a Buenos Aires.23 Si bien los canales no
cubrían la totalidad del terreno cultivado, y hacia 1835 sólo se exten-
dían entre la ciudad capital y Luján de Cuyo, de todos modos lograban
abarcar una superficie considerable. Según Eusebio Videla, hacia ini-
cios del siglo XIX las acequias de Mendoza no sólo llevaban el agua
por todos los sitios de la ciudad, sino también por el amplio espacio
de 30 leguas, o alrededor de 81.000 hectáreas, que comprendían las
fincas de sus alrededores.24
Hemos dicho antes que, además de los minifundios familiares,
existían explotaciones de gran tamaño, las llamadas granjas-estan-
cias. Los cultivos de trigo eran lógicamente realizados en ellas a una
escala mucho mayor que en las demás, a pesar de lo cual no parecen
haber sido sin embargo muy extensos. Según Cushner, la estancia je-
suítica de Jesús María producía unas 500 fanegas de trigo y unas 400
de maíz anualmente hacia la década de 1740, mientras que la de Alta
Gracia sólo había recolectado 50 fanegas de trigo en 1697.25 Ello
equivaldría aproximadamente, en el caso del trigo, a entre 15 y 33
hectáreas sembradas en la primera, y a apenas dos o tres en la se-
gunda. El cultivo de trigo era de ese modo allí sólo una más entre una
muy variada gama de actividades, y probablemente no la que convo-
caba más labores. No poseemos estudios detallados sobre las prácticas
agrícolas empleadas en estas unidades productivas, pero sin dudas la
irrigación artificial determinaría el uso de métodos similares a los ya
informados respecto de otras explotaciones del área, con el agregado
de que la mano de obra esclava permitiría labrar superficies mayores
con un costo razonable. En todo caso, buena parte de esa producción
diversificada se consumía dentro de la propia unidad productiva, que
destinaba la mayor parte de sólo unos pocos rubros al mercado externo.
Sin dudas, quien quisiera reconocer en la agricultura rioplatense al-
gunos de sus rasgos de ascendencia europea, habría de encontrarlos
más que nada en las áreas irrigadas del interior y no en el litoral. El pai-
saje resultante se asemejaba en aquéllas mucho más al ambiente rural
del Viejo Mundo que las vastas soledades pampeanas. Pero, indepen-
dientemente de ello, la atención relativa que podía esperarse a los mé-
todos preconizados por los manuales europeos de la época era sin em-
bargo bastante poco trascendente. No se seleccionaba la semilla; como
hemos visto, los instrumentos de labranza no parecen haber sido exce-
sivamente sofisticados, y, con excepción del incendio esporádico o re-
gular de los campos de pastoreo, práctica observada por el viajero
26 Romano, S. (1999), p. 95. Río y Achával indican sin embargo que la calidad
agrícola de las tierras es también diferente. Río, M. y Achával, L. (1904).
98 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
“el ruido de vejigas secas con granos de maíz adentro”, con lanzas de
caña, o atando pedazos de cuero a las colas de los caballos, los cuales
corrían asustados desordenando y espantando las manadas.27
existir sin duda numerosas variantes regionales, tanto por el tipo de ma-
dera como por las técnicas ligadas a su construcción; pareciera ser que eran
conocidas las distintas variedades de arados de palo propias de la península
ibérica y que databan de la antigüedad clásica, cada una de ellas adaptada
para el cultivo de distintos tipos de suelo.34 De todos modos, el desarrollo
de un tipo particular de arado propio para las condiciones pampeanas fue
una consecuencia lógica de esa larga evolución; más allá de los impresionis-
tas y sin dudas reprobatorios testimonios de los viajeros, parece evidente
que el arado simple criollo poseía particularidades que no se encontraban
en sus sucedáneos de otras tierras.
Figura 7. Arado europeo primitivo (arario), en esencia bajo los mismos prin-
cipios que los empleados en el Río de la Plata a mediados del siglo XVIII. En
Costa, E. (1871), e/pp. 84-5.
Figura 9. Arando con arado pesado, con avantrén con ruedas y tracción
equina; rastreo con rastra rígida trapezoidal de madera y clavos de hierro.
Francia, hacia 1750. En Liger, L. (1775).
Entre cada “reja” era usual que se esperara alrededor de quince días,
para dar tiempo a que las malezas crecieran, de forma que se pudiera
eliminarlas satisfactoriamente luego al pasar nuevamente el arado.
Rosas insistía acerca de este cuidado al afirmar que “cuando tras de
una reja va la otra, aunque lleve veinte rejas será lo mismo que si le
dieran una sola”, lo que indica la preocupación por eliminar las ma-
lezas durante la labranza evitando así los mayores gastos que podían
sobrevenir, para esa economía siempre escasa de hombres, si se op-
taba por arrancarlas luego a mano.46 Los tratadistas criollos de ini-
cios del siglo XIX no entran usualmente en detalles acerca de la pro-
fundidad a la que debían realizarse las labranzas; Antonio Arias y Costa,
en su tratado publicado por primera vez en 1816, sólo distinguía entre
con el de las zonas más antiguas.57 Existía incluso, ya fuera por indo-
lencia o por falta de aperos, la posibilidad de sembrar “en pelo”, es de-
cir, sin roturación previa, simplemente enterrando la semilla sobre el
rastrojo, una tradición similar a la que hemos visto antes efectuada por
los guaraníes luego de quemar el monte. Este sistema, que en parte ha
sido recuperado en la actualidad mediante la llamada “siembra di-
recta” o “labranza cero”, es recomendado hoy por las modernas inves-
tigaciones agronómicas en tanto frena la erosión de los suelos y evita la
pérdida de fertilidad de las capas orgánicas superficiales, afectadas por
la práctica de labranzas agrícolas durante décadas.58 Más allá de cons-
tituir un antecedente quizá valioso, su utilización en el siglo XVIII ob-
viamente no producía resultados comparables con las pautas de efi-
ciencia actual: la calidad de las semillas y la abundancia de malezas
reducían seriamente su rendimiento, además de que las plagas se re-
producían con mucha mayor rapidez y facilidad que en terrenos pre-
viamente labrados. Aun cuando, como afirman los testigos de la
época, con este método se lograban sin embargo resultados relativos
aceptables y aun considerables, la proporción de semilla obtenida so-
bre la sembrada era menor, sobre todo cuando para compensar la
falta de roturación se “cargaba” con más semilla la siembra.59 Para en-
terrar las semillas volvía usualmente a ararse la tierra; no se aplicaba
el rodillo, o al menos las menciones de su uso son tardías, lo cual no
puede extrañar teniendo en cuenta las dificultades de procurarse
troncos de grosor suficiente, y los problemas que se generarían al in-
tentar arrastrarlos con los arcaicos y poco potentes medios de tracción
entonces disponibles.
Esa técnica de aumentar proporcionalmente la cantidad de semilla im-
plantada para compensar la falta de roturación y/o la siembra efectuada
en época avanzada del año, reducía así los rendimientos, y era una de las
razones para que quienes buscaban eficiencia trataran de sembrar tem-
prano y roturar lo suficiente. El ahorrativo organizador que fue Juan Ma-
nuel de Rosas recomendaba a sus chacareros que “siendo temprano debe
por aclimatarse muy bien al calor del mediodía europeo, difíciles de mo-
ler por su dureza y que requieren además tierras profundas y de
buena calidad.72
El trigo de pan se destinaba a la elaboración de panes de mayor cali-
dad. El trigo llamado chileno, pero no necesariamente originario de
ese país, fue clasificado por Henri L. de Vilmorin entre los sativum de caña
hueca, de variedad sin barbas; era muy pequeño, precoz, quizá el
más rústico de los trigos de grano desnudo; sin embargo, su caña
gruesa le permitía resistir mejor a los fuertes vientos pampeanos, lo
cual lo volvía especialmente apreciable sobre todo en las áreas aleja-
das de los ríos donde la escasa presencia de árboles no impedía que
las corrientes de aire sacudieran con fuerza los cultivos. De todos mo-
dos, se trataba de un trigo poco productivo, que hacia el tercer
cuarto del siglo XIX no era muy utilizado en países fértiles.73 Según
Garavaglia, este trigo era similar al candeal y tenía en general espiga
más corta pero con más granos que la del común; también de él se
hacía pan, aunque sobre todo se lo utilizaba directamente en las co-
midas tradicionales.74 Su harina era más morena y de menor calidad
que la del trigo común, y sin dudas sus diferencias con el candeal eu-
ropeo eran muy marcadas: este último, en la clasificación de Rojas
Clemente (recogida por Aragó), es el llamado trigo de primavera, de
estío o tremesino; de grano blando como el chamorro, se diferenciaba
de éste en las aristas desparramadas que erizaban las espigas; las que
se desunían con facilidad si se retardaba la recolección, volviéndolo
particularmente poco apto para las características productivas pam-
peanas.75 Por lo demás, el candeal que se cultivará en pequeña escala en
ciertos lugares de la región pampeana a partir de finales del siglo XIX es
un trigo con barbas y de grano muy duro, y, más importante aún,
para esos años se diferenciaban claramente las antiguas variedades
adaptadas después de largas décadas al tosco medio rioplatense, y
por tanto degeneradas y de mala calidad, comparadas con los granos
Figura 11. Espiga de trigo candeal. Fines del siglo XIX. En Daireaux, G.
