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6/10/2017 DESTELLOS DE FUTURO AHORA MISMO | DESOBEDIENCIAS | Página12

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Edición Impresa | 06 de octubre de 2017


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06 de octubre de 2017 · Actualizado hace 8 hs


DESOBEDIENCIAS

DESTELLOS DE FUTURO AHORA MISMO


El rector del Colegio Nacional de Buenos Aires hizo pública una denuncia de abuso de una adolescente con la
clara intención de demonizar las tomas de escuelas secundarias. Ese modo de disciplinamiento oculta que, por
primera vez, las tomas demandaron Educación Sexual Integral, una herramienta legal que existe desde 2006 pero
que sólo se implementa espasmódicamente. Es un reclamo que pone en práctica un modo de autodefensa de los
y –principalmente– las adolescentes, para poder enfrentar la violencia machista, para desarticular los modos
autorizados de ser, estar y amar en este mundo. Juntas, cinco adolescentes de distintas escuelas hablan de sus
luchas, sus experiencias y encarnan un futuro que llegó hace rato.

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6/10/2017 DESTELLOS DE FUTURO AHORA MISMO | DESOBEDIENCIAS | Página12

Por Marta Dillon

“¿En qué confío? ¡En las pibas! Y en algunos pocos pibes que cada vez más están tomando conciencia”, Male lo
dice segura, irguiendo un poco más su espalda recta, el cuello largo, esa cabeza donde se agitan ideas que en su
bullir parecen escucharse aun cuando está en silencio. Todos sus gestos exudan deseo, deseo de hacer, de saber,
de proyectarse; se está aventurando a la vida y le gusta, viene directo a enfrentarla con una convicción que tiene
respaldo: las pibas y esos pocos pibes que como ella, quieren cambiarlo todo. Y que sienten ahora mismo el
mundo que conocen en sus manos como una arcilla a la que hay que amasar todo el tiempo para que no se seque
y fragüe antes de que tome una forma a la altura de sus deseos. Por eso, aunque llega con un logro dibujado en
su sonrisa, ya está pensando en el paso que sigue: la articulación de las comisiones de género de los Centros de
Estudiantes de Base, la creación de un protocolo contra la violencia de género en las escuelas, la reunión con el
Colectivo Ni Una Menos, el cuestionamiento incesante, inclaudicable, de todo lo que la rodea, desde la música a la
tele, las formas de divertirse, de amar, de convivir. “Antes veíamos que se llevaban a una chica en pedo en una
fiesta y ni nos enterábamos qué pasaba. Ahora no, ahora sabemos que podemos sacar a los violadores de la
escuelas”, dice Male y sonríe porque de eso se trata el logro que quiere poner en común, el que a ella y a su
amiga y compañera Luciana las hace sentirse poderosas. “Conseguimos que se dictara la perimetral para que el
victimario no esté en el medio del curso”. Luciana ya no va a tener que convivir con el pibe al que denunció por
abuso. Ya no más soportar que se victimice, que se muestre harto frente a cualquier conversación sobre temas de
género, que trate de explicar que fue un error que le puede pasar a cualquiera. No más tolerar que se armen en el
curso discusiones que la violentaron otra vez y otra más después del abuso; porque su voz se ponía en duda,
porque buscaban conciliaciones imposibles, porque el agresor “ni siquiera tenía la dignidad de no acercarse”. La
piel morena, los aros largos, unos rulos que no llegan a sujetarse en el peinado recogido y atraen la luz sobre su
cara, Luciana ha llorado mucho, dice, pero también se afirma: “ya está, la sororidad es una palabra linda”, y eso
suena a caricia y también a fuerza.

Male y Luciana están terminando quinto año en la escuela de Bellas Artes Rogelio Yrurtia, Ofelia –la orgullosa
presidenta del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini-, está con ellas en la ronda de charla, mate y facturas
con dulce de leche junto a Antonella, de la Escuela de Artes Manuel Belgrano y Valentina, de la Escuela de
Música Juan Pedro Esnaola. Las cinco se reconocen feministas, todas son militantes, todas adolescentes; ninguna
chiquita.

Fueron protagonistas de las tomas de escuelas secundarias que demandaron por Educación Sexual Integral y
resistieron a una reforma educativa que se quería imponer sin consultas y que en su escueta comunicación
proponía reagrupar materias y mercantilizar la formación obligando a hacer pasantías laborales para empresas
privadas y organismos públicos en el último año escolar. Por supuesto, a las tomas las reivindican; fueron
efectivas para que sus voces se escuchen. Y se enojan por igual frente a utilización de una denuncia de abuso
que el rector del Colegio Nacional Buenos Aires, Gustavo Zorzoli, hizo pública para estigmatizar esta herramienta
de lucha. “Este hecho pone de manifiesto claramente la situación de vulnerabilidad a la que quedan expuestos
nuestros alumnos”, había dicho el rector como si las escuelas rebeldes fueran gallineros de puertas abiertas para
los zorros.

