Caso Patricia
Patricia era una niña de 6 años, hermana mayor de una niña de 4 y otra de 2 (ambas sanas y
sin trastornos durante el desarrollo).
A la entrevista inicial fue la madre sola. El padre se ocupaba poco de sus hijas aunque trataba
de que tengan todo lo necesario.
El motivo de consulta era un marcado retraso del lenguaje (síntoma que era una consecuencia
de sus profundas dificultades de conexión con el mundo exterior). A los 6 años sólo decía
mamá, papá y atá contracción de aquí y está, que utilizaba para expresar la aparición y
reaparición de objetos o personas. Usaba las 3 palabras adecuadamente y disponía además
de una serie de sonidos inarticulados, con los que parecía querer mencionar objetos o
situaciones, pero que resultaban completamente incomprensibles. Padecía también una
anorexia seria y su nivel de juego estaba muy por debajo de su edad. Según su madre, patricia
sufría por no poder expresarse y la notaba celosa de sus hermanas que hablaban y jugaban
normalmente. Llega a la analista por derivación del pediatra.
Patricia fue una hija deseada y el embarazo y el parto fueron normales. Se prendió bien al
pecho desde el primer momento. La lactancia se desarrolló sin trastornos hasta los 7 meses,
época en que la madre la destetó bruscamente por haber quedado nuevamente embarazada.
En apariencia Patricia no reaccionó inicialmente mal a esta pérdida brusca, aceptó la
mamadera, pero comenzaron a presentarse dificultades con las comidas, que fueron
aumentando hasta desarrollarse una anorexia seria.
La fecha en que se detuvo el desarrollo del lenguaje y el momento en que comenzó el
aprendizaje para el control de esfínteres no fueron recordados por la madre. Todos estos datos
surgieron del análisis de la niña y fueron confirmados por la madre, quien agregó entonces
datos importantes recodados en ese momento.
En una sesión Patricia tomó un lápiz y comenzó a sacarle punta con una máquina, miraba con
atención el agujero en el que introducía éste cada vez que le iba a sacar punta. Después de
haber hecho experiencias de introducir el lápiz, dar vuelta la manija, ver caer las minas y el
aserrín en el depósito transparente de la máquina, tomó un pedazo de plastilina y tapó el
agujero. Trató de meter los lápices en el agujero tapado con plastilina y le señaló a la analista
con gestos que ya no podían entrar. En ese momento la analista hizo la primera interpretación:
“Cierras el agujero de mamá para impedir que las cosas entren y salgan de ella y por eso
también necesitas vigilarla” (este juego además de cerrar a la madre, simbolizaba cerrar su
boca (por el nuevo embarazo de su madre) y cerrar su ano (para someterse al control)).
A partir de preguntas hechas con gestos por la niña sobre el nombre de objetos ya conocidos
(preguntas que para A. esconden un deseo de saber algo que les parece censurado o que les
angustia), la analista interpretó que quería saber por qué no podía hablar y los otros niños sí,
del mismo modo que señaló autos con cuerda (sus hermanas) y otros sin ella (ella misma) y
por qué su mamá la había hecho así. A. interpretó “Imaginas que hay cosas malas que tu
madre ha puesto en ti y que son ellas las que te han hecho no poder hablar” (la analista
expresó, así, la fantasía inconciente de enfermedad de la niña, que se confirmó en el desarrollo
del tratamiento).
En sesiones posteriores metió dentro de paquetes cerrados las sustancias con las que había
simbolizado el interior del cuerpo y sus contenidos (creo que el aserrín y las minas).
Representaban para ella el producto de las relaciones sexuales de los padres, lo que la madre
tenía dentro, penes y sustancia para hacer niños, lo que había puesto en ella y en sus
hermanas. Sirvieron para que simbolizara su concepción de por qué ella era incompleta y sus
celos con las hermanas, más favorecidas por la madre. Representó con estas sustancias su
fantasía de su mundo interior: -cómo fue hecha, -su imperfección y -cómo quería volver a nacer
integrada y completa. En la medida en que su análisis progresó, esas sustancias se
enriquecieron porque agregó otras que consideraba positivas. Con ellas representó la fantasía
de volver a nacer en otras condiciones.
Con el transcurso de las sesiones la analista pudo comprender a través de los juegos de
Patricia que el control de esfínteres se inició en ausencia de la madre. Cuando lo revivió con
ella expresó toda la angustia que experimentó durante su iniciación en un juego con una
muñeca a la que alimentó y cuidó. Eligió para este juego un bebé. Su actitud de cariño y
cuidado cambió bruscamente luego de algunas sesiones. Comenzó de pronto a ensuciarlo, lo
desnudo, lo sometió a pasar hambre y frío, lo convirtió en un muñeco sucio y maltratado, al que
abandonó. La analista nada debía hacer para preservarlo de esos malos tratos. Mientras
realizaba todos esos actos crueles con el bebé, la analista debía permanecer en la habitación
de al lado y no ver nada ni intervenir. Le hacía jugar el papel de la madre ausente que no
acudió en su ayuda cuando fue maltratada por ser una niña sucia. En este juego la muñeca era
ella, mala, sucia y abandonada.
A. pidió una entrevista con la madre y comprendió que el control de esfínteres coincidió con el
nacimiento de la hermana de Patricia. Fue allí cuando la madre se fue al sanatorio para tener
su segunda hija y la niñera forzó a Patricia a un control muy severo. Cuando la madre regresó
del sanatorio a los 8 días, Patricia controlaba orina y materias fecales. En esta misma
entrevista, la madre recordó con tristeza un episodio que ella misma conectó con la detención
del desarrollo del lenguaje. En los días siguientes de su regreso del sanatorio, Patricia hacía
grandes esfuerzos por pronunciar el nombre de su hermana. Un día en que ésta dormía en la
cuna después de haber mamado, Patricia aferrada a las faldas de su madre, pronunció por
primera vez, con voz estridente y quitando la M inicial, el nombre de su hermana. Gritó “Onica”
en vez de “Mónica”. La madre lloró al recordar que su reacción fue pegarle en las manos,
diciéndole que podía despertar a su hermana, en vez de valorizar el logro tan trabajosamente
conseguido por Patricia. También recordó que como el parto fue por la noche, Patricia no supo
de su partida y al despertar no la encontró ni nadie le explicó nada.
Esta entrevista con su madre fue transmitida a Patricia en la sesión siguiente. Se pudo ver la
interacción entre realidad externa (malos tratos de la niñera y de la madre) e interna, la
desvalorización que Patricia mostró de sus contenidos.
Si A. pone énfasis en la conducta de la madre y la niñera durante el aprendizaje de la limpieza
y en los días previos y posteriores al parto de la madre, no es porque considere que esa
conducta por sí sola fuese capaz de producir la detención del lenguaje y los otros síntomas
sino porque en el curso de la relación transferencial evidenciaron su importancia. Fue la
situación interna de Patricia en ese momento del desarrollo hizo que esos acontecimientos se
hiciesen suficientemente traumáticos como para provocar síntomas tan serios.
Recapitulando, entonces, vemos cómo vivió Patricia las sucesivas frustraciones que siguieron
al embarazo de su madre y al destete brusco: 1-para ella la madre la privó del seno para con
eso fabricar su segunda hija; 2-para que naciese la segunda hija la abandonó para ir al
sanatorio; 3-en ausencia de su madre se le obligó a dar sus materias fecales y se la trató con
dureza; 4-cuando la madre volvió del sanatorio ella intentó superar sus tendencias destructivas
y recrear a su hermana pronunciando su nombre, pero la madre le pegó y le impidió hablar.
