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12-04-2018

La era de los gobernautas


Lucas Malaspina
Crisis

China va a elaborar un ranking de ciudadanos según su historial crediticio, que habilitará una
navegación jerarquizada de Internet. Estados Unidos volteó la neutralidad de la red, lo que
significa un poco lo mismo pero con la segmentación en manos privadas. Cambiemos cruza los
datos de la Anses con los de Google y Facebook y sale a tocar timbres en el escarpado conurbano
bonaerense con un 70% de efectividad. El descalabro generado por el descubrimiento de la
operación Cambridge Analytica explica por qué los algoritmos se guardan bajo siete llaves y todos
niegan utilizarlos para fines electorales. Lo privado desaparece y el capitalismo se engulle la
democracia. Las guerras del futuro van a ser por los datos.

Durante la última contienda electoral se confirmó que Cambiemos está operando entrecruzamiento
de informaciónelectoral con datos socioeconómicos a gran escala. El equipo de campaña manejado
por el jefe de gabinete de Vidal, Federico Salvai, combinó los resultados de una detallada encuesta
producida por la consultora ecuatoriana Informe Confidencial (ligada a Durán Barba) junto con las
estadísticas de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, por un lado, y con los
resultados de las PASO, por el otro. Así geolocalizaron el voto y las preferencias de los votantes de
cada barrio de la provincia. Del maridaje entre big data, micro-targeting y presupuesto público
parece surgir una ingeniería de las opiniones que ni siquiera Joseph Goebbels hubiera soñado.

Desde el entorno de la gobernadora Vidal negaron que se haya aplicado big data. Dicen que solo
incursionaron en el campo de la "microsegmentación", aunque admitieron la búsqueda de "canales
de contactación", por ejemplo Facebook, donde los usuarios habrían recibido mensajes específicos
según su ubicación. En cambio, los asesores de 1País -así se llamó el massismo en las últimas
elecciones- fueron más aventurados: "La big data nos permite buscar la mayor porosidad posible.
Ya no se trata de la información de un grupo, sino de un individuo".

Ricardo Rodríguez, uno de los encargados de organizar los timbreos superprofesionalizados del
oficialismo, afirmó que dividieron Lanús en siete zonas que fueron rastrilladas por cuatro equipos
de treinta personas. Rodríguez se jactó de su efectividad: "Siete de cada diez personas que nos
atienden en el timbreo terminan apoyando la gestión". Los coordinadores de estas cuadrillas fueron
habilitados a un acceso parcial (es decir, limitado al territorio que cubrieron) al resultado del
entrecruzamiento de datos geolocalizado para implementar mejor el mensaje electoral.

En este marco, a nadie puede sorprender el giro posdemocrático de la Secretaría de Medios, que
pidió a la Anses acceso a su base de datos. La publicidad de Google o Facebook (corporaciones que
no pagan impuestos en el país, pero sí acceden a contratos estatales millonarios) permite trackear
usuarios una vez que entran a tu negocio o cargar planillas con mails o números de teléfono para
afinar la llegada de los anuncios. El límite en el uso de la información estatal solamente parece

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estar en los escrúpulos de los mismos funcionarios que mienten en sus declaraciones al fisco.

carnaval posdemocrático

A finales del siglo pasado, la caída del Muro de Berlín, presentada como la victoria de la
democracia capitalista sobre la dictadura comunista, prometía la protección de las libertades
individuales bajo el paraguas de la vida privada, contrapuesta a una esfera pública donde triunfaba
siempre la fuerza de gravedad de las mayorías. Pero esas épocas terminaron. En la posdemocracia
el desarrollo de Internet y la apropiación de una enorme base de datos personales por parte de un
grupo cada vez más concentrado de corporaciones, abona lo que Juan Carlos Monedero describe
como "el intento de desplazar la política a un lugar neutral, para así proclamar la muerte del
antagonismo político" (Nueva Sociedad, 2012).

Mario Riorda, consultor experto en comunicación política, denominó "gobernautas" a los ejecutores
de esta pospolítica: para estar a la altura de la época los gobernantes deben garantizarse equipos
capaces de analizar datos a gran escala, incluyendo una necesaria escucha activa de las redes
sociales. Los riesgos son múltiples: la hipertrofia, puesto que en nuestra actividad digital todo el
tiempo estamos votando, eligiendo y calificando; y la adulteración, porque la capacidad de
monitorear y analizar lo que se desea y se piensa solo está al alcance de las grandes empresas (y
del Estado). Lo importante es que se ha roto la intermediación entre la vida privada y la pública: el
99% se vuelve transparente para el 1%. Las audiencias microfragmentadas y traslúcidas son un
sujeto que ya no puede ser pensado como el portador de la "soberanía popular".