(1901), p. 394.
labrador o las labores bien o mal efectuadas. Por otra parte, en las par-
ticulares condiciones operativas anteriores a la introducción de proce-
sos productivos modernos, la pérdida de grano entre la cosecha y la
venta efectiva del cereal eran enormes, por lo cual, aun un rendimiento
de veinte, treinta o incluso cien granos en condiciones experimentales
se reducía sustancialmente en la realidad por efecto del inmenso des-
perdicio provocado por los métodos tradicionales de cosecha, trillado y
ensacado.
Más adecuados son los estudios con datos de rendimientos obtenidos
en determinadas explotaciones puntuales a lo largo de varios años, o,
quizá, las observaciones de testigos experimentados de la época; pero
de cualquier forma estamos todavía muy lejos de poder contar con in-
dicios seguros.87 A ello hay que agregar aun los riesgos a los que esta-
ban expuestos los sembrados por plagas, contingencias climáticas o por
los frecuentes incendios que asolaban la campaña en el ardor del ve-
rano.88 El trigo de entonces era de tallo mucho más alto que los híbri-
dos actuales, oscilando entre 0,80 y 1,50 metro ya maduro; en esas con-
diciones, las espigas podían desgranarse ante cualquier viento fuerte.89
En este aspecto, Pérez Castellano recomendaba la plantación de ombúes,
los cuales, según decía, lograban detener el viento con más eficacia que
otros árboles. El mismo autor resumía las distancias entre las medicio-
nes experimentales y los rendimientos reales observando que una sola
planta cuidada con esmero sin dudas podría dar cien granos y aún más;
pero que lo corriente era obtener, al final del proceso productivo, ape-
nas la décima parte: tan inmenso era el desperdicio que se obraba en la
recolección, trilla y embolsado del grano.90
Un articulista del Telégrafo Mercantil indicaba, con prudencia, que la co-
secha de trigo en Rosario de los Arroyos, “siendo el año bueno, y estando
91 Telégrafo Mercantil, t. III, nº 16, 18 de abril de 1802, p. 241 del original, 249 de
la reedición.
92 Pérez Castellano, J. (1914), pp. 283-4.
93 Gelman, J. (1989); Fradkin, R. (1992).
94 Martin de Moussy, V. (1860-64), t. I, pp. 474-5.
95 Girola, C. A. (1904; 1901), pp. 6-7; medidas de conversión de fanegas en
Napp, R. (1876), pp. 368/9; rendimientos del trigo mendocino en Martin de
Moussy, V. (1860-64), t. I, pp. 474-5; del trigo estadounidense y canadiense
en Rutter, W. P. (1911), p. 126.
la técnica agrícola a fines de la colonia 121
Figura 12. Actividades ligadas al cultivo del trigo en Santa Fe, hacia 1750. En
primer plano, labranza de las tierras con arado criollo de madera, tirado por
bueyes; detrás, uso de una rastra de ramas. Arriba a la izquierda, un campo
cercado, con las gavillas de trigo ya cortadas; tres jinetes acarreando a cincha
el cereal sobre cajones o cueros. A la derecha, trillado del trigo en la era con
yeguas; en el centro, aventado. A la izquierda, ensacado del trigo en vacunos
vaciados. En Paucke, F. (1943-44), t. III, e/pp. 172-3, lám. XXXVI.
En Mendoza o en San Juan, donde las lluvias son raras, a veces se conser-
vaba el trigo en parvas, sin trillarlo, pero en el litoral esto resultaba impo-
sible por las frecuentes tormentas. Si no se optaba por almacenar el grano
101 Martin de Moussy, V. (1860-64), t. I, p. 479; Coria, L. (2005), pp. 106-7; Ber-
nardo Gutiérrez al juez de paz, Mercedes, 30 de junio de 1856, en Argentina.
Estado de Buenos Aires (1854 y ss.), 2º semestre de 1855, nº 7 y 8, pp. 35 y
ss.; [Lemée, C. (1893)], p. 1533.
124 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
El último cuarto del siglo XVIII constituye en Europa una época de gran
atención al progreso agrícola; bajo el influjo del pensamiento fisiócrata y
las nuevas concepciones del poder real, entonces más volcado al bienestar
de sus súbditos, se produjo una creciente agitación intelectual en torno a
las formas de aumentar el producto agrario, que fueron fomentadas tam-
bién por los monarcas.104 El resultado de esas búsquedas no siempre fue
exitoso, pero en general puede afirmarse que se realizaron notables avan-
ces y, en especial, a través de diversas publicaciones se fueron difundiendo
las mejoras e inventos de las décadas previas. De cualquier modo, salvo en
Inglaterra, esa difusión continuó siendo acotada: si exceptuamos algunas
áreas más valorizadas cercanas a las grandes ciudades, o las explotaciones
empresariales capitalizadas, el agro francés continuó, por ejemplo, siendo
tributario de métodos arcaicos, lo cual, en buena parte, se debía sin dudas
a la también arcaica estructura social, como lo notaban los publicistas de
la época.105
106 [Alletz, P. A.] (1765), t. I, p. 463; Slicher van Bath, B. H.(1978), pp. 370-71.
107 Duhamel du Monceau, L. (1753). Todavía en la década de 1770 se continua-
ban preconizando en Francia los métodos de Tull como si fueran una
novedad. Véase Fréville, M. de (1774).
108 Esménard, J.-G. d’ (trad.) (1836), t. II, pp. 283 y ss.
126 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Figura 13. Arado proyectado en 1778 por Fernando Ulloa para los campos
del Río de la Plata. En Álvarez, J. (1910), p. 174
A la vez, si juzgamos por los testimonios, desde el último cuarto del si-
glo XVIII y hasta mediados de la década de 1810 se van afianzando cier-
tos intentos de mejoramiento y de inversión en tecnología en las áreas
periurbanas y en sectores de aparentemente mayor rentabilidad: apare-
cen instrumentos más perfeccionados, se amplían las huertas de fruta-
les, se introducen especies nuevas, comienzan a circular tratados de
agricultura de uso común en Europa, y aun, al iniciarse el siglo XIX,
surgen algunos autores locales, como Tomás Grigera y Joseph Pérez
Castellano. Agregándose al listado de innovadores, en 1801 el irlandés
mano de obra y que por tanto sería muy adecuado a las explotaciones
de tipo familiar en las que ese recurso abundaba, un articulista anó-
nimo señalaba: “El hacendado, que no pocas veces cifra su fortuna en
la cantidad y calidad de sus cosechas, es el que únicamente puede intro-
ducirlo en nuestros campos por su ejemplo”.116 El valor de esta cita está
justamente en el papel asignado al hacendado, es decir, el empresario
agrario según se lo entendía en la época, aquel que poseía un capital
importante, que empleaba, por ser mejor negocio, en la cría de gana-
dos pero que no por eso dejaba de incursionar en la agricultura. Ese ha-
cendado supuestamente ilustrado debía, con su ejemplo, mostrar a las
rutinarias familias de los labradores en pequeña escala cómo debían ha-
cerse las cosas.117 Este tono exhortativo, dirigido hacia un grupo más lú-
cido y más pudiente que el resto, es bastante común a lo largo de esa
publicación, así como lo es también en otras similares de la época; y es
una sugerencia interesante acerca de cómo ese sector y su papel eran
percibidos por algunos actores de entonces, aun cuando sobredimen-
sionados en lo que respecta a los efectos de su accionar. Por otro lado,
más allá de la real posibilidad de desarrollo de esos aspectos, la crisis re-
volucionaria introduciría en ese panorama una impasse muy notable.