Este hecho significó para ella la ratificación de que su madre se había transformado en mala
por todas sus fantasías agresivas (frente a esta situación de angustia y decepción frente a la
madre, la figura del padre podría haberla ayudado a vencer la depresión, pero en este caso se
trató de un padre psicológicamente ausente, que no la ayudó a elaborar la pérdida de la
madre); 5-si ella no podía restaurar, no podía destruir, lo que la forzó a una defensa excesiva y
prematura contra el sadismo impidiendo el establecimiento del contacto con la realidad e
inhibiendo el desarrollo de la vida de fantasía.
Los dos síntomas presentados por esta niña (anorexia e inhibición en el desarrollo del
lenguaje) eran la expresión de sus dificultades con el mundo exterior, su rechazo y su temor a
la conexión.
La inhibición en el desarrollo del lenguaje se hizo por un desplazamiento de lo corporal a lo
mental. Conservar los contenidos mentales era su forma de compensar el haberse visto
forzada a dar los contenidos materiales (materias fecales, orina, etc).
Anna Freud, “Psicoanálisis del niño”.
Tres ventajas del análisis del niño (por sobre el análisis del adulto):
-permite alcanzar modificaciones del carácter mucho más profundas que el análisis del adulto.
El niño sólo deberá retroceder un poco para volver a la vía normal, pues aún no ha levantado
toda su vida futura sobre aquella base;
-influencia sobre el superyó. Tenemos la posibilidad de modificar por influencia analítica no sólo
las identificaciones ya establecidas (interno), sino también la relación con los objetos reales
que rodean al paciente (externo);
-como las necesidades del niño son simples y fáciles de satisfacer y de captar, podemos
facilitarle su labor de adaptación tratando también que el medio se adapte a él. He aquí
también una labor doble desde dentro y desde fuera.
Así, la principal diferencia entre el análisis del adulto y el del niño, es que en el adulto el
superyó ya ha alcanzado su independencia y no es accesible a los influjos del mundo exterior.
En el análisis del adulto se trabaja en forma puramente analítica, se trata de liberar de lo
inconciente los sectores ya reprimidos del ello y del yo. En cambio la labor a realizar en el
superyó infantil es doble: analítica, en la desintegración histórica llevada desde el interior, en la
medida en que el superyó ya ha alcanzado su independencia; pero también pedagógica,
influyendo desde el exterior, modificando la relación con los educadores, creando nuevas
impresiones y revisando las exigencias que el mundo exterior impone al niño.
Si la niña de la que hablamos no hubiese llegado al tratamiento a los 6 años, su neurosis
infantil habría terminado en la curación espontánea, pero como herencia de aquella neurosis
habría quedado un superyó muy severo. Este superyó severo es para Anna Freud la
consecuencia y no el motivo de la neurosis infantil.
Anna Freud plantea que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente, sino de
sus padres o de las personas que lo rodean. Incluso en muchos casos ni siquiera es el niño
quien padece, él no percibe ningún trastorno sino que son los que lo rodean quienes sufren por
sus síntomas. De este modo, en la situación del niño falta todo lo que consideramos
indispensable en la del adulto: la conciencia de enfermedad, la resolución espontánea de
analizarse, la confianza (en el analista) y la voluntad de curarse: cuestiones consideradas por
Anna Freud como las precondiciones necesarias para iniciar un verdadero análisis.
Anna Freud intenta establecer con sus pacientes una alianza, aliarse con su yo conciente
contra una parte divorciada de su personalidad o contra el mundo exterior o los padres
(considera que en el análisis todo debe ser conducido a partir del yo. Todo parte para ella de la
persuasión o de la educación del yo). Trata de establecer en el niño una sólida fijación al
analista y de llevarlo a una relación de dependencia, establecer complicidad, transferencia
positiva. Apunta a que el paciente (niño) llegue a tener confianza en el analista, a adquirir
conciencia de su enfermedad, anhelando así por propia resolución un cambio en su estado.
Con esto llega al segundo tema: el examen de los medios para realizar el análisis infantil
propiamente dicho.
Superyó del adulto vs superyó del niño: el superyó del adulto es el representante de las
exigencias morales de la comunidad que circunda al individuo. Debe su origen a la
identificación con los primeros objetos amorosos del niño, con los padres. Así, lo que al
principio fue una exigencia personal emanada de los padres sólo al pasar del apego a la
identificación con éstos, se convierte en un ideal del yo, independiente del mundo exterior.
En cambio en el niño aun no puede hablarse de semejante independencia. Todavía está lejos
del desprendimiento de los primeros objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las
identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente.
Los objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis
mientras el superyó infantil no se haya convertido en el representante impersonal de las
exigencias asimiladas del mundo exterior.
Relación entre el análisis del niño y la educación: el analista debe asumir el derecho de guiar al
niño, dominarlo. Bajo su influencia el niño aprenderá a dominar su vida instintiva. Es preciso
que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo infantil. Sólo si el
niño siente que la autoridad del analista sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a
conceder a este nuevo objeto amoroso (equiparado a sus progenitores) el lugar más elevado
que le corresponde en su vida afectiva.
Objetivo del texto: pensando en la historia psicoanalítica, explicitar algunos riesgos, estar
alertados de que esto se puede producir y recuperar una mirada crítica.
La trivialización de nuestros conceptos y sus efectos sobre nuestra teoría: en nuestra disciplina
asistimos a una trivialización y deterioro de conceptos que en rigor conservan su valor pero
cuyos efectos se ven desbaratados. El deterioro se manifiesta de modo privilegiado en la forma
de una trivialización de su significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de
toda acción innovadora y perturbante, se intentará volverlos conformes con los enunciados del
discurso cotidiano del sujeto, discurso al que se le demanda que permanezca en lo cotidiano.
Se anula así, el poder subversivo del psicoanálisis en el sentido de develar lo desconocido.
La consecuencia de esta trivialización será el desinvestimiento del discurso asociativo en
provecho del discurso interpretativo, la asociación libre cederá el lugar a la interpretación
“obligada”, lo que permite que a partir de un elemento (lapsus, sueño) se desarrolle una cadena
interpretativa en la que no falta ningún eslabón y que, por ello, no puede presentar ninguna
abertura. Todo pensamiento o imagen imprevisto será explicado gracias a una interpretación
preconocida. Todo esto lleva a anular cualquier efecto de la interpretación sobre la economía
psíquica.
Lo que se nos ofrece es una construcción interpretativa, pero si lo propio y eficaz de la cadena
asociativa es la imposibilidad de su cierre, y de allí el efecto de sorpresa y la reacción emotiva
que puede suscitar, lo propio del sistema interpretativo es poder anillarse siempre en un punto
de origen. Así el analizado se protege de la experiencia recurriendo a un saber que debe no a
la experiencia sino a la ideología circulante en el discurso del grupo.
La apertura de la partida y el “a priori” de la certeza: tiene que ver con transformar la teoría en
un dogma, que se considera que porta la verdad con anticipación, y así la práctica no funciona
como puesta a prueba. Se rehúsa todo cuestionamiento en nombre de una certeza
preestablecida, que preexiste a la experiencia.
La manera en que una madre investirá a su hijo, el papel que éste último tendrá en su
economía afectiva, dependen siempre parcialmente de la relación presente entre dos genitores.
El análisis de la interacción infans-madre no puede separarse del de la relación de la pareja: el
ambiente psíquico que recibe al recién nacido ha sido anticipado por ese medio relacional en el
cual evoluciona la pareja.
Piera quiere destacar en este texto el efecto desorganizador que la llegada de un hijo puede
tener sobre la intrincación pulsional, hasta entonces más o menos preservada, en la psique de
los padres y la acción igualmente dramática que puede ejercer sobre el infans esta movilización
de la pulsión de muerte en su ambiente psíquico.
