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LÓPEZ, EL MAYOR HOMICIDA EN LA HISTORIA

DE CHILE ERA DE ÑUBLE

Quizás cuántos Bartolo había en el Chillán de 1903, pero ese nombre tan
común en esos años era la única pista que tenían los oficiales de la prefectura
de Ñuble, para dar con quien sería el mayor asesino de la historia de nuestro
país: Juan de Dios López. Para la policía fiscal y aún no profesionalizada de
la época, su captura era una obsesión debido a que se le responsabilizaba por
la muerte de al menos 16 personas entre baqueanos, comerciantes,
agricultores, policías y un juez, además de a lo menos cuatro violaciones e
innumerables robos a mano armada.

La historia de quien fue conocido como el “Capitán de Bandoleros” desde el


Maule hasta Valdivia, “ha sido documentada en parte en el libro Chillán
Viejo, Cuna de Héroes y Madriguera de Bandidos, de Vicente Recabarren y
por el escritor Modesto Segundo Pascual, del que poco y nada se sabe”,
advierte el historiador de la UBB, Alejandro Witker. Pero si los datos
recopilados de los archivos del Cuerpo de Gendarmes de la época, son
correctos, sin duda este criminal nacido en el Fundo San Vicente de Bulnes
hace exactos 140 años de hoy, estaría a la cabeza de los principales homicidas
en serie de nuestra historia.

Ese nefasto ranking lo secundarían el agente de la dictadura militar, Álvaro


Corbalán, con 15 homicidios acreditados, por los que se le condenó a100
años de cárcel en Punta Peuco. Luego, Julio Pérez Silva, el violador de Alto
Hospicio, condenado en 2001 por 14 delitos de violación con homicidio de
mujeres de entre 14 y 45 años. Más atrás están los excarabineros Carlos Topp
Collins y Jorge Sagredo, -los “Sicópatas de Viña del Mar”- fusilados por ser
los autores de 10 homicidios y cuatro violaciones; y Catalina de los Ríos y
Lisperger, “la Quintrala”, a quien durante el siglo XVII también se le imputó
la muerte de diez personas (aunque no por mano propia) y varios delitos de
tortura y amputaciónes sin que jamás se le castigara penalmente.

Por último, están Jorge Valenzuela Torres, el “Chacal de Nahueltoro” (otro


ñublesino), autor de la muerte de su conviviente y la de sus cinco hijos en
1960, lo que le significó ser fusilado en Chillán; y el ciudadano francés Emile
Dubois quien entre 1905 y 1906 asesinó a cuatro personas, entre ellos al
primer alcalde de Providencia y otros tres comerciantes alemanes en
Valparaíso, según él, por dedicarse a la usura. También fue fusilado.

Los muertos de López


Eran las 9 de la mañana del 22 de febrero de 1903 y lo que el prefecto
provincial de Ñuble y sus hombres habían averiguado tras capturar a uno de
los secuaces de López, es que éste se había refugiado en la casa de un tal
Bartolo en Chillán. El prefecto, Juan Alberto Arce, sabiendo que el forajido
los había burlado en innumerables oportunidades e incluso arrancó de todas
y cada una de las cárceles de Ñuble, Maule y de la provincia argentina de
Neuquén, posicionó un escuadrón en Collín con Pedro Aguirre Cerda, fuera
de la conocida curtiembre que funcionó hasta los 80 en Chillán.

Fue en esa misma esquina donde cometió su primer homicidio, con 15 años
de edad, tras salir bajo fianza de su primera reclusión, a la que cayó por robo
de ganado. Con una piedra, le partió la cabeza a un comerciante de frenos y
espuelas a quien le sustrajo su mercancía y 95 pesos de la época. Otro
contingente lo esperaba en el llamado puente Los Chanchos, (Avenida
España con Argentina), puesto que generalmente huía a la cordillera para
esconderse con sus bandoleros, quienes por cierto le tenían un miedo
supremo, según el autor del libro.

Ellos fueron testigos del homicidio de un guardia de seguridad en calle


Carrera, en 1901, quien intentó evitar que entrara a robar en la casa de Sabina
Navarrete dueña del prostíbulo al que López y compañía solían acudir. De
hecho, eran las mismas prostitutas quienes le entregaban datos sobre
comerciantes que portaban dinero, o de cajas fuertes ubicadas en las casas de
sus clientes beodos y boquifloja.

Al año siguiente se despachó al comerciante Cristóbal Contreras, a quien


asaltó a días de su matrimonio en su casa en San Nicolás, ocasión en que
además le reventó la lengua y los ojos con un punzón caliente a los
trabajadores del recién casado, para que no pudieran reconocerlo. Para el
historiador y experto en la historia de la delincuencia en el Bío Bío, Gustavo
Campos, “esa forma de proceder era clásica de los cuatreros de la época,
recordemos que el crimen rural siempre ha sido más salvaje y cruel que el
que hay en los sectores urbanos”.