Estamos a las puertas de un mundo donde las personas pueden calificarnos y ser calificadas en
cada interacción social que realicen. Y en el que las puntuaciones, a la vez, influyen sobre el
estándar de vida. Es el caso del "Sesame Credit", que por ahora funciona con adscripción voluntaria
pero a partir de 2020 será obligatoria. El "Aviso del Consejo de Estado sobre la emisión del
esquema de planificación para la construcción de un Sistema de Crédito Social (2014-2020)",
emitido por los peces gordos de la República Popular China el 14 de junio de 2014, podría inspirar
muchos relatos distópicos. ¿De qué se trata?

la obediencia gamificada

El Sesame Credit se presenta como un medio para perfeccionar la "economía de mercado


socialista" y fortalecer la gobernabilidad. El comportamiento de cada ciudadano y persona jurídica
en China serán calificados, indizados y rankeados por el Estado posmaoísta, independientemente
de su voluntad. Hasta aquí tiene similitudes con la norteamericana Peeple: se trata de una app muy
polémica que permite puntuar a las personas en los planos personal, profesional y sentimental.

Una de las razones que justifican el Social Score es que el gobierno no posee estudios de mercado
sobre la confiabilidad crediticia de los ciudadanos. Para implementarlo, de hecho, precisa de

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Alibaba, una suerte de Amazon chino que ya cuenta con gran cantidad de información para valorar
a los usuarios orientales. En una absurda comparación con la Argentina amarilla, podríamos decir
que es como si Macri intentara medir la confianza económica de los habitantes mediante una base
de datos fundada en MercadoLibre (lo cual no sería del desagrado de su dueño Marcos Galperín,
quien anunció la intención de competir con las entidades bancarias y ya implementó cambios en
esa dirección).

En Estados Unidos y también en la Argentina, de hecho, se aplican modelos de credit scoring para
determinar quién puede recibir un préstamo, a qué tasa de interés y con qué límites de crédito. El
llamado Sistema de Crédito Social a construirse en China establece "una puntuación que oscila
entre 350 y 950 puntos. Alibaba explicó sucintamente qué factores se tomarán en cuenta. El
primero es el historial de crédito. Por ejemplo, ¿el ciudadano paga su factura de electricidad o
teléfono a tiempo? Luego, está "la capacidad del usuario para cumplir con sus obligaciones
contractuales", según leemos en sus directrices. El tercer factor refiere a características personales
como el número de teléfono móvil y la dirección. Y es la cuarta categoría, el comportamiento y las
preferencias, "donde se vuelve interesante", según Rachel Bostman, autora de Who Can You Trust?
How Technology Brought Us Together and Why It Might Drive Us Apart (New York, 2017). Los
puntos que cada persona tenga, al igual que en Black Mirror, tendrán que ver con lo que sus
amigos dicen y hacen, más allá de su propio contacto con ellos. Una versión moderna y estatizada
del "dime con quién andas y te diré quién eres".

La oscuridad del mecanismo es fuente de desconfianzas. Según Bostman, Alibaba "no divulga el
‘algoritmo complejo’ que utiliza para calcular el número". Los ciudadanos que otorgaron sus datos
a la versión roja de MercadoLibre no lo hicieron con el fin de que el Estado evalúe sus gustos o
preferencias sino en el libre ejercicio de su derecho a comerciar. Una vez procesada esa
información, el Partido Comunista ahora se decide a fisgonear a gran escala para clasificarlos. Si
Wung se compró una patineta o si Cheng recibió una mala puntuación porque el comprador de su
auto lo acusa de haberlo defraudado, será interpretado con el fin de inhibir o promover a las
personas. "Alguien que juega videojuegos durante diez horas al día, por ejemplo, sería considerado
una persona inactiva", dice Li Yingyun, director de Tecnología de Sesame.

Los números que determinan el éxito laboral o académico y hasta condicionan la vida emocional y
sexual, son usufructuados por una compañía que se asegura su reproducción ayudando a que el
Estado nos vea y nos juzgue todo el tiempo a través de nuestros teléfonos celulares. En este nuevo
tipo de gobierno el capitalismo se contrapone a la privacidad. Como decía Mark Fisher, autor de
Realismo capitalista (Londres, 2009), se viene el "estalinismo de mercado".

