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Contenido
PRÓLOGO ................................................................................... 3
CAPÍTULO UNO: Se levanta el telón ......................................... 5
CAPÍTULO DOS: El atardecer y la noche de la Iglesia ............ 17
CAPÍTULO TRES: La iglesia entre sombras y luces ................ 57
CAPÍTULO CUATRO: El trono celestial .................................. 83
CAPÍTULO CINCO: El rollo y el Cordero ................................ 93
CAPÍTULO SEIS: Los sellos ................................................... 101
CAPÍTULO SIETE: La identificación del pueblo de Dios ...... 121
CAPÍTULOS OCHO y NUEVE: El séptimo sellos y los juicios
de Dios...................................................................................... 131
CAPÍTULO DIEZ: El ángel con el librito ............................... 137
CAPÍTULO ONCE: Cuando el profeta se convierte en ingeniero
.................................................................................................. 149
CAPÍTULO DOCE: La iglesia y el dragón .............................. 165
CAPÍTULO TRECE: Las dos caras de la rebeldía................... 179
CAPÍTULO CATORCE: Un pueblo con una misión profética 195
CAPÍTULO QUINCE: El canto de los victoriosos .................. 215
CAPÍTULO DIECISÉIS: Las plagas ....................................... 221
CAPÍTULO DIECISIETE: La bestia y la ramera .................... 235
CAPÍTULO DIECIOCHO: La última oportunidad.................. 249
CAPÍTULO DIECINUEVE: Rey de reyes y Señor de señores 255
CAPÍTULO VEINTE: Los mil años ........................................ 265
CAPÍTULO VEINTIUNO: Del cataclismo al paraíso ............. 275
CAPÍTULO VEINTIDÓS: Ciertamente, vengo en breve ........ 285
REFERENCIAS ....................................................................... 292
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PRÓLOGO
Dr. Fernando Chaij
Desde hace tiempo veníamos sintiendo la apremiante necesidad de
tener en español una obra completa y moderna que expusiera en
forma sistemática, ordena-da y documentada las grandes profecías
del libro del Apocalipsis.
Por eso, cuando tuve en mis manos este manuscrito, preparado por
el Dr. Loron T. Wade, me aboqué a su lectura con verdadero
interés, concentración y espíritu crítico, por descubrir si reunía las
cualidades requeridas en un libro de esta envergadura.
La presentación que ha hecho el Dr. Wade, como experimentado
profesor de teología en varios colegios superiores hispanos, y
concienzudo erudito e investigador bíblico, no sólo está a la altura
de un libro de esta clase, sino que llena varias funciones muy
importantes.
Por una parte, es un excelente libro de texto para alumnos
superiores de teología, una obra que ha requerido un amplio
trabajo de investigación en las mejores fuentes, y ha sido preparada
con todos los recaudos de un trabajo científico y bien realizado.
Es, por lo tanto, un excelente tratado de consulta para ministros.
Pero es mucho más que esto, está redactado con tal sencillez,
gracia literaria e interés humano que cualquier persona puede
leerlo y entenderlo cómodamente, hallando su lectura
verdaderamente apasionante.
Aun las personas que no tengan particular inclinación a los temas
religiosos hallarán que este libro del profesor Wade les resultará
cautivante más que una novela bien realizada. El autor se ocupa de
personajes y eventos reales, que se desarrollan en un escenario
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verdadero, y que pronto nos llevarán al desenlace glorioso del


drama mundial. Y en esos eventos nosotros mismos somos actores.
En el libro del Apocalipsis se hallan presentados con amplia
claridad los grandes acontecimientos del pasado, del presente y del
futuro, y también los graves peligros que como seres humanos y
como cristianos nos reservan los últimos días. Más que esto, se nos
revela la forma de hacer frente a esos tremendos peligros y se nos
insta a p permanecer alertas y preparados para los remedios
indicados.
Cuando uno lee la obra del Dr. Wade, abarca como en un vistazo
Panorámico todo el escenario profético, y observa la perfecta
armonía, a coherencia y la sincronización de los grandes sucesos
del conflicto de los siglos. Ve entonces cómo la mano divina va
rigiendo la marcha de la historia hasta la victoria final de la verdad,
de Cristo y de su pueblo, y se llena de gloriosa confianza en el
poder, en el amor y en la sabiduría de Dios.
Quiera el Señor bendecir este trabajo bien hecho del Dr. Wade, y
prosperar a to-dos los que colaboran en la tarea de publicarlo y
difundirlo. Y ojalá que cada lector estudioso, sea estudiante o
persona interesada en conocer los tremendos sucesos finales, halle
verdadero placer y provecho espiritual, y resulte particularmente
inspirado y entusiasmado como resultado del análisis de esta obra.
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CAPÍTULO UNO: Se levanta el telón

La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus


siervos las cosas que deben suceder presto; y la declaró,
enviándola por su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio
de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas
las cosas que ha visto (vers. 1, 2).
Las primeras palabras nos dan el título del libro: “La revelación de
Jesucristo”. El griego aquí dice, “el apocalipsis de Jesucristo”, ya
que la palabra apocalipsis significa precisamente “revelación”.
Hay quienes afirman que el Apocalipsis es un libro de misterio,
que no puede ser entendido. Pero en el mismo título y en las
primeras palabras de la obra esta idea queda desmentida. Aquí el
velo ha sido quitado para siempre y el cielo se ha acercado a la
tierra con misericordia y amor para revelarnos grandes y gloriosas
verdades acerca de las cosas que pertenecen a la salvación y a la
vida eterna.
El propósito del lenguaje simbólico
Precisamente aquí puede surgir un interrogante. Encontramos en
este libro símbolos extraños; hay bestias y dragones, abismos,
humo y cadenas. Y uno se pregunta: Si Dios dice que aquí quiere
quitar el velo, ¿por qué no nos habla directamente en lenguaje claro
e inconfundible? ¿Por qué tantos símbolos?
En cierta ocasión los discípulos de nuestro Señor le preguntaron:
“¿Por qué les hablas [a la gente] por parábolas?” En otras palabras,
ellos tuvieron la misma pregunta que nosotros. Querían saber por
qué Jesús siempre empleaba lenguaje simbó-lico en sus discursos.
“¿Por qué no dices claramente lo que tienes que decir?” Es
interesante su respuesta: “Porque a vosotros os es dado saber los
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misterios del reino de los cielos; mas a ellos no [...] porque viendo
no ven, y oyendo no oyen, ni entienden” (Mat. 13:10-13).
Jesús estaba comparando la actitud de los discípulos con la de
algunas personas que rechazaban las verdades que él enseñaba. En
otra ocasión, dijo: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras
perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan
y os despedacen” (Mat. 7:6). No debemos insistir en predicar a los
que no quieren escuchar, ni tratar de obligar a las personas a
entender el evangelio, pues éste no entra por la fuerza. Hay
personas que están dispuestas a despreciar las verdades más
evidentes y a burlarse de ellas. No las quieren entender y tampoco
quieren que otros las entiendan. A éstas se refiere Cristo cuando
dice que “viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden”.
Las palabras de Jesús señalan un doble propósito para el lenguaje
simbólico: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del
reino de los cielos; mas a ellos no les es dado”. Por eso los
candeleros, las trompetas, los truenos y demás figuras… “porque
a vosotros os es dado saber…, más a ellos no”. Es decir, el símbolo
es para aclarar y para confundir; sirve para revelar la verdad y para
ocultarla. A unos, el símbolo les parece incomprensible y absurdo,
mientras que la misma figura arroja luz y claridad sobre el camino
de otros. Aquellos que investigan con fe sencilla y con el anhelo
de atesorar las grandes verdades que pertenecen a la vida eterna
encontrarán en los símbolos del Apocalipsis una luz para su
camino.
El Revelador, revelado
Así que ésta es una “revelación de Jesucristo”. Pero debemos
preguntar si se trata de una revelación que procede de Jesucristo o
es más bien una revelación acerca de él. ¿Es Jesucristo el que
revela o el que está siendo revelado aquí?
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Es ambas cosas: el Apocalipsis es una revelación que procede de


Jesús; es una comunicación dada por Jesús y a través de él. Las
palabras mismas del versículo dicen: “La revelación de Jesucristo,
que Dios le dio para manifestar a sus siervos”. Pero, al mismo
tiempo, es innegable que el Apocalipsis desde el principio y hasta
el fin revela al Señor Jesús. Se presenta como el testigo fiel, el
primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra,
el que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre, el
Alfa y la Omega. Estos términos aparecen en sólo dos versículos
del capítulo uno (vers. 5, 8). Son un ejemplo de la forma en que
Jesucristo es revelado a través de todo el libro hasta el último
capítulo, donde es “la raíz y la descendencia de David, el lucero
resplandeciente de la mañana” (Apoc. 22:16).
Así que Cristo nos da la revelación y es una revelación de él
mismo. El mensa-je del Apocalipsis proviene de la más alta fuente
posible, y su tema es el tema supremo. Aquí se revelan los caminos
de Dios “para mostrar en los siglos venideros las abundantes
riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús” (Efe. 2:7).
Aquellos que Dios ha bendecido
Bienaventurado el que lee, los que oyen las palabras de esta
profecía y guardan las cosas en ella escritas (vers. 3).
Tenemos aquí la primera de las siete bienaventuranzas que
aparecen en el Apocalipsis.1 Es evidente que Dios quiere, desde el
mismo principio de la obra, impresionarnos profundamente con las
bendiciones que nos aguardan al estudiar este libro.
Si bien es cierto que el Apocalipsis trajo un mensaje de ánimo para
la iglesia que luchaba en condiciones de incertidumbre y angustia
en días de Juan, y asimismo ha hablado a la iglesia acosada por el
dragón a través de los siglos; veremos, sin embargo, que en forma
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particular su mensaje es para nosotros “a quienes han alcanzado


los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).
Al estudiar las profecías de este libro, comprenderemos que hemos
llegado hasta el último eslabón en la larga cadena de eventos
predichos, y que los detalles finales se están cumpliendo
rápidamente ante nuestros ojos. Veremos, además, que más de la
mitad de las grandes profecías del libro anuncian eventos
directamente relacionados con nuestros días.
El propósito de la profecía
Esta revelación es llamada una “profecía”. Para muchas personas
“profecía” es cualquier predicción o información acerca de eventos
futuros. Pero al estudiar el trabajo de los profetas y sus mensajes
en toda la Biblia, encontramos que el concepto bíblico de la
profecía es mucho más amplio. En las Escrituras, un profeta es un
portavoz, un “vocero” de Dios.2 De ahí que la palabra profecía es
traducida acertadamente en la Versión Popular así: “un mensaje de
parte de Dios”. Puede incluir un elemento de predicción, porque
para Dios el pasado, el presente y el futuro son igualmente
conocidos; pero el propósito divino al revelar el futuro no es, en
ningún caso, simplemente satisfacer nuestra curiosidad.
Los bienaventurados son aquellos que, después de leer o escuchar
“las palabras de esta profecía”, las ponen por obra, los que
“guardan las cosas en ella escritas”.
En muchas partes de la Biblia se destaca este propósito moral de
la profecía. Se nos dice que la profecía
1. Es para confirmar la fe de los creyentes a medida que vean el
cumplimiento de los eventos predichos (Juan 14:29).
1. Apocalipsis 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7; 22:14.

2. Dios le dijo a Moisés que estaba enviando a su hermano Aarón para ayudarlo,
diciendo: “Tu hermano Aarón será tu profeta” (Éxo. 7:1).
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2. Es para que el pueblo de Dios no duerma sino permanezca alerta,


velando en todo momento (Luc. 21:34-36).
3. Es para que los hijos de Dios no se amedrenten ante las
catástrofes de los últimos días, sino que se yergan y levanten la
cabeza sabiendo que su redención está cerca (Lev. 21:25-28).
4. Es para que los creyentes no sean arrastrados por los poderosos
engaños de los últimos días (Mat. 24:24-27; 2 Tes. 2:1-3).
5. La profecía es para la edificación, exhortación y consolación de
los seres humanos en general y de la iglesia en particular (1 Cor.
14:3, 22).
Un saludo de parte de Dios
Juan, a las siete iglesias que están en Asia (vers. 4).
El autor o instrumento humano que transmitió esta revelación fue
un hombre llamado Juan.
En el siglo III, un tal Dionisio de Alejandría (200-265 d. C.),
discípulo del hereje Orígenes, notó que el vocabulario y estilo del
Apocalipsis no se parecen a los que usa Juan el apóstol amado en
su evangelio. “Por lo tanto —dijo Dionisio—, no puede ser el
mismo autor”. La discusión sobre este tema continúa hasta el día
de hoy.
Tenemos, sin embargo, bases sólidas para afirmar que el autor fue,
en realidad, el discípulo amado. Sobre todo, observamos que los
dirigentes de la iglesia primitiva no mostraron dudas al respecto.
Era un tiempo cuando abundaban los escritos espurios, y los
dirigentes de la iglesia se mantenían siempre en guardia para no
aceptar algo falso. Sin embargo, éstos, los que estuvieron más
cerca de los hechos, unánimemente atribuyeron la autoría del libro
a Juan el amado discípulo de Jesús.3
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Pero, mucho más importante que cualquier discusión de la


identidad del autor, es la seguridad que tenemos acerca de su
origen divino. Entre las poderosas evidencias de su inspiración
contamos: (1) la asombrosa profundidad y el alcance de sus temas,
(2) la estrecha coordinación y armonía de su mensaje con el del
resto de la Biblia, (3) la “arquitectura” perfecta de su estructura
literaria y temática, (4) el cumplimiento de sus pronósticos
históricos.
Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y
de los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo
el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los
reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados
con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre;
a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. Yo soy
el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que
era y que ha de venir, el Todopoderoso (vers. 4-8).
El saludo que trae el libro es extraordinario. Se mencionan al Padre
celestial, “el que es y que era y que ha de venir”; al Espíritu Santo,
simbolizado por los siete espíritus o lámparas del santuario (ver
Apoc. 4:5; 5:6); y a nuestro Señor
Jesucristo, “el que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su
sangre”. Así están representados cada uno de los personajes de la
Santísima Trinidad. Se unen los tres para compartir este mensaje.
Es un indicio de la importancia que el Cielo atribuye al mensaje
del Apocalipsis, y es una promesa de la presencia divina que
acompaña al que investiga con el sincero deseo de comprender sus
verdades.
La iglesia atribulada
Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación,
en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla
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llamada Patmos por causa de la palabra de Dios y el testimonio


de Jesucristo (vers. 9).
3 Entre ellos Justino Mártir (100-165 d.C..), Ireneo (120-200 d.C..), Tertuliano
(155-220 d.C..), Hipólito (170-235 d.C..) y Clemente de Alejandría (150-211
d.C..). Es cierto que hay diferencias entre el Apoca-lipsis y los otros escritos
juánicos en cuanto al estilo y vocabulario. El griego del evangelio y las epístolas
es sencillo y pulido. En cambio, se nota que el autor del Apocalipsis escribe el
griego como segundo idioma. Hay muchos hebraísmos y algunos errores. Para
explicar las diferencias, algunos estudiosos piensan que, al escribir el evangelio
y las epístolas, Juan contaba con la ayuda de un amanuense, mientras que el
Apocalipsis lo hizo con su propio puño y letra. Otra explicación, la que yo
considero más probable, es que Juan escribió el Apocalipsis en hebreo, y lo que
tenemos es una traducción preparada por otra persona.

En verdad había que afrontar tribulación, pues el futuro parecía


sumamente inseguro mientras arreciaba la persecución a la iglesia
bajo el emperador Domiciano.
No es que Domiciano fuera el primer emperador en perseguir a los
cristianos. También Calígula (37-41), que probablemente era un
demente, 60 años antes había insistido en que todos lo adoraran
como dios. Muchas personas, principalmente judíos y algunos de
los pocos cristianos de ese entonces, habían caído en sus garras.
Después, el depravado Nerón (54-68) persiguió a los cristianos,
deseando distraer de sí mismo el oprobio del populacho.
Pero ahora viene Domiciano. Igual que los anteriores, es una
especie de endemoniado, pero con una diferencia: es un
endemoniado cuerdo, y ésta es la clase más peligrosa. Toma sus
medidas con un cálculo frío y desalmado. No que fuera intolerante
con las distintas religiones en el imperio; la gente puede seguir
adorando a cuantos dioses quiera, toda vez que esté dispuesta a
adorarle como a un dios también a él. De modo que a los
gobernadores y demás oficiales les ordena rotular todo escrito así:
“Domiciano, nuestro Señor y Dios, decreta: …” Su imagen
aparece en todos los mercados y plazas públicas y hay ciertas
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fechas señaladas cuando es imprescindible quemar incienso ante


ella. El que se niega a hacerlo arriesga su vida.
No era fácil ser cristiano bajo semejantes condiciones, y ser
conocido como dirigente de la iglesia, sería doblemente peligroso.
Nadie dudaba del significado de sus palabras cuando el anciano
apóstol escribió que había tribulación.
Patmos queda a unos 54 kilómetros de la costa de Asia Menor,
donde estaban las siete iglesias mencionadas en el libro. Es una
islita rocosa y de escasa vegetación, aunque cuenta con un buen
puerto y una agricultura primitiva. Era uno de los muchos lugares
donde los romanos solían enviar a sus prisioneros. Una tradición
muy antigua afirma que Juan fue enviado a Patmos en el año 95
durante el reinado de Domiciano, y que fue puesto en libertad 18
meses después cuando el cetro del imperio cayó en manos de
Nerva.
Nuestro Hermano mayor
Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una
gran voz como de trompeta, que decía: “Yo soy el Alfa y la Omega,
el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a
las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo,
Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz
que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en
medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del
Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido
por el pecho con un cinto de oro (vers. 10-13).
De la misma manera como la obertura de un oratorio da la nota
tónica y quizás un trozo de las principales piezas que han de seguir,
vemos que este primer capítulo empieza dándonos un anticipo de
todo el Apocalipsis.
El anciano apóstol se encuentra meditando y en profunda
comunión con Dios cuando de repente es sorprendido en su
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contemplación al oír detrás de él una gran voz como de trompeta.


Vuelve para ver al que habla y ve a uno que es “semejante al Hijo
de hombre”. Este hermoso nombre tiene un profundo significado
para el cristiano.
Lo encontramos en el libro de Daniel donde el profeta dice que
fueron pues-tos tronos y el Anciano de días (el Padre celestial) se
sentó frente a los libros abiertos para realizar el juicio. En ese
momento crucial, dice el profeta: “Miraba yo en la visión de la
noche y he aquí con las nubes del cielo venía uno como el Hijo del
Hombre que vino hasta el Anciano de días y le hicieron acercarse
delante de él” (Dan. 7:13).
No es en su carácter de Rey de reyes y Sustentador del universo
que nuestro Salvador viene para representarnos ante el trono
Celestial, sino como “hijo de hombre”, o sea, como un ser humano.
Es precisamente su carácter humano el que le da el derecho de
realizar esta obra. “También [el Padre] le dio autoridad de hacer
juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre” (Juan 5:27).
Con justa razón este nombre fue el que más le gustaba a Cristo
aplicarse durante su ministerio terrenal. Fue en su carácter humano
como el Salvador venció al enemigo en su propio terreno y ganó
la victoria en la cruz. “Así que, por cuanto los hijos participaron
de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir
por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto
es, al diablo. [...] Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino
que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser
en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso
y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los
pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo
tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb.
2:14-18).
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Ahora, ante el anciano profeta, Cristo se presenta como uno que


conoce nuestra aflicción, siendo que él mismo ha probado el dolor
y sufrimiento humanos (Heb. 4:14-16).
Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como
nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al
bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como
estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada
aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece
en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso
su diestra sobre mí, diciéndome: “No temas; yo soy el primero y
el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por
siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del
Hades (vers. 14-18).
Juan dice que vio a un ser humano, pero ¡cuán glorioso es nuestro
Hermano mayor! Es resplandeciente y hermoso, más refulgente
que el sol (vers. 14). Con razón el anciano apóstol se postra para
adorar.
Al comparar esta descripción del Hijo del Hombre con visiones de
Dios registradas en otras partes de la Biblia (véase Dan. 7:9; Eze.
1:26, 27; Apoc. 4:2, 3), descubrimos que es la misma apariencia,
y así confirmamos que mientras el Salvador re-tiene su humanidad,
no ha perdido su carácter divino. Y el Padre ha contestado la
oración de Jesús registrada en Juan 17:5: “Ahora, pues, Padre,
glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo
antes que el mundo fuese”.
Así es como él nos representa. Lleva nuestra carne humana ante la
corte del universo. Es nuestro hermano y, como tal, es nuestro
representante; pero exaltado con los atributos de la divinidad
(véase Fil. 2:5-10).
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¡Cristo es vencedor!
¿Por qué se presenta de esta manera nuestro Salvador al principio
de la revelación? ¿Qué trata de decirnos? Al entenderlo, podemos
captar el mensaje esencial de este capítulo y del libro entero.
Observemos algunas de las expresiones principales: “Jesucristo,
[...] el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la
tierra, [...] el Alfa y la Omega, el primero y el último, el que es y
que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (vers. 5, 8). Después
viene la visión gloriosa del Señor y éste le dice al profeta: “No
temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve
muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y
tengo las llaves de la muerte y del Hades” (vers. 17, 18).
Hace énfasis en su victoria sobre la muerte, en su divinidad e
inmortalidad y en su segunda venida: “He aquí viene con las nubes
y todo ojo le verá” (vers. 7).
¿Cuál es el mensaje que todo esto trae para el pueblo de Dios? Es
un mensaje de aliento y fortaleza en medio de las pruebas: ¡Valor
y ánimo, manada pequeña! Sufriréis, sí. Algunos morirán por mí.
Pero no temáis. “He aquí que vivo por los siglos de los siglos,
amén. Y tengo las llaves de la muerte y del sepulcro” (vers. 17,
18).
Si tratáramos de resumir en sólo tres palabras el mensaje esencial
de este capítulo y de todo el Apocalipsis, diríamos: “CRISTO ES
VENCEDOR”.
¡Qué hermoso mensaje de amor de parte del Cristo resucitado para
su pueblo! Repítase de boca en boca, de país en país. Que resuene
donde el mal predomina, donde el campo parece rechazar el arado,
y los placeres del mundo llamen con voz de sirena a los corazones
duros e indiferentes. Óiganlo en las tierras donde la persecución y
la opresión prueban el valor de los más resueltos. Escúchenlo
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todos: ¡Cristo es vencedor! “He aquí viene en las nubes y todo ojo
le verá, y los que le traspasaron” (vers. 7).
“Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e
imperio por los siglos de los siglos. Amén” (vers. 5,6).
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CAPÍTULO DOS: El atardecer y la noche de


la Iglesia

“Las siete iglesias que están en Asia” (vers. 1).


Anatolia es el nombre dado por los geógrafos a la península
ocupada hoy por Turquía. El corazón de esta península es un
altiplano que, por el lado oeste, acaba en una zona montañosa que
cruza la península de norte a sur. Atravesando esa zona, el viajero
del este empieza a descender a lo largo de uno de los muchos valles
para encontrarse con una costa próspera y fértil. Toda la región,
desde las montañas hasta el Egeo, constituía antiguamente la
provincia romana llamada Asia.
En los primeros tiempos de la era cristiana, el mensaje de la cruz
empezó a echar raíces en Asia y pronto empezó a dar abundantes
frutos. Al principio de su segundo viaje misionero el apóstol Pablo
quiso dirigirse a Asia, pero nos sorprendemos al notar que el
Espíritu Santo no se lo permitió (Hech. 16:6). Sin embargo, vemos
que aun antes de terminar ese mismo viaje, Pablo había logrado su
anhelo de visitar la provincia, pues cuando venía de regreso en
camino hacia Jerusalén, pasó por Éfeso, una de las principales
ciudades. En esa ocasión, su estancia fue corta. Se reunió con los
judíos en la sinagoga y les dejó la promesa de volver (Hech. 18:19-
21).
Finalmente, al iniciar su tercer viaje, el apóstol apresuró sus pasos
para llegar a Asia, y esta vez no había ninguna voz que se lo
impidiera. Durante tres años (Hech. 20:32) —más tiempo que el
que permaneciera en cualquier otro lugar durante su ministerio—
Pablo hizo de Éfeso el centro de sus labores para evangelizar toda
la provincia.
La extraña prohibición del Espíritu Santo que impidió su visita a
Asia en la primera ocasión constituye, tal vez, un testimonio
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indirecto de lo muy fructífero que sería este campo. Si hubiese ido


primero a Asia, es posible que la predicación del evangelio en
Europa se hubiera demorado mucho más, pues Asia iba a absorber
el tiempo completo de muchos misioneros durante los siguientes
años.
Cuando al fin Pablo salió de Asia para no volver, el joven Timoteo
quedó a cargo de la creciente obra. Aquila y Priscila también
fueron activos en el ministerio como fervientes laicos. Apolos, y
más tarde el mismo Juan, trabajarían en Éfeso.
Éfeso: símbolo de la iglesia apostólica
La ciudad de Éfeso
Si bien Pérgamo era la capital de Asia, sin lugar a dudas, fue Éfeso
el centro de la provincia y su ciudad más importante. “Lumen
Asia”, la llamaban los contemporáneos, “la luz del Asia”. Con más
de 250,000 habitantes, fue, después de Roma, la segunda ciudad
del imperio en lo que al tamaño se refiere.
Observamos en primer lugar que era un puerto, y como tal, un
lugar de muchísimo tránsito y movimiento. La larga carretera que
cruzaba el continente desde el Éufrates y el valle de Mesopotamia
terminaba en Éfeso, y era aquí donde los viajeros y mercancías
destinados a Roma generalmente se embarcaban.
Por ser puerto, Éfeso llegó a ser también un gran centro comercial.
Aquí se compraban y vendían algodones de Egipto, especias del
oriente, telas finas, maderas, aceite, cobre y otros metales
refinados en distintas partes del mundo.
Éfeso tenía, además, el orgullo de ser una “ciudad libre”. Esto, en
el mundo romano, tenía mucho significado. Los emperadores
acostumbraban conceder la categoría de “libre” a ciertas ciudades
que se habían destacado por su lealtad a Roma. Esta designación
significaba que dentro de ciertos límites Éfeso gozaba de
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autonomía en su gobierno interno. Además, Roma no mantenía


tropas permanentes en las ciudades libres.
Pero, la mayor fama de Éfeso radicaba, sin duda, en su carácter
religioso. El enorme templo de Artemisa1 fue una de las siete
maravillas del mundo antiguo. Medía 115 metros por 55. Ciento
veintidós columnas de mármol sostenían su techo. Éstas medían
casi 20 metros de altura.
La imagen de Artemisa que aparecía en el templo estaba cubierta
de pechos, símbolos de la fertilidad. Basta con leer Hechos
capítulo 19 para saber cuán apreciada era Artemisa y su templo por
los efesios.
Éfeso era también centro de artes mágicas. A través del mundo
antiguo era altamente estimada cierta clase de amuletos conocidos
como “Letras Efesias”. Éstos eran empleados como garantía de
buena suerte. Tenían fama de ser eficaces para atraer a un amante,
asegurar un buen parto o una buena cosecha, para proteger a los
viajeros, o hacer prosperar un negocio, etc.; y la gente venía desde
lejos para comprarlas en Éfeso.
Podría parecer una paradoja que la fe cristiana hallara un suelo tan
fértil en Éfeso, pero así sucedió. En verdad, “cuando el pecado
abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20). Fue tanto el éxito del
evangelio que al principio de la predicación muchos de los nuevos
conversos “que habían practicado la magia trajeron los libros y los
quemaron delante de todos y hecha la cuenta de su precio halla-
ron que era cincuenta mil piezas de plata. Y así crecía y prevalecía
poderosamente la Palabra del Señor” (Hech. 19:19,20).
Fue a esta iglesia, ferviente y celosa de buenas obras, a la que se
dirigió el primero de los siete mensajes para las iglesias.
20 | V e n g o e n b r e v e

El mensaje a Éfeso
Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete
estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete
candeleros de oro, dice esto: (vers. 1)
1 Artemisa, llamada en algunas versiones “Diana”, no era la diosa romana de los
cazadores que llevaba ese nombre. Estaba relacionada con Ishtar de Babilonia, y
con Astarté de Palestina, la que era consorte de Baal y diosa de la fertilidad.

El versículo anterior explica que los siete candeleros de oro son las
siete iglesias y que las siete estrellas son los ángeles de las siete
iglesias (1:20). La palabra ángel significa “mensajero”. Este
término podría indicar que cada iglesia tenía su ángel guardián,
pero es más probable que aquí se refiera a los pastores de las
iglesias, los encargados de transmitirles las buenas nuevas de
salvación.
Al comparar este mensaje con los otros seis, encontramos que
están organizados todos de una misma manera: (1) Cristo se
identifica, (2) después sigue un encomio, o sea una palabra de
elogio, (3) una reprensión, (4) una advertencia, y (5) una promesa.
Ante Éfeso, Cristo se identifica como “el que tiene las siete
estrellas en su diestra”. La palabra traducida “tiene” es enfática;
significa tener algo firmemente asido. Nadie se las puede arrebatar.
Sostener algo en la mano significa (1) protección y (2) dominio.
Cristo protege a la iglesia, y también la dirige. Todo está en sus
manos.
También dice que él anda en medio de los siete candeleros. Esto
también señala su constante preocupación por la iglesia de Dios a
través de los siglos.
Una iglesia ferviente
Conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia (vers. 2).
21 | V e n g o e n b r e v e

La palabra traducida “trabajo” denota un esfuerzo arduo, hasta el


agotamiento. La “paciencia”, en este caso, no es una virtud pasiva
de resignación y tolerancia. Significa fortaleza y firmeza bajo
circunstancias difíciles, valentía y constancia in-quebrantable. Es
una paciencia gloriosa.
Has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los
has hallado mentirosos (vers. 2).
“Guardaos de los falsos profetas”, dijo Cristo varias veces durante
su ministerio terrenal (Mat. 7:15; 24:24, etc.). Y la joven iglesia no
tuvo que esperar mucho para percatarse de la razón de su
advertencia.
En los días de Juan, el gnosticismo, filosofía hijastra del
platonismo, ya estaba atacando la fe de los creyentes. Algunos
pretendían introducirla en la iglesia levemente disfrazada como
doctrina cristiana. El mismo apóstol Juan denunció la enseñanza
gnóstica, llamándola “el espíritu del anticristo, el cual vosotros
habéis oído que viene y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan
4:3).
Pablo dijo que el “misterio de iniquidad” ya obraba en sus días,
pero agregó que había quien lo detenía de modo que aún no se
había desarrollado como lo haría en el futuro (2 Tes. 2:7). No
sabemos con seguridad quién era el que detenía el espíritu de
apostasía en los tiempos de Pablo, pero es posible que se refiriese
a ese espíritu señalado por el Cristo resucitado: el celo por
conservar la pureza doctrinal, el espíritu de probar a los falsos
apóstoles y el valor de denunciar sus mentiras.
Se nota que los ancianos de Éfeso habían prestado atención a las
solemnes pa-labras que Pablo pronunció en su último discurso
entre ellos: “Sé que después de mi partida, vendrán lobos feroces
entre vosotros que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros
mismos se levantarán algunos hablando cosas perversas para
22 | V e n g o e n b r e v e

arrastrar a los discípulos tras ellos. Por tanto, estad alerta,


recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de
amonestar con lágrimas a cada uno” (Hech. 20:29-31).
“Has dejado tu primer amor”
Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor (vers. 4).
El primer amor: ¡Preciosa experiencia! Se observa en la vida social
de los jóvenes. Puede suceder también en la vida espiritual cuando
el alma, como ave peregrina y triste, llega a encontrar en Cristo su
centro y su eterno hogar.
Pero ¡qué doloroso cuando el primer amor se enfría!, a menos que
sea reemplazado por el amor más profundo y constante de la
madurez, el amor que fluye del corazón de Dios.
Un cristiano puede perder el primer amor. Y algo parecido puede
suceder también en la vida de toda una congregación o de un
movimiento religioso.
Recordemos la ardiente fe y las hazañas de los hijos de Israel
recién entrados en la tierra prometida. Pero el cronista registra
tristemente: “El pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de
Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué,
los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová, que él
había hecho por Israel. Pero murió Josué, [...] y toda aquella
generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después
de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él
había hecho por Israel. Después, los hijos de Israel hicieron lo
malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales” (Juec. 2:7-
11).
Sin duda, un caso sin paralelo de primer amor es el que está
registrado en el libro de los Hechos. Con el fervor y entusiasmo de
ese amor y el poder del Espíritu Santo, la iglesia salió y proclamó
el evangelio por todas partes.
23 | V e n g o e n b r e v e

Por ello se considera que este mensaje, aunque está dirigido a la


iglesia de Éfeso literal, se aplica también a todo el período de la
iglesia apostólica, el que abarca desde el año 31, cuando el Espíritu
Santo fue derramado, hasta el 100, cuando murió el último de los
apóstoles.
Pero también en la iglesia apostólica el primer amor se enfrió. Tal
vez no sea casualidad la yuxtaposición del elogio y de la
reprensión en este caso. Mientras la iglesia celosamente combatía
a los falsos maestros, no se dio cuenta que el enemigo le es-taba
ganando la batalla por otro lado. En su celo por desarraigar el
último vestigio de herejía, no supo en qué momento el primer amor
fue suplantado por una fría ortodoxia, y por una religión de credos
y discusiones sobre detalles.
Nunca hubo un momento específico en que la iglesia tomó
conscientemente la decisión de abandonar el primer amor, sino que
ello ocurrió como relata la parábola que un hijo de los profetas
dramatizó ante el rey Acab: “Y mientras tu siervo estaba ocupado
en una y en otra cosa, el [primer amor] desapareció (1 Rey. 20:40).
La advertencia es válida para todos los siglos. Hoy, también, la
iglesia necesita ponerse en guardia y examinar su propio corazón
tan celosamente como investiga a los que se apartan de la fe. Bien
puede el cristiano individual recordar el ejemplo de la iglesia de
Éfeso y aplicarse la receta del médico divino que estudiaremos a
continuación.
Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las
primeras obras (vers. 5).
He aquí la receta divina para todo apóstata y para todo aquel que
estando en la iglesia se da cuenta que su amor en algún grado se
ha enfriado. La receta consta de tres partes:
1. Recuerda. Lo primero que hizo el hijo pródigo cuando volvió en
sí fue recordar. La memoria le presentó las escenas de su infancia,
24 | V e n g o e n b r e v e

el cariño del hogar paterno y el amor que ardía en su corazón de


niño mientras gozaba de todo el bien que le podía proporcionar un
padre sabio y bondadoso. Y, volviendo en sí, dijo: “En casa de mi
padre hay abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre” (Luc.
15:17).
2. Arrepiéntete. El Espíritu Santo puede llenar el alma de dulce
añoranza por la “primera condición”; puede señalarle al pecador
las puertas abiertas del cielo, pero hay algo que él nunca quitará de
nuestras manos: la decisión personal de abrir el corazón para que
el verdadero arrepentimiento, la contrición divina pueda entrar.
“Varones hermanos, ¿qué haremos?”, exclamaron los pecadores
compungidos después del Pentecostés.
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros”, fue la respuesta
(Hech. 2:37,38). Y la respuesta del pródigo al ser llamado por el
mismo Espíritu fue un cambió de actitud y una decisión. Dijo: “Me
levantaré e iré a mi Padre”.
3. Haz las primeras obras. Millones de personas reconocen que las
cosas no andan bien en sus vidas y anhelan la paz y el consuelo de
la salvación. Algunos hasta llegan a manifestar cierta clase de
arrepentimiento, como el joven rico que vino corriendo un día y se
postró delante de Jesús en el camino (Mar. 10:17-22). Públi-
camente confesó su necesidad y deseo de mejorar su vida. A la
vista de la gente, éste sin duda parecía estar mucho más cerca de
la salvación que el hijo pródigo. Pero el pródigo alcanzó la
salvación, mientras que aquél se fue triste, alejándose de la vida
eterna. Sin el tercer paso los primeros dos carecen de valor. El hijo
pródigo hizo algo más que recordar, algo más que arrepentirse. Se
levantó y vino a su padre. Volvió e hizo las primeras obras.
Rechazo al libertinaje
Mas tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las
cuales yo también aborrezco (vers. 6).
25 | V e n g o e n b r e v e

Fuera de este versículo y el de Apocalipsis 2:15, la Biblia no


menciona a los nicolaítas. Pero otros escritores de la antigüedad sí
nos informan acerca de ellos. Dicen que tomaron la libertad
cristiana por libertinaje y así rebajaron las normas de la conducta
moral. Clemente de Alejandría escribió que los nicolaítas se
entregaban a toda clase de complacencia e inmoralidad.
Y la referencia en el versículo 15 parece confirmar esto, puesto
que ahí se los relaciona con la “doctrina de Balaam”, y dice que
dicha doctrina es la de enseñar al pueblo de Dios a quebrantar los
mandamientos, especialmente aquellos que prohíben la
fornicación y la idolatría.
En tiempos del Antiguo Testamento, Dios había ordenado a su
pueblo cumplir con algunos ritos y ceremonias que tenían por
objeto enseñarles cuál sería la misión y el propósito del Mesías
venidero. Por ejemplo, ellos debían sacrificar animales, para así
señalar su fe en la misión del Mesías como “Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
En los días del apóstol Pablo algunas personas pensaban que la
iglesia cristiana debía igualarse al judaísmo. Insistían en que todos
los nuevos cristianos debían convertirse primero en judíos; esto
implicaba que debían ser circuncidados, sacrificar animales y
guardar todos los demás ritos y ceremonias del pueblo judío.
El apóstol Pablo luchó contra estos errores. Comparó los ritos con
una sombra proyectada hacia adelante por una persona que está por
llegar. La sombra anuncia que la persona pronto llegará, pero
cuando llega “el cuerpo”, dice Pablo, la sombra ya no interesa.
Aclara el significado de esta analogía diciendo que “el cuerpo es
Cristo” (Col. 2:15-17). De esta manera quería convencer a los
judíos que los ritos y ceremonias que servían para anunciar la
llegada del Mesías, ya carecían de valor. Les decía, además, que
no hay ninguna ley ni obediencia que sirve para darnos salvación.
26 | V e n g o e n b r e v e

Ésta se obtiene por pura gracia, por la misericordia de Dios (Efe.


2:8-10).
Uso legítimo de la ley
Pero, como sucede casi siempre, algunas personas, al oír estas
explicaciones llevaron las cosas al otro extremo. “El apóstol ha
dicho que no hay ley —exclamaron, torciendo sus palabras—. Así
que vivamos la vida. Ya no hay restricciones de ninguna clase”.
Acto seguido, empezaron a practicar el libertinaje.
En realidad, no había justificación en absoluto para semejante
equivocación, pues al mismo tiempo que escribió contra el abuso
de la ley, San Pablo aclaró: “La ley es buena, si uno la usa
legítimamente” (1 Tim. 1:7). Y en otra ocasión, después de
reafirmar que la salvación se obtiene por medio de la fe, preguntó:
“¿Luego por la fe invalidamos la ley?” Y él mismo respondió
enfáticamente: “En ninguna manera, sino que confirmamos la fe”
(Rom. 3:31). En otros lugares, San Pablo cita algunos de los
mandamientos y sostiene su autoridad (ver, por ejemplo, Efe. 6:2,
3).
Más tarde, el apóstol Santiago envió a la iglesia una epístola en la
cual habló de este problema. Después de citar algunos ejemplos
tomados de los diez mandamientos, el apóstol agregó: “Hermanos
míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene
obras? ¿Podrá la fe salvarle? [...] Pero alguno dirá: Tú tienes fe y
yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi
fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También
los demonios creen y tiemblan. ¿Más quieres saber, hombre vano,
que la fe sin obras es muerta?” (Sant. 2:14-20).
Estos esfuerzos de los apóstoles tuvieron el efecto deseado, y por
un tiempo la falsa enseñanza contra la ley de Dios fue
contrarrestada. Por esto el Cristo resucitado elogia a los creyentes
27 | V e n g o e n b r e v e

de Éfeso diciendo: “Pero tienes esto, que aborreces las obras de los
nicolaítas, las cuales yo también aborrezco”.
Y en nuestros propios días ha vuelto a brotar esta misma enseñanza
falsa. Algunos se han levantado diciendo: “La gracia de Dios nos
salva del pecado, así que no hay ley”. Con esto insinúan que Dios
va a salvar a todos sin importarle que ellos hayan sido obedientes
o que hayan persistido toda la vida en una desobediencia obstinada
y voluntariosa. Hasta citan a San Pablo nuevamente, torciendo sus
palabras para confirmar sus ideas.
En verdad, son tristes los resultados de esta enseñanza. Los que la
fomentan han sembrado el viento y están cosechando el torbellino
(ver Ose. 8:7). La violencia y el desorden que caracterizan a la
sociedad actual se deben, en gran parte, a esta peligrosa enseñanza.
Esmirna: la iglesia perseguida
La ciudad de Esmirna
Si Éfeso era la ciudad más importante de Asia, Esmirna fue, sin
lugar a dudas, la más bella y en muchos aspectos, la rival de Éfeso.
La verdad es que humanamente, Esmirna tenía mucho de que
jactarse. La llamaban “el adorno de Asia”, “la flor del Asia”. La
belleza de Esmirna se debía en parte a su situación geográfica.
Además, era una ciudad planificada. Lisímaco, quien la construyó
alrededor del año 200 a. C., le dio avenidas amplias y
pavimentadas con grandes trozos de piedra pulida. Un círculo de
hermosos templos coronaba una colina detrás de la ciudad,
formando su acrópolis.
Como Éfeso, Esmirna era una ciudad portuaria. Pero en Éfeso el
puerto se mantenía abierto sólo por medio de un constante trabajo
con dragas porque los sedimentos del río Cayster lo llenaban
incesantemente. Las antiguas ruinas de Éfeso se encuentran hoy a
unos 10 kilómetros del mar, porque las aguas del río han seguido
rellenando el área. Esmirna, en cambio, era un puerto natural, el
28 | V e n g o e n b r e v e

mejor en toda la zona. Y Esmirna, bajo el nombre moderno de


Izmir, es hoy una ciudad próspera de Turquía. Aún se destaca por
su belleza y sigue siendo un puerto activo.
Esmirna se enorgullecía de ser también una ciudad culta. Tenía un
estadio para espectáculos y eventos deportivos, un “odeón” o
conservatorio de música, y el teatro más grande de toda Asia con
capacidad para 20,000 personas. Como amante de la poesía, era
una de las siete ciudades del mundo antiguo que aseveraba ser la
cuna de Homero.
Igual que Éfeso, Esmirna era una ciudad “libre”. Entre las ciudades
de la región, se destacaba por su lealtad fanática a Roma. En 195
a. C. fue la primera ciudad de Asia en construir un templo para
honrar a Roma como diosa. Y fue una de las primeras en edificar
un templo para honrar al césar como dios. Esto ocurrió en el año
26, cuando Tiberio les concedió permiso especial para hacerle este
honor.
Debido a estas circunstancias, no es difícil comprender que la
iglesia cristiana de Esmirna estuviera en una posición precaria.
Recordemos que la persecución más severa ocurría cuando los
cristianos rehusaban honrar a otro dios que no fuera el Dios del
cielo. No sería fácil ser cristiano en una ciudad tan fanática y
orgullosa de ser leal a Roma y al emperador.
El mensaje a Esmirna
Escribe al ángel de la Iglesia en Esmirna: El primero y el postrero,
el que estuvo muerto y vivió, dice esto: (vers. 8).
Con razón el Salvador hace énfasis en su propia muerte y
resurrección. Muchos cristianos de Esmirna ya habían muerto, y
otros más iban a correr la misma suerte. La muerte de Cristo les
advierte que no cuentan con una garantía o seguridad de siempre
salir ilesos en el conflicto. Su resurrección le señala el resultado
final.
29 | V e n g o e n b r e v e

Pobreza y riqueza
Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres
rico) (vers. 29).
La “tribulación” mencionada en este versículo denota un
sufrimiento atroz, aplastante.
La palabra “pobreza” proviene del griego ptocheia. Hay otro
término que des-cribe la pobreza de un labrador que gana poco,
pero que con ese poco puede sustentarse. La pobreza de Esmirna
es total.
La blasfemia de los que se dicen ser judíos y no lo son, sino
sinagoga de Satanás (vers. 9). A principios de la era cristiana, los
más severos perseguidores de los cristia nos eran siempre judíos
(véase Hech. 9:23; 13:50; 14:2,19; 17:5; 18:12; 20:2; 23:12). Pero
Pablo declara acerca de ellos: “No es judío el que lo es exterior-
mente, [...] sino que es judío el que lo es en lo interior” (Rom.
2:28,29).
Pero probablemente este pasaje se refiere a falsos cristianos,
personas que aceptan el nombre y la feligresía de la iglesia en
tiempos de paz, pero que al surgir alguna persecución, se
convierten en traidores. Cristo también advirtió contra esta clase
de falsos hermanos (ver Mat. 10:21; 24:10).
“No temas lo que vas a padecer”
No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí el diablo echará a
algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis
tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida. El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a
las iglesias: El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte
(vers. 10, 11).
Hemos visto cómo el mensaje a la iglesia de Éfeso es apropiado
como una descripción de la era apostólica (los años 31-100 d. C.).
30 | V e n g o e n b r e v e

En igual sentido, este mensaje, presenta las condiciones que


realmente existieron en la ciudad de Esmirna, y a la vez, es una
descripción profética de la segunda etapa en la historia de la
iglesia, o sea del tiempo de la persecución de la iglesia por parte
de Roma durante los años 100–313 d. C.
Antes del año 100, la persecución que sufrió la iglesia fue
esporádica, casi diríamos caprichosa. Todavía no eran muy
numerosos los creyentes, y pocas veces los enemigos organizaban
una persecución dirigida contra cristianos por serlo, sino que
sufrían por una persecución contra los judíos –muchos romanos
los veían como una secta judía–, o cuando rehusaban quemar
incienso ante los altares de Roma.
Pero, alrededor del año 100, el emperador Trajano estableció una
nueva política para con los cristianos que sería seguida en forma
más o menos constante durante los próximos 200 años. Decía
Trajano que los cristianos no debían ser buscados para
perseguirlos, pero que si alguien levantaba una acusación contra
ellos, debían ser interrogados y obligados a renunciar a su fe o
morir.
Como resultado de esta política no muy lógica, durante la mayor
parte de esta etapa, la persecución de los cristianos no fue
sistemática ni universal, sino más bien caprichosa y esporádica,
aunque muchas veces muy cruel.
“Tendréis tribulación por diez días”, dijo Cristo. Estas palabras
denotan un sufrimiento que no iba a durar demasiado tiempo.
Podría ser agudo, pero no resulta-ría en el exterminio de la iglesia.
Y, en efecto, así sucedió: durante esa época hubo temporadas
cuando el sufrimiento de la iglesia fue severo. Y algunas de ellas,
en efecto, duraron alrededor de diez años, tiempo que
correspondería a los “diez días” que menciona la profecía.
31 | V e n g o e n b r e v e

Por ejemplo, durante el tiempo de Antonino Pío (128-161), los


cristianos fueron acusados de ser responsables de una serie de
terremotos ocurridos en Asia Menor. Miles murieron, entre ellos
el famoso Policarpo, obispo de Esmirna.
Bajo Marco Aurelio (161-180), unos filósofos griegos acusaron a
los cristianos de graves crímenes, y se desató un período de
persecución por demás terrible.
Trajano Decio (249-251) vio que la fe cristiana se había propagado
tanto que amenazaba la existencia misma de la religión pagana y
ordenó el exterminio del cristianismo. La severidad de esta
disposición fue moderada sin duda por su muerte sucedida en el
251, pero su idea fue seguida, en cierto grado, por Galo (251-253)
y Valeriano (253-260).
La última y más severa de las grandes persecuciones fue la que con
terrible saña lanzó Diocleciano en el año 303. El Señor Jesús había
dicho que por amor a los escogidos el tiempo de sufrimiento sería
acortado, pues de lo contrario ninguna carne sería salva (Mat.
24:22). Podemos ver el cumplimiento de esta palabra en el hecho
de que Diocleciano falleció sólo dos años después de lanzar la
persecución, y los sucesores se encontraron tan ocupados luchando
para mantener su corona que no podían dedicar mucho tiempo a la
tarea de perseguir a los cristianos.
Finalmente, ascendió Constantino, quien puso fin a la sangrienta
historia de la época en el año 313 con el Decreto de Milán,
concediendo a la religión cristiana completa tolerancia.
Ninguna reprensión mancha la página de esta iglesia en la historia
bíblica.
¡Qué tierno mensaje le toca recibir!: “No temas lo que vas a
padecer… Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de vida… el
que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte”.
32 | V e n g o e n b r e v e

La persecución, por supuesto, trae sufrimiento y grandes pérdidas,


pero también sirve para zarandear y purificar a la iglesia. En
tiempos de paz y bonanza ingresan a sus filas algunos que vienen
por los panes y los peces del Evangelio. Permanecen tibios sin
llegar realmente al punto de rendir sus vidas por completo al Señor.
Pero cuando llega una prueba o persecución muchos de éstos
cambian de actitud y buscan a Dios de corazón. Ante el inminente
peligro, dejan a un lado las pequeñas diferencias, y sus oraciones
cobra nuevo sentido y poder. Otros más, ante la persecución, se
alejan y así ya no están presentes para debilitar la fe de los demás
con sus quejas y dudas.
Pérgamo: la iglesia que perdió el rumbo
La ciudad de Pérgamo
A unos cien kilómetros al norte de Esmirna, en el valle del río
Caico, encontramos a Pérgamo, capital de la provincia de Asia. En
los días de Juan, Pérgamo ya no era la misma ciudad que Plinio
había descrito como la “más famosa de Asia”. Había empezado a
decaer, y más tarde perdería por completo en la competencia con
Éfeso. Sin embargo, cuando la iglesia primitiva se estableció allí,
Pérgamo era todavía una ciudad importante y orgullosa.
La historia de Pérgamo revela una nota curiosa, especialmente
cuando uno la considera a la luz del mensaje que recibió la iglesia
de ese lugar, y a la luz de lo que ocurrió al pueblo de Dios durante
la época histórica representada por Pérgamo.
Lisímaco fue el que empezó a fortificar a Pérgamo y a convertirla
en una ciudad de importancia. Posiblemente pensaba establecer
allí su capital. No lo sabemos, debido a que pronto se vio envuelto
en una lucha a muerte con sus rivales, y por tal motivo no tuvo
mucho tiempo para pensar en los detalles de cómo iba a ordenar su
gobierno.
33 | V e n g o e n b r e v e

Pero el hecho es que Lisímaco depositó en Pérgamo su tesoro


personal de nueve mil talentos a cargo de un tal Filetero. A la
muerte de aquél, Filetero se adueñó de la fortuna y la usó para
fundar su propia dinastía (283-263 a.C.).
Fue glorioso el principio de este pequeño reino, pues en poco
tiempo Filetero tuvo que defender su corona contra los ejércitos
del general Antíoco, y ocurrió lo inesperado. Este reino, recién
establecido y con pocos recursos humanos, hizo lo que Lisímaco
no había podido lograr: derrotar al gran Antíoco en el campo de
batalla y establecer definitivamente su independencia.
Atalo I (241-197 a.C.), primo y sucesor de Filetero, prosiguió los
mismos planes y aumentó en tres veces más el territorio del reino
valiéndose de las armas. Cuando murió, había subyugado
prácticamente todo el occidente de Asia Menor. Después de
consolidar sus conquistas, Atalo se dedicó a fomentar el comercio
y las ciencias durante su reinado, que duró más de 40 años.
Una cosa más hizo Atalo que llama la atención: estableció una
alianza con Roma y aprovechó el apoyo de ésta para confirmar su
posición y sus conquistas.
Bajo Eumenes II (197-159 a. C.), hijo de Atalo, Pérgamo llegó a
su apogeo. Eu-menes levantó suntuosos templos, teatros y otros
edificios públicos que rivalizaban en esplendor con los de Atenas.
Como amante de las letras, Eumenes patrocinó una biblioteca que
llegó a tener 200,000 volúmenes, constituyéndose en la segunda
del mundo. Por cierto, de allí ha salido la palabra “pergamino”,
pues el rey Tolomeo Epífanes de Egipto, sintiendo celos por el
prestigio de la biblioteca de Alejandría, prohibió la exportación de
papiro. Privados de la única fuente de papel en el mundo antiguo,
los bibliotecarios de Pérgamo aprendieron a preparar un material
hecho de cuero fino que terminó por desplazar al papiro en todas
34 | V e n g o e n b r e v e

partes del mundo antiguo. Estos cueros fueron llamados


“pergaminos” por su lugar de origen.
También Eumenes continuó la alianza con Roma, la cual cada vez
más dejó de ser una alianza para convertirse en una dependencia.
Atalo III (138-133 a. C.), apoyado por tropas romanas, gobernó
como tirano, oprimió al pueblo con severas exigencias durante
cinco años, y al morir legó todo su reino al Imperio Romano.
Impresiona notar que lo que los padres habían logrado con
sacrificio y esfuerzo, los hijos, sin ninguna lucha, lo entregaron a
Roma, a fin de obtener una ventaja personal para ellos mismos.
Y escribe al ángel de la Iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada
aguda de dos filos dice esto: (vers. 12).
En el mensaje a Esmirna, el Cristo resucitado enfatiza su propia
muerte y resurrección. Más tarde (en el capítulo cinco) se
presentará como Cordero inmolado. Pero es muy distinta la figura
de Jesús ante Pérgamo. Aquí lo vemos con una espada
desenvainada.
La espada de doble filo
La espada de doble filo fue un arma formidable. Tenía la obvia
ventaja de cortar por ambos lados. Además, servía como
instrumento punzante, a manera de lanza. De ahí la metáfora de
Hebreos 4:12: “La Palabra de Dios es más penetrante que toda
espada de dos filos”.
Pero el soldado tenía que manejarla con cuidado, porque en la furia
del combate era posible que, retrayendo su espada para atacar con
más violencia al enemigo, pudiera herirse a sí mismo o a un
compañero, pues era capaz de cortar tanto hacia atrás como hacia
adelante. La espada de Cristo también corta hacia adentro y hacia
afuera. Él es quien defiende a la iglesia, y el que la reprende.
35 | V e n g o e n b r e v e

Así que, se presenta ahora ante la iglesia de Pérgamo con su espada


de dos filos y, en efecto, esta iglesia tenía mucha necesidad de
escuchar una advertencia tal.
Testificando bajo circunstancias difíciles
Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de
Satanás (vers. 13).
El trono es símbolo de autoridad, pues es el sillón donde se sienta
un rey para ejercer sus funciones reales. Simboliza el poder del
gobierno.
Pérgamo había sido capital ya durante 300 años en los días de Juan.
Y como tal, era el centro de autoridad política en toda la provincia
y era, además, la sede del culto al emperador.
La iglesia de Pérgamo representa la tercera etapa de la historia
eclesiástica, la que comenzó en el año 313, cuando Constantino
emitió el decreto de Milán para poner fin a la persecución de la
iglesia por parte de Roma, y se extendió hasta el año 538, año en
que se estableció efectivamente la autoridad política de la iglesia.
Aplicando esta expresión, “donde está el trono de Satanás”, a la
época histórica, podemos ver que, mediante disfraces bien
tramados, Satanás estaba estableciendo su autoridad en la iglesia.
Esto lo hacía introduciendo elementos del paganismo leve-mente
disfrazados como doctrina cristiana. (En seguida observaremos
algunos ejemplos específicos de estas innovaciones.)
Ya para este tiempo la iglesia contaba con el apoyo del gobierno
civil, y los que estaban impulsando los cambios no vacilaron en
valerse de dicho apoyo para proceder contra aquellos que se
oponían a sus propósitos.
Pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días
en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros, donde
mora Satanás (vers. 13).
36 | V e n g o e n b r e v e

No tenemos información acerca de la identidad del Antipas que


vivió en Pérgamo en los días de Juan. La palabra traducida
“testigo” significa también “mártir”, y al leer este versículo,
entendemos que, en efecto, el testimonio de Antipas fue su muerte.
De esta manera llegó a simbolizar a todos aquellos fieles cristianos
que durante la época de Pérgamo no aceptaron rebajar las normas
de la fe. Por su fidelidad a la Palabra de Dios, estos testigos fueron
acusados de ser sediciosos y perturbadores de la paz que
recientemente se había establecido entre la iglesia y el estado. A
algunos de ellos les tocó pagar el precio supremo por su fidelidad
cuando por primera vez la espada del estado se desenvainó para
matar a cristianos en el nombre de Cristo.
Una alianza fatal
Pero tengo unas pocas cosas contra ti: Que tienes ahí a los que
retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner
tropiezo ante los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los
ídolos y a cometer fornicación. Y también a los que retienen la
doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco (vers. 14, 15).
“¡Unas pocas cosas!” Conociendo algunos de los problemas de
Pérgamo, tal vez nos sorprende el tono suave de la reprensión, pero
tenemos que recordar que este mensaje, igual que todos los demás,
no está dirigido a los que promovían los cambios. A la iglesia
organizada, con sus dirigentes, sus edificios y demás aspectos
visibles, se la llama en la Biblia el “redil”. Este término se refiere
al aprisco, o sea, el refugio de las ovejas. Pero Cristo dijo que tenía
otras ovejas que no estaban en el redil (Juan. 10:2-16). A todas sus
ovejas, los verdaderos seguidores, tanto a los que están dentro
como a los que están fuera de la iglesia visible, se dirigen las cartas
a las siete iglesias.
A Balaam, el que se menciona en este pasaje, le correspondió el
alto honor de ser llamado como profeta o vocero de Dios en el
tiempo cuando Israel estaba saliendo de Egipto. Balac, en ese
37 | V e n g o e n b r e v e

entonces rey de Moab, se llenó de pavor al ver cómo avanzaba


Israel como una fuerza irresistible. Así que ofreció al profeta
honores y riquezas para que viniera a pronunciar maldiciones
contra Israel. Parecía un buen plan, y Balaam estuvo de acuerdo,
pero al principio no tuvo éxito, porque mientras el pueblo de Dios
permanecía fiel, ni los esfuerzos de un profeta corrupto podían
prevalecer contra ellos.
Cuando Balaam comprendió que no podía maldecir a quienes Dios
había bendecido, le propuso a Balac otra idea: Vamos a ofrecerles
amistad, confraternidad —dijo—, para ver si de esta manera
podemos conseguir que se aparten de su Dios, pues únicamente así
caerán.
En Números 25:1-3, se describe la manera cómo Balac logró su
propósito: “Mientras Israel habitaba en Sitim, el pueblo comenzó
a fornicar con las hijas de Moab. Y éstas invitaron al pueblo a los
sacrificios que hacían a sus dioses, y el pueblo comió y se postró
ante sus dioses. Así Israel se unió a Baal-Peor, y se encendió la ira
del Señor contra Israel”.
El caso de Balaam es una representación admirable de lo que
ocurrió en la iglesia cristiana entre el año 313, cuando Constantino
decretó tolerancia para el cristianismo, y el 538 cuando se
consumó la unión entre el poder civil y el poder de la iglesia.
Viendo que Cristo había escapado de su ira y vuelto al cielo, el
“dragón” (así se llama a Satanás en el capítulo doce del
Apocalipsis) descargó toda su furia sobre la iglesia. Al principio,
el avance de la iglesia parecía tan incontenible como había sido el
de Israel. La profecía lo representa bajo el símbolo de un jinete
montado en un caballo blanco, que sale “venciendo y para vencer”
(Apoc. 6:2).
El enemigo primero intentó detener el avance de la iglesia
desatando sobre ella una fuerte persecución. Pero esta táctica no le
38 | V e n g o e n b r e v e

dio resultado, porque la sangre de los mártires era como simiente


que, cayendo en suelo fértil, hacía abundar más y más la fe de la
iglesia y el número de creyentes. Al aceptar, por fin, que era
imposible lograr su propósito por la violencia, el dragón tendió a
la iglesia una rama de olivo: “¿Por qué vamos a seguir peleando?
Hagamos las paces”, dijo, susurrando suavemente. Él sabe hablar
así cuando le conviene. Fue esa misma voz la que habló con Eva
en el Edén.
Entonces, lo que había ocurrido con Israel en el tiempo de Balaam
y lo que pasó en la historia literal de la ciudad de Pérgamo, sucedió
también en la iglesia cristiana. Un pueblo victorioso,
independiente y hecho libre por la gracia de Dios, formó una
alianza fatal, una unión mediante la cual se entregó sin resistencia
lo que el enemigo no había podido arrebatarle en el campo de
batalla.
La fornicación es un tipo de unión ilícita. A través de las Escrituras
se llama “fornicación” al pecado de abandonar a Dios para formar
otras alianzas (véase, por ejemplo, Isa. 23:1; Eze. 16:15-17; Ose.
1-3; 9:1; 2 Cor. 6:14-16; Apoc.17:1, 2).
Específicamente, significa:
- Alianza entre el pueblo de Dios y el mundo
- Alianza entre la verdad y el error
- Alianza entre la iglesia y el poder civil
Cristo dijo acerca de su pueblo que si bien estaba en el mundo, no
debía ser del mundo (Juan 17:15,16; 15:19). La iglesia primitiva
comprendió que existe un antagonismo fundamental entre los
principios de la verdad y los del error (2 Cor. 6:14-16), y que era
únicamente por medio de una lucha constante como ella podía
mantener su pureza en un mundo corrompido. En este campo
transigir significa la muerte.
39 | V e n g o e n b r e v e

A la tendencia de aceptar y recibir elementos ajenos a su propia


naturaleza, de entremezclar la verdad con principios recogidos de
una y otra filosofía, se le llama “sincretismo”. Es una práctica que
da buenos resultados en ciertos campos como en las ciencias o en
las filosofías seculares, pero para la iglesia el sincretismo siempre
es fatal.
Cuando el filósofo se metió en la iglesia
La época representada por la iglesia de Pérgamo (313-538), fue el
tiempo cuando supuestamente todo el mundo se convirtió a la
iglesia, pero en muchos sentidos era realmente lo contrario lo que
sucedía: la iglesia se estaba convirtiendo al mundo. Para explicar
esto, damos a continuación algunos datos históricos de esa época.
De los muchísimos ejemplos, sólo podremos citar unos pocos que
servirán para ilustrar la forma en que entraron cambios que
afectaron el corazón mismo del evangelio. El conocimiento de
estos eventos nos ayudará a entender no solamente la profecía
acerca de Pérgamo, sino varias de las otras profecías que veremos
a través del libro de Apocalipsis.
En el primer siglo de la era cristiana, había una filosofía llamada
gnosticismo. Ya la habíamos encontrado en la época de Esmirna,
y allí observamos cómo la mayoría de sus ideas se habían derivado
de las enseñanzas de Platón. A algunas personas les parecía que el
gnosticismo tenía mucho en común con el cristianismo, pues sus
adeptos hablaban de luz, de amor, de paz y de cosas similares. Muy
pronto vino el esfuerzo por incorporar el gnosticismo al
cristianismo: el primer intento importante por lograr un
sincretismo entre la fe cristiana y la filosofía pagana.
En varios de sus concilios, la iglesia tomó acuerdos para rechazar
el gnosticismo porque éste había llegado al extremo de decir que
Cristo era una luz o un vapor espiritual y que no había tomado
realmente un cuerpo humano. Sin embargo, aun cuando fue
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rechazado, el gnosticismo logró dejar en el seno de la iglesia


algunas huellas.
Un nuevo concepto del ser humano
Un ejemplo de éstas fue un nuevo concepto que se introdujo acerca
de la naturaleza de la humanidad. Platón había dicho que el cuerpo
humano, igual que todo lo material, es algo sucio y despreciable.
Pero que apresada dentro del cuerpo se encuentra una entidad
mística llamada el “psijé”. Según él, este “psijé” es puro espíritu,
sin principio y sin fin, sin forma ni dimensiones. Es algo aparte del
cuerpo, al grado que en ocasiones puede salirse para ir caminando
a través del mundo.
Esta idea, por supuesto, es completamente contraria a la enseñanza
bíblica acerca de la naturaleza del hombre que es un ser íntegro,
indivisible. En la Escritura la palabra “alma” se refiere a la persona
en sí (Gén. 46:18; Mat. 2:20; Hech. 3:23; 7:14), o bien al hombre
interior con sus facultades racionales (Luc. 1:46; 12:18; 1 Ped.
2:11).2 Mas los sincretistas tomaron la palabra y la aplicaron a ese
“puro espíritu” de Platón, con el resultado de que en el
pensamiento de la iglesia se asimiló un concepto griego del alma
como algo antagónico dentro del cuerpo, rechazado por el cuerpo
y viceversa. Y veían al alma como algo que se puede desprender
del cuerpo para ir caminando por el mundo como una entidad
consciente y desmaterializada.
En otras palabras, el término “alma” llegó a significar para los
cristianos lo que había significado el “psijé” para los griegos
paganos. Y a esto añadieron la idea de que a la muerte de los fieles
el vapor o “plasma eléctrico” de ellos se desincorpora y va para
recibir la paga por sus obras, de alguna manera separada del
cuerpo.
Esta idea se propagó a pesar de que la Biblia enseña claramente
que nadie, ni justos ni pecadores, va a recibir su galardón antes de
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la resurrección del cuerpo, la que ocurrirá en ocasión de la segunda


venida de Cristo (Juan 5:28,29). A esto se refería Jesús cuando dijo
a Juan: “He aquí vengo pronto, y mi galardón conmigo, para dar a
cada uno conforme a sus obras” (Apoc. 22:12).
Será en el día final cuando los resucitados serán llamados ante el
gran trono blanco para escuchar la sentencia pronunciada sobre
ellos en el juicio. Esto lo afirma la Biblia (2 Tim. 4:1; Apoc.
20:11,12) y también el credo. Y es obvio que ningún ser humano
podrá recibir su castigo o su premio hasta que no sea juzgado.
2 Colin Brown, Dictionary of New Testament Theology, s.v. Soul (Grand Rapids,
MI: Zondervan, 1986), 3:676-687.