También en 1902, mató a un sargento de Pemuco que trató de evitar el robo


a la casa de un comerciante. Meses después, esta vez en El Carmen, esperó
paciente en una calle hasta encontrarse de frente con el juez de Subdelegación
que llevaba una investigación en su contra, para fulminarlo a tiros y huir. La
lista de víctimas fatales se extiende con nombres de comerciantes y
vendedores quienes fueron asaltados a la salida de tabernas o cuando
cruzaban hacia Argentina para vender sus productos, o bien cuando volvían
con las ganancias.

A esas alturas, la mayoría de los comerciantes cordilleranos simplemente


optaban por pagarle un peaje al asaltante antes que terminar muerto o
mutilado, y perderlo todo. La policía lo buscaba impotente. Juan de Dios
López contrajo matrimonio en Chillán, haciéndoles creer a la novia y a sus
padres que era un comerciante argentino llamado Juan Javier Aldunate, esto
para esconder que ya se había casado en Neuquén, sin embargo el primer
suegro al conocer los pergaminos de López lo echó de la casa, razón por la
que meses después volvió con sus secuaces y lo asesinó a puñaladas. De esta
forma, las presiones por su captura también llegaban del otro lado de la
cordillera.

Para Witker, resulta complejo acreditar o desacreditar tales cifras y relatos


“porque los cronistas de esa época no eran tan rigurosos. Pese a que Modesto
Pascual no lo conozco, sí ubico el trabajo de Recabarren y él si me parece un
escritor serio. De todas formas, el actuar de este bandido López no es de
extrañar en esa ápoca”.

Muerte, valor y honor


Un tercer grupo de policías aguardaba en la entonces llamada calle
Talcahuano, hoy Arturo Prat, por si intentaba huir hacia Los Ángeles, donde
cometió uno de los delitos que más terror causaron en la zona. Con sus dos
principales compinches, Hipólito Campos (analfabeto y de una fuerza
descomunal) y Tiburcio Guzmán (letrado y pequeño) llegaron a la casa de un
agricultor identificado solo como “N”, quien al principio los confundió con
unos parientes por lo que salió en su encuentro.

Encañonado volvió a la casa y tras obligar a sus hijas a cocinar para ellos, les
robaron $1.500 de la época (una fortuna) y violaron a las mujeres frente a sus
ojos. “Con esto ya perdió hasta el apoyo de los rurales, quienes solían
celebrar los robos y engaños a sus patrones, comunmente tiranos. En esa
época, los rurales le tenían cierta simpatía a los bandoleros, pero a los
violadores y a quienes golpeaban ancianos, que también era el caso de López,
sencillamente les parecía satánico”, apuntó Campos.

Fue un sargento quien llegó con el dato que un tal Bartolo Baeza era amigo
de López y fue en su casa de calle O´Higgins donde encontraron el caballo
negro del fugitivo. Pero el bandolero no estaba. Y otro oficial que participó
de la captura de sus dos fieles compinches semanas antes, recordó que se
hacía llamar Juan Javier Aldunate y que se había casado bajo el delito de
bigamia con Jenoveva Alanís, domiciliada en calle Carrera.

Dejando los caballos a dos cuadras de distancia de esa vivienda, fueron a pie.
Cuando el prefecto Arce daba las últimas instrucciones para perpetrar el
allanamiento, el subinspector Sartorio Yáñez, advirtió ruidos en la casa por
lo que avanzó primero. Justo cuando estaba por llegar se abrió la puerta y un
joven veinteañero salía de ella.
Le puso la mano en el pecho y la pistola en la cara y nervioso gritó: “¡Acá
está el bandido, mi comandante!”.

López se lanzó al interior de la casa y trabó la puerta, el tiempo suficiente


como para que sus moradores huyeran. Antes que él pudiera escapar, fue
atrapado otra vez por Yáñez quien le hirió la cabeza con la empuñadura del
arma, lo que no evitó que el bandolero diera tal lucha que envió a varios
oficiales al suelo solo con sus puños.
Fatigado, herido y en desventaja numérica, fue reducido y llevado al
calabozo.

Días después, cuando tras confesar 16 muertes, cuatro violaciones y su


bigamia, prometió llevar a la policía a su guarida para entregar sus caballos,
las monturas y las armas. Pero en el trayecto, saltó del carro y maniatado
corrió buscando que le dispararan. “Mátenme si quieren, pero a la cárcel no
me voy”, les dijo el día de su arresto. Un balazo certero cumplió su deseo. La
leyenda terminaba así, en marzo de 1903. La policía recuperó gran parte de
lo robado, caballos y armas, entre ellas, una que en su empuñadura tenía la
leyenda “no me saques sin valor, no me guardes sin honor”.

El profesor Campos, finalmente advierte que “pese a que el temor popular


solía atribuir cualquier muerte al personaje más temible de la época, como
ocurrió con el Chacal de Nahueltoro al que al principio le imputaron otros
homicidios que nunca cometió, acá lo destacable es que López sí confesó,
porque él no buscaba salvarse y eso sí acredita el relato”. La única foto que
hay de López es una donde aparece muerto junto a otros detenidos
vivos. Macabro tal vez, pero la necesidad de demostrarle a Chile que el terror
de la montaña había muerto era, al menos para la policía, una urgencia que
no admitía delicadezas.

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