El arrancamiento
Para Inés su padre es un paranoico, le es más difícil etiquetar a su madre. Siempre la oyó
quejarse de su estado de salud, lo que no le impedía tener repetidas escenas violentas con su
marido. Inés no tiene prácticamente recuerdos personales sobre su relación con su madre en el
transcurso de los primeros 6 años de su vida. Aún hoy día, su madre se queja del “destete
salvaje” que le fue impuesto a pesar de tener gran cantidad de leche y de desear amamantar a
sus bebés. Este destete se debió a que el nacimiento de las 3 últimas hijas coincidió cada vez,
al decir del padre, con el descubrimiento por parte de la policía de algún documento que
amenazaba comprometerlo. Por ello, en los días siguientes a cada uno de esos tres
nacimientos, el padre huía del domicilio conyugal llevándose consigo la menor de las hijas.
Estas fugas duraban de 2 a 3 meses, después de las cuales regresaba a su casa con el bebé
(pero la madre ya no reconocía a sus hijas, consideradas intrusos). El padre justifica su
decisión por su deseo de salvar a por lo menos un miembro de su flia, ante la imposibilidad de
encontrar refugio para todos y porque un bebé es más fácil de transportar y menos
sospechoso. La madre sostiene que lo hacía como venganza hacia ella, por no haber tenido
hijos varones que puedan continuar su lucha política.
Durante el primer tiempo de su análisis, Inés retoma por cuenta propia esta acusación materna
(de que el padre lo hacía por venganza). Pero la continuación del análisis da lugar a otra
explicación. Inés se pregunta si el padre, al hacerse cargo él sólo de la vida del bebé, no tenía
la convicción de que lo “reengendraba”, de que sin cambiar su sexo, imponía una suerte de
transfusión paterna a fin de hacerla acorde a la naturaleza psíquica de un bebé jamás nacido.
Detrás de esto que Inés presenta como la motivación que explica el actuar del padre, el análisis
permite encontrar el fantasma de doble nacimiento y de doble asesinato alrededor del cual se
organizó el mundo psíquico de Inés cuando niña (doble nacimiento: nacimiento a través de la
complementariedad boca-pezón con su madre, experiencia de placer y nacimiento a través de
la complementariedad con el biberón cuando es arrancada de la madre por su padre,
experiencia displacentera; doble muerte: muerte de estas dos cuestiones).
Dos infans vieron la luz y desaparecieron sin dejar rastro: un tiempo y una vivencia
impensables han abolido todo lazo que pueda ligarlos a la existencia de una niña sin pasado.
La actualización de este fantasma de los orígenes que asocia dos nacimientos y dos muertes,
que disocia el poder materno y el poder paterno de engendrar, que instaura una ruptura entre el
tiempo del infans y el tiempo del niño, permitirá a Inés reencontrar-reconstruir ciertos sucesos
de su infancia, de su nacimiento, dar sentido a las defensas psicóticas que de niña utilizó para
defenderse de un ambiente psíquico siempre en peligro de un estallamiento.
Sin embargo, este trabajo de reconstrucción y de elaboración que Inés realiza no puede
impedir que un suceso actual e imprevisto cree una brecha y ponga al desnudo una rasgadura
originaria. Cierto tiempo después, Inés anuncia en sesión que está embarazada (embarazo que
contradice el diagnóstico dado a sus 20 años), que está sorprendida y contenta. Pero
sorprendentemente no habla del tema durante meses, hasta el momento en que su panza
empieza a notarse y experimenta una extraña sensación cuando se mira al espejo. A partir de
allí todo cambia. Las sesiones se empiezan a llenar de descripciones de imágenes terroríficas,
a veces soñadas, a veces imponiéndose a su mente en el momento del adormecimiento o del
despertar: un pedazo de cuerpo, un objeto no identificable se ponen a moverse, a desgarrarse,
para desaparecer: el final es siempre el mismo, ahí donde había una “cosa” aparece un
“agujero negro” que está a la vez vacío y lleno de una sustancia negra que se expande por su
cuerpo. Luego toda la imagen desaparece y le queda la certeza de muerte inminente.
No hay duda de que su embarazo, el pensamiento de que iba a revivir dentro de poco una
relación madre-bebé, abrieron la vía a retoños de la representación de la catástrofe sufrida por
Inés cuando era un bebé.
Durante los primeros 4 años de tratamiento Piera jamás había experimentado el temor de ver
instaurarse un episodio psicótico. No sólo pensaba que la potencialidad psicótica de Inés no se
manifestaría, sino que le parecía legítimo esperar que ella hubiera podido liberarse, instalar
otro compromiso identificatorio. Sin embargo, su embarazo le hace temer durante meses la
aparición de un episodio psicótico. Aparece un deseo de muerte hacia ese feto, sentimientos de
horror hacia la relación entre una madre y un infans. Está segura de que el parto saldrá mal, de
que su vida correrá peligro. Sentimientos igualmente violentos toman a su marido como blanco:
él es el responsable, él quería un hijo y se aprovechó de su útero.
Finalmente su parto sale bien y no cae en el delirio. Retoma rápidamente su actividad
profesional y contrata a una joven para que se ocupe de su bebé. Nuevamente encuentra su
capacidad de apelar a sus defensas eficaces. Inés habla de su bebé de manera positiva, pero
éste aún es muy pequeño y sólo el futuro de su relación permitirá decir si la madre y el niño
han podido escapar a dos inicios de vida tan dramáticos.
Inés deja el análisis porque se muda por trabajo.
Piera propone la siguiente hipótesis: Inés fue arrancada violentamente de un primer espacio
complementario, el pecho que era el representante y que quizás había podido, durante un
breve período, satisfacer sus necesidades biológicas y psíquicas, desaparece y es
reemplazado por otro espacio cuyo representante es el biberón, del cual se le impone la unión
intrusiva con su cavidad oral. La representación de este estado de unión ya no se acompaña
del placer sensorial que debería dispensar: la unión se convierte en sinónimo de intrusión, la
zona oral y la función de ingestión han perdido su poder de engendrar placer. Inés, sin
embargo, no se vuelve anoréxica: las pulsiones de vida logran imponerse pero no podrán
contar con el silencio de Tánatos. Un primer acto mortífero se ha realizado a expensas del
objeto complementario: alguien ha matado el poder de placer del objeto.
En un momento muy precoz, en el que la actividad de lo primario entra en juego, Inés se
encuentra confrontada con dos asesinatos ya consumados (la recién nacida que el ambiente
psíquico materno podría reconocer como su complemento ha desaparecido; la relación con el
padre también). El pasaje del pictograma de la unión al de la fusión (lo cual permite pasar de
una relación de complementariedad a un deseo de fusión entre dos cuerpos, dos psiques, dos
deseos), el pasaje del postulado del autoengendramiento a un fantasma que designa el deseo
de la pareja como causa de su propio origen, no podrán realizarse.
El proceso de identificación
Con el yo irrumpe en la psique la categoría de la temporalidad y la tarea del yo es tornarse
capaz de pensar su propia temporalidad (creo que esto alude a que pueda pensar la diferencia
entre el que es, el que era y el que devendrá), para lo cual le hace falta pensar, anticipar,
catectizar un espacio-tiempo futuro.
El yo deja durante cierto tiempo a otro la tarea de catectizar su porvenir, de operar esta
segunda anticipación necesaria (la primera es la anticipación de la sombra hablada antes de
que haya yo) para sostener anhelos que llegan a dar sentido a la necesidad de cambiar, de
tornarse otro. Pero existe un segundo momento fundamental para su funcionamiento que exige
que retome por su cuenta la segunda acción anticipadora desempeñada en primer lugar por el
portavoz. Esto presupone que el yo tenga acceso y que haga suyos los anhelos identificatorios
que catectizan el futuro, pero un futuro que ya no será un simple anhelo de retorno del pasado.
