Como hemos visto a lo largo de los capítulos anteriores, sin el sujeto es imposible el
proceso educativo. De hecho, para que se pueda hablar apropiadamente de
educación se requiere en efecto la participación del sujeto. Éste, sin duda, es uno de
los actores principales de la educación.
Hemos dicho por tanto que cada individuo es el destinatario de todo proceso
orientado a su transformación. La persona es, entonces, el sujeto mismo de la
educación. Como sabemos, ésta posee unas características propias que le permiten la
apertura a los demás y obrar libremente realizándose a través de sus actos. Estas
características son las siguientes: singularidad, autonomía, apertura al mundo y
unidad.
El primer rasgo de persona que debe destacarse es su singularidad, esto es, que cada
persona es única, irrepetible, irremplazable, con unas características propias que la
diferencian de los demás. Que la persona es autónoma significa que la persona es
capaz de gobernarse a sí misma, que puede asumir su propio proyecto de vida, que
es capaz de proponer y diseñar sus propios objetivos, que puede decidir, en
definitiva, quién quiere ser y cómo quiere actuar en el contexto en el que vive. En
tercer lugar, es propia del ser humano la sociabilidad, es decir, la apertura a los
demás y al mundo que nos rodea. De acuerdo con esto, al convivir, construimos
nuestra identidad, pues para ello necesitamos de otro punto de referencia que no sea
nosotros mismos. Finalmente, la unidad personal hace referencia a la unidad integral
de todas las dimensiones que constituyen al hombre.
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Es por esto que la educación debe perseguir el desarrollo de todas las dimensiones
del ser humano, y que este desarrollo sea equilibrado. Esas dimensiones ya las
hemos destacado anteriormente, pero conviene insistir en la necesidad de una
educación integral, donde se contemple la educación de las dimensiones física,
psicológica, cognitiva, social, afectiva, moral, estética, religiosa, etc. No será
necesario justificar la importancia de cada una de ellas, pero sí diremos algo de cada
una para centrar su contenido.
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Dicho esto, puede entenderse la educación como un proceso de desarrollo integral de
la persona en cuanto totalidad que da unidad a las diversas partes o manifestaciones
que la integran.
En este punto se hace una especie de recapitulación de las claves tratadas a lo largo
del tema. Si los fines de la educación son el pleno desarrollo de la personalidad y de
las capacidades de los alumnos, ser persona supone, entre otras cosas:
Después de todo lo anterior, se puede concluir diciendo, según nuestro libro, que la
educación es un proceso de maduración e integración personal que todo ser humano
deber realizar por sí mismo, pero ayudado por los demás.