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EL PELAGIANISMO EN EL OCCIDENTE LATINO

El año 410 fue fatídico, San Agustín será testigo de las consecuencias terribles del
saqueo de Roma llevado a cabo por los visigodos de Alarico 1, y por la polémica entre
paganos y cristianos que siguió a este hecho. Los paganos veían en el saqueo de Roma
un castigo de los dioses por el abandono de la vieja religión; mientras que los cristianos
veían en este hecho un signo histórico providencial. Una vez más la enseñanza de los PP
orienta a los cristianos: Agustín con ocasión de este acontecimiento escribe su tercera
obra maestra: La ciudad de Dios (413-426), obra colosal de veintidós libros, de tipo
apologético y polémico en los libros 1-10 y de carácter histórico y dogmático en los
libros 11-22. A lo largo de esta ópera magna, Agustín revisa los problemas
fundamentales de la historia humana, a la luz de la acción providente de Dios.
Entre tanto, la cuestión donatista parecía encaminarse hacia una solución, pero
ahora surge en el horizonte un problema nuevo: el pelagianismo. Pelagio, es un monje
de origen británico, residente en Roma desde el año 384; allí había adquirido renombre
y prestigio en los ambientes eclesiásticos y entre la nobleza cristiana por su vida
ejemplar, su propaganda a favor del ideal ascético, su autoridad como director de
conciencias y maestro de vida espiritual. Hacia el año 390, estando en Roma, Pelagio
quedó escandalizado ante la relajada moral de los cristianos de esta ciudad, predicó un
exigente ascetismo2 y consiguió muchos seguidores. Su estricta enseñanza moral tuvo
un éxito particular en el sur de Italia y Sicilia. Pelagio comenta las cartas de San Pablo
y llega a varias conclusiones en las relaciones entre la gracia de Dios y la libertad del
hombre.
La invasión de Alarico y la captura de Roma el 410, sólo había tenido para
África hasta entonces consecuencias morales. Hemos visto que Agustín trató de
comprender estos hechos en su obra Ciudad de Dios: había visto afluir a las costas
africanas oleadas de refugiados romanos ricos o miserables, ansiosos de huir de los
bárbaros. Entre estos personajes desplazados se encontraba Pelagio. A su llegada al
África, intentó entrar en contacto con Agustín; pero en el año 411 partió a Palestina,
dejando en Cartago un grupo de discípulos, encabezados por el monje Celestio, quien es
1
Alarico I, rey de los visigodos (396-410). Durante su juventud, los visigodos emigraron al oeste,
huyendo del ataque de los hunos y sirviendo como tropas mercenarias auxiliares del Emperador romano
Teodosio I el Grande; las primeras noticias que se tienen de Alarico lo sitúan en el año 394 como jefe de
dichas fuerzas. A la muerte de Teodosio (395) los visigodos renunciaron a su lealtad a Roma, y
reconocieron como rey a Alarico, el cual pronto dirigió a sus tropas hasta Grecia; saqueó Corinto, Argos y
Esparta y dispensó a Atenas sólo a cambio de un importante rescate. Tras ser derrotado por el general
romano Flavio Estilicón, Alarico se retiró con su botín y consiguió del nuevo Basileus, Arcadio, una
comisión como Prefecto de la provincia romana de Iliria. En el 402, Alarico invadió la península Itálica,
pero fue nuevamente rechazado por Estilicón. Más adelante, el Emperador romano de Occidente, Flavio
Honorio, que estaba preparando una guerra contra el Imperio romano de Oriente, convenció a Alarico
para que uniera sus fuerzas a las suyas.
Cuando Arcadio murió en el 408, Roma abandonó su plan de atacar a Oriente, por lo cual Alarico exigió
1.814 kilos de oro como compensación. A petición de Estilicón, el gobierno romano accedió a esta
exigencia, pero poco después, Flavio Honorio ordenó la ejecución de Estilicón y canceló el acuerdo.
Alarico invadió Italia, sitió Roma y exigió un gran rescate. En el año 410, sus tropas tomaron y saquearon
Roma. Murió poco después y lo sucedió en el trono visigodo su cuñado Ataúlfo.
2
Ascetismo (del griego askesis, ejercicio), práctica de abnegación y de renuncia de los placeres
mundanos con el fin de alcanzar el más alto grado de espiritualidad. Casi siempre requiere abstinencia de
comida, de bebida y de actividad sexual, es decir, ayuno y celibato, y a veces también sufrimiento físico o
incomodidades.
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condenado por un sínodo en Cartago el mismo 411 (“condenado, pero no convencido”).