“Que se dejen de poner la lupa en las tomas y que el Estado haga algo”, se encabrita Male y Ofelia completa: “Es
un bajón lo que pasó en el Nacional, porque si hay ESI desde 2006 no puede ser que un rector no conozca los
mecanismos básicos de cómo tiene que actuar y haga una cadena nacional para exponer a la víctima. Ella hizo
una carta justamente para preservarse, no para que vaya más lejos la exposición”.

La historia de la que dan cuenta Male y Luciana habla por si sola, no se trata de haber quedado vulnerables por
tomar decisiones autónomas; al contrario, a las tomas, estas adolescentes las experimentan también como un
laboratorio de convivencia en los que los conflictos sociales no son ajenos.

“Nosotras dijimos –cuenta Ofelia–, estamos gobernando la escuela por estos días. ¿Qué queremos? Que vengan
docentes y otras personas a hablar de educación sexual integral, queremos viajar como estudiantes al Encuentro
Nacional de Mujeres y nos pusimos a juntar plata, queremos, por ejemplo, que los baños no sean policías del
género si no que sean todos para todos y para todas”

“Aprovechamos muchísimo el espacio –dice Luciana–, para charlar personalmente, para abrir muchas cabezas.
En nuestra escuela ya había dos denuncias previas por abuso y eso ya venía haciendo mucho ruido”. Pero contra
el ruido, las chicas buscaron recursos para sostenerse en su decisión de decir basta a la violencia machista y
organizaron dos conversatorios feministas en lo que va del año. Y aunque les cuesta más hablar con la mayoría
de los varones, no cejan. “Recién después de la toma se me acercó un compañero a decirme que había entendido
por qué había denunciado, a ponerse a disposición”.
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–Vos podés poner un cartelito que diga “no violar” –dice Male cuando le preguntan si se pueden poner pautas
durante la toma subrayando la ingenuidad de la adulta que la formula– pero no sirve, sirve hablar en todo caso.

Valentina: Nosotros también hicimos charlas sobre ESI y sobre Ni Una Menos, pero cuesta mucho que los pibes
se involucren, en la última había nada más que dos. A las marchas vienen más, pero necesitamos mucho trabajo
sobre el machismo y sobre el micro machismo. En nuestra escuela a un chico que abusó no lo dejamos entrar a la
toma; pero también nos encontramos con que eso divide un montón, porque los amigos lo defienden. Un abuso es
un abuso y los detalles no importan.

Y es que no son otros distantes, ni desconocidos en la calle los que cometen los abusos y eso lastima. “Para
nosotras es un luto, porque perdimos un amigo”, dice Male. “A más de uno, porque el denunciado era de nuestro
rancho”, sigue Luciana. Pero perder fue la manera de ganar seguridad, de dejar de llorar a escondidas, de “caer”
en qué era lo que había pasado, individual y colectivamente.

Antonella: Nosotras al principio salimos a cortar la calle pidiendo Justicia para Nuria (Couto) y Nadia
(Grebenshikova) –las dos asesinadas en la plaza Irala, cerca de la escuela Belgrano a la que asistían– y no
pensábamos en la ESI, no nos dábamos cuenta de que tenía que pasar algo tan grave para que todos despierten.
Pero nos despertamos y ya no es sólo denunciar sino pasar a un plano de discusión política, de re pensar todos
nuestros esquemas de cómo somos, quiénes somos, cómo nos relacionamos, todo.

Ofelia: Este año fue la primera vez que se toman las escuelas por la ESI. Porque la verdad es que en cinco años
de secundaria si tuvimos tres jornadas es mucho.

Valentina: Y muchas veces son de la boca para afuera. A nosotros, por ejemplo, nos habló la de Educación
Física, puso de ejemplo el machismo en la Olimpíadas pero en las clases nos siguen tratando diferentes a los
varones que a las mujeres. Ellos pueden llegar tarde y meterse en las prácticas, nosotras no.

Ofelia: Nosotras tuvimos que hacer nuestro protocolo propio para actuar en casos de violencia, porque lo que te
dan de ESI es nada. Viene una un día y dice: “Esto es ESI y voy a hablar de anticonceptivos. Pero ojo que a las
mujeres les pega más el alcohol que a los varones así que las mujeres no tienen que tomar”.