Por esto Cristo, hablando de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob,


dijo que, si no fuera por la resurrección, estos fieles hombres de
Dios no tendrían más parte con Dios (Mat. 22:31,32). Y el mismo
apóstol San Pedro dijo que ni aun el rey David ascendió al cielo al
morir (Hech. 2:29,34). De la misma manera, el apóstol Pablo dice
que ni los vivos irán al cielo antes que los muertos, ni que los
muertos antes que los vivos, sino que todos juntos iremos en
ocasión de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tes.
4:15-17). Son seres completos, resucitados, los que van a ir al
cielo; no un “plasma eléctrico” desincorporado.
Una idea equivocada acerca del sexo
Hubo un segundo concepto equivocado que se desprendió del
paganismo a través de la filosofía griega para corromper la fe de la
iglesia.
Como ya hemos visto, Platón enseñaba que el cuerpo, por cuanto
es materia, es algo vil y despreciable. De ahí que él veía todo lo
relacionado con el cuerpo como malo y degradante. Este concepto
afectó grandemente la idea de la iglesia acerca de la vida práctica
del cristianismo. Empezó a enseñarse que era menester castigar el
cuerpo con ayunos, desvelos, flagelaciones, latigazos y otras
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formas de maltrato al organismo físico, porque todo lo que lo


perjudica es bueno para el alma, y viceversa.
Las relaciones naturales entre marido y mujer fueron establecidas
por Dios mismo en el Edén, antes de que el pecado entrara en el
mundo (Gén. 1:27, 28). Fue-ron creadas para bendición de la raza
humana. Las Escrituras advierten contra la perversión del sexo,
pero siempre presentan la expresión correcta y lícita de la relación
sexual en una luz positiva, como algo sublime, agradable a Dios.
Pero después de que el concepto platónico de la materia empezó a
entrar en la iglesia, surgió la enseñanza de que lo sexual, como
algo que corresponde al cuerpo, es sucio y vergonzoso. Inclusive,
decían que el fruto que comió Eva en el Edén no fue un fruto en
realidad, sino que su pecado fue la participación con su esposo en
el acto sexual. Decían también, que el sumo bien consiste en no
dar expresión nunca a estos instintos naturales creados y
bendecidos por Dios.
San Pedro era un hombre casado (ver Mat. 8:14) y a veces viajaba
acompañado de su esposa en la obra de predicar el evangelio (1
Cor. 9:5). San Pablo, por su parte, dejó instrucciones acerca de la
esposa y los hijos de los obispos (1 Tim. 3:2-4). Pero cuando el
concepto platónico entró, la iglesia comenzó a imponer
rigurosamente el celibato al clero. A miles de dirigentes religiosos
les ordenó abandonar a sus esposas e hijos para no participar más
en esta clase de “contaminación”.
Un concepto pervertido de Dios
Podemos citar también otros conceptos de origen pagano que
lograron infiltrarse en la iglesia cristiana a raíz de esta enseñanza
gnóstica y platónica de la naturaleza del hombre. Uno de éstos fue
un concepto pervertido acerca de la naturaleza de Dios.
Los paganos consideraban que sus dioses eran parecidos a ellos
mismos, sólo que un poco más grandes. Por lo tanto, no les parecía
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correcta la idea de que había un solo Dios, pues no podían imaginar


que uno bastaba para atender to-dos los asuntos de miles de seres
humanos en la tierra. Por esto, inventaron muchos dioses para
cuidar de los múltiples intereses de la humanidad. El mundo
grecorromano tenía un dios asignado para cada causa: había uno
que cuidaba a los marineros, mientras otros velaban por los
agricultores, los comerciantes, las mujeres en el parto y los
artesanos de cada gremio y profesión. Asimismo, se asignó
también un dios patrono de cada pueblo y cada día del año.
La religión cristiana se mantuvo firme en su creencia del
monoteísmo (que hay un solo Dios); sin embargo, llegó a asimilar
un concepto de él parecido a la idea de los paganos. Se llegó a creer
que era un viejecito de barba blanca, simplemente una versión un
poco más grande de un humano. Se había perdido de vista el
concepto bíblico de un Dios infinito en poder, en conocimiento y
amor. Este nuevo concepto limitado y bajo se reflejaba en que no
lo consideraban muy atento a los asuntos de esta tierra; creían que
era necesario recordarle constantemente. Lo veían, además, un
poco indispuesto para con sus hijos aquí en la tierra, no siempre
con buena voluntad para ayudarlos. Consideraban, por lo tanto,
que era necesaria la intervención de una enorme cantidad de
intercesores, tanto en la tierra como en el cielo.
¡Qué triste concepto de nuestro Padre Celestial! Ciertamente es un
concepto implantado por el enemigo de nuestras almas.
Es extraño que pudiera propagarse semejante idea en el seno de la
iglesia, siendo que tenemos en la Biblia las palabras del mismo
Señor al respecto. Él enseñó a sus discípulos que debían llamar a
Dios “Padre nuestro”. Él fue quien dijo a través del profeta: “¿Se
olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse
del hijo de su vientre? Aunque se olvide ella, yo nunca me olvidaré
de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida”
(Isa 49:15,16). Y el Señor Jesucristo dijo: “¿No se venden cinco
pajarillos por dos cuartos? Y, sin embargo, ni uno de ellos está
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olvidado ante Dios. Es más, aun los cabellos de vuestra cabeza


están todos contados. No temáis; vosotros valéis más que muchos
pajarillos” (Luc. 12:6, 7).
Además, Cristo dijo claramente a sus seguidores: “No os digo que
rogaré por vosotros, pues el Padre mismo os ama” (Juan 16:26,27).
El Padre nos ama tanto que ni el mismo Hijo tiene que rogar por
nosotros. ¿Cómo, pues, será posible creer que hay necesidad de
miles de intercesores para convencerlo a que atienda nuestros
asuntos? Es muy claro que esa idea se originó directamente en el
concepto pagano de un dios limitado que no puede atender a sus
hijos y que no se interesa mucho por ellos.
El resultado de todo esto fue que cuando una ciudad pagana optaba
por declararse convertida al cristianismo, simplemente le quitaban
el nombre del dios patrono y le ponían el nombre de un cristiano
difunto. Lo mismo sucedía con los gremios de artesanos, con los
días del año, etc. Ya el platonismo había puesto a los muertos a
vivir sin cuerpo alrededor del trono del Padre celestial; así que, era
asunto fácil ponerlos como intercesores, encargados de los asuntos
que antes habían atendido los distintos dioses. Y así fue como el
sincretismo logró otra victoria al corromper la pureza de la fe
cristiana.
Éstos son apenas unos pocos ejemplos de los muchos que
podríamos citar para ilustrar los resultados de la “fornicación”, o
sea, del sincretismo que tuvo lugar en el tiempo de Pérgamo.
La “espada” de Cristo
Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé
contra ellos con la espada de mi boca (vers. 16).
No dice Cristo, “Pelearé contra ti”, sino, “contra ellos”. Esta
expresión confirma nuevamente el hecho de que estos mensajes se
dirigen a los fieles que siempre han constituido la “iglesia
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invisible”. La palabra “ellos” se refiere a las personas que estando


en la iglesia visible, participan de la doctrina de Balaam.
El arma con la que Cristo va a pelear contra ellos se llama la espada
de su boca porque es la Palabra de Dios. Dice el apóstol Pablo:
“Tomad [...] la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efe.
6:17; Heb. 4:12). No se refiere al papel y tinta de la Biblia impresa;
tampoco se refiere a los sustantivos, verbos y demás vocablos con
los cuales se expresa el mensaje celestial, y ni siquiera se refiere al
mensaje en sí. “La Palabra de Dios” es la energía vivificante” que
se manifiesta cuando el mensaje es aceptado por fe.
Por esa misma energía divina, por esa misma “Palabra”, fueron
hechos los cielos y la tierra (Sal. 33:6; Heb. 11:3), y por ella es
engendrada vida nueva cuando el alma que estaba muerta en
delitos y pecados es hecha una nueva creación en Cristo Jesús (2
Cor. 5:17; Efe. 4:24), Asimismo, nuestro Señor es llamado la
“Palabra [el Verbo] de Dios” (Juan 1:1-3,14; Apoc. 19:13), porque
es una expresión en carne humana de ese poder celestial, de esa
energía vivificante de Dios.3
Pero esa “espada” que es la Palabra, ese poder divino que creó al
mundo y que engendra vida nueva en los hijos de Dios, algún día
será desenvainada para destruir. El apóstol, refiriéndose a los
burladores de los últimos días, dice: “Estos ignoran
voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la
palabra de Dios los cielos, y también la tierra, [...] pero los cielos
y la tierra que existen ahora están reservados por la misma palabra,
guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los
hombres impíos” (2 Ped. 3:3-7; compárese con 2 Tes. 2:8).
A esto se refiere el Cristo resucitado cuando dice: “pelearé contra
ellos con la es-pada de mi boca”.
Pan del cielo
Al que venciere, daré a comer del maná escondido (vers. 17a).
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El maná fue el alimento enviado milagrosamente a los israelitas en


el desierto. Moisés lo llamó, “pan del cielo” (Éxo. 16:4; ver
también Salmo 78:25; 105:40).
El maná escondido, premio y sustento del cristiano, es Cristo
mismo. Él dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si
alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le
daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. [...] Este
es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres
comieron maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá
eternamente” (Juan 6:51,58).
Pero para muchos este precioso Pan permanece escondido “porque
la palabra de la Cruz es necedad para los que se pierden” (1 Cor.
1:18-21). Como dijo el Señor Jesucristo, “Te alabo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e
inteligentes, y las revelaste a los niños” (Mat. 11:25; véase también
Rom. 1:28).
3 No pretendo con este breve análisis agotar toda la riqueza de lo que significa
este término.

El veredicto: vida eterna


Le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un
nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe
(vers. 17b).
Los romanos fueron los que empezaron el sistema de jurados. Bajo
este plan, se le entregaban a cada miembro del jurado dos
piedrecitas. Una era negra, la otra blanca. Después de escuchar
todas las evidencias del caso, los miembros del jurado señalaban
su fallo depositando una de las dos piedrecitas en una urna.
Depositar la piedrecita negra significaba pedir la muerte del
acusado, mientras que la piedrecita blanca significaba vida,
absolución, liberación.
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Son muchos los ejemplos bíblicos y extrabíblicos de individuos


que cambiaron su nombre en tiempos antiguos (Gén. 17:5; 32:28;
Isa. 62:2). El nuevo nombre significaba siempre un cambio radical
en la condición de la persona. Es lo que sucede cuando uno recibe
de la mano de Dios el don inefable de la vida eterna y, por la gracia
infinita de Dios, comienza a disfrutar una vida de orden y propósito
(Rom. 8:1). Cuando uno pasa de muerte a vida, el cambio es tan
radical y total que los escritores bíblicos no hallaron otra forma de
ex-presarlo, sino llamarlo una nueva existencia: “Si alguno está en
Cristo, nueva criatura es [una nueva creación]; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Por esto
recibe un nuevo nombre.
Tiatira: la iglesia tolerante
La ciudad de Tiatira
Viajando desde Pérgamo hacia el sureste, llegamos a la próspera
ciudad de Tiatira.
Si acaso había algo que la diferenciaba, era que no poseía ninguna
de las características que distinguían a las otras. No era puerto ni
capital; no era ciudad libre y no se destacaba como centro cultural.
En los anales de su historia no figuran relatos de noble heroísmo
de parte de sus fundadores y pioneros.
Sin embargo, su posición geográfica era ventajosa desde un punto
de vista económico. Estaba situada cómodamente sobre una
planicie en el centro de un valle amplio y fértil, y la prosperidad
de sus industrias proporcionaba a los habitantes una vida cómoda
y tranquila.
En el Nuevo Testamento encontramos a Lidia, nativa de Tiatira,
que estaba viviendo en Filipos. Era dueña de un negocio que le
daba recursos suficientes como para mantener a su familia y
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hospedar en su hogar al apóstol Pablo con su comitiva de


ayudantes (ver Hech. 16:14,15).
Tal vez a esta prosperidad se debía otra característica en la que
Tiatira no se destacaba: no era un centro de fervor religioso. Había
allí un templo dedicado al culto de Sambete. Algunos intérpretes
han preguntado si ésta sería el personaje literal que en el mensaje
es llamado “Jezabel”. Esto no se sabe con seguridad, pero el hecho
es que los prósperos ciudadanos de Tiatira prestaban mucha más
atención a los gremios que habían organizado para impulsar las
varias industrias que a cualquier asunto de religión.
Hasta cierto punto, pareciera que bajo tales circunstancias la
iglesia cristiana gozaría de sosiego. Obviamente, los cristianos de
Tiatira no tendrían que temer la muerte por algún estallido
repentino de persecución. No era característica de la gente de esa
ciudad juntarse para atacar a los creyentes ni arrojarlos a los leones
si se negaban a quema incienso en algún altar.
Pero tal como lo revela el mensaje que estudiaremos continuación,
la prosperidad material y la falta de persecución no siempre
favorecen la prosperidad espiritual. Y en Tiatira sucedió algo que
suele repetirse en nuestros días cuando también hay mucho
materialismo y poca fe en la religión organizada: los cristianos de
Tiatira llegaron a compartir el mismo espíritu de apatía que la
población que los rodeaba.
El mensaje a Tiatira
Y escribe al ángel de la iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que
tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce
bruñido, esto: Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu
paciencia, y tus obras postreras son más que las primeras (vers.
18, 19).
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Ojos de fuego
Ante cada una de las siete iglesias, el Cristo resucitado se presenta
con una postura que corresponde al mensaje que tiene que dar. A
Éfeso, Cristo es el que tiene a las iglesias en la mano. Ante la
atribulada Esmirna, es el que murió y ha vuelto a vivir; ante
Pérgamo”, con su fascinación por los bienes materiales, el Cristo
resucitado sostiene una espada desenvainada.
¿Qué significa, entonces, su postura ante Tiatira como “el que tiene
ojos como llama de fuego”? Es que se requiere algo más que visión
normal para ver el mal de Tiatira. Sobre la superficie todo parece
próspero y tranquilo, pero el Cristo resucitado ve con ojos de
fuego: él sabe que la ausencia de conflictos y de problemas no
siempre significa que todo está bien.
Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer
Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a
fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos. Y le he dado
tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su
fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a
los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella.
A sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy
el que escudriña la mente y el corazón (vers. 20-23).
¡Sólo “unas pocas cosas”! Es una reprensión suave, como la que
recibió Pérgamo. No se le acusa a Tiatira de simpatizar con
Jezabel, ni mucho menos de convivir con ella. Su pecado es el de
contemplar sencillamente a la impostora sin alzar la voz de
protesta: “Toleras [a] esa mujer Jezabel”.
Para entender el significado de esta acusación, conviene recordar
algunas cosas de la historia de esta época, y compararlas con lo
que sucedió en las dos épocas anteriores:
En los años 132-136 d.C., tuvo lugar la Segunda Revuelta Judía en
la cual el emperador Adriano aplastó otro intentó más de los judíos
50 | V e n g o e n b r e v e

por lograr su independencia. A raíz de ese suceso, surgió en todas


partes del imperio un aborrecimiento hacia los judíos. Dicha
actitud se tradujo enseguida en un rechazo de todo lo que estuviera
relacionado con la religión de ellos.
Tal como suele suceder hoy, la gran mayoría del populacho
formaba su concepto de las cosas en base a informaciones
fragmentarias y tergiversadas por prejuicios e ignorancia. Según el
concepto popular, los judíos eran unos holgazanes, porque en el
día séptimo de cada semana, el que ellos llaman “sábado”, no
hacían trabajos de ninguna clase.
Aparte de esto, se rumoraba que los judíos eran caníbales y que
una vez al año se reunían para beber sangre humana. Esta calumnia
macabra y absurda nació a raíz de la costumbre judía de beber vino
en conexión con el “Séder”, o cena pascual que celebraban para
conmemorar la noche cuando Dios libró a su pueblo de Egipto. El
vino era símbolo de la seguridad y bonanza que disfrutaba Israel
en la tierra prometida, cuando podía sentarse cada uno “debajo de
su parra y debajo de su higuera” (1 Rey. 4:25). Pero, de alguna
manera, se formó la convicción de que no bebían vino sino sangre.
La reacción de los cristianos
Esta situación en que el pueblo judío estaba sufriendo persecución,
produjo una crisis también para la iglesia cristiana, pues la mente
popular calificaba a los cristianos como una secta judía. Hay que
admitir que sería un poco difícil evitar tal asociación, porque en
varias cosas se parecían: los cristianos bebían vino cuando
celebraban la eucaristía o Ce-na del Señor, y si algún pagano
quisiera hacerlo podía acercarse y oír las palabras: “Esto es mi
sangre […] que por muchos es derramada”.
Debido a esto, los dirigentes cristianos hicieron lo posible por
distanciarse de los judíos. Una de las medidas que adoptaron para
51 | V e n g o e n b r e v e

lograr esto fue la producción de una cantidad de escritos en los


cuales condenaban enérgicamente a los judíos.
Un cambio radical
Otra medida fue un repudio del reposo sabático que cobró fuerza
primero en las ciudades de Roma y Alejandría y, de ahí, fue
extendiéndose a otros lugares.
Pero el cambio en el día de reposo no se efectuó sin oposición,
pues había algunos en aquellos días que decían: ¿Cómo vamos a
dejar de guardar el sábado, si Cristo mismo y los santos apóstoles
siempre lo guardaron? Ante la insinuación de que el sábado era un
reposo exclusivamente para los judíos, contestaron que la orden de
guardar el sábado se encuentra entre los diez mandamientos, los
cuales deben ser guardados por todos. Se acordaron, además, de
las palabras de Cristo cuan-do dijo: “No penséis que he venido
para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino
para cumplir” (Mat. 5:17).
Debido a esta resistencia, los dirigentes tuvieron que recurrir a
varias medidas para conseguir la aceptación de la nueva
disposición. Una de ellas fue la de ordenar que el sábado se tratara
como un día de ayuno. Querían que la gente lo viera como un día
triste y pesaroso; y, para quitar la costumbre de utilizar el sábado
para adoración, prohibieron arrodillarse en las horas del sábado.
Querían asegurar el rechazo del día en la mente popular.
Pero, a pesar de estas medidas, no fue fácil imponer la nueva
disposición. A través de la época representada por Esmirna,
cuando esta apostasía empezó a difundirse, y aun en el tiempo de
Pérgamo, cuando se generalizó, había muchos que se opusieron.
En el cuarto siglo el emperador Constantino tuvo que publicar un
decreto en el cual ordenaba a la gente que dejara de “sabatizar”:
una evidencia clara de que todavía lo estaban haciendo.
52 | V e n g o e n b r e v e

Y tampoco bastó el decreto imperial para lograr el propósito,


porque cuarenta años más tarde el Concilio de Laodicea (364 d.C.)
se vio obligado a tratar nuevamente el tema. En su Canon 29, dijo:
“Los cristianos no deben judaizar, reposando en el día sábado, sino
que en ese día deben trabajar; honrando, en cambio, el Día del
Señor; y, si pueden hacerlo, reposar entonces como cristianos. Pero
si alguno se encuentra judaizando, sea anatema [maldito] de parte
de Cristo”.
Esto ocurrió antes del tiempo de Tiatira. Precisamente en esto
estriba la diferencia entre la actitud de las iglesias anteriores y la
de Tiatira. Durante toda la época de Esmirna y la de Pérgamo los
fieles cristianos que siempre han constituido la iglesia verdadera,
manifestaron su oposición a las falsas doctrinas.
Contra este trasfondo de protesta y oposición al error ocurridas en
el tiempo de Esmirna y Pérgamo, podemos entender mejor en qué
consistió el pecado de Tiatira: era el pecado de la tolerancia.
Esta cualidad (la tolerancia), por supuesto, es una virtud muy
importante para el cristiano, pero puede convertirse en pecado
cuando es motivada por la indiferencia y la pasividad ante el
pecado.
No es que no existieran cristianos fieles en los tiempos de Tiatira;
sí, los había. Y, como observamos anteriormente, el Cristo
resucitado no los acusa de fornicar con Jezabel. Ni siquiera dice
que simpatizan con ella. Su pecado no es el de participar de sus
errores, sino el de guardar silencio cuando debían hablar, de no
hacer nada cuando debían actuar. Dice: “Toleras [a] esa mujer”
(vers. 20).
Los tiempos de Jezabel
El nombre “Jezabel”, dado por Cristo a la apostasía de Tiatira, es
significativo. Se refiere a un personaje histórico, una hija de Et-
53 | V e n g o e n b r e v e

baal, rey de Sidón, que se casó con Acab, el séptimo rey de Israel
después de Salomón (1 Rey. 16:31).
Jezabel, como reina, resultó ser una mujer de carácter enérgico que
fácilmente dominó al débil Acab. Ella no sólo detestaba la religión
judía, sino que aprovechó el poder del estado para imponer el culto
a Baal.
Llegó el momento cuando el profeta Elías, presa del desaliento,
exclamó: “Sólo yo he quedado” (1 Rey. 19:10). Lo que Elías no
sabía era que el Señor tenía todavía un ejército de fieles que no
habían doblado la rodilla ante Baal (vers. 18; Rom. 11:3,4).
Y, ¿por qué no sabía Elías de estos fieles? No sabía porque estaban
escondidos. Adoraban a Dios en secreto. Ante el peligro
inminente, habían elegido el camino fácil, tal vez diríamos el más
prudente, de guardar silencio. Algunos, como la familia de Eliseo,
permanecieron en sus hogares, protegidos por la distancia que los
separaba de la capital de donde emanaba la apostasía. Otros, como
por ejemplo, cien hijos de los profetas, encontraron refugio en
cuevas de las montañas y en escondites simila-res (1 Rey. 18:13).
Lo mismo sucedió en el tiempo de Tiatira, la iglesia cristiana de la
Edad Media, o sea de los años 538 hasta el 1517.
Allá en Etiopía, el sábado fue honrado como día de reposo hasta
en tiempos modernos. También en otros lugares protegidos por la
distancia y por barreras geográficas, hombres y mujeres fieles —
y, en algunos casos, poblaciones enteras— continua-ron
guardando los mandamientos de Dios. Muy apropiada es la figura
empleada en el capítulo doce del Apocalipsis para referirse a lo
que sucedió durante esta época. Di-ce que “la tierra ayudó a la
mujer [la iglesia]” (vers.16) cuando ésta era objeto de persecución
por parte de Satanás. Fue precisamente la “tierra” la que proveyó
escondites para evitar que la luz de la verdad se extinguiera por
completo en esa hora de gran oscuridad.
54 | V e n g o e n b r e v e

Un rechazo de los principios apostólicos


Nótese que el error de Jezabel fue el de enseñar e inducir a los
siervos de Dios a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos
(vers. 20). Ésta es la misma enseñanza de Balaam que afloró
durante la época anterior (vers. 14). Entendemos, pues, que las
herejías de esta época no son nuevas, sino que son una
continuación y ampliación de las que se diseminaban en el tiempo
de Pérgamo (313-538).
La fornicación y el comer cosas sacrificadas a los ídolos fueron
específicamente prohibidos por el concilio apostólico celebrado en
Jerusalén (Hech. 15:28,29), así que este pecado consistía en
desconocer y desafiar abiertamente el ejemplo y las enseñanzas de
los apóstoles. El establecimiento de un nuevo día de reposo que
nunca fue autorizado ni mucho menos practicado por nuestro
Señor ni por sus apóstoles es tan sólo un ejemplo entre muchos que
se podrían citar de la manera como algunos dirigentes de aquellos
años llegaron a torcer la verdad de Dios para establecer enseñanzas
erróneas.
Empieza la protesta
Como hemos visto, los fieles de Tiatira guardaron silencio cuando
debieron hablar; pero dice Cristo: “Tus obras postreras son
mejores que las primeras” (vers. 19). Al acercarse el final de la
época, empezaron a escucharse por primera vez unas voces que se
alzaban en protesta, rompiendo así el silencio de siglos. En In-
glaterra estaba Wiclef y en Bohemia, Juan Huss. En las cuevas y
en remotos valles y escondrijos de los Alpes, hallaron refugio unos
sencillos cristianos llamados valdenses. Éstos eran hombres y
mujeres que estimaban la verdad de la Biblia más que sus propias
vidas. Consideraban que guardar para sí las preciosas palabras de
vida eterna sería la peor clase de egoísmo. Así que, saliendo de la
relativa seguridad de sus refugios montañeses, los jóvenes
valdenses visitaron los pueblos y aun las grandes ciudades de
55 | V e n g o e n b r e v e

Italia, de Francia y de otras regiones para compartir la paz y la


felicidad que ellos habían conocido al estudiar la Biblia. Los
impulsaba el amor de Cristo, y el lema que ardía en sus corazones
era: “Vosotros seréis misioneros, o no seréis nada”.
No fue algo teórico o imaginario el riesgo que corrían los jóvenes
valdenses. Muchos fueron capturados por las autoridades y
acusados de ser criminales de los más viles. Con pocas
excepciones, fueron torturados y luego quemados en la hoguera.
A éstos y a otros que en los últimos años de Tiatira alzaron la voz
de protesta, se refiere el Cristo resucitado cuando dice a Tiatira:
“Tus obras postreras son mejores que las primeras” (vers. 19).
Lo que recibirán los vencedores
Pero a vosotros y a los demás que están en Tiatira, a cuantos no
tienen esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las
profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga;
pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga.
Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré
autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y
serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he
recibido de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana. El que
tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (vers. 24-29).
Muy suave es la amonestación y la reprensión que recibe la iglesia
perseguida por Jezabel en los días de Tiatira. Su pecado fue el de
la pasividad y el silencio cuando debía hablar; pero a los otros, los
que no habían participado de este pecado, sino que fueron víctimas
de las condiciones que los rodeaban, les dice el Cristo resucitado:
“No os impondré otra carga” (vers. 24).
La figura de la vara que quiebra las naciones como vaso de alfarero
es tomada de la profecía mesiánica del Salmo 2. Los siglos de la
apostasía terminarán cuando el Mesías tome el cetro de autoridad
56 | V e n g o e n b r e v e

real para emprender la obra del juicio. En Daniel 7:27, como


también aquí (vers. 27), se aclara que esta autoridad mesiánica, que
es el derecho de juzgar a las naciones, será compartida por el
Mesías con su pueblo (compárese con Apoc. 3:21 y 20:24). En el
análisis del capítulo 20, estudiaremos más acerca de esta idea.
Los fieles de Tiatira recibirán como premio “la Estrella de la
mañana” que es Cristo mismo (Apoc. 22:16; compárese con Núm.
24:7). Así como las estrellas resplandecen serenamente muy por
encima de las tormentas de este mundo, asimismo fulgura la
presencia de Cristo en el corazón de todo verdadero hijo de Dios.
Es algo que el mundo no puede disminuir ni opacar. Cristo es el
premio del cristiano, y su presencia en nosotros es evidencia y
anticipo de nuestra salvación (Col. 1:27).
57 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO TRES: La iglesia entre sombras


y luces

En este capítulo, el Cristo resucitado dirige la palabra a tres iglesias


más, las que representan los eventos y condiciones en el
cristianismo desde el tiempo de la Reforma hasta el fin de la obra
de Dios en la tierra.
Sardis: una iglesia de brillantes perspectivas
La ciudad de Sardis
Ninguna de las siete ciudades del Asia había tenido un pasado más
glorioso que el de Sardis,1 y ninguna estaba más lejos de vivir a la
altura de su antigua gloria.
La fama de esta ciudad se debía a las inmensas riquezas y al
poderío militar que ella había alcanzado en los siglos pasados
cuando era capital del imperio de Lidia.
Las primeras viviendas de Sardis se habían establecido sobre una
estribación o extensión pedregosa del Monte Tmolo, y aun cuando
la población aumentó y ya no cabía en el monte, las edificaciones
en la cima sirvieron de acrópolis, o sea de fortaleza militar, y casas
de gobierno para la ciudad que se iba extendiendo alrededor de la
base de la montaña. Las fortificaciones sobre la espuela eran casi
inexpugnables, pues resultaba muy difícil para un ejército enemigo
escalar los lados casi verticales del monte para atacar la fortaleza.
Además, el caudaloso río Pactolo circundaba la estribación por tres
lados, formando una especie de foso o canal estratégico para la
acrópolis. Esta situación ventajosa fue uno de los factores que a
Sardis le dio su fama como fortaleza militar.
1 Según el Diccionario de la RAE, es “Sardes”, pero casi todas las versiones de
la Biblia en español tienen “Sardis”.
58 | V e n g o e n b r e v e

Por otra parte, las arenas del río contenían oro y a esto se debía en
parte la inmensa riqueza de la ciudad. Llegó a ser tanta la
prosperidad de Sardis en el tiempo del gran rey Creso que la
expresión “tan rico como Creso” es un dicho que ha durado hasta
nuestros días.
Solón (c. 638-558 a.C.), el que tenía fama de ser el más sabio entre
los griegos, llegó a visitar Sardis y se maravilló del esplendor y
lujo de que disfrutaba Creso.
El “arma secreta” de Ciro
Estaba Sardis en el apogeo de su fama cuando sufrió una derrota
ignominiosa. Creso había extendido y fortalecido tanto su reino
que Lidia llegó a ser rival de Babilonia y de Egipto. Pero en el año
549 a.C., Ciro el Grande salió del oriente y se dirigió hacia Sardis.
Tranquilamente Creso se preparó para el enfrentamiento. Contaba
con una infantería bien adiestrada y una magnífica caballería. Pero
sus tropas nunca tuvieron la oportunidad de demostrar su
capacidad, debido a un “arma secreta” que portaba Ciro: un
escuadrón de camellos. Cuando los caballos de Creso vieron a los
camellos, y más cuando sintieron su olor, se llenaron de pánico.
No hubo manera de detenerlos y huyeron despavoridos. En pocos
instantes el campo de batalla se convirtió en un caos y el resultado
para Creso fue una batalla perdida sin haberla peleado.
Pero, aun así, Creso estaba lejos de haber perdido su reino.
Simplemente se retiró a la acrópolis y se encerró sintiéndose por
demás seguro.
Durante sólo catorce días Ciro mantuvo el sitio, y luego ofreció un
premio al soldado que encontrara la manera de escalar el monte y
abrir las puertas de la ciudad. Parecía imposible, pero un soldado
llamado Hiréades se dispuso a observar la fortaleza en la parte
donde el precipicio estaba más empinado.
59 | V e n g o e n b r e v e

De repente, vio que un soldado de Creso perdió el casco el cual iba


dando tumbos hasta caer al pie del precipicio. Esto llamó la
atención de Hiréades, pero fue aún mayor su sorpresa cuando el
soldado apareció unos momentos más tarde al pie del precipicio,
recogió su casco en persona y volvió a desaparecer en medio de la
roca resquebrajadiza. “¡Aja! —exclamó Hiréades—. Sí es posible
escalar la roca aquí”. Y al día siguiente, con unos compañeros
valientes, se dedicó a escalar el precipicio.
Muy confiado y creyendo, aparentemente, que nadie podía subir
por ese punto, Creso no había dejado guardia. De esta manera, los
persas pudieron entrar sin impedimento en la acrópolis y abrir las
puertas desde adentro, y en poco tiempo el imperio de Lidia ya
había pasado a la historia.2
De modo que en Sardis tenemos una ciudad con una reputación
gloriosa pero que no vivió a la altura de su fama. Teniendo
inmensas riquezas, llegó a la pobreza; teniendo un poderoso
ejército, fue derrotada en batalla sin pelear. Su fortaleza, apa-
rentemente inexpugnable, fue tomada y el pueblo reducido a una
condición de esclavitud y sufrimiento, porque confió en los
muchos dones que el cielo le había concedido y no comprendió la
necesidad de ser vigilante.
Sardis nunca volvió a recuperar la gloria que había perdido; y en
el primer siglo, cuando se escribió el Apocalipsis, era una ciudad
que seguía en proceso de decadencia.
El mensaje a Sardis
Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete
espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus
obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto (vers. 1).

2 Heródoto, 1:84.
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He aquí una iglesia de brillantes perspectivas.Había pasado el


atardecer de Pérgamo y la larga noche de Tiatira. Sardis parece
traer consigo el despuntar de un nuevo día, pues tiene nombre de
que vive. Pérgamo sufrió por la presencia de algunos que
enseñaban la doctrina de Balaam; Tiatira toleraba a Jezabel. Pero
Sardis tiene la apariencia, el “nombre”, de haber rechazado estas
causas de muerte espiritual.
Y, en verdad, había mucho en la vida religiosa del Siglo XVI que
inspiraba optimismo, pues se veía el florecimiento de importantes
cambios que habían empezado en el siglo anterior. Recordamos
que acerca de Tiatira se había dicho: “Tus obras postreras son
mejores que las primeras”. Estas “mejores” obras fueron las voces
aisladas que durante los últimos años de Tiatira empezaron a
levantarse en protesta por la oscuridad y la opresión de aquellos
días.
Ahora, con la llegada de Sardis, una corriente cálida de nueva vida
corre por las venas del cristianismo, y se rompe definitivamente el
silencio de siglos. Comenzando con el año 1517, las aisladas voces
de Tiatira se unen y aumentan en volumen hasta formar un gran
coro.
Pero, ¿de quiénes son estas voces que se oyen, las que le dan el
nombre de estar viva? Son voces de fieles religiosos y sacerdotes
que protestan por los abusos que se cometen en el nombre de la
religión; son voces de eruditos y teólogos que ya no quieren ver
adulterada la verdad bíblica con la filosofía pagana; son voces de
príncipes y nobles que rechazan la injerencia de Roma en la
política. Hay voces también de entre el pueblo común, voces de
personas preocupadas por la falta de espiritualidad en la Iglesia.
Creen que el puesto de párroco o de obispo ya no debe ser
comprado y vendido por dinero. Insisten en que se deben nombrar
para estos cargos únicamente a personas capacitadas y que, en
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realidad, desempeñarán la responsabilidad para la cual reciben los


beneficios. Son las voces de miles de hombres y mujeres sencillos
que anhelan tener libertad de conciencia y el privilegio de conocer
la Biblia y leerla en su propio idioma.
Un regalo para la humanidad
Vivimos hoy en un tiempo de oportunidad sin paralelo para la
difusión de la Biblia; por dondequiera se vende libremente. Hoy
todos los países civilizados reconocen el derecho de cada ser
humano de buscar a Dios y de adorarle conforme a lo que le
indique su propia conciencia. Resulta difícil para nosotros
concebir la situación que imperaba en la Europa del Siglo XVI,
precisamente antes del amanecer de la Reforma protestante.
Cada ser humano que vive hoy, sea hombre, mujer o niño, católico,
evangélico, pagano o ateo, tiene una deuda muy grande con los
reformadores, pues los principios de libertad de culto y la
responsabilidad personal que tiene el creyente de buscar a Dios y
de investigar y conocer la verdad por sí mismo, fueron obtenidos
a costa de luchas heroicas y del sacrificio de muchas vidas.
Fueron muy importantes los avances logrados por los
reformadores en estas áreas, pero hay que citar otro punto de
avanzada que fue mucho más importante que todos ellos: Después
de catorce siglos de olvido, los reformadores presentaron
nuevamente ante la atención del mundo una enseñanza bíblica que
ellos llamaron “Justificación por la fe”.
Una verdad rescatada
La justificación es simplemente perdón, absolución; es, pues, la
gracia que nos hace amigos de Dios.
Al decir que la justificación es por fe, los reformadores querían
decir que el creyente la recibe cuando acepta simplemente el
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perdón ofrecido, que la recibe al depositar fe en el sacrificio de


Cristo.
La salvación es para “todo aquel que en él cree” (Juan 3:16). No
es necesario ni es posible pagar su precio, ni con dinero, ni con
ayunos, ni maltratando nuestro cuerpo, ni con actos de caridad, ni
con ninguna otra clase de actos buenos.
Algunas personas inconscientemente habían insinuado que el
sacrificio de Cristo fue insuficiente para salvarnos. Esto lo hacían
al enseñar que ellos tenían que sumar algo de sus propias obras al
sacrificio del Hijo unigénito de Dios para obtener la salvación.
Los reformadores comprendieron que la obediencia y la fidelidad
del creyente no son más que una respuesta de amor mediante la
cual el cristiano expresa a Dios su gratitud por el don de la
salvación que ya ha recibido, y que las buenas obras de ninguna
manera constituyen un pago por algo que el cristiano espera recibir
algún día en el futuro.
Así que, muy por encima de la liberación política y eclesiástica
que trajo la Reforma a los creyentes, estaba la liberación producida
por la doctrina de “la justificación por la fe”.
Lo que nadie puede quitar
Posiblemente no sea totalmente clara la manera en que esta
doctrina puede efectuar una liberación tan grande. Para entender
esto, hay que recordar que la esclavitud existe cuando un hombre
puede ejercer dominio absoluto sobre otro. La doctrina de la
justificación por las obras produjo precisamente esta clase de
dominio.
¿Por qué? Porque los dirigentes religiosos se reservaron el derecho
de pronunciarse sobre el valor de las distintas obras. En
consecuencia, ellos tenían el derecho tanto de otorgar la salvación
como de retenerla. Esto colocó un poder tremendo en sus manos,
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pues ellos podían aparentemente cerrar las puertas del cielo ante
un individuo o bien ante toda una comarca.
Pero cuando entendemos que la salvación es otorgada en atención
a la fe del creyente, la situación cambia totalmente, porque la fe no
puede ser otorgada por una persona con respecto a otra, y no puede
ser jamás retenida ni quitada. Cuando el creyente confía en el
sacrificio de Jesucristo como su única esperanza de salvación,
cuando se presenta directamente ante Dios en virtud de los méritos
de esa muerte expiatoria, entonces obtiene acceso directo al trono
del Infinito (Heb. 4:14-16). Es así como la justificación por la fe
libera al creyente.
Hay otra manera más en que esta hermosa verdad bíblica trae
libertad y avivamiento espiritual. La justificación nos libera de una
clase de opresión, que es sin duda la peor y la más pesada que
puede sufrir un ser humano en esta vida, a saber, la opresión
producida por la conciencia cuando ésta ha sido despertada por las
enseñanzas de la ley de Dios y avivada por el Espíritu Santo.
El que está tratando de ganarse la salvación por sus méritos y sus
buenas obras está intentando una imposibilidad. Para los que no
han comprendido el camino de la fe, el Monte Sinaí,3 no brinda
más que truenos, relámpagos y grande oscuridad (véase Éxo.
20:18,19; Gál. 4:21-25).
Tales individuos procuran siempre ver en su conducta algo que es
suficientemente bueno como para creer que son dignos de
salvación. Pero cuanto más se acercan a Dios, con más terrible
claridad ven lo grande e infinita que es la perfección y la santidad
de Dios y más inmundo se sienten, hasta que exclaman:
“¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte?” (Rom. 7:24; compárese con Isa. 6:5; Luc. 5:8).

3 Lugar donde Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos.


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De la opresión de una conciencia que no tiene ni sosiego ni


consuelo, nos libra el mensaje de la justificación, pues justificación
es la palabra de perdón pronunciada por los labios de Dios.
La ley nos trae arrastrados ante el tribunal del universo, y la
conciencia con voz estridente dice: “Este fue sorprendido en el
acto mismo del pecado”. Pero la justificación le dice al pecador
arrepentido: “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11).
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús” (Rom. 8:1).
Sombras donde se esperaba luz
De modo que el mensaje de la justificación que oyó Sardis fue, en
verdad, un mensaje de vida para vida. Traía la semilla de un
avivamiento espiritual que hubiera sido capaz de continuar de
gloria en gloria y de poder en poder hasta transformar todo el
cristianismo.
Pero, tristemente, Sardis nunca alcanzó a vivir a la altura de la
preciosa verdad que había recibido. Cuando parecía ser la hora del
amanecer de un nuevo día, la luz de Sardis se tornó en oscuridad,
como lo había denunciado el Cristo resucitado: “Tienes nombre de
que vives, y estás muerto”. En vez de seguir creciendo, en vez de
avanzar hasta alcanzar la plenitud del día, muchas de las
congregaciones reformadas se quedaron cada una con la porción
de luz que había descubierto y rehusaron avanzar más. Y no sólo
esto; al cabo de pocos años, algunas comenzaron a agredirse
mutuamente, amontonando denuncias y anatemas unas contra
otras; inclusive, hubo en algunos casos hasta persecución y
martirio producidos por el odio entre los reformadores.
El mismo Lutero en sus años posteriores comentó tristemente:
“Nos pareció que hallaríamos el aprecio de nuestros hermanos por
haberles anunciado el evangelio de paz, vida y eterna salvación.
Hemos encontrado, en lugar de aprecio, el más amargo odio. Hubo
65 | V e n g o e n b r e v e

muchos que gustaron de nuestra doctrina al principio y la


abrazaron con entusiasmo. Creíamos que ellos serían nuestros
hermanos y amigos, que se unirían con nosotros en común acuerdo
para plantar y pro-pagar esta doctrina entre los demás. Mas ahora
estamos descubriendo que son falsos hermanos y nuestros más
amargos enemigos”.4
Fue así como la gran luz de Sardis se tornó en oscuridad. Tenía el
nombre, la fama de estar viva, pero en realidad estaba muerta.
“Las cosas que están para morir”
Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque
no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues,
de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si
no velas, vendrá sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora
vendrá sobre ti (vers. 2, 3).
“Afirma las otras cosas que están para morir —dice el Cristo
resucitado—. Acuérdate de lo que has recibido, [...] y guárdalo”.
Aun cuando Sardis no alcanzó a cumplir con el glorioso cometido
que había recibido, el Señor no la desechó. No dejó de bendecirla
y usarla como canal de bendición y luz para el mundo.
La ética del trabajo, la responsabilidad personal del creyente ante
Dios, y el compromiso del cristiano para proclamar el mensaje de
salvación ante el mundo perdido… son algunos de los conceptos
que revivieron en la época de Sardis.
Y aun la falta de espiritualidad y los tristes desacuerdos entre una
y otra ala de la reforma no lograron extinguir la gloriosa verdad
que Sardis había recibido de la justificación por la fe.

4 (Trad. de Luthers Works [Weimar: Kirtische Cesamtausgabe, 1883], XL:590).