Agustín comenzó a trabajar contra el pelagianismo, redactando la primera de sus
numerosas refutaciones.
Pelagio afirmaba, revistiendo con ropajes cristianos el estoicismo pagano, que la
libertad humana se salva por sí misma, que el pecado original es sólo una cuestión
personal de Adán y Eva, un mal ejemplo. Que la redención no consiste propiamente tal
en una regeneración sino sólo en el paso a una vida más perfecta, que el bautismo sólo
es necesario para ser admitidos en la comunión con Cristo y con la Iglesia; que la
predestinación divina es sólo la previsión de Dios de lo que el hombre hará o no y,
finalmente, que la gracia divina es sólo iluminación y estímulo.
Pelagio negó la existencia del pecado original y la necesidad de bautizar a los
niños. Argüía que la corrupción de la naturaleza humana no es innata, sino que se debe
solamente a malos ejemplos y malos hábitos, y a que las facultades naturales de la
humanidad no se habían visto afectadas de forma radical por la caída de Adán. Afirmaba
que los seres humanos pueden llevar vidas de rectitud moral por sí mismos, con la sola
fuerzan de su voluntad y, por esta razón, merecen el cielo por sus propios méritos.
Declaró que la verdadera gracia subyace en los dones naturales de la humanidad,
incluyendo el libre albedrío, la razón y la conciencia. También reconoció lo que llamaba
gracias externas, como la ley mosaica y la enseñanza y ejemplo de Cristo, que
estimulan la voluntad desde fuera, pero no tienen un poder divino implícito. Para
Pelagio, la fe y el dogma casi no importan, porque la esencia de la religión es la acción
moral. Su creencia en la perfección moral de la humanidad derivaba de forma clara del
estoicismo.
Sabemos que Pelagio se estableció en Palestina hacia el 411 y disfrutó del apoyo
de Juan, obispo de Jerusalén. Su doctrina fue popular en Oriente, de forma especial
entre los seguidores del teólogo Orígenes. Más tarde, sus discípulos Celestio y Julián
fueron acogidos en Constantinopla por el Patriarca Néstor, quien simpatizó con su
doctrina sobre la integridad e independencia de la voluntad.
A principios del 412, San Agustín de Hipona escribió una serie de obras en las
cuales atacaba la doctrina pelagiana sobre la autonomía de la moral humana, y elaboró
su propia formulación, muy sutil sobre la relación de la libertad humana con la gracia
divina. Como resultado de las críticas de San Agustín, Pelagio fue acusado de herejía,
pero fue absuelto en los sínodos de Jerusalén y Dióspolis. En 418, sin embargo, un
concilio en Cartago condenó a Pelagio y a sus seguidores. Poco después, el Papa
Zósimo también lo condenó. No se conoce nada más sobre Pelagio a partir de entonces.
Pelagio, no fue un teólogo ni menos un místico, fue un moralista que predicó un
ideal de perfección basado en los consejos evangélicos: “Sean irreprochables y puros,
hijos de Dios sin tacha”. Persiguió un ideal riguroso hecho de renuncias que acabó en
un puritanismo puro y duro.

