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Las infecciones virales se encuentran entre las causas principales de las

enfermedades que se tratan en la medicina generalista. Desde el punto de vista


homotoxicológico, la mayoría de las infecciones virales han de tomarse muy en
serio, ya que, por definición, son homotoxinas intracelulares que a menudo
provocan la muerte celular, al centrarse las defensas celulares en las células
infectadas por virus. En la Tabla de la Evolución de la Enfermedad, las
infecciones virales aparecen al principio en la fase de impregnación, pero
podrían causar degeneración e incluso desdiferenciación en un período
relativamente corto. Además de la propia infección viral, a menudo se observan
complicaciones. Éstas podrían ser parainfecciones bacterianas, pero también
otras complicaciones más graves que se denominan síndrome postviral (como
en las infecciones por el VEB).
La medicina convencional sólo tiene unas pocas respuestas para tratar las
infecciones virales habituales, y está más avanzada para inhibir las infecciones
virales graves (p. ej., el tratamiento triple del SIDA). Ello supone para el médico
generalista que las infecciones virales habituales sólo pueden abordarse desde
el punto de vista sintomático, reduciendo la fiebre y controlando la inflamación.
El efecto de la infección viral es la pérdida de la función celular, su
muerte, o la trasformación tumoral. De acuerdo al tipo de célula, tejido y
órgano afectado, va a ser el mayor o menor daño producido en el
huésped (enfermedad).
Algunas veces los virus pueden infectar a su húesped sin producir
enfermedad aparente, quedando confinados en algunas pocas células
(latencia). Pero por factores externos que puedan producir estrés y reducir
la inmunidad o alterar el equilibrio normal, pueden reactivarse, iniciar un
nuevo ciclo de replicación, generando enfermedad y muerte.
Cuando se dan antiguas relaciones entre virus y huésped se producen
infecciones crónicas que facilitan la invasión del parásito sin causar la
muerte del huésped. Hay virus con un alto grado de adaptación que
pueden pasar las barreras inmunológicas del huésped, no causar
enfermedad y multiplicarse con éxito.
Varios de los virus de las abejas mantienen una larga relación de
coevolución con sus huéspedes y muchos persisten en niveles bajos o en
forma inaparente, pudiendo esporádicamente, causar brotes de la
enfermedad.
La inmunología celular es la consecuencia de la acción conjunta de los
linfocitos B y los linfocitos T Los primeros actúan frente a virus, bacterias y
las sustancias que pueden producir estos microorganismos y los linfocitos T lo
hacen sobre ¡as células del organismo que han sido infectadas por diferentes
agentes patógenos. Estos linfocitos actúan gracias a la presencia en la
superficie de las células de los llamados receptores de las células T. Existen
tres tipos de linfocitos T, citotóxicos, auxiliares y supresores, y el proceso
inmunitario es el siguiente:
Los linfocitos T citotóxicos reconocen las células que presentan en su
superficie una proteína vírica y se unen a ella. Tras esto, gracias a la
liberación de fuertes enzimas hidrolíticas, destruyen la célula infectada. Para
favorecer la eliminación total de dichas células estos linfocitos segregan unas
sustancias, las linfocinas, que permiten la actuación de los macrófagos.