Los puntajes más altos del Sesame Credit ya se han convertido en un símbolo de status, con casi
cien mil personas alardeando sobre sus puntajes en Weibo (el Twitter chino) a los pocos meses de
su lanzamiento. Suena delirante, pero el Partido Comunista utilizará el puntaje de un ciudadano
para afectar sus probabilidades de obtener una cita o matrimonio. Es que cuanto mayor sea su
calificación en Sesame, más prominente es su perfil de citas en Baihe (la plataforma nacional de
matchmaking, similar a Tinder o Happn). Un alto rankeo en Sesame Credit no solo servirá para
obtener mejores préstamos, sino que además permitirá hallar mejores trabajos y avanzar en los
trámites burocráticos. Un bajo rankeo hará que su Internet sea más lenta y una seria limitación
para sobrevivir y desarrollarse académica o profesionalmente. En las últimos semanas, el Banco
Popular de China demoró las licencias a las ocho compañías que estaban implementando estas

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tecnologías, pero la idea de lanzar el Sistema de Crédito Social en 2020 se mantiene sin cambios.

occidente y la compañía

Es necesario volver a mirar Occidente a la luz de esta enorme transformación política que impulsa
Xi Jinping . Parece tranquilizador marcar algunas distancias superficiales con el modelo chino, pero
son muchas las asombrosas coincidencias. Compañías como Amazon, Google, Facebook, Apple,
IBM, y más atrás Netflix o Spotify van en la misma dirección.

Mark Zuckerberg, el amo y señor de los territorios de Facebook, Instagram y ahora también
WhatsApp, sostiene que la privacidad ya no es más una norma social. Según la teórica y activista
italiana Tiziana Terranova, autora de Network Culture. Politics for the Information Age, "la mayoría
de los usuarios habituales de Internet están sujetos al poder de algoritmos como el PageRank de
Google (que clasifica los resultados de nuestras búsquedas) o el EdgeRank de Facebook (que
automáticamente decide en qué orden recibimos las novedades en nuestro muro de noticias)".
Adam Mosseri, el jefe del News Feed en Facebook, anunció a principios de 2018 uncambio en el
Edge Rank que priorizará a partir de ahora el contenido de las personas y, para poder ver con
frecuencia contenidos de páginas, será necesario avisarlo específicamente a la aplicación. Una de
las razones es el intento de revertir la crisis de la compañía tras haber sido vehículo de la injerencia
de Rusia en las elecciones estadounidenses.

Para el CEO de Google, Eric Schmidt, "si tienes algo que no quieres que nadie sepa, quizás no
deberías hacerlo en primer lugar". Alexander Nix, de la firma de datos Cambridge Analytica, famosa
por sus campañas por el Brexit y Trump, se jacta de que su compañía "perfiló la personalidad de
cada adulto en los Estados Unidos". Es comprensible entonces el grado de optimismo de los CEO y
su esperanza en el Big Data. Para el economista jefe de Google, Hal Varian (autor de manuales con
los que se aprende microeconomía desde hace treinta años), la resistencia a la pérdida de
privacidad no será un problema porque "las ventajas en términos de conveniencia, seguridad y
servicios serán gigantes".

Al igual que en The Circle, la película protagonizada por Emma Watson y Tom Hanks, observamos
que mas allá del accionar gubernamental (inevitablemente patente en el caso chino), es la
ideología del valle de silicio la que se vanagloria de construir una gran KGB omnipresente y
universal en base al e-commerce y la Big Data. Fisher también describió la lógica que este
fenómeno lleva inscripta al decir que "nos encontramos integrados en un sistema de control cuyo
único mandato son nuestros deseos y preferencias que vuelven, no como los propios, sino como las
preferencias y deseos del gran Otro".

"La civilización es el progreso hacia una sociedad de privacidad", escribió en 1943 Ayn Rand, una
de las escritoras de cabecera de Mauricio Macri. Sin embargo, ya en 1984 el jurista Richard Posner
publicó su "teoría económica de la privacidad": para él, la privacidad obstaculiza el capitalismo al
interrumpir el libre flujo de información y generar ineficiencia bursátil. Posner planteó que "la gente
no debería, en términos económicos en ningún caso, tener derecho a ocultar hechos materiales

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sobre sí mismos".

Históricamente el surgimiento de la estadística social tiene que ver con objetivos demográficos,
sanitarios o de planificación económica. Y está a cargo exclusivamente del Estado. En la actualidad
las grandes corporaciones parecen estar tomando el liderazgo en la capacidad de recopilar
estadísticas sociales y de nombrar al mundo (o a los objetos del mundo) en torno a los que gira
nuestra acción. Por ejemplo, Uber está proveyendo datos para planificar la obra pública de
infraestructura urbana. Por otra parte, el capitalismo siempre recogió datos rentables de sus
trabajadores de manera compulsiva, pero solo recientemente con la proliferación de tecnologías
inteligentes que disuelven mutuamente la vida privada en la pública, con el desarrollo del "Internet
de las cosas", nos encontramos ante un sistema que penetra mucho más allá del trabajo,
agregando una dimensión de creación de valor no remunerado a nuestras actividades personales.