LA CONTROVERSIA PELAGIANA
El pelagianismo representó el primer ataque serio a la doctrina católica del
pecado original desde dentro de la Iglesia. Pero estos ataques tenían una raíz más
profunda, la negación del orden sobrenatural, y, por tanto, la negación de la necesidad
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de la gracia divina. Según los pelagianos, Adán fue creado en la misma situación en la
que ahora se encuentra el hombre actual; es decir, mortal como él, y con todas las
cualidades inherentes a la naturaleza humana. Pero no en un orden sobrenatural, elevado
a la adopción divina y a la participación de la vida sobrenatural. Por el pecado se hizo
digno de castigo; pero este pecado dañó sólo a Adán y no a sus descendientes, sino en la
medida en la que constituía un mal ejemplo para la humanidad.
Pelagio: tanto Adán como el hombre actual poseen una voluntad libre,
absolutamente independiente de Dios y dotada de un poder ilimitado para el bien y para
el mal. Adán, lo mismo que sus descendientes, podían salvarse con el mero esfuerzo de
su voluntad, sin que para Adán fuera necesaria la gracia, ni para los niños sea necesario
el bautismo. Por consiguiente, dos son los pilares o las líneas maestras del sistema
pelagiano:
1. Un naturalismo que excluye el orden sobrenatural;
2. La emancipación de la voluntad humana respecto a Dios.
Es cierto que los pelagianos hablan también de gracia. Pero para ellos la gracia
es un don externo, como es la revelación, la ley, el ejemplo de Cristo, y, sobre todo, la
libertad: esa capacidad para el bien, es lo que Pelagio llama gracia.
El Concilio de Cartago del 418: el Papa Zósimo3 llegó a Cartago el 29 de abril del
418. El primero de mayo se reunieron 200 obispos. Sus decisiones más importantes
sobre el pecado original y la gracia fueron confirmadas por Zósimo, e integradas veinte
años después en una colección recogida probablemente por San Próspero de Aquitania,
conocida con el nombre de “Indiculus”, y aceptada por la Iglesia como expresión de la
tradición de la Iglesia:
Canon 1: “…quien afirmare que Adán, el primer hombre, fue creado mortal, de suerte
que tanto si pecaba como si no pecaba tenía que morir corporalmente, es decir, que la
muerte no era consecuencia del pecado, sino una necesidad natural, sea anatema.”
Canon 2: “…el que negare que los niños recién nacidos deben ser bautizados, o afirmare
que se les bautiza para la remisión de los pecados, pero que nada hay en ellos de pecado
original arrastrado de Adán que tenga que expiarse con el baño de regeneración; de
donde se sigue que la fórmula bautismal, “para la remisión de los pecados” usada con
ellos tiene un sentido falso y no ajustado a la realidad, sea anatema…
Y es en efecto, por esta regla de fe por lo que aún los niños pequeños, incapaces aún de
cometer pecados personales, se bautizan verdaderamente para la remisión de los
pecados, a fin de que en la regeneración (bautismal) se purifiquen del pecado contraído
en la generación”.

Al mismo tiempo que el Concilio plenario de África del 418 condenaba a los
pelagianos, el emperador Honorio decidía perseguirlos como herejes, finalmente
Zósimo, mejor informado de esta doctrina herética, también la condenó definitivamente
en su famosa encíclica llamada Tractoria. La misma actitud será mantenida por sus

3
San Zósimo (c. 350-418), Papa (417-418). Era griego de nacimiento y quizás de ascendencia judía.
Sucedió a Inocencio I y durante su breve pontificado absolvió a Pelagio y a su principal seguidor,
Celestio. Esto motivó la reacción en su contra de la Iglesia de África, especialmente por parte de San
Agustín. Posteriormente rectificó y, en una famosa encíclica, Tractoria, confirmó la condena del
pelagianismo. Fue sucedido por Bonifacio I.
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sucesores Bonifacio (418-422) y Celestino (422). Se cerraba así la fase doctrinal del
conflicto pelagiano.
Pero la crisis siguió. Pelagio se suicida, Celestio es desterrado a Oriente, pero el
pelagianismo pervive y tiene amigos especialmente entre el episcopado italiano. El
pelagianismo será condenado solemnemente en la última sesión del concilio de Éfeso
(431); pero sobrevivirá todavía un tiempo en Occidente (Gran Bretaña, Italia).

CONDENACIÓN DE LOS PELAGIANOS EN EL CONCILIO DE ÉFESO (431)

Canon 1. Si algún metropolitano de provincia, apartándose del santo y ecuménico


Concilio, ha profesado o profesare en adelante las doctrinas de Celestio, éste no podrá
en modo alguno obrar nada contra los obispos de las provincias, pues desde este
momento queda expulsado, por el Concilio, de la comunión eclesiástica e
incapacitado…
Canon 4. Si algunos clérigos se apartaren también y se atrevieren a profesar en privado
o en público las doctrinas de Nestorio o las de Celestio, también éstos, ha decretado el
santo Concilio, sean depuestos (Dz. 126-127).