66 | V e n g o e n b r e v e

A esta verdad la iglesia debe volver una y otra vez, no sea que entre
la multitud de sus ocupaciones y actividades la pierda de vista, o
deje de ser la verdad fundamental de su fe. “Acuérdate”, dice el
Salvador, “de lo que has recibido, [...] y guárdalo”.
Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado
sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque
son dignas (vers. 4).
¡Unas pocas personas! La Biblia dice: “Cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20). Por un tiempo, parecía que en
Sardis sucedía lo contrario, que donde abundaba la gracia,
sobreabundaba el pecado. Su nombre era glorioso, su fama era la
de estar viva después de siglos de muerte y oscuridad, pero en
Sardis el Señor pudo encontrar tan sólo “unas pocas personas” que
no han manchado sus vestiduras.
Y, ¿quiénes serían estas “pocas personas”? ¿Las reconoce la
historia? Sin duda, la mayoría de ellas serán conocidas sólo en
aquel día cuando los libros de Dios sean abiertos a la vista de los
mortales. Pero las páginas de la historia conservan el registro de
algunos individuos que en ese tiempo no mancharon sus
vestiduras. Al estudiar la siguiente iglesia, consideraremos la
historia de algunos de estos fieles cristianos de Sardis y el
desarrollo posterior del movimiento establecido por ellos.
Ropas blancas para los vencedores
A ellos, los que no llegaron a participar de la muerte espiritual de
la época, se dirige una hermosa promesa:
El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré
su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de
mi Padre y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que
el Espíritu dice a las iglesias (vers. 5, 6).
67 | V e n g o e n b r e v e

Las vestiduras blancas, premio del vencedor en Sardis, simbolizan


la justicia que Cristo otorga a los suyos. Esta justicia comprende la
justificación, o sea, el perdón que recibe el creyente al aceptar a
Cristo (Apoc. 6:11), como también la santificación, es a saber, la
transformación de la vida por medio de la cual llega a ser posible
para el cristiano realizar acciones justas (Apoc. 19:8).
El cumplimiento de esta promesa trasciende hasta el juicio,
ocasión en la cual Cristo reconocerá a los fieles, confesando su
nombre delante del Padre y delante de sus ángeles” (vers. 5;
compárese con Luc. 12:8).
Filadelfia: la iglesia del amor fraternal
La ciudad de Filadelfia
La ciudad receptora del sexto mensaje del Cristo resucitado se
llama Filadelfia. De la historia de esta ciudad, como también del
nombre mismo, se desprende una interesante historia de amor.
Filadelfia fue establecida antes del año 138 a.C., y recibió su
nombre en honor al rey Atalo II “Filadelfo” de Siria. Filadelfia
significa “amor fraternal”, y el monarca había recibido dicho
sobrenombre por la destacada lealtad que había mostrado hacia su
hermano quien ocupó el trono antes que él.
Otro detalle interesante en la historia de Filadelfia es que, en un
sentido secular, era una ciudad “misionera” desde su
establecimiento. Se encuentra en la antigua Misia, pero cercano a
un punto donde se unen las fronteras de esta provincia con las de
Lidia y Frigia. Sus fundadores quisieron establecerla precisamente
en ese sitio estratégico para propagar la cultura griega en Lidia y
Frigia.
Cuando el mensaje cristiano llegó a Filadelfia su recepción fue
inmediata y calurosa. Es interesante notar que tres siglos más tarde,
cuando Anatolia fue inundada por la marea del mahometismo,
68 | V e n g o e n b r e v e

Filadelfia fue la única de las siete ciudades que permaneció firme


en la fe cristiana.
Filadelfia nunca alcanzó fama por su riqueza ni por su poderío
militar. Nunca llegó a ser una ciudad grande. Pero fue una ciudad
singular por su fe, su amor y su propósito misionero.
El mensaje a Filadelfia
Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el
Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno
cierra, cierra y ninguno abre (vers. 7).
Una llave implica autoridad para abrir y cerrar.
Aquí el Cristo resucitado aclara que la llave que sostiene en la
mano es “la llave de David”. Mediante un pacto solemne, el Señor
había prometido al rey David que su autoridad como rey sería
afirmada “eternamente” (2 Sam. 7:1216). El pueblo de Israel
correctamente se apropió de las promesas del pacto davídico.
Consideró que dichas promesas eran agregadas a las que la nación
había recibido en el pacto de Dios con Abrahán (ver Isa. 22:20-
23).
Lo que los judíos no tomaron en cuenta fue que todas las promesas
de Dios son condicionales, aunque a la vez incondicionales. Son
condicionales, en el sentido de que quienes las reciben deben ser
obedientes a las condiciones dadas en el pacto si quieren ver
personalmente el cumplimiento de las promesas. Son
incondicionales, en el sentido de que siempre los propósitos de
Dios se van a realizar, ya sea con las personas originales que
recibieron la promesa o sin ellas.
Cuando Israel rechazó a su Salvador, despreciando así la más
grande de todas las promesas del pacto, esta actitud no afectó el
propósito de Dios de cumplir sus promesas. Pero en lo sucesivo,
éstas habían de ser cumplidas en la persona de Cristo y a través de
69 | V e n g o e n b r e v e

él. En otras palabras, Cristo pasó a ocupar el lugar de Israel como


el “Escogido de Dios” (Mat. 12:17,18; 1 Ped. 2:6). Cristo es,
entonces, el amado del Padre, el Hijo obediente que Israel nunca
fue; y como tal, es el beneficiario y también el ratificador del pacto.
Todo aquel que llega a unirse en solidaridad corporal con Cristo
mediante el bautismo, se convierte de esta manera en coheredero
con él del eterno propósito de paz y salvación señalado en el pacto
(Rom. 8:17; Gál. 3:27-29).
Así que, el mensaje de que Cristo sostiene en su mano la llave de
David es motivo de seguridad y de profunda alegría para el
creyente.
Reconocerán que te he amado
Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta
abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca
fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre. He
aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser
judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan
y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado (vers. 8,
9).
Aquí el Salvador aclara que, teniendo en su mano la evidencia
indiscutible de autoridad, la autoridad para abrir y cerrar, ha
ejercido este derecho colocando ante Filadelfia una puerta abierta.
Una puerta cerrada es una barrera; una puerta abierta es una
entrada, una oportunidad, una invitación (ver 1 Cor. 16:9; Juan
10:7; Apoc. 3:8).
Esta puerta se mantuvo abierta ante la Filadelfia literal en donde el
mensaje cristiano permaneció firme a pesar de la oposición que le
rodeaba, y aún más se cumplió en la iglesia cristiana durante la
sexta época de su historia, la cual comenzó en el siglo XVIII.
70 | V e n g o e n b r e v e

En dicha época, la iglesia experimentó un avivamiento de la piedad


primitiva sin paralelos desde el tiempo de los primeros apóstoles.
Este movimiento fue conocido en algunos lugares como el
“avivamiento evangélico” y en otros como el “Gran Despertar”.
En él se realizaron, en gran medida, las esperanzas despertadas por
la Reforma dos siglos antes.
Conviene recordar algo de las condiciones en las cuales surgió el
avivamiento. En el siglo XVII, la idea de separación entre la iglesia
y el estado empezaba a mencionarse, pero en la práctica, cada
nación tenía su iglesia “establecida”. Se suponía que todo el que
naciera en un lugar determinado pertenecía automáticamente a la
iglesia de ese lugar. Para ser un “cristiano”, no era necesario haber
tomado nunca una decisión personal al respecto. Y para seguir
como miembro de la iglesia, no era necesario rechazar el pecado.
Bajo semejantes circunstancias, se había cambiado el carácter
esencial de la iglesia. La palabra “iglesia” proviene de ekklesia,
que significa “llamado a salir fuera”. Pero bajo aquellas
circunstancias, la iglesia ya no era una congregación de los que
habían salido del mundo sino que, en gran medida, se había sumido
en la tibieza y una convivencia con el mal.
La idea esencial del avivamiento que ocurrió en el siglo XVI fue
que la religión es un asunto personal. Los que participaron en el
movimiento rechazaban terminantemente el concepto de que si
nací en Holanda, tengo que ser un calvinista, o si nací en
Dinamarca, soy automáticamente un luterano, y si nací en Austria,
de hecho, soy un católico.
Los “pietistas’’ —así los llamaban en algunos lugares—
rescataron del olvido el concepto del nuevo nacimiento (Juan 3:3-
5). Insistían en que sólo es cristiano el que ha tenido una
experiencia propia, personal y consciente de conversión, el que ha
tomado a Cristo como amigo y confidente y que procura
activamente imitar-lo y apartarse del pecado.
71 | V e n g o e n b r e v e

Los pietistas insistían mucho en la oración y el estudio personal de


la Biblia. Se unían para dar testimonios y expresiones personales
de fe. En algunos casos, acostumbraban reunirse en pequeños
grupos para practicar una introspección y escudriñamiento
personal del corazón (ver Sant. 5:16).
Si buscáramos las raíces del movimiento, tendríamos que
remontarnos a algunos eventos que tuvieron lugar en los días de
Sardis. Destacado entre los que impulsaron estos eventos, se halla
Augusto Francke, quien con varios amigos reaccionó contra el
formalismo y la frialdad de la Iglesia Luterana en Alemania. Ellos
fundaron un colegio en Halle, Alemania, el que llegó a ser un
centro de influencia pietista.
En el año 1727 ocurrió una convergencia de dos corrientes que iba
a producir un gran auge en el movimiento de reavivamiento y
reforma. Una de estas corrientes la formaron los perseguidos
“hermanos moravos”. Éstos habían huido de la persecución
religiosa en el este de Europa y hallaron refugio en las tierras de
un noble alemán, el conde Nicolás von Zínzendorf, el que iba a
constituir la otra corriente.
Zínzendorf se había criado con su abuelita, una mujer piadosa que
le enseñó desde los primeros años el temor de Dios. Siendo
adolescente, estudió en Halle, en el colegio fundado por Francke,
y allí tuvo una profunda experiencia de conversión.
A la muerte de su padre, Nicolás, heredero de una inmensa fortuna
y título de nobleza, se consagró sin reservas y con todo cuanto
poseía a la causa de Cristo. En 1727 acompañó a los moravos en
sus ejercicios religiosos. A raíz de eso, se unió con ellos y pronto
llegó a ocupar el puesto de dirigente. Fue una unión feliz.
Aunque nunca fueron muy numerosos, los “hermanos” moravos
llegaron a tener una enorme influencia que alcanzó prácticamente
a todas las agrupaciones cristianas.
72 | V e n g o e n b r e v e

Como ejemplo de esta influencia, relatamos a continuación la


historia de un contacto entre Juan Wesley, fundador de la Iglesia
Metodista, y un grupo de estos “hermanos”.
Era octubre de 1735, y Wesley, en ese entonces un joven pastor de
la Iglesia Anglicana, se encontraba de viaje hacia Norteamérica,
dónde se desempeñaría como capellán en la colonia de Georgia.
Durante toda su vida, Wesley siempre había tenido de un gran
temor al mar, y su preocupación no se alivió durante este viaje
cuando la pequeña embarcación que lo conducía fue alcanzada por
tres fuertes tormentas que la azotaron una tras otra. La tercera de
éstas fue la más severa. La nave temblaba bajo el impacto de las
olas que la embistieron hora tras hora. En la misma embarcación
viajaba un grupo de “hermanos” moravos. Wesley había
observado con admiración la sencillez y el espíritu servicial que
ellos mostraban durante el viaje, y su paciencia al ser objetos de
burlas y maltrato de parte de algunos ingleses. Después de soportar
durante algunas horas la bravura del mar mientras parecía que de
un momento a otro el barco se iría al fondo, Wesley se acordó de
los moravos, y los fue a buscar. A continuación, transcribimos el
relato de la experiencia escrito por el propio Juan Wesley:
“A eso de las siete de la noche fui a donde estaban los alemanes.
Había observado la conducta seria de ellos y se me presentaba una
oportunidad de conocer si ellos estaban libres no sólo del espíritu
de orgullo, de ira y de venganza, sino también del espíritu de
temor. Mientras ellos entonaban un salmo para empezar su servicio
religioso, una enorme ola cayó encima del barco, la cual, en el acto
hizo trizas la vela principal, inundó la cubierta, y mandó una
enorme cantidad de agua abajo a las cabinas. Parecía como si ya
nos hubiese tragado el gran abismo. Una terrible gritería se desató
entre los ingleses. Los alemanes alzaron la vista por un instante y
sin interrupción, tranquilamente siguieron cantando. Le pregunté a
uno de ellos después: “¿No sentían ustedes ningún temor?” Él
contestó: “Doy gracias a Dios que no”. Pregunté: “Pero, ¿sus
73 | V e n g o e n b r e v e

mujeres y sus niños no sintieron miedo?” A lo cual él respondió


mansamente: “No, nuestras mujeres y niños no tienen temor a la
muerte”. Me fui de ellos hasta donde estaban los ingleses, y todos
estaban gritando y temblando”.
Profundamente impresionado por esta evidencia de una
experiencia cristiana muy diferente de la que él mismo poseía,
Wesley trabó amistad con los moravos. Durante los meses de su
estadía en el Nuevo Mundo, los visitaba frecuentemente, y a través
de largas conversaciones aprendió mucho acerca de su fe.
Comprendió que para estos fervientes cristianos, la justificación
por la fe era mucho más que una teoría periférica, mucho más que
una idea entre otras; era, en efecto, el eje central de su religión.
Merced a esta doctrina, los moravos podían mantener la calma ante
el peligro de muerte. Wesley se dio cuenta, además, de que lejos
de apagar el impulso por las buenas obras, una comprensión
correcta de la justificación sirve para fortalecer, más que cualquier
otro factor, la vida de santidad y servicio.
Pocas semanas después de volver a Inglaterra, Juan Wesley
alcanzó en su propia vida una experiencia de paz y seguridad en el
Señor, y se inició así en la trayectoria que resultaría no sólo en el
establecimiento de la Iglesia Metodista, sino también en una gran
reforma que tocó cada fibra de la sociedad inglesa en el siglo
XVIII.
De esta misma manera, el movimiento de reforma y reavivamiento
se iba esparciendo. Sus efectos se sintieron en Alemania, Suiza,
los Países Bajos, las Islas Británicas y notablemente en América
del Norte. Jorge Whitefield, íntimo amigo de Juan Wesley y de su
hermano Carlos, visitó el continente norteamericano en seis
ocasiones. En Filadelfia, Benjamín Franklin estimó que 25,000
personas se habían reunido para oír la ferviente oratoria de
Whitefield, y eso en un día cuando no existían los micrófonos. La
predicación de Whitefield, sumada a la de eminentes predicadores
74 | V e n g o e n b r e v e

norteamericanos, proveyó la chispa del avivamiento en ese


continente.
Cambios en la sociedad
El impacto del avivamiento evangélico se extendió mucho más allá
de los límites de una sola denominación religiosa, su característica
esencial, como ya notamos, era su insistencia en la “conversión”
como condición para ingresar a la iglesia, y en la piedad como
condición para permanecer en ella. De ahí que inculcaba en sus
adeptos la necesidad de una moralidad estricta y una vida de
devoción personal.
La sociedad en que vivimos hoy disfruta aún de los beneficios que
produjo el avivamiento en el tiempo de Filadelfia. El historiador
Williston Walker ha citado algunos cambios notables en la
sociedad que fueron el fruto directo del movimiento: Los
evangélicos llenos de fervor trabajaron incansablemente a favor de
un trato más humanitario de los presos. La abolición de la
esclavitud se debió mayormente a los esfuerzos de un prominente
evangélico llamado William Wilberforce. La educación cristiana
empezó a considerarse una responsabilidad de la iglesia por
primera vez en 1780, cuando Roberto Raikes reunió a los niños
pobres de Gloucester, Inglaterra, para darles clases los domingos
por la mañana. Se fundaron también varias sociedades para la
difusión de literatura cristiana, siendo la más notable de ellas la
Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Organizada en 1804, ésta
es la madre de casi todas las demás sociedades bíblicas alrededor
del mundo. Los evangélicos también trabajaron arduamente a
favor de la libertad de conciencia, del derecho de los hombres y
mujeres a adorar a Dios y a compartir su fe libremente sin la
interferencia del estado.
Otra consecuencia notable del avivamiento evangélico fue un
nuevo énfasis en las misiones. Mediante este movimiento, se
despertó como nunca antes en la con-ciencia cristiana el sentido de
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responsabilidad para dar a conocer las buenas nuevas de luz y


salvación en Cristo entre los pueblos de África, Asia y las islas del
mar.
Con el renovado énfasis en el estudio de las Escrituras, se despertó
un nuevo interés en conocer y entender las profecías de Daniel y
el Apocalipsis. En el análisis del capítulo seis estudiaremos la
manera en que dio fruto este aspecto del avivamiento.
Tal como dijo el Cristo resucitado, los de Filadelfia tuvieron “poca
fuerza” porque nunca fueron muchos, pero, teniendo en su auxilio
el poder del Cielo, trabajaron con tanta energía y efectividad que
aun los que pertenecían a “la sinagoga de Satanás” tuvieron que
reconocer que Dios estaba con ellos.
Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también
te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo
entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí yo
vengo pronto: retén lo que tienes, para que ninguno tome tu
corona (vers. 10, 11).
Tal como veremos en el análisis del capítulo seis, estas palabras
tienen un significado especial en relación con el movimiento de
estudio e interpretación profética que tuvo lugar en el tiempo de
Filadelfia.
Grandes proezas
Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y
nunca más saldrá de allí. (vers. 12).
En tiempos antiguos, la presencia de Dios entre su pueblo se
manifestó a través de “una columna de nube para guiarlos por el
camino, y de noche una columna de fuego para alumbrarles” (Éxo.
13:21). Esa columna significaba para ellos cobijo y protección. En
el Nuevo Testamento la “columna” simboliza seguridad y
estabilidad (Gál 2:9; 1 Tim. 3:15). Como “columnas” los
76 | V e n g o e n b r e v e

vencedores contribuyen a la solidaridad del templo que representa


la iglesia. Esta promesa es similar a la de Cristo de convertir a
Simón Pedro en “petros”, o sea en una piedra, material sólido que
él puede usar en la edificación de su iglesia (Mat. 16:18). En esto
se ve el principio democrático del evangelio: no necesitamos ser
débiles, dejando que algún caudillo dicta-mine nuestra fe; sino que
cada uno puede aprender directamente de Dios, siendo dirigido por
el Espíritu Santo.5
Y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad
de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi
Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias (vers. 12, 13).
Estas palabras constituyen otra evidencia de la seguridad
prometida a los creyentes de Filadelfia. Aun cuando no les tocó
pasar por el tiempo de angustia, resucitarán para ver la venida de
Cristo. Dios mismo reconoce su fervor y su fidelidad y los
identifica ante el universo colocando en ellos la marca de su
propiedad, el triple sello inscrito con el nombre de Dios, el nombre
de su eterno hogar y el nombre nuevo de Jesús.
Laodicea: la iglesia autoengañada
La ciudad de Laodicea
Antíoco II, “Teos”, fundó la ciudad de Laodicea en el año 250 a.C.,
dándole el nombre de su esposa Laódice.
Estaba situada sobre dos importantes vías de tránsito. La carretera
que comunicaba a Éfeso con Siria y Mesopotamia pasaba por
Laodicea, como también otra que iba hacia Pérgamo y Panfilia, en
el norte.
Una de las ciudades más prósperas de la zona, Laodicea era
también un importante centro de la banca. Cicerón relata que en
77 | V e n g o e n b r e v e

5 El apóstol Pablo reprendió a los corintios por ser “niños” en su vida espiritual,
necesitados de leche en vez de vianda (1 Cor. 3:2; ver también, 1 Cor. 14:20).
Laodicea presentó cartas de crédito y recibió fondos para continuar
sus viajes. Tácito, en sus Anales del año 61 d.C., escribió: “Una de
las ciudades más famosas de Asia, es a saber Laodicea, en el
mismo año fue derribada por un terremoto, y sin ninguna ayuda de
nuestra parte, se reconstruyó mediante sus propios esfuerzos”.6 No
tenemos necesidad de ayuda, fue la actitud de los laodicenses.
Laodicea tenía fama, además, como centro de tejidos. Se hizo
famosa por una tela de lana negra y por alfombras que se tejían
allí.
Por otra parte, la ciudad era conocida como centro de las ciencias
médicas, sede de varias escuelas de medicina, y había conseguido
fama mundial por la producción de dos ungüentos: uno para los
oídos y otro para los ojos. El de los ojos se vendía en pequeñas
tabletas de material solidificado llamadas koluron, palabra que
significa “panecillo”, pues tenían esa forma. De ahí viene nuestra
palabra “colirio”.
El mensaje a Laodicea
Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el
testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice
esto (vers. 14).
El testigo que dice la verdad
La palabra amén significa “así sea”, o “así es”. Es una afirmación
de la verdad de lo dicho. Leemos, por ejemplo, en Isaías 65:16: “El
que se bendijere en la tierra, en el Dios de verdad se bendecirá; y
el que jurare en la tierra, por el Dios de verdad jurará”. El hebreo
aquí tiene, “el Dios de amén”.

6 Tácito, Anales, 14:27.


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El Señor Jesús aquí se aplica a sí mismo este término: se llama “el


amén”, el que es la verdad, el que también afirma la verdad y la
confirma. Además, es “el Testigo fiel y verdadero”. La palabra
traducida aquí “verdadero” significa “el que habla la verdad”.
6 Tácito, Anales, 14:27.

El Cristo resucitado dice la verdad a la iglesia autoengañada. Le


dice cuál es su condición, ya que ella no la reconoce.
Cristo es también “el principio de la creación de Dios”. Es decir,
es el “iniciador”, el autor de la creación. El poder creativo está en
sus manos (Juan 1:1-3; Heb. 1:1 úp). Gracias a Dios por esta
hermosa seguridad: el que reprende, el que señala el mal, tiene
poder para corregirlo: es el Creador. Al alma muerta en delitos y
pecados (Efe. 2:1-3) se acerca para consolar y sanarla. El que
castiga, también cura, y junto con el diagnóstico, ofrece el remedio
(ver Job 5:17,18).
“¡Ojalá fueses frío o caliente!”
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses
frio o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te
vomitaré de mi boca (vers. 15, 16).
Situada a nueve kilómetros de distancia río arriba de Laodicea,
estaba la ciudad de Hierápolis, famosa por sus baños termales y
fuentes de donde el agua todavía hoy sale hirviendo de la tierra.
Pero al recorrer la distancia desde la fuente original hasta
Laodicea, el agua se enfría, de modo que al pasar por Laodicea ya
está tibia. La tibieza es un símbolo apropiado para representar la
condición espiritual de la iglesia en la séptima época.
Es interesante notar que no se le acusa a Laodicea de ninguno de
los grandes males de las otras iglesias: no está tolerando a Jezabel;
no tiene en su medio a los nicolaítas; no está muerta ni fría, sino
que está tibia. Pero ¿en qué consiste precisamente su tibieza?
79 | V e n g o e n b r e v e

Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna


cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado,
miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que
de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza
de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio para que veas (vers.
18).
El problema de Laodicea consiste precisamente en que cree estar
bien, y por lo tanto, no procura remedio. No reconoce la realidad
de su condición.
La figura de las vestiduras blancas nos hace recordar la parábola
de la fiesta de bodas. Según esta ilustración, un rey preparó un gran
banquete para celebrar las bodas de su hijo. Cuando todo estaba
preparado, el rey entró para saludar a los convida-dos, y “vio allí a
un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo
entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció” (Mat.
22:1-14).
Claro está; tenía que callarse, pues no había excusa. Según la
costumbre antigua, el rey había provisto el vestido de bodas
gratuitamente para todos los invitados. Sólo tenían que aceptar el
don ofrecido.
En Apocalipsis 19:8 se nos dice que las vestiduras de “lino fino,
limpio y resplandeciente” representan la justicia con que uno se
presenta a la cena de bodas cuando Cristo vuelva por los suyos. El
hombre de la parábola, así como los cristianos de Laodicea,
pensaba presentarse con los méritos de sus propias acciones justas.
“Estoy bien así —decía—. De ninguna cosa tengo necesidad”.
Pero el Testigo fiel, el que dice la verdad, les dice a los ciegos de
Laodicea que necesitan riqueza celestial; no la propia que se corroe
y se echa a perder, sino la que Cristo les puede ofrecer (Mat.
6:19,20).
80 | V e n g o e n b r e v e

El remedio para Laodicea


El oro representa la fe que obra por el amor, y cuanto más sea
probada en el fuego de la aflicción, más pura y más refinada sale.
El ungüento para los ojos representa el aceite del Espíritu Santo
(Zac. 4:15). Éste fue llamado por Cristo, el Espíritu de verdad, y
es el único que puede ayudarnos a ver la realidad acerca de nuestra
condición delante de Dios (Juan 16:7-11).
Como Sardis, la iglesia de Laodicea no recibe ningún encomio. Y
sin embargo, el Testigo fiel le asegura a esta iglesia su amor y
compasión. Dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé,
pues, celoso y arrepiéntete” (ver Prov. 3:12).
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: Si alguno oye mi voz y abre
la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo (vers. 20).
Ante Filadelfia, Cristo abre una puerta de oportunidad, pero
Laodicea mantiene cerrada su puerta. Deja al Señor afuera,
llamando.
Pero, aunque lo estamos despreciando, no se aleja. Dice: “Estoy a
la puerta y llamo”. Se mantiene cerca, y llama con un gran deseo
de entrar (Hech. 17:27 úp). Ante nuestra tibieza e indiferencia, el
Señor procura activamente llamar nuestra atención; razona, apela,
trata de persuadir. Pero hay una cosa que él no hace. No abre la
puerta; no fuerza la entrada. Entra en el corazón y se convierte en
huésped sólo cuando es bienvenido.
Dice: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré
con él y él conmigo”. Es un cuadro de íntimo compañerismo. La
cena es generalmente una hora tranquila; es el momento cuando ya
han pasado los afanes del día, y hay tiempo disponible para
entablar una animada y dulce conversación con el Huésped
celestial.
81 | V e n g o e n b r e v e

La autoridad del creyente


Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así
como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono
(vers. 21).
En varios pasajes, las Escrituras repiten la promesa de que los
fieles compartirán los privilegios y prerrogativas del mismo Señor
Jesucristo. San Pedro le preguntó al Maestro: “He aquí, nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué, pues, tendremos?”
A lo cual el Señor le aseguró que recibirían muchas bendiciones
en esta vida y “en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se
siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce
tribus de Israel” (Mat. 19:27-29). Asimismo, en el Apocalipsis, el
profeta vio a los redimidos después de la segunda venida de Jesús,
y escribió: “Vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron
facultad de juzgar” (Apoc. 20:4; ver también 1 Cor. 6:1-3). Acerca
del cumplimiento futuro de esta promesa se tratará más
ampliamente en el análisis del capítulo veinte.
Sentarnos con Cristo ahora
Estas promesas se refieren, sin duda, a la vida futura, pero tienen,
además, un cumplimiento en esta vida. Aquí mismo, en este
mundo con toda su carga de dolor y pecado, el cristiano empieza a
gustar de las experiencias de la vida celestial. El apóstol alaba a
Dios diciendo: “Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio
vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente
con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús” (Efe. 2:6). ¡Sentarnos con Cristo
ahora! El mundo no puede comprender el significado de estas
palabras. Le parecen locura (ver 1 Cor. 1:25-31). Pero el cristiano
sí las entiende. Se refieren: (1) al compañerismo, la confianza y
seguridad que disfruta el cristiano en su relación con el Maestro
(Juan 15:15); (2) a la autoridad otorgada al cristiano mientras actúe
82 | V e n g o e n b r e v e

bajo la dirección del Espíritu Santo (Juan 20:22,23; 1 Cor. 6:2,3);


y (3) a la victoria que Cristo concede a los suyos. “Al que venciere
—dice— le daré que se siente conmigo”.
83 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO CUATRO: El trono celestial

Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y


la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo:
Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de
éstas (vers. 1).
Una puerta en el cielo
Con estas palabras, Juan empieza a relatar una segunda visión, y
nos cuenta que vio “una puerta abierta en el cielo”. De manera
similar, el profeta Ezequiel escribió: “Los cielos se abrieron, y vi
visiones de Dios” (Ezequiel 1:1). El mártir Esteban exclamó que
veía los cielos abiertos y a Cristo a la “diestra de Dios” (Hech.
7:56). La expresión en este caso significa que lo que el profeta va
a contemplar no pertenece a lo terrenal sino a lo celestial. El
escenario de la primera visión (caps. 1-3) es este mundo, y la
perspectiva es horizontal. En esta segunda visión, la perspectiva es
vertical. Aun cuando se contemplan algunas cosas que suceden en
la tierra, se ven desde la perspectiva celestial, y se destaca la
intervención del Cielo en los asuntos humanos.
Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí un trono
establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado. Y el aspecto del
que estaba sentado era semejante a una piedra de jaspe y de
cornalina: Y había alrededor del trono un arco iris, semejante en
aspecto a la esmeralda (vers. 2, 3).
No sería fácil para el profeta encontrar las palabras adecuadas para
describir esta escena. ¿Cómo se puede pintar el cielo con un pincel
de la tierra? Y si para el profeta la tarea era todo un reto, más lo es
para nosotros que “vemos” las escenas a través de su pluma y con
una separación de tiempo y distancia. Por lo tanto, emprenderemos
el estudio con un espíritu de humildad, y sin demasiada seguridad
84 | V e n g o e n b r e v e

acerca de algunos detalles. Y no pretenderemos elaborar un


concepto dogmático acerca de cada detalle de la profecía.
A pesar de ello, las líneas generales de la profecía son lo bastante
claras como para ofrecernos una comprensión de las importantes
enseñanzas que contiene.
Comparando esta visión con la de Ezequiel
Mucho antes del tiempo de Juan, el profeta Ezequiel (en el cap. 1)
había contemplado en visión la escena de la corte celestial, y
aunque cada profeta usó palabras distintas para describir lo que
había visto, las dos descripciones son suficientemente parecidas
como para convencernos de que ambos, en realidad, vieron la
misma escena. Será provechoso estudiar juntas las dos narrativas,
pues cada una arroja luz sobre la otra.
A continuación, transcribimos los dos pasajes en columnas
paralelas:
85 | V e n g o e n b r e v e

El trono
Lo primero que mencionan ambos profetas es el trono. A través de
las Escrituras el trono es un símbolo de autoridad y de juicio (ver
1 Rey. 22:19; Isa. 6:1,2 y Dan. 7:9,10), y en el Apocalipsis es un
elemento muy importante: aparece en 14 de los 22 capítulos del
libro. En el capítulo 1 vimos que el mensaje esencial, el objetivo
primordial del Apocalipsis es el de inspirar confianza y seguridad
en el corazón de la iglesia. En toda la trama y urdimbre de la vida,
aun en medio de eventos aparentemente inexplicables e ilógicos,
Dios está todavía sobre el trono; no ha perdido el mando del
universo. ¡Cristo triunfará! Éste es el mensaje que debemos captar
también al ver a Dios sobre su trono: Dios manda y va a juzgar:
“Traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta,
sea buena o sea “mala” (Ecl. 12:14).
Es un mensaje reconfortante y a la vez muy solemne.
“Y en el trono Uno sentado”
Tanto Ezequiel como Juan afirman haber visto sobre el trono a un
ser glorioso, pero ninguno de los dos menciona algo específico
acerca de sus facciones. Antes bien, dice Ezequiel que lo que él
vio fue “una semejanza que parecía de hombre”. Y Juan nos
informa que vio a un ser que resplandecía con luces y colores.
Aparentemente lo que vieron ambos fue más bien algo como una
refulgencia, un resplandor que emanaba de la presencia sobre el
trono. El apóstol Pablo dice que Dios “habita en luz inaccesible; a
quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Tim. 6:16;
véase también Juan 1:18), y cuando Moisés le dijo al Señor que
quería ver su rostro, la respuesta fue: “Nadie puede verme, y vivir”
(Éxo. 33:20; véase también Lev. 16:2).1
El Señor Jesucristo “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan
1:14). La “carne”, el cuerpo humano del Salvador, fue el velo que
86 | V e n g o e n b r e v e

permitió a los hombres estar en la presencia divina. Después de la


segunda venida, los seres humanos, redimidos y transformados por
1 Véase también, Primeros escritos, 54.

gracia (1 Cor. 15:50-53), verán el rostro del Padre (Apoc. 22:4),


pero mientras retienen la condición de pecadores, tal visión
significaría para ellos la destrucción (2 Tes. 2:8).
Juan dice que “el aspecto del que estaba sentado era semejante a
piedra de jaspe y de cornalina”. El jaspe mencionado aquí no es la
misma piedra conocida por este nombre hoy. El antiguo naturalista
Plinio lo menciona y dice que es una piedra clara, translúcida.2 La
cornalina, llamada algunas veces el “sardio”, es de color rojizo.
Ezequiel no compara lo que vio con piedras preciosas, sino que
dice que había una “apariencia de fuego dentro de ella y en
derredor”. Aparentemente, lo que vieron ambos profetas se parecía
a la forma en que relucen y resplandecen las piedras preciosas
cuando son atravesadas por una luz brillante.
La cornalina y el jaspe eran, respectivamente, la primera y la
última piedra en el pectoral que llevaba el sumo sacerdote del
antiguo santuario. La lista empezaba y terminaba con estas dos. El
sumo sacerdote las llevaba siempre sobre su pecho, para
representar el tierno cuidado de Dios por su pueblo (Éxo. 28: 17-
21). El pectoral era llamado el “pectoral del juicio”, y la
instrucción divina fue: “Y llevará Aarón el juicio de los hijos de
Israel sobre su corazón delante de Jehová” (Éxo. 28: 29,30).
El arco iris
Alrededor del trono resplandece un arco iris. El significado de este
símbolo se nos aclara en el libro de Génesis. Cuando el diluvio
había terminado, Noé salió del arca con su familia. Entonces el
Señor hizo resplandecer en las nubes un arco multicolor.
2 Plinio, Historia natural, 37.
87 | V e n g o e n b r e v e

“Y dijo Dios: Ésta es la señal del pacto que yo establezco entre mí


y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros por siglos
perpetuos: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será señal del
pacto entre mí y la tierra” (Gén. 9: 12,13).
El arco iris es producido por la combinación de luz solar y lluvia.
La lluvia, cayendo desde las densas nubes, fue el instrumento de
justicia en las manos de Dios para destrucción de los que habían
llenado la tierra de violencia. Durante cuarenta días y cuarenta
noches llovió, y el sol no se dejó ver (Gén. 6:11; 7:4). Pero ahora
el Señor ofrece nuevamente a su pueblo un pacto de misericordia.
En el futuro volverá a llover, sí, pero cuando los hombres vean en
las nubes el arco iris, pueden saber que detrás de la lluvia, brilla el
sol; y que la justicia de Dios es atemperada por su misericordia.
Los ancianos
Alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados sobre
tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con oro
en sus cabezas (vers. 4).
El número veinticuatro no se repite en otra parte del Apocalipsis,
pero sí encontramos la combinación de doce más doce. Esto ocurre
en el capítulo 21, donde aparecen los doce patriarcas, fundadores
de las tribus de Israel, y los doce apóstoles de la era cristiana (vers.
12, 14).
Hay varias evidencias que favorecen la identificación de los
veinticuatro ancianos con estos personajes. Un poco más tarde los
ancianos cantan: “Con tu sangre nos has redimido para Dios, de
todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apoc. 5:9). De esta
manera, sabemos que son seres redimidos por el sacrificio de
Jesús. Y Cristo dijo a sus discípulos: “En la regeneración, cuando
el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que
me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel” (Mat. 19:28). Al comparar este
88 | V e n g o e n b r e v e

versículo con otros, como 1 Corintios 6:2, 3 y Apocalipsis 3:21,


concluimos que esta promesa de Cristo no se da a los apóstoles en
forma exclusiva, sino se dirige a ellos como representantes de
todos los “que me habéis seguido”. La conclusión a que llegamos
es que los veinticuatro ancianos simbolizan a los redimidos de
todos los siglos y que en esta escena tenemos a la vista el papel
que los redimidos han de desempeñar en el juicio.
Las lámparas
Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del
trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete
espíritus de Dios (vers. 5).
Relámpagos y truenos aparecen muchas veces en la Biblia cuando
hay una manifestación de la presencia de Dios (Éxo. 19:16; 1 Sam.
7:10; Eze. 1:13; Apoc. 11:19, etc.), y siempre el propósito es el de
impartir un concepto de su poder y majestad (véase Éxo. 20:18-
20).
El candelabro, con sus siete lámparas, es uno de varios elementos
que sirven para confirmar que el escenario en que se desarrolla el
drama del Apocalipsis es el del tabernáculo celestial.3
Por supuesto, al leer la expresión “los siete espíritus de Dios”, no
debemos suponer que son literalmente siete los Espíritus de Dios.
En el antiguo santuario había siete lámparas, pero todas se
alimentaban de aceite a través de tubos que se extendían desde un
tallo central; y las siete, al arder, formaban una sola luz. Asimismo,
el Espíritu Santo se manifiesta de muchas maneras, “pero todas
estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu” (1 Cor. 12:11), y
todos conducen a un mismo fin: la exaltación y glorificación de
Cristo (Juan 16:13,14).
El Señor terminó la creación del mundo en seis días y en el séptimo
reposó. Entonces, vio “todo lo que había hecho, y he aquí que era
bueno en gran manera, [...] y bendijo Dios el día séptimo, porque
89 | V e n g o e n b r e v e

en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Gén.


1:31-2:3).
3 El Señor le dio instrucciones a Moisés acerca de la construcción de un santuario o
tabernáculo en donde el pueblo podía adorar. En este edificio estaba el arca, símbolo del
trono de Dios; un altar donde se quemaba in-cienso, símbolo de las oraciones de los hijos
de Dios; una mesa en la que se colocaban semanalmente doce panes y un candelabro con
siete lámparas de fuego (Éxo. 37:1-29; Heb. 9:2-5). Este santuario era una “figura o sombra
de las cosas celestiales”, ya que en el cielo está “aquel verdadero tabernáculo que levantó
el Señor, y no el hombre” (Heb. 8:1-5). Desde tiempos muy antiguos, los rabinos enseñaban
esta misma idea ( Jacob Milgrom, The Anchor Bible: Leviticus 1-16 [New York:
Doubleday, 1991], 1016, 1017; véase también, Tal-mud, “Yoma”, 7:2).

Desde ese momento en adelante, el número siete simboliza lo


perfecto, lo completo de la provisión hecha por Dios para su
pueblo. Y el hecho de que sean siete las lámparas significa que, en
el don del Espíritu, el Señor ha hecho una provisión perfecta para
todas las necesidades de la iglesia en todos los lugares y en todos
los siglos.
El mar de vidrio
Y delante del trono había un mar de vidrio semejante al cristal; y
junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos
de ojos delante y detrás (vers. 6).
Al entrar en el santuario antiguo, el adorador encontraba primero
el altar de holocaustos. Allí aceptaba la muerte de un animal en
expiación por sus pecados. Así que el altar simboliza la cruz y la
justificación. A continuación, estaba una pila de bronce (Éxo.
30:18-21). Ésta era llamada a veces el “mar” de bronce (1 Crón.
18:8), porque era un recipiente para agua. En ella los sacerdotes
lavaban las manos y los pies antes de ministrar los ritos. La pila
simbolizaba la santificación. La presencia del “mar” en esta
profecía nos recuerda, una vez más, que aquí estamos viendo una
re-presentación del santuario celestial.
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Los seres vivientes


Los cuatro seres vivientes que el profeta ha visto están “junto al
trono y alrededor del trono”. Es muy estrecha la relación entre ellos
y el trono; es aún más íntima que la que sostiene con los
veinticuatro ancianos.
Dice el texto que los seres vivientes están “llenos de ojos delante
y detrás.” En hebreo, la palabra “ojo” [ayín] muchas veces
significa “resplandor” o “colores”. En Ezequiel 1, el capítulo
paralelo con éste, ayín es empleada cinco veces en el sentido de
“color” (Eze. 1:4, 5, 16, 22, 27).4
4 Por varias razones, se considera que el Apocalipsis probablemente fue escrito
en hebreo y que el texto griego que tenemos hoy es una traducción.

Así que la expresión, “lleno de ojos,” significa que las cuatro


criaturas también resplandecen, reflejando así la gloria de Dios.
El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era
semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre;
el cuarto era semejante a un águila volando. Y los cuatro seres
vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro
estaban llenos de ojos (vers. 7, 8).
La Biblia no nos ofrece una interpretación explícita de lo que
pueden significar las cuatro caras que han visto tanto Juan como
Ezequiel en estos seres vivientes, pero al verlos en acción en el
siguiente capítulo, obtendremos un indicio del posible significado
del símbolo.
El pasaje de Ezequiel 10:1-4 indica que los cuatro seres vivientes
son ángeles. Por supuesto, no debemos pensar que las diversas
caras representan la apariencia literal de los ángeles celestiales. En
el capítulo uno, vimos a Cristo con una espada que sale de su boca,
pero a nadie se le ocurre pensar que en realidad ésa es la apariencia
que conserva nuestro Señor en el cielo. De la misma manera,
debemos entender que las diferentes caras de los cuatro seres
91 | V e n g o e n b r e v e

vivientes, constituyen una representación simbólica, y no literal de


los ángeles.
Y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor
Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir. Y
siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción
de gracias al que está sentado en el trono, y adoran al que vive
por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran
delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por
los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono,
diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloría y la honra y el
poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen
y fueron creadas (vers. 8-11).
En Apocalipsis 7 también aparecen cuatro ángeles. Ahí
representan a toda la hueste angelical en su actividad de proteger
a los seres humanos. Aquí en el capítulo 4 vemos que su actividad
es la de conducir a los seres humanos (los ancianos) a inclinarse a
los pies de Dios en alabanza y adoración. Dice el texto que cada
vez que los seres vivientes alaban a Dios, los ancianos también se
postran y echan sus coronas.
La adoración por parte de los seres vivientes [ángeles] destaca la
santidad de Dios, su omnipotencia, y su eternidad. Los ancianos
[humanos], en cambio, lo alaban como Creador y sustentador de
todas las cosas.
El escenario del juicio
Arrobado, el profeta ha contemplado la escena, y acto seguido, se
da a la difícil tarea de transcribir para nosotros lo que ha visto.
Claro está que las palabras humanas quedan muy cortas ante la
tarea. Pero lo que nos ha dicho es suficiente para aclarar que aquí
estamos en el santuario celestial, y que está a punto de empezar el
juicio en el cual participan Dios, los ángeles y los seres humanos.
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93 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO CINCO: El rollo y el Cordero

Los libros celestiales


Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro
escrito por dentro y por fuera (vers. 1).
El profeta ve un libro que es poco común, porque está escrito por
dentro y por fuera. No era costumbre en tiempos antiguos escribir
en ambos lados del papel. El papel que se usaba comúnmente en
aquel entonces se confeccionaba de la corteza del papiro, una caña
que crece en las riberas del río Nilo. Cortaban esta corteza en tiras
finas, las ponían juntas y paralelas sobre una superficie plana, las
remojaban, las aplanaban y las dejaban que se secaran. El resultado
de este proceso era un papel llamado generalmente “papiro”, por
el nombre de su componente principal. A fin de evitar que las tiras
se separaran con el tiempo, acostumbraban unir dos capas, una en
sentido horizontal y la otra en sentido vertical. Por eso no solían
escribir en ambos lados del papel, pues resultaba incómodo
escribir por el lado que tenía las tiras verticales. Pero el libro que
Juan vio en la mano del Padre estaba escrito por dentro y por fuera.
Esto indica que el contenido del libro era excesivo.
Al analizar en la Biblia todas las veces que se mencionan libros,
descubrimos que entre los hebreos los libros pertenecían casi
siempre a una de dos categorías: (1) actas legales, tales como
testamentos, contratos, escrituras, etc.,1 y (2) crónicas, que eran
registros o historiales de eventos. La Biblia menciona, además, que
en el cielo también hay libros, y podemos descubrir que consisten
en las mismas dos categorías: libros de actas y de crónicas.

1 El libro de la vida se menciona en Éxodo 32:32,33; Salmo 69:28; Daniel 12:1


y Filipenses 4:3, y siete veces en el Apocalipsis (13:8; 17:8; 20:12; 20:15; 21:27
y 22:18,19)..
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El libro de actas en el cielo. El que corresponde a un libro de actas


en el cielo es el “Libro de la Vida”. En él se apunta el nombre de
los que han aceptado las provisiones del Nuevo Pacto,
confirmando así su elección para la vida eterna.
El libro de crónicas del cielo. En Malaquías 3:16 se menciona un
“Libro de Memoria”: “Entonces los que temían a Jehová hablaron
cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito
libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, para
los que piensan en su nombre”. Aparentemente el salmista esta-ba
pensando en este mismo libro cuando escribió: “Mis huidas tú has
contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están todas ellas en
tu libro?” (Sal. 56:8).
El pasaje de Apocalipsis 20:12 menciona estas dos clases de libros
y aclara su significado: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños,
que estaban ante Dios; y los libros fueron abiertos. Y otro libro fue
abierto, el cual es el libro de la vida: Y fue-ron juzgados los
muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus
obras”.2 Es el momento de iniciar el juicio. “Los libros” que se
mencionan son crónicas, porque en ellos “estaban escritas […] sus
obras”. Como cosa aparte se menciona “otro libro, el cual es el
libro de la vida”. El libro de la vida es el registro de nuestra
justificación; el libro de memorias es el registro de nuestra
santificación, y ambos se consideran en el juicio.
Una crisis en el cielo
Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno
de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni
en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo
(vers. 2,3).
Ahora bien, la crisis que se describe aquí en Apocalipsis 5
2 Compárese con Daniel 7:10: “El tribunal se sentó, y se abrieron los libros”
(LBLA).
95 | V e n g o e n b r e v e

tiene relación con la apertura de un libro, y es evidente que el


contenido del libro es excesivo. Cuando lleguemos al momento de
abrir el libro (en el capítulo 6), veremos que se trata de un historial
de eventos humanos.
Hay un notable paralelo entre esta escena y las descripciones del
juicio que aparecen en Daniel 7 y Apocalipsis 20: (1) En las tres
profecías, aparece Dios sentado sobre un trono. El acto de un rey
de sentarse en su trono está estrechamente relacionado en la Biblia
con su función de juez (véase, por ejemplo, Sal. 9:4; 97:2; Prov.
20:8; Mat. 19:28; 25:31). (2) Además, en cada profecía aparece un
libro o libros con un registro de eventos humanos; y con la apertura
de éstos, comienza el juicio (Dan. 7:10; Apoc. 20:12).
Concluimos, pues, que la escena descrita en Apocalipsis capítulo
5, también representa el juicio. Este concepto queda confirmado al
analizar el contenido del libro que veremos en el capítulo seis.
La primera visión del Apocalipsis muestra la historia de la iglesia
en siete etapas, y ésta empieza mostrándonos el libro del juicio
sellado con siete sellos, los cuales se van a abrir uno por uno. Cada
uno revela la sentencia del juez sobre una de las etapas anteriores.
Con la apertura de estos libros comienza el juicio.
Recordemos que uno de los objetivos principales del juicio es la
vindicación de la justicia de Dios. Para efectuar esta vindicación,
él hace pasar ante los ojos de los espectadores el historial de su
trato para con los seres humanos y la forma como ellos han
respondido.
Pero aquí en el capítulo cinco se produce una crisis que se resume
en la pregunta: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus
sellos?” Se emprende la búsqueda, pero entre los seres humanos
ninguno puede hacerlo, porque todos son pecadores y partícipes de
la rebelión contra Dios. Tampoco lo pueden hacer los ángeles.
Ellos son “espíritus ministradores, enviados para el servicio a favor
96 | V e n g o e n b r e v e

de los que serán herederos de la salvación” (Heb. 1:14), pero


ninguno de ellos se halla digno. La búsqueda es exhaustiva, pero
“ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra” se encuentra a
alguien que sea digno de abrir el libro o de desatar sus sellos.
Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno
de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo (vers. 4).
El juicio es el último eslabón necesario para completar el plan de
salvación. Sirve para desmentir las acusaciones y calumnias que el
enemigo ha lanzado contra Dios y contra sus hijos. Satanás señala
nuestros pecados (ver Zac. 3 y Apoc. 12:10) y dice a Dios: “No
puedes salvar a éstos porque sus pecados son muchos y graves. Y
si los vas a salvar, es porque eres injusto”. Mientras no se contesta
esta acusación, no se puede escribir el último capítulo en la historia
del pecado, porque quedaría activo el virus de disconformidad y
duda. Es esta acusación la que el juicio va a resolver.
Por esto Juan lloró mucho. Y razón tenía de hacerlo, porque estaba
en juego la salvación de la raza humana y el honor del nombre
divino. Pero no se hallaba ninguno capaz de contestar ante el
universo tales palabras de acusación, ninguno que pudiera mostrar
irrefutablemente la justicia de Dios.
El León que es un Cordero
Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí el León de la
tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y
desatar sus siete sellos (vers. 5).
Juan, al escuchar estas palabras, levanta la vista, esperando ver la
figura imponente de un león. ¡Qué gran sorpresa le aguarda!
Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes,
y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como
inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los
siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra (vers. 6).
97 | V e n g o e n b r e v e

He aquí la gran paradoja de la victoria de Dios: el León victorioso


es un Cordero. Y no sólo eso… es un cordero degollado; ha
vencido muriendo. Es Jesucristo, “a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su
justicia, a causa de haber pasado por alto en su paciencia, pecados
pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin
de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”
(Rom. 3:25, 26). Precisamente por esto el Cordero es digno:
porque derramó su propia sangre puede contestar definitivamente
las acusa-ciones del enemigo. Por esto el Padre “todo el juicio dio
al Hijo” (Juan 5:22). “Y le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto
es el Hijo del hombre” (vers. 27).
Los siete espíritus
Cada una de las tres personas de la divina Trinidad está
representada en esta escena. El Padre es el que está sentado sobre
el trono. El Hijo está presente como un Cordero inmolado. Y el
Espíritu Santo aparece en la figura de los siete ojos que son los
“siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”.
De esta manera, se pone de manifiesto la trascendental
importancia, el intenso interés que la Divinidad atribuye a este
asunto del juicio, pues cada uno de los personajes divinos está
presente y participando en forma activa.
El profeta Zacarías vio al Espíritu Santo representado por la figura
de un candelabro con siete lámparas (Zac. 4:1-6) y se le dijo:
“Estos siete, son los ojos de Jehová que recorren toda la tierra”
(vers. 10; compárese con Apoc. 1:14). El Espíritu está en lugar de
Cristo como representante de Dios en la tierra. Al no tener las
limitaciones de la carne humana, él puede estar siempre con los
creyentes “en toda la tierra” (Juan 14:16; 15:7). Como los “ojos”
de Dios, el Espíritu escudriña la mente y discierne hasta los
pensamientos y las intenciones del corazón (Heb. 4:12; Apoc.
2:18,23); como “lámpara” de Dios, el Espíritu ilumina, revela,
98 | V e n g o e n b r e v e

instruye, redarguye y reprende (Juan 16:8-14). La “espada del


Espíritu”, la agencia que usa con poder para realizar estas obras es
la Biblia, la Palabra de Dios (Efe. 6:17; Sal. 119:105; Heb. 4:12; 2
Tim. 3:16).
Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado
en el trono. Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres
vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del
Cordero (vers. 7, 8).
Según la descripción del capítulo cuatro, en el templo celestial no
cesan día y noche la adoración y acción de gracias al Señor Dios
Todopoderoso. Pero en este momento, cuando el Cordero recibe
de la mano del Padre el Libro de Memorias para iniciar el juicio,
se hace oír una nota aún más exaltada y más gloriosa de alabanza
celestial. A esta gloriosa canción unen sus voces los cuatro seres
vivientes, líderes angelicales del culto celestial y los 24 ancianos,
representantes de los seres redimidos de esta tierra.
Todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las
oraciones de los santos (vers. 8).
El incienso representa “las oraciones de los santos”. Tendremos
más que decir acerca de esta idea cuando el incienso vuelve a
aparecer en el capítulo 8.
Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el
libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu
sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y
pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y
sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra (vers. 9, 10).
Primero, este grupo hace sonar la nota tónica de la alabanza, y
después todo el coro celestial alza su voz.
99 | V e n g o e n b r e v e

El Cordero es digno
Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los
seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de
millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es
digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la
honra y la alabanza (vers. 11, 12).
Al leer estas palabras, pensamos nuevamente en la descripción del
juicio dada en el capítulo 7 de Daniel. Ya hemos notado que en
aquella escena, igual que en ésta, aparece el trono con el Padre
celestial sentado en su carácter de juez. Aparece también el libro
de registros en donde están anotadas todas las obras de los seres
humanos. Aquí en el Apocalipsis notamos la presencia de millones
de ángeles alrededor del trono. De una manera similar, Daniel
menciona que “millares de millares le servían y millones de
millones asistían delante de él” (Dan. 7:10).
Aquí los ángeles cantan: “El Cordero que fue inmolado es digno
de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra,
la gloria y la alabanza”. Y asimismo Daniel dice que al Hijo de
Hombre “le fue dado dominio, gloría y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio
eterno que nunca pasará y su reino uno que no será destruido”
(Dan. 7:13,14). En ambas profecías, los ángeles contemplan y
celebran el magno evento del juicio, y lo presentan como una toma
de poder por parte de Cristo.
Este pasaje presenta el verdadero significado del juicio como una
celebración de la victoria de Cristo en la cruz.
Y a todo lo creado que está en el cielo y en la tierra y debajo de la
tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al
que está sentado en el trono, y al Cordero sea la alabanza, la honra,
la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
100 | V e n g o e n b r e v e

Esta escena es el cumplimiento de la profecía de San Pablo cuando


dijo que Jesucristo se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz. Por lo cual, Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un
nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús
se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre (Fil. 2:8-11).
El apóstol también aclara que es en el momento del juicio cuando
“se doblará toda rodilla y toda lengua confesará a Dios” (Rom.
14:10, 11).
Aquí “todo lo creado”, toda criatura y también toda la naturaleza
unen sus voces en el coro masivo de adoración y alabanza.
Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro
ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por
los siglos de los siglos (vers. 13,14).
Este glorioso oratorio empezó con los ancianos (representantes de
los seres humanos) y los seres vivientes (representantes de los
ángeles) y termina también con ellos. La rebelión contra Dios
empezó entre los ángeles celestiales (Apoc. 12:3, 4, 7-10), y aun
los que no cayeron con Satanás, sufrieron algunas de las
consecuencias. Tanto para ellos como para la humanidad es el plan
de salvación (Col. 1: 19, 20). Todos unánimemente expresan su
alabanza y gratitud a Dios.
101 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO SEIS: Los sellos

El León ha vencido. Como Cordero inmolado ha ganado la victoria


definitiva, y ahora emprende la apertura de los siete sellos. Como
ya hemos visto, se trata de un repaso judicial en el cual el Cielo
revela su veredicto sobre la iglesia en cada una de sus épocas.
A este hecho se debe la similitud y también la diferencia entre los
siete sellos y las siete iglesias. Los dos grupos de siete son
similares por cuanto la época representada por cada sello es la
misma de cada iglesia. El carácter general de la primera iglesia se
refleja en el primer sello, y así sucesivamente.
Una diferencia notable entre los dos grupos de siete estriba en la
ausencia de enfoque pastoral en la profecía de los sellos. A las
iglesias, Cristo se dirige con palabras de amor y consejo. Las
reprende y amonesta, procurando su arrepentimiento y
transformación. Esto no se ve en los sellos. Como representación
del juicio, ya no corresponde una invitación al arrepentimiento,
sino solamente una aclaración de lo ocurrido. Los sellos
constituyen, pues, un repaso e interpretación de la forma en que la
iglesia en cada época ha respondido a los beneficios que el Cielo
le prodigara.
Los primeros sellos
1. Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, oí a uno de los
cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira.
Y miré, y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba tenía un
arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer
(vers. 1, 2).
A la primera iglesia se le dijo, “Conozco tus obras y tu arduo
trabajo y paciencia. [...] Has sufrido, y has tenido paciencia y has
trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has
102 | V e n g o e n b r e v e

desmayado”. Ahora, al abrir el primer sello, vemos que no fue en


vano el arduo trabajo de Éfeso, y que fue victorioso en su
confrontación con el mundo. Se representa en la figura de un
guerrero que sale venciendo y para vencer.
El jinete monta un caballo blanco como los que usaban los reyes
cuando hacían su entrada triunfal (ver otro ejemplo en Apoc.
19:14). Además, se le otorga una “corona”. El término griego aquí1
no se refiere a una corona real, sino a una guirnalda, una corona de
hojas de laurel (2 Tim. 4:8; Apoc. 3:11) como las que recibían los
campeones en los juegos olímpicos o los héroes en tiempo de
guerra.
Cada uno de los cuatro seres vivientes se encarga de presentar uno
de los primeros cuatro sellos. En esto empezamos a vislumbrar el
posible significado simbólico de las caras de los cuatros seres
vivientes. Parece haber una relación entre la cara del ser viviente
y el carácter de los eventos descritos bajo cada sello. El que ha
mostrado el primer sello al apóstol Juan es semejante a un león. El
león es símbolo de poder y dominio (véase, Amós 3:8).
2. Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que
decía: Ven y mira (vers. 3).
El segundo de los seres vivientes “era semejante a un becerro”
(Apoc. 4:7). En las Escrituras el becerro es un animal para el
sacrificio (Deut. 9:2), símbolo apropiado de la segunda época en
la historia eclesiástica, cuando miles de cristianos sufrieron el
martirio por su fe.
Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado
poder de quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y
se le dio una gran espada (vers. 4).
El bermejo es un rojo intenso, el color de la sangre. Mirando la
1 Stéfanos.
103 | V e n g o e n b r e v e

zozobra que le sobrevendría a la iglesia de Esmirna de parte de los


emperadores, el Cristo resucitado le dijo: “No temas […] lo que
vas a padecer” (Apoc. 2:10). A este padecimiento se refiere el
simbolismo del segundo sello que simboliza sangre, sufrimiento y
mortandad. La “gran espada” es la de un verdugo.
3. Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente que decía:
Ven y mira (vers. 5).
El tercero de los seres vivientes tenía cara de hombre. No es un
símbolo halagador; para los profetas el hombre representa la
inconstancia, algo en lo cual era muy peligroso confiar (Jer. 17:5).
Recordemos que la tercera época, simbolizada por la iglesia de
Pérgamo, fue el tiempo cuando los hijos, queriendo obtener
ventajas personales para sí, entregaron sin resistencia los valores
que sus padres habían conservado al precio de sus propias vidas.
Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una
balanza en la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres
vivientes, que decía: Dos libras de trigo por un denario, y seis
libras de cebada por un denario; pero no dañes el aceite ni el vino
(vers. 5, 6).
Todos los símbolos que se presentan aquí son del mundo del
comercio. Ésta fue la época cuando la iglesia se dio cuenta de que
había crecido el número de sus feligreses, cuando vio que los
emperadores, en vez de despreciarla, tenían que consultar su
opinión. Entonces fue cuando la iglesia empezó a “comerciar”,
cuando su relación con el mundo fue la de emplear su situación
para ver qué ventajas podía obtener para sí misma.
El denario era la moneda romana que se pagaba por un día de
trabajo a un labrador. Los precios mencionados aquí —”Dos libras
de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario”—
eran aproximadamente diez veces mayores que los precios usuales
de aquel entonces. Efectivamente, la iglesia pagó muy caro las
104 | V e n g o e n b r e v e

ventajas que obtuvo durante esta época, pues lo que ella ganó en
poder material y político lo perdió en poder espiritual.
4. Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente,
que decía: Ven y mira (vers. 7).
El cuarto ser viviente “era semejante a un águila volando” (Apoc.
4:7). El águila fue utilizada por nuestro Señor como símbolo de
mortandad (Mat. 24:28), y todos los demás símbolos que aparecen
en el tiempo del cuarto sello tienen el mismo significado. En la
cuarta época, representada por la iglesia de Tiatira, apareció
“Jezabel”, la que con ira e inquina perseguía a los fieles (1 Rey.
18:4; 21:25).
Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por
nombre Muerte, y el Hades [el sepulcro] le seguía; le fue dada
potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada,
con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra (vers. 7,
8).
Un estudio del griego aclara que el color de este caballo no es un
amarillo vivo, sino más bien un color pálido, cadavérico. El
nombre del jinete es Muerte, y tras él viene el sepulcro.
Algunas personas creyeron que en el tiempo del cuarto sello la
iglesia había conquistado al mundo. Mas lo que había sucedido fue
realmente lo contrario: el mundo había logrado penetrar en el
corazón de la iglesia. Elementos de filosofía pagana estaban
entretejidos con sus doctrinas. Muchos entre los dirigentes
adoptaron no sólo los errores y falsas doctrinas del mundo sino
también su espíritu de intolerancia, de modo que en la cuarta época
se desató una nueva era de persecución cuando los que habían
abrazado el error procuraron imponer a toda costa sus criterios
equivocados.
Los símbolos de mortandad en el cuarto sello se refieren a la
muerte espiritual de la época y también a la persecución.
105 | V e n g o e n b r e v e

El clamor de los mártires


Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que
habían sido muertos por causa de la Palabra de Dios y por el
Testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta
cuándo, Señor, Santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra
sangre en los que moran en la tierra? (vers. 9, 10).
Aquí se menciona nuevamente el altar, y esto nos hace recordar el
hecho de que el escenario en el cual se lleva a cabo todo este drama
es el del santuario celestial.
En el antiguo santuario de Israel la sangre de los sacrificados se
derramaba al pie del altar. El apóstol Pablo compara la muerte de
los mártires con estos sacrificios (Rom. 8:1, 36). Después de la
muerte de Abel, el primer mártir, el Señor le dijo a su hermano
Caín: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la
tierra” (Gén. 4:10). La sangre de Abel, elocuente testimonio del
crimen cometido, reclamaba que se le hiciera justicia. De la misma
manera, la sangre de los mártires2 clama en esta visión (compárese
con Mat. 23:34-38).
2 “Porque la vida de toda carne es su sangre; por tanto, he dicho a
los hijos de Israel: No comeréis la sangre de ninguna carne, porque
la vida de toda carne es su sangre” (Lev. 17:14; ver también vers.
11 y Gén. 9:4). El término “alma” se refiere a la esencia de la vida,
así que “las almas” que Juan vio bajo el altar, son la “vida” o sea
la “sangre” de los mártires.
La época del cuarto sello había sido de terrible mortandad. Fueron
muchos los mártires de “Jezabel” (Apoc. 2:20; 17:6) que murieron
vilipendiados y calumniados, acusados de ser enemigos de Dios y
de la verdad. Ahora parecían ser propicias las circunstancias para
su vindicación. Era el siglo XVI, el tiempo de la Reforma. La
Biblia estaba siendo desencadenada y verdades fundamentales
106 | V e n g o e n b r e v e

redescubiertas. Parecía el momento para la vindicación de los


mártires.
Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen
todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de
sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos
como ellos (vers. 11).
Los mártires han presentado su reclamo preguntando si no ha
llegado el tiempo de realizar el juicio y vengar su sangre, pero sus
esperanzas no se cumplen. No sólo tendrán que esperar para su
vindicación, sino que habrá todavía más mártires.
Aquí se observa nuevamente el notable paralelo entre los sellos y
las iglesias. Se trata de la época de Sardis, a la cual se le dijo:
“Conozco tus obras, que tienes nombre de que vives y estás
muerto”. La iglesia de esta época recibió como precioso tesoro el
mensaje de justificación por la fe, pero tristemente nunca alcanzó
las alturas que se esperaba de ella. Habiendo descubierto ciertas
verdades fundamentales de la Biblia, los reformadores
descansaron satisfechos, sin avanzar hasta alcanzar la plenitud de
la verdad.
En vez de seguir hasta desechar todo vestigio de doctrina y
filosofía pagana, siguió enseñando y defendiendo vigorosamente
algunas de ellas. En vez de romper su alianza con el estado, la
continuaron.
Es más, durante esa época se levantó un grupo de hombres
fervientes, estudiosos de la Biblia que sí alcanzaron un
conocimiento de verdades más avanzadas. Reconocieron y
denunciaron muchos de los errores del paganismo que estaban
siendo enseñados en las iglesias reformadas. Pero en vez de recibir
el apoyo de los primeros reformadores, fueron objeto de oprobios,
y en muchos casos, fueron perseguidos por los mismos que
debieron ayudarlos. Así ocurrió lo que había sido profetizado: los
107 | V e n g o e n b r e v e

mártires no fueron vindicados, sino que aumentó todavía más el


número de ellos.
Señales asombrosas
Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran
terremoto, y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se
volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la
tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida
por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino
que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y
los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los
poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas
entre las peñas de los montes; y de-cían a los montes y a las peñas:
Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está
sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día
de su ira ha llegado; y ¿quién podrá sostenerse en pie? (vers. 12-
17).
Una serie de fenómenos naturales señala el comienzo del sexto
período. Si la repetición de una profecía a través de la Biblia es
evidencia del grado de importancia que el cielo atribuye a los
eventos predichos, entonces estos fenómenos son muy
importantes, porque se mencionan en muchas partes de la Biblia
(Isa. 24:17-23; Joel 2:10-31; 3:15; Mat. 24:29; Mar. 13:24; Luc.
21:25,26; Hech. 21:1,20).
El mismo Señor Jesús habló de ellos, y señaló el tiempo cuando
debían ocurrir. Dijo: “Inmediatamente después de la tribulación de
aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor,
y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán
conmovidas” (Mat. 24:29). “La tribulación de aquellos días”, se
refiere a la misma que fue lanzada por “Jezabel” en el cuarto
período (Apoc. 2:20, 21), y que según la profecía del cuarto sello,
se caracterizó por una gran mortandad (Apoc. 6:7, 8). La misma
continuó durante el quinto período y terminó recién en 1798.
108 | V e n g o e n b r e v e