Pero, a pesar de todo, en las convulsionadas décadas que seguirían con-
tinuaron existiendo publicaciones que dedicaban parte de su espacio a
propagar conocimientos útiles de técnica agrícola o reflexiones sobre pro-
blemas rurales. Deben destacarse al respecto, en Buenos Aires, el Correo de
Comercio (1810-11), cuyo inspirador fue Manuel Belgrano; Los Amigos de la
Patria y de la Juventud (1815-16), redactado por Felipe Senillosa; y La Abeja
Argentina (1822-23), por Antonio Sáenz, el deán Funes, Manuel Moreno y
otros notables. Algunos otros periódicos no dejaron tampoco de publicar
artículos relativos al mejoramiento agrícola, perdidos sin duda entre las
proclamas de los gobiernos revolucionarios y las noticias de los ejércitos
en marcha; artículos que, en la década de 1820, van a ir adquiriendo algo
más de utilidad práctica y profundidad de reflexión. Por ejemplo, El Cen-
tinela (1822-23), cuyos directores fueron Florencio y Juan Cruz Varela e Ig-
nacio Núñez, publicó algunas noticias sobre nuevas formas de obten-
ción de agua, apuntando a paliar su falta en la producción hortícola de
la campaña; o El Correo Nacional, redactado por el general Antonio Díaz
123 Slicher van Bath, B. H. (1978), pp. 353-355; Luelmo, J. (1975), p. 325.
124 Berro, M. (1914), p. 180.
Capítulo III
Producción y comercio de cereales
durante la primera mitad del siglo XIX
1. introducción
3 Pérez Castellano, J. (1914), p. 495; también Beck Bernard, Ch. (1865, p. 190
y ss.; 1872, pp. 60-61); Informe de Theodorick Bland a John Quincy Adams,
Baltimore, 2 de noviembre de 1818, en Manning, W. R. (1930-32), t. I, pp.
464-5. Véase un ejemplo temprano en el informe del regidor José Luis
Cabral en cabildo del 20 de diciembre de 1794, transcripto en Kröpfl, P. F
(2005), p. 36; la misma situación en el norte bonaerense de 1816 en Segu-
rola, Saturnino, “Papeles curiosos pertenecientes a varios asuntos de esta
provincia de Buenos Aires: Partido de San Isidro”, en Kröpfl, P. F. (2005),
p. 72; también Arauz, T. (1859), p. 29.
140 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Figura 14. La plaza del mercado de Buenos Aires hacia fines de la década de
1810. En Vidal, E. E. (1820), e/pp. 22-23.
Gráfico 2
Precios promedio del trigo en la campaña bonaerense y en la
ciudad, 1776-1826, en reales por fanega
80
70
60
50
40
30
20
10
0
1776
1778
1780
1782
1784
1786
1788
1790
1792
1794
1796
1798
1800
1802
1804
1806
1808
1810
1812
1814
1816
1818
1820
1822
1824
1826
Campo Ciudad
Cuadro 6
Exportación de harina desde el puerto de Buenos Aires,
1810-1818
Año Quintales
1810 160
1811 100
1812 13,639
1813 24,946
1814 8,122
1815 6,506
1816 872
1817 420
1818 -
La conjunción de todos esos problemas con los por otra parte siempre
amenazantes avatares climáticos llevó el precio de los granos a trágicas
alzas que culminaron hacia 1817-1818 con una crisis de subsistencias de
grandes proporciones: el primero de esos años una mala cosecha llevó
los precios internos del grano a niveles astronómicos, debiéndose final-
mente optar por prohibir la exportación, medida levantada apenas a
inicios de diciembre, en vísperas de la nueva recolección.14 La crisis se
agudizó sin embargo el año siguiente al agregarse, además, el fuerte au-
mento en los precios de la carne, el otro rubro importante del consumo
masivo, que derivó en la interrupción compulsiva de la producción de
los saladeros hasta fines de 1819.15 Tal cúmulo de problemas tuvo su co-
rrelato en una muy conflictiva situación política, y acaso estuvo entre
sus causas: como se recordará, 1820 fue un año particularmente difícil
para Buenos Aires, con el derrumbe del Directorio y del poder central
heredado del virreinato, seguidos por una breve anarquía luego de la
oprobiosa derrota a manos de los ejércitos gauchos del litoral.16
16 Halperín Donghi, T. (1985), pp. 128-131. Los impuestos sobre el pan habrían
de irse moderando o eliminando a partir de 1821, circunstancia celebrada
por el Boletín de la Industria, nº 3, miércoles 29 de agosto de 1821.
17 Montgomery, R. (1978), pp. 37-38; un testimonio de los malones del período
1821-1823 en García, P. A. (1969b), pp. 475 y ss.
150 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
sólo su prestigio sino además sus rentas, afectadas por fuertes caídas en
la recaudación de los gravámenes destinados al sostenimiento del culto,
así como por la reticencia de quienes antaño les confiaban sus fondos en
depósitos a interés.18 Todo ello, unido a la escasez monetaria, la presión
fiscal y la incertidumbre, derivó necesariamente en un mayor costo del
dinero, siendo éste imprescindible para poner en marcha emprendi-
mientos agrícolas quizá con mayor intensidad aún que en otros rubros
productivos. Esta situación adquirió un carácter crítico toda vez que,
gracias a una particular coyuntura de precios, la rentabilidad en ciertos
rubros se volvía atractiva; pero, una vez pasada la euforia, ese alto costo
del dinero podía fácilmente llevar a la quiebra a muchos empresarios.
En Buenos Aires, la expansión de la frontera fue creando nuevas
oportunidades para el planteamiento de negocios rurales, pero dada la
cada vez mayor distancia entre esas zonas nuevas y el gran centro de
consumo, comercialización y puerto exportador que era la ciudad capi-
tal, es evidente que la ganadería estaba en mejor posición competitiva
que la agricultura para acceder a ese gran mercado, trabada por los al-
tos costos de los fletes. Si bien la eliminación de los diezmos favoreció
la producción de granos, el fin de la esclavitud terminó, como hemos
dicho, con una fuente de mano de obra de menor costo y mayor esta-
bilidad que la provista por los asalariados, y que resultaba clave en las
grandes chacras mercantiles y en los cultivos comerciales encarados por
las estancias. La cantidad de esclavos por unidad productiva decreció
con rapidez a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, a partir del ini-
cio de la política de redención limitada y progresiva encarada por los go-
biernos patrios, desapareciendo en la práctica aun antes de la liberación
definitiva consagrada en la Constitución de 1853.19 Consiguientemente,
los tradicionales problemas por la falta de mano de obra se agudizaron,
sobre todo cuando un nuevo conflicto bélico implicaba movilizaciones, y
si bien en Buenos Aires parece haber habido menos dificultades, en Santa
Fe y Entre Ríos, teatros de guerra civil por largos años, muchos estable-
cimientos fueron saqueados y destruidos por los ejércitos, y peones y es-
clavos, obligados a servir como soldados. En medio del esfuerzo y las zo-
zobras de la guerra, a menudo la única forma en que un productor rural
podía obtener trabajadores era solicitándolos al caudillo provincial. El
31 Véase por ejemplo el relato de Alcorta, A. (1862), quien había formado parte
de comisiones reguladoras de precios del trigo en la década de 1850. Díaz,
B. (1975), apéndice, pp. 278 y ss.
158 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
33 Según los gráficos construidos por Gelman, J. (1998b), p. 105; datos base en
Gorostegui, H. (1962-63) y Broide, J. (1951). Sobre la conflictividad en el
plata y el comercio británico véase Fraboschi, R. O. (1951), p. 187; sobre las
sequías y fuertes tormentas del período 1839-1843 véase Moncaut, C. A.
(2001), pp. 23-24.
