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acertado uso poético del lenguaje; y The Tragedy of Jane Shore y The Tragedy of Lady Jane Gray por el

inspirado sentimentalismo, plenamente «doméstico», del que se sirve para la presentación del sentimiento
amoroso.

George Lillo (1693-1739) fue más allá que Rowe, no sólo por convertir a protagonistas burgueses en héroes de su
«tragedia doméstica», sino, sobre todo, por romper con la tradición culta y utilizar la prosa en lugar del verso.
The London Merchant (El mercader de Londres) nos ofrece personajes y situaciones verosímiles enmarcados en un
tono melodramático y moraliz
El interés por la naturaleza, contemplada en su majestuosa grandiosidad como portavoz infalible de la
perfección del universo, fue una de las constantes de la poesía neoclásica. Se inicia así un interés po grandes
rasgos, el teatro inglés del siglo XVIII es una continuación del teatro de la Restauración (Volumen 4, Epígrafe 3
del Capítulo 14); de hecho, los autores dramáticos siguieron conscientemente los moldes instaurados desde la
reapertura de los locales en 1660, y el género continuó transitando por los caminos que el nuevo público burgués
iba marcándole.

Características fundamentales de este tipo de teatro serán su superficialidad y simplificación, además de


su decisiva carga moralizadora —entendida no sólo como «moral ilustrada», r el poema descriptivo, con tonos
didácticos, que tiene a uno de sus máximos exponentes en James Thomson (1700-1748).

se detiene con igual acierto tanto en el sentimiento más íntimo de la naturaleza como en sus
manifestaciones más grandiosas, con un excelente tratamiento de todos los elementos sensoriales, notas todas
ellas que, junto con la sinceridad del autor y los tintes subjetivos que sabe imprimir a su poesía, nos adelantan
de alguna manera el Romanticismo.

Preocupaciones propiamente neoclásicas determinaron la aparición del resto de sus poemas: Britannia
(1729), una sátira dirigida contra Walpole y la degradación de las virtudes inglesas; Liberty (1738), una historia
de la civilización en la que aboga por la libertad como condición indispensable para el progreso; o El castillo de
la Indolencia (The Castle of Indolence, 1748), una alegoría a imitación de Spenser en la que se debaten la
Industriosidad y la Indolencia, resultando vencedora la primera.

1685-1732) fue autor de cierto renombre por sus sátiras; alguna de ellas tomó forma dramática —The
Beggar’s Opera, su obra más perdurable—, aunque se dedicó preferentemente a la poesía.

Aparte de por tales poemas satíricos —entre los que destaca The Fan (El abanico), poema burlesco imitado
de Pope; y Trivia, humorística y realista descripción de las calles de Londres—, se le recuerda por sus dos
volúmenes de Fábulas (Fables, 1727-1738), influidas por Esopo y La Fontaine; correctamente construidas, no Su
obra fundamental, Las Estaciones (The Seasons), comenzó siendo un poema sobre el invierno y terminó convertido,
en 1730 —y en sus sucesivas revisiones hasta 1746—, en un ambicioso canto a la naturaleza y al creador; el
regusto religioso de las primeras versiones se fue eliminando en aras de un progresivo humanismo cientifista y
filosófico propio del saber de la época. A pesar de su falta de unidad, el poema presenta rasgos innovadores en su
minuciosidad descriptiva: su fuerza evocativa de su viaje por Francia, Suiza y Lombardía. Pese a su escaso
interés, le valió cierta notoriedad y el favor de personajes influyentes.
En 1770 publicó La aldea abandonada (The deserted village), donde nos ofrece las impresiones de quien,
volviendo a su aldea tras años de ausencia, la encuentra abandonada a causa de la emigración a la ciudad; en el
poema ocupa un lugar preferente el recuerdo de las costumbres y las tradiciones campesinas ya olvidadas.

sino, sobre todo, como «moral burguesa»—; el afán moralizador del nuevo público se tradujo en una
restricción en el tratamiento de determinados temas: el sexual, limitado a los estereotipos dominantes; y el
político, cuya crítica constante en la escena durante el primer tercio del siglo XVIII originó la aparición de la
censura previa y de la Licensing Act en 1737.

Aunque muchos autores dramáticos abandonaron su carrera a causa de estos condicionantes


extraliterarios, los que siguieron en la brecha supieron atraerse el favor del público y buscar en todo momento su
agrado: las obras se modifican a la vista del éxito o el fracaso obtenido; los locales son regentados por
empresarios profesionales —en casi todos los casos, relacionados con el mundo del teatro—; se impone el
vestuario y el decorado suntuoso; y, sobre todo, se confía al actor el peso de la obra, conociendo esta época una
élite de actores recordados entre los mejores de Inglaterra.

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