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Mario López Rico

AUTOR

Mario Lopez Rico


M:.M:. logia Renacimiento
54 – La Coruña – España,
bajo la Obediencia de la
Gran Logia de España,
donde fue iniciado el 20 de
Noviembre de 2007 y fue
reconocido como maestro
el 22 de Abril de 2010.

A partir del año 2011 co-


mienza a subir la escalera
masónica filosófica del
REAA siendo también, en la
actualidad, Maestro de la
Marca – Nauta del Arco
Real, Compañero del Arco
Real de Jerusalén y Super
excelent master (grado
cuarto y último de los Royal
& Select Master – Rito york)

2
Dedicado a todos los que buscan explicaciones.

El contenido de esta obra se encuentra bajo una licencia Creative Com-


mons. Puede usted publicar, usar o reutilizar cualquier parte de este trabajo
siempre que nombre la fuente original y los cambios incluidos en su trabajo si
los incluye. Cualquier distribución de este escrito o de obra derivada ha de ser
gratuita.

Mario López – 2014


3
Tabla de contenido

Generalidades sobre la muerte ................................................ 5


La muerte en occidente ...................................................................... 6
Desmintiendo algunos dogmas .......................................................... 7
Conclusión........................................................................................... 8
¿Por qué la tememos? .............................................................. 9
Afrontar la muerte ................................................................. 11
Ayudar a morir ...................................................................... 14

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Generalidades sobre la muerte

“La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de
ventaja”

No es sencillo encon-
trar trabajos sobre la muerte.
Es un tema que a nadie gusta;
sin embargo, la muerte es tan
real que vivimos con ella a
cada momento. Como busca-
dores de la luz es un asunto
que no podemos dejar de es-
tudiar y, mucho menos, pode-
mos pasarlo por alto.

Vamos a iniciar una mi-


niserie sobre la muerte y so-
bre la vida porque compren-
der la muerte nos libra del te-
mor a ella y nos permite disfrutar de la vida. Esta idea se encuentra presente
en la obra de Sogyal Rimpomché1 “El libro tibetano de la vida y la muerte”
donde, partiendo del Bardo Thodol2 o libro tibetano de la muerte, nos enseña
a no temer a la muerte y abrazarla como a una amiga que llega siempre a su
hora. Esta obra, prologada por el decimotercer Dalai Lama se encuentra en mi

1
Sogyal Rimpoché es un escritor y maestro del budismo.
2
El Bardo Thodol, más conocido en occidente como El libro tibetano de los
muertos, es una guía de instrucciones para los los moribundos y los muertos que, se-
gún la creencia del budismo tántrico del Tíbet, permite alcanzar la iluminación durante
el periodo inmediato posterior a la muerte y por algunos días más, a fin de evitar re-
nacer e ingresar nuevamente al Samsara, pues se considera que la muerte dura 49 días
y después de ello sobreviene un renacimiento en el ciclo de la reencarnación. Así, el
texto da algunas recomendaciones a tener en cuenta durante ese período intermedio
conocido bajo el nombre tibetano de Bardo.
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lista de obras para recomendar ya que trata el tema desde un punto de vista
filosófico moderno y solo recurre al Budismo tibetano cuando no queda más
remedio, como es el caso del análisis del Bardo Thodol.

Pero realizada la recomendación volvamos al tema y comencemos por


el principio, es decir, que es la muerte, como la vemos en nuestro mundo mo-
derno occidental.

La muerte en occidente

El tema de la muerte en nuestro mundo occidental se encuentra gran-


demente influenciado por los dogmas de las denominadas iglesias Universales
y, especialmente, por la Católica Apostólica Romana. Estas religiones afirman
que a nuestra muerte podemos caer en desgracia eterna por nuestros pecados
y acabar en el infierno. La reacción lógica antes ello es que tengamos temor a
la muerte, no sea que hayamos hecho algo malo. Pero, por supuesto, estas
mismas iglesias nos dan la solución para evitar este destino con algo tan simple
como seguir sus indicaciones y dogmas. Se olvidan, sin embargo, de dar a co-
nocer a sus fieles todo lo necesario, se cuidan mucho de dar solo “lo estricta-
mente necesario” para hacer creer a sus fieles que solo ellas pueden salvarlos.
¿No será que están más interesados en mantener los dogmas que durante mi-
les de años les ha permitido ejercer su poder sobre sus fieles en base al miedo
a la muerte? Yo solo dejo caer la pregunta y ustedes busquen la respuesta.