160 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Gráfico 3
Comparación de índices de precios del trigo y de la harina
importada en la plaza de Buenos Aires, en momentos puntuales
entre marzo de 1829 y diciembre de 1832
350
300
250
200
150
100
50
0
Mar. 1829
Sep. 1829
Oct. 1829
Nov. 1829
Oct. 1831
Nov. 1831
Ene. 1832
May. 1832
Jun. 1832
Jul. 1832
Ago. 1832
Nov. 1832
Dic. 1832
Trigo Harina
Fuentes y aclaraciones: números índice base 100 - octubre de 1831; series elabo-
radas a partir de precios promedio al último día del mes, por barril de harina
importada de buena calidad en pesos fuertes registrados por el British Packet
and Argentine News; y fanega de trigo en pesos papel, precios promedio del
último día del mes o del inmediato anterior, registrados en la Gaceta Mercantil,
convertidos a pesos fuertes utilizando las tablas de Álvarez, J. (1929)
Cuadro 7
Exportaciones de trigo y maíz por el puerto de Buenos Aires, en
fanegas
Trigo Maíz
1835 8,526 4,865
1836 6,233 346
1837 4,150 740
1838 9,596 2,089
1839 - 473
Cuadro 8
Distancias a las cuales el costo del transporte era igual a la mitad
del precio de ciertos artículos en el mercado de Buenos Aires (en
marzo de 1834)
Artículo Leguas
Ladrillos 6
Maíz 60
Trigo 75
Tasajo 95
Vino local 200
Sebo 226
Caña de Mendoza 320
Cueros salados 240
Lana 400
Cerdas (mixtas) 426
Cueros secos 515
49 Eizykovicz, J. (2002).
50 Ramos Mejía, E. (1988), p. 98.
170 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
55 Gorostegui, H. (1962-63).
56 Precios del trigo para el período 1831-1851 en Burgin, M. (1975), p. 328; para
1828, Diario Comercial y Telégrafo Literario y Político, Buenos Aires, varios núme-
ros, precios promedio del último día del mes, según registros publicados; para
producción y comercio de cereales 173
Gráfico 4
Precios de la fanega de trigo en Buenos Aires (pesos fuertes),
1835-51; promedios anuales en números índice
600
500
400
300
200
100
0
1835
1836
1837
1838
1839
1840
1841
1842
1843
1845
1847
1848
1849
1850
1851
1844
Gráfico 5
Índices de precios del trigo en diferentes países, 1820-1851
180
160
140
120
100
80
60
40
20
0
1820
1822
1824
1826
1828
1830
1832
1834
1836
1838
1840
1842
1844
1846
1848
1850
Cuadro 9
Exportaciones cordobesas de harina y trigo (en sacos y arrobas
respectivamente)
Harina Trigo
1817 412
1818 83
1822 918
1842 156
1843 16,594 552
1844 5,662
1845 15,640
1846 7,700
1847 14,333 588
Esto no impidió que en los años siguientes los trigos cordobeses conti-
nuaran afluyendo a la plaza porteña, lo que marca la magnitud del cam-
bio de tendencia. En efecto, desde entonces parece haber ido afianzán-
dose la convicción de que el mercado porteño ya no se saturaba con la
misma rapidez que antes ante la concurrencia de envíos desde distintos lu-
gares atraídos por una demanda inelástica que no lograba ser suplida en
una coyuntura puntual. Este fenómeno, que en años anteriores había he-
cho terminar abruptamente los ciclos de precios altos, provocando fuertes
pérdidas a los más rezagados, ahora adquiría dimensión menor frente al
renovado papel de la ciudad como gran mercado regional e internacio-
nal. Ésta ahora absorbía con avidez una variedad de productos del inte-
rior, en lo que parece haber sido un efecto derivado no sólo de la mayor
densidad de población sino más aún del incremento en el movimiento co-
mercial y de su afianzado papel de entrepôt para que esas producciones re-
gionales alcanzaran el mercado mundial,61 lo cual estuvo sin dudas unido
61 Varios estudios recientes dan cuenta de este fenómeno; véase por ejemplo
Romano, S. (1991) y (1999b), esp. pp. 169-170.
producción y comercio de cereales 177
Gráfico 6
Producción bonaerense de trigo per capita, 1821-1881 (tendencia
según años base) En fanegas de 7 arrobas - Escala logarítmica
10,00
10.00
1,00
0,10
0,01
1821
1824
1827
1830
1833
1836
1839
1842
1845
1848
1851
1854
1857
1860
1863
1866
1869
1872
1875
1878
1881
fiscal en las aduanas sobre el trigo y el maíz, cuya introducción era gra-
vada a tasas superiores cuando los precios internos de éstos bajaban, y
liberada de derechos en momentos en que subían.68
De cualquier manera, esos intentos de proteger la producción tra-
dicional de los embates externos no estaban en modo alguno desti-
nados a triunfar; se había roto la “continuidad colonial” de la que ha-
blaba Carlos S. Assadourian. Comienzan por otra parte a registrarse
cambios técnicos aislados, cuya sola enumeración es sin embargo clara-
mente indicativa de un nuevo horizonte de inversión, como veremos en
el capítulo V.
1. introducción
con plenos poderes para disponer de ellas, y con aún incipientes o in-
cluso inexistentes instrumentos de organización de tales tierras. De ese
modo la prontamente evidente necesidad de venderlas para hacer
frente a las deudas tropezó con obstáculos muy fuertes: por un lado
existían títulos con diverso grado de validez, pero que en todo caso
demostraban usufructo durante muchos años e implicaban por tanto de-
rechos adquiridos; por otro, a menudo a las tierras baldías en poder
de los estados provinciales se agregaban otras pertenecientes a quienes
habían debido en algún momento emigrar por razones políticas o por
circunstancias ligadas a coyunturas del conflicto bélico. Por lo tanto, la
venta de esas tierras en condiciones que ofrecieran seguridad jurídica
no siempre fue posible hasta que se logró ordenar los registros de te-
nencias, cosa que ocurrió algunas veces ya avanzada la segunda mitad del
siglo XIX.
Paralelamente a todo ello, los imperativos de la guerra, la movilización
de hombres que provocaba, el descrédito de las instituciones tradicio-
nales por el desorden político y la penuria financiera de los gobiernos
implicaron que existieran reclamos generados por quienes se hacían
cargo de esos esfuerzos. La población criolla, arrancada de sus habitua-
les ocupaciones de labranza de tierras, pastoreo o artesanía para servir
en los ejércitos, sufría perjuicios concretos por el tiempo que no podía
dedicar a su trabajo y por la consiguiente inestabilidad en éste. Así, po-
día esperar que al menos se ejerciera la más amplia tolerancia respecto
de ciertas antiguas prácticas rurales, en especial la generalizada ocupa-
ción de hecho de tierras públicas y aun privadas. En momentos en que
no existían registros regulares, y en que se habían ido superponiendo
títulos precarios emanados de distintas jurisdicciones, la posesión de
hecho constituía una situación repetida que se prolongaba durante mu-
chos años, y que, por razones políticas y prácticas, no resultaba conve-
niente desafiar. En Entre Ríos, la provincia quizá más castigada por la
guerra durante la primera mitad del siglo XIX, las poblaciones locales
parecen haber conservado una conciencia clara de los derechos que las
asistían respecto del acceso a la tierra, no ya sólo en mérito de ocupan-
tes seculares sino además como recompensa por los servicios prestados
al Estado en momentos de peligro.
Esas tierras de las que los Estados provinciales no podían aún disponer
tampoco podían ser entonces reordenadas para lograr los necesarios ins-
trumentos jurídicos que resultaban imprescindibles para enajenarlas con
202 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
una fuerte tendencia a luchar entre sí, por lo que lógicamente las prio-
ridades de la defensa estratégica continuaban teniendo gran vigencia.
Pero más allá de la visión de la élite política, lo concreto es que, con
apoyo o sin él, la llegada espontánea de inmigrantes se incrementó silen-
ciosamente ya desde los primeros años de vida independiente. En parte
compensando y complementando las por entonces oscilantes migracio-
nes de población criolla proveniente del interior, afectada por las alterna-
tivas del reclutamiento, las nuevas posibilidades que ofrecía la economía
del litoral rioplatense fueron justificando la instalación de una creciente
proporción de europeos en los más variados oficios, y que incluso llegaron
pronto a dominar algunos de ellos. Es de destacar que pueden rastrearse
antecedentes de esta presencia ya desde las últimas décadas del dominio
hispano, cuando se fueron aflojando relativamente algunas restricciones a
la presencia de extranjeros en las colonias, pero fue recién luego de la
Revolución que el movimiento adquirió una visibilidad cada vez más con-
sistente, comenzando a mostrarse incluso en las campañas.