algoritmos para un mundo sin secretos

A fines de 2001, Google estaba considerando silenciosamente un cambio en el sistema de votación


que permitiera a los usuarios impactar de manera transparente la clasificación de sus resultados de
búsqueda. La cofundadora de SiteLab, Dana Todd, calificó el enfoque como un refuerzo de la
"consciencia del usuario", pero la función transparente nunca llegó al mercado. Según Google, la
recolección masiva de datos funciona mejor de forma encubierta e indirecta. Un intercambio activo
-como con un cuestionario o una encuesta de servicio al cliente, por ejemplo- revela la labor que
implica alimentar un algoritmo mágico. Ernesto Calvo, profesor en el Departamento de Gobierno y
Política de la Universidad de Maryland y autor de Anatomía política de Twitter en Argentina, dice
que, si intuimos la orientación de quien pregunta, estamos predispuestos a tergiversar nuestra
respuesta a fin de provocar una "disonancia cognitiva". Google se previene de nuestras artimañas
proponiéndonos sistemática y subrepticiamente regalar información sobre sus movimientos a
través del espacio físico (Maps), futuros anticipados (Calendar) y métricas del uso diario de Internet
(Chrome).

Este data entry tan continuo como invisible se volvió rápidamente estratégico en el modelo
comercial de Google así como para Amazon, que comenzó a monetizar desde 2003 datos de
usuarios utilizando un amplio conjunto de historiales de compras individuales para alimentar
algoritmos que construyeran índices de similitud entre los diversos artículos y herramientas, y al
mismo tiempo construir perfiles de los consumidores. Fueron así pioneros de la publicidad digital,
aprovechando los metadatos a través de un complejo sistema de recomendaciones. Amazon no
automatizó el trabajo de un empleado minorista sino que simplemente legó el laburo del empleado
a los propios consumidores, quienes lo realizan en el acto mismo deconsumir. De este trabajo
oculto e impago nos habla el marketing 2.0 -como sin querer queriendo- cuando conceptualiza a los
prosumers (el consumidor productor).

El progresismo ha abordado el asunto escasamente, en general desde programas más bien


conservadores. Es el caso de la propuesta de Bernie Sanders que sugiere atacar la existencia de
este tipo de monopolios. Una cooperativa local podría hacer una app para vencer a Uber, pero no
podría construir un auto sin conductor: esto requiere una inversión masiva y una infraestructura

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para recolectar y analizar todos los datos. Uno puede, por supuesto, crear también cooperativas de
propiedad de datos, pero es poco probable que se escale hasta competir con Google o Amazon.

En otro plano, pero en el mismo sentido, se inserta el fin de la "neutralidad de la red".


Recientemente, Donald Trump pateó el tablero y decidió revertir una medida fundamental tomada
por Barack Obama en 2015. La medida garantizaba que ningún usuario ni empresa podía pagar ni
cobrar para recibir un trato prioritario, descargando datos a mayor velocidad o discriminando en
contra de contenidos de la competencia. Su reversión significa un nuevo capítulo en la feroz batalla
entre "telcos" (gigante de las telecomunicaciones como Verizon, Comcast y AT&T) y OTT (servicios
Over The Top, "los que ofrecen empresas que no controlan las redes mediante las que son
distribuidos", por ejemplo Facebook o Netflix). El cambio se presenta como una "victoria de la
libertad" pero destruye la Internet entendida como "bien público": los proveedores de la red podrán
bloquear o ralentizar la velocidad de conexión en función del precio que pague el cliente o la página
web que esté visitando. Habrá entonces, una Internet de primera y una Internet de segunda.

Mientras tanto, Amazon se suma a Google, Microsoft, Facebook e IBA, al salir a la cancha de los
servicios en Inteligencia Artificial basados en la nube. Así, proveerá sistemas para reconocer
objetos en imágenes, procesar comandos de voz y operar aplicaciones de chatbot. La revolución de
la Inteligencia Artificial fue posible solo porque un puñado de compañías, de hecho, disfrutaron del
estatus de cuasimonopolios. Diez mil nuevas empresas, cada una de las cuales posee una pequeña
porción del imperio de datos de Google, difícilmente producirían un auto sin conductor. En vez de
pugnar por la atomización de la web en clave de libre competencia, quizás el campo popular
debería luchar por la democratización de los datos (en especial, el blanqueo del funcionamiento de
los algoritmos con que se los procesa) y por la remuneración del silencioso trabajo digital de los
prosumers. Si esperamos demasiado, quizás, como en China, ya sea muy tarde para patalear.

Fuente: http://www.revistacrisis.com.ar/notas/la-era-de-los-gobernautas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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