La sociedad en general no conoce a la muerte, no la comprende y no


sabe que ocurre en dicho momento. La consecuencia es que vive negando la
muerte o aterrorizado por ella. Los que la niegan lo hacen en el sentido de que
no hay porqué preocuparse ya que es algo que llega, inevitable y sin solución.

La gente se toma la muerte con frivolidad y piensa que es algo que le


pasa a todo el mundo, que es algo natural y, si es creyente, que todo irá bien.
La teoría es preciosa hasta el instante que le vemos la cara y nos damos cuenta
de no estar preparados para ella. Nadie nos ha preparado, ni la Iglesia con sus
dogmas lo logra, y tenemos miedo.

Todo esto, la negación, el miedo, el desconocimiento de que la muerte


no es “real”, nos ha llevado a un materialismo desastroso. Al creer que solo
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tenemos una vida tratamos de aprovecharla al máximo, consumimos sin límite,
sin importarnos las consecuencias; no pensamos en un futuro más allá de no-
sotros mismos y así mucho no se preocupan de la contaminación, del cambio
climático, del aumento de la pobreza… “eso no es mi problema, no me afecta,
me habré muerto cuando eso suceda…” se dicen para tranquilizarse y ocultar
su miedo.

Los creyentes
puede que se compor-
ten mejor; son más es-
pirituales. Pero si lo ha-
cen es por miedo, por
el temor grabado a
fuego por los dogmas
de sus iglesias a ser
condenado a un tor-
mento eterno si pecan. Son mejores que los materiales pero viven aterroriza-
dos lo que no es vivir, más bien es un no vivir, sino un morir a cada momento.

Es necesario dar a conocer que la muerte es una gran amiga. Ella no


viene a terminar con nosotros sino a liberarnos de lo material para poder cru-
zar el portal hacia lo espiritual. Ese y solo ese es su trabajo. Un trabajo que
repite en cada vida que tenemos. Si pensamos en un Creador justo y bonda-
doso, como afirman todos los credos, no hay lugar para castigos eternos, no
hay motivos para el temor. Si lo hay para pensar a futuro, futuro más allá de
nuestra vida actual. No se trata ya de dejar un planeta mejor a nuestros hijos
sino a nosotros mismos para el momento de nuestro regreso, de nuestra re-
encarnación.

Desmintiendo algunos dogmas

Hasta el cristianismo acepta la reencarnación solo que se cuida mucho


de decirlo. Si lo hiciese perdería el poder sobre sus fieles, si nos reencarnamos,
implícitamente aparece la opción de la auto-salvación y desaparece la de con-
dena eterna. Ya no necesitamos a la Iglesia para ser salvados. En Mateo 16-33,
Jesús dice a sus discípulos:

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“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
“Y ellos dijeron: unos, Juan el Bautista, y otros Elías; y otros, Jeremías…”

Sólo creyendo y aceptando la reencarnación es posible dar esas res-


puestas; además, Jesús no se enfada por la respuesta, no les regaña y si
niega ser uno de ellos.

En cuanto al tema del infierno, podemos citar los siguientes pasajes:

“Tu empero, eres Dios de perdones, clemente y piadoso; tardo para


la ira, y de mucha misericordia…”
Nehemías 9 – 17

“Porque de Dios es decir: “Yo perdoné, no destruí” Job 34 – 31

Si Dios es clemente, piadoso, perdona y no destruye… ¿Dónde en-


cajamos un infierno eterno?

Conclusión

Volvemos así al principio, es necesario conocer la muerte, librarnos


del yugo de su temor y ver más allá de los dogmas. No se trata de buscarla
pero tampoco de negarle, de huir de ella, de temerla. Solo así aprendere-
mos a vivir, podremos dar sentido a nuestra vida y prepararnos para el
momento de su fin. Ahora que sabemos lo que es no dejemos que los
dogmas de fe nos impongan una vida de miedo, no nos dejemos llevar
como ovejas al matadero. No se trata de ir contra la religión cristiana,
musulmana, judía…sino contra los dogmas creados por sus cúpulas para
mantenernos en una ignorancia conveniente.