Conmoción en la sociedad
Para entender el significado de estas señales en los cielos (la caída
de las estrellas, etc.), debemos observar la cuarta trompeta de
Apocalipsis 8 donde aparece un simbolismo muy parecido: “Y fue
herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la luna, y la
tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera
parte de ellos y no hubiese luz en la tercera parte del día, y
asimismo de la noche”. En este caso, el oscurecimiento de los
cuerpos celestes se refiere a la manera en que se apagaba la luz de
la verdad con la entrada de filosofías paganas en la iglesia en los
años 476 – 538. Observemos, además, la profecía de Isaías 30:18-
26 donde el resplandor del sol y la luna simbolizan prosperidad y
seguridad para Israel bajo la protección de Dios.
Aquí, bajo el sexto sello hay confusión, consternación y pavor, ya
que aún el sol, la luna y las estrellas —objetos normalmente muy
invariables e inconmovibles— son apagados o removidos de su
lugar. La oscuridad producida por su desaparición causa terror
entre la gente y la hace pensar que el día del juicio ha llegado (vers.
15-17; compárese con Apoc. 16:10).
El Señor muchas veces ha empleado un despliegue de fuerzas
naturales para recordar al hombre lo muy pequeño que es y para
motivarle a buscar a Dios. Precisamente eso sucedió en el monte
Sinaí: “Todo el pueblo observó el estruendo y los relámpagos, y el
sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo
temblaron y se pusieron de lejos”. Y Moisés les dijo: “No temáis,
porque para proba-ros vino Dios. Y para que su temor esté delante
de vosotros, para que no pequéis” (Éxo. 20:18, 20).
Algo parecido sucedió en el tiempo del sexto sello con el
sacudimiento tanto de los cuerpos celestes literales como de los
fundamentos de la sociedad, y el resultado fue un gran
reavivamiento en el mundo religioso. Y este movimiento llegó a
109 | V e n g o e n b r e v e

enfocarse precisamente, como indica la profecía, en la expectación


por la segunda venida de Cristo.
El historiador Latourette ha observado que en los años 1750 a 1815
se produjo un doble fenómeno cuyas ramificaciones fueron
aparentemente contradictorias. Se vio, por una parte, extrema
decadencia espiritual y por otra, un gran reavivamiento…
fenómenos aparentemente contradictorios, aunque en realidad,
había una estrecha relación entre ambos. La profecía indica que el
sacudimiento de los elementos más estables de la naturaleza causó
gran terror entre la gente y la indujo a clamar a Dios. En el tiempo
del sexto sello, este efecto se produjo con la culminación del así
llamado “iluminismo”, la exaltación de la razón humana en una
forma que desafiaba descaradamente a Dios. El mundo quedó
horrorizado al ver la expresión de esta filosofía en el “reinado del
terror” durante la revolución francesa; esta reacción fue uno de los
factores que produjeron un reavivamiento sin paralelo que tuvo
lugar especialmente en Alemania, los Países Bajos, Gran Bretaña
y Norteamérica.
Este retorno a la piedad antigua, comentado con más detalle en la
sección acerca de la sexta iglesia, tuvo entre sus grandes héroes al
conde Nicolás von Zínzendorf con los pietistas moravos en
Alemania; a los hermanos Carlos y Juan Wesley, fundadores de la
iglesia Metodista en Inglaterra, y a muchos otros.
En Norteamérica, el movimiento fue conocido como “El gran
despertar”. La ferviente predicación de Jonatán Edwards y otros
de la época dio el primer impulso al movimiento. Jorge Whitefield,
también ayudó cuando visitó las colonias inglesas en Norteamérica
y atrajo enormes multitudes con su predicación en las seis
oportunidades en que vino.
En muchos lugares el reavivamiento del siglo XVIII estuvo
acompañado de un interés en el estudio de las profecías. En varios
países se levantaron hombres fieles quienes, estudiando
110 | V e n g o e n b r e v e

independientemente, llegaron a la conclusión de que la segunda


venida de Cristo estaba a punto de ocurrir. Manuel de Jesús
Lacunza, monje y sacerdote jesuita de Chile, fue uno de ellos.
Después de varios años de estudio dedicados especialmente a las
profecías de Daniel y el Apocalipsis, Lacunza publicó su libro
titulado La segunda venida del Mesías en poder y majestad. Escrito
original-mente en español, el libro atrajo mucho la atención y fue
traducido al poco tiempo a la mayoría de los idiomas europeos.
Miles de personas fueron impulsadas por la lectura de este libro a
escudriñar las Escrituras por sí mismas. Entre estas personas estaba
José Wolff, un judío convertido y viajero incansable, quien llegó a
predicar la segunda venida de Cristo en casi todos los países de
Europa y el Medio Oriente. En Inglaterra, Enrique Drummond,
prominente banquero, filántropo, y miembro del parlamento, se
unió con varios amigos pudientes para establecer una “sociedad
adventista”. Llamaron así a la sociedad por-que todo su empeño
era estudiar las profecías relacionadas con el segundo
advenimiento de Cristo. Entre otras actividades, esta sociedad se
encargó de patrocinar una serie de reuniones de consulta para
estudiar la profecía y publicar libros y tratados sobre el tema de su
interés.
La profecía del sexto sello había pronosticado gran temor entre la
gente, motivado especialmente por la expectativa de la venida de
Cristo. “Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros,
y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono,
y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira ha llegado; y
¿quién podrá sostenerse en pie?” (vers. 16, 17). Esta expectativa
no debía quedar limitada a unas pocas personas, sino la sentirían
aun “los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes,
los poderosos, y todo siervo y todo libre” (vers. 15).
Fue en Norteamérica donde se vio el cumplimiento más notable de
esta profecía, y el tema de la segunda venida de Cristo fue
escuchado por el mayor número de personas.
111 | V e n g o e n b r e v e

Guillermo Miller, un estudioso de la Biblia que vivía en el estado


de Nueva York, se dedicó durante varios años a la investigación
de las profecías. Como resultado de su estudio, Miller llegó a
conclusiones muy similares a las de Lacunza. Quedó convencido
de que Cristo volvería a la tierra dentro de poco tiempo. La manera
en que llegó a tener esta convicción fue la siguiente:
Miller observó que la profecía de Daniel 8:14 predice una
purificación del santuario que tendría lugar al cabo de 2,300 años.
Según la clave dada en el capítulo 9 del mismo libro, este período
de tiempo empezaría en el año 457 a.C. En base a esto, Miller
calculó que la purificación tendría lugar “alrededor del año 1843
d.C.”.
Pero ¿en qué consistiría esta “purificación del santuario”? Miller
razonó que el “santuario”, obviamente, no podía ser el antiguo
tabernáculo en el que adoraban los hijos de Israel, puesto que éste
ya no existía. Alguien le sugirió que debía referirse al santuario
celestial mencionado en el libro de Hebreos (ver 8:1,2). “No puede
ser —contestó Miller—, porque en el cielo no hay nada
contaminado que podría necesitar purificación”. Después de
estudiar todas las citas en que aparece la palabra “santuario” en la
Biblia, Miller llegó a la conclusión de que el “santuario”
mencionado en Daniel 8:14 debía ser la iglesia cristiana, y que al
hablar de su purificación, la profecía se refería a la manera en que
la iglesia será purificada cuando Cristo vuelva.
Fue así como llegó a la conclusión de que la segunda venida de
Cristo podría ocurrir alrededor del año 1843.3
Durante 13 años después de llegar a esta conclusión, Miller guardó
silencio. Estaba consciente de lo que significaría anunciar una idea
tan radical, y por otra parte, le preocupaba el pensamiento de que
podía estar equivocado.
112 | V e n g o e n b r e v e

“A mí me parece tan claro esto — decía —, y yo no puedo


comprender por qué razón nadie más lo ha descubierto y nadie más
lo está anunciando”. Miller no sabía, por supuesto, que en
Sudamérica como también en varios países de Europa, diferentes
investigadores, estudiando independientemente, habían llegado a
conclusiones muy similares a las suyas.
Por fin, en el año 1831, impulsado por un sentimiento de
responsabilidad, Miller empezó a hablar del asunto con algunos
amigos, y a explicarles sus conceptos sobre las profecías.
3 Más tarde, algunos otros que se asociaron con Miller, anunciaron que la fecha
precisa sería el 22 de Octubre de 1844.

Como resultado de esto, empezaron a llegarle invitaciones a que


predicara sobre temas proféticos. Pero el tiempo iba pasando y el
mensaje parecía atraer muy poca atención. Hasta que sucedió algo
que cambió por completo la situación.
Mervyn Maxwell cuenta la historia así en su libro Moving Out:4
“Cierta noche de 1839, Miller se encontraba predicando en la
pequeña aldea de Exeter, Nueva Hampshire. Después de la reunión
se le acercó un hombre dinámico y entusiasta que le dijo: ‘Yo soy
Josué V. Himes. Soy pastor de una iglesia en la calle Chardon, en
Boston. Había oído hablar de sus ideas sobre profecía, y por eso
vine para escucharle en persona’.
“Himes invitó a Miller para que fuera a predicar en su iglesia de
Boston. Fue la primera invitación a predicar en una ciudad grande.
Miller aceptó y la asistencia fue tanta que, aunque se dieron dos
conferencias diarias, miles de personas no pudieron entrar por falta
de espacio en la iglesia.
“Himes quedó profundamente impresionado. ‘Señor Miller, ¿usted

4 ed. Joe Engelkemier (Mountain View, CA: Pacific Press, 1980).


113 | V e n g o e n b r e v e

realmente cree en lo que nos ha estado predicando?’, preguntó una


noche en su casa.
“Miller le respondió: ‘Mi querido Himes, hasta donde Dios me
permite conocer mi propia mente, puedo afirmar que lo creo de
todo corazón’.
“Entonces — exclamó Himes —, ¿qué está haciendo usted acerca
de esto?
¿Qué está haciendo para dar este mensaje al mundo?’
“Miller lo miró sorprendido. ‘Estoy haciendo todo cuanto está a
mi alcance. Recibo más invitaciones que las que puedo atender y
estoy predicando en cada pueblecito hasta donde alcancen mis
fuerzas y energías para viajar.’
“‘¡En cada pueblecito!’ Himes quedó atónito. ‘Pero, ¿qué está
haciendo usted en Nueva York, en Baltimore, en Filadelfia?
¿Quedarán las grandes ciudades sin ser amonestadas?’
“Pero es que no tengo cómo realizarlo. ¿Qué medios tengo yo para
cubrir el gasto de este gran mensaje? He gastado centenares de
dólares y me queda ahora muy poco; además, estoy solo, y aunque
he trabajado mucho y he visto a muchos convertidos, nadie parece
compartir el objeto y espíritu de mi mensaje hasta el punto de
ofrecerme ayuda. Sí, les gusta que les predique y que ayude en sus
iglesias, pero ahí termina todo con la mayoría de los pastores hasta
la fecha. He estado buscando ayuda; necesito ayuda, pero en lo que
se refiere a las grandes ciudades, voy solamente adonde se me
invite, y hasta la fecha el Señor no ha tenido a bien abrirme la
puerta de las grandes ciudades’.
“Himes ardía de un santo celo. Desde ese momento (como lo
expresaría más tarde) él se colocó a sí mismo, a su familia, su
reputación y todo cuanto tenía sobre el altar de Dios para ayudar a
Miller con todas sus facultades hasta que llegara el fin. En el acto,
114 | V e n g o e n b r e v e

se constituyó en administrador, agente de publicidad y especialista


en promociones de Miller.
“¿Usted está dispuesto a ir a las ciudades si se lo invita?’ “‘Dios
mediante, iré’.
“‘Entonces, señor Miller, prepárese para la campaña, pues con la
ayuda de Dios se van a abrir puertas en cada ciudad de la nación,
y este mensaje llegará hasta los confines de la tierra’.
“Himes hizo que se cumpliera su promesa y su profecía. Miller
sostuvo campañas en las ciudades más importantes del país. En
pocos meses, ya era un hombre famoso.
“Seguía un reavivamiento tras otro. Los metodistas, los
congregacionalistas, los bautistas, todos lo reclamaban. En muchas
ocasiones, el entusiasmo por su mensaje continuaba aún después
de que él se había ido. En Portsmouth, Nueva Hampshire, la ciudad
permaneció en estado solemne y espiritual durante varias semanas
después de su visita. Todos los días las campanas de las iglesias
sonaban para llamar a la gente a los cultos. Los cantineros
convirtieron sus negocios en salas de conferencias. Se celebraban
reuniones de oración en todas partes de la ciudad a cada hora del
día.
“El enfoque principal del ‘milerismo’ no era la fecha de la segunda
venida. Fue, sobre todo, evangelismo que procuraba ayudar a las
personas a alistarse para el encuentro con su Señor. Mediante este
movimiento, empezó un reavivamiento que resultó en la ganancia
de 40,000 miembros nuevos para los metodistas y 45,000 para los
bautistas.
“Pastores de muchas denominaciones diferentes se unieron al
movimiento. Josué Himes fue sólo uno entre muchos. Josías Litch,
un pastor metodista, aceptó el milerismo solamente después de
cerciorarse de que concordaba con el metodismo. Él escribió un
libro de 200 páginas sobre las interpretaciones proféticas de Miller
115 | V e n g o e n b r e v e

y, entre otras cosas, ayudó a Carlos Fitch a convencerse de estas


verdades y a unirse al movimiento. Fitch era pastor
congregacionalista de Boston, y había sido asistente ejecutivo del
famoso evangelista Carlos G. Finney. Fitch confeccionó ayudas
visuales para los predicadores milleritas. Una de éstas, que llegó a
ser usada por todos ellos, fue un diagrama profético en el cual se
mostraba que muchas de las profecías terminaban en el año 1843.
“Además de estos hombres, había muchos otros. Nadie sabe
cuántos. Los contemporáneos creyeron que entre pastores y laicos
había entre 1,500 y 2,000 predicadores milleritas. Se sabe con
seguridad de, por lo menos, 174 pastores.
Aproximadamente la mitad de éstos eran metodistas, la cuarta
parte eran bautistas y el resto incluía congregacionalistas,
presbiterianos, episcopales, luteranos, amigos y otros.
“Vale la pena subrayar que Miller no era el único ‘millerita’
importante. Una gran compañía de hombres capaces y destacados
de las grandes denominaciones lo apoyaban. La mayoría de ellos
habían recibido mucha más educación formal que Miller. El
milerismo no fue simplemente el fanatismo de una persona aislada;
fue un poderoso reavivamiento Cristo-céntrico aceptado por una
gran cantidad de personas, tanto dirigentes como laicos, dentro de
las iglesias más respetables de la época.
“Y a medida que aumentaba la feligresía y el tiempo se hacía más
corto, la velocidad de los eventos aumentó. Debido a la gran
cantidad de predicadores que se unieron al movimiento millerita,
llegó a ser imprescindible la celebración de reuniones para los
obreros. Los dirigentes milleritas realizaron varias ‘Conferencias
Generales’. La primera se llevó a cabo en la iglesia de Josué Himes
en Boston, en octubre de 1840.
“Viendo que la asistencia a las reuniones milleritas alcanzaba
grandes proporciones, la Conferencia General celebrada en Boston
116 | V e n g o e n b r e v e

en mayo de 1842 acordó celebrar congresos campestres para


acomodar a las grandes muchedumbres. Programaron tres para ese
mismo verano.
“El primer congreso campestre empezó el 28 de junio en East
Kingston, Nueva Hampshire. Josué Himes fue el encargado
general, y asistieron de 7,000 a 10,000 personas.
“Inspirados por el éxito sobresaliente de este congreso, los
milleritas hicieron planes de comprar una carpa de tamaño
suficiente para dar cabida a todos los que quisieran asistir, y
mandaron confeccionar la carpa más grande que se había
construido hasta esa fecha en los Estados Unidos. Ésta tenía un
poste central de 17 mts. de alto y un ancho proporcional. En el
espacio de 30 días, los adventistas ordenaron esta carpa, la
montaron, y empezaron a usarla. No había tiempo que perder, ya
que esperaban a Cristo ‘alrededor del año 1843’.
“Los periodistas expresaron su asombro al ver la rapidez con que
la carpa era bajada en un pueblo y levantada nuevamente en otro.
Cuando la levantaron por primera vez, muchas personas decían
que nunca se llenaría, pero cuando las reuniones comenzaron,
quedaron pasmadas al ver cómo se llenaba. Los ferrocarriles
tuvieron que poner trenes especiales para transportar a toda la
gente que quería asistir.
“La Conferencia General de mayo había votado celebrar tres
congresos campestres en 1842. ¡Se celebraron treinta y uno! En
1843 se celebraron cuarenta, y en 1844, cincuenta y cuatro. La
asistencia total de estos congresos campestres sobrepasó el medio
millón, sin contar los que asistían a otras clases de reuniones.
Ciertamente, el mensaje que Dios le dio a Guillermo Miller no se
predicó a escondidas.
“Los milleritas también publicaron periódicos. De esto se encargó
Josué Himes. En Nueva York y Boston, Búfalo y Rochester,
117 | V e n g o e n b r e v e

Baltimore y Filadelfia, hacia el norte en Montreal, hacia el oeste


en Cincinnati. Dieron a los periódicos nombres que expresaban su
fe: El clamor de media noche (circulaban 10,000 ejemplares por
día, vendidos en las calles). Las buenas nuevas, La crónica
adventista, La trompeta de júbilo, La alarma, Señales de los
tiempos, La voz de Elías, Heraldo del advenimiento. Por supuesto,
también había libros, y un millón de tratados solamente en 1843.
En total, se publicaron alrededor de 8 millones de ejemplares de
publicaciones milleritas en cinco años”.
Con este movimiento y los que se llevaron a cabo en otros países,
se cumplió la profecía del sexto sello. Miles de personas, aun de
los “capitanes y los poderosos” de la tierra, se llenaron de pavor y
exclamaron: “El gran día de su ira ha llegado; y ¿quién podrá
sostenerse en pie?”
Conmoción en la naturaleza
Hasta aquí hemos visto cómo los fenómenos descritos bajo la
profecía del sexto sello fueron simbólicos del trastorno y
sacudimiento de los fundamentos mismos de la sociedad en los
siglos XVIII y XIX, culminando, por una parte, en el “iluminismo”
y el terror producido por la Revolución Francesa, y por otra, en un
gran reavivamiento espiritual. Pero es interesante notar que la
profecía tuvo también un cumplimiento literal en esa época, el cual
sirvió para aumentar aún más la expectación de las gentes acerca
de la segunda venida de Jesucristo.
Citaremos nuevamente los versículos 12 y 13 para tomar nota del
orden de los eventos profetizados: “Y he aquí (1) hubo un
terremoto, y (2) el sol se puso como tela de cilicio, y la luna se
volvió toda como sangre; y (3) las estrellas del cielo cayeron sobre
la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida
por un fuerte viento”.
118 | V e n g o e n b r e v e

En el cumplimiento literal de la profecía, los eventos sucedieron


en el mismo orden señalado por la profecía. En 1755 se registró el
más terrible terremoto en la historia del continente europeo.
Aunque se lo conoce como el terremoto de Lisboa, se ex-tendió
por la mayor parte de Europa y el norte de África. Cubrió una
extensión de por lo menos seis millones y medio de kilómetros
cuadrados. En un pueblo cercano a Marruecos y muy distante del
epicentro, todos los diez mil habitantes perdieron la vida; una ola
descomunal barrió las costas de España y África. En Cádiz el
maremoto alcanzó 18 mts. de altura. En Lisboa, una muchedumbre
había corrido a un malecón recién construido, cuando éste se
hundió con un gran estruendo. El terremoto había sobrevenido un
día de fiesta, y muchas iglesias y edificios públicos que estaban
atiborrados de gente se desmoronaron. Se calcula que noventa mil
personas perdieron la vida sólo en Lisboa.
Veinticinco años después, apareció la segunda señal mencionada
en la profecía: el oscurecimiento del sol y la luna. El 1 de mayo de
1780, una intensa oscuridad cubrió gran parte del cielo visible en
Nueva Inglaterra. Según testigos oculares, a las nueve de la
mañana, el cielo se oscureció como si fueran las nueve de la noche
en un día de verano. El sol levemente salió hacia el atardecer. Si
bien el día fue oscuro, la noche fue más terrorífica. Aunque era
época de luna llena, el mundo siguió envuelto en tinieblas.
Después de la media noche desapareció la oscuridad, pero cuando
la luna volvió a verse, parecía ensangrentada.
La profecía acerca de las estrellas se cumplió el 13 de noviembre
de 1833, cuando tuvo lugar un dilatado y admirable espectáculo de
estrellas fugaces. El firmamento estuvo durante horas enteras en
conmoción ígnea. Desde las dos de la mañana hasta la plena
claridad del día, en un firmamento perfectamente sereno y sin
nubes, todo el cielo estaba tachonado de una lluvia incesante de
cuerpos celestes que brillaban de un modo deslumbrador. La gente
sobrecogida de temor angustiosamente esperaba el fin del mundo.5
119 | V e n g o e n b r e v e

Toda esta sucesión de fenómenos naturales ocurrió precisamente


en el momento y orden predichos, y en los lugares donde las
profecías estaban siendo estudiadas con mayor intensidad. Esto
sirvió para aumentar grandemente la expectación de la gente que
entonces esperaba la segunda venida de Cristo.

5 Como es el caso de otras profecías bíblicas, el Señor usó eventos de la


naturaleza para lograr sus propósitos. El hecho de que los tres fenómenos tuvieron
causas naturales, no disminuye su importancia como cumplimiento de la profecía.
120 | V e n g o e n b r e v e
121 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO SIETE: La identificación del


pueblo de Dios

Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro


ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra,
para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar,
ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel que subía de donde
sale el sol y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los
cuatro ángeles, a quienes se les había da-do el poder de hacer
daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra ni
al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes
a los siervos de nuestro Dios (vers. 1-3).
Se pospone la angustia
La expresión “los cuatro ángulos de la tierra” significa el mundo
entero; y de la misma manera, estos cuatro ángeles representan
todo el ejército de seres gloriosos, los ángeles que trabajan
incansablemente “a favor de los que serán herederos de la
salvación” (Heb. 1:14).
Aquí están deteniendo los “vientos”, o sea, a las fuerzas
destructoras para que no soplen sobre la tierra. Estos “vientos” son
fuerzas destructoras, tanto de la naturaleza como de los hombres
malvados. Están a punto de soltarlos, cuando viene “otro ángel”
que clama “a gran voz a los cuatro ángeles, “diciendo: “No hagáis
daño a la tierra ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos
sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios” (vers. 1-3).
A Filadelfia, la iglesia del sexto período, se le dijo: “Por cuanto
has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré
de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para
probar a los que moran sobre la tierra” (Apoc. 3:10). Ahora
podemos entender más claramente el significado de estas palabras.
Los que vivían en el tiempo de Filadelfia, la misma época descrita
122 | V e n g o e n b r e v e

por el sexto sello, pensaban que a ellos les tocaba vivir en la hora
de prueba. Por todas partes andaban anunciando: “La hora de su
juicio ha llegado” (14:7); y, confundidos acerca de la naturaleza
del juicio, exclamaban: “El gran día de su ira ha llegado; y ¿quién
podrá sostenerse en pie?” (6:17).
Pero se equivocaron. A ellos no les tocó presenciar las escenas
finales de la ira de Dios. Cuando exclamaban “¿Quién podrá
sostenerse en pie?”, cuando veían que los ángeles empezaban a
soltar los vientos de destrucción, vino una interrupción. Llega el
“otro ángel”, y clama a gran voz: “¡Todavía no! Hay una obra por
realizar en la tierra. Tenemos que sellar en sus frentes a los siervos
de Dios”.
A esto se debe el lugar de esta profecía como un paréntesis entre
el sexto y el séptimo sellos: Sirve para explicar por qué razón hay
una demora en el desenlace de los eventos finales. Las calamidades
no pueden caer hasta que se realice la obra de sellamiento.
El sello del Dios vivo
Y ¿cuál es el significado del “sello de nuestro Dios” que recibirán
los fieles? Significa dos cosas muy importantes:
1. Un sello significa que lo sellado no será revocado ni modificado
(ver Esther 8:8). El sello no modifica un documento, sino que
confirma su contenido. Así el sello de Dios no produce una
situación nueva en la vida del sellado, sino que afirma, y al mismo
tiempo, confirma su fe, su lealtad y su amor. La palabra “sello” se
emplea en el Nuevo Testamento como sinónimo de
“confirmación” (ver, por ejemplo, 1 Cor. 9:2; Rom. 4:11). De los
sellados se dice: “El que es in-justo, sea injusto todavía; y el que
es inmundo sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la
justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Apoc.
22:11). En otras palabras, los sellados por Dios ya no se apartarán
del camino de verdad y rectitud. Son los que “siguen al Cordero
123 | V e n g o e n b r e v e

por dondequiera que va” (Apoc. 14:4). Y el Cordero los conduce


a alturas cada vez más sublimes. A través de la vida y de la
eternidad, seguirán creciendo en conocimiento, en amor a Dios y
en santidad. Así cumplen el mandato divino: “El que es santo,
santifíquese todavía”.
2. Un sello significa también conocimiento de propiedad. “Pero el
fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el
Señor a los que son suyos” (2 Tim. 2:1).
El proceso de sellamiento o confirmación de un hijo de Dios que
se menciona aquí, empieza en el momento de la conversión,
cuando el creyente es bautizado por el Espíritu Santo (2 Cor. 1:22;
Efe. 1:13 y 4:30). Esta experiencia en sí constituye un tipo de
sellamiento. El apóstol Pablo lo llama “las arras” de la
confirmación final (Efe. 1:13,14).
Para los hombres y mujeres de los siglos pasados, el sellamiento
final ocurría a la hora de su muerte, pues el Señor Jesús indicó que
después de morir nadie tiene la oportunidad ya de cambiar su
decisión acerca de la vida eterna (Luc. 16:26).
Pero esta profecía de Apocalipsis 7 indica que antes de la segunda
venida de Cristo habrá una obra especial de sellamiento para los
vivos. Al finalizar la primera fase del juicio, cuando se haya
demostrado la justicia de Dios en su trato para con cada ser
humano, el Señor va a revelar al universo quiénes son los suyos,
“los que antes conoció” (Rom. 8:29). Esto lo hace colocando sobre
ellos su marca de propiedad, una señal que será visible sólo para
los ojos de los ángeles. Esta marca es el “sello de Dios”.
Los 144 mil
Y oí el número de los sellados: Ciento cuarenta y cuatro mil
sellados de todas las tribus de los hijos de Israel (vers. 4).
124 | V e n g o e n b r e v e

¡Los 144 mil... misterioso número de los sellados! ¿Quiénes son?


¿Qué significa para ellos el sellamiento? ¿Será que en las páginas
del destino ya está escrito el número de los redimidos, de modo
que no se podrá salvar ni uno más ni uno menos que esa cantidad?
La primera pregunta que investigaremos acerca de este tema es:
¿Será este número una estadística que tiene por objeto informarnos
la cantidad exacta de los redimidos?
Para contestar, debemos observar cómo funcionan los números en
el Apocalipsis:
Recordamos, para empezar, que en el capítulo cuatro vimos a siete
Espíritus de Dios. Claro que esto no es una información para
hacernos pensar que hay en realidad siete Espíritus Santos. El
número es simbólico y su propósito es el de transmitir un mensaje
acerca de la obra y naturaleza del Espíritu. Asimismo, acabamos
de ver a cuatro ángeles que detienen las guerras y calamidades de
la tierra. Es claro que esta inmensa tarea no se limita al esfuerzo
de cuatro ángeles. Los cuatro aquí simbolizan a todo el ejército
celestial. El número está relacionado con los “cuatro ángulos de la
tierra”, los cuales representan la totalidad del globo terráqueo
(Apoc. 7:1-3).
Estos pocos ejemplos y otros más que podríamos citar1 sirven para
ilustrar la forma en que se emplean los números en el Apocalipsis.
Transmiten un mensaje acerca de la naturaleza de un personaje o
un evento, pero pocas veces representan una cantidad literal.
No hay ninguna base para afirmar que el número de 144 mil sea la
excepción de esta regla, sino al contrario, hay claras evidencias de
que el número en sí es parte del mensaje que el Señor nos quiere
transmitir con esta visión.
¿Cuál es, entonces, el mensaje que encierra el número de los 144
mil? Para buscar la respuesta, empezaremos observando cómo es
que se ha llegado a tener precisamente esa cantidad.
125 | V e n g o e n b r e v e

1 En la profecía de la sexta trompeta, se ve una enorme cantidad de soldados, y


se nos dice: “El número de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones”. A
esto el profeta agrega categóricamente: “Yo oí su número” (Apoc. 9:16). Pero a
nadie se le ha ocurrido sugerir que este número representa la cantidad precisa de
los ejércitos del mal. Otro ejemplo son los siete mil que murieron en un terremoto
en “la grande ciudad” (Apoc. 11:13).

Leemos que los sellados son tomados “de todas las tribus de los
hijos de Israel” (vers.4):
De la tribu de Judá, doce mil sellados.
De la tribu de Rubén, doce mil sellados.
De la tribu de Gad, doce mil sellados.
De la tribu de Aser, doce mil sellados.
De la tribu de Neftalí, doce mil sellados.
De la tribu de Manasés, doce mil sellados.
De la tribu de Simeón, doce mil sellados.
De la tribu de Leví, doce mil sellados.
De la tribu de Isacar, doce mil sellados.
De la tribu de Zabulón, doce mil sellados.
De la tribu de José, doce mil sellados.
De la tribu de Benjamín, doce mil sellados (vers. 5-8).
Así como fueron doce los patriarcas, fueron doce también las
tribus formadas de sus descendientes. En los primeros siglos de la
existencia de Israel, cada tribu permaneció como grupo distinto y
solidario dentro de la nación, pero el primer cautiverio causó la
desaparición de diez de las tribus (2 Rey. 17:17,18), y en el tiempo
cuando Juan estaba escribiendo el Apocalipsis, ya hacía mucho
que no existía en un sentido literal algo que podría llamarse “las
126 | V e n g o e n b r e v e

doce tribus de Israel”. Sin embargo, el profeta aquí las está viendo
intactas, y vemos que ninguna tiene más y ninguna tiene menos
que las otras.
El mensaje es éste: ¿Creéis que he perdido alguna parte de mi
pueblo? No la he perdido. Aún tengo doce tribus y están todas
completas. Si el primer pueblo que yo había llamado se rebeló y
tuvo que ser rechazado, no por esto ha de verse frustrado mi
propósito.
Satanás hizo mucho alarde de su victoria cuando Israel cayó en
idolatría y rebeldía abierta contra Dios. Presentó este caso como la
comprobación de sus aseveraciones de que la ley no podía ser
guardada y de que Dios había establecido normas injustas. Por esto
dijo que el cautiverio de Israel era el fracaso de Dios y una gran
victoria para él.
El sellamiento, en cambio, anuncia la victoria de Dios; es el punto
culminante del juicio en el cual cada caso ha sido abierto para el
escrutinio minucioso del universo; y es la proclamación ante todos
del triunfo que Dios ha logrado en su propósito de preparar para sí
a un pueblo cuya lealtad es absoluta y está fundada en el amor (ver
Efe. 2:5-7; 5:25-27).
Observamos que el número 144 mil equivale a doce por doce mil.
Hay varias ocasiones mencionadas en la Biblia cuando se expresa
un número por un múltiplo de sí mismo. Por ejemplo, cuando el
apóstol Pedro preguntó si debía perdonar a su hermano hasta siete
veces, el Señor le dijo: “No te digo hasta siete veces, sino aun hasta
setenta veces siete” (Mat. 18:21, 22). Es un superlativo, una
hipérbole para decir: ¡Muchísimas! De la misma manera, el Señor
está diciendo: Con el sellamiento todos pueden darse cuenta de las
mentiras de Satanás. No ha fracasado mi propósito. Si una vez tuve
doce hijos, ¡ahora tengo doce mil veces doce!
127 | V e n g o e n b r e v e

Siete veces en el Apocalipsis se mencionan las tribus, y siempre es


para aclarar que el mensaje de salvación debe alcanzar no sólo a la
pequeña nación de Israel, sino a todas las “tribus”, o sea a todos
los pueblos de la tierra (ver, por ejemplo, Apoc. 14:6; 5:). De ahí
se deduce otro mensaje más de los doce mil sellados de cada tribu:
Con ellos Cristo nos quiere decir: Mi iglesia, el “Israel” de hoy, se
encuentra esparcida entre todos los pueblos del mundo, entre todas
las razas y castas, entre todas las clases sociales, entre todas las
tribus y etnias.
El hecho de que son exactamente 12,000 de cada tribu significa,
además, que para Dios no hay acepción de personas. No hay una
tribu que tenga oportunidad de salvarse mientras otra no la tiene.
El Evangelio eterno es “poder de Dios para salvación a todo aquel
que cree; al judío primeramente y también al griego” (Romanos
1:16). Es el mensaje que debe ser escuchado por “toda nación,
tribu, lengua y pueblo” (Apoc 14:16; compárese con Hech.
17:26,27).
La multitud incontable
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie
podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas,
que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero,
vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban
a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que
está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban
en pie alrededor del trono, y de los ancianos y de los cuatro seres
vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y
adoraron a Dios, diciendo: Amén, la bendición y la gloria y la
sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza,
sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén (vers. 9-12).
Se presenta ahora otro grupo de personas. El anterior era de 144
mil. Juan dice: “Oí el número”. Pero a ésta “gran multitud […]
nadie la puede contar”.
128 | V e n g o e n b r e v e

¿Quiénes son estas personas? ¿Qué relación hay entre ellas y los
144 mil?, y ¿qué significa el hecho de que aparecen precisamente
en este punto de la serie profética?
Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están
vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido?
(vers. 13).
Aquí la pregunta del anciano es exactamente la que nosotros
queremos hacer.2 Pongamos mucha atención a la respuesta:
Yo le dije: Señor, tú lo sabes.
Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación,
y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del
Cordero.
Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en
su templo;
y el que está sentado en el trono extenderá su tabernáculo sobre
ellos.
Ya no tendrán hambre ni sed,
ni el sol los abatirá, ni calor alguno,
pues el Cordero en medio del trono los pastoreará, y los guiará a
manantiales de aguas de vida,
y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. (vers. 14-17).
Con esto podemos hacer un resumen de la información disponible
acerca de la gran multitud:
1. Aparentemente no es el mismo grupo que el de los sellados, pues
los sellados son contados y se nos dice específicamente su número,
mientras que la gran multitud nadie la podía contar (vers. 9).
2 Ver otros ejemplos de preguntas oportunas en Dan. 8:13; Zac. 4:4, 5.
129 | V e n g o e n b r e v e

2. De la misma manera se deduce que los de la gran multitud son


más numerosos que los 144 mil.
3. Los de la gran multitud viven “delante del trono y en la presencia
del Cordero” (vers. 9). Esto indica que ellos están cumpliendo las
instrucciones dadas a Abrahán como parte del pacto: “Anda
delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti” (Gén.
17:1, 2). O como dice otra versión: “Vive siempre en mi presencia
y sé perfecto, para que yo pueda confirmar mi pacto contigo”. El
hecho de estar delante de Dios y vivir en su presencia, implica una
relación estrecha y constante. Tal fue la experiencia de Enoc (Gén.
5:22,24) y de Abrahán (Gén. 17:1 ú.p.), y debe ser la de nosotros
también, pues nadie va a estar delante de Dios en el cielo si no ha
aprendido a vivir delante de él aquí en esta tierra.
4. Ellos han entendido el mensaje de justificación por la fe. Claman
“a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que
está sentado en el trono, y al Cordero” (vers. 10). La justificación
por fe significa precisamente esto. “No [es] de vosotros, pues es
don de Dios” (Efe. 2:8).
Esto mismo es lo señalado por el hecho de que ellos tienen palmas
en las manos (vers. 9). No era la costumbre entonces colocar
palmas en las manos de los victoriosos, sino en las de las
multitudes que celebraban sus éxitos (ver Juan 12:13). De modo
que con las palmas, ellos están celebrando la victoria de Dios.
5. Ellos han experimentado también la santificación, o sea la
victoria sobre el pecado. Dice el texto que “han lavado sus ropas,
y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (vers. 14). Esto
significa ser lavado del pecado (ver Apoca-lipsis 1:5). La ropa
resplandeciente y limpia representa “las acciones justas de los
santos” (Apoc. 19:8). La última de las siete bienaventuranzas que
aparecen en el Apocalipsis dice: “Bienaventurados los que lavan
sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por
las puertas en la ciudad” (22:14).
130 | V e n g o e n b r e v e

6. Los de la gran multitud no reciben el sello de Dios; pero los 144


mil sí.
Aparentemente hay algo contradictorio en todo esto: El
sellamiento es imprescindible para que los fieles puedan soportar
el tiempo de angustia. Tanto es así que la angustia fue demorada
para dar lugar a que los 144 mil sean sellados. Así que el
sellamiento funciona como la mancha de sangre del cordero
pascual que protegía a los Hijos de Israel de la última plaga en
Egipto (Éxo. 12:22, 23). La ira caerá ineludiblemente sobre todos
los que no tienen el sello: “A viejos, jóvenes y vírgenes, niños y
mujeres” (Eze. 9:6; compárese con Apoc. 16:2); no hay excepción.
Precisamente en esto está la aparente inconsistencia, porque los de
la gran multitud no recibieron el sello de Dios; y, sin embargo, aquí
están felices y cantando himnos en la presencia de Dios.
Se dice acerca de la gran multitud: “Ellos han salido de la gran
tribulación” (vers. 14). Posiblemente ellos salieron de la
tribulación en el sentido de que se “escaparon” de ella, porque
estaban en la tumba y aún no habían resucitado. A los fieles de
Filadelfia, Cristo prometió: “Porque has guardado la palabra de mi
perseverancia, yo también te guardaré de la hora de la prueba, esa
hora que está por venir sobre todo el mundo para probar a los que
habitan sobre la tierra” (Apoc. 3:1). El Señor no los guardó en la
hora de prueba sino de ella, porque pasaron a su descanso y no la
vieron.
La evidencia disponible no es suficiente para justificar una opinión
dogmática en cuanto a la identidad exacta de estos dos grupos de
redimidos. Ofrecemos, pues, como una sugerencia, la siguiente
idea: Los 144 mil son los redimidos que son especialmente
fortalecidos por el sellamiento para sobrevivir en el tiempo de
angustia y ser llevados al cielo sin ver la muerte. La gran multitud
son los resucitado, los fieles de todos los siglos que, con los 144
mil, irán al cielo para estar en la eternidad con Dios.
131 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULOS OCHO y NUEVE: El séptimo


sellos y los juicios de Dios

Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como


por media hora. Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante
Dios; y se les dieron siete trompetas.
Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario
de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones
de todos los santos, sobre el altar de oro que es-taba delante del
trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo
del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el
incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y
hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto (vers. 1-5).
Al finalizar el sexto sello las gentes exclamaban angustiadas, “¡El
gran día de su ira ha venido!” (6:17). Esta expresión señalaba la
expectación general de que el juicio y la segunda venida de Cristo
iban a empezar en ese momento. Entonces vino el capítulo 7 que
es una interrupción, un paréntesis, para explicar que los eventos
finales no pueden ocurrir “hasta que hayamos sellado en sus
frentes a los siervos de nuestro Dios” (Apoc. 7:1-3).
El día de la expiación
En el antiguo tabernáculo, el sellamiento o confirmación del
pueblo en el favor de Dios era el resultado de la ceremonia anual
llamada “día de la expiación” (ver Levítico, cap. 16).1 El séptimo
sello representa precisamente ese impresionante “día”.
Podemos notar varios elementos en esta profecía que se refieren al
día de expiación.
El silencio en el cielo. Cuando el ángel abrió el séptimo sello, “se
hizo silencio en el cielo”.
132 | V e n g o e n b r e v e

1 “Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos
vuestros pecados delante de Jehová” (Lev. 16:30).

En el antiguo rito de expiación el pueblo se reunía alrededor del


tabernáculo guardando el más profundo silencio.
El incienso añadido. Durante todo el año ardía incienso sobre el
altar en la forma de brasas de material sólido. El humo de ese
incienso representa las oraciones del pueblo de Dios (Apoc. 5:8).
En el día de la expiación, el sumo sacerdote tomaba de esas brasas,
las colocaba en un incensario portátil y pasaba con ellas detrás del
velo para presentarse “en la presencia de Dios”. En una mano
llevaba el incensario suspendido de una cadena y en la otra, un
puñado de incienso molido. Al pasar detrás del velo, derramaba el
incienso molido sobre las brasas haciéndolo arder
instantáneamente para llenar el lugar santísimo de una densa nube
de humo (Lev. 16:12, 13). Precisamente ese rito de incienso
añadido se ve aquí en la profecía de la séptima trompeta. Dice que
al ángel “se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de
todos los santos” (vers. 3).
Jesucristo es el sumo sacerdote en el santuario celestial (1 Tim.
2:5; Heb. 4:14-16; 8:1,2; 9:11,12; 1 Juan 2:1); y, por tanto, es el
“ángel” que aparece en esta visión. “Y de la mano del ángel subió
a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de
los santos”.
Nuestras oraciones, nuestras ofrendas y buenas obras ascienden
como olor grato ante el trono celestial, pero al pasar por los canales
corruptos de la humanidad se contaminan de modo que no
ascienden en inmaculada pureza ante el trono. Es gracias al
perfume del incienso añadido que nuestras oraciones pueden ser
contestadas.2 En reconocimiento de esto es que oramos siempre en
el nombre de Jesús.

2 Mensajes selectos, 1: 404


133 | V e n g o e n b r e v e

El fin de la intercesión. “Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó


del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces,
y relámpagos, y un terremoto”.
Cuando el incienso se recoge del altar y se esparce es para
apagarlo. Una vez apagado el incienso, no hay más intercesión.
Cuando termine la intercesión, se dice acerca de los seres
humanos: “El que es injusto, sea injusto todavía, [...] y el que es
justo practique la justicia todavía” (Apoc. 22:11).
Llegan las calamidades. Al caer las brasas sobre la tierra, suceden
“truenos y voces y relámpagos y un terremoto” (vers. 5). Se refiere
a las calamidades que, según el capítulo 7:1-3, fueron retenidas
hasta la conclusión de la obra del sellamiento. Su caída constituye
el “tiempo de angustia” (Dan. 12:1).
A través del proceso de juicio y sellamiento los fieles han sido
identificados, la cizaña ha sido separada y atada en manojos (Mat.
13:24-30, 39-42). Ya nada impide la caída de las espantosas
manifestaciones de la justicia divina (ver Apoc. 16:1-21).
Son las mismas brasas. Las brasas que despedían el incienso,
fragancia de vida para vida, ahora se vuelcan en la obra de muerte
para muerte. La misma justicia divina que aplazaba los vientos
(Apoc. 7:1-3; 2 Ped. 3:9-10) es la que ahora los desata para que
caigan sobre los impenitentes (Heb. 10:28-31).
Las siete trompetas
La profecía de las siete trompetas ha sido interpretada de varias
maneras. Se presenta a continuación un resumen de la profecía de
las trompetas y la manera en que ésta ha sido aplicada a la caída
del Imperio Romano y a los tiempos difíciles que siguieron:3
3 C. Mervyn Maxwell, God Cares (Boise: Pacific Press, 1985), 2:232-261.
Maxwell atribuye su posición a Edwin Thiele. Más o menos similar es la
interpretación de Jon Paulien, http://vinyl2.sentex.net/~tcc/
CT/CT7.php?page=T7Paulien.html
134 | V e n g o e n b r e v e
135 | V e n g o e n b r e v e
136 | V e n g o e n b r e v e

Una advertencia de eventos futuros


En tiempos antiguos las trompetas servían para transmitir un
mensaje de alarma o una llamada a tomar armas en momentos de
peligro (Amós 3:6; 1 Cor. 14:8).
Las siete trompetas guardan una estrecha relación con el séptimo
sello, ya que es al finalizar la acción de dicho sello que se tocan y
son una amplificación o explicación de los “truenos y relámpagos”
que ocurren cuando el ángel del séptimo sello arroja sobre la tierra
los carbones encendidos de su incensario.
El apóstol Pedro dijo que la profecía de Joel 2:28-32 se había
cumplido en el día de pentecostés. Pero un estudio cuidadoso de la
profecía revela que tendrá otro cumplimiento en el futuro (vers.
31). Hay varios indicios de que la profecía de las siete trompetas
tiene también una doble aplicación, algunas de las palabras del
texto difícilmente pueden ser aplicadas a eventos de antaño.
Concluimos, pues, que aun cuando las siete trompetas pueden
tener referencia a ciertos eventos del pasado, es muy probable que
tengan otro cumplimiento en el futuro al finalizar los sucesos del
séptimo sello.
Sin duda, en un futuro cercano podremos entender más claramente
la profecía de las siete trompetas.
137 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DIEZ: El ángel con el librito

Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube,


con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus
pies como columnas de fuego (vers. 1).
¿Quién será este ángel? Al principio del capítulo 8 vimos a un
ángel, y por el papel que desempeñaba como Sumo Sacerdote en
el santuario celestial, comprendimos que representaba al Señor
Jesucristo. Ahora en esta visión del capítulo 10 aparece otro
mensajero celestial, y nótese la descripción: su cara brilla como el
sol; sus piernas parecen columnas de fuego y el arco iris de Dios
centellea sobre su cabeza. En las Escrituras, semejantes
características siempre están relacionadas con la Deidad (ver por
ejemplo Eze. 1:26-28; Mar. 9:2,3; Apoc. 1:14,15). Concluimos
que este “ángel” también es Jesús. Es un indicio de la importancia
del mensaje que trae, ya que el Hijo de Dios ha descendido en
persona para anunciarlo.
Un librito abierto
Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre
el mar, y el izquierdo sobre la tierra (vers. 2).
Al ver que el ángel trae en la mano un librito nos acordamos del
capítulo 5 en donde aparece también un libro en la mano de un ser
divino. Pero aquél tenía un contenido demasiado grande, mientras
éste es llamado un “librito”, así que no pue-de ser el mismo.
El pequeño libro contiene un mensaje profético, porque cuando
Juan ha asimilado su mensaje se le dice que debe levantarse y
profetizar (vers. 10, 11). Y el mensaje del ángel tiene relación con
el fin del tiempo (vers. 6, 7). Notamos, además, que el librito está
abierto, y esto nos hace recordar las instrucciones dadas al profeta
Daniel acerca de su libro: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y
138 | V e n g o e n b r e v e

sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para
allá, y la ciencia se aumentará” (Dan. 12:4).
Resumiendo, podemos ver que:
1. Los escritos de Daniel constituyen un libro profético, y esto es
lo que el ángel trae en su mano.
2. El libro de Daniel sería abierto, y éste es un libro abierto.
3. Dicha apertura ocurriría en el “tiempo del fin”, y el mensaje que
proclama el ángel con el libro abierto es que ha llegado el fin del
tiempo (vers. 6).
4. Daniel dijo que en el “tiempo del fin” se manifestaría un afán
por conocer el significado de sus profecías; muchos iban a correr
“de aquí para allá” investigando su significado; y por la
iluminación del cielo, la “ciencia”, o sea el conocimiento de la
gente acerca de las profecías, sería aumentada.
5. Observamos, luego, la época señalada para el cumplimiento de
esta profecía. Tiene lugar entre la sexta y la séptima trompetas, o
sea, alrededor de los años 1840 y 1844. Tal como observamos
anteriormente (capítulo 6), precisamente en esa época surgió un
reavivamiento mundial de los valores cristianos y un movimiento
que impulsaba a la gente a estudiar las profecías bíblicas,
especialmente las de Daniel. Cientos de miles de personas —
hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, de todas las clases
sociales— estudiaban las profecías y esperaban la purificación del
santuario y el fin del mundo (véase la historia de esa experiencia
en el capítulo 6). Concluimos, pues, que el librito abierto en la
mano de Cristo es, en efecto, el libro profético de Daniel, y que
esta visión se refiere al movimiento que surgió en aquel entonces
de estudiar y presentar al público las profecías del libro.
El ángel se para con un pie sobre el mar y con otro sobre la tierra.
Mar y tierra son la totalidad del globo terráqueo. El mensaje del
139 | V e n g o e n b r e v e

ángel tendría un alcance mundial. La profecía del sexto sello, al


hablar de este mismo mensaje, dice que lo oyen “los reyes de la
tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo
siervo y todo libre” (Apoc. 6:15), o sea, todo el mundo.
Apocalipsis 14:6 corrobora esto diciendo que el mensaje llega “a
los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
El hecho que el ángel tiene mar y tierra debajo de sus pies denota,
además, dominio y el gran poder que acompaña la proclamación
del mensaje. Como dice el siguiente versículo, el ángel clama “a
gran voz, como ruge un león” (vers. 3).
El mensaje de los siete truenos
Y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado,
siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos
hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir, pero oí una voz del
cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho,
y no las escribas (vers. 3, 4).
El profeta no tuvo dificultad en oír las palabras que pronunciaron
los truenos. Sabemos que las entendió porque las iba a escribir. El
misterio no se debe a que los truenos dijeron algo difícil de
entender, sino a que una voz del cielo le dijo al profeta que no lo
escribiera. El hecho de que hay un mensaje oculto es, en sí, un
mensaje.
Primero, el ángel clama “con gran voz” (vers. 3), e inmediatamente
hablan los truenos. Así que, el mensaje de los truenos está
estrechamente relacionado con el mensaje de la venida de Cristo
en 1844, el mismo que es simbolizado por la profecía del sexto
sello. En el tiempo del sexto sello, miles de personas, estudiaron la
profecía de Daniel 8:14 y exclamaron: “El gran día de su ira ha
llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apoc. 6:17). Pero
estaban equivocados. El capítulo 7 revela lo que ellos no habían
140 | V e n g o e n b r e v e

entendido: que los juicios de Dios no podían caer mientras no se


concluyera la obra de sellamiento.
El ángel con el librito abierto proclama el mensaje profético de la
venida de Cristo, basado en las profecías de Daniel. El mensaje de
los truenos significa que había algo, algún aspecto del mensaje,
que Dios no quería revelar.
Al comparar esta profecía con la de la sexta trompeta, podemos
sacar la conclusión que el mensaje oculto tiene relación con lo que
no entendieron los que proclamaban la venida de Cristo en 1844,
y que el error que cometieron no se debió a que ellos no habían
estudiado con cuidado la Biblia. Tampoco se debió a que
ignoraban principios razonables de interpretación bíblica. Muy al
contrario, en lo que parecía un error, se revela un propósito divino.
Esta interpretación de los siete truenos encuentra apoyo en las
Palabras que se escuchan cuando el ángel empieza a hablar:
Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su
mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos,
que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas
que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo
no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel,
cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se
consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas (vers. 5-
7).
Éste es un mensaje que aparentemente tiene un significado, pero
que en realidad, tiene otro. Con un juramento solemnísimo, el
ángel proclama: “El tiempo no será más”. Aparentemente está
anunciando el fin del mundo, pero en realidad no significa eso
porque enseguida se aclara que los eventos de la séptima trompeta
están todavía en el futuro.
¿Qué es ese “misterio de Dios”? El término no se menciona en otra
parte de la Biblia, pero el apóstol Pablo se refiere a su antónimo,
141 | V e n g o e n b r e v e

el “misterio de la iniquidad” (2 Tes. 2:7), y aplica el término a la


consumación del mal, la realización de los propósitos de Satanás
en la Iglesia. De ahí que el “misterio de Dios” debe significar el
triunfo del bien y la realización de los propósitos de Dios en el
mundo. El ángel poderoso dice que dicha realización se verá bajo
la séptima trompeta, la cual quedaba todavía en el futuro en el
momento señalado en esta profecía. Al estudiar acerca de la
séptima trompeta en el capítulo 11, veremos más acerca de la
naturaleza de estos eventos.
El fin de la demora
El ángel dice que el tiempo no será más. Si éste no es un anuncio
del fin del mundo, ¿qué es? ¿En qué sentido puede haber un fin del
tiempo antes del fin del mundo?
Cuando los cristianos de Tesalónica leyeron la carta de Pablo
acerca de la segunda venida de Cristo (1 Tes. 4:13-18),
alegremente hicieron planes para un traslado inmediato al cielo.
Cuando el apóstol Pablo lo supo, les escribió nuevamente para
aclarar que este evento no podía suceder todavía. Les dijo que aún
no se había cumplido la profecía de la gran apostasía, y mientras
esta profecía permanecía sin cumplir, Cristo no volvería (2 Tes.
2:2-10).
De la misma manera, en la profecía del quinto sello los mártires
oran con profundo anhelo: “¿Hasta cuándo, Señor justo y
verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que
moran en la tierra?” Ellos querían que se realizara sin más demora
el juicio para que los vindicara y vengara sus sufrimientos. Pero se
les dijo que lo que ellos anhelaban no podía realizarse todavía. Aún
no había terminado el tiempo de la gran apostasía, y mientras este
tiempo no se terminara, no sólo era imposible que empezara el
juicio, sino que debían hallar la muerte otros mártires más (Apoc.
6:10,11).
142 | V e n g o e n b r e v e

Este suspiro, este gran anhelo y deseo de ver consumado el


misterio de Dios existe desde que el pecado causó el destierro de
Adán y Eva de su hogar en el Edén.
La profecía de Daniel 8, la que estudiaron los primeros adventistas
en 1840-1844, tiene que ver precisamente con esto. Daniel había
visto en visión la gran apostasía. Vio como un “cuerno pequeño”,
un “rey altivo de rostro y entendido en enigmas” (Dan. 8:9, 23)
pisoteará la verdad y echará abajo el santuario. Luego viene la pre-
gunta que expresa el gran anhelo de todos los siglos: “¿Hasta
cuándo durará la visión del continuo sacrificio y la prevaricación
asoladora entregando el santuario y el ejército para ser
pisoteados?” (Dan. 8:13).
En el capítulo 6 se hizo referencia a la profecía de Daniel 8:14.
Ésta es precisamente la que predice la gran apostasía mencionada
más tarde por Cristo (Mat. 24:15-29), por Pablo (2 Tes. 2:2-8) y
otros. Es una de las profecías más asombrosas de la Biblia, pues se
presenta no sólo el hecho de la apostasía sino hasta el tiempo de su
duración: dice que duraría en total 2,300 años (Dan. 8:14). Este
tiempo iba a empezar con la “salida de la orden para restaurar y
edificar a Jerusalén” (Dan. 9:25). La historia registra que dicha
orden fue dada por el rey Artajerjes en el año 457 a.C. De ahí que
es fácil calcular que la profecía iba a terminar en el año 1844 d.C.
Ésta es la profecía de tiempo más larga en toda la Biblia. Mientras
quedaba aún inconcluso este tiempo, no podía volver Cristo y no
podía empezar el juicio.
Pero el mensaje del ángel que tenía el librito en la mano es que a
partir de este momento, ya no habrá más tiempo. Ahora podemos
entender mejor el significado de esta expresión. Significa que ya
no habrá más demora, porque el tiempo de la gran demora ha
terminado, y va a empezar el juicio, el evento anhelado por los
mártires de la época del quinto sello; y significa que ya no hay más
profecías de tiempo que deben cumplirse antes de la segunda
venida de Cristo.
143 | V e n g o e n b r e v e