Los microorganismos se encuentran por todas partes. Diariamente estamos


en contacto con ellos, pues los comemos, bebemos y respiramos. Sin
embargo, rara vez nos invaden, se multiplican o producen infección en los
seres humanos. Incluso cuando lo hacen, la infección es a veces tan leve que
no provoca síntomas.
El hecho de que permanezcan como organismos inofensivos o que invadan y
causen una enfermedad en el huésped, depende tanto de la naturaleza del
microorganismo como de las defensas del cuerpo humano.
En la antigüedad se produjeron grandes pestes que provocaron una enorme
cantidad de muertes en la población. Por ejemplo, entre 1347 y 1352
murieron 25 millones de personas a causa de la peste bubónica. Otra
enfermedad, la viruela, también fue causa de muerte masiva en la población.
Esta enfermedad se manifiesta con fiebre, cansancio y con alteraciones
dermatológicas. En China se utilizaba la inhalación de costras provenientes de
pacientes que habían contraído la enfermedad como método preventivo. Otra
práctica era efectuar rasguños en la piel y depositar allí el material. Los
individuos sometidos a estas prácticas presentaban los síntomas iniciales y se
recuperaban, en cambio, otros morían. Con estas prácticas se da inicio a los
conocimientos y estudios sobre la inmunología. La palabra inmune, en el
contexto biológico, significa estar exento de enfermedad; los seres vivos animales
contamos con un sistema inmune que nos protege de los agentes patógenos
que provocan enfermedades.
Los principales componentes del sistema inmunitario son la médula ósea y el
timo. En la médula ósea roja es donde se inicia la proliferación de los
linfocitos B y T (tipos de glóbulos blancos) que son células que participan en
la respuesta inmunitaria. El timo es el órgano en donde ocurre la posterior
maduración de los linfocitos T. Los otros integrantes de este sistema son los
vasos y ganglios linfáticos, abundantes en el bazo y en las amígdalas (Fig. 7).

Fig. 7: Órganos del sistema inmune


Las defensas del organismo contra la infección incluyen barreras naturales como la piel, mecanismos inespecíficos
como ciertas clases de glóbulos blancos y fiebre, y mecanismos específicos, como los anticuerpos (Fig. 8).
Fig. 8: Componentes del sistema inmunitario
Inmunidad innata o inespecífica y sus componentes
Este tipo de inmunidad te protege del ingreso o permanencia de microorganismos u
otras partículas extrañas en tu organismo. Los principales componentes de esta
inmunidad son las barreras físicas, mecánicas o químicas, y células fagocitarias
(neutrófilos, macrófagos) (Fig. 9). Estos componentes se caracterizan por estar
presentes desde el nacimiento del individuo, ser inespecíficos y no dejar memoria
después de su acción.
Barreras naturales
La piel evita la invasión de muchos microorganismos si no existe alguna lesión,
picadura de insecto o quemadura. El organismo también cuenta con las membranas
mucosas, que revisten las vías respiratorias e intestino. Estas membranas producen
secreciones que combaten los microorganismos y evitan infecciones. Además de las
mucosas, las vías respiratorias constan de cilios que expulsan las partículas y
microorganismos hacia el exterior. También actúan como barreras el ácido estomacal,
el reflejo de la tos y enzimas en las lágrimas y grasas de la piel.
Fagocitos y complemento
Cuando las barreras naturales no controlan el ingreso de patógenos, se activan otros
mecanismos de defensa inespecíficos. Este tipo de respuesta es mediada por:
Fagocitos: que incluyen neutrófilos y macrófagos y se caracterizan por activarse de
forma inmediata cuando cualquier sustancia extraña penetra en el organismo (por
ejemplo, después de una herida). La activación consiste en la movilización de estas
células hacia el foco de la lesión, luego reconocen y toman contacto con la sustancia
extraña y la destruyen mediante el proceso de fagocitosis y posterior lisis intracelular.
Complemento: “complementa” la acción de otros mecanismos de defensa. Consiste en
proteínas presentes en el plasma que, luego de activarse, sus acciones pueden incluir
lisis de la pared celular, recubrimiento de patógenos para facilitar la acción de
fagocitos y atracción de linfocitos al sitio de la infección.