La apropiación de un anhelo identificatorio que tenga en cuenta este no-retorno de los mismo
es una condición vital para el funcionamiento del yo.
Ahora bien, para que el yo se preserve es necesario que el identificante catectice dos soportes:
el identificado actual y el devenir de ese identificado. Este devenir es lo que presupone su
posibilidad de catectizar su propio cambio, su alteración. Pero el identificante sólo mantiene
esta catexia mientras preserva la creencia de que esos enunciados, esos pensamientos
efectivamente conforman al yo que nombran.
Piera resume lo esencial en los siguientes términos:
-la unidad identificante-identificado, condición de la existencia del yo, presupone que se
conserven en el espacio del identificado ciertos puntos de certeza. Es la relación del
identificante con esos puntos de certeza lo que permite al yo el sentimiento de permanencia;
-la prueba de la duda podrá imponerse a todo lo que desborde esos puntos de certeza. Pero
esta duda no deberá trasponer cierto umbral más allá del cual el identificante ya no podrá
anticipar y catectizar lo que el yo podrá devenir.
Para que el yo pueda soportar los embates que hacen vacilar sus enunciados identificatorios (y
que ponen en crisis la relación entre el identificante y el identificado) son necesarias dos
condiciones:
-que pueda preservar la catexia de ciertas referencias simbólicas al abrigo de todo peligro, de
toda puesta en duda (puntos de certeza);
-que pueda conservar y rememorar recuerdos de momentos pasados en los cuales el placer se
ha mostrado realizable y realizado.
Si estas dos condiciones ya no se respetan, la relación entre el identificante y el identificado se
transforma en la relación conflictiva que marca la psicosis.
Los puntos de referencia (necesarios para que su identificación simbólica permanezca al abrigo
de todo cuestionamiento) ya no son seguros y se asiste a una invasión catastrófica de la duda,
duda que el pensamiento delirante con su certeza intenta silenciar.
En la psicosis hubo creación de un yo pensado y anticipado por el portavoz, hubo una primera
apropiación de cierto número de enunciados con función identificante, incluso hubo una
primera y frágil esperanza de que ese “yo pensado” fuera reconocido por otros, que se
permitiera al identificante catectizar un identificado que le aportaría la prueba de la autonomía,
del valor de la actividad e pensar. Pero esta fue esperanza reiteradamente frustrada. Y
entonces, el identificado queda ligado sólo a lo que el Otro (creo que la madre, por ejemplo)
puede pensar y envía al identificante un veredicto que declara insensato el conjunto de sus
pensamientos, que lo enfrenta con su impotencia.
Durante cierto tiempo el identificante podrá intentar reparar este trauma proyectando sobre el
identificado la sombra de lo que, en un pasado lejano, él habría sido para otro. Extraña
idealización de un yo pasado, pagada con el renunciamiento a creer en la existencia de un yo
actual y más aún de un yo futuro.
Para entender el conflicto identificatorio en la psicosis es necesario considerar además lo que
representa para el yo esa prueba que Piera llama desidealización. El yo anticipado por el
portavoz, es un yo idealizado. Pero más tarde es necesario un fenómeno de desidealización
condición primera y determinante en la estructura psíquica. Fenómeno de desidealización que
deberá permitirle al yo abandonar el yo idealizado en beneficio de los ideales futuros que él
deberá catectizar y que marca la entrada del sujeto en la temporalidad. Desidealización del yo
idealizado que implica también una desidealización del tiempo infantil y del agente de la
idealización: el portavoz.
Lo que muestra la psicosis es la imposibilidad del niño y generalmente de la madre de aceptar
esta desidealización.
En el trabajo de desidealización impuesto al yo infantil, este último debe poder encontrar un
aliado, una ayuda en la propia madre: si la madre se niega a ello o si el hijo vive como tal sus
respuestas, el yo enfrentará una relación con sus propias referencias identificatorias, con el
tiempo, con la realidad que lleva en sí lo que Piera define con los términos de potencialidad
psicótica, que en un plazo más o menos breve corre el peligro de desembocar en la psicosis
manifiesta.
El efecto de encuentro
A partir de cierto punto de su trayecto, el yo no puede seguir creyendo en la unicidad de un
identificado. Su imagen, según la percibe en la mirada del padre, de la madre, de un hermano
mayor, le revela que ninguna mirada se puede pretender el único espejo y que el conjunto de
las miradas de esos otros por él investidos, le proponen las piezas de un rompecabezas que él
es el único capaz de armar, él es quien tiene que elegir las que lo ayuden a proseguir y
consolidar su construcción identificatoria. Pero para que este rompecabezas le ofrezca una
imagen familiar tiene que poder basarse en un primer número de piezas ya encajadas unas en
las otras. He ahí un primer resultado de su propio trabajo de reunificación de esos dos
componentes del yo que son el identificante y los primeros identificados, ofrecidos por el
portavoz.
El acceso del yo a una identificación simbólica se produce en dos tiempos: el identificado debe
formar parte ya de los enunciados que nombraban a este yo, anticipado por la madre y por ella
proyectado sobre el infans; la apropiación e interiorización por parte del yo de esta posición
identificatoria serán el resultado del trabajo de elaboración, de duelo y de apropiación que el yo
habrá de producir sobre sus propios identificados en el curso de ese primer tiempo de su
itinerario identificatorio que termina en T2. Si ha podido llevar a buen término este trabajo,
podrá después asegurar a su construcción identificatoria unos cimientos que le permitirán a lo
largo de su existencia, agregarle piezas nuevas y renunciar a otras.
Así, denominamos identificante (o actividad identificante) a una función, trabajo de
remodelación que el yo hace sobre sus identificados. Actividad de parte del yo para poder
subsistir y preservarse. El agente activo es el yo que historiza, atribuye significaciones, y
trabaja sobre los identificados provistos por los otros.
De este modo el edificio identificatorio es siempre mixto, pues a las primeras piezas que
garantizan al sujeto sus puntos de certidumbre, luego se agregarán nuevas piezas que se
adaptarán mejor o peor a aquél primer armado. La potencialidad conflictual en el registro
identificatorio encuentra su razón en este carácter mixto del yo. Cualquiera que sea la historia
del constructor y cualquiera sea el contorno de las piezas que tome de los demás, se
presentarán siempre riesgos de desencastre, la potencialidad de una fisura. Fisura que puede
situarse en el interior del primer armado dando lugar a una potencialidad psicótica, que se
manifestará en un conflicto entre los dos componentes del yo; o bien puede situarse entre el
primer armado y esas piezas agregadas que dan testimonio de lo que ha devenido y deviene el
yo dando lugar a una potencialidad neurótica, que amenaza la relación del yo con sus ideales.
Sin embargo, existe también, un tercer riesgo posible que consiste en que las piezas del
rompecabezas parecen bien encastradas pero el constructor no reconoce en el cuadro que de
ellas resulta el modelo que se suponía habrá de reproducir. Tenemos aquí una tercera
potencialidad: la potencialidad polimorfa: perversión, toxicomanías, etc: el denominador común
de estas manifestaciones se encuentra en la relación de estos sujetos con la realidad, que
culmina en una modificación de la realidad que tiende a hacerla objetivamente responsable de
las causas del sufrimiento que padece el yo; modificación (de la realidad) y no reconstrucción
delirante.