Más allá del cuidado con que debemos admitir los muy aproximativos
datos de los padrones de la ciudad de Buenos Aires de esta época, parece
ser que la cantidad proporcional de europeos no españoles sobre la pobla-
ción total se duplicó ya a lo largo del tercer cuarto del siglo XVIII, en un
movimiento que continuó acelerándose en las décadas siguientes.
Cuadro 10
Evolución del porcentaje relativo de europeos no españoles sobre
la población total en la ciudad de Buenos Aires, 1744-1836
Fuente: elaboración propia con datos de Martínez, A. B. (1889), pp. 223, 241
y 245; Gouchon, E. (1889), p. 246; Ravignani, E. (1920-1955), pp. xx-xxiii; y
Besio Moreno, N. (1939), p. 349. Nota: del padrón de 1810 sólo se conser-
van las planillas de 14 barrios sobre un total de 20. Entre los europeos no
españoles de ese año se ha incluido a un turco. Los datos de 1836 no discri-
minan entre “españoles” y extranjeros, siendo el total el de estos últimos, en
el que están visiblemente incluidos los españoles.
las formas de la colonización 209
Por supuesto que estos porcentuales son ínfimos comparados con la si-
tuación de la ciudad porteña en las últimas décadas del siglo XIX,
cuando hubo momentos en que más de la mitad de su población había
nacido en el extranjero. Se trata, sin embargo, de los tímidos inicios de
un proceso que irá adquiriendo caracteres cada vez más definidos y un
ritmo cada vez más acelerado. Las transformaciones aportadas por esa
corriente de apertura al mundo, a sólo dos décadas de la Revolución,
habían sido sorprendentes: con un ejemplar en la mano del Almanaque
de Blondel del año 1830, que detallaba las instituciones, comercios y
profesionales que existían por entonces en la ciudad de Buenos Aires,
Carlos Pellegrini escribía entusiasmado: “Antes del año 10, no teníamos
ni maquinistas, ni grabadores, ni carroceros, ni fundidores, ni joyeros,
ni pintores, ni torneros, ni libreros, ni gaceteros, ni litógrafos, ni fabri-
cantes de productos químicos (…). Eran desconocidos los cafés, los clu-
bes, los hoteles, las tiendas de lujo y fantasía, los baños y paseos públi-
cos, los teatros líricos, los circos (…) no teníamos ni museos, ni
bibliotecas, ni banco, ni casa de moneda (…). Y ¿qué había entonces?
preguntarán nuestros jóvenes: había talegas de plata en cuartos blan-
queados, baúles llenos de alhajas tradicionales, sillas monumentales im-
perecederas... había en la calle unos negros abanicando con el plumero
canastas de rosquetes... Por lo común comíamos en una misma fuente,
el mantel hacía de servilleta, bebíamos en un solo vaso, nos calentába-
mos en nuestros ponchos, una parda nos recibía a luz, un hilo nos
arrancaba los dientes; nos paseábamos en carretones, o en algún birlo-
cho del siglo nono; los tambores eran nuestro teatro; un combate de to-
ros, la ópera”.41
Más importante aún, en ese período el papel de la inmigración irá
haciéndose más firme en la transformación de la sociedad y de la eco-
nomía de las áreas rurales. En efecto, si bien la inestabilidad política, la
conflictividad, la inflación y los problemas externos provocaban mo-
mentos de descenso y aun interrupción de los flujos, el movimiento de
llegada espontánea de inmigrantes tuvo una tendencia progresiva a lo
largo de toda la primera mitad del siglo XIX. El período de paz que co-
rre entre 1821 y 1825 estuvo caracterizado entre otras cosas por la recu-
peración y el crecimiento de la economía y una creciente y diversificada
inmigración, compuesta ya no sólo de comerciantes y artesanos sino
48 Devoto, F. (2004).
49 Díaz, B. (1960).
las formas de la colonización 213
Cuadro 11
Censo de la campaña de Buenos Aires, 1854. Cantidad de
población total y de extranjeros en los partidos con datos
Figura 17. Plano de una de las colonias inglesas del Río de la Plata dirigidas
por J. B. Beaumont. James Bevans, 1825. En Aliata, F. (2006), p. 81.
65 Uno de los más agudos críticos al respecto fue Mitre. Véase por ejemplo su
discurso de 1870 sobre la inmigración espontánea en Mitre, B. (1870),
incluido asimismo en Mitre, B. (1889).
66 Ferns, H. S. (1968).
las formas de la colonización 221
Cuadro 12
Ingresos y gastos de una explotación tipo farmer en la colonia
Monte Grande, 1828 (en pesos papel, sin ajustar por inflación)
Debe Haber
Gastos de explotación
Salarios 5.996
Animales 2.704
Construcciones 264
Muebles y útiles 304
Transportes y acarreos 546
Trilla y molienda 137
Semillas y plantas 80
Impuestos 32
Gastos personales y varios
Gastos personales 3.235
Pagos en efectivo y cheques 400
Buena cuenta, ajustes y sin especificación 38
Subproductos ganaderos
Cueros 671
Astas 14
Sebo 635
Animales en pie 2.235
Manteca y queso 3.183
Carne 2.586
Subproductos agrícolas
Maíz 2.746
Harina 497
Heno 13
Varios
Leña 355
Pagos en efectivo y cheques 1.149
Salarios 14
Materiales de construcción 1.133
Diversos y sin detallar 608
13.736 15.839
80 Castellanos, A. (1877), p. 26. Sobre el tema véase Alvarez, J. (1910), pp. 362-4.
las formas de la colonización 231
años antes y que el propio Rosas había integrado, con lo que se puso
por el momento un simbólico fin a los proyectos de cambio social a tra-
vés de la colonización agrícola con extranjeros, que deberían esperar
varias décadas para volver a intentar concretarse.81
107 Véase al respecto, entre otros, Mayo, C. (2003). Sobre el comercio entre-
rriano en la década de 1840, Schmit, R. (2005).
las formas de la colonización 241
y puesta en marcha de las colonias del Brasil constituía para los emigra-
dos antirrosistas un ejemplo de lo que podía realizarse con instrumentos
gubernamentales sólidos, sobre todo más allá de los caudillos.
Esa realidad contrastaba singularmente incluso con el pequeño refu-
gio que constituía la Banda Oriental, aun ante su acogedora receptividad
a la gente con ideas avanzadas: allí, la situación de guerra y las dificulta-
des para controlar institucionalmente la campaña continuaban conspi-
rando duramente contra los intentos de instalación de inmigrantes al
punto de hacerlos también fracasar. Un artículo del periódico antirrosista
La Escoba analizaba críticamente en 1839 esas dificultades, y exponía los
que a su juicio debían ser los fines últimos de la colonización, difícil-
mente asequibles en esas condiciones: “No hacemos consistir su utilidad
en que vengan barcadas de familias miserables a ocuparse solamente de
peones y de otros servicios que en verdad poco precisamos. No nos faltan
corrupción ni vagos y mal entretenidos. Las colonias son útiles al país en
cuanto se dedican a la labranza de la tierra, no a horadar la tierra como
los puercos, sino a una labranza practicada en todos sus ramos (…) son
útiles en cuanto enseñan las artes”.109
El control político de la situación y el compromiso de las instancias
gubernamentales con el proceso aparecían así como claves pareja-
mente ineludibles: las colonias del sur del Brasil no sólo eran la crista-
lización de un anhelo económico, sino también el fruto de condiciones
políticas concretas, que en función o no de su compromiso con ese
cambio contaban con la suficiente solidez como para permitirle prospe-
rar, más allá de que pudieran ayudarlo o no. De ese modo, la concien-
cia acerca de las precondiciones necesarias para encarar proyectos de
colonización iba extendiéndose lentamente; al mismo tiempo, la cre-
ciente presencia de los extranjeros en la producción y el comercio lito-
rales mostraba a los dirigentes con crudeza un contraste significativo
entre los recién llegados, que ocupaban de preferencia actividades in-
novadoras y labraban a menudo rápidas fortunas, y los tradicionales
campesinos criollos, aparentemente sólo preocupados por seguir ha-
ciendo las cosas de siempre de la misma forma y con los mismos instru-
mentos, mientras trataban de cumplir, como podían, con las cargas y
obligaciones de la guerra y el omnipresente servicio público.