Fig. 9: Componentes de la respuesta inespecífica


Los mecanismos de defensa inespecíficos aportan un buen sistema de
protección. Sin embargo, en muchas ocasiones no es suficiente para defender
eficazmente al organismo. Por fortuna éste dispone de otros mecanismos de
defensa, como es la respuesta inmune adaptativa.
Inmunidad adaptativa
¿Has notado que algunas enfermedades infecciosas que padeciste en tu
infancia no se han repetido? La causa de esto se relaciona con la inmunidad
adaptativa o específica, que tiene la capacidad de reconocer una enorme
variedad de sustancias extrañas (antígenos) de manera específica y
“recordarlas” (memoria), permitiendo una respuesta más rápida a nuevas
exposiciones de un mismo agente patógeno.
En la activación de la inmunidad adaptativa se requiere que actúen las células
presentadoras de antígenos (CPA), las cuales exhiben fragmentos de
patógenos en la superficie, para que sean reconocidos por linfocitos B y T. Las
CPA pueden ser macrófagos, células dendríticas y linfocitos B.
Existen dos tipos principales de inmunidad adaptativa:
Humoral: está a cargo de los linfocitos B y se caracteriza por la producción de
anticuerpos, un grupo complejo de proteínas denominadas inmunoglobulinas
(Ig). Ante la presencia del antígeno los linfocitos B se activan produciéndose
dos tipos de células: plasmáticas y de memoria. Las células plasmáticas
producen los anticuerpos con los que se combate la infección, mientras las
células de memoria solo actúan después de la segunda infección.
Celular: participan los linfocitos T, los cuales se originan en la médula ósea,
pero adquieren la capacidad de ser inmunocompetentes en el timo. Los
linfocitos T, gracias a la producción de proteínas, se encargan de destruir
células infectadas por virus o aquellas que han sido modificadas (como las
cancerosas). Los linfocitos T actúan cuando virus o bacterias sobreviven en
células infectadas. Los antígenos quedan expuestos en las células afectadas
como verdaderos marcadores permitiendo que las células T citotóxicas (T8)
reconozcan específicamente la estructura de la célula que expone estos
antígenos y de esta manera se activen los linfocitos. La activación produce la
proliferación de células T y la diferenciación de las células hijas en clones de
células de memoria; estas células son inactivas durante la infección inicial,
pero se activan en una segunda exposición al antígeno extraño.
Vacunas
En más de una oportunidad te han vacunado. Como sabes, las vacunas
previenen el contagio de enfermedades infecciosas. La vacunación se
relaciona con la inmunidad activa, ya que el organismo genera una
inmunorespuesta contra los antígenos contenidos en la vacuna, formando
células de memoria que actúan ante la presencia del patógeno. La vacunación
explota la capacidad del sistema inmunológico de generar una respuesta
inmune frente a alguna forma alterada de un patógeno determinado. Este
procedimiento permite el desarrollo de células con memoria inmunológica que
confieren protección a lo largo de toda la vida del organismo vacunado.
Diferentes tipos de vacunas han sido utilizadas a lo largo del tiempo. Las
bacterias y virus muertos han sido y continúan siendo utilizadas en
determinadas circunstancias. Las vacunas creadas con la utilización de
microorganismos vivos atenuados resultan ser mejores inmunógenos que las
anteriores, pero presentan el riesgo de la reversión del patógeno alterado a la
forma virulenta y son, por lo tanto, peligrosos. Cada vez es más frecuente el
uso de la tecnología del ADN recombinante para obtener proteínas que
generan una respuesta inmune. Se están desarrollando las llamadas vacunas
de ADN. Para ello, los genes que codifican proteínas de interés son insertados
en plásmidos adecuados, los que luego son inyectados dentro de células
musculares de manera que la proteína se puede expresar en forma
prolongada. El procedimiento produce una buena respuesta humoral como
también una especial estimulación de los linfocitos T citotóxicos.
La posibilidad de transferir genes con el fin de reemplazar, corregir o
modificar la acción de otros genes permite pensar en la posibilidad de mejorar
una gran variedad de enfermedades, entre ellas el cáncer.
A continuación un cuadro resumen con los principales hitos en la historia de
la inmunización artificial, durante el siglo XX.
A diferencia de lo que sucede con las infecciones bacterianas, la quimioterapia de las infecciones
virales todavía se encuentra en etapas primitivas. La multiplicación de los virus está
estrechamente ligada al metabolismo de la célula hospedera debido a que el virus por lo general
utiliza la propia maquinaria celular para su replicación. Por lo tanto, resulta difícil encontrar
fármacos y compuestos químicos capaces de afectar las funciones virales sin afectar a la célula
hospedera.
La vacunación es una forma barata y eficaz para la prevención de las infecciones causadas por los
virus. Las vacunas se han utilizado para prevenir las enfermedades virales desde mucho antes al
descubrimiento de los virus. Su uso ha dado lugar a una dramática disminución de la morbilidad
(enfermedad) y mortalidad (muerte) asociada a infecciones virales como poliomielitis, sarampión,
paperas y rubéola.[190] La viruela ha sido erradicada.[191] En la actualidad se dispone de vacunas
para prevenir más de trece infecciones virales en los seres humanos,[192] y algunas más se utilizan
para prevenir infecciones virales en animales.[193] El proceso de vacunación se basa en la idea de
que se puede lograr inmunidad específica contra una enfermedad,[194] en particular si se provoca
ésta en condiciones controladas de manera que el individuo no padece los síntomas asociados con
dicha enfermedad y el sistema inmune reacciona produciendo un arsenal de anticuerpos y células
inmunes con capacidad para destruir o neutralizar cualquiera otra invasión por parte del mismo
agente infeccioso, como los linfocitos T; que son los responsables de coordinar la respuesta
inmune celular.[195]

