HOLÍSTICA
Prof. Gabriela Ricciardelli
medicinafloralhoy
La Aromaterapia
a través de los tiempos
Vamos por la vida envueltos a diario por los más variados aromas que
despiertan nuestros sentidos y nos sumergen en un mundo de estímulos y
sensaciones. Cada día perfumes y aromas irrumpen para despertar en
nuestra alma un abanico de emociones. Cuántas veces nos detuvimos
detrás de la estela fragante de un embriagador aroma que nos retrotrajo
a nuestra más tierna infancia o tal vez nos paralizó ante el recuerdo de
un hecho doloroso.
A través de las fragancias podemos establecer un puente que nos
enlaza con el pasado y evocar en nuestra mente momentos ya vividos.
Los olores crean ‘universos’ y así nos conectan con la memoria atávica
de la humanidad.
Utilizar las propiedades benéficas de las plantas para la salud y la belleza
es una acción que el hombre lleva a cabo desde los comienzos mismos
de la humanidad. Los tratamientos naturales han jugado un papel
importante desde las primeras civilizaciones hasta nuestros días en
donde la Aromaterapia Moderna retoma antiguas sabidurías y se inserta
como sistema integral para tratar al ser humano y abordarlo de una
manera holística.
A través de los aceites esenciales que se utilizan en Aromaterapia
podemos equilibrar nuestras fuerzas sutiles y restablecer nuestra armonía.
Los egipcios, 4000 años A.C. utilizaban elementos básicos, como la cera de
abejas, lanolina, incienso y mirra. Esto se conoce a través del testimonio del
papiro de Ebers, de la XVIII dinastía faraónica, que es el primer manuscrito
enteramente dedicado al arte de la perfumería y en el que figuran una
diversidad de recetas.
Los griegos creían que las esencias frescas, que salían de las
plantas vivas, les ayudaban a conservar la salud física. Por
ello, construían sus casas con habitaciones que daban a
jardines de hierbas y flores.
Los griegos fueron los que comenzaron a destilar las esencias de las
plantas hirviéndolas o cocinándolas al vapor para conservar a la vez su
fragancia y sus propiedades curativas. Aunque fueron los romanos
quienes perfeccionaron la capacidad de deleitarse con los aromas:
perfumaban el pelo, el cuerpo, las camas y las paredes de las casas,
llevando el uso de los perfumes a un extremo extravagante, antes de
utilizar las tazas de barro las ponían a remojar en perfume.
Los médicos de esa época argumentaban que el agua por “su presión y
calor” abría los poros y ablandaba el cuerpo exponiendo así a los
órganos a enfermedades. En los tratados de medicina se decía:
“conviene prohibir los baños, porque al salir de ellos, la carne y el
cuerpo son más blandos y los poros están más abiertos, por lo que el
vapor apestado puede entrar rápidamente hacia el interior del cuerpo
y provocar una muerte súbita”, y en otros se puntualizaba que “calentar
los cuerpos era como abrirle las puertas al veneno del aire”.
En el siglo XVI se pensaba que los bebes eran
totalmente porosos. Al nacer se los bañaba para
eliminar la sangre adherida, pero a continuación
para reforzar la piel y protegerlo de las agresiones
exteriores, se embadurnaba toda su piel con el fin
de taponar sus poros. Utilizaban sal, cera, cenizas
de cuerno de becerro o incluso cenizas de plomo
mezcladas con vino. Se dejaba que el niño
creciera antes de volver a exponerlo al contacto
con el agua. Un ejemplo lo tenemos en el rey de
Francia, Luis XIII el Justo, a quien se lo lavó sólo al
nacer tardando siete años en volver a exponerlo al
agua.