1. introducción
más aún si los rendimientos eran altos. Por lo demás, algunos adelantos
significativos podían también ser excesivamente simples: por ejemplo,
hubiera bastado en principio apenas aumentar la distancia entre hilera
e hilera de siembra para lograr que los cultivos pudieran de todos mo-
dos prosperar bajo un régimen de lluvias un poco menos abundante
o en tierras menos húmedas que en el norte bonaerense vecino al
caudaloso Paraná.
La competitividad del producto agrícola, al menos en su versión do-
minante, la producción de trigo, parece haber sido de ese modo sólo
suficiente para aprovechar nichos específicos o momentos coyuntura-
les, y no para justificar inversiones de largo plazo. El mismo hecho de
que sus aumentos en volumen de producción no pudieran alcanzar el in-
cremento poblacional es una muestra de lo difícil y complejo que resultó
expandirla. Por lo demás, la actividad continuó, como antes, siendo vul-
nerable a graves factores de riesgo como lluvias, sequías o conflictos po-
líticos, cuyo papel no debió de haber sido irrelevante en los problemas
que parecen haberla afectado en el período.
De esta forma, si bien en estos años comenzó secretamente a gestarse el
lento proceso de aprendizaje y puesta a punto de la tecnología necesaria
para una agricultura más alejada de las áreas costeras y de la dependencia
de los centros poblados locales, ese proceso recién adquirió ritmo sólido
luego de la ruptura cualitativa que significó la aparición de las colonias
agrícolas en Santa Fe, y en especial después de su expansión hacia el inte-
rior de esa provincia y de la de Córdoba, logrando mostrar plenamente
sus frutos en el último cuarto del siglo XIX, con el desarrollo de procesos
radicalmente nuevos gracias a los cuales fue posible poner en producción
superficies mucho más extensas que anteriormente. Para ello no bastó
simplemente con incorporar, como se ha supuesto, la oferta extranjera
disponible en cuanto a la tecnología moderna; fue necesario, por el con-
trario, partir de las peculiares condiciones productivas de cada región y de
la ecuación económica predominante en cada una de ellas, adaptando y
más aún creando los procesos de trabajo necesarios y la maquinaria útil
para ellos, en una evolución dinámica cuyo método dominante parece ha-
ber sido el de ensayo y error, y en la cual el papel de los organismos de
acumulación de información fue, a partir de cierto momento, sin dudas
crucial. En efecto, para desarrollar nuevos métodos de cultivo en tierras
bajo regímenes menos húmedos que los conocidos o bajo lluvias menos
abundantes era necesario conocer con cierto grado de certeza el volumen
254 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Figura 20. Arado criollo mejorado propuesto por Pellegrini, con vertedera y
reja de mayor longitud. En Pellegrini, C. (1856).
Figura 21. Gran arado europeo con ruedas y avantrén, conocido en la cam-
paña rioplatense hacia 1850. En Pellegrini, C. (1856).
Podemos estudiar con cierto detalle las nuevas formas operativas y los
procesos productivos que se desarrollaron a partir de esas innovacio-
nes a través del ejemplo de Juan Manuel de Rosas. Darwin afirmó en
1833 que, además de sus 300.000 cabezas de ganado vacuno, Rosas cul-
tivaba “mucho más trigo que todos los restantes propietarios del país”,
lo cual, siendo una gran exageración, da cuenta de todos modos de la
tura del timón, decía Pellegrini, con sus dotes de agudo observador:
“En la práctica nuestros paisanos reglan a la vista lo que llaman el dentro
del arado. La experiencia y el tanteo suplen la teoría. Raramente se
equivocan”.31
Figura 25. Espiga de trigo Barletta, fines del siglo XIX. En Daireaux, G.
(1901), p. 388.
Cuadro 13
Rendimientos estimados de trigo sembrado en distintos lugares
del área pampeana, hacia mediados de la década de 1850
rendimientos por grano, lo cual rara vez aparece detallado en las medicio-
nes de la época, sólo preocupadas por medir cuántas semillas se obtenían
por cada una sembrada, y que no prestaban usualmente atención a las di-
ferencias en la superficie implantada. Eduardo Costa criticaba a fines de la
década de 1860 los intentos de establecer criterios de fertilidad relativa de
las tierras a través de esos indicios, dando cuenta de casos donde se au-
mentaba la superficie sembrada sin un paralelo aumento en la cantidad
de semilla, aunque sin advertir las consecuencias derivadas de ello.46
En todo caso, esto era una condición adjunta a las características pro-
pias de esos avances sobre tierras nuevas, y determinaba la convenien-
cia del cultivo en ellas mediante un uso extensivo del factor más abun-
dante. Como hemos dicho antes, en el contexto técnico de entonces el
uso de fuerza humana continuaba siendo crucial, y justamente la am-
pliación de la escala era lo que habría de permitir en parte amortizarla
mejor. Es de ese modo que debiéramos esperar indicios de sistematiza-
ción de las tareas con el propósito de obtener una mayor racionalidad
que posibilitara más eficientes aprovechamientos de la escala, traduc-
ción al terreno práctico de las instrucciones de los manuales. Hemos
visto que Pérez Castellano graduaba entre tres y tres y medio metros el
ancho de las amelgas, a fin de que el sembrador se dirigiese por ellas
para distribuir el grano con homogeneidad dentro de ambas líneas.
Para Rosas, sin embargo, el ancho de las amelgas debía estar entre 3 y 5
varas, es decir, entre 2,6 y 4,3 metros, siendo preferible un ancho mayor
“porque el melgador acaba más pronto, y lo mismo el derramador”.47
Aún estamos lejos de la difusión de la labor en llano, más práctica para
el cultivo extensivo, y que reemplazaría en parte a la labor en tablones,
propia del cultivo de superficies relativamente pequeñas, pero de una
forma u otra el camino entre ambas había comenzado a ser recorrido,
en forma sin dudas empírica y limitada, pero bien concreta.48
Sin embargo, donde más se habría de notar esta racionalización del uso
del trabajo era en las tareas de la siega y posteriores, tradicionalmente las
más dispendiosas en mano de obra de todo el ciclo productivo. Al res-
pecto, una de las innovaciones que más parece haberse generalizado
durante la primera mitad del siglo XIX fue el reemplazo de los segadores
“por día” por segadores “por tarea”. En tiempos coloniales, la cosecha
siempre se trataba por día, ganando los trabajadores en esas circunstancias
salarios astronómicamente más altos que los usuales; el reemplazo por
normas de trabajo a destajo implicó, por un lado, la definición de una “ta-
rea”, establecida ya a inicios de la década de 1820 en una superficie de 35
varas de largo por 15 de ancho. Las ventajas de pagar por tareas eran evi-
dentes para el empresario: el costo de mantenimiento de los trabajadores
era menor, se ahorraba el “contador”, es decir, el encargado de tantear al
corte y vigilar que los peones no retrasaran el trabajo; y, por otra parte, “ja-
más los peones por día trabajan lo necesario para llenar unos con otros la
tarea por hombre”.49 En una cuenta de gastos de cosecha de un produc-
tor de San Isidro, desgraciadamente sin fecha pero sin dudas posterior a
1825, se contabilizó el pago de 42 tareas a 28 pesos moneda corriente; los
jornales de peones por alzar el trigo, aventarlo y zarandearlo eran de 30
pesos, lo cual muestra adicionalmente la diferencia monetaria que esto
implicaba.50 La difusión de la siega por tareas fue rápida y amplia por toda
la región pampeana y por todos los estratos de productores. En el remoto
oriente entrerriano de 1854, las cuentas de la cosecha de unas pocas fane-
gas de trigo sembradas por un humilde soldado en el campamento de
Calá incluyeron el pago de 17 tareas a un peso boliviano por cada una.51
Es evidente, por otra parte, que las siegas por tarea se articulaban mucho
mejor con las mayores extensiones del cultivo propias de las zonas nuevas.
