El fútbol también es para Mariana
A mí no me gusta la televisión, el computador ni los juegos de video.
A mí lo que me gusta en mis tiempos de recreo, es salir al parque y darle al balón.
Que los futbolistas, dice una tía, son once tontos detrás de una pelota.
Debe ser que ella ve poco y no nota, que yo no la persigo. Ella es mi compañía.
Luego de comer, hacia el medio día, casa por casa busco a mis amigos
y con los toperoles hacemos mucho ruido, camino a la cancha, aunque la tarde esté fría.
Armamos nuestro equipo bien equilibrado, con redes de defensa y con tremendo ataque,
con estas figuras ganamos desde el saque, aunque al frente se nos ponga el más pintado.
Para más estímulo, cada quien se apropia por su parecido, talento y otras señas,
del papel del crac con el que sueña, y sus más famosas jugadas copia.
Perico por ejemplo es un raro niño, al que por intentar muchos malabares,
por sus grandes incisivos y otros avatares, con cariño llamamos Ronaldinho.
Paquito es el gran Luicito Suárez, recibe el balón y solo ve el arco,
y si bien por nada se lanza al charco, hace goles en el juego igual que en los penales.
Miguelón conoce muy bien su rol, y su máxima consta de una frase sola:
“o pasa el jugador o pasa la bola”, nunca los dos juntos. Lo llaman Puyol.
Y entre otros crac de traje y overol, sin fe ni confianza pusimos a mi hermana.
Aburrirse en el arco la pobre Mariana.
Si ganamos… ¡qué importa que nos metan un gol!
Pero he ahí que un día pasó algo asombroso, en duro partido sin ley y sin tregua,
y andábamos todos sacando la lengua, en una tarde lluviosa con terreno fangoso.
Mariana nos tenía más que sorprendidos, tapó toda esa tarde incluyendo un penal.
La verdad, no lo hacía para nada mal y evitó mil veces el vernos vencidos.
Así se acababa ya el tiempo extra y el peleado empate invariable seguía,
y en un tiro de esquina dejó su portería, mi hermanita gritando: ¡la victoria es nuestra!
El corner saqué bombeadito y centrado, no me llaman Pelusa solo por los rulos.
Es porque en mis centros a Maradona emulo, disculpen la vanidad, no me había presentado.
Y de espaldas al arco se paró mi Mariana, esta niña es loca pensábamos todos,
de esa manera no hay forma, ¡no hay modo!, de que meta un gol, ella no es sobrehumana.
Y muy concentrada mirando el balón, calculando el arco, saltó de tijeras.
Llámale chalaca, chilena o como quieras, pero metió un golazo soberbio y campeón.
A falta de árbitro y ante tal hazaña, ¡se cierra el estadio! Dijo Marcerano
y tomó la bola con ambas manos para que nadie discuta victoria tamaña.
Mariana ahora juega donde la da la gana, volando en el arco o metiendo goles,
con su gran hazaña multiplicó sus roles, pero no sus nombres.
Mariana es Mariana.
El fútbol también es para Mariana
A mí no me gusta la televisión, el computador ni los juegos de video.
A mí lo que me gusta en mis tiempos de recreo, es salir al parque y darle al balón.
Que los futbolistas, dice una tía, son once tontos detrás de una pelota.
Debe ser que ella ve poco y no nota, que yo no la persigo. Ella es mi compañía.
Luego de comer, hacia el medio día, casa por casa busco a mis amigos
y con los toperoles hacemos mucho ruido, camino a la cancha, aunque la tarde esté fría.
Armamos nuestro equipo bien equilibrado, con redes de defensa y con tremendo ataque,
con estas figuras ganamos desde el saque, aunque al frente se nos ponga el más pintado.
Para más estímulo, cada quien se apropia por su parecido, talento y otras señas,
del papel del crac con el que sueña, y sus más famosas jugadas copia.
Perico por ejemplo es un raro niño, al que por intentar muchos malabares,
por sus grandes incisivos y otros avatares, con cariño llamamos Ronaldinho.
Paquito es el gran Luicito Suárez, recibe el balón y solo ve el arco,
y si bien por nada se lanza al charco, hace goles en el juego igual que en los penales.
Miguelón conoce muy bien su rol, y su máxima consta de una frase sola:
“o pasa el jugador o pasa la bola”, nunca los dos juntos. Lo llaman Puyol.
Y entre otros crac de traje y overol, sin fe ni confianza pusimos a mi hermana.
Aburrirse en el arco la pobre Mariana.
Si ganamos… ¡qué importa que nos metan un gol!
Pero he ahí que un día pasó algo asombroso, en duro partido sin ley y sin tregua,
y andábamos todos sacando la lengua, en una tarde lluviosa con terreno fangoso.
Mariana nos tenía más que sorprendidos, tapó toda esa tarde incluyendo un penal.
La verdad, no lo hacía para nada mal y evitó mil veces el vernos vencidos.
Así se acababa ya el tiempo extra y el peleado empate invariable seguía,
y en un tiro de esquina dejó su portería, mi hermanita gritando: ¡la victoria es nuestra!
El corner saqué bombeadito y centrado, no me llaman Pelusa solo por los rulos.
Es porque en mis centros a Maradona emulo, disculpen la vanidad, no me había presentado.
Y de espaldas al arco se paró mi Mariana, esta niña es loca pensábamos todos,
de esa manera no hay forma, ¡no hay modo!, de que meta un gol, ella no es sobrehumana.
Y muy concentrada mirando el balón, calculando el arco, saltó de tijeras.
Llámale chalaca, chilena o como quieras, pero metió un golazo soberbio y campeón.
A falta de árbitro y ante tal hazaña, ¡se cierra el estadio! Dijo Marcerano
y tomó la bola con ambas manos para que nadie discuta victoria tamaña.
Mariana ahora juega donde la da la gana, volando en el arco o metiendo goles,
con su gran hazaña multiplicó sus roles, pero no sus nombres.
Mariana es Mariana.