El fin de la demora
Pero, en la providencia de Dios, los que estudiaban las profecías
en 1840 no capta-ron el pleno significado de este versículo. Por lo
tanto, ellos proclamaban la profecía en un sentido equivocado.
Anunciaban que iba a ocurrir el segundo advenimiento de
Jesucristo para llevar a cabo el juicio en esta tierra, cuando en
realidad iba a ocurrir el juicio celestial, el cual debe concluirse
antes del segundo advenimiento.
Esta profecía del capítulo 10 nos hace entender que Dios había
previsto la equivocación de los estudiosos en este asunto, que la
había tomado en cuenta y que la iba a utilizar para sus propósitos.
Es una vislumbre más de la manera en que Dios trata con los
hombres. Él toma en cuenta nuestra condición humana, y se inclina
para alcanzarnos donde estemos. Aun nuestras flaquezas y errores
los puede convertir en bendiciones para la gloria de su nombre.
Un ejemplo bíblico
Si nos parece extraño este caso, debemos recordar que la historia
bíblica presenta el ejemplo de un caso parecido. En el año 31 de
nuestra era, estaba por ocurrir el evento cumbre de toda la historia.
El inmaculado Hijo de Dios iba a ganar la victoria definitiva sobre
Satanás entregando su vida en la cruz del Calvario. Fuera de este
mundo, la atención del universo entero estaba concentrada en el
evento. Pero aquí en la tierra, muy pocos de aquellos por quienes
se hacía este inmenso sacrificio, estaban conscientes de lo que
estaba pasando. Sin embargo, el Padre celestial, no que-riendo que
la muerte de su Hijo pasara inadvertida, había preparado un plan
para lograr la máxima atención posible para el acontecimiento. Era
un plan que tomaba en cuenta la flaqueza y la idiosincrasia de la
humanidad y la naturaleza de sus ideas preconcebidas. A fin de
lograr sus propósitos, el Señor retuvo momentáneamente una parte
de la verdad, permitiendo que se perpetuara una idea equivocada
144 | V e n g o e n b r e v e

acerca de la naturaleza de lo que iba a acontecer. Esta equivocación


se hizo evidente en la Entrada Triunfal.
Haciendo una imitación deliberada de la manera en que entraba un
rey victorioso, Cristo aprobó y aun alentó el alboroto de la
población y de los miles de peregrinos que llegaban a Jerusalén
para celebrar la pascua (Mat. 21:8-11).
En realidad, era apropiada la Entrada Triunfal, pues Cristo estaba
a punto de triunfar. Con su crucifixión y muerte aseguraría su
victoria sobre Satanás y la paz duradera para el universo. Pero en
toda esa multitud, ¿quién entendía o tenía algún concepto de la
manera en que esta victoria se obtendría a través de una cruz?
Ciertamente los discípulos del Señor no entendían. Estaban tan
lejos como los demás de comprender el significado de esa Entrada.
Supongamos que Cristo hubiese anunciado en términos literales lo
que iba a suceder: “Oídme, todos. El próximo viernes voy a morir
crucificado, y eso significará la derrota definitiva sobre Satanás”.
Dada la mentalidad prevaleciente, es difícil creer que un anuncio
tal hubiera logrado el propósito de Dios. Pero la Entrada Triunfal
sí logró dicho propósito. Después de la aclamación y los vítores,
la atención del público quedó enfocada sobre Jesús de una manera
extraordinaria. Dice el relato que “cuando entró en Jerusalén toda
la ciudad se conmovió” (Mat. 21:10). Y una semana más tarde,
cuando un “viajero” parecía no estar enterado de la crucifixión, le
dijeron: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido
las cosas que en ella han acontecido?” (Luc. 24:18).
Debido a la Entrada Triunfal, ya era imposible para los dirigentes
realizar la muerte de Jesús en secreto; y muchos hubo entre aquella
multitud que, después de la crucifixión, escudriñaron las Escrituras
para comprender el misterio de su muerte expiatoria. Dos meses
más tarde, tres mil fueron convertidos en un solo día, cuando
oyeron de labios del apóstol Pedro la verdadera explicación de lo
que significaba para ellos su sacrificio, una explicación que no
145 | V e n g o e n b r e v e

habrían estado en condiciones de entender sí la hubieran recibido


el Domingo de Ramos, cuando una parte de la verdad fue ocultada
de su vista.
De manera parecida, en los años anteriores a 1844, estaba por
terminarse la demora de los 2,300 años profetizada en el libro de
Daniel (8:24). Durante todos estos años Satanás había difundido
su propaganda mentirosa, había impugnado la ley divina y había
atacado con violencia a los fieles (Dan. 7:25, 26; 8:10-14, 24, 25).
Había llegado al extremo de sentarse en el templo de Dios
haciéndose pasar por Dios (2 Tes. 2:3-12; Dan. 8: 11-14).
Desde el principio, cuando el enemigo lanzó su ataque contra el
gobierno divino, había desafiado la posición de Dios como Rey del
universo, insinuando que si las riendas estuvieran en manos de él,
todo marcharía mejor. Para contestar esta pretensión, Dios le dio
libertad durante 2,300 años para desarrollar sus planes. Daniel lo
había profetizado: “Hablará palabras contra el Altísimo, y a los
santos del Altísimo quebrantará […] y serán entregados en su
mano” (Dan. 7:24). Así los seres inteligentes del universo pudieron
contemplar la inhumanidad, la intolerancia y la crueldad del
gobierno impuesto por Satanás, y ya era imposible para ellos dudar
de quién tenía la razón.
El comienzo del juicio celestial es representado en las Escrituras
como uno de los momentos supremos de la historia (Dan. 7:13, 14,
26,27; Apoc. 11:15-17; 19:1,2). Pero cuando se acercaba el fin de
los 2,300 años de demora, sucedió tal como había ocurrido cuando
Jesús estaba por morir en el Calvario: los seres humanos no
estaban en condiciones de comprender el significado de un juicio
en el cielo. Si se les hubiese declarado sencilla y llanamente lo que
estaba por acontecer, el anuncio habría atraído muy poca atención.
Por esto Dios permitió una segunda “entrada triunfal”, otra
equivocación popular, que sirvió para concentrar la atención de
miles sobre el tema de las profecías bíblicas y el juicio de Dios. Y
el resultado de esta “equivocación” se vio en aquellos que, después
146 | V e n g o e n b r e v e

del chasco, volvieron a sus Biblias con lágrimas y con mucha


oración para investigar en qué había consistido su error. Y a ellos
se les reveló la verdadera explicación de los eventos predichos.
Éste es, pues, el significado del mensaje no revelado: significa que
un aspecto de lo que iba a proclamar el poderoso ángel debía
permanecer encubierto, que no sería revelado porque el pueblo no
estaba preparado para comprender su significado.
El significado del mensaje no revelado se refleja también en el
simbolismo del librito dulce y amargo:
El libro dulce, pero amargo
Y la voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Vé y toma
el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie
sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel diciéndole que me
diese el librito. Y él me dijo: Toma y cómelo; y te amargará el
vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces tomé el
librito de la mano del ángel y lo comí; y era dulce en mi boca como
la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre (vers. 8-
10).
Al finalizar la misión profética de Daniel, se le ordenó al profeta
cerrar el libro “hasta el tiempo del fin” (Dan. 12:4). Ahora se dice
que ha llegado el fin del tiempo, y un ángel aparece con el libro
abierto en la mano (vers. 2,6), simbolizando la manera en que las
profecías de Daniel serían sacadas del olvido y proclamadas en los
últimos días.
Ahora Juan recibe la orden de recibir el librito de la mano del ángel
y comerlo. ¿Qué puede significar esto?
Al profeta Ezequiel también se le ordenó que comiese un libro
(Eze. 2:93:3), y se explica que esta acción simboliza que debía
llenar sus entrañas —debía saturarse— del mensaje que traía el
libro (ver Eze. 3:3-10).
147 | V e n g o e n b r e v e

Los primeros adventistas estudiaron día y noche las grandes


profecías de Daniel. Llenaron su vida y su corazón del mensaje.
Era su tema predilecto de meditación y conversación. ¡Qué dulce
era para ellos la esperanza que les traía el libro! ¡Imagínese! ...
¡estar pronto con Jesús! Adiós, tentación y pruebas, adiós, vejez,
enfermedades y dolor. No más hospitales, no más despedidas en el
lecho de muerte, no más hijos que lloren a su padre. Fin de la
injusticia, la tiranía y la opresión. Sentarse bajo las ramas del árbol
de la vida, beber de esa agua que sale del trono de Dios. ¡Qué
gloriosas reuniones! ¡Qué abrazos y lágrimas de alegría!
El pastor Carlos Fitch, quien había sido especialista en publicidad
para el famoso evangelista Carlos Finney, llegó a creer en el
mensaje del pronto retorno de Jesús y dedicó sus talentos a la
causa. Diseñó un diagrama gráfico de las profecías y mandó
imprimir miles de ejemplares que fueron usados por los
predicadores milleritas en todas partes.
Una tarde de mucho frío, cuando faltaban pocos días para el
cumplimiento del tiempo profético, Fitch hizo caso omiso del
clima y bautizó en un lago a tres grupos de nuevos creyentes. El
resultado para los nuevos creyentes fue la paz en el alma, pero para
Fitch fue una neumonía que resultó tan severa que pocos días
después lo condujo a la muerte.
El periódico millerita, Clamor de media noche, informó el
incidente, pero dijo que la “esposa y los niños están ahora en
Cleveland, esperando confiadamente la venida del Señor para
reunir a los miembros de la familia”; y añadió que “la Hna. Fitch
está [...] sonriente y feliz”. ¿Por qué iba a llorar cuando tenía la
certeza de que dentro de sólo quince días más estaría nuevamente
con el fiel esposo?
Ah, sí… ¡Muy dulce en la boca era aquel mensaje, pero qué
amargo el amanecer de aquel día, 23 de octubre, cuando se dieron
cuenta de que sus esperanzas habían sido vanas!
148 | V e n g o e n b r e v e

Hiram Edson, que pasó por la amarga experiencia, escribiría más


tarde: “Esperábamos confiadamente ver a Jesucristo y a todos los
santos ángeles con él, y a todos los demás fieles de los siglos
pasados, y a otros amados amigos que habían sido arrebata-dos de
nosotros por la muerte. [...] Se habían levantado hasta el máximo
nuestras esperanzas y quedamos esperando la venida de nuestro
Señor hasta que el reloj marcó las doce de la noche. [...] Nuestras
más caras esperanzas quedaron destruidas y vino sobre nosotros
un espíritu de llanto tal como yo jamás había experimentado. [...]
Lloramos y lloramos hasta el amanecer”.
Una tarea inconclusa
Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos
pueblos, naciones, lenguas y reyes (vers. 11).
Los que habían gustado la dulzura del libro de Daniel en aquellos
años anteriores a 1844, creyeron que su tarea estaba terminada.
Con fervor habían trabajado; la exaltación de Cristo y las nuevas
de su segunda venida habían sido su comida y su bebida, su
amanecer y su anochecer durante mucho tiempo. Algunos habían
vendido todo —casas, campos y negocios— he invertido hasta el
último centavo en la predicación del mensaje. Pero el poderoso
ángel, que es Cristo Jesús, tenía un mensaje para aquel pueblo que
lloraba desconsolado:
¿Crees que tu trabajo ha terminado? Es cierto que has predicado a
cientos de miles aquí en Norteamérica, pero ¡levanta la vista, y
mira! He aquí los millones y los miles… los millones que están
más allá. Tu campo es el mundo. No te quedes lamentando la
amargura de lo que te ha pasado. Tu obra apenas ha comenzado.
‘Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos,
naciones y lenguas y reyes’”.
149 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO ONCE: Cuando el profeta se


convierte en ingeniero

Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y


se me dijo: Levántate y mide el templo de Dios, y el altar, y a los
que adoran en él (vers. 1).
Lo primero que resalta a la vista en este versículo es que tiene sus
raíces en el Antiguo Testamento. Dos profetas —Ezequiel y más
tarde Zacarías— contempla-ron en visión a un varón que tenía en
la mano un cordel o caña y que había recibido la comisión de
levantarse y medir (Eze. 40:3 y Zac. 2:1,2). Y es allí donde debe
empezar nuestra tarea de interpretación.
En el momento de darse la visión de Ezequiel, el templo y la ciudad
de Jerusalén estaban en ruinas y la posibilidad de su restauración
parecía muy remota. Nabucodonosor, el rey de Babilonia, había
derribado sus muros y destruido el templo, interrumpiendo así los
ritos que allí se celebraban para obtener el perdón de los pecados.
Acto seguido, Nabucodonosor tomó a los judíos y los mandó al
exilio (2 Rey. 25:8-11).
Cuando Zacarías empezó su ministerio, habían pasado unos años
más, y un pequeño remanente de cautivos había vuelto a Jerusalén;
pero se encontraban desanimados, porque los años iban pasando y
la reconstrucción permanecía paralizada.
El propósito de Dios al dar estos mensajes era el de infundir valor
y ánimo a su pueblo, pues la medición de la ciudad y del templo
constituía una promesa de restauración. Los judíos podían
entender que si el Señor, en su papel de ingeniero o arquitecto
divino, estaba trazando planes para la reconstrucción, ellos no
debían perder la esperanza.
150 | V e n g o e n b r e v e

Teniendo en mente el significado de estas visiones del Antiguo


Testamento, volvamos a la de Apocalipsis 11:1 para preguntar si
ésta también estará profetizando una restauración. Por supuesto
que el templo a restaurar en este caso no sería el de Jerusalén, sino
el santuario celestial que en el mismo capítulo es llamado “el
templo de Dios [...] en el cielo” (vers. 19); y su restauración sería
un proceso celestial.
¿Cómo podría necesitar restauración el santuario celestial?
Pero antes de aceptar esta conclusión, debemos preguntar
lógicamente: ¿En qué sentido el santuario celestial podría necesitar
“restauración”? ¿Quién lo habría dañado y de qué manera?
Encontramos la respuesta en el libro de Daniel, donde se predice
un ataque contra el santuario celestial.
La profecía de Daniel 7 habla de un “cuerno pequeño” —una
potencia malvada— que blasfema contra Dios y procura destruir a
los fieles (vers. 24, 25). El capítulo 8 habla de la misma potencia
y agrega que “aún se engrandeció contra el príncipe de los
ejércitos”, es decir, contra Jesucristo.
“Y de él —del Príncipe Jesús—1 fue quitado el continuo”. ¿Qué
es este “continuo” que le quitaron a Cristo? Los judíos llamaron
“continuo” a los sacrificios y otras actividades que practicaban
continuamente en el antiguo santuario para obtener paz y perdón
de pecados. Por supuesto, “es imposible que la sangre de toros y
de machos cabríos quite los pecados” (Heb. 10:4) Las actividades
del santuario terrenal eran un ejemplo didáctico o ilustración de lo
que sucede en el santuario celestial donde Jesús se presenta por
nosotros ante el Padre “para quitar de en medio el pecado” (Heb.
9:24-26). El “continuo” o perdón de pecados en ese santuario—el
del cielo—es la realidad que Satanás quiso quitarle a Jesús el
“Príncipe”.
1 La versión Reina-Valera aquí tiene “por él”, pero la traducción correcta es “de
él”.
151 | V e n g o e n b r e v e

Y el lugar de su santuario fue echado por tierra” (Daniel 8:11).


Nótese que no dice que el cuerno pequeño quitó el continuo y echó
abajo el santuario.
Sólo dice que el continuo “fue quitado” y el santuario “fue echado
por tierra”, sin aclarar específicamente quién lo hizo.
Podemos repasar la historia y ver que, en un sentido, el “cuerno
pequeño”, o sea la iglesia-estado de la Edad Media, hizo un
atentado contra el “continuo”. Esto sucedió cuando la iglesia
reclamó el derecho de perdonar pecados. En 1215 el Cuarto
Concilio Lateranense decretó que era obligatoria la confesión de
pecados al sacerdote y reafirmó el derecho de éste de conceder o
negar la absolución. Esto constituye la forma más notable, pero no
la única, en que la iglesia pretende asumir las funciones que
corresponden a Cristo en el santuario celestial, y con ello bajar a
la tierra el ministerio que corresponde a Cristo en el “continuo”
celestial (Heb. 9:24-28; 1 Tim. 2:5).
Satanás acusa
Pero hay un sentido mucho más importante en que el enemigo de
Dios ha atacado el santuario y ha difamado el nombre de Dios. El
profeta Zacarías contempló en visión a Josué, el sumo sacerdote
de su tiempo, “el cual estaba delante del ángel de Jehová”. Esta
expresión significa que Josué estaba en el santuario desempeñando
su ministerio de obtener perdón de pecados para el pueblo. “Y
Satanás estaba a su mano derecha para acusarle”. Como intercesor
en el santuario, Josué representaba a los hijos de Dios, así que una
acusación contra él era una acusación contra el pueblo. Y tenía
razón el enemigo, porque dice el texto: “Josué estaba vestido de
vestiduras viles”. Estas ropas manchadas simbolizan el pecado. A
continuación se aclara: “Habló el ángel, y mandó a los que estaban
delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le
dijo: Mira que he quitado de ti tu pe-cado” (Zac. 3:1-4). Así que,
mientras el sacerdote intercede, pidiendo perdón para el pueblo,
152 | V e n g o e n b r e v e

Satanás se presenta para oponerse. Pero “el ángel de Jehová”, que


es Cristo, lo defiende y reprende al enemigo.
Con sus acusaciones el enemigo tiene en mente algo más que
conseguir nuestra condenación delante de Dios. Nos acusa como
una manera de acusar a Dios de in-justicia por “haber pasado por
alto en su paciencia los pecados pasados” (Rom. 3:25). Esto de
“pasar por alto” nuestros pecados es precisamente la obra de Cristo
en el “continuo”. Por eso Satanás odia el santuario; “blasfema del
nombre de Dios y de su tabernáculo y de los que moran en el cielo”
(Apoc. 13:6).
Esta visión del profeta Zacarías representa la actitud permanente
de Satanás, y la manera en que se opone a la obra del “continuo”
celestial. Y de la misma manera en que el símbolo o figura de la
medición vista por los profetas del Antiguo Testamento señaló la
restauración del templo de Jerusalén, la medición vista aquí por
Juan predice la restauración del templo celestial después de las
acusaciones y mentiras lanzadas por Satanás y por su agente, el
cuerno pequeño.
Restauración mediante el juicio
Ahora preguntamos: ¿De qué manera se realizará la restauración
del santuario celestial, la vindicación de Cristo y de su derecho de
concedernos el perdón? Las mismas profecías de Daniel 7 y 8 que
predicen el ataque contra el santuario aclaran que su restauración
será realizada mediante el juicio.
Pero, ¿cómo podría el juicio constituir una “restauración” para el
santuario?
Con respecto al perdón de pecados en el “continuo” del antiguo
santuario, se re-pite muchas veces la siguiente frase: “Así el
sacerdote hará por él la expiación de su pecado, y tendrá perdón”
(Lev. 4:26; 4:31, 35; 5:10, 13, 16, 18; 19:22; Núm. 15:28). En la
era cristiana se nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es
153 | V e n g o e n b r e v e

fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda


maldad” (1 Juan 1:9).
El perdón es un acto judicial, es un fallo, un veredicto en que un
acusado es declarado libre de cargos. El “continuo”, tanto en el
Antiguo Testamento como en el Nuevo, es ese juicio mediante el
cual el pecador es perdonado y declarado libre de condenación
(Rom. 8:1) y, por lo tanto, recibe la vida eterna. Es precisamente
esto que molesta a Satanás y lo conduce a acusar a Dios de
injusticia por “haber pasado por alto en su paciencia, pecados
pasados” (Rom. 3:25). Dios muy bien podría decir: “He dicho.
Nadie tiene que cuestionar mis decisiones”. Pero el gran conflicto
se esgrime precisamente con armas de persuasión, no de coerción;
y, por eso, Dios le concede al enemigo un recurso de apelación.
“Dices que he sido injusto. Muy bien, aquí están las evidencias,
aquí expongo el historial completo de cada caso”. El juicio final es
un juicio apelativo, de segunda instancia, donde se hace un repaso
judicial del veredicto pronunciado en el primer juzgado que es el
“continuo”.
Aquí en Apocalipsis 11:1 se le dice al profeta: “Levántate y mide
[1] el templo de Dios, y [2] el altar, y [3] a los que adoran en él”
(vers. 1). Están siendo examinados los adoradores —los que
habían confesado sus pecados ante el altar—, pero ese escrutinio
constituye un examen también del templo y del altar porque allí se
concedió perdón en los ritos del “continuo”.2 El juicio final sirve
para comprobar que el perdón concedido a cada uno fue justo, que
la decisión de Cristo en cada caso fue la correcta y que él actuó
siempre con amor y equidad. De esta manera se realiza la
vindicación de lo que sucedió en el templo y en al altar.

2 (1) “Hará expiación el sacerdote […] por el santuario santo [el lugar santísimo],
y (2) el tabernáculo de reunión [el lugar santo], (3) también hará expiación por el
altar, (4) por los sacerdotes y por todo el pueblo de la congregación” (Lev. 16:33).
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También el juicio desmiente al cuerno


Al margen de todo esto, el juicio sirve para desmentir las
blasfemias del cuerno pequeño, quien había pretendido ser el
autorizado por Dios para conceder el perdón de pecados. “Ni en el
cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra” fue hallado alguno que
fuera digno de presidir en el juicio, sino sólo el Cordero inmolado
(Apoc. 5:1-9), a quien “el Padre le dio autoridad de hacer juicio,
por cuanto es el Hijo del Hombre” (Juan 5:27).
Resumiendo, vemos que las visiones de Ezequiel y Zacarías se
refieren a la restauración física del templo literal después de su
destrucción por el rey de Babilonia y al restablecimiento allí de los
ritos para perdón y expiación del pecado. Y la visión de
Apocalipsis 11:1 y 2 predice la restauración y reivindicación del
templo celestial después de los ataques de Satanás y la gran
Babilonia religiosa.
El patio es de los gentiles
Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo
midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la
ciudad santa cuarenta y dos meses” (vers. 2).
“El patio que está fuera del templo” no debía ser medido en este
proceso judicial. Únicamente los que adoran en el altar, los que
alguna vez profesaron ser hijos de Dios y depositaron su fe en la
sangre derramada de Cristo, tienen sus casos pendientes en esta
parte del juicio, pues solamente estos casos están realmente en
duda, y es con respecto a ellos que Satanás acusa a Dios de ser
injusto. El “patio”, o sea este mundo, debía ser entregado durante
42 meses a los “gentiles”. Este período, equivalente a 1,260 años.
Es el mismo tiempo comprendido en las épocas de la cuarta y la
quinta iglesias, o sea los años 538 a 1798. Fueron los años en que
Dios apartó parcialmente la mano y permitió un tiempo de
155 | V e n g o e n b r e v e

ascendencia del “cuerno pequeño”, con resultados como se ve a


continuación.
Los dos testigos
Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta
días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno
quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus
enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la
misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de
que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las
aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda
plaga, cuantas veces quieran (vers. 3-6).
El profeta ha visto a dos testigos que son dos olivos. Estos
símbolos, como el anterior, fueron vistos primero por el profeta
Zacarías, quien contempló los dos olivos junto a las lámparas que
iluminaban el antiguo tabernáculo (Zac. 4:1-6), y “dos tubos de oro
[que] vierten de sí aceite como oro” (vers. 12) para las lámparas.
El significado de este simbolismo se aclara cuando recordamos
que las lámparas del tabernáculo quemaban aceite de oliva. Una
conexión directa desde el olivo hasta la lámpara simbolizaría,
pues, una fuente inagotable de aceite.
El óleo sagrado que fluye desde las olivas representa al Espíritu
Santo (Zac. 4:6). El candelabro, que arroja luz en la oscuridad,
representa un aspecto muy importante de la obra del Espíritu
Santo, a saber, la iluminación de la mente entenebrecida del
pecador, a fin de atraerla a Cristo y a la vida eterna (Juan 15:26;
16:7-15).
Y el instrumento escogido por el Espíritu Santo para llevar a cabo
esta obra es la Biblia, la Palabra de Dios. “La exposición de tu
Palabra alumbra; hace entender a los simples” (Sal. 119:130). En
las manos del Espíritu Santo, la Escritura es lámpara a los pies del
156 | V e n g o e n b r e v e

cristiano y lumbrera a su camino (Sal. 119:105) Es la espada


encendida del Espíritu (Efe. 6:17; Heb. 4:12). Es “viva y eficaz,
[…] penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos” (Efe. 6:17).
Durante el largo período de 1,260 días o años (que es igual a los
cuarenta y dos meses mencionados en el versículo anterior), los
dos testigos del Espíritu, el Antiguo y el Nuevo Testamentos de la
Biblia, alzaron su voz para protestar los errores y la corrupción de
la época.
Ya hemos visto que el período de 1,260 años corresponde al
tiempo de ascendencia de “Jezabel”, la entidad que es nombrada
así en la profecía porque su actividad se parece a la de la antigua
reina que corrompió la fe de Israel tratando de combinar-la con
elementos de la religión pagana. El símbolo de Jezabel aparece en
la profecía acerca de la iglesia de Tiatira (Apoc. 2:20).
Es interesante notar que los milagros realizados por los dos testigos
son alusiones a unos milagros realizados por Elías y Eliseo, los dos
“testigos” que se opusieron sucesivamente a la apostasía de
Jezabel. Elías, por la palabra de Jehová, detuvo las lluvias en
Palestina durante un período de tres años y medio, o sea de 1,260
días, hasta que el pueblo se arrepintió de su idolatría (1 Rey. 17:1;
18:1; Luc. 4:25; Sant. 5:17,18). En dos ocasiones el mismo profeta
hizo descender fuego del cielo (1 Rey. 13:36-38; 2 Rey. 1:1-17).
Elías también empleó una plaga para detener la influencia de una
de las hijas de Jezabel (2 Crón. 21:12-14). La conversión de las
aguas en sangre ocurrió bajo el ministerio de Eliseo (2 Rey. 3:21-
24).
La misión de Elías y Eliseo, los dos testigos de antaño, fue la de
alzar la voz de protesta en un tiempo de gran apostasía. Dieron su
mensaje en una época cuando el paganismo había logrado
introducirse en el corazón de la iglesia, y aunque parecía durante
los 1,260 días literales que su mensaje no estaba siendo oído, al
157 | V e n g o e n b r e v e

final se produjo una gran reforma. De la misma manera, las


Escrituras testificaron durante los 1,260 años de apostasía de la
Edad Media. Ante cada uno de los errores y escándalos de
“Jezabel”, los testigos, imperturbables, mantuvieron su testimonio.
Pero tuvieron que profetizar “vestidos de cilicio”. El cilicio es
señal de luto, de duelo y angustia (Ester 4:1-4; Sal. 35:13; Dan.
9:3; Apoc. 6:12). Simboliza, en esta profecía, el desprecio y la
aguda represión a que estuvieron sujetas las Escrituras durante los
1,260 años (Apoc. 2:20; 17:1-6; Compárese con 2 Rey. 1:8). Y al
final de este período, los testigos fueron vencidos y muertos, pues
a continuación dice la profecía:
La muerte de los testigos
Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del
abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará (vers.
7).
En este versículo surge una potencia diferente. Durante 1,260 años
la enseñanza de las Escrituras sufrió aguda persecución de parte de
“Jezabel”, pero la nueva potencia les asesta un golpe todavía peor.
¿Cuál es esta nueva potencia? Observamos varios detalles dados
en la profecía que nos ayudan a identificar a la potencia y el
momento histórico cuando debe actuar:
1. Aparece “cuando [los dos testigos] hayan acabado su
testimonio”, o sea hacia el final de los 1,260 años. De ahí
entendemos que debe aparecer alrededor del año 1798.
2. Es una nueva potencia. El profeta la ve subiendo en ese
momento, de modo que no puede ser la misma entidad responsable
de la opresión de las Escrituras durante los 1,260 años.
3. Esta potencia sube del “abismo”, un lugar asociado en el
capítulo 8 con el paganismo, o sea con las religiones no cristianas.
158 | V e n g o e n b r e v e

Dadas estas señales, la identificación de esta potencia se vuelve


clara. Precisamente en el tiempo profetizado aparece un nuevo
movimiento, abiertamente anticristiano, que lanza contra la Biblia
uno de los ataques más agudos que ésta haya sufrido en toda su
historia. Se trata del ateísmo racionalista y la crisis producida por
esta filoso-fía a fines del siglo XVIII en la Revolución Francesa.
Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en
sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también
nuestro Señor fue crucificado (vers. 8).
De todas las naciones mencionadas en la historia bíblica, fue
Egipto la que más descaradamente negó la existencia de Dios y se
opuso a su palabra. El faraón de Egipto llegó a pronunciar aquellas
palabras temerarias: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y
deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová ni tampoco dejaré ir a
Israel” (Éxo. 5:2). De esta manera, el rey egipcio rechazó la
palabra que el Señor le estaba enviando por la boca de sus dos
testigos, Moisés y Aarón, y trajo sobre su pueblo las plagas
prometidas.
Lo mismo ocurrió en el Siglo XVIII. Durante 1,260 años la Biblia
había sido oprimida por el enemigo bajo el disfraz de una falsa
religiosidad. Pero el racionalismo del siglo XVIII llegó a ser aún
más violenta en su actitud. Al ser dominada por este movimiento,
la Francia revolucionaria, así como hizo Egipto, se jactó
osadamente de su ateísmo. En 1793 se expidieron en la cámara
francesa los decretos que abolían la religión cristiana y desechaban
la Biblia. En 1794 se inauguró una nueva religión: el culto a la
Razón; y el obispo de París negó solemnemente la existencia de la
Deidad a cuyo servicio se había dedicado anteriormente. Cuando
el culto a Dios había sido abrogado oficialmente, empezaron a
recogerse las Biblias y otros libros religiosos para ser quemados
en enormes pilas en las plazas públicas.
159 | V e n g o e n b r e v e

Al acontecer esto, Francia no tardó en caer también en la


corrupción y depravación moral que habían caracterizado a las
ciudades de la llanura, como Sodoma y Gomorra. Los valores de
la familia, la santidad del matrimonio y la de la vida misma pronto
fueron pisoteados por una sociedad que, cada vez más, se
entregaba a la sensualidad y a la degradación moral.
La historia sagrada registra que aun cuando Sodoma había caído
en una condición espantosa de perversión moral, el Señor, en su
misericordia, le envió un último mensaje de amonestación en la
voz de dos testigos. En este caso, los dos testigos fueron ángeles
que llegaron a Sodoma en la última noche de su existencia con el
propósito de buscar y salvar a los que quisieran hacerles caso, pero
Sodoma también rechazó a los mensajeros que el cielo le estaba
enviando. A los depravados habitantes de la ciudad les pareció que
el mensaje celestial era absurdo. Antes bien, se fastidiaron con los
mensajeros y quisieron abusar de ellos y darles muerte en la calle
de la ciudad (Gén. 19:1-14). De esta manera, Sodoma despreció la
única voz que podía haber significado su salvación. Cuando había
hecho esto, llegó segura y terrible la hora de su destrucción. De la
misma manera, cuando Francia rechazó el mensaje celestial, hizo
quemar en la plaza pública el único libro cuyo mensaje podía haber
significado su salvación, trajo sobre su propia cabeza el castigo de
Dios.
Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán sus
cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean
sepultados. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos
y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos
profetas habían atormenta-do a los moradores de la tierra (vers.
9,10).
A la verdad, fue terrible la “celebración” de la victoria que habían
logrado los franceses sobre la Biblia. Con la ejecución del rey Luis
XVI en 1793, se desató un “reinado del terror”. Los espías
acechaban en cada esquina, y la más leve sospecha bastaba para
160 | V e n g o e n b r e v e

condenar a alguien. En París la guillotina no daba abasto a la tarea


de matar gente, y largas filas sucumbían bajo las descargas de la
fusilería.
Ya los cadalsos no eran atestados por los Hugonotes,3 sino que
eran ocupados por los que antes los habían perseguido. Se teñían
ahora con la sangre de sacerdotes, y muchos barcos se hundían a
propósito en el río llevando encadenados en sus banquillos a los
representantes del clero católico. Nadie sabe el número exacto de
los que perdieron la vida, pero se estima que cayeron alrededor de
50,000 en el espacio de 13 meses.
La resurrección de los testigos
Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida
enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran
temor sobre los que los vieron (vers. 11).
3 Hugonotes: protestantes que habían sido objeto de grandes masacres de parte
de la religión popular, como por ejemplo, en la Noche de San Bartolomé, cuando
murieron más de 20 mil.

Después del terror vino una reacción conservadora, y en 1795 una


nueva constitución colocó al estado bajo el gobierno de un
directorio. El decreto dado en 1793 para abolir la Biblia fue
derogado, y tres años y medio después —tiempo correspondiente
a los “tres días y medio”—, este mismo cuerpo legislativo
concedió la tolerancia para las Sagradas Escrituras. Se proclamó la
libertad religiosa, aunque el mismo directorio y su régimen seguían
siendo anticristianos.
Y oyeron una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Y
subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron” (vers.
12).
Estos “dos testigos”, o sea, las Escrituras, si bien habían sido
vituperados, ahora fueron honrados más que nunca. En 1804 se
organizó la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Y después
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siguieron muchas otras en Europa y en los demás continentes. Ya


existe por lo menos un libro de la Biblia en más de 2,500 lenguas,
incluyendo 680 lenguas del África, 590 de Asia, 420 de Oceanía,
420 de Latinoamérica y el Caribe, 210 de Europa, y 75 de
Norteamérica.
Actualmente, las Sociedades Bíblicas Unidas apoyan más de 400
proyectos de traducción. Con esto la Biblia está disponible para
98% de la población mundial. Y ya sería imposible su abolición.
En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la
ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de
siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al
Dios del cielo. El segundo ya paso; he aquí, el tercer ay viene
pronto (vers. 13, 14).
Con los ataques del racionalismo y especialmente los excesos de
la Revolución Francesa, “los demás se aterrorizaron”. Miles de
personas fueron sacudidas por la crisis y despertadas del letargo y
de una fe fría y formalista para buscar una relación personal con
Dios. En los capítulos tres y seis comentamos algunos aspectos del
avivamiento que tuvo lugar en esta época.
La expresión “el segundo ay” se refiere a las calamidades que
sufrieron los habitantes de la tierra bajo la sexta trompeta. El
“tercer ay” es la séptima trompeta. Con estas palabras, se pone fin
al paréntesis entre la sexta y la séptima trompetas.
La séptima trompeta
El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el
cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de
nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los
siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de
Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a
Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el
que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran
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poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido,


y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos los profetas, y a los santos, y a los que temen tu nombre, a
los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la
tierra (vers. 15-19).
¿Por qué están dando gracias a Dios los veinticuatro ancianos?
“Porque has tomado tu gran poder, y has reinado”. Con esto
recordamos que el juicio es presentado en las Escrituras como una
toma de poder por parte de Dios. Y recordamos que el período de
la séptima iglesia, y el del séptimo sello correspondieron al tiempo
del juicio.
Las dos iras
En ese preciso momento, se manifiesta la ira del hombre —”se
airaron las naciones” —y también la ira de Dios— “tu ira ha
venido” (vers. 18).
Hemos notado anteriormente el ministerio sacerdotal de Cristo en
el santuario celestial (ver, por ejemplo, Heb. 4:14; 8:1; Apoc. 8:1-
5). Intercede por nosotros ante el Padre (Rom. 8:32; 1 Juan 2:1, 2)
e intercede, además, a favor de Dios ante la humanidad. A este
doble ministerio de intercesión se debe la medida de paz que el
mundo disfruta aún en nuestros días (ver en Dan. 10:1214 un
ejemplo de esta clase de intercesión). Pero, muy pronto terminará
para siempre esta doble intercesión. El Espíritu Santo se retirará y
el ángel de la misericordia, con lágrimas, levantará vuelo para no
volver.
Terminada la doble intercesión, la tierra sentirá el impacto de la
doble ira: la de Dios (Heb. 10:30,31; Apoc. 14:10), culminando en
las siete postreras plagas; y la ira del hombre, expresada en
violencia y persecución (Apoc 13:15-17). Entonces el mundo será
azotado como nunca antes por las fuerzas de la naturaleza (Apoc.
16:18; Luc. 21:25) y por el odio fratricida del hombre contra el
163 | V e n g o e n b r e v e

hombre (Joel 3:9-13). Entonces se desarrollarán las terribles


escenas llamadas en la Biblia “el tiempo de angustia de Jacob”
(Jer. 30:7),4 el “tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo
gente hasta entonces” (Dan. 12:1).
Pero la ira profetizada aquí en la profecía de la séptima trompeta,
no se refiere al tiempo de angustia de Jacob, el cual tendrá lugar
después de que termine totalmente la intercesión divina. Antes de
llegar esa hora aciaga, el Señor quiere darnos una advertencia de
lo que va a venir, una vislumbre de lo que les espera a los que
desprecian su amor y su misericordia y no tienen inscritos sus
nombres en el libro de la vida del Cordero (Apoc. 20:5; Dan. 12:1).
Con este propósito, ha empezado ya en nuestros días a retirar en
cierta medida su protección de la tierra. En la violencia y las
calamidades que están cegando miles de vidas hemos de ver un
anticipo de aquel momento cuando la ira de Dios será vaciada pura
en el cáliz de su indignación (Apoc. 14:10). El Padre celestial
quiere despertarnos del letargo y hacernos comprender cuán
solemne es la hora en que vivimos, y cuán importante es el deber
que tenemos de prepararnos ahora, mientras dura aún el día de
misericordia y oportunidad.
La respuesta a los mártires
Hay una relación entre la séptima trompeta y el quinto sello. En la
profecía de la séptima trompeta tenemos la respuesta a la pregunta
que hacen los mártires del tiempo del quinto sello: “¿Hasta cuándo,
Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los
que moran en la tierra?” (Apoc. 6:10). En aquel entonces se les
dijo que debían esperar un corto tiempo más hasta que se
completara el número de sus consiervos que también habían de ser
muertos como ellos (vers. 11).

4 El nombre “angustia de Jacob” es una alusión a lo relatado en Génesis 32:22-


32.
164 | V e n g o e n b r e v e

Pero la profecía del librito abierto nos ha hecho entender que al


iniciarse el tiempo de la séptima trompeta, se acaba la demora.
Aquí dice que “ha venido [...] el tiempo de juzgar”. Por esto los
ancianos alaban a Dios, “porque has tomado tu gran poder y has
reinado”.
Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se
veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto
y grande granizo (vers. 19).
En el antiguo rito, el “templo de Dios” se abría todos los días a
medida que los sacerdotes entraban y salían en cumplimiento de
sus funciones de intercesión a favor de los pecadores. Pero la
apertura del templo mencionada en este ver-sículo no se refiere al
ministerio de los ritos diarios, pues dice el versículo que “el arca
de su pacto se veía en el templo”. Tan sólo una vez al año, en el
gran YOM KIPPUR o día de la expiación, quedaba abierta la
entrada al lugar santísimo en donde estaba el arca. El hecho de
verla abierta, confirma una vez más que el séptimo sello es una
profecía del juicio celestial.
La solemnidad del evento se subraya con relámpagos, voces,
truenos, y terremoto y grande granizo (ver Eze. 1:16; Apoc. 4:5,
etc.).
165 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DOCE: La iglesia y el dragón

Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con
la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce
estrellas (vers. 1).
Una mujer vestida del sol
En varios pasajes de la Biblia la figura de una mujer representa a
la Iglesia. Isaías y Jeremías la comparan con una virgen, la hija de
Sión (Isa. 37:22; Jer. 6:2); San Pablo dice que es la esposa de
Cristo (Efe. 5:25-32), mientras que el Apocalipsis la llama la
desposada del Cordero (19:7,8; 21:9).
Aquí la encontramos vestida del sol. Debajo de sus pies está la luna
y su cabeza se encuentra engalanada de estrellas. Llama la atención
que todos los elementos de su atavío son obras creadas por Dios;
ninguno es de confección humana. La iglesia se adorna con la
belleza del carácter divino (Apoc. 3:4; 15:16; 19:8). La justicia que
la cubre y la ampara es la de Cristo.
Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia
del alumbramiento. También apareció otra señal en el cielo: he
aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez
cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la
tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra.
Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a
fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese (vers. 2-4).
Acerca de la identidad del gran dragón rojo no existe ninguna
duda, pues nos dice el versículo nueve que es la “serpiente antigua,
que se llama diablo y Satanás”.
Esta profecía nos lleva hasta los albores de la era cristiana cuando
estaba por nacer el Salvador del mundo, y nos hace ver el
implacable odio de Satanás para con Cristo y la iglesia; describe la
166 | V e n g o e n b r e v e

forma en que el enemigo quiso vencer al Salvador desde el


momento en que éste nació.
El primer rugido del dragón se escuchó en la pequeña aldea de
Belén, cuando el rey Herodes mandó matar a todos los niños
menores de dos años con el intento de quitar la vida al Salvador
(Mat. 2: 1-18). Este mismo odio se manifestó durante cada
momento de la vida de Cristo, y llegó a su expresión máxima en la
cruz del Calvario. Pero la profecía revela también el resultado de
la lucha.
El Hijo varón
Y ella dio a luz un hijo varón que regirá con vara de hierro a todas
las naciones, y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono
(vers. 5).
Durante largos siglos Satanás había hecho alarde de su poder sobre
los hombres. Cuando comprendió que Cristo iba a venir al mundo
en forma humana, se llenó de asombro. Declaró que en este caso,
su victoria estaba asegurada. “Ningún hombre me ha podido
resistir —decía—. Con seguridad, éste también caerá”.
Pero las cosas no salieron como Satanás esperaba. Más y más se
aumentó su ira y frustración al ver cómo el Hijo de Dios salía
victorioso de cada encuentro. Así que cuando se preparó para el
último enfrentamiento, el que se debía realizar en la cruz, hacía sus
planes con una furia nacida de la desesperación.
La derrota del dragón
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles
luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;
pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y
fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se
llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue
arrojado a la tierra y sus ángeles fue-ron arrojados con él.
167 | V e n g o e n b r e v e

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido


la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de
su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros
hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche
(vers. 7-10).
Aquí la cámara profética nos ofrece una mirada retrospectiva hasta
los albores del tiempo, y nos recuerda que la terrible lucha entre
Satanás y Cristo que se verificó en el monte Calvario no fue sino
la culminación de una guerra que había empezado hacía más de
cuatro mil años en el cielo mismo.
El enemigo de nuestras almas había sido el ángel más exaltado de
la hueste celestial. Pero llegó un momento cuando este ser glorioso
se rebeló y desafió abiertamente el gobierno del cielo.
El camino más fácil y sencillo para Dios en ese momento hubiera
sido el de destruir a Satanás y borrar la memoria de su existencia
de la mente de todos los demás seres creados. Pero tal forma de
proceder hubiera destruido para siempre un principio fundamental
del gobierno divino: el principio del libre albedrío.
El mismo hecho de que Dios es amor, significa que no le satisface
un servicio que se le rinda por temor o por obligación. Por eso
mismo había dotado a ese ángel, como a todos los demás seres
creados, de la facultad de escoger entre el bien y el mal. A fin de
sostener ese principio de su gobierno, el Rey del universo no
destruyó instantáneamente al gran rebelde, sino que estuvo
dispuesto a emprender una misión de rescate. Siendo infinito
también en la humildad, se dedicó a la difícil y arriesgada tarea de
apelar a la razón de los seres inteligentes del universo. Empezó
presentándoles evidencias y demostraciones visibles para hacerles
entender que era Satanás el que había mentido, y no Dios.
En este mismo capítulo 12 se nos revela que, si bien es cierto que
la batalla empezó en el cielo, no terminó allí. Pronto se trasladó a
168 | V e n g o e n b r e v e

la tierra. Descubrimos, además, que Satanás no participó solo de


la rebelión, pues, dice el relato que “su cola arras-traba a la tercera
parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra” (vers. 4).
La tercera parte de los ángeles celestiales prefirió creer las
mentiras del engañador. Jun-to con su jefe, estos ángeles fueron
lanzados al planeta tierra en el principio de su rebelión.
Pero aun cuando quedara excluido del cielo, el engañador mantuvo
por un tiempo ciertos privilegios. De esto se jactó cuando se
enfrentó con Cristo en el desierto de la tentación y le enseñó los
reinos del mundo. Le dijo: “A ti te daré to-da esta potestad y la
gloria de ellos, porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero
la doy” (Luc. 4:6). Aseguraba que Adán había cedido a su dominio,
y que, por tanto, el señorío que éste ejercía (Gén. 1:26, 28) ahora
le correspondía a él.
Era falsa esta afirmación. El señorío perdido por Adán le
pertenecía a Cristo. Desde el mismo momento de la caída se había
interpuesto para salvar a la humanidad; era el Cordero inmolado
desde la fundación del mundo (1 Ped. 8-20; Apoc. 13:8). Pero, a
fin de lograr su propósito de persuasión, Dios permitió que Satanás
ejerciera, en cierta medida, el dominio usurpado, esperando el
momento cuando los seres no caídos pudieran entender mejor la
verdad de la situación. Por esto encontramos que en el libro de Job
Satanás se presenta en el concilio celestial como representante de
esta tierra (Job 1:6). Y por esto Cristo mismo lo llamó “el príncipe
de este mundo” (Juan 12:31, etc.).
Satanás, el gran moralista
Aunque estaba excluido del Cielo, el enemigo no quedó totalmente
privado de su contacto con los seres santos que permanecieron
fieles a Dios. Y aprovechó cada oportunidad para señalar los
pecados de la humanidad como una evidencia de que él tenía razón
cuando decía que Dios no es justo. Como “acusador de los
hermanos, […] los acusaba delante de nuestro Dios día y noche”
169 | V e n g o e n b r e v e

(Apoc. 12:10). Señalaba la condición pecaminosa de la raza


humana y especialmente de los “hermanos”, los que profesamos
ser hijos de Dios. “Todos han pecado —dijo (Rom. 3:23)—, y con
esto se comprueba que es imposible cumplir con lo que Dios exige.
Si Dios quiere mantener la justicia legal, entonces no puede
perdonar a nadie. En cambio, si quiere salvar a éstos que son
grandes pecadores, tendrá que abandonar el principio de la justicia
y admitir que su ley no puede ser obedecida”. De cualquier forma,
Satanás salía ganando porque habría forzado la mano de Dios y
probado que es un mentiroso.
La respuesta
La respuesta de Dios fue la vida de Jesucristo y su sacrificio en la
cruz del Calva-rio. “Cuando estabais muertos en vuestros delitos
[…] os dio vida juntamente con [Cristo], habiéndonos perdonado
todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que
consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha
quitado de en medio, clavándolo en la cruz” (Col. 2:13, 14,
LBLA).
Mediante el incomprensible sacrificio del Calvario, Dios
estableció de una vez para siempre su derecho de ofrecer la
salvación a todo ser humano. Lejos de abrogar la ley, Cristo hizo
precisamente lo que él dijo que había venido a hacer (Mat. 5:17):
confirmó la ley, pues como hombre la cumplió, probando así que
un ser humano que depende totalmente de Dios, sí la puede
obedecer.
Además, Cristo sufrió la segunda muerte y con ello pagó en su
propio cuerpo el precio de la redención para toda la humanidad.
De esta manera, su sangre llegó a ser el precio de nuestro rescate;
la propiciación puesta por Dios “a fin de que él sea a la vez el justo
y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:24-26). La
batalla que había empezado en el cielo antes de que se
170 | V e n g o e n b r e v e

estableciesen los cimientos de la Tierra, se ganó definitivamente


en la cruz. Allí “la misericordia y la verdad se encontraron; y la
justicia y la paz se besaron” (Sal. 85:10).
Por lo tanto, “¿quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el
que justifica; ¿quién es el que condenará? Cristo es el que murió;
más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra
de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom. 8:33,34).
Los seres no caídos se estremecieron de horror al ver la furia
enloquecida con que Satanás torturó a Jesucristo en la cruz del
Calvario. Fue de esta manera como se disipó la última duda, y fue
arrancada definitivamente la máscara del enemigo. Unos pocos
días antes de morir, Cristo había dicho: “Yo veía a Satanás caer
del cielo como un rayo” (Luc. 10:18). Y se refería directamente a
su muerte cuando exclamó: “El príncipe de este mundo será
echado fuera” (Juan 12:31). El cumplimiento de esta profecía vino
precisamente en el momento cuando Cristo exclamó: “Consumado
es”.
Hasta ese momento había existido el peligro de que algún miembro
de la familia celestial llegase a creer las acusaciones que Satanás
lanzaba constantemente contra Dios, y tomase la decisión de unirse
a las filas del enemigo. Pero con la muerte de Jesús ese peligro ya
no existía. Todos los seres celestiales habían visto suficientes
evidencias, habían oído suficientes razones de ambas partes.
Durante miles de años habían escuchado las acusaciones y
mentiras del enemigo, y ahora en la cruz estaban viendo la máxima
demostración de la verdad de Dios. Para los moradores del cielo,
es decir, en lo que a su propia salvación y eterna seguridad se
refería, el gran conflicto de los siglos había terminado, pues había
quedado resuelto con la muerte de Jesús en el Calvario. Desde ese
momento, ya no se le permitiría a Satanás asediar más a los ángeles
de Dios con sus insinuaciones cuando éstos entraban y salían por
las puertas celestiales. Fue así como culminó el proceso
mencionado en esta profecía, y quedó definitivamente “lanzado
171 | V e n g o e n b r e v e

fuera el acusador de nuestros hermanos, el cual los acusaba delante


de nuestro Dios día y noche”.
Un ¡ay! para la tierra
Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los
moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido
a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo (vers. 12).
Con razón podían regocijarse los cielos y los que moraban en ellos,
porque para ellos la controversia había terminado. En cambio, para
los moradores de la tierra, permanecía aún el “ay”.
Desde el momento cuando Cristo ganó la victoria en la cruz,
Satanás sabe que su tiempo está limitado, que su suerte está sellada
y que ya están señalados el día y la hora de su destrucción.
¿Cómo se puede decir que Satanás tenía “poco” [del griego,
oligos] tiempo a partir de la muerte de Cristo si han pasado más de
dos mil años y todavía está vivo y activo? También Cristo dijo que
son “pocos” [oligos] los que entran por la puerta estrecha de la
salvación (Mat. 7:14). Pero Juan vio a los redimidos como una
gran multitud que nadie podía contar (Apoc. 7:9). Es que son pocos
comparados con los muchos que van por el camino ancho.
Asimismo, Satanás sabe que le queda “poco” tiempo comparado
con la eternidad que esperaba lograr.
Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra
persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón (vers. 13).
Después del Calvario Satanás ya era un enemigo derrotado, pero
aún no había llegado el momento cuando podía ser destruido, pues
todavía quedaba por aclarar un aspecto de la mentira que él había
propagado en el universo. Él podía señalar como ejemplo la
cobardía y traición de los mismos discípulos cuando Cristo fue
arrestado. “He ahí —podía decir— la prueba de lo que yo he dicho.
Está bien que Cristo murió, pero entre los hombres ninguno es fiel
172 | V e n g o e n b r e v e

y obediente”. Éstas son acusaciones que sólo los seres humanos


pueden contestar. Así que se hizo necesario un tiempo más de
espera hasta la consumación final de todas las cosas.
Satanás ya no puede discutir el hecho de que él ha sido derrotado,
pero ve todavía la posibilidad de arrebatar de las manos del
Salvador los frutos de su victoria: las almas por las cuales entregó
su vida. Tal como señala esta profecía, cuando Cristo fue llevado
invicto al cielo, empezaron largos siglos de engaño y persecución
contra su pueblo.
Al principio, el dragón recibió apoyo para su plan de parte del
gobierno romano a medida que los césares se dedicaban a
perseguir a la iglesia. Pero llegó el momento cuando los mismos
dirigentes del cristianismo se dejaron seducir por el error. En el
análisis que hicimos de la época de Pérgamo, estudiamos acerca
de algunos de los cambios que se introdujeron entonces. Cuando
la apostasía se había consumado, con eso se cumplió la
“fornicación” profetizada en Apocalipsis 2:14, 20-22.
De esa unión ilícita nacieron dos hijos: de la unión de la verdad
con el error, nació el engaño; y de la unión entre la iglesia y el
estado, nació la persecución de los que no se dejaron engañar. Por
cierto, las más terribles persecuciones de los siguientes años las
encabezaron los mismos dirigentes del cristianismo.
La mujer huye al desierto
Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila a fin de que
volara delante de la presencia de la serpiente al desierto, a su
lugar donde es sustentada por un tiempo, y tiempos y la mitad de
un tiempo (vers. 14).
La persecución de la mujer —de los fieles— duraría un tiempo y
tiempos y la mitad de un tiempo.
173 | V e n g o e n b r e v e

“Un tiempo” es un año; “tiempos”, dos años1 y “medio tiempo”,


medio año: en total, tres años y medio.
Este mismo período profético es mencionado en Daniel 7:24 y 12:7
y es igual a los 42 meses profetizados en Apocalipsis 11:12 y 13:5,
y a los 1,260 días de Apocalipsis 12:6. El hecho de que se repite
varias veces es un indicio de la importancia de esta profecía.
Cristo dijo que la persona que no cree en la verdad, que no quiere
ser fiel a la Palabra, debe ser separada de la iglesia (Mat. 18:15-
19; 1 Cor. 5:11, 12, y otros). Es la única medida autorizada para
mantener la integridad y pureza del cuerpo de Cristo
Pero llegó el momento cuando los dirigentes eclesiásticos tuvieron
en sus manos la autoridad civil. Entonces, el error se convirtió en
un crimen, en una ofensa contra el estado.
Los 1,260 días [años] de persecución contra la mujer corresponden
al tiempo de ascendencia política de la iglesia popular.
No accedió la iglesia al poder político de la noche a la mañana,
sino a través de un largo proceso. Sin embargo, en el año 538 d.C.
sucedió algo que podemos señalar como un punto decisivo. En
dicho año, Belisario, general encargado de los ejércitos del
emperador Justiniano, ganó una victoria decisiva sobre los
ostrogodos y los arrojó de Roma.

1 El concepto de “número” en la gramática española se expresa como singular o


plural. En hebreo y arameo existe, además, el duplo que significa siempre “dos”
de algo. Basado en un estudio de Daniel 7:25, donde aparece el mismo término,
entendemos que “tiempos” aquí es un duplo. Por eso podemos afirmar específica-
mente que equivale a “dos tiempos”.
174 | V e n g o e n b r e v e

Cinco años antes, en el 533, Justiniano había escrito una carta


dando al obispo romano autoridad tanto religiosa como política,
pero dicha carta no tuvo ningún efecto porque en ese año, o sea en
el 533, la ciudad de Roma junto con la mayor parte de Italia estaba
en manos de los ostrogodos. Éstos eran cristianos, mas no
católicos, y no aceptaban que el dirigente de la iglesia romana
tuviera autoridad sobre ellos, ni tampoco aceptaban que Justiniano,
escribiendo desde su capital oriental de Constantinopla, pudiera
otorgar a nadie semejante autoridad. Por tal motivo, el poder que
Justiniano otorgó al papa no se hizo efectivo sino hasta cuando los
Ostrogodos fueron arrojados, hecho que ocurrió en el año 538.
Con el acceso del papa al poder político, comenzó el período de
los 1,260 años, el que llegó a su fin 1,260 años más tarde, en el año
1798. En el análisis del capítulo trece, estudiaremos los eventos
históricos que marcaron el fin del período.
El hecho de que el tiempo profético es de tres años y medio tiene
también un significado simbólico: es una alusión histórica, un dedo
señalando la apostasía de Israel en tiempos de Jezabel que duró
tres años y medio (Luc. 4:25; Sant. 5:17 y Apoc. 2:20). El Señor
quiere llevarnos a comparar esta nueva apostasía con aquélla del
pasado.
La serpiente arrojó de su boca tras la mujer, agua como un río,
para que fuese arrastrada por el río. Pero la tierra ayudó a la
mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón
había echado de su boca (vers. 16).
Muchas veces durante aquellos siglos tristes “la tierra” ayudó a la
mujer: fueron factores geográficos que sirvieron de protección
para los fieles. Por ejemplo, debido a las grandes distancias de
Roma se pudo conservar la observancia del sábado en Etiopía.2 En
los bosques y montañas de Bohemia y en remotos valles y
escondrijos de los Alpes, se refugiaron durante siglos hombres y
2 http://www.giveshare.org/BibleStudy/264.celtic-sabbath-keeping.html
175 | V e n g o e n b r e v e

mujeres que albergaron en sus corazones las preciosas verdades de


la Biblia.
El resto de su descendencia
Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer
guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan
los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo
(vers. 17).
Muy enérgico fue el esfuerzo de Satanás por apagar la verdad
durante el largo período de los 1,260 años. Y tuvo éxito, tanto que
al final de ese tiempo, no quedaba más que un “resto”, un
“remanente” de fieles. La palabra se refiere a un pequeño sobrante
(ver Luc. 8:18). Es el pueblo escogido de Dios que surgiría en el
tiempo del fin.
Dos señales notables identifican a este grupo de personas: 1.
“Guardan los mandamientos de Dios”, y 2. “Tienen el testimonio
de Jesucristo”.
Guardan los mandamientos. Cuando todo el mundo se rebela
contra Dios, los fieles expresan amor a través de su obediencia
(Juan 14:15; 1 Juan 2:3, 4). La iglesia primitiva se caracterizó por
su celo y buenas obras (Apoc. 2:2, 3).
Siguiendo este ejemplo, el pueblo de Dios en los últimos días
también será conocido por su obediencia. “Se le ha concedido que
se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; por-que el lino fino
es las acciones justas de los santos” (Apoc. 19:8).
El profeta Daniel, al hablar de los 1,260 años de opresión, dijo que
el enemigo pensaría en “cambiar los tiempos y la ley” (Dan. 7:25).
Entre los diez mandamientos sólo uno tiene que ver con el tiempo:
es el cuarto que ordena la observancia del sábado. Dice
específicamente el texto: “Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo
176 | V e n g o e n b r e v e

día es día de descanso, consagrado a Yavé tu Dios, y no harás en


él trabajo alguno” (Éxo. 20:8-10).3
En obediencia a estas palabras, el Señor Jesucristo asistía a una
casa de cultos en el día sábado (Luc. 4:16). No encontramos en la
Biblia una sola palabra que ordene un cambio en el día de reposo.
Y para eliminar toda duda, Cristo dijo: “No penséis que he venido
para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar sino
para cumplir” (Mat. 5:17). No fue sino hasta el segundo siglo de
nuestra era cuando algunos cristianos en la ciudad de Roma y otros
en Alejandría empezaron a con-memorar el domingo que es el
primer día de la semana.4
En los siguientes siglos, la observancia del domingo poco a poco
se hizo más común hasta que llegó a ser casi universal. Pero este
pasaje de Apocalipsis 12:17 revela que en los últimos días se vería
una restauración y un retorno a la obediencia primitiva. El
“remanente” de los últimos días “guarda los mandamientos”.
Tienen el testimonio de Jesucristo. Otra característica de los fieles
es que “tienen el testimonio de Jesucristo”.
Pero, ¿qué es ese “testimonio”? A continuación, aparecen dos
pasajes que arrojan luz sobre este asunto:

3 Texto del cuarto mandamiento de la versión Nácar-Colunga. Publicada en 1944


con autorización eclesiástica.