Resulta interesante pensar cómo fue que, en un contexto de aguda es-
casez de mano de obra, pudo lograrse el establecimiento de estas prácti-
cas. En todo caso, está fuera de duda que muchos intentos de restablecer
el trabajo coactivo fueron un fracaso, como hemos visto más arriba; de to-
dos modos, el reclutamiento militar y la construcción de redes de control
estatal en la campaña fueron, al menos en Buenos Aires, una de las carac-
terísticas más salientes de la primera mitad del siglo XIX, por lo que
quizá pueda inferirse de ello una mayor presión efectiva tendiente hacia
Figura 26. Corte del antiguo molino de viento utilizado en Paraná y luego
trasladado a Chacabuco, provincia de Buenos Aires. En Melli, O. R. (1999).
Figura 28. La trilla del trigo. Chile, hacia 1830. Dibujo de Claudio Gay, litogra-
fía de Becquet Frères. En Gay, C. (1854).
61 La trilla con yeguas resultaba más económica, sencilla y aun rápida que la trilla
con máquinas, pero el producto era de menor calidad, por lo que al crecer la
producción exportable debió reemplazársela por métodos mecánicos. Por otro
lado, como hemos dicho antes, el gran problema de los sistemas tradicionales
de trilla se encontraba en el aventado, que exigía esfuerzo y mucho tiempo,
además de condiciones climáticas óptimas. [Lemée, C. (1893)], p. 1533.
los cambios en la tecnología agrícola pampeana 281
basado en bombas mecánicas, era menos práctico y más costoso que el se-
gundo, el balde sin fondo. Este aparato (cuyo funcionamiento puede
apreciarse en el dibujo de Carlos Pellegrini reproducido en este libro en
la figura 29) consistía en un cilindro hecho con el cuero del cuello de un
potro, con ambos extremos abiertos, sostenido verticalmente sobre un
pozo, mediante una roldana. El cilindro era introducido en el agua; una
vez lleno, el extremo que apuntaba hacia el fondo del pozo era jalado con
una cuerda por un hombre a caballo, con lo que parte del líquido perma-
necía en el cuero, formando una bolsa. Al llegar al borde del pozo, el agua
se derramaba en un conducto que la conducía al estanque. Aunque este
implemento, construido con materiales frágiles, tenía una duración apro-
ximada de unos quince días, el bajo valor de los cueros permitía su utili-
zación masiva y su reemplazo sin demasiado costo. Una adaptación poste-
rior de este sistema fue la manga, que era de mayor tamaño, y que con el
correr de los años sería perfeccionada al ser construida en lona, más dura-
ble y fuerte. Estos avances permitieron la utilización de campos que care-
cían de aguadas permanentes, pudiendo llegar a manejarse rodeos de en-
tre dos y tres mil cabezas de ganado ovino.65
Figura 29. El balde sin fondo, o balde volcador, inventado por Vicente
Lanuza en 1826. Dibujo del ingeniero Carlos Pellegrini, en Revista del Plata,
t. I, 1853-4.
1. introducción
2. buenos aires
Figura 31. Plano de parte de la chacra de Antonio Sierra, 1838, que mues-
tra la fragmentación entre sus herederos en porciones de 80 varas de
frente y 1.008 de fondo. La propiedad original constituía una larga franja
de 80 varas de frente y una legua de fondo (69,28 x 5.206,2 metros). En
Argentina. Provincia de Buenos Aires. Ministerio de Obras Públicas
(1935), t. II, e/pp. 270-1.
Cuadro 14
Propiedades de labradores en los partidos de Zárate, San Pedro,
Rojas, San Andrés de Giles, Chivilcoy, Ensenada y Mar Chiquita
en 1855
Nacionalidades Extensiones
De más de 1 De más de 5 De más de 10
cuadra cuadrada cuadras cuadradas cuadradas
Porteños 124 51 207
Argentinos 122 54 138
Españoles 1 19 41
Ingleses 5 7 12
Franceses 4 4 20
Alemanes 0 0 3
Italianos 0 18 29
De otros países 4 0 4
260 153 454
cual se los producía, aun cuando debiera soportar muy altos costos
de flete.
De todos modos, las unidades agrícolas tienen en la apertura de esas
áreas de frontera una presencia en los inicios creciente, que luego parece
ir menguando. Ya en las décadas iniciales del siglo XIX son todavía más
abundantes que las estancias; a lo largo de la primera mitad de esa centu-
ria, sin embargo, es evidente la bastante rápida conversión hacia la ganade-
ría, y, para 1854 aquellas unidades donde ésta predomina las han supe-
rado ya.8 Debe de cualquier manera tenerse presente el movimiento
mismo del cultivo cerealero hacia áreas más lejanas, que si resulta oculto
por la desbocada expansión de la ganadería, no debe de ningún modo des-
preciarse. Así, a medida que avance el siglo, la cantidad de productores y la
importancia de las cosechas de trigo en el área del norte provincial tende-
rán a decrecer en beneficio primero de las del oeste y, luego de las del sur.
Cuadro 15
“Labradores” y producción de trigo en el estado de Buenos Aires,
1854-55
8 Véanse por ejemplo los análisis de Mateo, J. (2001), pp. 124-5 sobre Lobos, y
de Banzato, G. (2005), pp. 94-95, para Chascomús, Monte y Ranchos.
la situación agrícola de las distintas provincias pampeanas 297
3. santa fe
Figura 32. La bajada principal del puerto del Rosario. Copia de la acuarela
hecha por Eudoro Carrasco el 7 de enero de 1854. En Carrasco, E. y
Carrasco, G. (1897), e/pp. 282/3.
4. entre ríos
Entre Ríos, como Santa Fe, resultó una de las provincias más castigadas
por la guerra durante la primera mitad del siglo XIX. Su riqueza gana-
dera fue destruida y vuelta a crear en el curso de esas luchas; en ese
18 Schmit, R. (2004).
la situación agrícola de las distintas provincias pampeanas 303
5. córdoba
Hacia mediados del siglo XIX, Córdoba poseía una tradición agrícola
larga y sólida, o al menos más larga y más sólida que la correspondiente
a Santa Fe y Entre Ríos. Como hemos visto ya, en la zona ocupada
desde tiempos coloniales el paisaje productivo era diversificado, con
buena parte de explotaciones domésticas dedicadas en grados variables
a un abanico de actividades, a veces y en ciertas regiones tendiendo ha-
cia una especialización más o menos intensa, pero siempre con una im-
portante presencia de la producción de autoconsumo. Las viejas estan-
cias de los jesuitas resaltaban por su complejidad, así como por la
diversidad de rubros que en ellas componían el esquema productivo;
aunque siempre tal esquema estuviera claramente orientado hacia mer-
cados externos y a menudo lejanos, y por tanto determinado en buena
parte por éstos, la presencia de grandes rebaños de ganado se combi-
naba con cultivos, producción textil y fabricación de vinos, entre otras
actividades.22
Este esquema continuaría esencialmente vigente a lo largo de la pri-
mera mitad del siglo XIX, a pesar de las rupturas provocadas por la gue-
rra, y de la dislocación de los tradicionales mercados del norte; en ello
tuvo sin duda un buen papel la mayor densidad relativa de la población
local. Los viajeros europeos que llegaban desde las despobladas soleda-
des de la frontera bonaerense o santafesina notaban con claridad el
cambio de ambiente al entrar en Córdoba; Woobdine Parish, viajando
23 Parish, W. (1958), p. 371. Algo muy similar relataba José de Amigorena para
finales de la década de 1780. Amigorena, J. F. de (1988), p. 15.
24 Miers, J. (1826), t. I, pp. 71-75.
25 Población calculada a partir de De la Fuente, D. G. (1872), pp. 232-3.
26 Romano, S. (2002), pp. 70; 95-96.
27 Ferrero, R. (1978), pp. 34 y 51.
306 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
altos costos de transacción para volver todavía más difíciles las condicio-
nes operativas: entre ellos podríamos mencionar, como parte de una
lista mucho más larga, la discrepancia entre las unidades de medida
de las distintas regiones, los crecientes costos del transporte o la falta de
registros útiles y sistemáticos de fenómenos meteorológicos.