Las vacunas pueden consistir en virus vivos atenuados o en virus muertos, o en sólo las proteínas
virales (antígenos). [196] Las vacunas vivas contienen formas debilitadas del virus que causa la
enfermedad. Las vacunas vivas pueden ser peligrosas cuando se administran a las personas
inmunodeficientes, puesto que en estas personas incluso el virus debilitado puede causar la
enfermedad original.[197] Sin embargo, la vacuna contra el virus de la fiebre amarilla, obtenida de
una cepa atenuada denominada 17D, es posiblemente una de las vacunas más seguras y eficaces
fabricadas.

La biotecnología y las técnicas de ingeniería genética se utilizan para producir vacunas de


subunidades. Estas vacunas usan sólo la cápside de proteínas del virus. La vacuna de la hepatitis B
es un ejemplo de este tipo de vacuna.[198] Las vacunas de subunidades son seguras para
pacientes inmunodeficientes, ya que no pueden causar la enfermedad.[199]

[editar] Medicamentos antivirales. Artículo principal: Antiviral

El fármaco antiviral zidovudina (AZT), análogo de la timidina.El primer fármaco que se presentó
como agente antiviral verdaderamente selectivo y con éxito fue el aciclovir;[200] que fue utilizado
como tratamiento profiláctico del herpes genital y cutáneo, y también en el tratamiento de las
lesiones causadas por el Herpes zoster.[201] Durante los últimos veinte años, el desarrollo de
fármacos antivirales continuó aumentado rápidamente, impulsado por la epidemia del sida. Los
medicamentos antivirales son a menudo «análogos de nucleósidos» (falsos nucleósidos, los
bloques de construcción de los ácidos nucleicos) que los virus incorporan a sus genomas durante
la replicación. El ciclo de vida del virus entonces se detiene debido a que las nuevas cadenas de
ADN sintetizadas son defectuosas. Esto se debe a que los análogos carecen de los grupos
hidroxilos que junto a los átomos de fósforo forman los enlaces de la fuerte «columna vertebral»
de la molécula de ADN. A esto se le denomina interrupción de la cadena de ADN.[202] Ejemplos de
análogos de nucleósidos son el aciclovir para tratar el virus del herpes y lamivudina para las
infecciones de VIH y hepatitis B. Aciclovir es uno de los fármacos antivirales más antiguos y
frecuentemente prescritos.[203]