En ese breve diálogo, las chicas traen una constante que ellas delatan: la creatividad propia para dar respuesta
ahí donde las personas adultas solo ven riesgo y entonces le oponen disciplinamiento.

Antonella: Cuando Nuria y Nadia estaban internadas nos pedían que “oremos” pero cuando fallecieron fue como
si nos dijeran “se acabó la joda”, insistían en que las chicas no teníamos que salir solas cuando Nuria y Nadia
estaban con varones, pusieron seguridad privada. Siempre van por el lado de tapar las cosas en lugar de
problematizarlas.

Luciana: Siempre tapan, los docentes, los directivos, te piden que aguantes un poco más. Y muchos alumnos
repiten eso.

Male: Es que nos están enseñando a tapar, a no creer lo que dicen las víctimas, a imponer el cuentito de las dos
campanas cuando en el medio hay un abuso, es la complicidad entre machos. Sólo lo ven si pasó en una toma.
Los docentes, la mayoría, vienen de una generación más acostumbrada a callar, vienen de la dictadura. Nosotras
podemos avanzar y hablar.

Ofelia: Nosotras aprovechamos lo que se produjo después de Ni Una Menos, porque hubo un cambio en el
sentido común que nos permitió tener más referentes femeninas, que palabras como machismo y feminismo
entren en la escuela y que nosotras podamos desconstruirnos, cambiar, revisar todo. Yo estoy ahora en una
relación heterosexual y sé que hay cosas que no voy a permitir nunca.

Asistir al diálogo entre estas adolescentes es como estar en un centro anticiclónico, ellas emiten vientos de futuro
que ya mismo pueden despeinar, que dejan nada en su lugar. Ellas se transforman y a su alrededor no se puede
fingir indiferencia. Les pasa en la escuela, en las fiestas, dentro de sus casas.

Ofelia: El verano pasado estuvimos en Villa Gesell con unas amigas y nos dio repugnancia cómo está organizado
todo como si nosotras, las chicas, fuéramos productos que nos hacen entrar primeras a los boliches para que
después entren los chicos. El nivel de acoso es impresionante, pero entre nosotras nos cuidamos, cuestionamos,
dejamos de depilarnos si se nos da la gana, ponemos nuestros límites. Y siempre decimos que somos feministas
para que sepan con quienes se enfrentan.

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Luciana: Yo vivo con mi papá y mi hermano, mi papá es mayor. Después de que hice la denuncia hay cosas que
no tolero más y me las respetan, aunque con mi hermano de 19 es muy difícil, es bien machista y me acusa de
feminazi. Pero por ejemplo, al momento de la cena, hay programas que no tolero, si está Polémica en el Bar o
Showmatch les pido que cambien o no me siento a comer. Y ellos terminan cambiando.

Male: En mi casa somos tres mujeres, mi mamá, mi hermana y yo. No hay jerarquías.

Antonella: En mi casa también somos tres mujeres y nos entendemos. Pero mi hermana está en una relación
hace cinco años y ahí es re difícil discutir. Veo muchas cosas que no me gustan y aunque las hablamos, cuando
vamos a la cosa personal no lo entiende.

Ofelia: Mi mamá y mi papá están separados, mamá es piola. Y mi hermano, bueno, creo que lo dejé re traumado,
le toqué algunas fibras. Como tuve mi momento de celebrity –después de que Ofelia se rebelara por el modo en
que la trataron periodistas al aire al punto que tuvo que ponerles el límite y exigir que no la trataran de “chiquita”–,
el me googleó y me escuchó, después tuvo que conversar un montón de cosas con mamá.

Valentina: Mis viejos hablan de estas cosas pero hablan desde el miedo. Tienen miedo de que nos pase algo. Eso
no está bueno, porque la cosa no es disciplinarnos por el miedo.

Antonella: El problema que tengo yo con mi mamá es que mira una novela espantosa que se llama El Sultán. Ahí
pasa todo lo que no puede pasar, lo que no queremos que pase más. Esa es mi cruzada, que deje de verla.

Ofelia: Es que estamos todo el día cuestionando esas cosas.

“Esas cosas” son las jerarquías entre los géneros, el discurso que todavía circula sobre las mujeres provocando
abusos, la heterosexualidad obligatoria, los códigos de vestimenta, que se siga insistiendo en que “las mujeres
que tienen relaciones sexuales son putas y los varones son campeones”. Las chicas dicen que buscan con avidez
lecturas y formaciones que les den argumentos, internet es una herramienta, también las charlas que ellas mismas
provocan, lo que pasa en la calle cada vez que las mujeres salen a marchar, la respuesta cada vez más veloz
frente a la represión a lesbianas, gays, travestis y trans.