Tenemos que leer los libros sagrados con calma, analizando más allá
de todo dogmatismo y descubriremos todo lo oculto a conveniencia; lo
escrito arriba es prueba de ello en la Santa Biblia. Curiosamente, o no
tanto, esto no ha hecho más que afianzar mis creencias porque, más allá
de todo dogma, todas las religiones dicen lo mismo, afirman lo mismo,

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solo se diferencian por el modo de presentarlo y, lo peor, de ocultar aque-
llo que les interesa mantener oculto.

Pero es de la muerte de lo que estamos hablando ¿verdad? Quédese


con esta frase: “Ella no viene a terminar con nosotros sino a liberarnos
de lo material para poder cruzar el portal hacia lo espiritual. Ese y solo
ese es su trabajo”

¿Por qué la tememos?


“La muerte es, en efecto, un enorme misterio;
pero de ella se pueden decir dos cosas: es absoluta-
mente cierto que moriremos y es incierto cuando y
como moriremos”
Sogyal Rimponche

En el capítulo anterior comentamos que la mayoría de la gente vive


con temor a la muerte y afirmamos que uno de los motivos eran los dog-
mas inculcados por las Iglesias denominadas Universales por causa de
una interpretación sesgada y conve-
niente a sus deseos de poder y control so-
bre los fieles. No es, sin embargo, la
única razón y aquí vamos a comentar al-
gunas más.

No conocer cuando moriremos sirve


de excusa para no afrontar la muerte,
siempre se mueren otros, estamos sanos,
fuertes y lo dejamos pasar. En cierto
modo es lo normal porque todos posee-
mos el instinto de vivir y así nos han educado; pero de repente enferma-
mos o tenemos un accidente y nos damos de cara con la muerte sin estar
preparados y surge la pregunta: ¿y ahora qué?

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Uno de los factores que más contribuyen a este miedo es que no sa-
bemos quién somos en realidad. El mundo moderno nos ha creado un
avatar de lo que somos. Nos ha dado un nombre, un trabajo, una familia,
amigos…nos ha creado una identidad y creemos que eso es lo que somos.
Sin esa identidad prefabricada no somos nada y a eso es a lo que tenemos
miedo: a no ser nada. Sin nuestros documentos de identidad, sin nuestras
tarjetas de crédito, sin nuestros diplomas, no somos nadie; no existimos
para la sociedad y, naturalmente, todo eso lo perdemos al morir. Dejamos
todo atrás, sobre todo nuestro cuerpo material, aquello con lo cual nos
hemos identificado siempre, y pensamos: “es el fin, se acabó”.

Los que se quedan no lo llevan mucho mejor. Entierran el cuerpo con


lo mejor que pueden, con las mejores galas, adornan el sepulcro, ponen
una placa con el nombre del difunto, tratan por todos los medios de man-
tener “vivo” el recuerdo como en una especie de catarsis, como diciendo:
“No ha muerto del todo, sabemos dónde está, está aquí”

Nos engañamos a nosotros mismos porque también tenemos miedo


a desaparecer y deseamos tener “una casa eterna” que haga que sigamos
“existiendo” entre los vivos. Pretendemos “vivir” entre los vivos cuando
ya estamos muertos. ¡Qué absurdo! Somos ya seres inmateriales ¿por qué
agarrarse a la materia? La respuesta es muy simple. En primer lugar por-
que así nos lo han enseñado, el muerto no sirve de nada a la sociedad.
Aun habiendo sido famoso, inventor, sabio… muerto ya no es útil; ocul-
tamos su muerte recordando lo que hizo – y nada malo hay en recordar y
aprovechar sus hechos – pero no lo hagamos para ocultar su muerte.

En segundo lugar, nadie nos ha explicado lo que somos en realidad.