Guanosina.
El fármaco antiviral aciclovir, análogo de la guanosina.La hepatitis C es causada por un virus ARN.
En el 80% de las personas infectadas, la enfermedad es crónica y sin tratamiento continúan siendo
infecciosas para el resto de sus vidas. Sin embargo, ahora existe un tratamiento efectivo con el
fármaco ribavirina, un análogo de nucleósido, en combinación con interferón.[204] Actualmente
se está desarrollando una estrategia similar con lamivudina para el tratamiento de los portadores
crónicos de hepatitis B.[205] Otros fármacos antivirales en uso tienen como objetivo diferentes
etapas del ciclo replicativo viral. El VIH depende de una enzima proteolítica denominada proteasa
VIH-1 para ser plenamente infeccioso. Existe una clase de medicamentos denominados inhibidores
de la proteasa que han sido diseñados para inactivar esta enzima.
El sida, provocado por el VIH, tiene un tratamiento antiviral de zidovudina (azidotimidina o AZT).
La zidovudina es un potente inhibidor de la transcriptasa inversa (RT), enzima esencial en el
proceso de replicación del VIH. Sin embargo, sus efectos no son duraderos y en algunos casos,
éstos son inútiles, puesto que el VIH es un retrovirus y su genoma de ARN debe ser transcrito por
la RT para convertirlo en una molécula de ADN que constituye el provirus. La zidovudina no tiene
ningún efecto sobre el provirus, ya que sólo inhibe su formación más no la expresión de ésta en las
células huéspedes. Por otra parte, el uso duradero de zidovudina podría provocar una mutación
del VIH, haciendo resistente al virus a este tratamiento.

Las infecciones virales crónicas se caracterizan por una continua producción de partículas virales y
por la fluctuación en la magnitud y gravedad de los signos y síntomas asociados con la infección. Al
parecer, estas infecciones pueden alterar el sistema inmune de manera que éste se vuelve incapaz
de impedir la continua multiplicación del virus. El interferón debe ser producido en el sitio,
momento y concentración adecuados para que pueda inhibir la infección viral; tal vez algunos
virus son capaces de alterar estas condiciones y así obstaculizan la capacidad antiviral del
interferón.

Por ejemplo, el virus de la hepatitis B, que produce la llamada hepatitis del suero, induce con
frecuencia un periodo de infección aguda seguido por una infección crónica que puede durar —
con fluctuaciones— por el resto de la vida del individuo afectado. En este padecimiento existen
fuertes cantidades de anticuerpos circulantes específicos contra el virus, la precipitación de los
complejos antígeno-anticuerpo resultantes puede causar la llamada enfermedad por complejos
inmunes. Por lo tanto, los síntomas en este padecimiento crónico derivan también de las
proporciones relativas de antígeno viral y anticuerpos contra el mismo.