4 Samuele Bacchiocchhi, From Sabbath to Sunday: A Historical Investigation of


the Rise of Sunday Ob-servance in Early Christianity (Berrien Springs, MI:
Biblical Perspectives). Ver los capítulos 4 – 11 en
http://www.biblicalperspectives.com/books/sabbathtosunday/. Buena parte de
este material está disponible en español, verlo en línea en
http://www.mychristiansite.com/ministries/sabado/libro. html
177 | V e n g o e n b r e v e

Está claro que “los hermanos que poseen el testimonio de Jesús”


son “los profetas”. Esta conclusión se confirma en el primer pasaje
donde el ángel agrega que “el testimonio de Jesús es el espíritu de
la profecía”.
Igual que en antaño, el pueblo de Dios en los últimos días recibe y
comparte mensajes recibidos a través del don profético (Rom. 3:2).
El mismo Dios que en el pasado habló “en muchas ocasiones y de
muchas maneras a los padres por los profetas” (Hebreos 1:1), ha
escogido nuevamente a un pueblo para que sea su vocero, que dé
testimonio de su amor y que transmita al mundo “el testimonio de
Jesús” que él ha enviado a través del “Espíritu de profecía”.
El profeta Joel hace eco de esta profecía diciendo que el don de
profecía sería una característica del pueblo de Dios en los últimos
días. “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y
sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, [...] antes
que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Joel 2:28-31).
¿Por qué el texto se refiere al don profético como “el testimonio
de Jesús”? Los verdaderos dones del Espíritu Santo, tales como el
don de profecía, siempre redundan en la exaltación de Jesucristo
como centro de la esperanza cristiana. Jesús dijo del Espíritu: “Él
me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan
16:14; ver también 1 Juan 4:1-3). Por esto, la actitud característica
de un verdadero profeta es la de llamar la atención de todos hacia
Cristo. En cambio, un profeta falso se caracteriza por el deseo de
atraer la atención de la gente hacia él mismo (Hech. 20:30).
El mismo Juan nos cuenta que en un momento se olvidó de sí
mismo y se postró a los pies del ángel que le estaba trayendo los
mensajes. Pero éste le reprendió suavemente diciendo: “Mira, no
lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el
testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús
178 | V e n g o e n b r e v e

es el espíritu de la profecía” (Apoc. 19:10). El espíritu, o sea la


actitud permanente de todo profeta verdadero, es el de dar
testimonio acerca de Jesús como Señor y Salvador de la
humanidad.
Una enseñanza equilibrada
Los hijos de Dios en los últimos días “guardan los mandamientos
de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Significa que ellos
mantienen el debido equilibrio entre la fe y las obras; testifican
acerca del lugar central de Jesucristo en la fe cristiana y al mismo
tiempo demuestran su fe mediante sus buenas obras y su
obediencia a los mandamientos de Dios.
La historia revela que la iglesia no siempre ha logrado mantener el
equilibrio en este asunto. Por una parte, están los que esperan
obtener el favor de Dios haciendo buenas obras; y por otra, están
los que enseñan que la ley de Dios ha quedado abolida, que uno
puede obedecer a Dios o desobedecerle como quiera. Éstos nos
aseguran que la desobediencia no afecta la salvación, ya que la
salvación es por fe. Ambas ideas son perversiones de la doctrina
cristiana y tienen que ser rechazadas por los que quieren seguir a
Jesús.
El remanente o “resto” de los últimos días ha resuelto esa tensión
entre fe y obras. Entienden que la salvación es por gracia, por fe
en los méritos de Jesucristo. Conocen las palabras del apóstol
Pablo cuando dijo: “Por gracia sois salvo, […] no por obras.” Pero
también han prestado atención al resto de su declaración cuando
dice que somos salvos “para buenas obras, las cuales Dios preparó
de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efe 2:8-10). Y el
remanente de los últimos días vive en paz porque entiende la
armonía fundamental entre los dos.
179 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO TRECE: Las dos caras de la


rebeldía

Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que
tenía siete cabe-zas y diez cuernos; y en sus cuernos diez
diademas; y sobre sus cabezas un nombre blasfemo (vers. 1).
La bestia con diez coronas
Una de las primeras cosas que observamos acerca de esta nueva
“bestia” es que está estrechamente relacionada con el dragón que
acabamos de ver en el capítulo anterior. Los dos animales difieren
en lo que se refiere a la forma de su cuerpo, pero ambos tienen
siete cabezas y diez cuernos. En otras palabras, las potencias aquí
simbolizadas son diferentes en lo que se refiere a las formas
exteriores; como, por ejemplo, los detalles culturales; pero ambas
son manejadas por una misma inteligencia y ejercen un mismo
poder.
Y ¿qué significan específicamente las diademas, las cabezas y los
cuernos?
Las diademas. En Apocalipsis 2 y 4 se mencionan “coronas” que
llevan los 24 ancianos (Apoc. 4:4, 20). Pero éstas son, en griego,
stéfanos, palabra que significa “guirnalda”, un adorno hecho
generalmente de hojas con el cual los griegos y romanos honraban
a los victoriosos en la guerra y en los juegos olímpicos. Pero las
coronas que ciñen el dragón y la bestia no son stéfanos sino
diademas. Ésta es la corona real, símbolo de dominio y autoridad
política.
Las cabezas. En el capítulo 17 se nos dice que las siete cabezas son
siete montes en los cuales se asienta la ciudad (vers. 9). Es una
alusión a la Roma imperial, pues ella era famosa como ciudad de
siete colinas.
180 | V e n g o e n b r e v e

Los diez cuernos aparecen primero en la profecía paralela de


Daniel, y allí se nos dice que representan las divisiones que
resultaron cuando el Imperio Romano se fragmentó en el siglo V
(Dan. 7:24).
A continuación aparece un resumen de los símbolos interpretados
hasta aquí:
Cabezas = Roma imperial Cuernos = Reinos divididos Coronas =
Autoridad política
Con esto, se aclara un aspecto importante de la profecía, porque el
dragón del capítulo 12 aparece con las coronas puestas en sus siete
cabezas (vers. 3); significa que los eventos del capítulo 12
empiezan cuando el mando político está en manos de los césares.
Esta interpretación se confirma cuando observamos que el primer
evento simbolizado es la vida terrenal del Señor Jesucristo, quien
nació durante el reinado de César Augusto (Luc. 2:1), realizó su
ministerio público en el tiempo de Tiberio (Luc. 3:1) y fue
crucificado por orden de un procurador romano llamado Poncio
Pilato (Hech. 4:27).
En cambio, cuando esta bestia del capítulo 13 sale del mar, trae las
diademas en sus diez cuernos. Se refiere, pues, a una potencia que
surgió en el tiempo cuando el cetro de autoridad política había
pasado de Roma y estaba en manos de los reinos divididos.
Y la bestia que vi era semejante a un leopardo y sus pies como de
oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y su
trono y grande autoridad (vers. 2).
La bestia incorpora en su fisonomía elementos del leopardo, del
oso y del león, animales que aparecen en la profecía de Daniel 7.
En dicha profecía estas tres bestias aparecen sobre el escenario una
seguida de la otra, simbolizando la forma como el poder iba a pasar
181 | V e n g o e n b r e v e

sucesivamente por las manos de Babilonia, Persia y Grecia,


seguidas por la Roma imperial.
Notamos en particular la forma cómo vino la sucesión de poder.
Cada una de las primeras potencias ascendió derrocando a la
anterior. No acontece lo mismo con el sucesor de Roma. Dice que
“El dragón [representando, en este caso, a la Roma imperial] le dio
su poder y su trono y grande autoridad”. Donde la profecía de
Daniel 7 habla de estos mismos eventos, dice que esta quinta
potencia surge como un pequeño cuerno que brota de la cabeza de
Roma.
Estas palabras nos ofrecen otra pista para confirmar la identidad
de la potencia representada por esta bestia. Es la entidad que
recibió de la Roma imperial su prestigio, su autoridad, y al final,
su misma sede.
Con esto tenemos varias pistas para identificar a esta potencia: 1.
Es la siguiente gran potencia después de la Roma imperial. 2.
Surge en el tiempo de los “reinos divididos”, o sea de los
fragmentos que quedaron cuando el Imperio Romano empezó a
debilitarse en el siglo VI. 3. Incorpora aspectos culturales de
Babilonia, Persia y Grecia, y 4. Recibe del Imperio Romano su
poder, su autoridad y su misma capital. Hay sólo una respuesta
posible:
Constantino, el primer emperador cristiano, desocupó la ciudad de
Roma haciendo pasar la sede del imperio a Constantinopla, la
nueva capital que él estableció, la que hoy se llama Estambul. Se
decía al principio que el imperio tendría dos capitales, pero en
realidad nunca fue así. En el occidente quedó un tremendo vacío
de autoridad, y el resultado se vio muchas veces en el desorden y
la anarquía. El emperador Justiniano, buscando a alguien que
pudiera llenar este vacío, invistió de autoridad política al papa. Tal
como notamos en el capítulo anterior, esta investidura se hizo
efectiva en el año 538 d.C.
182 | V e n g o e n b r e v e

De esta manera, hubo un cumplimiento literal de la profecía: el


dragón, o sea el Imperio Romano, le dio a la Iglesia Romana su
autoridad, su autoridad política y su misma sede.
Una herida de muerte que fue sanada
Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida
mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia,
y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia y
adoraron a la bestia diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién
podrá luchar contra ella? (vers. 3-5).
El período de 42 meses es igual a 1,260 años de tiempo literal. En
el capítulo 12 repasamos los eventos históricos que marcaron el
inicio de este período profético, cuando la iglesia romana accedió
al poder político en el año 538.
Mucho antes del fin del tiempo profetizado, el papado venía
perdiendo poder. El punto decisivo vino en 1798 —precisamente
1,260 años después de su inicio— cuando el general Luis Berthier
entró con el ejército francés a la ciudad de Roma. Actuando bajo
órdenes de la Junta de Gobierno de Francia, hizo comparecer al
papa Pío VI y le preguntó si estaba dispuesto a renunciar a su poder
político y preocuparse solamente por las almas de los fieles.
Cuando Pío se rehusó, el general lo arrestó y declaró que, de todas
maneras, su autoridad política había terminado. El objetivo de los
racionalistas franceses no era acabar con la religión católica, ni con
el papado. No eran anticatólicos en el sentido de favorecer una
religión diferente. Ellos querían poner fin al poder civil del papado
y su capacidad de incursionar en asuntos del estado. Parecía, en
verdad, una herida “mortal”. Fue un punto decisivo y culminante
en el proceso que constituyó la “herida de muerte”.
Pío VI murió exiliado en Valencia, el 29 de agosto de 1799.
Después de este golpe, hubo una tregua, cuando se eligió a un
nuevo papa el 14 de marzo de 1800 y se devolvió a la Santa Sede
183 | V e n g o e n b r e v e

el Estado Pontificio. Pero en 1870 los revolucionarios italianos se


lo quitaron definitivamente, y pasó a ser parte del reino de Italia.
El Estado Pontificio había constituido casi la tercera parte de Italia
y había sido gobernado con autoridad absoluta por el papa. Con
esto, el papa se encerró en el Vaticano y anunció que no saldría
más mientras no se rectificaran las injusticias que le habían hecho.
Tanto en lo que se refería a su autoridad política como en el
prestigio que había disfrutado, el papado estaba entonces en el
punto más bajo de su larga historia.
Pero la profecía no sólo predice una herida de muerte, sino que nos
asegura también que dicha herida sería milagrosamente sanada.
Fue mediante un proceso largo que la Iglesia Romana cayó en un
estado de desprestigio y debilidad, y no se ha de esperar que su
restauración ocurra en un momento. Pero en años recientes hemos
quedado admirados al ver la rapidez del movimiento. La
diplomacia incansable de Juan Pablo II logró establecer al papado
en una posición de influencia política que no había disfrutado
desde la Edad Media. El 24 de junio de 2001, la revista Time
publicó un reportaje titulado “La santa alianza”, una descripción
de cómo la colaboración entre el papa y el presidente
norteamericano Ronald Reagan produjo la caída del régimen
comunista en Polonia, hecho que constituyó el principio del fin
para la cortina de hierro.
Casi todas las naciones occidentales hoy envían embajadores al
Vaticano, una diminuta nación que cuenta con unos 800
ciudadanos. Es un reconocimiento franco de la condición del papa
como jugador acreditado en la arena geopolítica, y que los cambios
que los liberales franceses quisieron efectuar en 1798 han quedado
asombrosamente revertidos.
Lo que el finado papa logró en este sentido se reflejó también en
ocasión de su funeral celebrado el 5 de abril de 2001. Fue la
reunión de jefes de estado más grande de la historia. Cuatro reyes,
184 | V e n g o e n b r e v e

cinco reinas y por lo menos 70 presidentes y primeros ministros,


además de 14 dirigentes máximos de otras religiones asistieron al
evento.
Probablemente fue también la reunión más grande del
cristianismo, con un número estimado de asistentes de cuatro
millones sólo en Roma, mientras incontables millones más
observaron el evento a través de la televisión en cada país del
mundo.1
¿Cómo será el desenlace de estas tendencias durante los próximos
años? Mantengámonos en sintonía. Cualquier evento aislado, por
sí solo, puede no ser significativo, pero cuando observamos los
cambios en perspectiva, nos dicen claramente que la historia se
mueve a pasos agigantados hacia el cumplimiento de la profecía.
Lo que hemos visto hasta ahora son pasos importantes en la
curación de la “herida mortal”; pero sin duda, su cumplimiento
pleno está todavía en el futuro. Estudiaremos más acerca de esto
en el capítulo 17.
A continuación, anotaremos algunos datos sobre la actuación de
esta entidad mientras estaba en el apogeo de su poder durante los
cuarenta y dos meses:
Blasfemias contra Dios
También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias;
y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses. Y abrió su
boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre, de
su tabernáculo, y de los que moran en el cielo (vers. 5, 6).

1 Mirar también Daniel Burke, “A Catholic Wind in the White House”,


http://www.washingtonpost.com/wp-
dyn/content/article/2008/04/11/AR2008041103327_pf.html . Nótese también la
conversión a la fe católi-ca de Tony Blair, ex primer ministro del Reino Unido y
el dirigente republicano Newt Gringrich.
185 | V e n g o e n b r e v e

En el análisis del capítulo 11, pudimos comprender algunas


dimensiones de la “blasfemia” contra el nombre de Dios y contra
su tabernáculo. Se refiere al ataque lanzado por el enemigo contra
el perdón de pecados que se realiza en el tabernáculo.
Al estudiar la profecía del capítulo 12 y la de Daniel 7, vimos cómo
el cuerno pequeño iba a blasfemar contra Dios al atacar “los
tiempos y la ley”.
El cumplimiento de esta profecía ha sido muy preciso, pues la parte
de la ley que ha sido objeto especial de ataque es el cuarto
mandamiento, el único que se refiere al tiempo. Éste es el que
ordena la santificación del sábado como día de reposo (Éxo. 20:8-
11).
Es más, la Iglesia Católica sostiene que la observancia del
domingo es una evidencia de la autoridad que ella posee. Afirma
que los protestantes, al observar el domingo como día de reposo,
están siguiendo una tradición católica, ya que tal observancia
carece de apoyo en las Escrituras. Dice que si en verdad quisieran
seguir la Biblia, tendrían que guardar el sábado.
Las siguientes declaraciones aparecen en el libro católico titulado,
¿Por qué somos católicos y no protestantes? (Madrid: Ediciones
Paulinas, 1953), págs. 65-67: “P.— ¿Los protestantes, al trabajar
en el día de sábado o el séptimo día de la semana, siguen con ello
a las Escrituras como regla de fe?
“R.— No; antes al contrario, no pueden justificar su modo de obrar
sino apoyándose en la Tradición. Trabajando en sábado ellos
violan un mandamiento de Dios: ‘Acuérdate de santificar el
sábado’; mandamiento que no aparece abrogado en ninguna parte
de la Escritura.
“P.— ¿La santificación del domingo, como día de reposo, está
explícita-mente confirmada en la Escritura?
186 | V e n g o e n b r e v e

“R.— No, ciertamente. [...] Decir que se santifica el domingo en


memoria de la Resurrección de Cristo, es afirmar que se obra sin
apoyarse para nada en la Escritura; lo mismo se podría decir que
se debe guardar el jueves porque en este día Jesús subió al cielo y
reposó después de la gran obra de la Redención humana.
“P.— ¿No ordena San Pablo a los fieles de Galacia y a los de
Corinto que hicieran la colecta el primer día de la semana?
“R.— Sí, mas eso no abolía la santificación del sábado, ni tampoco
que la colecta se hubiera de hacer en la iglesia, sino simplemente
que se depositara en tal día la limosna en el tesoro de la iglesia.
“P.— ¿Cuál es la conclusión lógica que de esto se desprende?
“R.— Que los protestantes no pueden encontrar ni un solo texto de
la Escritura que determine el día festivo del domingo que ellos
celebran. Si se abolió el sábado y se sustituyó por el domingo, fue
sin fundamento alguno en la Escritura”.
Los judíos acusaron a Cristo de blasfemia, “porque —decían— tú,
siendo hombre, te haces Dios” (Juan 10:33). Si es blasfemia para
un hombre asumir los derechos de Dios, entonces las afirmaciones
anteriores constituyen blasfemia, pues dicen clara y llanamente
que la Iglesia, “sin fundamento alguno en la Escritura”, ha
cambiado la observancia de uno de los diez mandamientos que
fueron proclamados por la boca de Dios y escritos con su propio
dedo en las dos tablas de la ley (Éxo. 20:1-17; 31:18).
Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos.
También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y
nación (vers. 7).
Nadie sabe el número exacto de los que fueron torturados o
muertos por la “Santa Inquisición. Juan Antonio Llorente,
secretario general de la inquisición entre 1789 a 1801, afirma que
fueron ejecutados 31,912 personas entre 1480 a 1808. R. J.
187 | V e n g o e n b r e v e

Rummel, un historiador contemporáneo, considera que murieron


135,000 duran-te los 18 años del inquisidor Tomás de
Torquemada, incluyendo 125,000 que murieron en las cárceles
debido a las pésimas condiciones de las mismas y unos 10,000
ejecutados. Muy aparte son los que murieron en grandes masacres
y guerras de exterminio.
Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no
estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga (vers. 8,
9).
Estas palabras se refieren nuevamente a la maravillosa curación de
la herida mortal, la que está ocurriendo en nuestro tiempo.
El cordero que habla como dragón
Después vi otra bestia que subía de la tierra y tenía dos cuernos
semejantes a los de un cordero (vers. 11).
Con estas palabras se introduce otra potencia y una nueva etapa en
la profecía. Tres características notables nos permiten establecer la
identidad de esta segunda bestia: el lugar de su surgimiento, el
tiempo de su surgimiento y su carácter.
1. El lugar de su surgimiento. Notamos que esta bestia sube “de la
tierra”. En cambio, la anterior había surgido del mar. Las cuatro
bestias de Daniel 7 también salieron del mar. Las aguas del mar
representan pueblos y gentíos (Apoc. 17:8). Los imperios
anteriores —Babilonia, Persia, Grecia, Roma y la Roma
cristiana— surgieron cuando los “vientos combatían en el gran
mar” (Dan. 7:2). En otras palabras, estas potencias han surgido
como resultado de invasiones, revueltas y conmociones de las
gentes en las áreas ya pobladas del viejo mundo. En cambio, esta
sexta potencia mundial sube “de la tierra”. Esto significa que no
resulta de una transformación o reestructuración política impuesta
sobre poblaciones ya existentes, sino que aparece en una nueva
188 | V e n g o e n b r e v e

zona que no había sido habitada por poblaciones de los imperios


anteriores.
2. El tiempo de su surgimiento. Esta bestia aparece alrededor del
tiempo cuando la bestia anterior recibe su “herida mortal”, o sea,
cerca del año 1798.
3. Su carácter. En toda la Biblia, y especialmente en el Apocalipsis,
Cristo aparece como Cordero. Éste nuevo personaje no es,
realmente, un cordero, pero se asemeja en algunas características
a ese animal. La primera bestia de este capítulo incorpora en su
fisonomía elementos de las bestias anteriores, del leopardo, del oso
y del león. Ésta, en cambio, es un cordero que no ha figurado nunca
antes como símbolo de una entidad política.
Resumiendo
La potencia mundial representada por esta figura debe surgir
alrededor del año 1798, debe establecerse en una tierra nueva, y
debe mostrar en su etapa inicial, la mansedumbre de un cordero.
Examinando los anales de la historia, descubrimos que, en efecto,
hay una potencia mundial que reúne estas características: Estados
Unidos de Norteamérica. Este país surgió en un nuevo continente;
no apareció como resultado de invasiones o revoluciones en alguna
de las antiguas civilizaciones europeas. En el año 1789, Estados
Unidos estaba promulgando su constitución, en la cual anunció su
carácter de cordero, pues se presentaba como defensor de los
derechos humanos y de la libertad de conciencia.
Una voz conocida
Pero sorprende que cuando el “cordero” habla, se oye una voz
conocida: es la voz del dragón. Notemos las actividades que se
describen a continuación:
Pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la autoridad de la
primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los
189 | V e n g o e n b r e v e

moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal


fue sanada. También hace grandes señales, de tal manera que aun
hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres.
Engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha
permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los mora-
dores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la
herida de espada y vivió (vers. 11-14).
En estas palabras se revelan actitudes y acciones del “cordero” que
están todavía en el futuro: va a procurar que la gente haga una
“imagen a la bestia”. Esto es hablar “como dragón”, porque el
dragón, en su tiempo, apoyó a la bestia; inclusive le dio “su poder
y su trono y grande autoridad” (vers. 2).
Además, el falso cordero pronto empieza a utilizar tácticas del
dragón, las que se resumen en dos palabras: engaño y persecución.
Para engañar, realiza “prodigios mentirosos” (2 Tes. 2:9).
Inclusive, “hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los
hombres”. Se trata de una alusión histórica. En tiempos del profeta
Elías, los falsos profetas quisieron hacer descender fuego del cielo,
pero Dios no se lo permitió (1 Rey 18:24-39). En cambio, a este
falso “cordero” sí se lo va a permitir. Significa que el engaño de
los últimos días será el más poderoso de la historia. Jesucristo
habló de esto diciendo que vendría con “grandes señales y
prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos”
(Mat. 24:24, LBLA, ver también, 2 Tes. 2:9-12).
Pero no todos se dejan engañar. Y a los que no, el enemigo saca la
otra arma que trae en su arsenal: la persecución.
Persecución de parte del falso cordero
Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que
la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y
hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la
190 | V e n g o e n b r e v e

frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender sino el que


tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su
nombre (vers. 15-17).
En el capítulo 12, vimos tres etapas o épocas en la historia de la
redención:
(1) la persecución de Cristo cuando vino en persona, (2) la
persecución contra el pueblo de Dios durante 1,260 años y (3) la
saña del dragón contra el “resto” o remanente de fieles en los
últimos días. El capítulo 13 es un repaso y amplificación de las
partes 2 y 3.
La II época
Persecución al pueblo de Dios durante 1,260 años (vers. 14).
Guerra contra los santos durante 1,260 años (vers. 5 – 7).
La III época (la de los últimos días) Persecución a los que
guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús
(vers. 17). No pueden comprar ni vender los que no tienen la
marca de la bestia o su nombre o el número de su nombre (vers. 15
17).
Este cuadro aclara algo muy importante: ¿Quiénes son los que “no
pueden comprar ni vender” (Apoc. 13:15-17)? Son los que guardan
los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús.
La profecía de Daniel 7 habla de los mismos 1,260 años. Dice que
durante ese tiempo el enemigo “pensará en cambiar los tiempos y
la ley”, y a los que no aceptan sus ideas “quebrantará” (Dan. 7:25).
De ahí que la persecución de la III época no es algo nuevo, sino es
una continuación y renovación de la violencia que sufrieron los
fieles durante el período anterior. En los últimos días, igual que
antaño, el punto crítico será la lealtad a Dios expresada a través de
la obediencia a sus mandamientos.
191 | V e n g o e n b r e v e

Hasta la misma forma democrática del sistema político de los


EE.UU. está representada en esta profecía, porque el texto no dice
que el cordero hace arbitrariamente una imagen en honor a la
bestia ni tampoco que obliga a la gente a hacerla, sino que engaña
a los moradores de la tierra —los convence, los persuade—, de
modo que la decisión de hacer la imagen es de ellos (vers. 14).
La profecía representa, además, el pluralismo de nuestro tiempo,
cuando con-viven personas de credos y costumbres muy diversos.
En su campaña de apoyo a la bestia, el cordero falso establece
metas conforme a esta realidad. Consigue que algunos adoren a la
bestia llevando su nombre. Otros prefieren adorar no a la bestia
misma, sino a su imagen, algo que se le parece, pero no es ella
misma. Una tercera clase —tal vez serán los más seculares— no
acepta ninguna de estas dos alternativas, pero igual recibe la marca
o bien el número de la bestia.
Este último concepto nos lleva a preguntar: ¿cómo es posible esto?
¿Cómo puede alguien recibir la marca o el número si no ha adorado
ni a la bestia ni a su imagen? La respuesta está en el texto mismo
donde dice que algunos recibirán la marca en la frente mientras
otros la reciben en la mano. La frente es el centro del intelecto. Los
que reciben la marca en la frente están convencidos de las mentiras
de la bestia. Creen que dice la verdad. Otros, en cambio,
consideran que la santa ley de Dios no puede ser abrogada por un
decreto humano, o simplemente no creen en la autoridad de la
bestia para mandar en estas cosas. Pero aun cuando no crean,
buscan la salida fácil. Prefieren seguir por la vía de menor
resistencia y acceden a lo que pide la autoridad para evitar
problemas. Los tales recibirán su marca en la mano; porque, aun
cuando no creen, igual hacen.
Lo importante es saber que tanto los unos como los otros van a
sufrir el castigo de la ira de Dios (Apoc. 14:9-11). En aquel día de
nada les servirá decir: “Pero es que yo nunca creí en esas mentiras.
Sabía que no eran verdad”.
192 | V e n g o e n b r e v e

El sello de Dios, en cambio, es colocado única y exclusivamente


en la frente de los siervos de Dios (Apoc. 7:3; 22:4). Ellos creen y
también obedecen.
¡Seis! ¡Seis! ¡Seis!
Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número
de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos
sesenta y seis (vers. 18).
Tenemos aquí uno de los números más famosos de la historia. De
alguna manera, ha captado la atención del público a tal grado que
personas que nada saben de profecía o de la Biblia han oído del
“666”.
Casi todos los números en el Apocalipsis tienen valor simbólico.
El 666 es llamado “el número de la bestia”, un personaje que es
obviamente simbólico.
Como la bestia es un enemigo de Dios; obviamente, su número
debe de estar relacionado igualmente con la apostasía y la rebelión.
Esto nos lleva a reflexionar que hay otro número que aparece, no
sólo en el Apocalipsis, sino a través de toda la Biblia, como el
número de Dios: el siete.
Al terminar la semana de la creación, “vio Dios todo lo que había
hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gén. 1: 31). Para
celebrar esta obra perfecta y completa, el Creador “reposó en el día
séptimo de toda la obra que había hecho”, y designó el séptimo día
como día de reposo para la humanidad (Gén. 2:3). Desde entonces,
el siete es símbolo de lo que es perfecto y completo, lo que no le
falta nada (ver, por ejemplo, Gén. 4:15; Rut 4:15; 1 Sam. 2:5; Sal.
12:6; Isa. 30:26).
Si bien es cierto que la observancia del sábado constituye un
reposo de nuestras actividades físicas, sin embargo, es mucho más
que esto. Es, ante todo, un reposo de nuestra fe en la benevolencia
193 | V e n g o e n b r e v e

y la bondad de Dios. Significa que aceptamos nuestra condición de


seres creados y dependientes. Es un símbolo de la verdadera
relación que existe entre las criaturas y el Creador.
Muy significativo es el hecho de que en la Biblia la adoración
consiste en reposar, en dejar de hacer, cuando en las religiones
falsas, la adoración consiste en hacer algo.
En el Apocalipsis hay un énfasis especial en este número: hay siete
iglesias, siete espíritus, siete sellos, siete trompetas, siete truenos,
siete plagas, siete cabezas, siete bienaventuranzas y más.
Siete menos uno
El siete es señal de la perfecta provisión, símbolo de lo que es
completo y no le falta nada. El seis, en cambio, es el siete menos
uno; es un siete al que le falta algo.
Se escucha el mensaje del seis en las primeras palabras que Satanás
dirigió a un ser humano: “Sabe Dios que el día que comáis [del
fruto], serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo
el bien y el mal” (Gén. 3:5). El mensa-je es claro: “No es cierto lo
que Dios ha dicho. Él no ha hecho realmente una perfecta
provisión para vuestras necesidades y para vuestro bienestar y
felicidad. Falta algo. Necesitáis tomar las cosas en vuestras propias
manos, apartaros del plan de Dios y hacer por vosotros mismos lo
que él no ha querido hacer. Así podréis ser como dioses”.
Al aceptar este concepto y comer del fruto prohibido, el hombre
estaba negando su posición de criatura y dependiente. Así
rechazaba el mensaje del siete, de la perfecta provisión de Dios.
Desde el Jardín del Edén, todas las religiones falsas tienen en
común el propósito de exaltar al hombre con las prerrogativas de
Dios.
Al rechazar el reposo sabático, la humanidad ha hecho lo mismo.
Con su razonamiento egoísta se opone a un mandamiento que Dios
194 | V e n g o e n b r e v e

ha expresado claramente en su Palabra. La lucha profetizada en el


capítulo 13 del Apocalipsis estriba precisamente en el deseo del
ser humano de dejar a un lado el sistema de adoración instituido
por el Creador.
Dice la profecía que el número de la bestia “es número de hombre”.
El hombre fue creado en el sexto día, y el seis es su número.
Simboliza las múltiples maneras en que el humanismo ha intentado
lograr la exaltación del hombre hasta la posición de Dios.
Así como el enemigo de Dios en sus distintos disfraces es el
anticristo, el número de Satanás es el anti-siete.
Resumiendo, vemos que el triple seis simboliza el conjunto de
mentiras con las cuales el enemigo se opone al mensaje glorioso
de Dios. El siete simboliza nuestra condición de criaturas e hijos
de Dios; significa sumisión y dependencia. El antisiete simboliza
el rechazo de esta posición. Señala el propósito del hombre de ser
independiente, de exaltar su voluntad por encima de la voluntad de
Dios.
195 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO CATORCE: Un pueblo con una


misión profética

De pronto cambia el panorama, y ¡qué cambio más grato! De


escenas de apostasía y ruina, de cuadros de violencia y blasfemia,
pasamos a contemplar un panorama de paz y seguridad.
De esta manera, el Señor quiere hacernos recordar nuevamente el
mensaje principal del Apocalipsis: ¡Cristo triunfará! El capítulo 13
nos ha revelado lo que el enemigo se propone hacer. “Nadie podrá
comprar ni vender —grita—.
¡Decreto de muerte para los que no adoren a la imagen!” El Señor
no quiere que nadie emprenda el camino de la cruz a ciegas,
ignorando la oposición, la frustración y los problemas que le
esperan. Quiere que sus seguidores cuenten el costo para que no
digan después: “Es que nadie me dijo. Creí que sería fácil” (ver
Luc. 14:26-33).
Pero también tenemos que saber que no todo es sombrío y que, con
Cristo, nuestra victoria está asegurada. De esta manera, el capítulo
14 constituye la contraparte del 13, porque revela que Dios
acompaña a su pueblo aun en los días más aciagos del viaje.
Los que siguen al Cordero
Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte
Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre
de él y el de su Padre escrito en la frente (vers. 1).
En el mundo no se oyen más que rugidos y amenazas, pero muy
por encima de todo esto, “sobre el monte Sion”, está el Cordero, y
con él, su pueblo. Abajo, en el oscuro valle, hay sombras de
muerte, pero sus ovejas nada temen, porque su vara y su cayado
les infunden aliento (Sal. 23:4), y todas las cosas les ayudan a bien
196 | V e n g o e n b r e v e

(Rom. 8:28).” Anda, pueblo mío —les dice—, entra en tus


aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un
momento, en tanto que pasa la indignación” (Isa. 26:20).
No es extraño que el dragón se siente frustrado: la furia de la
tormenta sólo ha servido para aclarar más lo inamovible que es la
Roca de su salvación. Su consigna es la ley de Dios, la gloria de
Jehová es su retaguardia (Isa. 58:8) y la bandera que ondea sobre
ellos es el amor (Cant. 2:4).
Y para confirmar aún más su seguridad, Dios ha colocado en ellos
su sello: el nombre del Cordero y el de su Padre. No se trata de una
marca visible, sino que es la impresión del nombre, o sea del
carácter de Dios, en sus mentes y corazones y vidas, que da
evidencia de su relación de fe. Ésta es la señal inequívoca de su
identidad como pueblo de Dios (ver Apoc. 22:12). Es la forma
como Dios da a conocer a los que le pertenecen. “Son míos —
dice—; han aceptado las provisiones del pacto, han manifestado fe
en mi sangre, me han confesado delante de los hombres; y yo, con
esta señal, los confieso hoy delante de mi Padre y delante de los
ángeles” (ver Mat. 10:32).
Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como
sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que
tocaban sus arpas (vers. 2).
El enemigo esperaba con sus amenazas aplastar el valor de los
fieles, verlos pálidos y abatidos de terror. Ha ocurrido todo lo
contrario: están cantando. Al oír el volumen de ese gran coro, Juan
sólo pudo compararlo con el estruendo de una catarata o un trueno.
Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los
cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el
cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron
redimidos de entre los de la tierra (vers. 3).
197 | V e n g o e n b r e v e

De los que han nacido sobre la tierra y de los hijos de Dios en el


universo entero sólo los 144 mil pueden entonar este nuevo
cántico. ¿Por qué? Nótese que lo han tenido que “aprender”. En
todos los siglos los fieles han pasado por pruebas difíciles, pero a
los 144 mil les ha tocado vivir en el momento cuando la maldad y
la apostasía llegaron a su punto culminante, el momento cuando
los ángeles han soltado los vientos de destrucción (Apoc. 7:1-3),
el “tiempo de angustia cual nunca fue desde que hubo gente hasta
entonces” (Dan. 12:1). Sólo ellos conocen este himno porque es el
canto de su experiencia.
Un himno de fe
El himno es un testimonio acerca de la fe de ellos y acerca del Dios
que sirven. Su seguridad en Dios es tal que no sólo cantan, sino
que lo hacen a todo volumen.
El rey Nabucodonosor en una ocasión amenazó a tres jóvenes con
echarlos en un horno de fuego para conseguir que adoraran a la
imagen que él había levantado. Estaba seguro de que no les
quedaba ninguna otra alternativa sino postrarse y adorar. La
respuesta de los jóvenes es un hermoso testimonio acerca de la fe
de ellos y del Dios a quien servían.
Con toda tranquilidad, dijeron: “Nuestro Dios a quien servimos
puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey,
nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses,
ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dan. 3:16,
17).
¿A quién es el que realmente debemos temer? Los 144 mil no están
confundidos en cuanto a esto. Alrededor se oyen amenazas de
muerte, pero ellos cantan: “Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos,
Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu
nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones
198 | V e n g o e n b r e v e

vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado”


(Apoc. 15:4).
Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son
vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que
va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias
para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira,
pues son sin mancha delante del trono de Dios (vers. 4, 5).
Los 144 mil son “vírgenes”. Todos ellos, en conjunto, son la novia
del Cordero. Han rechazado la tentación seductora de la ramera
Babilonia, y muy felices siguen al Cordero, cantando en su
procesión nupcial (Mat. 25:1; 21:2).
Se han colocado el vestido de boda (Mat. 22:11, 12). Andan
vestidos de “lino fino, limpio y resplandeciente” porque “son
llamados a la cena de bodas del Cordero” (Apoc. 19:6-9). Con
fidelidad, siguen “al Cordero por dondequiera que va”. Están sin
mentira porque aman más la verdad que sus propias vidas (2 Tes.
2:10). En medio de la oscuridad han mantenido sus lámparas
encendidas y llenas de “aceite” del Espíritu Santo (Mat. 25:1-13).
Están sellados y seguros porque en el tiempo de prueba
aprendieron a vivir “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin
mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio
de la cual [resplandecieron] como luminares en el mundo”
(Filipenses 2:15; ver también Col. 1:22; 2 Ped. 3:14; Judas 24).
Además, los 144 mil son “primicias”. Este término antiguamente
se refería a los primeros frutos que se sacaban del campo en
tiempos de cosecha. Las primicias se pre-sentaban en el templo
como ofrenda de gratitud y reconocimiento por la bonanza recibida
de la mano del Señor. Después seguían las operaciones normales
de la cosecha (Lev. 23:10-14; Deut. 26:2-10). La expresión
“primicias” sirve para confirmar que los 144 mil son algo muy
especial, pero no son todos los redimidos; después de ellos, sigue
toda la cosecha.
199 | V e n g o e n b r e v e

Tres ángeles que anuncian el fin


Un estudio de la estructura literaria del Apocalipsis revela que los
mensajes de los tres ángeles constituyen el eje central del libro. En
la primera parte del libro —la que viene antes de los tres
mensajes— todas las profecías se refieren al desenlace del
conflicto a través de los siglos; pero en lo que resta del libro, las
profecías tienen que ver con eventos finales.
El mensaje del primer ángel
En los versículos 1-5 vimos al pueblo de Dios y observamos su
actitud de obediencia y lealtad; a continuación, escucharemos el
mensaje que este pueblo tiene que anunciar.
Vi volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio
eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación,
tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle
gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel
que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (vers.
6,7).
“La hora de su juicio”
Dice el ángel: “Temed a Dios y dadle honra, porque la hora de su
juicio ha llegado” (vers. 7).
Este mensaje empezó a anunciarse antes de 1844, cuando el
Espíritu de Dios movió a hombres y mujeres en distintas partes de
la tierra para estudiar las profecías de Daniel y a anunciar que Dios
“ha establecido un día en el cual juzgará al mundo” (Hech. 17:31).
Acerca de este movimiento, se comenta más en los capítulos tres
y seis.
El mensaje que anunciaron aquellos pioneros sirvió para llamar la
atención de miles al juicio de Dios; pero lo que ellos hicieron no
fue el cumplimiento pleno de la profecía, porque la voz del primer
ángel no debería alcanzar a miles, sino “a toda nación, tribu, lengua
200 | V e n g o e n b r e v e

y pueblo”: es un mensaje global y su poder va en aumento hasta el


día de la segunda venida.
“Adorad”
El capítulo 13 contiene un llamado a la adoración. Con grandes
milagros y medidas de fuerza, el falso cordero, el que subió de la
tierra, exige a todos que adoren a la bestia o a su imagen. El
mensaje del primer ángel también constituye un llamado a la
adoración. Aquí un ángel celestial nos llama a la verdadera
adoración que consiste en honrar a Aquel que hizo todas las cosas.
Estas dos invitaciones enfocan el tema central de la gran
controversia entre Cristo y Satanás: la adoración.
Aquí, el capítulo 14 nos llama a adorar al Creador del “cielo y de
la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (vers. 7). Es un eco de
la primera invitación que Dios presentó a la humanidad cuando les
invitó a reposar en el séptimo día y adorarlo como Creador (Gén.
1:31-2:2; Éxo. 20:8-11). El ángel o mensajero de esta profecía
simboliza al pueblo que en los últimos días llama a los habitantes
de la tierra a guardar el sábado, “porque en seis días hizo Jehová
los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay”
(Éxo. 20:8-11). Y este pueblo amador de la verdad (vers. 5),
denunciará también la situación confusa que existe en el mundo
religioso de nuestros días:
Otro ángel le siguió diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la
gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino
del furor de su fornicación (vers. 8).
La palabra “Babilonia” es derivada del antiguo idioma sumerio. La
misma palabra en hebreo es Babel.1
1 Como sucede con varias otras lenguas antiguas, el hebreo se escribía sin vocales. Así
“Babel” se escribía “BBL”. Los sumerios agregaron vocales diferentes a esas letras y
sacaron BaBiLi que, para ellos, significaba “puerta de los dioses”. Pero los judíos
relacionaron BBL, con BLL [balal] que significa “confusión”. Véase: “Por esto fue llamado
el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra” (Gén.
11:9).
201 | V e n g o e n b r e v e

Después del diluvio, los hombres formaron una alianza con el


propósito de edificar una ciudad y una torre cuya cúspide alcanzara
hasta el cielo. De esta manera pensaban retar a Dios, pero el Señor
deshizo su alianza produciendo una “confusión” (hebreo: balal) en
su lengua. “Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque
allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra” (Gén. 11:9).
Desde entonces, “Babel” o “Babilonia” ha simbolizado confusión.
Desde una fecha muy temprana, la iglesia cristiana empezó a entrar
en una situación de “babilonia” al incorporar en su seno ideas
recogidas de varias filosofías populares. De eso hablamos en los
capítulos anteriores. El pueblo simbolizado por el segundo ángel
denuncia esa confusión llamándola “fornicación”, porque es una
unión ilícita. La mezcolanza de la verdad con el error, de ideas
paganas con enseñanzas bíblicas, es precisamente esa clase de
unión.
El presente siglo se ufana de ser una época brillante por sus
descubrimientos. ¡Qué paradoja que en un tiempo de tanta luz,
pueda haber tanta oscuridad! Si antes había “muchos dioses y
muchos señores” (1 Cor. 8:5), hoy son más. El fanatismo, el
extremismo, la intolerancia y los ataques contra la conciencia se
multiplican. Multitudes se encuentran confundidas; inclusive, se
puede decir que están “embriagadas” del error.
Por todas partes hay falsos cristos y falsos profetas (Mat. 24:11,
14). Pero esta profecía del segundo ángel es un mensaje de aliento
y esperanza, porque aclara el propósito de Dios de enviar una voz
de alarma, una llamada de atención que despierte al pueblo y lo
advierta contra la confusión fatal. Esta profecía, igual que la
primera, se cumple en nuestros días con el mensaje del pueblo que
denuncia el error y proclama por todas partes: “Ha caído
Babilonia”.
202 | V e n g o e n b r e v e

El mensaje del tercer ángel


Si se realizara un concurso de profecías horribles, el mensaje del
tercer ángel (Apoc. 14:9-12) tendría muchas posibilidades de
ganar. Ninguna otra profecía en toda la Biblia habla en términos
tan aterradores sobre el destino de aquellos que se rebelan contra
Dios. Pero, aunque parezca contradictorio, esta profecía es, a la
vez, muy alentadora.
He aquí la parte terrible de la profecía:
Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora
a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su
mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido
vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y
azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de
su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo
de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni
nadie que reciba la marca de su nombre (Apoc 14:9-11).
¿Le parece que sería horrible morir carbonizado? En el pasado,
miles de víctimas de la Santa Inquisición sufrieron una suerte tal.
Pero si usted considera que ésta sería una muerte horrible, ¿se ha
puesto a pensar que hay algo que sería muchísimo peor que morir
incinerado? Sería vivir entre llamas y no poder morir jamás. Y, sin
embargo, esto es lo que aparentemente se describe aquí.
No hay duda de que esta profecía presenta un problema. ¿Acaso
no dice la Biblia que “Dios es amor”? (1 Juan 4:8). ¿No dice,
además, que es “misericordioso y clemente”? (Sal. 103:8) Por su
parte, Jesús dijo que el bondadoso Padre celestial se preocupa del
gorrioncito y que se entristece por su caída (Mat. 10:29-31).
¿Cómo podría creerse, entonces, que Dios va a tomar a los
hombres que no le obedecen y les va a aplicar un castigo de fuego
eterno?
203 | V e n g o e n b r e v e

Para buscar la respuesta, notemos primeramente que en el


Apocalipsis aparecen muchas expresiones que aluden a eventos
históricos o a profecías de siglos atrás. Y la profecía del tercer
ángel es una de ellas. Incluye algunas frases que aparecieron
primero en un mensaje dado por el profeta Isaías en el siglo VIII
a.C. acerca del antiguo pueblo de Edom. En aquel entonces, los
edomitas estaban persiguiendo al pueblo de Dios. Isaías,
refiriéndose a ellos, escribió lo siguiente: “Y sus arroyos se
convertirán en brea [alquitrán], y su polvo en azufre, y su tierra en
brea ardiente. No se apagará de noche ni de día, perpetuamente
subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca
jamás pasará nadie por ella” (Isa. 34:9, 10).
Esta profecía se cumplió. Dice acerca de Edom: “De generación
en generación será asolada”; y, efectivamente, Edom ya no existe.
Pero observe la primera parte de la profecía. Dice que su humo
subirá “perpetuamente”. ¿Acaso los arroyos de Edom hoy siguen
ardiendo? ¿Estará subiendo su humo en este momento? Claro que
no. Entonces, ¿cómo podemos afirmar que la profecía se cumplió?
Sencillamente porque cuando vino la invasión que destruyó a los
edomitas, fue como un fuego abrasador. Fue un castigo tan
fulminante que un incendio no podría haber sido peor, y tuvo
resultados duraderos: el humo de los edomitas ascendió a los cielos
en forma permanente, definitiva. Los efectos de ese fuego fueron
imborrables.
De la misma manera, el juicio final será terrible en su aplicación y
permanente en sus efectos. El profeta Malaquías dijo acerca de ese
evento: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y
todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa;
aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos,
y no les dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4:1). El apóstol Pedro escribió
que en el fuego del día final todas las cosas “han de ser deshechas”
(2 Ped. 3:11), y el mismo Apocalipsis nos asegura que el fuego del
día final va a “consumir” a los pecadores (Apoc. 20:8-12).
204 | V e n g o e n b r e v e

Ninguno de estos pasajes insinúa que los perdidos van a sufrir un


tormento interminable. Lo que dicen es que después del juicio final
los reprobados serán destruidos en forma definitiva y final. Su
castigo tendrá un efecto permanente. Por esto, la Biblia declara que
“la paga del pecado es muerte” (Rom. 6:23), y no que se tenga que
vivir eternamente entre las llamas.
Pero cabe la pregunta: ¿Por qué emplea Dios un lenguaje tan
fuerte?
Una dramática advertencia
Está ampliamente demostrado que Dios no hace nada por gusto ni
por casualidad, y cuando habla no es sólo por hablar. ¿Con qué
propósito, pues, la profecía del tercer ángel emplea un lenguaje tan
impresionante? Con esta pregunta estamos indagando el
significado y objeto de la profecía. Estamos tratando de saber cuál
es el mensaje que el Señor ha querido transmitir con estas palabras.
Para la mente posmoderna ya no hay blanco ni negro, sino que todo
es gris. Lo que antes se llamaba pecado, hoy es una falta de
adaptación social. La verdad ya no es verdad, ni el error es error,
sino que tanto la verdad como el error son simplemente diferencias
de opinión acerca de las cosas.
Este fenómeno tal vez no sería muy alarmante si se tratara de
asuntos de poca trascendencia como cuestiones políticas o alguna
filosofía pasajera. Pero no ocurre así. El concepto ha llegado a
imperar también en asuntos de religión.
Sin embargo, este estado de cosas no nos debe extrañar; los
profetas predijeron especialmente que en los últimos días se
armaría un engaño culminante en materia de religión. Por esto,
todo se está volviendo borroso e indefinido, porque para en-gañar
es necesario confundir.
205 | V e n g o e n b r e v e

En esta situación, no hay que esperar que el enemigo se presente


tal cual es y diga: “Buenos días, yo soy el diablo”. Al contrario, la
Biblia declara que “se disfraza como ángel de luz” (2 Cor. 11:14).
En la persona de sus agentes “se sienta en el templo de Dios como
Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Tes. 2:4). El Salvador no dijo
que en los últimos días vendrían falsos demonios, sino “falsos
cristos, y falsos profetas” (Mat. 24:24). Ellos, por supuesto, no van
a echar humo por la nariz ni espuma por la boca, ni aparecerán con
cuernos en la cabeza. Van a presentarse muy bien vestidos,
ostentando gran amabilidad y devoción. Aparentemente ayudarán
a mucha gente, haciendo grandes milagros para sanarla y resolver
sus problemas (ver Mat. 24:24).
Y precisamente en esto tenemos la respuesta a nuestra pregunta.
¿Por qué Dios nos ha enviado un mensaje tan enérgico? Es porque
nos ama y sabe cuán grande es la confusión que nos rodea. Conoce
bien el peligro. El mensaje del tercer ángel es su grito de alarma.
“¡Alto! ¡Peligro! ¡No sigas más por este camino!” Por esto no dice
simplemente: “Creo que más o menos sería bueno ser fieles a
Dios”.
En los últimos días, el enemigo, desesperado, sacará el arma
máxima que tiene en su arsenal: un decreto de muerte (Apoc.
13:15). No es una alternativa agradable, pero el mensaje del tercer
ángel pone las cosas en perspectiva: No hay que temer lo que
puede hacer el hombre —dice—. Los que rechazan la marca de la
bestia pueden sufrir la ira del hombre. Pero los que la reciben
sufrirán la ira de Dios (compárese con Mat. 10:28; Heb. 10:31).
¿Qué es el Sello de Dios?
Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Oí una voz que desde el
cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los
muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán
de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen (vers. 12, 13).
206 | V e n g o e n b r e v e

“Aquí está”, dice el ángel. En el idioma original es un imperativo


con el significado de “Mirad”, “Observad”. Lo que va a decir es
muy importante y quiere que todos lo noten.
La paciencia de los santos. Con gozo y satisfacción, Dios llama al
universo a reconocer a su pueblo: “Tomen nota —dice— de su
“paciencia”. Este término en la Biblia significa firmeza. En la hora
decisiva, cuando la gran mayoría se tambalea y confunde, ellos
brillan por su constancia.
¿Y qué otra cosa los identifica? “Guardan los mandamientos de
Dios”. Su firmeza no es caprichosa, sino que son constantes en su
propósito de obedecer a Dios, guardando sus mandamientos.
La tercera característica que aquí se menciona es que este pueblo
guarda también “la fe de Jesús”. El amor y aprecio que sienten por
los mandamientos no los lleva al legalismo; no se equivocan
creyendo que la ley los va a salvar. Mantienen el equilibrio entre
fe y obras.
Ya van varias veces que el Señor identifica a su pueblo. En
Apocalipsis 12:17 dice que “tienen el testimonio de Jesús y
guardan los mandamientos”. En el 14:1 dice que tienen su nombre,
o sea su carácter, escrito en sus mentes. Y aquí en el 14:12 dice
que se caracterizan por su firmeza, obediencia y fe.
Si comparamos estas tres citas, podemos ver que el sello de Dios,
la característica que identifica a los redimidos no es una señal
visible. El rasgo que los identifica es su firmeza en la observancia
de los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
¿Qué es la “marca de la bestia”?
Si la señal de los hijos de Dios es su actitud de obediencia a los
mandamientos, entonces la marca o característica que identifica a
los enemigos de Dios es una actitud persistente de rebeldía y
desobediencia a sus mandamientos.
207 | V e n g o e n b r e v e

El apóstol Santiago observa que la desobediencia puede consistir


en despreciar uno solo de los mandamientos: “Cualquiera que
guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable
de todos” (Sant. 2:10).
Es notorio que en la historia del cristianismo sólo uno de los
mandamientos ha sido rechazado oficialmente y por común
acuerdo por parte de casi todas las iglesias. Ninguna de las diversas
denominaciones rechaza el séptimo mandamiento, el cual prohíbe
el adulterio. Tampoco apoyan la desobediencia al sexto
mandamiento, que prohíbe el homicidio, o al noveno
mandamiento, que impone la honestidad. Nadie enseña que es
lícito adorar a otros dioses o tomar el nombre de Dios en vano.
Pero el cuarto mandamiento, el que ordena la observancia del
sábado como día de reposo, ha sido descartado por casi todas las
agrupaciones religiosas de nuestro tiempo.
Miles de personas se preguntan: “¿Cuál es la iglesia verdadera?
Hay tantas sectas y denominaciones —dicen—. Y todas pretenden
decir la verdad.
¿Cómo podemos saber cuál de todas es la correcta?”
Gracias a Dios porque el mensaje del tercer ángel nos trae mucha
luz sobre esta cuestión. La expresión, “los que guardan los
mandamientos de Dios”, no puede referirse a los que guardan sólo
nueve mandamientos, mientras dejan a un lado el cuarto y enseñan
que la observancia del sábado no tiene importancia.
Dijo el Señor a su pueblo antiguo: “En todas las generaciones
venideras, el sábado será una señal entre ustedes y yo, para que
sepan que yo, el Señor, los he consagrado para que me sirvan”
(Éxo. 31:13, NVI). El sábado es una señal, un distintivo, porque su
observancia pone al cristiano de inmediato en una posición visible,
distinta con relación a la gran mayoría.
208 | V e n g o e n b r e v e

Hoy por hoy muchas personas no saben que el sábado es el único


día de reposo mencionado en la Biblia. Se imaginan que en alguna
parte debe de haber un versículo que ordena la observancia del
domingo. Para aquellos que no saben lo que la Biblia enseña acerca
del día de reposo, la desobediencia no constituye una rebeldía.
Pero todo esto va a cambiar. Según las profecías que estudiamos
en el capítulo 13, llegará el momento cuando se impondrán
sanciones económicas y, finalmente, se publicará un decreto de
muerte para tratar de obligar a todo el mundo a apartarse de la
obediencia y adorar la imagen de la bestia.
Cuando esto suceda, el asunto del día de reposo recibirá
muchísima publicidad. Suscitará un debate público acerca del tema
a tal grado que nadie podrá presentar como excusa su ignorancia
de lo que Dios enseña en su Palabra. Entonces, la desobediencia
constituirá una rebeldía, y la decisión de cada uno al respecto lo
marcará ya como obediente o no.
No somos salvos por las obras
Esta profecía dice, además, que el verdadero pueblo de Dios tiene
la fe de Jesús”. Obedece los mandamientos, pero no considera que
su obediencia sea una moneda para pagar el precio de la salvación
(Efe. 2:8). Lo que los motiva es su amor a Cristo (2 Cor. 5:14; Juan
14:15). Su obediencia es la evidencia externa, visible de algo que
es invisible… su fe. “Alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras.
Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras”
(Sant. 2:8-10).
No basta la sinceridad
Hay una teoría popular según la cual no importa lo que uno haga:
lo único válido es la sinceridad. Pero la historia ha demostrado la
falacia de este punto de vista. El error es error, por muy sincera
que sea la persona que lo sostiene. El que está sinceramente
equivocado, de todas maneras está equivocado.
209 | V e n g o e n b r e v e

Cuando Dios llamó a su pueblo para que saliera de Egipto, les dio
una señal con la cual debían identificarse. Cada jefe de familia
debía sacrificar un cordero y con la sangre colocar una mancha en
los postes y en el dintel de su casa (Éxo. 12:21-23).
A la media noche iba a pasar el ángel de la muerte por las casas de
todos aquellos que no habían colocado la señal. Bajo esas
circunstancias, no era suficiente tener buena voluntad o ser
sinceros. No era suficiente tener buenas intenciones, por muy
grandes que fueran, o planes de colocar la señal más adelante. No
bastaban las fuertes convicciones acerca del asunto. Una persona
podría estar convencida de que la señal no era necesaria o que Dios
aceptaría otra clase de señal; pero a la media noche, la hora cuando
iba a pasar el ángel, la sinceridad equivocada significaría la
muerte. A esa hora, una supuesta neutralidad sería fatal. No es que
la mancha en sí los podía salvar. Lo que necesitaban era tener fe…
una fe suficiente en Dios como para obedecerle, y la mancha o
señal era evidencia visible de su fe.
De la misma manera, hoy se está haciendo una gran separación.
Todo el mundo está tomando su decisión. Muy pronto todos
habrán definido de qué lado estarán.
Los que quieren estar en el lado de la obediencia guardan los
mandamientos, incluyendo el que ordena la observancia del
sábado. En muchos casos, los tales tendrán que soportar desprecios
y oposición. Pero a la hora final, llevarán en sus frentes el sello de
Dios y pasarán la eternidad con él. Todos los demás, incluyendo
los que quisieron ser neutrales, recibirán el castigo anunciado por
el tercer ángel.
¿Qué nos dicen estos tres mensajes?
A veces pareciera que hay tanta confusión que es difícil saber
dónde está la verdad. Los mensajes de los tres ángeles tienen por
objeto disipar las dudas y acabar con la confusión.
210 | V e n g o e n b r e v e

He aquí un resumen de su mensaje:


1. ¿Siente usted que es difícil resistir la presión que recibe por parte
de los que rechazan el camino de la salvación? No les tenga miedo.
Recuerde: ellos sufrirán un castigo que no se puede comparar con
lo que ellos le pueden hacer. En vez de temor, debe sentir por ellos
compasión y tratar de ayudarles.
2. ¿Se siente solo, creyendo que todo el mundo está claudicando?
No es cierto: Dios tiene a su pueblo escogido. Aquí está —dice el
ángel—; son los que guardan los mandamientos de Dios y la fe en
el Señor Jesús. No demore más. Únase a su feliz compañía.
3. No nos engañemos. Sólo hay dos caminos: el de la obediencia o
el de la desobediencia. Y sólo hay dos destinos eternos para cada
ser humano. Ahora es el momento de oportunidad. ¿Por cuál
camino irá?
Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados
de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice
el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos
siguen (vers. 13).
Ésta es la segunda de las siete bienaventuranzas que aparecen en
el Apocalipsis.
La muerte es un enemigo cuya derrota ya está asegurada (1 Cor.
15:26). Morir “en el Señor” significa tener parte en la primera
resurrección y la vida eterna (1 Tes. 4:16; Juan 5:29, Apoc. 20:6).
Los muertos en Cristo descansan de sus trabajos, pero no son
olvidados: “Sus obras con ellos siguen”. “Anda, pueblo mío —les
dice el Señor—, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas;
escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la
indignación” (Isa. 26:20). Pronto, muy pronto, viene la mañana, y
yo te llamaré.
211 | V e n g o e n b r e v e