Nadie nos ha dicho que somos un ente espiritual eterno encarnado en un
cuerpo material mortal. No sirve para nada explicarlo en la sociedad mo-
derna, no es útil, no ayuda a su evolución. Al menos no desde el punto
materialista de la misma. Por otro lado, nosotros mismos estamos mate-
rializados y vemos el preocuparnos por saber lo que somos como una
pérdida de tiempo, de nuestro valioso tiempo. El tiempo es oro y no po-
demos perderlo en tonterías. Hay que trabajar duro, labrarse un nombre,
darse a conocer, buscar el éxito…en definitiva, crear esa biografía, ese
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personaje sin el cual no somos nada en el mundo y así nos engañamos
hasta que la cruda realidad nos golpea al morir y privarnos de todo ello.

Somos seres inmortales. El mundo material es efímero. Nuestro per-


sonaje terrestre puede ser visto como el personaje de una obra de teatro.
Somos actores. El personaje muere al final de cada representación; pero
el actor sigue viviendo. Si aceptamos esto tan fácilmente porque no ha-
cemos lo mismo cuando se trata de la obra de nuestra vida. No somos el
personaje material de habita la Tierra sino el actor espiritual, inmortal,
que da vida a ese personaje en la vida terrenal.

Aceptar lo que somos en realidad nos ayuda a no temer la muerte. Ya


no importa perder todo lo que hemos creado en la vida porque eso no
somos nosotros en realidad. No se trata de no trabajar, de no tener un
nombre, de ser alguien en la vida. Se trata de comprender que no pasa
nada por perderlo porque lo que somos realmente seguirá a serlo. Y com-
prender esto no es perder el tiempo; desde el punto de vista social produ-
cirá mejores ciudadanos, ya no será necesario pisar a los demás para subir
más y más alto y ser alguien mejor; ya no necesitaremos pensar solo en
nosotros mismos porque todo eso es perecedero. Una sociedad que acepta
la muerte, que comprende lo que somos en realidad es una sociedad per-
fecta para cultivar la fraternidad y la caridad hacia los demás porque para
eso precisamos evitar la competitividad compulsiva en la cual vivimos y
“perder” en el tiempo en cosas que aparentemente no sirven para nada.

Afrontar la muerte
“Cuando estás absorto en
cosas mundanas no piensas en
la venida de la muerte; rápida
llega como un relámpago…”
(Milarepa)

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Desde que nos levantamos hasta el mismo momento en que nos
acostamos a dormir no dejamos de hacer planes a futuro. Damos por su-
puesto que tendremos tiempo de sobra para llegar a realizarlos. Incluso
si son planes a muy largo plazo. Estamos sanos y fuertes, somos jóvenes
y la muerte no nos puede tocar. Sin embargo, puede. No precisamos ser
viejos o estar enfermos para morir. Un día te levantas, sales a la calle y
te atropella un coche o, simplemente, resbalas y te golpeas en la ca-
beza…¡Y se acabó la vida!

Nada malo tiene hacer planes; pero


de vez en cuando conviene ser realistas
y hacerse la pregunta prohibida: “¿Y si
mañana estoy muerto, qué? Es impor-
tante reflexionar y afrontar la posibili-
dad de la muerte porque nos hace más
realistas y menos utópicos, Nos ayuda
a crear planes más plausibles y, sobre
todo, a unir a dichos planes las alterna-
tivas necesarias para su término si algo
nos llegase a suceder.

Afrontar la muerte es lo mismo que tomarse la vida en serio. Si usted


compra una casa hipotecándose a 25 años cuando usted tiene 20 no es
muy probable que se muera antes de acabar de pagar al banco; pero puede
pasar y su familia quedarse sin donde residir si no puede seguir pagando.
Por lo tanto, usted contrata un seguro de vida por si acaso. Afrontar la
posibilidad de su muerte le ayuda a vivir más tranquilo a usted y a su
familia.

Si hacemos lo dicho arriba ¿por qué no hacerlo siempre? Si sólo es-


tamos seguros del pasado pensemos en lo que hemos hecho con nuestra
vida, en donde estamos, en lo que hemos logrado y hacia dónde queremos
ir. Y dado que el futuro es incierto afrontemos la posibilidad de nuestra
muerte y preparemos todo por si llega. Ganaremos en paz y tranquilidad.
Recuerda que lo que hacemos en la vida es lo que somos a la muerte y

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todo cuenta en la suma. Estar preparado para morir nos hace vivir sin
preocupaciones y felices.