T2 o el tiempo de concluir
Entre los fenómenos que exigen una modificación en la relación del yo con sus identificados
dos son los determinantes:
-el encuentro con el tiempo;
-el encuentro con otro sujeto que exige que el yo del primero esté dispuesto a modificar su
propio identificado.
Estas modificaciones sólo son posibles y deseadas si el yo conserva la seguridad de que ellas
respetarán lo no modificable.
Salvo el estallido de una psicosis infantil, de que el autismo es la forma extrema, todo yo
alcanza el punto T2 que le permite establecer una ligazón entre el presente y un después
diferente. Ligazón entre el identificado que concluye y estabiliza las posiciones identificatorias
ocupadas por el yo infantil en su relación con la pareja parental y una posición futura
modificadora de esa relación.
De no producirse esta ligazón el movimiento se detiene, el yo lucha en vano contra su estado
de sumisión a los enunciados identificantes de la madre o de otro dotado del mismo poder. Un
fracaso así, supone un yo que ha sido desposeído de toda autonomía en el registro de sus
pensamientos, en la elección de sus indicadores identificatorios: un yo que ya no tiene la
posibilidad de pensar-desear lo que traen consigo los términos futuro y cambio. Es por eso que
Piera insiste en el poder desestructurante de un deseo de la madre expresado en un “que nada
cambie”: enunciado prototípico de la violencia secundaria.
El calificativo de analizable
Definir a un sujeto analizable es esperar que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz
el conflicto inconciente que está en la fuente del sufrimiento psíquico y de los síntomas.
Condición necesaria pero no suficiente para Piera sin la presencia de una segunda: que es la
esperanza de que el sujeto, terminado su itinerario analítico, pueda poner lo que adquirió en la
experiencia vivida, al servicio de objetivos elegidos en función de la singularidad de su
problemática, de su historia, etc y que respondan a la finalidad de reforzar la acción de Eros a
expensas de tánatos, hacer más fácil el acceso al derecho y al placer de pensar, de disfrutar,
facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin pagarlo demasiado caro,
a ciertas satisfacciones pulsionales.
Llegamos al último aporte esperado de las entrevistas preliminares: ayudar al analista a elegir
los movimientos de apertura (donde el analista tiene una cuota de libertad que le permite elegir
entre diferentes aperturas al diálogo).
Los elementos de análisis que propone la autora conciernen al registro de la neurosis: sólo
fuera del campo de la psicosis se puede afirmar que la armadura, así como la prosecución de
la experiencia, presuponen por parte de los dos sujetos en presencia la aceptación a priori de
un extraño pacto, por el cual uno de ellos acepta hablar su sufrimiento, su placer, sus sueños,
su cuerpo, y el otro se compromete a asegurar la presencia de su escucha para toda palabra
pronunciada. Pacto que ni uno ni otro podrán respetar jamás de manera total ni constante, aún
cuando sus dos cláusulas deban seguir siendo la meta “ideal” propuesta.
Con la sola ubicación de los peones sobre el tablero analítico, uno de los sujetos encuentra que
se le atribuye un “poder querer” hablar sus pensamientos, y el otro un “supuesto saber” sobre
el deseo inconciente que juega en esos mismos pensamientos.
Toda neurosis posee un conflicto identificatorio en el ser mismo del Yo. Conflicto entre
representaciones ideicas, y por lo tanto pensamientos que tienen como referente un mismo Yo
al que le es imposible imponerles una coexistencia pacífica: de allí su lucha por excluir de su
campo toda representación que contradiga a otra a la que quiere privilegiar en su tiempo actual
(se trata de un conflicto entre el Yo y los pensamientos por medio de los cuales se presenta a sí
mismo y se representa con respecto a los otros).
La primera tarea del proceso analítico será favorecer la expresión del conjunto de esas
representaciones, gracias a lo cual el conflicto identificatorio se actualizará y se hablará en las
sesiones. Primer tiempo necesario para que el trabajo analítico permita que una parte de esas
representaciones devengan para el Yo no ya lo que repetitivamente intenta reprimir, sino
aquella que puede conservar entre las representaciones de su propio pasado. El final del
proceso implica, entre otras cosas, la posibilidad para el Yo de no seguir gastando su energía
en reprimir y desconocer lo que el Yo fue, su derecho a conservar y a investir su recuerdo y, a
la inversa que ese mismo Yo acepte transferir exclusivamente al futuro la posibilidad y el anhelo
de actuar sobre una realidad del mundo que él encuentra, con el fin de que ella torne vivibles
representaciones del Yo conformes con lo que esa instancia espera de su proyecto
identificatorio.
En lo que respecta a la ilusión y expectativa transferenciales: se trata de la existencia de otro a
quien se supone saberlo todo, a priori, sobre las significaciones ignoradas de los pensamientos
y deseos que se le expresan, “saber todo” que disolvería el conflicto que los desgarra y el
sufrimiento resultante (la ilusión transferencial también alude a encontrar a alguien que sabe
qué cosa fue el Yo desde su origen, que conoce la totalidad de su historia, de los deseos, de
los placeres que fueron suyos y que permitiría recuperar la comprensión de un pasado en el
que ninguna palabra, ninguna representación, ningún instante, faltarían. Dicha ilusión a veces
corre el riesgo de ser compartida por el propio analista. Sin embargo, el analista debe hacer
semblante de saber, pero debe entender que no lo tiene). Pero esa ilusión necesaria para el
desarrollo de la experiencia puede desembocar a veces en una consecuencia paradójica que
invertirá el fin al que el proceso apuntaba. En este caso la transferencia se pondrá al servicio
de un deseo de muerte del Yo por el Yo, que se realizará no a través del suicidio sino del deseo
de no desear pensar más, de la tentativa de imponer silencio a esa forma de actividad psíquica
constitutiva del Yo.
El proyecto analítico
La transferencia sólo puede desempañar su papel de aliada en el proyecto analítico si, para los
dos sujetos, la experiencia que se desenvuelve se presenta como fuente posible de nuevos
pensamientos, ellos mismos fuente de un placer compartido.
El análisis, y por lo tanto el analista, tienen un proyecto que puede definirse como sigue:
permitir al Yo liberarse de su sufrimiento neurótico, liberándolo de los efectos de la alienación.
El fin del proyecto analítico es primeramente temporal; apunta a hacer posible que el sujeto
invista y cree representaciones que anticipen un momento del tiempo futuro que, por ser futuro,
jamás será idéntico a ningún momento pasado. Este poder de anticipar es la tarea específica
del Yo y de la actividad de pensar, retoma por su cuenta la anticipación ejercida por el discurso
que les permitió existir (puesto que para que el Yo adviniera primero fue preciso que el discurso
materno lo anticipara gracias a su creación de esa “sombra hablada” a la que comenzó por
dirigirse el Yo materno). Una vez advenido, incumbirá al Yo la tarea, vital para él, de
autoanticiparse, en cada momento de su presente proyectándose sobre lo que devendrá el Yo
en el momento que sigue. Vivir implica el investimiento anticipado del tiempo futuro y la
posibilidad para el Yo de investir ese futuro supone la preexistencia constante de una
representación, por él creada, de ese tiempo por venir.
El relato del tiempo pasado será reconstruido por el analizado y en un sentido remodelado. El
tiempo vivido será sustituido por su relato histórico pasando a ser para el Yo ese patrimonio
inalienable, único que puede aportarle la certeza de que para él es posible un futuro. Pero para
que la certeza de su existencia pasada se vea acompañada del deseo de un futuro es
menester que el Yo quede asegurado de que estuvo en sus manos experimentar placer y que
por lo tanto el anhelo de volver a experimentarlo es realizable.