DOCUMENTOS ANEXOS:
Sozómenos: sitio y saqueo de Roma

Mientras el Imperio de Oriente, librado con toda suerte de esperanza del terror de
sus enemigos, estaba en una feliz prosperidad, el de Occidente estaba expuesto a la
ambición y la ira de los tiranos. Alarico, habiendo enviado pedir la paz al emperador
Honorio, después de la muerte de Estilicón, y no habiéndola obtenido, sitió Roma, y se
hizo de tal manera dueño de las riberas del Tíber, que ya no se pudo más llevar víveres
desde el puerto a la ciudad.
El sitio duraba ya mucho tiempo, y estando la ciudad extremadamente incomodada
por la hambruna y la peste, todos los extranjeros que había dentro salieron para
entregarse a Alarico. Aquellos de entre los senadores que estaban todavía atados a las
supersticiones del paganismo, propusieron ofrecer sacrificios a los dioses en el Capitolio
y en otros templos, y ciertos etruscos prometieron echar a los enemigos por medio de
truenos y rayos, como se vanagloriaban de haberlos echado de Narni, pequeña ciudad de
Toscana...
Las personas de buen sentido reconocían claramente que las miserias de ese sitio no
eran sino un efecto de la cólera del cielo y un castigo, el cual caía sobre el lujo de los
romanos, sus excesos y las injusticias, y las violencias que han cometido, tanto contra
sus prójimos como contra los extranjeros. Se dice que un monje de Italia se presentó
ante Alarico antes del sitio, y le suplicó respetar esta ciudad, y él le aseguró que no
actuaba por sí mismo, sino que era continuamente empujado por una fuerza secreta. Los
habitantes le hicieron cantidad de presentes para obligarlos a levantar el sitio, y le
prometieron de hacer consentir al emperador en un acuerdo y en un tratado de paz.

(410) Alarico (...) retomó hacia Roma, y la tomó por complicidad. Abandonó las
casas al pillaje. Pero, por respeto al apóstol San Pedro, no osó tocar la basílica que está
alrededor de su tumba, donde muchas personas se refugiaron, y fue allí mismo donde
construyeron después una nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua.
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La toma de una ciudad tan extensa y poblada como Roma, habiendo sido sin duda
acompañada de un gran número de circunstancias muy notables, creo no deber dar lugar
en mi historia sino a aquellas que pueden ensalzar la santidad de la Iglesia. Narraré,
pues, aquí, una acción donde aparece la piedad de un extranjero, y la fidelidad conyugal
de una mujer romana.
Un joven soldado del ejército de Alarico, infectado de los errores de Arrio, habiendo
visto una dama cristiana, y muy atada a la doctrina del Concilio de Nicea, se prendó de
su belleza y la acometió con violencia. Como ella se resistía con todas sus fuerzas, él
sacó la espada amenazando con matarla. Pero como la pasión no le permitía hacerle mal
alguno, se contentó con herirle la piel del cuello. La sangre no dejó de correr en
abundancia. Ella le presentó el cuello para morir antes que faltar a la fidelidad que debía
a su marido. El soldado, habiendo hecho inútilmente los más grandes esfuerzos, admiró
la pureza de su virtud, la llevó a la Iglesia de San Pedro y donó seis piezas de oro a
quienes estaban encargados de defender la Iglesia, para que la protegieran y regresaran a
su marido.
SOZÓMENOS, Historia Eclesiástica, en: PIGANIOL,
A., Le Sac de Rome, Coll. Le Mémorial des Siècles:
Les Evenements, V° Siècle, Ed. Albin Michel, 1964,
París, 265-266, 269- 270.

Pelagio: la trompeta del último día anuncia la caída de Roma

Roma, señora del mundo, estaba entonces en la última consternación y embargada


de pavor al ruido de las trompetas y de los gritos de los godos.
¿De qué servía entonces todo el esplendor de la nobleza? ¿Qué caso se hacía de las
personas que detentaban las dignidades y los cargos?
El miedo había llevado todo a la confusión y al desorden. No se escuchaba en las
casas sino gemidos y llantos: todos temblaban de igual manera, señores y esclavos;
todos tenían delante de los ojos la misma imagen de la muerte; esta muerte parecía aún
más terrible a aquellos que habían gozado además de los placeres y de la comodidad de
la vida.
Si nosotros tememos la muerte de los enemigos que son mortales y que no son sino
hombres, ¿qué haremos cuando la trompeta del último día se haga escuchar desde el
cielo resonando por todas partes con un ruido estremecedor?
PELAGIO, Carta a Demetriade, XXX, en: PIGANIOL,
A., Le Sac de Rome, Coll. Le Mémorial des Siècles:
Les Evenements, V° Siècle, Ed. Albin Michel, 1964,
París.

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