No seamos como la flecha que confía en ir siempre adelante hasta


que la diana la detiene de repente. Tan desesperados estamos porque todo
siga igual mañana que vivimos en la ficción de creernos prácticamente
inmortales y cuando la realidad, tozuda ella, nos muestra la gran falacia
en la cual vivimos nos damos cuenta de la gran cantidad de cosas por
hacer, de los cabos sueltos y, si nos salvamos de la muerte, comenzamos
a vivir con miedo a ella.

En ese momento podemos aplicar dos soluciones: Afrontar y aceptar


nuestra impermanencia o “Como ya me ha pasado una vez no es probable
que me pase de nuevo”

El pensamiento final lo sabemos falso pero es la posición cómoda


hasta que afloran los recuerdos o un nuevo aviso aparece y el miedo
vuelve a desatarse. ¿No será mejor aceptar la realidad, afrontarlo, tomar
medidas adecuadas y vivir sin miedos? : Si la respuesta es tan lógica ¿por
qué no lo hacemos?

Reflexione: La percepción de lo efímero de la vida es, paradójica-


mente, la única realidad 100% segura y lo único que puede ayudarle a
vivir mejor.

Si nos atenaza la pereza, pensar en la muerte nos devuelve a la reali-


dad y nos hace pensar en “no dejes para mañana lo que puedas hacer
hoy” porque no sea que mañana no puedas. El que afronta la muerte sabe
que lo único que tiene en realidad es el ahora, no puede ser perezoso,
tiene que volverse activo, buscar a sus amigos, disfrutan de la vida…en
definitiva, vive mejor.

Usted me dirá ahora que todo lo que le he contado es evidente; que


nada nuevo le he enseñado. Tiene razón. Le digo que no puedo enseñarle
nada. Usted ya sabe todo esto; pero lo ha asimilado realmente. ¿Ha de-
jado que se integre y modifique su vida? Hagamos un pequeño test.
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¿Sabe usted que desde que nacemos, cada día estamos más cerca de
nuestra muerte?
¿Trata usted a todo el mundo lo mejor que puede, no sea que mañana
ya sea tarde?
¿Ha perdonado o pedido perdón ahora que puede, no sea que mañana
ya sea tarde?
¿Ha eliminado la pereza de su vida?
¿Es usted activo y busca en todo momento lo mejor para usted y para
la Humanidad?

Si responde “no” a una sola de las preguntas anteriores entonces no


ha comprendido todavía la enseñanza de la impermanencia, de lo efímero
de la vida y aún puede hacer mucho para vivir mejor y más feliz. ¡Pero
qué difícil puede ser todo esto! Es muy fácil dejarse llevar porque, por
ejemplo, cuesta mucho pedir perdón. Pensemos, reflexionemos, medite-
mos y llegará la Sabiduría. No es fácil pero si es posible y el fruto a con-
seguir es sabroso y jugoso porque habrá producido un hombre nuevo,
inspirado, tranquilo, sin temor a la muerte porque nada ha dejado pen-
diente y puede partir sin preocupaciones.

Así pues, trabajemos en estos cambios ahora, ahora mismo. La vida


es dura; pero siempre nos da oportunidades. No nos cerremos al cambio
y la evolución; no nos aterroricemos de vivir por miedo a morir no se
sabe cuándo y dónde. Aceptemos esa realidad y vivamos sin miedo.

Ayudar a morir

No vaya a pensar el lector ante el título de esta entrada que al hablar de


ayudar a morir estoy pensando en la eutanasia. ¡No!, nada más lejos de mi
idea. Estoy pensando en lograr que los moribundos pierdan el miedo a su des-
tino. Es preciso conocer la muerte, lo que es y qué pasa, para qué sirve la
muerte; para poder ayudar a la gente. Mal podemos ayudar si no sabemos lo
que decir, si no lo decimos calmadamente y si al decirlo parece que no nos

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creemos nada de lo que decimos y que solo lo hacemos como una salida ba-
rata. Es preciso que se note que lo que decimos es lo que realmente creemos,
que estamos convencidos de su autenticidad.