Preservarse el derecho de pensar, exige atribuirse el de elegir los pensamientos que uno
comunica y aquellos que uno mantiene secretos: ésta es una condición vital para el
funcionamiento del Yo.
Si no se concede el derecho a pensar y el derecho al secreto, el Yo se ve forzado a gastar la
mayor parte de su energía en la represión fuera de su espacio de esos pensamientos y en
prohibir su acceso al conjunto de los temas unidos a ellos, con la consecuencia de empobrecer
peligrosamente su propio capital ideico.
La experiencia analítica presupone el respeto de un pacto por el cual el sujeto se compromete
a hacer todo lo posible por poner en palabras la totalidad de sus pensamientos. Ahora, si
pensar secretamente es una necesidad para el funcionamiento psíquico del Yo y si el “decir
todo” es una exigencia del trabajo analítico, ¿cómo conciliar estas dos condiciones
contradictorias?. Nos encontramos aquí con la paradoja presente en la situación analítica
(paradoja que es doble porque a esto se suma el hecho de que en la situación analítica analista
y analizado son forzados a favorecer una relación que posee como condición de eficacia el
establecimiento de factores que amenazan con inducir en ambos esos efectos de alienación
contra los cuales lucha el trabajo analítico. Pero esta doble paradoja no puede ser evitada, es
lo que hace posible el proyecto analítico, así como el mayor responsable de su eventual
fracaso). Sin embargo, si bien la regla del “decir todo” constituye una exigencia de nuestra
técnica, es en realidad el sujeto sobre el diván el único que puede decidir si conserva
pensamientos secretos o si acepta ponerlos en palabras y, además el analista no es ni un
inquisidor ni un comisario de policía, y una vez recordada la regla sólo le queda esperar lo que
sujeto quiera decirle.
Si el sujeto se abandona a la posición de limitarse a reflejar lo que ya fue pensado por el
analista, si se contenta con repetir nuestras formalizaciones de su mundo psíquico y con no
hablar, habremos transformado en su contrario una experiencia que pretendía ser desalienante
(en tanto, es contra los efectos de la alienación contra los que lucha el trabajo analítico, el cual
tiene como fin la desaparición de los mismos).
No puede haber actividad de pensar si no se recibe placer o se lo espera en recompensa y
este placer sólo es posible si el pensamiento puede aportar la prueba de que no es la simple
repetición de un ya-pensado-desde-siempre.
Es preciso que pensar secretamente haya sido una actividad autorizada y fuente de placer. La
posibilidad del secreto forma parte de las condiciones que permiten al sujeto, en un segundo
momento, dar el estatus de fantasma (entiendo fantasía) a algunas de sus construcciones
ideicas que por este hecho él diferencia del conjunto de sus pensamientos. La psicosis nos
muestra qué significa para el Yo no poder conceder el estatus de fantasma a un pensamiento
(no poder separar qué es tal de lo que no lo es).
Es que justamente la definición del término fantasma supone como una de las cualidades
inherentes a dicha entidad psíquica la posibilidad de permanecer secreta. Debe poder
preservarse un placer de pensar que no tiene más razón que el puro placer de crear ese
pensamiento.
Si es cierto que poder comunicar los pensamientos, desear hacerlo, esperar una respuesta a
ellos, forman parte del funcionamiento psíquico y constituyen sus condiciones vitales, también
es cierto que paralelamente debe coexistir la posibilidad, para el sujeto, de crear pensamientos
cuyo único fin sea aportar, al Yo que los piensa, la prueba de la autonomía del espacio que
habita y de la autonomía de una función pensante que es el único en poder asegurar: de ahí el
placer sentido por el Yo al pensarlos.
Para el analizado y para el analista, el trabajo psíquico que el desarrollo y el éxito de la
experiencia exigen sólo puede sostenerse si ambos pueden hallar placer (lo cual no significa
que su opuesto esté ausente) en esa creación de pensamientos que se denomina análisis. El
término creación debe entenderse aquí en diferentes niveles:
-creación por el analizado de una nueva versión de su historia singular, versión que nunca
existió tal cual antes del análisis, en ningún recoveco de lo reprimido y que, sin análisis, jamás
habría existido bajo esta forma;
-creación por el analista que, a partir de su saber relativo a la psique y a su funcionamiento, se
descubre construyendo con el otro algo nuevo, algo inesperado;
-creación por los dos participantes de una historia concerniente a su relación recíproca (lo que
podemos llamar la historia transferencial);
-creación de un objeto psíquico que no es otra cosa que esa historia pensada y hablada que se
establece sesión tras sesión.
A su vez, no puede haber realización del proyecto analítico, ni trabajo que merezca este
calificativo, si ambos participantes no son capaces de correr el riesgo de descubrir
pensamientos que podrían cuestionar sus conocimientos más firmes: con respecto a lo que el
primero creía conocer sobre sí mismo y con respecto a lo que el segundo creía al resguardo de
la duda en su propia teoría.
El analizado debe gozar de una libertad de pensamiento que incluye también la de mantener
secretos determinados pensamientos, no por vergüenza, culpa o temor, sino porque le
confirman al sujeto su derecho a esa parte de autonomía psíquica cuya preservación es vital
para él.
Si el analista es capaz frente a todo sujeto de respetar su autonomía de pensamiento, de
favorecerla, podrá poner su trabajo interpretativo al servicio de la búsqueda de verdad del otro
y no al servicio de su propio desarrollo teórico.
En los casos de psicosis o de sujetos no forzosamente psicóticos pero cuyo problema toca
directamente al investimiento de la actividad de pensar, durante toda una primera fase del
análisis, se tratará de ayudarlos a investir una experiencia de placer que siempre vivieron como
prohibida: experimentar placer en crear ideas, pensar con placer y no pagar el derecho a
comunicar sus pensamientos con la obligación de tener que hacerlo siempre y sin respiro.
En lo que respecta al silencio, no podemos en estos casos limitarnos a interpretarlo como una
resistencia. Por el contrario, sabemos cuan positivo puede ser, en el flujo discursivo del
delirante ver aparecer un momento de silencio que atestigua el derecho que de pronto se
arroga el sujeto a no tener que responder más a la orden terminante de decir todo impuesta por
un primer contrato que la madre firmó abusivamente en nombre del niño, contrato al que no
pudo negarse y que paga con su locura.
Por último, Piera no propone para la psicosis ni una actitud de escucha pasiva ni de silencio.
Por el contrario, considera que estos análisis exigen nuestra participación en una construcción
de la historia del sujeto que éste no puede prescribir por sí solo.
Tener que pensar sin descanso, no poder pensar sino con sufrimiento, son cuestiones que
encontramos en muchas formas de psicosis. Pensamiento y placer son para estos sujetos dos
conceptos antinómicos y eligen renunciar a vivir para ya no tener que pensar más que
pensamientos que son fuente de sufrimiento. De este modo, se ve que el placer que la
actividad de pensar tiene que procurar es para el yo una necesidad y no un premio al que
podría renunciar. Poder pensar en una “nube rosada” y sentir con ello placer, hacer esto posible
es la primera tarea que nos impone la psicosis.
El riesgo de exceso: la violencia primaria operada por la acción anticipatoria del discurso de la
madre tiene un efecto preformador e inductor sobre lo que se deberá reprimir, violencia
operada por una respuesta anticipada que preforma definitivamente lo que será demandado
(en tanto lo que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera la psique del infans)
y que es necesaria e indispensable.
Pero existe un riesgo de exceso, riesgo que no siempre se actualiza pero cuya tentación está
siempre presente en la psique materna. Este riesgo consiste en el deseo materno de preservar
el statu quo de esta primera relación (que sólo es necesaria y legítima en un primer momento).