El caso más estudiado de infecciones virales persistentes o latentes en humanos está dado por los
herpesvirus. La persistencia de la infección es consecuencia de un equilibrio entre las propiedades
del virus y los mecanismos de defensa del hospedero. La ruptura de este equilibrio ocasiona la
reactivación del virus y la reaparición del estado agudo de la enfermedad; esta situación ocurre
con frecuencia en el caso de pacientes que padecen enfermedades no virales de tipo crónico,
mismas que ocasionan una depresión del sistema inmune.
La reactivación natural de una infección latente ha sido bien documentada en el caso del Herpes
simplex tipo 1 (HSV-1) y del virus de la varicela. Por ejemplo, el HSV-1 produce infecciones agudas
que se caracterizan por la aparición de ampollas labiales en las comisuras de la boca (los llamados
"fuegos") y fiebre de baja intensidad. Sin embargo, el virus puede emigrar hacia los ganglios
localizados en las raíces dorsales de los nervios espinales o craneales que inervan la región donde
se inició la infección. El virus puede permanecer latente en estos ganglios nerviosos hasta que
factores tan diversos como insolación, tensión emocional o la menstruación lo reactivan por
medio de mecanismos desconocidos, de manera que el virus desciende por los nervios sensoriales
y hace erupción en forma de una infección aguda que se manifiesta en la piel localizada en el
extremo terminal del nervio afectado. Se sabe que la infección prsistente por HSV-1 es mantenida
en presencia de grandes cantidades de anticuerpos específicos contra el virus y una respuesta T
celular, posiblemente el equilibrio de estos factores contribuye a mantener el estado de latencia.
Existe un grupo especial de virus denominados virus lentos o lentivirus, los cuales están asociados
con diferentes padecimientos crónicos que afectan el aparato respiratorio, las articulaciones y los
sistemas nervioso, inmune y hematopoyético (productor de células sanguíneas) de humanos y
animales. La evolución de estas enfermedades es insidiosa, o sea, progresan en forma irregular a
lo largo de un gran periodo de tiempo. Enfermedades como la de Alzheimer (un tipo de demencia
senil) y la esclerosis múltiple (una enfermedad desmielinizante del sistema nervioso) han sido
asociadas con la presencia de lentivirus, pero todavía está por demostrarse la relación causal
directa entre los lentivirus y estas enfermedades. Sin embargo, se ha demostrado que un tipo
especial de neumonía y meningoencefalitis que afecta a cabras y borregos es causado por un
lentivirus denominado visna-maedi virus, el cual pertenece a una subfamilia de los retrovirus. Por
otra parte, el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV o VIH), que está implicado en el
desarrollo del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), es un retrovirus emparentado con
el visna-maedi virus y, por lo tanto, pertence al grupo de los lentivirus.
En los años sesenta, Carlton Gajdusek inició el estudio de una rara enfermedad llamada kuru, la
cual es común en la tribu foré que habita en las montañas de Nueva Guinea. El kuru es una
enfermedad degenerativa del cerebro y es particularmente común entre los niños y las mujeres de
la tribu. Debido a su distribución familiar, por algún tiempo se pensó que el kuru era de origen
congénito. Sin embargo, Gajdusek demostró que el kuru podía ser transmitido a otros primates,
particularmente a los chimpancés, y por lo tanto se trata de una enfermedad infecciosa. El kuru es
transmitido entre los miembros de la tribu foré por medio de un canibalismo ritual que consiste en
comer el cerebro de los parientes recién fallecidos, generalmente las mujeres y niños de la tribu
son los practicantes de este canibalismo ritual. El descubrimiento del origen del kuru constituye un
interesante ejemplo de una contribución de la antropología al campo de la epidemiología.
La Enfermedad de Creutzfeld-Jakob (ECJ) es una encefalopatía muy similar al kuru, pero tiene una
distribución mundial aunque su ocurrencia es muy rara. Tanto el kuru como la ECJ son muy
similares a una enfermedad del ganado lanar conocida como scrapie y que se caracteriza por el
hecho de que los animales afectados tienden a tallarse o rascarse contra cualquier objeto.
Inicialmente, estas enfermedades fueron atribuidas a un agente infeccioso con las características
de un virus lento, pero hace poco se demostró que el agente causal del scrapie no puede ser
inactivado por medio del tratamiento con agentes que normalmente inactivan a los virus.
Tampoco se ha podido detectar la presencia de ácido nucleico en el agente causal del scrapie que
parece ser de naturaleza exclusivamente proteica. Por estas razones, Stanley Pruisner, descubridor
del agente causal del scrapie, ha propuesto el término prión para denominar provisionalmente al
agente causal del scrapie, cuyas características fisicoquímicas son muy similares a las de los