Pero lo más importante no


es hablar al moribundo sino escu-
charle. Algo que la sociedad no
hace con nadie, somos sordos con
los demás y los demás tienen mu-
cho que contar, sobre todo los mo-
ribundos que no han preparado su
momento. Hay que escuchar al
moribundo para saber lo que le
preocupa, lo que le atormenta en
su momento final. Hay que escucharle, simplemente dejarle hablar.

Si quiere ayudar comience por tomar la mano del moribundo con cariño,
que note su presencia, que usted está ahí. El simple contacto le permite sen-
tirle a usted cercano, accesible, que no tiene prisa por irse.

No pregunte ¿cómo está?; usted ya sabe la respuesta: “Muriéndome”.


Pregunte con claridad de este modo: “¿Qué te preocupa?, ¿En qué
puedo ayudarte?” y entonces calle su boca, espere, y deje hablar al moribundo
sin interrumpirle.

Muchos moribundos abrirán su corazón y le contarán sus miedos y preo-


cupaciones; muchas veces lo están deseando, necesitan ser escuchados; pero
nadie les escucha, les tienen pena, tratan de consolarlos, pero nadie sabe real-
mente lo que les preocupa.

Unos le dirán que temen a la muerte porque no saben que hay después;
otros que lamentan el daño causado a otros; otros que tienen miedo a lo que
será de sus familiares… Deje que hable. No interrumpa. Cuando termine dele
su respuesta; pero dígale que es lo que usted piensa o lo que usted haría; no
intente, bajo concepto alguno, convencerle de que eso es lo correcto. Actúa
como un guía, pero no impongas. Es su elección.

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Analice el texto inferior, es un caso real, puede que no sea capaz de
creerlo, pero le aseguro que es totalmente real y muestra claramente todo lo
que hemos hablado.

“Conozco el caso de un hombre moribundo que estaba demacrado. La


visita de sus familiares parecía acabar más con él. Finalmente dejándole ha-
blar, descubrimos que tenía miedo por el futuro de su mujer e hijos, que sería
de ellos, si estarían bien tras su muerte. Se aconsejó a la familia sacar el tema.
Decirle que le agradecían todo lo que había hecho por ellos; pero que ahora era
el momento de que el descansase tranquilo y dejase esa carga. Que ellos sal-
drían adelante gracias a todo lo que él había hecho hasta ese momento. No fue
fácil, pero si fue posible, las emociones están a flor de piel en ese momento.

A partir de ese momento, a pesar de la desgracia, se produjo un cambio


radical en el moribundo. Contada los segundos para la visita de sus familiares.
Quería aprovechar cada momento que le quedaba para estar con ellos y recor-
dar los buenos momentos de su vida, de los proyectos realizados, de los que no
vería realizados pero que sabía que se realizarían…era una familia feliz a pesar
de la desgracia. ¡Habían aceptado la muerte! El hombre murió en calma, feliz.
Las enfermeras y los propios médicos no podían creer el cambio. Antes preci-
saba más medicación, pedía calmantes a todas horas; dejó de pedir tantos por-
que “me hacen dormir y necesito el tiempo que me queda para dárselo a mi
familia” (extractado del libro tibetano de la vida y la muerte de Soyngal Rim-
ponche)

Definitivamente, aceptar la muerte ayuda a vivir y a morir mejor. Los


hospitales deberían recordar que tratan con personas, con seres humanos que
poseen sus personalidades propias, y no con un simple número de cama o pa-
ciente. No es el paciente de la 302, es José, Antonio, Maruja o la persona que
allí se encuentre. Es hora de afrontar la muerte, de humanizarla y de quitarnos
el temor que causa de encima de nosotros y, para ello, tenemos que comenzar
por humanizar al personal que ha de tratar con los moribundos.

No es tarea fácil. Los médicos y enfermeros suelen ser “cientistas”, no


hay lugar para la espiritualidad y por supuesto, no hay tiempo para estas “ton-
terías”. Por suerte, cada vez hay más profesionales médicos que aceptan la
parte espiritual del hombre, que creen en un mundo tras la muerte. Esa parte
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del trabajo ya empieza a dar sus frutos, pero queda mucho por hacer. Es nece-
sario crear grupos de trabajo en cada hospital que se dediquen a ayudar a los
moribundos, es necesario sacar tiempo para “estas tonterías”.

No es sencillo, pero si es posible.

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