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El Dios en quien no creo (Por Juan Arias)

Yo nunca creeré en:


El Dios que “sorprenda” al hombre en un pecado de debilidad
El Dios que condene la materia
El Dios que ame el dolor
El Dios que ponga luz roja a las alegrías humanas
El Dios mago y hechicero
El Dios que se hace temer o no se deja tutear
El Dios que se haga monopolio de una iglesia, de una raza, de una cultura o de una casta
El Dios que juega a condenar
El Dios que “manda” al infierno
El Dios incapaz de perdonar lo que muchos hombres condenan
El Dios incapaz de comprender que los niños deben mancharse y son olvidadizos
El Dios que exija al hombre, para creer, renunciar a ser hombre
El Dios a quien no temen los ricos a cuya puerta yace el hambre y la miseria
El Dios al que adoran los que van a Misa y siguen robando y calumniando
El Dios que no supiese descubrir algo de su bondad, de su esencia, allí donde vibre un amor por equivocado que sea.
El Dios que condene la sexualidad
El Dios para quien fuese el mismo pecado complacerse con la vista de unas piernas bonitas que calumniar y robar al prójimo
o abusar del poder para medrar o vengarse.
El Dios morfina para la reforma de la tierra y sólo esperanza para la vida futura
El Dios de los que creen que aman a Dios porque no aman a nadie
El Dios que dé por buena la guerra
El Dios que pretenden que el cura rocíe con agua bendita los sepulcros blanqueados de sus juegos sucios
El Dios que negase al hombre la libertad de pecar
El Dios a quien le falte perdón para algún pecado
El Dios que aceptase y diese por bueno todo lo que los curas/pastores decimos de El
El Dios que ponga la ley por encima de las personas
El Dios que prefiera la pureza al amor
El Dios que no pueda descubrirse en los ojos de un niño
El Dios que aniquilara para siempre nuestra carne en lugar de resucitarla
El Dios que aceptara por amigo a quien pasa por la tierra sin hacer feliz a nadie
El Dios que al abrazar al hombre aquí en la tierra no supiera comunicarle el gusto y la felicidad de todos los amores humanos
juntos
El Dios que no se hubiera hecho verdadero hombre con todas sus consecuencias
El Dios en el que yo no pueda esperar contra toda esperanza.

Sí, mi Dios es el otro Dios.

UN NUEVO CREDO. Frei Betto


Creo en el Dios liberado del Vaticano y de todas las religiones
existentes y por existir.
El Dios que antecede a todos los bautismos, preexiste antes
que los sacramentos y desborda todas las doctrinas religiosas.
Libre de los teólogos, se derrama gratuitamente en el corazón
de todos, creyentes y ateos, buenos y malos, de los que se
creen salvados y de los que se creen hijos de la perdición, y
también de los que son indiferentes a los abismos misteriosos
del más allá de la muerte.
Creo en el Dios que no tiene religión, creador del Universo,
donador de la vida y de la fe, presente en plenitud en la
naturaleza y en los seres humanos. Dios orfebre de cada
ínfimo eslabón de las partículas elementales, desde la
refinada arquitectura del cerebro humano hasta el sofisticado
entrelazado del trío de cuarqs.
Creo en el Dios que se hace sacramento en todo lo que
acerca, atrae, enlaza y une: el amor. Todo amor es Dios y
Dios es lo real. En tratándose de Dios, dice bellamente Rumi,
“no se trata del sediento que busca el agua sino del agua que
busca al sediento. Basta con manifestar la sed y el agua
mana”.
Creo en el Dios que se hace refracción en la historia humana
y rescata todas las víctimas de todo poder capaz de hacer
sufrir al otro. Creo en teofanías permanentes y en el espejo
del alma que me hace ver a Otro que no soy yo. Creo en el
Dios que, como el calor del sol, siento en la piel, aunque sin
conseguir contemplar o agarrar el astro que me calienta.
Creo en el Dios de la fe de Jesús, Dios que se hace niño en el
vientre vacío de la mendiga y se acuesta en la hamaca para
descansar de los desmanes del mundo. El Dios del arca de
Noé, de los caballos de fuego de Elías, de la ballena de Jonás.
El Dios que sobrepasa nuestra fe, disiente de nuestros juicios
y se ríe de nuestras pretensiones; que se enfada con nuestros
sermones moralistas y se divierte cuando nuestro arrebato
profiere blasfemias.
Creo en el Dios que, en mi infancia, plantó una acacia en cada
estrella y, en mi juventud, se asomó cuando me vio besar a
mi primera novia. Dios fiestero y juerguista, el que creó la
luna para engalanar las noches de deleite y las auroras para
enmarcar la sinfonía pajarera de los amaneceres.
Creo en el Dios de los maníaco-depresivos, de las obsesiones
sicóticas, de la esquizofrenia alucinada. El Dios del arte que
desnuda lo real y hace resplandecer la belleza preñada de
densidad espiritual. Dios bailarín que, sobre la punta de los
pies, entra en silencio en el palco del corazón y, comenzada la
música, nos arrebata hasta la saciedad.
Creo en el Dios del estupor de María, del camino laboral de
las hormigas y del bostezo sideral de los agujeros negros.
Dios despojado, montado en un borrico, sin piedra donde
reclinar la cabeza, aterrorizado de su propia debilidad.
Creo en el Dios que se esconde en el reverso de la razón
atea, que observa el empeño de los científicos por descifrarle
su juego, que se encanta con la liturgia amorosa de cuerpos
excretando jugos para embriagar espíritus.
Creo en el Dios intangible al odio más cruel, a las diatribas
explosivas, al corazón hediondo de aquellos que se alimentan
con la muerte ajena. Dios, misericordioso, se agacha hasta
nuestra pequeñez, suplica un suave masaje y pide arrullos,
exhausto ante la profusión de idioteces humanas.
Creo, sobre todo, que Dios cree en mí, en cada uno de
nosotros, en todos los seres engendrados por el misterio
abismal de tres personas unidas por el amor y cuya
suficiencia desbordó en esta Creación sustentada, en todo su
esplendor, por el hilo frágil de nuestro acto de fe.

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