El juez anuncia su fallo


Los versículos 1 al 5 nos muestran al pueblo de Dios en los últimos
días. A pesar de las amenazas del enemigo, siguen al Cordero
dondequiera que va. En los versículos 6 al 13 oímos el mensaje
que ellos anunciarán. Ahora (en los versículos 14-20) se presentan
los eventos que sucederán cuando los fieles hayan terminado de
proclamar su mensaje (véase Mat. 24:14).
La siega
Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado
semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona
de oro, y en la mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel
clamando a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu
hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de
la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la nube metió
su hoz en la tierra, y la tierra fue segada (vers. 14-16).
En esta visión, un ángel que viene del templo —el lugar donde se
realizaba el juicio— clama al que está sentado sobre la nube:
“Mete tu hoz, y; siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la
mies de la tierra está madura”.
Recordemos que en la siega antigua cortaban los tallos de trigo o
cebada, pero no los llevaban en el mismo instante al granero, sino
que los ataban en manojos o gavillas y los dejaban por un tiempo
en el campo mientras acabaran de secarse. Así que este proceso de
segar el trigo, de separarlo de la cizaña y atarlo en manojos
presenta la misma obra simbolizada por el sellamiento, el cual
tiene lugar un poco antes de la segunda venida.
El sello, como ya hemos visto, es la confirmación del pueblo de
Dios en los principios de lealtad y es una marca de propiedad
mediante la cual Dios reconoce oficialmente a su pueblo y lo
señala ante los ojos del universo (ver 2 Tim. 2:19).
212 | V e n g o e n b r e v e

La vendimia
Salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó
a gran voz al que tenía la hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda,
y vendimia los racimos de la tierra, por-que sus uvas están
maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña
de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y
fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre
hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios (vers.
18-20).
La vendimia de las uvas es la contraparte de la siega, y como tal,
representa la imposición de la marca de la bestia.
Para los que reciben el sello de Dios, hay un tiempo de demora;
después del sellamiento quedarán un tiempo en el “campo” que es
este mundo. Pero para los re-probados no hay ninguna demora;
empezarán inmediatamente aquellas escenas que la Biblia llama
“el tiempo de angustia de Jacob” (Jer. 30:7), “el día grande y
espantoso de Jehová” (Joel 2:31) y “el día de Jehová, grande y
terrible” (Mal. 4:5). La culminación de esa época será la batalla
del Armagedón (Apoc. 16:17).
Entonces caerán “viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres”,
todos aquellos que no hayan recibido el sello de Dios en sus frentes
(Eze. 9:6). Aquí en Apocalipsis 14 los reprobados son comparados
con “uvas” que son arrojadas en un depósito y exprimidas, “y del
depósito salió sangre que llegó a la altura del freno de los caballos
en una extensión de 300 kilómetros” (Apoc. 14:20, Versión Dios
habla hoy; compárese con Isa. 63:1-6; Jer. 8:1-3).
Una nota de aliento y reflexión
Es importante notar que este “depósito”, llamado en otras
versiones “el lagar”, está ubicado fuera de “la ciudad” que es la
iglesia. Asimismo, el profeta Daniel dice que “en aquel tiempo será
libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”
213 | V e n g o e n b r e v e

(12:1). Y el apóstol Pedro, al tratar este tema, dice que no


debiéramos sentirnos espantados por lo que va a venir, sino
motivados a una solemne re-flexión: “Puesto que todas estas cosas
han de ser deshechas, ¿cómo no debéis vosotros andar en santa y
piadosa manera de vivir? […] Por lo cual, oh amados, estando en
espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él
sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Ped. 3:11-14).
214 | V e n g o e n b r e v e
215 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO QUINCE: El canto de los


victoriosos

Vi en el cielo otra señal grande y admirable: siete ángeles que


tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la
ira de Dios. Vi también un mar de vidrio mezclado con fuego; y a
los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen,
y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio,
con las arpas de Dios (vers. 1, 2).
El canto de los redimidos
En el capítulo 13 el lente profético está enfocado sobre Satanás.
En ese capítulo se describe a su pueblo y los métodos con que él
se propone ganar la batalla. El capítulo 14 nos presenta a Cristo y
a su pueblo. Y todo lo que vemos allí es un contraste marcado con
lo presentado en el 13. Mientras los del mundo siguen al falso
cordero, el que surgió de la tierra, el pueblo de Dios anda con el
Cordero en el Monte Sion (14:1-5). El falso cordero continúa
hablando con voz de dragón, promulgando leyes contra ellos y
amenazándolos de muerte, pero ellos también hablan, advirtiendo
con lenguaje claro e inequívoco las terribles consecuencias de la
rebelión contra Dios (14:6-13).
En la última parte del capítulo 14 vimos la obra del sellamiento, la
cual va a ocurrir cuando el mensaje de amonestación se haya
terminado (Mat. 24:14). La crisis final sirve para poner en marcado
contraste los dos grupos: el pueblo de Dios, que por el sellamiento
es segado y apartado para la vida eterna (14:1416), y el pueblo de
Satanás que es vendimiado y que empieza a recibir de una vez su
castigo (14:17-20).
Llegamos ahora al capítulo quince donde observamos una
continuación del mismo dualismo de los capítulos anteriores.
Primero, se nos presenta una vislumbre de lo que les espera a los
216 | V e n g o e n b r e v e

impíos: siete ángeles traen en sus manos siete plagas con las cuales
la ira de Dios es consumada.
Pero antes de enfocarse en este evento, la cámara se vuelve atrás
por un instante para darnos una vislumbre de lo que hacen los
sellados mientras esperan el desenlace de los eventos finales:
nuevamente los vemos cantando. Esto no significa, por supuesto,
que se encuentran rebosando de felicidad. Su canto más bien es un
mensaje: expresa lo que ellos han aprendido mediante las
circunstancias que atraviesan. Han aprendido que el secreto de su
victoria no está en las fuerzas que poseen sino en el poder del Señor
de los ejércitos (compárese 2 Crón. 20:21, 22; Zac. 4:6).
Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo: Gran-des y maravillosas son tus obras, Señor
Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de
los Santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu
nombre? Pues sólo tú eres Santo; por lo cual todas las naciones
vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado
(vers. 3, 4).
Ha terminado para los fieles la tarea de amonestar al mundo y pasar
a todos la invitación a entrar en el arca. En el momento
contemplado aquí, todos los casos ya están decididos. Como ya no
hay a quien amonestar, es muy diferente el mensaje que suena
ahora en los labios de los hijos de Dios. Ya no es un mensaje de
advertencia y exhortación. Es un cántico de alabanza que refleja
su experiencia.
Desde el principio del conflicto, el enemigo ha dicho que la ley de
Dios y su gracia son incompatibles, que Dios tendrá que dejar a un
lado la ley si quiere tratar con misericordia a los pecadores, o
viceversa. Por otra parte, insistía que era imposible para el hombre
cumplir con lo que Dios demandaba.
217 | V e n g o e n b r e v e

El Señor Jesucristo, con su vida y muerte en la cruz, demostró la


falsedad de estas aseveraciones. Y a través del juicio, ha probado,
además, que no sólo Cristo pudo obedecer, sino que en todos los
siglos ha habido hombres y mujeres que han dado a Dios la lealtad
suprema en sus vidas y han fiado en Cristo como su Salvador. Así
se ha probado que la misericordia de Dios y su justicia no se
contradicen, sino que se complementan. Por esto el cántico que
ellos entonan no sólo es el cántico del Cordero que les dio su
gracia, sino también el de Moisés que les trajo la ley.
“Sólo tú eres santo”
Observemos ahora el mensaje expresado en las palabras de este
cántico.
¿Por qué razón vendrán todas las naciones y adorarán a Dios? La
primera razón importante es porque “sólo tú eres santo”. Nótese
bien: los que entonan este himno “guardan los mandamientos de
Dios” (Apoc. 12:17), y siguen al Cordero dondequiera que va
(Apoc. 14:3). El mismo Padre ha llamado al universo a tomar nota
de su fidelidad y constancia (Apoc. 14:12). Pero entre toda esta
multitud ninguno tiene los ojos puestos en sí mismo. A ninguno se
le ocurre pensar por un instante que su salvación y su victoria sobre
la bestia se deben a su propia fidelidad o a alguna santidad que ha
alcanzado por la gracia de Dios. El tema central de su canción es:
“Sólo tú eres santo”. Su salvación ha sido comprada por la sangre
del Cordero que fue inmolado en favor de ellos desde la fundación
de la tierra, y el tema de su alabanza y admiración es la santidad
de Dios, no la de ellos.
En segundo lugar, los sellados alaban a Dios “porque tus juicios se
han manifestado”. El propósito del juicio descrito en los capítulos
anteriores ha sido precisamente el de manifestar, de hacer
evidente, la justicia de Dios en su trato con cada ser humano. Dios
conoce el futuro; él no tenía necesidad de llevar a cabo un juicio
para saber quiénes serían salvos. Pero, por amor a los ángeles y a
218 | V e n g o e n b r e v e

los seres de mundos no caídos, los que no poseen omnisciencia, él


no coloca su sello en su pueblo, no revela quiénes son los
redimidos, hasta que sus juicios no se hayan manifestado a través
del juicio. Y por la misma razón, no había intervenido para pagar
a cada uno conforme a sus obras.
Los mártires en el tiempo del quinto sello reclamaban diciendo
“¿Hasta cuándo Señor, [...] no juzgas y vengas nuestra sangre?”
(Apoc. 6:10,11). En esta profecía, vemos el momento cuando el
tiempo de espera ya termina, porque el Señor ha juzgado y ha
llegado el momento de vengar la sangre de los mártires. Ahora van
a caer las plagas que son “el vino de la ira de Dios que ha sido
vaciado puro en el cáliz de su ira” (Apoc. 14:10). Y ¿por qué esto
es posible ahora, y no lo fue antes? Porque ahora “tus juicios se
han manifestado”. Ya nadie va a dudar de la justicia de Dios al ver
lo que va a hacer con los que han rechazado su amor.
Las plagas
Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el
templo del tabernáculo del testimonio. Y del templo salieron los
siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y
resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro.
Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete
copas de oro llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los
siglos. Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios y por su
poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen
cumplido las siete plagas de los siete ángeles (vers. 5-8).
Es el tiempo cuando Miguel se va a poner de pie para defender a
su pueblo (Dan. 12:1); el tiempo cuando Jehová va a sacudir los
cielos y la tierra, el mar y la tierra seca (Hag. 2:6); el tiempo
cuando los hombres en vano se meterán “en las hendiduras de las
rocas y en las cavernas de las peñas, por la presencia formidable
de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando se levante
219 | V e n g o e n b r e v e

para castigar la tierra” (Isa. 2:21). Es el tiempo que los profetas


han llamado el “día grande y espantoso de Jehová” (Joel 2:31).
“Fin de la gracia”
El templo se llena de humo por la gloria de Dios y por su poder, y
nadie puede entrar en él hasta que se hayan cumplido las siete
plagas (vers. 8). En el antiguo rito, los adoradores y los penitentes
entraban en el santuario durante todo el año. Pero, llegado el día
de expiación, nadie podía entrar.
En el contexto de los eventos finales, dicha escena representa lo
que comúnmente llamamos, “el fin del tiempo de gracia”. En un
sentido, la expresión es correcta, porque si alguien ha llegado hasta
ese momento y no se ha arrepentido sinceramente, renunciando de
corazón a sus pecados, ya será tarde, porque ya nadie puede “entrar
en el templo”. En ese sentido ya no hay “gracia”.
Pero, la expresión puede dar una idea equivocada, porque nunca
se acabará la gracia que es la aplicación de la justicia divina para
nuestra salvación. Los fieles que viven en el tiempo del fin no
confiarán en su propia justicia o santidad para salvarse. Sus
esperanzas se cifrarán siempre y únicamente en Cristo y en su
perfecta santidad. Su canto será: “Sólo tú eres santo”.
En el antiguo tabernáculo, el incienso ascendía del altar durante
todo el año, símbolo de la gracia divina. Y en el día del juicio,
simbolizado por el día de expiación, lejos de apagarse el incienso,
se le añadía más (Lev. 16:12, 13; Apoc. 8:1-4).
Pero debemos tener claro que el pueblo de Dios no puede estar
todavía consintiendo el pecado en ese momento. No debe tener
pecados acariciados, pecados conocidos de los cuales no se haya
arrepentido. Si así fuera, le será imposible ya obtener el perdón,
puesto que ya nadie puede entrar en el templo. En este sentido, ya
no habrá más gracia. Esta verdad es de vida o muerte para nosotros.
La entrega completa a Dios es la forma como debemos vivir hoy.
220 | V e n g o e n b r e v e

“Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo,


así como él es puro” (1 Juan 3:3).
221 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DIECISÉIS: Las plagas

Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id
y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios (vers.
1).
Con estas palabras se introduce uno de los capítulos más
asombrosos de la Biblia: el que describe las siete postreras plagas.
¡Las plagas! … espantosas manifestaciones de la ira divina que
han captado la atención de intérpretes bíblicos y de la mente
popular durante siglos, y que cuentan entre sus misterios ese
terrible nombre: ¡Armagedón!
Y ¿cómo vamos a entender las plagas? ¿Serán eventos literales o
simbólicos? ¿En qué momento se derramarán? ¿Qué objetivos
deberán realizar en los propósitos de Dios? Buscaremos la
respuesta a éstas y otras preguntas en el análisis de este capítulo.
Las primeras cinco plagas
Fue el primero, y derramó su copa sobre la tierra, y vino una
úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca
de la bestia, y que adoraban su imagen.
El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y éste se convirtió
en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el
mar.
El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes
de las aguas, y se convirtieron en sangre.
Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el
que eres y que eras, el San-to, porque has juzgado estas cosas.
Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas,
también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen.
222 | V e n g o e n b r e v e

También oí a otro, que desde el altar decía: Ciertamente, Señor


Dios todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.
El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado
quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con
el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder
sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria.
El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su
reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y
blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus
úlceras, y no se arrepintieron de sus obras (vers. 2-11).
Lugar de las plagas entre los eventos finales. Para empezar,
observamos que los capítulos 14 al 19 constituyen una secuencia.
Describen una serie de eventos finales. Por lo tanto, debemos
averiguar el lugar que ocupan las plagas en la serie.
Las plagas caerán después de que el mundo haya escuchado la
última amonestación (Apoc. 14:6-13, compárese con Mat. 24:14).
Asimismo, tendrán lugar después del sellamiento en que los
escogidos han quedado separados para la cosecha final (Apoc.
14:14-20; Mat. 13:30), y van a ocurrir cuando ya se haya
terminado el tiempo de gracia y la oportunidad de obtener la
salvación (Apoc. 15:8).
Observamos, además, que todos los eventos del capítulo 16 se
mueven hacia un gran clímax que es la caída de Babilonia, la cual
sucede bajo la séptima plaga. Éste es el primero de cuatro capítulos
dedicados especialmente a la caída de Babilonia.
Algunas comparaciones
Comparación de estas plagas con las de Egipto. Cuando el Señor
quiso sacar a su antiguo pueblo de Egipto, castigó a aquel país con
diez plagas. A continuación aparece una tabla con dos columnas
para comparar las plagas de Egipto con las plagas del capítulo 16.
223 | V e n g o e n b r e v e

Similares pero no iguales. Se notará que no hay un paralelismo


exacto entre las dos listas. Sin embargo, la comparación resulta
interesante: vemos, en primer lu-gar, que en cada una de las plagas
de Egipto Dios estaba atacando a los dioses que adoraban los
egipcios. Ellos rendían culto al Nilo, y éste fue el primero en ser
afectado. En vez de ser una fuente de vida para la tierra como
siempre lo había sido, se volvió asqueroso y hediondo (Éxo. 7:21),
un símbolo de mortandad. El último de los elementos naturales en
ser afectados fue el sol, la deidad que ellos consideraban más
intocable. Y cada una de las otras plagas tocaba un punto en que
los egipcios habían puesto su confianza en vez de depositarla en el
Dios verdadero.
De la misma manera, las últimas plagas irán dirigidas contra
aquellos elementos y objetos materiales en los cuales los
habitantes del mundo han depositado su confianza. Servirán para
demostrarles nuevamente cuán pequeño es el hombre, con toda su
ciencia y sus pretensiones de dominar la naturaleza.
224 | V e n g o e n b r e v e

Las plagas antiguas cayeron sobre Egipto cuando el faraón o rey


de ese país negó al pueblo el derecho de adorar de la manera como
Dios lo había ordenado (Éxo. 5:2,3). De la misma manera, las
plagas de los últimos días caerán sobre el mundo cuando los
dirigentes políticos y religiosos desafíen nuevamente al Dios del
cielo, conspirando contra su pueblo para que éste no pueda rendirle
culto como es debido. La cuestión final sobre la cual ha de
resolverse el conflicto de los siglos será precisamente la cuestión
de la adoración. ¿A quién debemos rendir nuestra suprema lealtad?
(Apoc. 13:14-17 y Apoc. 14:9,10). Y este asunto, a su vez, estará
centrado en la observancia del cuarto mandamiento.
Comparación de estas plagas con las siete trompetas. También es
interesante comparar las plagas con las siete trompetas de los
capítulos 8 y 9.

Similares pero no iguales. Existe una clara relación entre las dos
profecías. Sin embargo, no se refieren a la misma serie de eventos.
Bajo la segunda trompeta, la tercera parte de las aguas del mar se
convierte en sangre; bajo la tercera plaga, todas las aguas del mar
se convierten en sangre. Bajo la cuarta trompeta, se apaga la luz de
la tercera parte de las lumbreras celestiales; bajo la cuarta plaga,
225 | V e n g o e n b r e v e

sucede lo contrario y los hombres se queman con el gran calor. Así


que, no pueden referirse a la misma serie de eventos.
¿Cómo serán exactamente las plagas?
Por el lugar que ocupan en la serie de eventos finales, podemos
afirmar que las plagas son eventos futuros. Pero, ¿cómo serán
exactamente? Nuevamente, una comparación con las trompetas
nos ayuda a contestar la pregunta, porque éstas fueron eventos
reales que ya ocurrieron en la historia. Mirando hacia atrás
podemos afirmar que los símbolos bajo cada trompeta fueron aptos
para describir los eventos que sucedieron. Pero el asunto no
funcionaría al revés: es decir, leyendo anticipadamente acerca de
cada trompeta, no sería posible para alguien en el primer siglo
formar una idea exacta de los sucesos que iban a ocurrir. Por
ejemplo, alguien que leyera de antemano acerca de la estrella que
cayó del cielo y recibió la llave del pozo del abismo, no hubiera
podido explicar que esto representaba las invasiones de los
musulmanes de los años 1299–1499. De la misma manera, no
podemos saber con seguridad cómo vendrán las plagas.
Lo que sí está claro es que los símbolos de las trompetas no
exageraron la gravedad de los acontecimientos reales que
predijeron. Y podemos afirmar lo mismo con relación a las plagas.
Aunque no sea posible especificar la forma exacta cómo ha de
ocurrir cada una de ellas, lo que sí podemos saber con seguridad
es que serán eventos reales y que los símbolos no están exagerando
la magnitud de lo que va a ocurrir. Al contrario, el efecto de las
plagas será más grave y más extenso que el de las trompetas.
Un cumplimiento del triple mensaje
Las plagas constituyen la realidad acerca de la cual el pueblo de
Dios había advertido al dar el mensaje simbolizado por el pregón
de los tres ángeles.
226 | V e n g o e n b r e v e

El mensaje del primer ángel llamaba a adorar a Dios como creador


del cielo y de la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apoc.
14:7); y las primeras cuatro plagas afectan precisamente el cielo,
la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. El primer ángel
anunciaba la hora del juicio; y las plagas se presentan como
manifestaciones del juicio divino (vers. 5, 7).
El segundo ángel anunció la caída de Babilonia, y esta caída es
precisamente el clímax hacia el cual se mueven todos los eventos
de las plagas (vers. 19).
El tercer ángel había anunciado los espantosos resultados de adorar
a la bestia y de recibir su marca, y los que reciben la furia de las
plagas son los hombres que tienen la marca de la bestia y que
adoran su imagen (vers. 2).
El secamiento del Éufrates
El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el
agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los
reyes del oriente (vers. 12).
Bajo la sexta plaga suceden varios eventos que constituyen los
preparativos para la batalla final: uno de éstos es el secamiento del
río Éufrates. Para entender el significado de esto, debemos recurrir
nuevamente a la historia antigua, pues el secamiento del Éufrates
ocurrió en forma literal en el año 539 a.C. cuando la antigua ciudad
de Babilonia fue atacada por los ejércitos de Ciro el Grande.
Aun cuando vieron la ciudad sitiada por el más poderoso ejército
del mundo, los dirigentes de Babilonia tuvieron muchas
esperanzas de resistir al sitio. Entre los motivos de su confianza
era el pensamiento de que ningún ejército, por poderoso que fuera,
jamás les podría privar de agua, porque el mismo río Éufrates
atravesaba la ciudad pasando por un túnel que había en los muros.
Pero Ciro usó este mismo factor para producir la caída de
Babilonia. Mandó cavar un cauce nuevo para desviar las aguas del
227 | V e n g o e n b r e v e

Éufrates hacia una zona baja y pantanosa que quedaba cerca de la


ciudad. Cuando todo estaba listo, Gobrías colocó a sus tropas junto
al túnel por el cual pasaba el río. Luego los ingenieros de Ciro
quitaron los diques provisionales, el río comenzó a correr por su
nuevo cauce y, literalmente, las aguas del Éufrates se secaron.
Ante la enorme sorpresa de los babilonios, los soldados de Ciro
entraron por el túnel.1 De modo que la antigua Babilonia no cayó
por causa de un ataque frontal que rompiera sus formidables
muros, sino que cayó cuando lo que consideraba un motivo de su
seguridad, se convirtió en la causa de su ruina.
Lo mismo sucederá con la Babilonia moderna. El Señor va a
hacerla caer cuando se vuelquen contra ella los elementos que
había considerado su mayor apoyo.
La expresión “los reyes del oriente” es una alusión al mismo
evento, pues Ciro era rey de Media y Persia, dos naciones del
oriente. Durante siglos Babilonia había tenido que defenderse
contra ataques que provenían del norte o del oeste, y sus campañas
militares se dirigían, por regla general, en esas dos direcciones.
Los reyes del oriente siempre habían sido débiles e incapaces de
influir en la política de Mesopotamia. Pero en el año 539 a. C.,
cuando vino por primera vez un ataque de oriente, Babilonia cayó.
Así va a ocurrir en los últimos días. Los “reyes”, que nunca habían
significado una amenaza para la seguridad de Babilonia, antes bien
la habían apoyado, son los que van a ocasionar su ruina (Apoc.
17:12,16).
El significado literal de estos eventos se aclara en el análisis del
próximo capítulo.

1 Del historiador griego Heródoto (1:189).


228 | V e n g o e n b r e v e

Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia y de la


boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas;
pues son espíritus de demonios que hacen señales, y van a los
reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlas a la batalla de
aquel gran día del Dios Todopoderoso (vers. 13,14).
Cuando se produjo la segunda plaga de Egipto, la tierra quedó
cubierta de ranas (Éxo. 8:6). Aparecían en las casas, en cada
recámara y hasta en la propia cama del rey. Cada silla donde se
querían sentar estaba cubierta de ranas. Hasta saltaban de los
hornos y de las artesas donde se amasaba el pan (Éxo. 8:2,3). Era
imposible transitar por los caminos sin pisar ranas. Y no hubo
defensa, porque entre más ranas mataban, más aparecían.2
Pero los dirigentes de la religión espiritista de Egipto no estaban
dispuestos a darse por vencidos fácilmente ante esta manifestación
del poder de Dios. Se presentaron ante el faraón y, con una
pomposa exhibición de hechizos y de palabras mágicas, hicieron
aparecer algunas ranas. Por un momento, el rey se dejó
impresionar y se convenció de que ellos también tenían poder; pero
no tardó en darse cuenta de la enorme ironía de lo que había
sucedido. Es que la tierra de Egipto se encontraba inundada de
ranas, y lo que habían hecho estos farsantes era producir más ranas.
Presurosamente el rey llamó a Moisés y a Aarón y les dijo: “Orad
a Jehová para que quite las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré ir
a tu pueblo para que ofrezca sacrificios a Jehová” (vers. 8).
Va a suceder como en las plagas de Egipto
Algo parecido ocurrirá en el tiempo de las plagas finales (16:13).
Satanás verá que las plagas lo están desenmascarando, que están
probando la falsedad de cada uno de los dioses de este siglo.
2 La plaga de las ranas era una burla de parte de Dios, porque los egipcios
adoraban las ranas. Pero Pablo aclara que aquellos también eran espíritus de
demonios (1 Cor. 10:20).
229 | V e n g o e n b r e v e

La ciencia moderna representa el dominio del hombre sobre el


medioambiente, y muchos depositan en ella su suprema confianza.
Millones están dispuestos a descartar enseguida las más claras
enseñanzas de la Biblia si la ciencia no las aprueba. Las plagas
mostrarán claramente la impotencia de la ciencia y de la sabiduría
humana que no toma en cuenta a Dios. Todos los esfuerzos de los
hombres más sabios no podrán detener las plagas ni aminorar
siquiera uno de sus efectos.
En los días de Noé, un mundo racionalista se reía de las ideas que
Noé predicaba acerca de un diluvio venidero.
De manera idéntica se ríen hoy, tomando la misericordia de Dios
por impotencia (2 Ped. 3:3-7). La religión moderna y el
racionalismo mantienen a millones tranquilos e indiferentes. Para
tales personas las primeras plagas van a producir un terrible
despertar. Cuando esto ocurra, el enemigo de nuestras almas se
espantará, comprendiendo que su causa está en peligro. Verá que
los “reyes” de la tierra, las autoridades que gobiernan las mentes y
sentimientos de millones, están a punto de descubrir la falsedad de
sus pretensiones. Así que, en su desesperación, hará lo que
hicieron los hechiceros egipcios cuando se vieron en la misma
situación. Se propondrá salvar su causa mostrando como evidencia
de su poder unos fenómenos sobrenaturales. A través de tres
agentes escogidos, a saber, el dragón, el falso profeta y la bestia
harán “señales” para engañar a los “reyes de la tierra”.
El dragón es el diablo y Satanás (Apoc. 12:9), y en su
manifestación religiosa este símbolo representa aquellas formas de
religión en las que la obra de Satanás se manifiesta de una manera
más abierta; o sea, a través del ocultismo y el espiritismo.
La bestia es la misma que vimos subir del mar en el capítulo 13, la
cual recibió en una de sus cabezas una herida mortal (vers. 3). En
otras palabras, la bestia representa a aquellos adeptos dentro de la
comunión romana que siguen ciegamente las tradiciones que les
230 | V e n g o e n b r e v e

han enseñado, sin escudriñar la Biblia para ver si estas cosas se


apartan o no de las enseñanzas de los apóstoles y de nuestro Señor
Jesucristo.
El falso profeta también representa una potencia religiosa, pues un
profeta por definición es un vocero de Dios, alguien que habla en
nombre de Dios. La expresión “falso profeta” nos hace recordar
las palabras: “Tienes nombre de que vives y estás muerto” (Apoc.
3:1). Estas palabras fueron aplicadas a aquellos protestantes que se
apartaron de los gloriosos principios de la reforma del siglo XVI.
Estas tres entidades —el espiritismo, el romanismo y el
protestantismo apóstata— se unirán, formando una triple alianza.
No necesariamente llegarán a establecer una sola organización,
pero se unirán en propósito. Se pondrán de acuerdo para defender
los puntos doctrinales que tienen en común. Se unirán también en
los pronunciamientos que salen de sus bocas. Ganarán el apoyo del
público y de las autoridades con prodigios espectaculares y con
innegables milagros. Al ver las señales, los “reyes de la tierra” no
dudarán en promulgar leyes y decretos opresivos, creyendo que de
esta manera pueden resolver la crisis.
Este esfuerzo será la culminación del movimiento profetizado por
el apóstol Pablo cuando dijo que, antes de la segunda venida de
Cristo, aparecerá “aquel inicuo [...] cuyo advenimiento es por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con
todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no
recibieron el amor de la verdad para ser salvos, por esto Dios les
envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tes. 2:8-
11).
La legislación perseguidora será presentada como una medida
necesaria para detener las plagas y salvar a la civilización. Pero de
la misma manera como los brujos de Egipto no lograron sino
empeorar la crisis con sus milagros mentirosos, asimismo lo único
que lograrán estos milagreros de los últimos días será aumentar las
231 | V e n g o e n b r e v e

calamidades. Estarán produciendo más ranas pero quedarán


impotentes para atenuar en lo más mínimo los efectos de las
plagas.
“Vengo como ladrón”
He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y
guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza
(vers. 15).
Ésta es la tercera de las siete bienaventuranzas del Apocalipsis.
Con ella podemos ver nuevamente el propósito moral de la
profecía (ver pág. 6). No es simplemente con el deseo de
asustarnos o de satisfacer nuestra curiosidad que el Señor ha
querido revelar los sucesos que pronto sobrevendrán a la tierra.
Quiere que velemos, que guardemos nuestras ropas y nos
preparemos para los eventos venideros.
La advertencia es apropiada, especialmente para los que vivimos
en los días de Laodicea, la iglesia de los que son pobres pero se
creen ricos, los que están enfermos pero se creen sanos, y no saben
que son desventurados, miserables, pobres, ciegos y desnudos
(3:17).
Cuando Cristo aparezca por segunda vez en las nubes del cielo, el
evento será marcado con gran estruendo, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios (1 Tes. 4:16). Su venida será como
relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente
(Mat. 24:27), y todo ojo le verá (Apoc. 1:7). Pero antes de la venida
visible de Cristo, habrá otro evento que se compara más con la
forma en que viene un ladrón, silencioso y desapercibido. Es el fin
de la gracia, o sea, del tiempo de oportunidad para buscar la
salvación.3

3 Ver comentarios acerca de Apocalipsis 15:8 en el capítulo anterior.


232 | V e n g o e n b r e v e

Muchos en los días de Noé habrían entrado gustosamente en el


arca cuando vieron que el mundo se llenaba de agua. Pero siete
días antes de que cayera la primera gota, la puerta del arca fue
cerrada por la mano de Dios (Gén. 7:10, 16). Este acto puso fin al
tiempo de gracia para aquella generación. Ya no podía entrar
ninguno de aquellos que durante ciento veinte años habían
despreciado las invitaciones de la misericordia divina.
En el momento cuando la puerta del arca se cerró, no ocurrió
ningún cambio en las condiciones atmosféricas. Los días
sucedieron uno tras otro. Cada mañana salía el sol tan refulgente
como antes. Las plazas de las grandes ciudades y los centros de
placer estaban colmados, mientras los hombres y las mujeres salían
cada quien a sus quehaceres, todos inadvertidos de que la mano de
Dios ya había escrito en el cielo la sentencia irrevocable de su
destino.
Así sucederá también en ocasión de la segunda venida. Cuando
aparezca “la señal del Hijo del Hombre en el cielo; entonces, se
lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre
viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mat.
24:30). Entonces sí, cualquiera estaría dispuesto a aceptar el
evangelio, pero será demasiado tarde, porque antes de venir con
gran estruendo, Cristo viene como ladrón. Sale del santuario
celestial, y así pone fin a su intercesión ante el Padre. Con esto
queda sellado el destino de todos los seres humanos delante de
Dios.
El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz
del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces
hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un
terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres
han estado sobre la tierra. Y la gran ciudad fue dividida en tres
partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia
vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del
ardor de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados.
233 | V e n g o e n b r e v e

Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del
peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la
plaga de granizo; porque su plaga fue sobremanera grande (vers.
17-21).
La caída de Babilonia es producida por “la Batalla del
Armagedón”. Todas las plagas anteriores constituyen el
preámbulo y la preparación para este evento. Uno de los propósitos
de las plagas es el de precipitar su desenlace.
El capítulo 17 es una explicación y ampliación de la caída de
Babilonia. En el comentario sobre ese capítulo volveremos a
recordar los detalles de la séptima plaga y comprenderemos más
acerca de su significado a la luz de los eventos allí revelados.
234 | V e n g o e n b r e v e
235 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DIECISIETE: La bestia y la


ramera

Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas,
y habló conmigo diciéndome: “Ven acá, y te mostraré la sentencia
contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas;
con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores
de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación”
(vers. 1, 2).
Con estas palabras se establecen las bases para el tema que se va a
presentar a continuación. El tema del capítulo 17 es la “sentencia
contra la gran ramera”, y el nombre de la ramera es “Babilonia”
(vers. 5). En otras palabras, el tema de este capítulo es la caída de
Babilonia. Se trata, pues, de una explicación adicional de lo que
vimos en los últimos versículos del capítulo anterior.
Y me llevó en el Espíritu al desierto; y vi a una mujer sentada sobre
una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete
cabezas y diez cuernos (vers. 3).
¿Siete cabezas y diez cuernos? Parece algo conocido, ¿verdad?
Recordamos en seguida que la misma configuración apareció por
primera vez en el capítulo 12. Ahí también encontramos siete
cabezas y diez cuernos, y sobre las siete cabezas había siete
coronas. Siendo que las cabezas representan la ciudad literal de
Roma (Apoc. 17:9), el hecho de que el dragón trae coronas en sus
cabezas significa que aquella visión se inició mostrándonos
eventos que iban a ocurrir cuando la Roma imperial gobernaba el
mundo.
La misma figura apareció de nuevo en el capítulo 13, pero con la
diferencia de que traía las coronas en los cuernos. Los cuernos
representan los fragmentos que resultaron cuando cayó el Imperio
Romano en los siglos V y VI (Dan. 7:24). De esta manera, pudimos
236 | V e n g o e n b r e v e

entender que el capítulo 13 señala eventos que empezarían a


acontecer en el tiempo de los reinos divididos, o sea en el siglo V.
La bestia sin coronas
Al recordar estos detalles de las profecías anteriores, es natural que
miremos muy de cerca a esta bestia del capítulo 17 con el deseo de
saber en qué lugar tiene las coronas. Pero, no... ¡no aparecen
coronas en ninguna parte! Y nos preguntamos, ¿por qué?
Otra observación interesante sale a la luz cuando empezamos a
comparar las tres profecías: el drama del capítulo 12 comienza con
la época de la Roma imperial y va hasta el tiempo de la Roma
cristiana. El capítulo 13 comienza con el tiempo de la Roma papal
y de ahí nos lleva hasta una tercera época cuando la iglesia iba a
caer en una agonía de muerte, mientras los Estados Unidos, en la
figura de una bestia que sale de le tierra, dominarán el escenario
político.
En otras palabras, el capítulo 13 empieza con la segunda época del
capítulo 12, y va un paso más adelante. Debemos preguntar, por lo
tanto, lógicamente, si esta profecía, siguiendo el mismo patrón, no
comenzará con la segunda época del capítulo 13, o sea con el
tiempo de la “herida mortal”, cuando la Iglesia ha caído
temporalmente del poder político. De ser así, tendríamos la
explicación de la falta de coronas. Significaría que la bestia no
tiene coronas porque la entidad que ella representa está despojada
temporalmente de poder. Veremos en seguida que hay algunos
otros elementos de la profecía que confirman esta interpretación.
Una mujer llamada “Babilonia”
Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de
oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz
de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su
fornicación; y en su frente un nombre escrito, un misterio:
BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y DE
237 | V e n g o e n b r e v e

LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. Vi a la mujer ebria de la


sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y
cuando la vi, quedé asombrado con gran asombro (vers. 4-6).
El nombre de la ramera es “Babilonia”, y el uso de esta palabra
aquí es una alusión histórica. Se refiere a la potencia del mismo
nombre que persiguió al pueblo de Dios en tiempos del profeta
Daniel. Se refiere, además, a Babel, la antigua torre y ciudad que
se construyó cuando los humanos formaron una alianza para luchar
contra Dios (Gén. 11:1-9). Aquí Babilonia es la triple alianza de
potestades que van a unir sus fuerzas en los últimos días para
luchar contra Dios y su pueblo (16:13). De la misma manera como
sucedió en el tiempo de la antigua Babel, el Señor destruirá esta
alianza moderna, sembrando confusión entre los aliados de modo
que empiezan a atacarse mutuamente.
Se dice que los reyes de la tierra han fornicado con Babilonia (vers.
1, 2). Se refiere a la unión ilícita entre los gobernantes o
autoridades civiles y las iglesias populares para repetir las
persecuciones de los siglos pasados (Apoc. 17:2; 18:9). Por esto el
profeta vio a la mujer ebria con la sangre de los mártires (vers. 5).
En el capítulo 12, vimos que la iglesia de Cristo en la tierra también
está simbolizada por una mujer, pero es una mujer pura, vestida
con la gloria de Dios (Apoc. 12:1). Siendo que los ropajes
representan la justicia (Apoc. 19:18), este simbolismo significa
que la iglesia se adorna con la belleza del carácter divino (Apoc.
3:4; 15:16; 19:8). La perfección que la ampara es la de Cristo, “el
sol de justicia” (Mal. 4:2), “el cual nos ha sido hecho por Dios
sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30).
La ramera, en cambio, viste púrpura y escarlata, el color de los
reyes (Mar. 15:17-20), y todos sus ropajes son de confección
humana. La entidad que ella representa se apoya en la autoridad
civil y se cubre de la justicia de las obras humanas.
238 | V e n g o e n b r e v e

La bestia que era y no es


Y el ángel me dijo: ¿Por qué te asombras? Yo te diré el misterio
de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas
y los diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para
subir del abismo e ir a perdición; y los moradores de la tierra,
aquellos cuyos nombres no están escritos desde la fundación del
mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia que
era y no es, y será (vers. 7, 8).
En este pasaje se establece tanto la identidad de la bestia como
también el tiempo histórico en que la estamos contemplando, pues
estas palabras nos recuerdan en seguida a la bestia de Apocalipsis
13, la que ejerció dominio durante 1,260 años, luego fue herida de
muerte, pero su herida mortal fue sanada, y “se maravilló toda la
tierra en pos de la bestia” (13:3). Aquí en el capítulo 17 se nos dice
que la bestia era; en el momento contemplado en esta profecía, ya
no es; pero pronto volverá a surgir; y cuando haya surgido, “los
moradores de la tierra [...] se asombrarán viendo a la bestia que era
y no es y será”. Se trata, pues, de la misma entidad representada en
el capítulo 13. El paralelismo está claro: la bestia “era”, cuando
ejerció dominio durante 1,260 años. “No es”, porque la estamos
viendo en el momento de su “herida mortal” cuando ha caído del
poder. “Será”, porque en el futuro su herida será sanada. Cuando
esto haya ocurrido, la bestia volverá a disfrutar por un breve
tiempo, de la antigua autoridad y prestigio que tenía años atrás.
Las siete cabezas
Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son
siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes.
Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y
cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que
era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la
perdición (vers. 9-11).
239 | V e n g o e n b r e v e

He aquí un enigma muy interesante.


Dice que las siete cabezas tienen dos significados: son” siete
montes”; una pista para identificar a la bestia con Roma. Aparte de
eso, las cabezas son siete “reyes” o potencias que ascienden
sucesivamente una tras otra. Dice, además, que la bestia [Roma]
es una de las siete. En el momento histórico cuando la estamos
viendo, la bestia [Roma] ya “no es”.
Cinco de los siete reyes ya pasaron a la historia. El que está en el
poder es el sexto. El séptimo no tardará en llegar, pero cuando
llegue, no será como los anteriores, porque sólo durará “breve
tiempo”, y después la bestia [Roma] se repetirá como si fuera una
octava
Descifrando el misterio
No es la primera vez que la profecía señala una sucesión de
imperios. El profeta Daniel menciona una serie de cinco: 1.
Babilonia (un león), 2. Medopersia (un oso), 3. Grecia (un
leopardo), 4. la Roma política (una bestia espantosa) y después, 5.
la Iglesia Romana (un cuerno pequeño).
La bestia que salió del mar en Apocalipsis 13 tenía en su cuerpo
características de león, de oso y de leopardo. Es una pista para
hacernos entender que la profecía de Apocalipsis 13 está ligada
estrechamente a la de Daniel 7. Esta bestia persigue y blasfema
durante 42 meses. Es la misma actuación y el mismo tiempo de
duración del cuerno pequeño de Daniel 7. Con esto se aclara que
la bestia que saló del mar es igual a la quinta de las potencias
mencionadas en Daniel 7, o sea, no es la Roma política sino la
Iglesia Romana.
Después en Apocalipsis 13 aparece otra bestia más. Obviamente
con esto se agrega un sexto eslabón a la misma cadena. Esta bestia,
sucesora de la Iglesia Romana, es los Estados Unidos que asciende
precisamente en el tiempo de la herida mortal.
240 | V e n g o e n b r e v e

Relacionando esta serie de bestias/potencias con las siete cabezas


/potencias de Apocalipsis 17, podemos ver que concuerda
perfectamente. Las primeras cinco cabezas son las mismas
potencias que aparecen en Daniel 7: Babilonia, Medo-Persia,
Grecia, la Roma política, y la Iglesia Romana. En el momento
cuando la estamos contemplando aquí, la Iglesia Romana “no es”
porque ha sufrido una “herida mortal”. Mientras tanto, ha
ascendido la sexta potencia, que representa los Estados Unidos.
Dice la profecía: “Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún
no ha venido”. Y, ¿cuál será el séptimo “rey”, el que va a imponer
su voluntad sobre los Estados Unidos? Nuevamente, no tenemos
que buscar la respuesta en nuestra propia imaginación, porque está
especificada en las mismas profecías del Apocalipsis. La séptima
potencia ante quien Estados Unidos cede su poder no será Rusia,
ni China, ni los países árabes, sino una “triple alianza” de poderes
político-religiosos. Recordemos que la profecía dice que ésta va a
ser diferente de las anteriores, y sólo durará “poco tiempo”.
El siguiente esquema sirve para clarificar esta correspondencia:
241 | V e n g o e n b r e v e

¿Qué hará la triple alianza?


Tal como vimos en el capítulo anterior, las plagas producirán la
peor crisis en la historia de la humanidad. Ante esta situación, la
gente clamará cada quien a sus dioses. Los más seculares, buscarán
soluciones en la ciencia, el dinero, la política y el poderío militar.
Otros volverán a los “dioses” de la falsa religión, pero por ninguna
parte hallarán soluciones. Apenas pasa un azote, cae otro peor.
Esta situación producirá un terrible despertar entre las multitudes.
Empezarán a comprender que los “dioses” en que han confiado no
los pueden salvar.
Desesperados por salvar su posición, los dirigentes emiten unas
“ranas” como las que produjeron los falsos profetas en Egipto
(Éxo. 8:1-8). La profecía dice que éstas, en realidad, “son espíritus
de demonios que hacen señales” (Apoc. 16:13). Detrás de este
movimiento está el poder milagroso del espiritismo.
Encabezada por el falso profeta (19:20), o sea por aquellos
elementos del protestantismo que se han apartado de importantes
verdades de la Palabra de Dios, la triple alianza realizará grandes
milagros para convencer a la gente de que sus pronunciamientos
son verdad. Inclusive, “hace descender fuego del cielo a la tierra
delante de los hombres” (13:13-16; 16:14).
Tal como observamos en el capítulo 13, es una alusión al
enfrentamiento entre Elías y los profetas de Baal en el Monte
Carmelo. En aquella ocasión los falsos profetas procuraron bajar
fuego del cielo, pero Dios no se lo permitió (1 Rey. 18:20-40). En
la última crisis sí lo van a lograr. Esto significa que los milagros
mentirosos de los últimos días serán los más poderosos de la
historia. Cristo mismo dijo que “harán grandes señales y prodigios,
de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”
(Mat. 24:24).
242 | V e n g o e n b r e v e

Los milagros de que hablamos serán reales e innegables. Los que


no estudian la Biblia sino que basan su fe en evidencias de un
carácter sensacional serán arrastrados por ellos. Junto con esta
clase de personas serán engañados los racionalistas, porque éstos
insisten en que sus creencias están basadas en lo que pueden ver
con sus ojos y medir con sus instrumentos científicos. Cuando
éstos se encuentran frente a evidencias que sí pueden ver, que no
pueden negar, caerán fácilmente víctimas del engaño.
¿Por qué va a permitir el Señor un engaño como ningún otro en
toda la historia pasada? El apóstol Pablo revela la razón. Escribe
acerca de “los que no recibieron el amor de la verdad para ser
salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean
la mentira, […] todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la iniquidad” (2 Tes. 2:9-12). “El amor a la
verdad”: ¡cuán importante característica es ésta! Sólo los que aman
la verdad, los que la estiman más que la vida misma, van a salir
airosos en este conflicto de vida o muerte. Sólo los que están
fortificando diariamente su fe y su intelecto mediante el estudio de
la Palabra de Dios, podrán resistir los engaños que el enemigo
arrojará contra ellos en los últimos días (ver CS 651).
¿Qué harán los “diez reyes”?
Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han
recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes
juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y
entregarán su poder y su autoridad a la bestia (vers. 12, 13).
Los “diez reyes” representan a las autoridades civiles que estarán
gobernando en el tiempo de la triple alianza, porque dice el texto
que “recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia”. 1
1 Casi todos los símbolos de Apoc. 14-17 tienen más de un significado. Las siete cabezas
son siete montes, y en este sentido representan al Imperio Romano. Pero también son siete
reyes que ocupan sucesivamente el trono del dominio mundial (vers. 9,10). De igual
manera, los diez cuernos simbolizan los fragmentos que resultaron cuando terminó el
Imperio Romano (Dan. 7:24), y también las autoridades civiles del futuro.
243 | V e n g o e n b r e v e

Éstos, engañados por los milagros de las “ranas”, “tienen un


mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia”.
Ya que la ciencia no ha podido hacer nada, ellos vuelven
afanosamente para buscar soluciones en la religión popular, y la
encuentran en la triple alianza. La “solución” sugerida por la
alianza y llevada a cabo por los reyes consiste en leyes y decretos
ordenando a todo el mundo a adorar a la bestia y a su imagen
(Apoc. 13:14-17).
La destrucción de Babilonia
Pelearán contra el Cordero y el Cordero los vencerá, porque él es
Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son
llamados y elegidos y fieles. Me dijo también: Las muchas aguas
que has visto donde la ramera se sienta, son pueblos,
muchedumbres, naciones y lenguas. Y los diez cuernos que viste
en la bestia, éstos aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada
y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego (vers.
14-16).
Los eventos descritos aquí son los mismos representados bajo el
simbolismo de la séptima plaga, donde dice que “la gran Babilonia
vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del
ardor de su ira” (Apoc. 16:19). Aquí se describe la destrucción de
la ramera cuyo nombre es Babilonia. Al estudiar estos versículos
junto con la séptima plaga, entenderemos mejor cómo vendrá esa
destrucción.
El primer evento mencionado es que los diez reyes “pelearán
contra el Cordero”. Ya hemos visto la manera en que lo hacen,
promulgando leyes que desafían la autoridad del Cordero y
lanzando, finalmente, un decreto de muerte contra su pueblo
(Apoc. 13:15).
Pero “el Cordero los vencerá”. A la hora señalada para llevar a
cabo el decreto de muerte, se escuchará “una gran voz del templo
244 | V e n g o e n b r e v e

del cielo, del trono diciendo: ‘Hecho está’” (Apoc. 16:17). Al


sonido de esta voz, habrá “un gran temblor de tierra, un terremoto
tan grande cual no lo hubo jamás desde que los hombres han esta-
do sobre la tierra, [...] y toda isla huyó, y los montes no fueron
hallados” (Apoc. 16:18-20).
Los que han sentido alguna vez la violencia de un terremoto saben
lo pequeño e impotente que es el ser humano cuando se tambalean
los cimientos de la tierra. Y el movimiento sísmico profetizado
aquí es de una magnitud tal que la misma configuración de la tierra
será transformada: “Toda isla huyó y los montes no fueron
hallados”. Es fácil comprender por qué razón los malvados quedan
paralizados de terror y se detienen en su misión de muerte contra
el pueblo de Dios, y por qué se dan por vencidos sin más
resistencia.
El siguiente acto en el drama es la destrucción de Babilonia. Toda
la indignación de los reyes [los dirigentes civiles] y de las masas
se vuelca ahora contra la ramera por-que ella fue la que los engañó.
Ella —los dirigentes de la triple alianza— produjo las grandes
señales y los prodigios mentirosos para convencer a los moradores
de la tierra que adorasen a la bestia y a su imagen, y que to-masen
la decisión fatal de recibir su marca, su número o su nombre.
Por supuesto, el pueblo también formaba parte de Babilonia, pero
las multitudes no están dispuestas de ninguna manera a aceptar la
responsabilidad de sus propias acciones. Ellos mismos mostraron
una voluntad terca al no aceptar la verdad de Dios y despreciar la
luz que inundaba la tierra con el mensaje del cuarto ángel (18:1-
5). Pero ahora, en su desesperación, buscan a quien culpar y se
vuelven contra Babilonia, dirigiendo su ira especial-mente contra
los líderes de la triple alianza.
Los dirigentes religiosos habían ejercido dominio sobre las aguas
de Babilonia, o sea sobre las multitudes (Apoc. 17:1,15). Pero
ahora, definitivamente, las aguas del río se les han secado, y las
245 | V e n g o e n b r e v e

multitudes se vuelven contra ellos en furioso ataque (Apoc. 16:12;


17:15,16; 19:20). Es terrible la ira del pueblo contra los falsos
maestros, y lo que sigue es una escena de venganza y
derramamiento de sangre. “Aborrecerán a la ramera, y la dejarán
desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y la quemarán con
fuego” (17:16).
El profeta Ezequiel contempló en visión una representación de esta
misma escena y dice que la destrucción comenzó con “los ancianos
que estaban delante del templo”, o sea con los dirigentes religiosos,
y después continuó hasta alcanzar a todos (Eze. 9:6).
El profeta Jeremías escribió: “Aullad, pastores y clamad; revolcaos
en el polvo, mayorales del rebaño; porque cumplidos son vuestros
días para que seáis degollados y esparcidos, y caeréis como vaso
precioso. [...] ¡Voz de la gritería de los pastores, y aullido de los
mayorales del rábano! porque Jehová asoló sus pastos” (Jer. 25:34,
36).
¡Armagedón!
Y hasta el mismo nombre de la batalla refleja este significado.
“Armagedón”, en hebreo significa “Monte de Meguido”. Algunos
estudiosos han quedado perplejos por este nombre, pues el antiguo
Meguido no era un monte sino una ciudad en el Valle de Jezreel.
Pero un estudio de la geografía del lugar devela el misterio, pues
Meguido sí tenía su monte: era el Monte Carmelo que es una
montaña larga, casi una cordillera, visible desde Meguido. El
torrente de Cisón, que pasa cerca de la ciudad, es llamado en la
Biblia “las aguas de Meguido” (Juec. 5:19, 21), y de la misma
manera el Monte Carmelo constituye el Monte de Meguido. Así
que la batalla del Armagedón es la batalla del Monte Carmelo.
Con esto, se aclara el significado del nombre “Armagedón”, pues
una gran bata-lla física y espiritual se libró precisamente en el
Monte Carmelo. Después de largos años de apostasía y ruina
246 | V e n g o e n b r e v e

acarreadas por el falso sistema de adoración que introdujo Jezabel,


Elías citó al pueblo para que acudiera al Monte Carmelo y dijo:
“¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si
Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él”.
Era clara la elección que les tocaba hacer, pero la Biblia registra
que “el pueblo no respondió palabra”.
Acto seguido Elías construyó dos altares: uno para Baal y otro para
Jehová, y dijo: “El dios que respondiere por medio de fuego, ese
sea Dios. Y todo el pueblo respondió: Bien dicho” (1 Rey. 18:21,
22).
El Señor respondió a la oración del profeta, y descendió fuego del
cielo para consumir el sacrificio que Elías había colocado sobre el
altar. Con eso, se produjo un tremendo despertar entre el pueblo.
Lo que ocurrió después de eso es muy significativo: el pueblo se
volvió furioso contra los dirigentes religiosos que lo habían
engañado. Los persiguieron, y siguió una escena terrible de
venganza y retribución (vers. 40).
Lo que sucedió en esa primera batalla del “monte de Meguido”
representa lo que ocurrirá en los últimos días tal como hemos
notado arriba. De esta manera vemos que hasta el nombre dado a
la última batalla en el libro de Apocalipsis indica que la
destrucción empezará con los falsos dirigentes religiosos.
La destrucción continúa
Pero, según la misma profecía, la obra de destrucción no estará
limitada a los dirigentes. Después de la caída de Babilonia, “las
ciudades de las naciones cayeron” (Apoc. 16:19). Asimismo, en la
profecía de Ezequiel, después de la matanza de los “ancianos”,
empezaron a caer “viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres”
(Eze. 9:6). A lo ancho y largo de la tierra se esparce la obra de
destrucción. “Y acontecerá en aquel día que habrá entre ellos gran
pánico enviado por Jehová; y trabará cada uno de la mano de su
247 | V e n g o e n b r e v e

compañero, y levantará la mano contra la mano de su compañero”


(Zac. 14:13).
Este aspecto del conflicto es señalado también por el profeta Joel
a través de otra alusión histórica: dice Joel que el conflicto final va
a ocurrir en el “valle de Josafat” (Joel 3:2). Se refiere a una batalla
histórica que tuvo lugar cuando una triple alianza de naciones
enemigas atacó al pueblo de Dios en los días del rey Josafat. En
dicha ocasión, el Señor salvó a su pueblo, confundiendo a los
enemigos y moviendo a los miembros de la alianza a atacarse entre
sí (2 Crón. 20:1-24).
Esto sucederá en el tiempo final cuando las gentes, después de
atacar a los dirigentes religiosos, empiecen a culparse unos a otros
de haberlos engañado. Padres e hijos se vuelven unos contra otros;
hermanos y amigos se acusan. Ya nada detiene la violencia y la
mortandad, y los enemigos de Dios se entregan de lleno a una obra
de destrucción mutua.
“He aquí que el mal irá de nación en nación, y grande tempestad
se levantará de los fines de la tierra. Y yacerán los muertos de
Jehová en aquel día desde un extremo de la tierra hasta el otro; no
se endecharán ni se recogerán ni serán enterrados” (Jer. 25:32,33).
Tal como sucedió con la antigua torre de Babel, el Señor destruyó
la alianza y frustró el propósito de sus enemigos poniéndolos a
pelear los unos contra los otros (Gén. 11:7,8).
Esta destrucción mutua de los enemigos de Dios está señalada en
la profecía de la séptima plaga cuando dice que “la gran ciudad
Babilonia fue dividida en tres partes” (Apoc. 16:19). “Babilonia”
es la triple alianza, y las “tres partes” son sus integrantes. Se
dividen cuando empiezan a culparse y atacarse unos a otros.
En resumen, a través de tres alusiones históricas aprendemos cómo
sucederá la batalla final, la Batalla de Armagedón.
248 | V e n g o e n b r e v e