“Que nada cambie” este anhelo (anhelo que apunta a lo psíquico, que es un devenir
concerniente a lo pensado) basta para invertir radicalmente los efectos de algo que durante un
momento fue lícito y necesario, y para transformarlo en la condición necesaria, aunque no
suficiente, para la creación del pensamiento delirante (del niño). Anhelo cuya realización
implica: la exclusión del infans del orden de la temporalidad, la imposibilidad de pensar una
representación que no haya sido ya pensada y propuesta por la psique del otro. Lo que la
madre no quiere perder es ese lugar de sujeto que da la vida, que posee los objetos de la
necesidad y dispensa todo aquello que constituye para el otro una fuente de placer, de
tranquilidad de alegría.
La aparición en el infans de la actividad de pensar (esperada y preanunciada por el discurso
materno) y la autonomía que conlleva representa las primera producciones que pueden ser
ignoradas por la madre (mantenidas en secreto por el infans) y gracias a las cuales el niño
puede cuestionarla. El propósito del exceso será lograr que la actividad de pensar, presente o
futura, concuerde con un molde preestablecido e impuesto por la madre, donde sólo serán
legitimados los pensamientos que el saber materno declare lícitos, privando al niño de toda
autonomía posible (en el pensamiento). En este caso, la madre no puede renunciar a una
función, que en su momento fue necesaria, en beneficio del cambio y del movimiento de la
relación futura.
La persistencia de la relación inicial sólo puede conducir a la alienación: situación relacional en
la que el Yo remite la totalidad de sus representaciones ideicas (de sus pensamientos) al juicio
exclusivo de otro que puede, y sería el único en poder, dotarlas de sentido o declararlas
insensatas. La alienación es sinónimo de la pérdida sufrida por el Yo de todo derecho de goce y
de todo derecho de juicio sobre su propia actividad de pensar.
El lenguaje fundamental: Piera plantea que la acción de la violencia primaria opera en dos
tiempos (también la identificación simbólica de despliega en estos dos tiempos):
-un tiempo caracterizado por la anticipación de un discurso que le habla al infans mucho antes
de que éste tenga acceso al lenguaje (y tenga Yo);
-un tiempo de apropiación por parte del infans de esos enunciados identificatorios, que le
otorgan los recursos simbólicos necesarios para que pueda nominar los afectos que adquirirán
la cualidad de sentimientos. El pasaje del afecto al sentimiento es el resultado de un acto de
lenguaje que impone un corte radical entre el registro pictográfico y el registro del Yo, de la
puesta en sentido, en tanto lo decible es característico de las producciones del Yo.
El lenguaje fundamental es un concepto de Piera mediante el cual le pone nombre a los
términos del lenguaje que sirven para poner nombre a dos temas:
-a los afectos, es decir, los términos que permiten nominar los afectos transformándolos en
sentimientos (como tristeza, alegría);
-los términos que designan los elementos del sistema de parentesco términos utilizados para
que el sujeto se ubique en un sistema de parentesco.
El lenguaje fundamental como discurso social, compartido, al cual el sujeto se dirigirá en su
salida exogámica, permite poner un coto a la violencia secundaria. Por ejemplo: puede haber
una madre “loca” que nomine como feliz una situación displacentera, pero el sujeto en su salida
exogámica puede acceder a términos del discurso compartido que le permiten contrastar y
nominar eso de otra manera.
Sólo si hay un déficit en la transmisión por parte de los otros a cargo respecto de estos
términos fundamentales habrá un redoblamiento de la violencia.
El contrato narcisista: tiene que ver con lo que se juega en la escena extrafamiliar y con la
función metapsicológica que cumple el registro sociocultural, en tanto el discurso social
también proyecta sobre el infans una anticipación, el grupo precatectiza el lugar que se supone
que éste ocupará, esperando a su vez que él transmita el modelo sociocultural. (La
catectización del niño por parte del grupo anticipa la del grupo por parte del niño).
A su vez, el sujeto busca y debe encontrar en este discurso (social) referencias que le permitan
proyectarse hacia un futuro para que su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja
paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio.
El discurso social está constituido por el conjunto de los enunciados cuyo objeto es el propio
grupo, enunciados que tienen la característica de ser “fundamento”, que serán recibidos como
puntos de certeza y que el sujeto repetirá. Repetición que le aportará una certeza acerca del
origen, necesaria para que la dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre su
pasado y cuya referencia no permitirá ya que el saber materno o paterno sea su garante
exhaustivo y suficiente. El acceso a la historicidad es un factor esencial en el proceso
identificatorio, indispensable para que el Yo alcance la autonomía y pueda investir un futuro.
Tanto si la responsabilidad le incumbe a la pareja como si le incumbe al conjunto, la ruptura del
contrato puede tener consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño (si bien los que
firman el contrato son el niño y el grupo hay factores posibilitadotes o no de esto que tienen
que ver, por un lado, con la pareja parental y, por otro, con el conjunto). Se comprueban 2 tipos
de situación:
-aquella en la que por parte de la madre, del padre o de ambos, existe una negativa total a
comprometerse en este contrato. Descatectización del discurso social que lleva a mantener un
microcosmos cerrado de equilibrio inestable que sólo se mantiene mientras se pueda evitar
todo enfrentamiento directo con el discurso de los otros. El riesgo para el sujeto es que se ve
imposibilitado de encontrar fuera de la flia un soporte que le allane el camino hacia la obtención
de la autonomía necesaria para las funciones del Yo. Esto no es causa de psicosis pero sí un
factor inductor, a menudo presente en la flia del esquizofrénico.
-igualmente importante, pero más difícil de delimitar, es la situación en la que el conjunto es el
primer responsable de la ruptura del contrato. Se refiere a una realidad histórica donde la
sociedad ha puesto eventualmente a la pareja o al niño en la condición de explotado, excluido,
víctima, etc.
El deseo del padre (padre como la referencia tercera): la significación de la función paterna
será enmarcada por 3 referentes: la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la
función de su propio padre; la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye
a este último; lo que la madre desea transmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir
acerca de ella. Así, el anhelo materno que el niño hereda condensa dos relaciones libidinales:
la de la madre con su propia imagen paterna y la que vive con aquél a quien efectivamente le
dio un hijo. Que el niño llegue a ser padre puede referirse tanto a la esperanza de que repita la
función del padre de ella como a la esperanza de que retome por cuenta propia la función del
padre de él (del padre del niño).
Así como, de acuerdo con la expresión de Lacan, la madre es el primer representante del Otro
en la escena de lo real, portavoz, única voz en un primer momento; el padre es el primer
representante de los otros o del discurso de los otros, del discurso del conjunto. Es quien
destotaliza el discurso de la madre, aquél que le permite a ésta designar un referente que
garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias sino que se
justifican por su adecuación a un discurso cultural.
En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1-el
encuentro con la voz del padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad
(si nos referimos al padre); 2-el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño
por el padre como el del padre por el niño.
El encuentro con el padre: lo que aparece inicialmente ante la mirada del infans y se ofrece a
su libido es el “Otro sin pecho” que puede ser fuente de un placer y, en general, fuente de
afecto. En contraposición al encuentro con la madre, lo que constituye el rasgo específico del
encuentro con el padre es que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello que el
padre abre una brecha en el convenio original que hacía indisociables la satisfacción de la
necesidad del cuerpo y la satisfacción de la necesidad libidinal. Esta brecha inducirá a la
psique del infans a reconocer que, aunque deseada por la madre, esta presencia es ajena al
campo de la necesidad.
