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“En tercer lugar, la identificación nacional y lo que se cree que significa implícitamente

puede cambiar y desplazarse con el tiempo, incluso en el transcurso de períodos


bastante breves.”

Cuando usamos el término nación evocamos algo que creemos siempre estuvo ahí y que
permite remontarnos en la historia hasta pueblos milenarios aquellos pueblos americanos o
europeos de los que somos continuadores especulares, un modo de identificarnos constante y de
características homogéneas, hablando un mismo idioma, usando las mismas ropas, con las mismas
costumbres y habitando los mismos hogares. Basta con salir a caminar por cualquier metrópoli o
adentrarse en la geografía de la nación para corroborar que esta idea, esta comunidad imaginada
(Anderson,…….), carece de la homogeneidad pretendida y que por el contrario subsume bajo un
sujeto ideal a colectivos diversos y no siempre aceptados.
Si tomamos el Himno Nacional Argentino en su versión de 1813, vemos como en sus
estrofas prefigura al sujeto nacional, que se reconoce en la gesta Revolucionaria, que pertenece a
Buenos Aires, que tiene como enemigo tanto a España como a Artigas, que reconoce como
antepasado glorioso al Inca.
La versión acortada del himno que cantamos en la actualidad se origina en 1910 cuando se
entona durante los festejos por el centenario de la Revolución de Mayo y, como parte de los actos
dispuestos se exhibe en el marco de la Primera exposición de Arte Internacional una pintura
alegórica de su primera interpretación en 1813. En donde puede observarse como “la aristocracia, el
clero y militares de alto rango escuchan la canción patria por primera vez” (Cardoso, 2015), .

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