(1) Tal como ocurrió en el “Valle de Josafat”, el pueblo de Dios


no saldrá a pelear contra sus enemigos, sino que los mismos
enemigos se destruirán mutuamente. (2) Así como sucedió en el
antiguo “Armagedón” o Monte de Meguido, el Señor intervendrá
desde el cielo para vindicar su nombre y salvar a su pueblo.
Entonces el pueblo se volcará contra los engañadores y los
destruirán.
(3) Como en la caída de Babilonia antigua, el Señor tomará las
aguas de Babilonia que simbolizan, en este caso, el apoyo popular
y las convierte en la causa de su destrucción. Cuando las
multitudes comprenden que lo han perdido todo, “aborrecerán a la
ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes, y
la quemarán con fuego” (Apoc. 17:16).
249 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DIECIOCHO: La última


oportunidad

Después de esto vi a otro ángel descender del cielo con gran


poder; y la tierra fue alumbra-da con su gloria. Y clamó con voz
potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha
hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo,
y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. Porque todas las
naciones han bebido del vino del furor de su fornicación; y los
reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la
tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites (vers. 1-
3).
¡Otro ángel!, y trae un mensaje más en la cadena de
amonestaciones finales para el mundo que pronto tendrá que sentir
la ira de Dios.
El mensaje más urgente
En el capítulo catorce oímos tres mensajes que vinieron uno tras
otro para advertir a los moradores de la tierra acerca los eventos
finales y las espantosas consecuencias de mantenerse de parte de
Satanás. Este cuarto ángel del capítulo dieciocho viene con un
mensaje que repite parte de las advertencias anteriores, pero con
una diferencia: los primeros tres mensajeros volaban en medio del
cielo y clamaban “a gran voz” para alcanzar a los habitantes de la
tierra (Apoc. 14:6-12). Pero la urgencia de éste es todavía mayor.
El profeta lo ve descender directamente del cielo, y la tierra queda
alumbrada de su gloria (vers. 1).
La llegada de este cuarto ángel señala una fase, aún futura, de la
última amonestación de Dios al mundo.
En la predicación de Noé antes del diluvio, se nota algo parecido:
durante 120 años Noé anunció el diluvio. Con palabras, y aún más
250 | V e n g o e n b r e v e

con sus acciones, advertía y amonestaba a la gente acerca de los


eventos venideros. Pero el tiempo se alargó y parecía demorarse el
cumplimiento de la profecía. Muchos de los que la habían
escuchado y algunos de los que habían creído en ella bajaron al
sepulcro sin verla hecha una realidad.
Pero las promesas de Dios, aun cuando se demoran, siempre se
cumplen, y llegó finalmente el día cuando Noé depuso el martillo
porque el trabajo había concluido. Los que vinieron aquel día para
burlarse, los curiosos y los ociosos, junto con algunos que estaban
interesados y casi decididos, no sabían que escuchaban por última
vez la voz del anciano profeta. Con lágrimas y con un profundo
sentido de urgencia, Noé una vez más los invitó a entrar con él en
el único refugio que los podía salvar.
Pero en aquella ocasión, su predicación no fue como todas las
demás, porque su testimonio fue confirmado con una
manifestación de poder sobrenatural. De todas partes empezaron a
llegar animales. Caminando en solemne desfile, guiados por
manos invisibles, venían de dos en dos y de siete en siete, para
entrar en el refugio. De pronto las burlas se acallaron, y más de un
rostro palideció, mientras el Espíritu Santo impresionaba
poderosamente los corazones con la verdad de las pa-labras del
predicador.
Entonces, Noé, habiendo acabado su mensaje, entró con su familia
en el arca. Acto seguido, aquella pesada puerta que tenía tres pisos
de altura, y que pesaba muchas toneladas, empezó a moverse sobre
sus goznes. Y ninguno de toda aquella generación que la vio
cerrarse volvió a verla abierta (Gén. 7:1-20).
Las dos fases del mensaje
Así también, la última amonestación de Dios al mundo tendrá dos
fases. La primera, simbolizada por los mensajes de los tres ángeles
del capítulo 14, ya empezó. Durante más de 120 años, ha resonado
251 | V e n g o e n b r e v e

en todas partes. La segunda y última fase, simbolizada por este


mensaje del cuarto ángel, empezará pronto. Vendrá con una
urgencia aún mayor que la primera y será acompañada de poder
espiritual, tanto que la tierra quedará inundada de luz (vers. 1).
Entonces se cumplirá la profecía de Isaías 11:9: “La tierra será
llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”.
El segundo ángel del capítulo 14 anuncia la caída de Babilonia
(14:8). Éste repite su anuncio, pero con palabras aún más urgentes:
“Ha caído, ha caído la Gran Babilonia, y se ha hecho habitación de
demonios y guarida de todo espíritu inmundo y albergue de toda
ave inmunda y aborrecible” (18:2). Estos términos se refieren a
males adicionales que han entrado en las iglesias populares desde
el año 1844, cuando empezó a sonar la voz del segundo ángel.
Denuncian especialmente la infiltración del espiritismo y el
ocultismo bajo sus variados disfraces.
Una confirmación sobrenatural
La advertencia final de Noé fue confirmada con un poder
sobrenatural. De la misma manera, la última proclamación de este
mensaje final será acompañada de un derramamiento del Espíritu
Santo que será el más extraordinario de la historia y se verán
grandes señales y prodigios.
Cuando Moisés y Aarón se presentaron ante el rey de Egipto con
un mensaje de parte de Dios, los dirigentes de la religión popular
produjeron unos aparentes milagros con el propósito de mantener
engañado al Faraón. Pero el Señor no dejó al rey egipcio sin un
poderoso testimonio de la verdad. Cuando los hechiceros
espiritistas arrojaron cada uno su vara al piso, éstas parecían
convertirse en serpientes. Entonces, la vara de Aarón, convertida
también en una serpiente, devoró las varas de los magos (Éxo.
7:10-12).
252 | V e n g o e n b r e v e

De la misma manera, el espiritismo de los últimos días producirá


milagros para engañar a los “reyes” y conducirlos hacia la
catástrofe final (Apoc. 13:13; 16:12-14), pero Dios tendrá un
testimonio aún más poderoso para los gobernantes. Bajo el
derramamiento del Espíritu Santo profetizado en estos versículos
de Apocalipsis 18, se realizarán milagros que ningún poder
satánico puede imitar, y la invitación del Cielo se escuchará por
todas partes.
“Salid de ella, pueblo mío”
Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para
que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus
plagas (vers. 4).
Desde que las iglesias populares rechazaron el mensaje del primer
ángel, se encuentran “caídas” en el sentido de que han dejado de
ser los canales designados por el Cielo para transmitir un mensaje
especial para este tiempo. Pero, de ninguna manera el Señor ha
retirado de ellas sus bendiciones. Tiene para sus ovejas un solo
redil; y sin embargo, dice: “Tengo otras ovejas que no son de este
redil” (Juan 10:16). Esto quiere decir que reconoce como suyas a
las almas sinceras que están en otras comunidades religiosas del
mundo y algunas que no están en ninguna. Con tierno amor, se
manifiesta en sus vidas y las bendice.
Sin embargo, no es su propósito dejarlas donde están. “Aquéllas
también debo traer —dice— y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y
un pastor” (Juan 10:16).
La lluvia tardía
Esta profecía de Jesús acerca del llamamiento de las “otras ovejas”
ya empezó a cumplirse. De hecho, se ha venido cumpliendo en
todas las épocas, pero tendrá su fase final bajo la predicación del
cuarto ángel.
253 | V e n g o e n b r e v e

Bajo la urgente invitación de los primeros tres ángeles que empezó


en el año 1844, millones han oído el mensaje y lo han aceptado.
Sin embargo, en la última etapa, simbolizada por el mensaje del
cuarto ángel, será mucho mayor el número de los que escucharán
y harán caso a su voz.
El ángel dice: “Salid de ella, pueblo mío”, y su invitación es
acompañada de un derramamiento sin paralelo del Espíritu Santo,
llamado por los profetas, “la lluvia tardía” (Zac. 10:1). La
llamaban así para compararla con el derramamiento del Espíritu en
la iglesia primitiva, que es llamado la “lluvia temprana”.
Todos tendrán que decidirse
En la actualidad, muchas personas no se deciden ni a favor ni en
contra de la verdad, pero entonces no será así. Todo el mundo se
va a colocar o dentro o fuera del redil. Aun los que no quisieran,
tendrán que definirse. El error se presentará con una fuerza y
exigencia nunca antes visto. Vendrán filosofías y vanas sutilezas
(Col. 2:8). Por todas partes, se levantarán “falsos cristos y falsos
profetas [que] harán grandes señales y prodigios, de tal manera que
engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mat. 24:24;
compárese con Apoc. 13:13). Y para los que, a pesar de ello, no se
dejen engañar, vendrán leyes y decretos que exigirán desobedecer
la ley de Dios o morir.
Y mientras todo esto suceda, Dios hablará a través de sus hijos,
pronunciando la última amonestación. Bajo esta situación, el
mundo entero estará consciente de las alternativas, y todos tomarán
una decisión. Entonces, se cumplirá la profecía de Cristo acerca de
las “otras ovejas”, las que hoy por hoy están fuera de su redil.
“Aquéllas también me conviene traer —dijo—, y oirán mi voz; y
habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:16).
254 | V e n g o e n b r e v e

Lamentaciones por Babilonia


Para que nadie permanezca por más tiempo con dudas acerca del
carácter de los eventos predichos, el resto del capítulo 18 emplea
un lenguaje claro, usando muchas figuras para ilustrar lo terrible
que será la caída de Babilonia y cuán grande será la lamentación
de aquellos que tomen la decisión fatal de permanecer fuera del
único refugio que Dios ha preparado para su pueblo en estos
últimos días.
255 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO DIECINUEVE: Rey de reyes y


Señor de señores

Después de esto oí una gran voz de gran multitud en el cielo, que


decía: ¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor,
Dios nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha
juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su
fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de
ella (vers. 1, 2).
En el capítulo 18 oímos las lamentaciones de los que lo han
perdido todo al entregar su lealtad a la gran ramera Babilonia. Las
primeras palabras registradas en el capítulo 19 forman la
contraparte de dicha lamentación. Son expresiones de júbilo y
regocijo, himnos de alabanza por parte de los que echaron su suerte
con Dios.
¿Por qué canta el pueblo?
Y ¿por qué está alabando a Dios esta multitud en el cielo? Porque
“sus juicios son verdaderos y justos”. Acaban de ver el castigo de
la gran ramera; pero, lejos de lamentar y culpar a Dios, lo alaban,
diciendo: “¡Aleluya! [...] porque sus juicios son verdaderos y
justos; pues ha juzgado a la gran ramera [...] y ha vengado la sangre
de sus siervos de la mano de ella”. Con esto confirmamos que, para
ellos se ha realizado el propósito del juicio, y no dudan ellos la
perfecta justicia de Dios en lo que ha hecho.
En el capítulo 12 observamos que, a fin de lograr su propósito de
persuasión, Dios no sólo demoró el castigo de los rebeldes; sino
que, inclusive, apartó por un tiempo la mano, permitiendo que
Satanás ejerciera cierta clase de dominio hasta el día cuando los
seres creados pudiéramos entender mejor la verdad y la justicia de
su causa. Aquí en el capítulo 19 contemplamos el momento cuando
256 | V e n g o e n b r e v e

este propósito se habrá logrado. Es al final del juicio cuando Cristo


recibe nuevamente el dominio usurpado (Dan. 7:13).
Para el que está en Cristo, la vida eterna ya empezó (Juan 6:54);
pero, en este tiempo de espera, no la podemos disfrutar a plenitud.
Ya somos hijos de Dios, pero “aún no se ha manifestado lo que
hemos de ser” (1 Juan 3:2). La muerte es una enemiga vencida,
pero esto corruptible todavía no se ha vestido de incorrupción, ni
esto mortal de inmortalidad (1 Cor. 15:54).
Pero muy pronto la larga demora terminará, y Cristo volverá como
Rey de reyes y Señor de señores (vers. 16). Rescatará a su pueblo
y acabará para siempre con el pecado y los pecadores.
Invitación a las bodas
Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado
las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le
ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente;
porque el lino fino es las acciones justas de los santos (vers. 7, 8).
¡Muy hermoso es este anuncio!: “Han llegado las bodas del
Cordero y su esposa se ha preparado” (compárese con Mat. 22:1-
14). Y ¿en qué consiste la preparación de la esposa? Se ha vestido
de lino fino, de “las acciones justas de los san-tos” (ver también
Efe. 5:25-32; 1 Juan 3:2,3; Apoc. 3:5,18; 19:14).
En esto se destaca la maravillosa paradoja de Dios: es el momento
cuando el mal ha llegado a su punto culminante, cuando el Espíritu
Santo se ha apartado para ya no llamar más a los pecadores, cuando
todas las diversas artimañas tramadas durante siglos por el
enemigo han alcanzado su punto de convergencia; y es
precisamente en este momento cuando triunfa el bien. Así como lo
había hecho en la cruz, Cristo arrebata la victoria de las fauces del
enemigo y, con gran regocijo, presenta ante el universo a su novia
que es la iglesia (ver Efe. 3:10; Jud. 1:24).
257 | V e n g o e n b r e v e

Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados


a la cena de bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras
verdaderas de Dios (vers. 9).
Ésta es la cuarta de las siete bienaventuranzas del Apocalipsis.
Se nota una vez más que el sistema de valores del cielo es todo lo
contrario del sistema de este mundo. “El dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos” (2 Cor. 4:4). Para ellos, los
seguidores del Cordero son desgraciados y despreciables; pero, a
la luz de los valores eternos, son dichosos. Son eternamente
bienaventurados porque el Cordero ha llevado cautiva a la
cautividad y ha tomado dones para repartirlos generosamente entre
los hombres (Sal. 68:18; Efe. 4:8; compárese con Apoc. 13:15). Y
entre los dones más preciosos está la invitación a las bodas del
Cordero.
Esta hermosa invitación impresiona al profeta hasta el punto que
se olvida de sí mismo y siente un poderoso impulso a adorar:
Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo
hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el
testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús
es el espíritu de la profecía (vers. 10).
Acerca de este extraordinario llamado a la adoración, se hace un
extenso comentario en el análisis de Apocalipsis 12:17 y 22:6, 8,
9.
La segunda venida de Cristo
Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco y el que
lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y
pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza
muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía
sino él mismo (vers. 11, 12).
258 | V e n g o e n b r e v e

Es el “gran día del Dios todopoderoso”, la hora anunciada por los


profetas y anhelada por el pueblo de Dios de todos los siglos (Mat.
13:16,17; ver también Nahum 1:2; Isa. 34:8,9; Jer. 50:28; 2 Tes.
1:8). Esta vez Cristo no envía a un representante, sino que vuelve
en persona, cumpliendo así la promesa de Juan 14:3: “Vendré otra
vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis”. Es la entrada triunfal de Cristo que no será seguida
de una crucifixión. Esta vez no viene humildemente montado en
un pollino de asna, sino en un caballo blanco, símbolo de un
conquistador.
“Fiel y Verdadero”
“Fiel y Verdadero” es el mismo nombre que Cristo se aplica a sí
mismo en el tiempo de Laodicea, la séptima iglesia (Apoc. 3:14).
El mismo pasaje lo llama por tres nombres diferentes, sin embargo,
dice que tiene “un nombre escrito que ninguno conoce sino él
mismo” (compárese con Apoc. 2:17).
En su mensaje a la iglesia de Tiatira, Cristo se identificaba como
“el que tiene ojos como llama de fuego” (2:18). Tiatira simboliza
a la iglesia que vivió durante la Edad Media. Ahora, con el mismo
símbolo de los ojos como llamas de fuego, Cristo viene para
guerrear contra la bestia y el falso profeta (vers. 20).
Las coronas que ciñe Jesús no son los mismos stéfanos prometidos
a los vencedores (2:10; 4:4; 12:1; ver también 2 Tim. 4:8, Sant.
1:12; 1 Ped. 5:4), sino que es la diadema de autoridad real. En todo
el Apocalipsis, hasta ahora, se han visto diademas únicamente en
los enemigos de Dios (12:3; 13:1). En esta profecía, estamos
viendo nuevamente el momento cuando Cristo tomará el poder
(ver Dan. 7:22, 27).
Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL
VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino
finísimo, blanco y limpio, le seguían en sus caballos blancos. De
259 | V e n g o e n b r e v e

su boca sale una espada aguda para herir con ella a las naciones,
y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del
furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su
muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE
SE-ÑORES (vers. 13-16).
Este pasaje presenta símbolos tomados de algunas profecías del
Antiguo Testamento que hablan acerca del gran día de la venganza
y de la ira de Jehová. Por ejemplo, Isaías 63:1-6 presenta a Cristo
con vestiduras manchadas de sangre porque ha pisado el lagar en
el que están echados sus enemigos (compárese con Apoc. 14:18-
20). La gran profecía mesiánica del Salmo 2 dice que Cristo regirá
a las naciones con vara de hierro, que las va a quebrantar y las va
a desmenuzar como vasija de alfarero (Sal. 2:9). Nabucodonosor,
rey de Babilonia, se hacía llamar “rey de reyes” (Dan. 2:37). Aquí
la profecía aclara quién es el que lleva el título con propiedad.
Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz,
diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: ¡Venid, y
congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes
y capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes,
y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes! (vers. 17,
18).
Ésta es la contraparte de la invitación a las bodas del Cordero. Aquí
el ángel no llama al pueblo de Dios sino a aves de rapiña. Los más
poderosos de la tierra pronto serán aniquilados ante la majestad y
el poder de Dios. “Y yacerán los muertos de Jehová en aquel día
desde un extremo de la tierra hasta el otro; no se endecharán ni se
recogerán ni serán enterrados; como estiércol quedarán sobre la faz
de la tierra” (Jer. 25.33)
Con este lenguaje simbólico el Señor nos aclara que no hay duda
acerca del resultado de la batalla de Armagedón. No es con temor
sino con seguridad como el cielo espera el resultado del
enfrentamiento.
260 | V e n g o e n b r e v e

Lanzados dentro de un lago de fuego


Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos
para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su
ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que
había hecho delante de él las señales con las cuales había
engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían
adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un
lago de fuego que arde con azufre (vers. 19-20).
Según vimos en el capítulo 16, cuando se escuchó desde el cielo la
voz de Dios que anunciaba la condenación de sus enemigos y la
liberación de su pueblo, “la gran ciudad fue dividida en tres partes”
(16:19). Esto significa que la triple alianza quedó desarticulada. En
este pasaje se aclaran más los detalles de este proceso.
El Cordero vence a la alianza (17:14), pero no lo hace arrojando
bombas desde el cielo. La vence de la misma manera como
destruyó a una triple alianza que atacó a su pueblo en los días del
rey Josafat (2 Crón. 20:20-24): pone a los enemigos a atacarse unos
a otros hasta que se destruyan. Esto se consideró en el análisis del
capítulo 16.
Pero al principio sólo dos de los tres resultan destruidos: al inicio
de los mil años mencionados en el siguiente capítulo, el falso
profeta y la bestia son “lanzados vivos dentro de un lago de fuego
que arde con azufre” (vers. 20). Pero el gran dragón bermejo, que
representa al “diablo y Satanás” (12:9; 20:1), no corre la misma
suerte. Él queda encadenado para que no engañe más a las naciones
(20:2), pero no es sino hasta el fin de los mil años cuando el diablo
será “lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la bestia
y el falso profeta” (20:10).
Al final de los mil años, según lo estudiaremos a continuación,
habrá un fuego literal. Esto está profetizado en Apocalipsis 20:9,
donde dice que “descendió fuego del cielo y los consumió”. Este
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fuego destruirá la tierra. Será tan intenso que las mismas piedras
arderán y serán derretidas (2 Ped. 3:10-12). Consumirá por
completo a los pecadores y sus obras de maldad. “No les dejará ni
raíz ni rama”; los convertirá en cenizas (Mal. 4:1, 3).
Se trata de un fuego literal con resultados reales y permanentes;
pero el “lago de fuego que arde con azufre” que se describe en el
versículo 20, como también en Apocalipsis 14:10, 11, es diferente.
Representa el castigo de los malos cuando sus seguidores
desengañados se vuelvan contra ellos para destruirlos.
“Aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y
devorarán sus carnes, y la quemarán con fuego” (Apoc. 17:16).
Si el lago de fuego con azufre fuera literal, tendríamos que creer
que algunos seres humanos permanecerán mil años entre las
llamas, mientras que el mismo Satanás queda libre de sufrimiento,
pues dice la profecía que la bestia y el falso profeta son lanzados
al fuego al principio de los mil años, pero el diablo no será lanzado
sino hasta el final de este período.
La muerte de los sobrevivientes
Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del
que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes
de ellos (vers. 21).
Es especialmente notable que la espada con la que Cristo hiere a
sus enemigos en esta figura sale de su boca (compárese con Isa.
49:2; Apoc. 1:16 y 2:12,16). Como ya vimos, el apóstol Pablo nos
dice que “la espada del Espíritu” es “la Palabra de Dios” (Efe.
6:17). Por esta misma “Palabra”, esta energía divina, fueron
creados los cielos y la tierra (Sal. 33:6). Es ella el sustento y
fortaleza del cristiano (Jer. 15:16; Mat. 4:4). Pero, para los que
nunca la aceptaron, será la agencia de su destrucción en “el día del
juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Ped. 3:5-7).
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A “los demás” —a los que no murieron en las primeras plagas, ni


en la Batalla de Armagedón que es la séptima— el Señor los
“matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de
su venida” (2 Tes. 2:8; ver otras observaciones acerca de la espada
en el comentario sobre Apoc. 2:16).
En la mañana de la resurrección, los soldados que custodiaban la
tumba de Cristo “se quedaron como muertos” delante de la gloria
de un solo ángel (Mat. 28:4). ¿Cómo será la escena cuando
aparezca el mismo Cristo “en su gloria”, “en la gloria de su Padre”
y acompañado de “todos los santos ángeles”? (Mat. 16:27; 25:31)
Habiendo contemplado en visión esta escena, el profeta Malaquías
preguntó: “Y ¿quién podrá soportar el tiempo de su venida? o
¿quién podrá estar en pie cuando se manifieste?” (Mal. 3:2; ver
Éxo. 33:20; 1 Tim. 6:16). Solamente los que están cubiertos con la
justicia de Cristo y fortalecidos por su gracia.
Cuando la muerte es Misericordia
Los que sobreviven a la batalla del Armagedón serán muertos por
“la espada” que sale de la boca de Cristo. Pero la muerte predicha
aquí no se refiere a la destrucción final de los impíos que es “la
segunda muerte”. No es la “paga del pecado” mencionada en
Romanos 6:23. Ésta no tiene lugar sino hasta el fin de los mil años
(ver Apoc. 20:6-9). Significa, más bien, que los últimos
sobrevivientes entre los malvados, perecerán cuando Cristo
aparezca en gloria. Y así permanecerán en estado inconsciente
hasta participar de la segunda resurrección y escuchar su sentencia
ante el gran trono blanco al final de los mil años.
Esta muerte es una manifestación de la misericordia de Dios para
con los impíos. Es que ellos han tomado la decisión definitiva de
echar su suerte con el enemigo, y darles más tiempo sólo serviría
para aumentar su culpabilidad. Para evitar esto, el Señor les quita
temporalmente la vida hasta la conclusión de la siguiente fase del
juicio, como estudiaremos a continuación.
263 | V e n g o e n b r e v e
264 | V e n g o e n b r e v e
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CAPÍTULO VEINTE: Los mil años

La gran cadena
Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y
una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente
antigua, que es el diablo y Satanás y lo ató por mil años; y lo
arrojó al abismo y lo encerró, y puso su sello sobre él para que no
engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil
años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo
(vers. 1-3).
¿Cuál será el significado de estos nuevos símbolos? ¿Qué es la
“gran cadena” que ata a Satanás durante mil años?
Encontramos la respuesta en los últimos versículos del capítulo
anterior. Allí se aclara que muchos de los enemigos de Dios se
destruirán en la batalla de Armagedón. “Y los demás —dice la
profecía— fueron muertos con la espada que salía de la boca del
que montaba el caballo” (19:21). Pablo aclara esto explicando que
el Señor los “matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el
resplandor de su venida” (2 Tes. 2:8). Si muchos mueren en la
batalla y el resto en la segunda venida, quiere decir que no quedará
ninguno. Al inicio de los mil años, todos los impíos, sin excepción,
estarán muertos.
¿Y los buenos… los hijos de Dios? Cuando Jesús aparece en las
nubes del cielo (Mat. 25:31), los muertos en Cristo resucitarán.
Entonces, “los que vivimos, los que hayamos quedado [hasta la
segunda venida], seremos arrebatados juntamente con ellos [con
los resucitados] en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1
Tes. 4:14-17). En ese momento se cumplirá la promesa de Jesús
cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay. […]
Voy, pues, a preparar lugar para vosotros, y si me fuere y os
266 | V e n g o e n b r e v e

preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que


dónde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2, 3).
De esta manera entendemos que Satanás queda atado, no con una
cadena literal, sino de circunstancias. No engañará más a las
naciones, porque no tendrá más a quien engañar.
Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad
de juzgar.
Es el cumplimiento de la promesa que el Señor Jesús les diera a
sus discípulos: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando
el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que
me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel” (Mat. 19:28). Estaba hablando
Jesús a los doce, pero no se refería sólo a ellos, sino a todos los
“que me habéis seguido”. San Pablo habló de lo mismo: “¿O no
sabéis que los santos [los hijos de Dios] han de juzgar al mundo?
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1 Cor. 6:23). Se
trata de una segunda fase del juicio final que tendrá lugar durante
los mil años.
Y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús
y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni
a su imagen y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus
manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Pero los otros
muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años.
Esta es la primera resurrección (vers. 4, 5).
Entre la compañía de los que han recibido la facultad de juzgar,
Juan ve a los mártires, los que prefirieron entregar sus vidas antes
que adorar a la bestia o a su imagen (Apoc. 13:15). Los llama
“almas”, pero obviamente no se refiere a espíritus incorpóreos,
porque han salido en la primera resurrección. Éstos, junto con los
demás resucitados, se sientan sobre tronos: viven y reinan con
Cristo mil años.
267 | V e n g o e n b r e v e

La segunda resurrección, la de los “otros muertos”, ocurre al final


de ese tiempo.
Sacerdotes de Dios
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera
resurrección; la segunda muerte no tiene potestad en éstos; sino
que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil
años (vers. 6).
Tenemos aquí la quinta de las siete bienaventuranzas del
Apocalipsis.
Dice que son “bienaventurados”, son dichosos y favorecidos de
Dios, los que tienen parte en la primera resurrección, porque “la
segunda muerte no tiene potestad sobre ellos”. La segunda muerte
es final y definitiva; los que la sufren no despertarán jamás. Los
bienaventurados, en cambio, disfrutan eterna seguridad en Cris-to
(1 Tes. 4:17; Juan 14:3).
Además, son bienaventurados porque “serán sacerdotes de Dios y
de Cristo y reinarán con él mil años” (vers. 6). Es el cumplimiento
del pacto según el cual los fie-les serán un reino de sacerdotes
(Éxo. 19:6). Es el establecimiento del único gobierno perfecto, la
teocracia en un mundo renovado.
En tiempos del Antiguo Testamento, los sacerdotes ejercían su
ministerio en dos fases distintas. Todos los días ministraban
perdón y justificación a los penitentes. Pero una vez al año,
celebraban el día de expiación que representaba el juicio final.
Cristo Jesús, como sacerdote en el santuario celestial (Heb. 4:14;
8:1), ejerce un ministerio de intercesión a nuestro favor (1 Juan
2:1). Mientras tanto, su pueblo aquí en la tierra también realiza un
ministerio sacerdotal, intercediendo ante Dios para salvación de
los pecadores y hablando con éstos para que se reconcilien con él.
Esto es, su participación en el ministerio de justificación del rito
268 | V e n g o e n b r e v e

diario. Pero durante los mil años, participarán también en el juicio


final simbolizado por el Día de Expiación. Por esto, dice el pasaje:
“Habían recibido autoridad para juzgar” (vers. 4).
El propósito de esta fase del juicio
Pero, ¿cómo puede haber necesidad de más jueces durante el
milenio?
¿Qué es lo que queda por juzgar? Es obvio que este juicio,
ocurriendo después de la segunda venida, no decidirá el destino
eterno de nadie. Entonces, ¿cuál es su propósito?
Para contestar, consideremos el propósito de la primera fase del
juicio, la que se lleva a cabo antes de la segunda venida. El Señor
tiene toda autoridad en sus manos y también todo conocimiento.
Él podría publicar simplemente la lista de los que se van a salvar y
decir: “Gústeles o no, así van a ser las cosas”. Pero no procede así
porque uno de los objetivos más importantes del plan de redención
desde que comenzó ha sido el de aclarar las cosas, de “demostrar
su justicia” (Rom. 3:25, 26) a los seres inteligentes del universo.
Por esto no se limita Dios a publicar la lista de los redimidos.
Los seres humanos, con su rebelión y pecado, han traído angustia
y sufrimiento al universo y, antes de llevarnos al cielo, el Señor
quiere asegurar a los hijos leales que nuestra presencia allá no
pondrá en peligro otra vez la paz. No quiere que suceda como en
el caso del hermano mayor que no estuvo de acuerdo cuando el
padre recibió de vuelta al hijo pródigo (Luc. 15:25-32). Quiere
aclarar que actuó con justicia cuando pasó por alto nuestros
pecados (Rom. 3:24) y cuando condenó a los perdidos.
Éste es, pues, el significado de la multitud de testigos que Dios
reúne para presenciar la primera fase del juicio (Dan. 7:8). Es el
significado de la gran multitud que, al finalizar el juicio, exclama:
“¡Aleluya! Salvación y honra y gloria y poder son del Señor, Dios
nuestro; porque sus juicios son verdaderos y justos” (Apoc. 18:1).
269 | V e n g o e n b r e v e

Y por esto la primera fase del juicio final debe llevarse a cabo antes
del segundo advenimiento.
Pero ¿por qué participarán los redimidos en la segunda fase del
juicio final, la que se realiza durante los mil años? Y ¿qué tienen
que hacer ellos en el proceso? La palabra de Dios revela que en el
momento de la segunda venida, cuando Cristo Jesús aparezca en
las nubes del cielo, y separe las “ovejas” de los “cabritos”, habrá
muchísimas sorpresas (Mat. 25:31-46). Es que tenemos muchas
veces un concepto equivocado acerca de quién es digno de recibir
la salvación (ver 1 Sam. 16:7; Rom. 14:10-12). Entre los que se
pierden se encontrarán muchos que fueron conocidos y queridos
de los redimidos. “¿Cómo será posible —dirán— que este hombre
que fue siempre tan bueno, amable y sincero no se encuentre aquí
con nosotros gozando de la salvación? No nos parece justo que se
pierda y tenga que sufrir el castigo del fuego eterno”. Para resolver
esta interrogante y disipar esta posible duda, el Señor ha
establecido esta segunda fase del juicio. Y por esto es necesario un
tiempo de demora entre la segunda venida de Cristo y la gran
consumación de todas las cosas, pues antes de la destrucción
definitiva de los impenitentes, el Señor quiere revelar también a
los redimidos la perfecta justicia de sus caminos.
Un registro sellado
Pero hay una parte de estos registros que va a permanecer
eternamente sellada; es la historia de los pecados cometidos por
los redimidos. Ningún ojo curioso verá jamás el relato de los
fracasos que han ocasionado pesar y amargo arrepentimiento en
los hijos de Dios. Por su infinita gracia y amor, “Dios nos dio vida
en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la
deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló
esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz” (Col. 2:13,
14, NVI; véase también Miq. 7:18, 19). Y de ahí, nadie la va a
desclavar jamás. ¡Alabado sea su santo nombre! ¡Amén y amén!
270 | V e n g o e n b r e v e

El fin de los mil años


Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión,
y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos
de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el
número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre
la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos, y
la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los
consumió (vers. 7-9).
En ocasión de la segunda venida, “los muertos en Cristo
resucitarán primero” (1 Tes. 4:16). Ésta es la “primera
resurrección”. “Los otros muertos no volverán a vivir hasta
después de los mil años” (Apoc. 20:5). Con la resurrección de los
enemigos de Dios, Satanás quedará “suelto de su prisión” (vers.
7). Tendrá otra vez a su alcance el material humano, y saldrá como
lo hacía antes para engañar a “Gog y a Magog”. Estos nombres se
refieren al conjunto de todas las fuerzas del mal.
Su número es de miles de millones. Entre ellos se encuentran
algunos de los más grandes de la ciencia, la política y las artes
militares. Espiritualmente, lo han perdido todo, pero el que piensa
siempre en términos materiales pierde, al fin, la capacidad de
pensar de otra manera. Se ponen a comparar el tamaño de la ciudad
con la extensión de toda la tierra de la cual disponen ellos. Ven a
un pueblo débil, sin fuerzas y sin armamentos; y recuerdan cuán
fácilmente los han vencido en el pasado.
Tal vez alguien pregunte, ¿cómo podrán atacar a la “ciudad
amada” de Dios, si ésta está en el cielo? En el siguiente capítulo se
nos aclara que “la santa ciudad, la Nueva Jerusalén”, ha
descendido a la tierra (21:2). Ya está a la vista de los impíos y ellos
se ilusionan con la idea de vencerla.
271 | V e n g o e n b r e v e

Sólo dos alternativas


Hoy parece haber muchísimas opiniones acerca del Señor
Jesucristo y una diversidad de actitudes hacia el evangelio que él
ha proclamado; hoy los humanos nos encontramos divididos en
cientos de agrupaciones conforme a la opinión que cada uno
mantiene acerca de los valores espirituales, pero en aquel día no
será así. En ese momento, cuando estará parado sobre la superficie
de la tierra cada ser humano que vivió desde la creación, sólo habrá
dos grupos. Unos estarán dentro de la ciudad, y los demás, fuera.
Los enemigos de Dios, en su desesperación y furia, están a punto
de lanzarse sobre la ciudad, pero son detenidos por el poder de
Dios y se inicia la fase final del gran drama del juicio.
Ante el gran trono blanco
Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante
del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró
para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante
Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual
es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas
que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar
entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades [el
sepulcro] entregaron los muertos que había en ellos; y fueron
juzgados cada uno según sus obras (vers. 11-13).
La primera fase del juicio se llevó a cabo por amor a los ángeles y
a los habitantes de los mundos no caídos; la segunda fase se realizó
por amor a los redimidos, para que ellos también pudieran conocer
la equidad y la justicia de Dios. ¿Cuál es el propósito de esta
tercera fase del juicio? Se lleva a cabo para beneficio de los
perdidos mismos.
Para confirmar la paz del universo, es necesario que “toda boca se
cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Rom. 3:19).
El apóstol Pablo citó la profecía de Isaías 45:23 al escribir:
272 | V e n g o e n b r e v e

“Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque


escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda
rodilla y toda lengua confesará a Dios” (Rom. 14:10, 11; véase
también Fil. 2:8-10).
Para lograr este objetivo no será necesario que transcurra mucho
tiempo. De la manera como la vida parece pasar delante de los ojos
de una persona que está en peligro de muerte; en esa hora, el Juez
de toda la tierra hará pasar ante la vista de cada uno de los perdidos
la historia de su propia vida. Con terrible exactitud se acuerdan de
aquellas escenas que la memoria en vano ha querido desterrar. Ven
cada una de las ocasiones y las circunstancias en que ellos
despreciaron las oportunidades que tuvieron de conocer la verdad.
Escuchan de nuevo las palabras pronunciadas por ellos, las que
sirvieron para endurecer su propio corazón y el de otros en contra
de la verdad. Ven con claridad las bajas intenciones y los motivos
ocultos que estaban detrás de acciones aparentemente buenas; cada
descuido en vivir a la altura de la luz que habían recibido y cada
pecado acariciado que mantuvo sus pies en el camino descendente
hasta que, finalmente, en el momento decisivo, echaron su suerte
en contra de la verdad, en contra de Dios y de su pueblo, y se
sumieron en las tinieblas y el error. Como en una pantalla, estas
escenas pasan ante la vista de cada persona entre la enorme
multitud.
De los labios de toda aquella vasta multitud saldrá una confesión,
un reconocimiento de culpabilidad. No será motivado por
arrepentimiento y contrición, sino más bien será un
reconocimiento arrancado involuntariamente por el poder de las
escenas que han visto. Caerán de rodillas y en coro, todas aquellas
multitudes incontables de voces se unirán para exclamar: “‘El
Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas,
la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza’. Y a todo
lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra,
y que está en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir:
273 | V e n g o e n b r e v e

Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la


honra, la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Apoc.
5:12,13). Es así como se cumplirá el propósito de Dios de “que en
el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cie-
los, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10, 11;
compárese con Rom. 14:10, 11).
Fuego del cielo
El profeta vio que cuando los que rechazaron la misericordia de
Dios habían pronunciado su propia sentencia, entonces “de Dios
descendió fuego del cielo y los consumió” (Apoc. vers. 9).
Nada más apropiado que las palabras escritas por el apóstol San
Pedro después de considerar esta misma escena: “Puesto que todas
estas cosas han de ser deshechas, ¿cómo no debéis vosotros andar
en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos
para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose,
serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán?
Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y
tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados,
estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser
hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Ped. 3:11-
14).
274 | V e n g o e n b r e v e
275 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO VEINTIUNO: Del cataclismo


al paraíso

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la


primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más (vers. 1).
El aspecto más notable de este capítulo es la visión apacible que
nos presenta del mundo venidero. En verdad, es hermoso el
cuadro. Es el mismo que contemplaba Isaías cuando nos transmitió
la promesa divina: “He aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva
tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al
pensamiento” (Isa. 65:17).
El contraste más hermoso
¡Qué maravilloso contraste! Del cataclismo hemos pasado al
paraíso. Después del estruendo y hervor de fuego, nos
encontramos en las amables praderas del Edén, donde todo es paz
y cada corazón late al unísono con el corazón de Dios (Jer. 31:34).
Es el mismo contraste que observaba el apóstol Pedro cuando
escribió: “Los cielos, encendiéndose, serán desechos, y los
elementos, siendo quemados, se fundirán. Pero nosotros
esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en
los cuales mora la justicia” (2 Ped. 3:12, 13).
Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su
marido (vers. 2).
He aquí otro gran contraste: Hemos visto a Babilonia, una ciudad
que es también una mujer y que representa el pueblo apóstata. He
aquí otra ciudad, la nueva Jerusalén, que es, a la vez, la desposada
del Cordero, y que es la iglesia.
276 | V e n g o e n b r e v e

Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de


Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su
pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios (vers. 3).
Es el cumplimiento de la promesa dada a Moisés: “Harán un
santuario para mí, y habitaré en medio de ellos” (Éxo. 25:8).
Moisés entendió y supo valorar esta promesa. Más tarde el Señor
le dijo: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Y Moisés
respondió: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de
aquí” (Éxo. 33:14, 15).
Es también la realización del pacto: “Yo seré a ellos por Dios, y
ellos me serán por pueblo” (Jer. 31:33).
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo:
He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe;
porque estas palabras son fieles y verdaderas (vers. 4, 5).
He aquí una promesa muy conocida, citada en cada servicio
fúnebre. Por su gran familiaridad no siempre pensamos en todo lo
que implica. Significa que la segunda venida de Cristo no será el
fin de las lágrimas, como tampoco será el fin de la muerte. Durante
mil años más, después de ese evento, los redimidos tendrán
motivos para llorar mientras repasan los libros de registro con su
triste historial. Y al final de ese período, presenciarán la
destrucción de los pecadores que es “horrendo”, un gran “hervor
de fuego” (Heb. 10:27). Es imposible creer que no llorarán
entonces. Lo que este versículo describe realmente es un milagro.
De otra manera, las lágrimas continuarían. Nos tenemos que
aferrar de esta promesa: terminado el milenio, el Señor Dios
“enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”. Y, así como no habrá
muerte, tampoco “habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas pasaron”.
277 | V e n g o e n b r e v e

Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el


fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del
agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo
seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los
abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los
idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que
arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (vers. 6-8).
Ésta es la conclusión lógica hacia la cual apunta todo el
Apocalipsis. Es el llamado del sermón. Es el mismo mensaje que
ha venido expresándose en cada capítulo: CRISTO TRIUNFARÁ.
No te equivoques, tú que deambulas entre las penumbras de la
vida. No cometas el gravísimo error de echar tu suerte con el que
ya perdió la batalla. Por más que ruja el dragón, no dejes que te
asuste. Ya está señalado el día y la hora de su muerte; sabe que el
tiempo que le queda es muy poco (12:10). Tú, pues, sé fiel; “el que
venciere heredará todas las cosas”.
La desposada del Cordero
Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete
copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo
diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del
Cordero (vers. 9).
En el capítulo 19, la voz de una gran multitud proclama que “han
llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado”. Es
una alusión obvia a la Iglesia. Aquí en el capítulo 21 el ángel dice
a Juan que le va a mostrar a esta bella prometida; pero cuando
aparece, resulta que es una ciudad. Tanto la figura de la mujer
virtuosa como la de la ciudad representan a la Iglesia.
Recordemos la manera cómo va entrelazado el simbolismo con
elementos literales en el apocalipsis. Vimos un ejemplo de esto en
la visión de Cristo registrada en el capítulo 19. Nuestro Salvador
es un ser real, y su segunda venida será literal y visible (Mat.
278 | V e n g o e n b r e v e

24:24-27; Apoc. 1:7). Pero el capítulo 19 lo presenta viniendo con


una espada que sale de su boca. De una manera similar, la figura
de la Nueva Jerusalén presenta una combinación de elementos
literales y simbólicos.La presencia de unos símbolos no arroja
duda sobre la realidad literal de la vida futura. Pero sería un error
leer la visión simplemente para extraer de ella información literal,
si en el proceso perdiéramos de vista el mensaje espiritual que se
nos quiere transmitir.
Las dos ciudades comparadas
Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la
gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios,
teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una
piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal
(vers. 10, 11).
Para interpretar correctamente estos versículos, debemos recordar
el pasaje paralelo que se encuentra al principio del capítulo 17. A
fin de facilitar la comparación, ambos pasajes aparecen aquí en
columnas paralelas:
279 | V e n g o e n b r e v e

En un principio, los dos pasajes se parecen: en ambos, uno de los


siete ángeles que habían derramado las plagas habla con el profeta
y le dice: “Ven acá”, y entonces lo lleva en espíritu para ver a una
mujer que es una gran ciudad.
Pero allí termina la parte en que se parecen las dos visiones, pues
en el capítulo 17 el ángel lleva al profeta a un lugar triste y solitario
y le muestra una ciudad llamada “Babilonia la grande, madre de
las rameras y de las abominaciones de la tierra” (17:1-5). En el
capítulo 21, le enseña una mujer pura, la desposada del Cordero.
El contraste que se nota no es casual. Babilonia se ha prostituido,
adulterando su mensaje y su culto con elementos del paganismo y
buscando el apoyo del estado para sustentar su error. Trae un
atuendo de púrpura y escarlata, símbolo de su autoridad política y
la pompa y el esplendor del mundo. La ciudad santa, en cambio,
irradia la pureza y la gloria del Cielo. Su fulgor es semejante al de
una piedra preciosísima. “Se le ha concedido que se vista de lino
fino, limpio y resplandeciente”, el cual representa “las acciones
justas de los santos” (Apoc. 19:8; compárese con 1 Tim. 2:9, 10).
Cristo se ha ocupado en purificar a su pueblo “por el lavamiento
del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una
iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa
semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efe. 5:26,27). El
proceso ha sido penoso, pero se ve el resultado en la nueva
Jerusalén que ahora desciende suavemente a la tierra, reluciente
como “piedra de jaspe, diáfana como el cristal”.
Un cuadro de seguridad y paz
Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas,
doce ángeles y nombres inscritos, que son de las doce tribus de los
hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur
tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía
280 | V e n g o e n b r e v e

doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce


apóstoles del Cordero (vers. 12-14).
Las ciudades amuralladas de la antigüedad no podían darse el lujo
de tener muchas puertas porque cada entrada representaba un
punto débil en las defensas, un punto en donde el enemigo podía
penetrar. Pero la ciudad celestial tiene doce puertas las cuales no
se cierran jamás (Apoc. 21:25). Es un cuadro de perfecta seguridad
en un mundo donde “no harán mal ni dañarán en todo mi santo
monte” (Isa. 11:9). Es un testimonio más acerca del carácter de los
que habitan aquella ciudad.
De acuerdo con la figura que vimos en el capítulo 7, las doce tribus
representan la totalidad de los sellados. Hay doce mil de cada tribu.
Ninguna tiene más y ninguna tiene menos. La misma idea se refleja
aquí en el capítulo 21 porque dice que cada tribu tiene su puerta.
Ninguna tiene dos puertas y ninguna ha sido pasada por alto. “Dios
no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada
del que le teme y hace justicia” (Hech. 10: 34, 35). No reconoce
razas ni castas sociales; cada ser humano que nace sobre la faz de
la tierra tiene oportunidad de buscar a Dios y de encontrarlo (Hech.
17:27). Todos tienen acceso a la santa ciudad y a la vida eterna con
Dios.
En las puertas de la ciudad están los nombres de las doce tribus del
Antiguo Testamento. En los cimientos están los nombres de los
doce apóstoles del Nuevo Testamento. La cruz de Cristo extiende
sus brazos en ambas direcciones para abarcar las épocas tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento.
La perfección moral
El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para
medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla
establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él
midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la
281 | V e n g o e n b r e v e

altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento


cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel
(vers. 15-17).
La ciudad se mide y resulta ser igual en las tres dimensiones. Lo
que tiene de anchura y longitud, lo tiene también de altura. El
hecho de que tiene proporciones iguales testifica del carácter
simétrico de los redimidos. El escrutinio de los ángeles los
encuentra perfectos. En ningún lado hay distorsión, desproporción
o desequilibrio.
El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro,
semejante al vidrio limpio (vers. 18).
El jaspe es mencionado tres veces en este capítulo: el primero de
los doce cimientos está compuesto de jaspe (vers. 19). El muro de
la ciudad es de jaspe (vers. 18) y la ciudad misma resplandece
“como piedra de jaspe” (vers. 11). Recordamos que el Padre
celestial, cuando lo vimos en el capítulo 4, “era semejante a piedra
de jaspe” (vers. 3). El pueblo redimido y glorificado refleja el
carácter del Padre celestial. “Su nombre [su carácter] estará en sus
frentes” (Apoc. 22:4). “El que tiene esta esperanza en él se purifica
a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).
El oro es el metal más codiciado en la tierra; pero ¿quién ha visto
oro que es transparente como el “vidrio limpio”? Es claro que el
oro que Dios está preparando para lucirlo en aquel día es más
precioso aún que el mejor que hay en esta tierra. Es el “oro refinado
en fuego” (Apoc. 3:18) que representa un carácter sencillo y puro
delante de Dios.
Y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda
piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro;
el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto,
cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno,
topacio; el décimo, crisoprasa; el undécimo, jacinto; el
282 | V e n g o e n b r e v e

duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una
de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro
puro, trasparente como vidrio” (vers. 19-21).
Aun cuando se comparan los materiales de la ciudad con algunos
minerales comunes, es obvio que no todos ellos se conocen hoy
con estos mismos nombres. De hecho, no ha sido posible para los
estudiosos bíblicos establecer con seguridad la identidad exacta de
la mayoría de las piedras preciosas que componen los cimientos de
la ciudad. Pero lo importante que se destaca en estos versículos es
la hermosura de la ciudad.
No se trata de una hipérbole
Al leer esta descripción y la que sigue, en donde se dan detalles de
la belleza y el esplendor de la Nueva Jerusalén, debemos descartar
por completo la idea de que el lenguaje simbólico de estos pasajes
constituye una hipérbole, o sea, una exageración hecha para
efectos psicológicos. Al estudiar la primera parte del Apocalipsis,
descubrimos que en ningún caso los símbolos estaban exagerando
la realidad de lo que iba a acontecer. Muy por el contrario, el
lenguaje profético nos ofrece apenas un concepto parcial y
limitado de los eventos literales. Lo mismo sucede aquí. No existen
figuras ni palabras humanas capaces de transmitir un concepto
exacto de aquel mundo con sus bellezas. Lejos de constituir una
hipérbole, las descripciones en este pasaje constituyen apenas una
pobre y pálida sombra de lo que serán las glorias de la vida futura.
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1
Cor. 2:9).
Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el
templo de ella, y el Cordero (vers. 22).
El versículo 3 dice que en aquel entonces, Dios establecerá su
tabernáculo —su presencia— entre los hombres (vers. 3); sin
283 | V e n g o e n b r e v e

embargo, Juan no vio en la ciudad templo. En aquel entonces, la


gente iba al templo para expresar su devoción a Dios y para recibir
perdón de los pecados. En la tierra nueva, el pecado no entrará
jamás, así que nadie tendrá que buscar el perdón; y a Dios lo
adoraremos directa-mente porque allí “le veremos tal como él es”
(1 Juan 3:2). Así que no habrá necesidad de templo.
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella;
porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera.
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella;
y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella (vers. 23,
24).
¿Qué es y cómo es la gloria de Dios que ilumina la ciudad amada?
Cuando Moisés dijo a Dios que quería ver su gloria, el Señor le
respondió: “Haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré
el nombre del Señor delante de ti; y tendré misericordia del que
tendré misericordia, y tendré compasión de quien tendré
compasión” (Éxo. 33:19). La gloria de Dios es su carácter: es su
amor, su misericordia y compasión. La glorificación de los hijos
de Dios es su santificación (Efe. 5:25-27; Rom. 8:30); es el proceso
mediante el cual son transformados de hijos de las tinieblas en
hijos de luz.
Sin embargo, esta glorificación tendrá también un aspecto literal:
cuando Moisés bajó del monte después de esa misma conversación
con Dios, su rostro brillaba con un resplandor real, aunque él
mismo no estaba consciente de ello (Éxo. 34:29-35; 2 Cor. 3:7).
He aquí un comentario acerca de los redimidos en el Cielo. “Toda
tendencia pecaminosa, toda imperfección que los aflige aquí será
quitada por la sangre de Cristo, y se les concederá la excelencia y
brillantez de su gloria, que excede en mucho a la del sol.
284 | V e n g o e n b r e v e

Y la belleza moral, la perfección de su carácter resplandecen con


excelencia mucho mayor que este resplandor exterior. Estarán sin
mancha delante del trono de Dios”.1
Pablo dice que Dios “habita en luz inaccesible”, tanto que ningún
hombre lo ha visto ni lo puede ver (1 Tim. 6:16). Es este resplandor
que destruirá a los malvados en ocasión de la segunda venida (2
Tes. 2:8). Pero allá, después de la transformación que ocurrirá en
los hijos de Dios “cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción” (1 Cor. 15:54), “verán su rostro y su nombre estará
en sus frentes” (Apoc. 20:4).
Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.
Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará
en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira,
sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del
Cordero (vers. 25-27).
De día no se cierran las puertas, y allí no hay noche. Entonces,
¿cuándo se cierran? Es un cuadro de perfecta seguridad. “Allí no
entra cosa inmunda, o que hace abominación o mentira”. Es gente
cuya vida está ordenada por el principio fundamental de la
honestidad, que ama la verdad sobre todas las cosas y que vive en
paz y armonía con Dios.

1 Elena G. de White, Feliz para siempre [El camino a Cristo], 61.


285 | V e n g o e n b r e v e

CAPÍTULO VEINTIDÓS: Ciertamente,


vengo en breve

Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente


como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero (vers. 1).
Como sucede con otras bendiciones de la vida futura, ésta
podemos empezar a disfrutarla ahora. Jesús dijo: “Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, […] de su interior
correrán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38; véase Jer. 2:13; 17:13).
De esa preciosa agua podemos beber todos. Pero no es para todos,
sino sólo para “el que tiene sed”, el que siente su necesidad (Apoc.
21:6; 22:17).
En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río,
estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada
mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las
naciones (vers. 2).
“El fruto del árbol de la vida en el jardín del Edén poseía virtudes
sobrenaturales. Comer de él significaba vivir para siempre”.
Cuando el pecado entró en el mundo, “el Agricultor celestial
trasplantó el árbol de la vida al Paraíso de arriba; pero sus ramas
cuelgan sobre la muralla y alcanzan hasta el mundo de abajo. Por
la redención comprada por la sangre de Cristo, aún podemos comer
de su fruto vivificador”.1
Y no habrá más maldición y el trono de Dios y del Cordero estará
en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre
estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen
necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor
los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos (vers. 3-5).

1 Signs of the Times, 31 de marzo, 1909, citado en 7 CBA 999.


286 | V e n g o e n b r e v e

“Reinarán por los siglos de los siglos”. Hermosa promesa. Cristo,


a través del juicio, ganó la victoria definitiva y recibió “un reino
que no será jamás destruido” (Dan. 2:44; véase Dan. 7:14). Como
él es nuestro sustituto, su victoria también es nuestra y su reinado
perpetuo (Apoc. 3:21). “El reino, y el dominio y la majestad de los
reinos debajo de todo el cielo [serán] dado[s] al pueblo de los
santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los
dominios le servirán y obedecerán” (Dan. 7:27).
Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el
Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para
mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡He
aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de
la profecía de este libro (ver. 6, 7).
Es bienaventurado, es dichoso y alcanza el bien, el que “guarda las
palabras de la profecía de este libro”, pues “todo aquel que tiene
esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él [Dios] es
puro” (1 Juan 3:3). Es la sexta de las siete bienaventuranzas que
aparecen en el libro, y es un eco de la primera que dijo: “Bienaven-
turado el que lee, los que oyen las palabras de esta profecía y
guardan las cosas en ella escritas” (Apoc. 1:3). De principio a fin,
vemos que la profecía jamás es dada simplemente para satisfacer
nuestra curiosidad o para ilustrar nuestro intelecto. Nos quiere
llevar a una decisión, a un cambio de vida. Quiere que tomemos
en cuenta las advertencias y amonestaciones, que guardemos las
palabras de la profecía de este libro.
Adora a Dios
Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube
oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me
mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque
yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que
guardan las palabras de este libro. Adora a Dios” (vers. 6-9).
287 | V e n g o e n b r e v e

En varias partes de la Biblia tenemos evidencias del efecto que


tuvieron los mensajes proféticos sobre los mismos profetas. La
visión de las 2300 tardes y mañanas impactó emocional y
físicamente al profeta Daniel. Escribió: “Y yo Daniel quedé
quebrantado y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí
atendí los negocios del rey, pero estaba espantado a causa de la
visión y no la entendía” (Dan. 8:27). Al principio de las
revelaciones, Juan cayó “como muerto” ante la visión del Hijo del
Hombre (Apoc. 1:17; compárese con Isa. 6:1-5).
De una manera similar, ahora relata que cuando contempló la
gloria de Dios en la santa ciudad, se olvidó de sí mismo y sintió un
poderoso impulso de adorar. Como lo había hecho antes, cayó de
rodillas ante del ángel guía. Al igual que en la ocasión anterior
(Apocalipsis 19:10), el ángel lo amonestó cariñosamente: “Mira,
no lo hagas” —le dijo—, y se identificó con el apóstol en su
ministerio profético.
Aun los ángeles leales, los que no participaron de la rebelión
cuando cayó Lucifer, han tenido que sufrir algunas de las
consecuencias de la gran rebelión. No entregaron su lealtad al
enemigo; sin embargo, tuvieron que escuchar las acusaciones e
insinuaciones que seguía arrojando contra Dios. Por eso la cruz y
el plan de salvación son importantes también para ellos. El apóstol
Pablo nos dice que el Padre quiso por medio de Cristo “reconciliar
consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que
están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”
(Col. 1:20). La sangre que se derramó en el Gólgota ejerce un
ministerio de reconciliación que abarca al universo. Y lo que
entendemos al leer las palabras que el ángel dirige a Juan es que
en la extensión de este ministerio participan todos los hijos de
Dios, tanto los que están en los cielos como los que están en la
tierra. Por esto el ángel le dice al profeta: “Yo soy consiervo tuyo”.
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No es mera información
Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro,
porque el tiempo está cerca. El que es injusto, sea injusto todavía;
y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo
practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese
todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la
Omega, el principio y el fin, el primero y el último.
Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al
árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad (vers.
10-14).
Estas palabras constituyen una continuación del “llamado” o
apelación del libro. No es simplemente con el propósito de
satisfacer nuestra curiosidad que la mano de Dios ha apartado por
un momento el velo y nos ha mostrado el futuro. La profecía
bíblica siempre trae un propósito moral. En esto se nota una
enorme diferencia entre las profecías de la Biblia y las imitaciones
satánicas dadas a través de adivinos y hechiceros. La profecía
bíblica nunca es mera información. Si Dios nos ha dado una
vislumbre del árbol de la vida, es para que lleguemos a apetecer
sus delicias. Si nos ha mostrado la Santa Ciudad, es para que nos
dediquemos a la tarea de lavar nuestras ropas y prepararnos para
entrar por sus puertas (Apoc 22:14). Si hemos contemplado en este
libro el horror de las plagas y el tambalear del planeta bajo los
efectos de la ira divina, es para que salgamos a tiempo de la
confusión que es Babilonia y no participemos más de sus pecados
ni recibamos de sus plagas (Apoc. 18:4).
Mayor luz significa mayor responsabilidad delante de Dios. “Si yo
no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado —
dijo Jesús—; mas ahora no tienen excusa por su pecado” (Juan
15:22, véase también el vers. 24; Eze. 3:17-21; Luc. 12:47,48;
Rom. 1:20; 4:15). El que tiene acceso a las maravillosas profecías
del Apocalipsis, adquiere una responsabilidad que es muy solemne
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en verdad. Teniendo a nuestro alcance esta luz, no debemos


despreciarla, esperando que en el futuro Dios nos enviará alguna
luz mayor para despertarnos de nuestra indiferencia voluntaria
(Luc. 16:27-31). Contra el que persevere en obras de inmundicia e
injusticia, teniendo entre sus manos esta revelación, es
pronunciada la sentencia: “El que es injusto, sea injusto todavía; el
que es inmundo, sea inmundo todavía”.
Pero dichosos y bienaventurados son “los que lavan sus ropas”,
pues los tales tendrán “derecho al árbol de la vida, y entrarán por
las puertas en la ciudad”. Es la séptima bienaventuranza del
Apocalipsis, y como todas las demás, nos insta a hacer el cambio
fundamental que abrirá para nosotros las puertas del cielo y nos
dará derecho a la vida eterna.
Más los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los
homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira
(vers. 15).
La pureza del Cielo, la eterna seguridad de los redimidos no se
pondrá en peligro con la presencia de aquellos que han hecho caso
omiso de las amonestaciones e invitaciones que les ha extendido
el Espíritu Santo. Los que han amado más al pecado que a Dios,
van a quedar fuera de la santa ciudad, excluídos de la paz y dicha
eternas que disfrutarán los redimidos en compañía de Cristo. Éstos
“tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la
muerte segunda” (Apoc. 21:8).
La última invitación
Yo Jesús he enviado a mi ángel para daros testimonio de estas
cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella
resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen:
Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente (vers. 16,17).
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Es inmenso el amor de Dios hacia los pecadores. “Misericordioso


y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia”
(Sal. 103:8). No quiere “que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). No quiere terminar el
libro sin extender una invitación más. Así que nuevamente ruega.
Con palabras tiernas, llenas de elocuencia y amor, nos invita: “El
que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.
El Espíritu es el que llama a cada corazón, y la “esposa”, o sea la
iglesia, es la encargada de transmitir su mensaje en voz humana.
Es verdad que los hombres se salvan uno por uno. Pero el Señor
añade cada día a la iglesia los que están siendo salvos (Hech. 2:47).
Cuando la iglesia extiende la invitación, lo hace en nombre de
Dios, y los que están siendo salvos no quedarán aislados, sino que
buscarán la compañía y el apoyo de otros que, como ellos, esperan
la pronta venida de Cristo mientras “guardan los mandamientos de
Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17).
Palabras finales
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de
este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él
las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de
las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del
libro de la vida y de la santa ciudad y de las cosas que están
escritas en este libro (vers. 18,19).
El Señor cuida la pureza de su mensaje, y con estas palabras
advierte a todos contra el error de añadir o quitar algo de la
profecía.
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en
breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor
Jesucristo sea con todos vosotros. Amén (vers. 20,21).
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“Ciertamente, vengo en breve”. Son palabras del Señor Jesucristo,


y todo verdadero y sincero hijo de Dios, con indecible anhelo
repite: “Amén, sea así. Ven, Señor Jesús”.
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