No era posible de ese modo esperar un rápido desarrollo de la activi-
dad, toda vez que le faltaban elementos fundamentales para ello. Así, la
producción agrícola sufrió los efectos de un constante drenaje de los ca-
pitales disponibles para inversión hacia una ganadería primero vacuna y
luego ovina que ofrecían mejores condiciones de rentabilidad y menos
incertidumbre. Esa situación de crowding out persistió, con altibajos, du-
rante los años que corren aproximadamente entre 1810 y 1840; sin em-
bargo, en ciertos momentos los cambios de perspectiva posibilitaron
vuelcos de corto plazo, manifiestos en aumentos de la producción cerea-
lera, e incluso en exportaciones de trigo, y en todo caso incrementos evi-
dentes en la superficie cultivada, aun cuando no existan estadísticas cer-
teras o completas al respecto. Eso explica la ampliación de la oferta de
implementos agrícolas más modernos, y la introducción, ensayo y adap-
tación de nuevos métodos para el tratamiento del grano, de los cuales
los más evidentes son los generados en torno a diversas máquinas desti-
nadas a facilitar el aventado, o los que están detrás de la proliferación de
molinos de viento primero y luego de vapor. Pero en esas condiciones,
y a pesar de la existencia de esos momentos de apuesta por la inversión
de riesgo en la producción agrícola, no puede extrañar que ésta sufriera
un estancamiento relativo durante ese período, aumentando su producto
a un ritmo menor al incremento poblacional.
A partir de la década de 1840 todo apunta sin embargo a mostrar que
comenzaron cambios que desembocarían pronto en una nueva etapa ex-
pansiva para la agricultura pampeana. Esos cambios, entre otros factores
de carácter secundario, fueron claramente motivados no sólo por el des-
censo de la conflictividad política sino sobre todo por la generación de
un ciclo sostenido de altos precios de los cereales, debido tanto a facto-
res internos como externos a la propia economía rioplatense. Ese nuevo
ciclo expansivo, iniciado sin dudas con algo de lentitud, en las décadas
siguientes habría de afianzarse plenamente, logrando recuperar en alre-
dedor de tres décadas las porciones de mercado que habían sido aban-
donadas al cereal importado y a sus subproductos, generando luego in-
cluso excedentes exportables con rapidez y magnitud cada vez mayores.
conclusiones 311
Cabe de todos modos preguntarse aquí por qué esos movimientos re-
cién tomaron impulso a partir de la década de 1840 y no antes, más allá
incluso de la existencia de indudables condicionantes institucionales.
El problema, justamente, radica en que, por ejemplo, con anterioridad
a esos años también podían existir coyunturas de altos precios para los
cereales. Sin embargo, una diferencia fundamental está dada en que
dichas coyunturas duraban en general relativamente poco tiempo,
dado que respondían sobre todo a momentos también coyunturales:
un bloqueo del puerto, períodos de mayor intensidad en el ritmo de
devaluación del papel moneda, fuertes sequías o la conjunción de va-
rios de esos problemas a la vez. Y, dado que las condiciones variaban
con rapidez extrema, esas coyunturas de altos precios no lograron cons-
tituirse de ese modo en un impulso sostenido para la inversión en culti-
vos cerealeros. En todo caso, algunos productores ampliaban en esos
momentos la superficie cultivada echando mano de expedientes tran-
sitorios como el arrendamiento, y algunos grandes comerciantes consi-
deraban el ingreso a la actividad pero sólo para aprovechar la ocasión,
retrayéndose apenas las condiciones favorables terminaban. No caben
dudas acerca de la magnitud del desarrollo de otros rubros durante
esas épocas inciertas: justamente en las décadas de 1820 y 1830 se fue-
ron sentando las primeras bases del cambio productivo en torno al la-
nar, con la incorporación de reproductores de raza y la lenta difusión
de mejoras en infraestructura y manejo de los planteles. Pero de todos
modos faltaba bastante todavía para que la economía lograra pasar de
experimentar momentos puntuales de crecimiento en algunos sectores
a un desarrollo sostenido apuntalado por varios de ellos: las inversiones
tendían a concentrarse en los pocos rubros más dinámicos, y la especu-
lación que era consecuencia de las volátiles circunstancias monetarias
y financieras impedía la conformación de una oferta de capitales de
costos razonables para la producción.
El segundo punto que queremos destacar es el avance de la agricul-
tura cerealera sobre las fronteras y su impacto en la generación de nue-
vas condiciones productivas, a través de un lento y difícil proceso de
búsqueda de técnicas más adecuadas para el cultivo en ambientes cre-
cientemente distintos de las húmedas costas de los ríos. Más allá de la
obvia circunstancia de que, durante toda la primera mitad del siglo XIX,
la agricultura pampeana continuó como antaño fundamentalmente
atada a la disponibilidad de mano de obra, sin posibilidades todavía
conclusiones 313
fuentes impresas
obras de referencia
material estadístico
informes consulares
publicaciones periódicas
bibliografía
Año Índice
1835 100
1836 97
1837 118
1838 198
1839 188
1840 114
1841 302
1842 473
1843 570
1844 276
1845 290
1846 241
1847 326
1848 217
1849 125
1850 129
1851 201
apéndice i 381
cuadros adicionales
Ciudades Habitantes
Buenos Aires 40.000
Corrientes 4.500
Maldonado 2.000
Montevideo 15.245
Santa Fe 4.000
Ranchos 800
Monte 750
Luján (fuerte de) 2.000
Salto 750
Rojas 740
Martín García 200
Río Negro 300
Malvinas 600
b) Banda Oriental
Colonia 300
Santo Domingo Soriano 1.700
Piedras 800
Canelon(es) 3.500
Santa Lucía 460
San José 350
(Rosario del) Colla 300
Real San Carlos 200
Vívoras 1.500
Espinillo 1.300
Mercedes 850
Pando 300
San Carlos 400
Minas 450
Rocha 350
Santa Teresa 120
San Miguel 40
Melo 820
Santa Tecla 130 [190]
Batoví 948
c) Corrientes
Itatí 712
Guacaras 60
Santa Lucía 192
San Jerónimo 482
Las Garzas 218
San Pedro [y San Pablo] 643
Ynisipin o Jesús Nazareno 600
Caacati 600
Mburucuyá 356
apéndice ii 385
Saladas 1.200
San Roque 1.390
d) Entre Ríos
Arroyo de la China 3.500
Gualeguaychú 2.000
Gualeguay 1.600
Bajada 3.000
Nogoyá 1.500
e) Misiones
San José 1.352
San Carlos 1.280
Apóstoles 1.821
Concepción 1.104
Mártires 937
Santa María la Mayor 911
San Javier 1.379
San Nicolás 3.667
San Luis 3.500
San Lorenzo 1.275
San Miguel 1.973
San Juan 2.388
San Ángel 1.986
Santo Tomé 1.500
San Borja 1.800
La Cruz 2.500
Yapeyú 5.500
San [Francisco] Javier 1.308
f) Santa Fe
Cayastá 67
Melincué 400
Coronda 2.000
Rosario 3.500
Fuente: elaboración propia con datos del Diario Comercial y Telégrafo Literario y
Político, Buenos Aires, nos 2 a 17, 1828.
388 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Medidas de capacidad
a) para cereales y derivados
* Napp indica que esta fanega tiene un peso de 210 a 215 libras con trigo. La
fanega de maíz en espiga, en tanto, debía pesar 300 libras, y 400, la fanega
de maíz en grano.
** Se utilizó también el tercio, de 3 o 4 almudes. Otras veces midió 100,48
litros.
*** Se utilizó también la fanega doble de 24 almudes para el maíz en espiga.
apéndice ii 389
b) para líquidos
1 frasco 4 cuartas; 2,37 litros
1 galón 3,80 litros
1 barril 20 galones; 76 litros
1 pipa 6 barriles; 456,026 litros
c) ponderales
1 grano 0,05 gramo
1 adarme 36 granos; 1,79 gramo
1 onza 16 adarmes; 28,71 gramos
1 libra 16 onzas; 0,46 kilogramo
1 arroba 25 libras; 11,48 kilogramos
1 quintal 4 arrobas; 45,94 kilogramos
1 tonelada 20 quintales; 918,80 kilogramos
Medidas lineales
Medidas de superficie
Año Habitantes
1842 1.500
1851 3.000
1858 9.785
1869 23.169
1887 50.914
1895 93.584