agentes causales del kuru y de la ECJ. Este hallazgo es potenciaImente de enorme importancia, ya
que sería el primer caso conocido en que la información genética necesaria para la replicación de
un agente infeccioso no está contenida directamente en un ácido nucleico sino en una proteina.
Originalmente fueron propuestas dos hipótesis para explicar la replicación de los priones. La
primera consiste en la activación de la transcripción de un supuesto gene celular que codifica la
proteína del prión. La segunda consistiría en la supuesta traducción inversa", en la cual una
proteína (en este caso la del prión) es capaz de dirigir su propia síntesis. Sin embargo, hasta el
momento no existe evidencia directa en apoyo de estos mecanismos.
Posteriormente, Brunori y Talbot propusieron un tercer mecanismo para explicar la replicación de
los priones sin contradecir los postulados fundamentales de la biología molecular. La evidencia
disponible indica que los priones están constituidos por una proteína denominada PrP, cuyo peso
molecular varía de 27 000 a 30 000 daltones. Brunori y Talbot propusieron que la PrP podría
comportarse como una enzima proteolítica (capaz de digerir proteínas), de manera que la
replicación de la PrP es consecuencia del ataque proteolítico de la propia PrP sobre una hipotética
proteína precursora denominada pre-PrP, la cual debería estar presente en diferentes tejidos,
incluyendo el cerebro, donde desempeña una función normal. Esta replicación proteolítica sería
similar a otros casos bien conocidos en los cuales una enzima proteolítica (como la enzima
digestiva pepsina) actúa sobre un precursor (como el pepsinógeno) digiriendo una porción del
precursor y produciendo así una nueva molécula con actividad proteolítica.
La hipótesis de Brunori y Talbot, señala que en las células normales debe detectarse la presencia
de un gene (y su respectivo ARN mensajero) que codifica una proteína muy similar a la PrP. A
finales de la década de los ochenta, investigadores norteamericanos confirmaron la existencia en
las células normales de un gene (denominado Prn-p) que codifica a la proteína del prión (PrP).
También se pudo establecer que la PrP normal es una proteína que se ubica en la membrana de
las células nerviosas y participa en el transporte de iones a través de dicha membrana. Por otra
parte, estudios bioquímicos permitieron establecer que la PrP anormal presente en los cerebros
de animales infectados con scrapie (Prpsc), difiere de la PrP normal (PrPc) en que es menos soluble
y muy resistente a la acción de enzimas proteolíticas. No existe evidencia alguna de que la
diferencia entre PrPc y PrPsc se deba a una modificación en la composición química de esta última,
por esta razón, varios investigadores han sugerido que la diferencia entre PrPc y PrPSC es
consecuencia de un sutil cambio en la conformación espacial de PrPsc.
Con base en las observaciones arriba mencionadas y en otros datos bioquímicos que demostraron
que la proteína PrPc consta de una sola cadena polipeptídica y, por lo tanto, que su estructura
espacial no está sujeta a finos cambios regulatorios como es el caso de las proteínas oligoméricas
(proteínas que con tan de más de una cadena polipeptídica), propuse en 1992 que la replicación
de PrPsc es un proceso similar a la cristalización. En este proceso la Prpsc infecciosa actúa como
una "semilla" o "núcleo" de cristalización que facilita la tansformación de la proteína normal PrPc
en la forma patogénica y anormal PrPsc. Hasta la fecha, no se conocen los mecanismos que
regulan los procesos de cristalización en general. Sin embargo, es un hecho bien establecido que
los químicos cristalógrafos utilizan pequeños cristales como "semillas" o "núcleos" que permiten y
aceleran la formación de cristales a partir de soluciones supersaturadas de diversas moléculas.
Los fagos pueden generar el ciclo lítico o el ciclo lisogénico, aunque muy pocos son capaces de
llevar a cabo ambos. En el ciclo lítico, las células hospedadoras del fago son lisadas (destruidas)
tras la replicación y encapsulación de las partículas virales, de forma que los nuevos virus quedan
libres para llevar a cabo una nueva infección.
Por el contrario, en el ciclo lisogénico no se produce la lisis inmediata de la célula. El genoma del
fago puede integrase en el ADN cromosómico de la bacteria hospedadora, replicándose a la vez
que lo hace la bacteria o bien puede mantenerse estable en forma de plásmido, replicándose de
forma independiente a la replicación bacteriana. En cualquier caso, el genoma del fago se
transmitirá a toda la progenie de la bacteria originalmente infectada. El fago queda así en estado
de latencia hasta que las condiciones del medio se vean deterioradas: disminución de nutrientes,
aumento de agentes mutagénicos, etc. En este momento, los fagos endógenos o profagos se
activan y dan lugar al ciclo lítico que termina con la lisis celular.

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