Valentina: También tenemos que decir que nuestras escuelas son bastantes privilegiadas, porque hay
organización, porque muchas tienen orientación artística y eso da apertura. Pero tengo una amiga lesbiana que se
cambió de escuela y me llamó porque la habían encerrado en un baño por eso.

Ofelia: Y eso que la lesbianas no están tan mal vistas, a los varones les cuesta más. Lástima que es porque los
tipos se calientan con las lesbianas.

Tienen 18 o menos y hablan de “deconstrucción”, no se asustan porque les digan feminazis porque saben que es
parte de la resistencia a las transformaciones que ellas persiguen y provocan. Sienten, sí, el duelo por los
compañeros que insisten en reivindicar sus privilegios, en convertirlas en locas que quieren “la muerte del macho”.
Pero cuando una habla, todas se sienten más fuertes, es lo que repiten y en el diálogo la palabra circula tanto
como las risas, sobre todo cuando piensan en los viajes de egresados y egresadas que, tal como están
propuestos, también las ponen como objetos de consumo. Y se rebelan. Y fantasean con transformar eso también,
con diseñar viajes feministas para celebrar el fin de ciclo. No le temen a la duda, al contrario, buscan alternativas,
inventan sus propias herramientas, usan las dudas como linternas para encontrar sus propios caminos. El
protocolo que demandan para enfrentar la violencia machista no esperan que baje desde ninguna autoridad si no
que lo están creando, guiadas por sus experiencias.

Ofelia: Nosotros en el Pelle hicimos un protocolo pensando en incluir una referente que sea mujer y que sea
externa a la escuela, para que no esté contaminada con eso que se dice siempre: “yo confío en tal pibe, lo
conozco, es incapaz de hacer eso”.

Male: Necesitamos un protocolo común para evitar justamente las discusiones a los gritos sobre a quién se le
cree, para que dejen de decirnos que nos comemos el flash feminista. Tiene que haber inmediatez para separar a
la víctima del victimario. Pero no es la víctima la que se tiene que cambiar de curso.

–¿Y qué creen que debería pasarle a un chico de 17 o 18 que comete un abuso? ¿Tiene que pasar por la justicia
penal, ir a la cárcel?

Valentina: La cárcel empeora a las personas, no las cambia. Y ese es un problema. Nuestros compañeros son
chicos. Habría que poder educar para que dejen de violar pibas, pero dejar de decirnos a nosotras que tenemos
que cuidarnos y no provocar. Dejar la incomodidad de lado y trabajar desde muchos sectores.
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Luciana: Yo, lamentablemente, al que me abusó le deseo lo peor, pero entiendo que no es así. Mi lugar es
complicado. A mí denunciar en una fiscalía me sirvió un montón para dejar de sentirme sola, de llorar sola, para
que todas mis amigas entiendan y yo también, de qué se trata.

Ofelia: Pero no siempre se puede denunciar en una comisaría o en una fiscalía. Hay mucho riesgo de que te
revictimicen. El otro día una amiga fue a denunciar que perdió el dni y escuchó cómo la interrogaban a otra
delante de todo el mundo por un tema de abuso.

Male: Por eso necesitamos saber todos y todas cómo actuar adentro de la escuela, docentes, directivos, padres y
madres. Y también en las fiscalías.

Luciana: Sí, porque cuando yo fui a denunciar me hicieron contar cinco veces lo mismo, es horrible, no saben
cómo hablarle a la víctima. En la OVD –la oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de la Nación– es
completamente distinto. Eso te da una pauta de cuánto se necesita formación.

Antonella: Hay que dejar de alimentar el machismo, que dejen de empoderar a los machistas y que les ofrezcan
otra cosa. Porque los varones están asustados, creen que abusar es algo que le puede pasar a cualquiera. Y no
es así, el abuso es abuso y de ahí no se vuelve.

Male: ¡Sí! Están re asustados los varones, el otro día un pibe mandó un mail al centro de estudiantes diciendo que
no había hecho nada y se fue de la escuela. Pero no hubo ninguna denuncia en contra de él.

Ellas, en cambio, no se sienten en peligro. Se tienen entre ellas, confían “en las pibas y en los pocos pibes que
cada vez más están tomando consciencia”. Escucharlas suena a caricia y también a fuerza. A deseo en
movimiento para que el futuro empiece ahora mismo.

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