Durante una primera fase el infans busca y encuentra las razones de la existencia del padre en
el ámbito de la madre. Ese otro lugar deseado por la madre es el que representa el padre,
siendo el deseo de ella el que le confiere su poder. En una segunda fase, por el contrario, el
padre ocupa el lugar de quien tiene derecho a decretar lo que el hijo puede ofrecer a la madre
como placer y lo que le está prohibido proponer, debido a que él desea a la madre y se
presenta como el agente de su goce y de su legitimidad. El padre será visto simultáneamente
por el niño como el objeto a seducir y como el objeto de odio.
En la fase edípica el niño considera a su padre como un rival cuya muerte (ausencia) desea
para que le deje libre el lugar junto a la madre. Sin embargo, esto es sólo la forma secundaria
que asume un deseo de muerte que lo ha precedido. Antes de ocupar el lugar de rival edípico,
el padre se ha presentado ante la psique como encarnación, en lo exterior a sí, de la causa de
su impotencia para preservar sin fallas un estado de placer. Es decir, que el padre se impone al
mismo tiempo como el primer representante de los otros y como el primer representante de una
ley que determina que el displacer es una experiencia a la que no es posible escapar.
-Deuda: en la relación padre-hijo la muerte está doblemente presente: el padre del padre es
aquel que en una época lejana se ha querido matar y el hijo propio aquél que deseará la
muerte de uno. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea
reemplazado por el anhelo conciente de que su hijo llegue a ser su sucesor (sucesor de su
función) enunciando de este modo la aceptación de su propia muerte (castración). El niño es
aquél a quien se demuestra que aceptar la castración es tener acceso al lugar en el cual, al
convertirse en el referente de la ley del incesto se descubre que nunca estuvo en juego la
posibilidad de castrarlo, que sus temores eran imaginarios. Así, el deseo del padre catectiza al
niño como signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado.
En la relación del padre con la hija las cosas son diferentes. A su muerte no es ella la que
ocupará su lugar sino su hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad
directa.
El proyecto identificatorio: una función específica del Yo es la de posibilitar una conjugación del
futuro compatible con la de un tiempo pasado. Definimos como proyecto identificatorio a la
autoconstrucción continua del Yo por el Yo, lo cual implica acceso a la temporalidad (necesaria
para que esta instancia pueda proyectarse en un movimiento temporal) y acceso a una
historización de lo experimentado.
El proyecto es la construcción de una imagen ideal que el Yo se propone a sí mismo, lo que
querría ser y los objetos que querría tener. Esta imagen ideal a la que el Yo espera adecuarse,
se constituye en 2 tiempos:
-surge a partir del momento en que el niño puede enunciar un “cunado sea grande
yo…”primera formulación de un proyecto que marca el acceso del niño a la conjugación de un
tiempo futuro. Mientras nos mantenemos en el período que precede a la prueba de la
castración y a la disolución del complejo de Edipo la frase se puede completar así: “me casaré
con mamá”. Hay una ambigüedad de la relación del niño con el tiempo futuro, tiempo en el que
la madre volvería a ser aquella de la que se ha creído ser el objeto privilegiado. El Yo en este
tiempo se abre a un primer acceso al futuro, pero todavía proyecta en él el encuentro con un
estado y un ser pasado.
-en la fase posterior el enunciado será completado por un “seré esto…” (médico, abogado, etc).
Cualquiera sea el término, lo importante es que deberá designar un predicado posible y sobre
todo acorde con el sistema de parentesco al que pertenece el sujeto. En este segundo tiempo
se posiciona como sujeto y ya no como objeto del deseo del Otro.
Historización: antes el niño se identificaba a partir del discurso del Otro, ahora se sigue
inscribiendo solo pero apropiándose de lo anterior. Esto es historizar. Ahora el yo es el
productor de su propia historia, tiene una identidad propia, se vincula con los otros sin alienarse
en el Otro.
Pero para que todo esto ocurra es condición la asunción de la castración como resultado del
pasaje por el Edipo. Castración como el descubrimiento en el registro identificatorio de que
nunca se ha ocupado el lugar que se creía (ser objeto de deseo de la madre) y de que, por el
contrario, se suponía que uno ocupaba un lugar en el que no se podía aún ser.
La asunción de la prueba de castración está representada por la diferencia siempre existente
entre el yo actual y el yo futuro. El futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se
forma de él en su presente. Entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo, una x que
represente lo que debería añadirse al Yo para que ambos (Yo actual y Yo futuro) coincidan. X
que representa la asunción de la prueba de la castración en el registro identificatorio.
Por otro lado, la asunción de la prueba de castración debe asumirse de tal modo que le
preserve al Yo algunos puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto
identificatorio (adolescencia, por ejemplo).
Castración e identificación son las dos caras de una misma moneda, una vez advenido el Yo la
angustia resurgirá en toda oportunidad en la que las referencias identificatoria parezcan vacilar
(permanencia y cambio).
Objeto-zona complementaria: función de prótesis materna que se acopla a una parte del
cuerpo, generando placer o displacer de lo cual depende el pictograma a predominio de unión
o de rechazo (mientras espera la mamadera predomina el pictograma de rechazo, pero cuando
se el da la mamadera es un momento de placer, pictograma de unión que es lo que debe
predominar. Además del tiempo de espera es importante también la respuesta de la madre, la
cualidad de su respuesta. Si la madre libidiniza desde el odio se produce la inscripción de
rechazos, quedando lo que Piera llama zona siniestrada). Como paradigma del objeto-zona
complementaria tenemos la unión boca-pecho (también, aunque no como paradigma, zona
auditiva-objeto sonoro). En este encuentro entre la zona (boca) y el objeto (pecho) se produce,
desde el observador, una complementariedad pero para la psique esto es autoengendrado. Si
la experiencia con el pecho es displacentera, como defensa, no sólo se rechazará, se
desinvertirá el pecho, sino también la oralidad, produciéndose así una fragmentación. Por el
contrario, cuando el encuentro es placentero, el placer será metabolizado por la actividad de
representación propia de lo originario en el pictograma de unión, pictograma en el cual el placer
se figurará como autoengendrado por la zona.
Un medio sifucuentemente bueno, es decir, capaz de presentir y de responder a las
necesidades psíquicas del infans, logrará volver al objeto complementario conforme a esta
exigencia, y por su vía al medio exterior del cual él es representante metonímico. Pero puede
suceder que ese objeto y ese medio, sin ser exclusivamente rechazantes (en este caso la vida
del infans no tendría continuidad) no puedan ni frenar su propia violencia ni evitar imponerse
con la misma violencia a su zona complementaria. De este modo las zonas sensoriales
encontrarán complementos cuya unión se hace en la violencia, dando esto lugar a una
experiencia de dolor.
Piera nos habla de condiciones necesarias y suficientes, pues establece que si bien las fallas
en la tarea del discurso del portavoz y del padre son condición necesaria para llevar a un sujeto
a la psicosis no son suficientes, pues a esto se suma el trabajo del yo. Plantea que la psicosis
es un destino en el que el sujeto tiene un rol propio y no un accidente sufrido en forma pasiva.
El yo no es una instancia pasiva y va a hacer un trabajo de construcción para tratar de
preservar su actividad de pensamiento y protegerse del discurso traumático que viene del
portavoz. Pero si no encuentra las condiciones necesarias para poder organizarse y encima
sufre la violencia de la violencia secundaria: potencialidad psicótica.
Con los términos esquizofrenia y paranoia designamos dos modos de representación que, en
determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo. El denominador
común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que reemplaza al
compartido por el conjunto de los sujetos.
Por idea delirante entendemos todo enunciado que prueba que el yo relaciona la presencia de
una cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el
discurso del conjunto, y por eso esa relación es ininteligible para dicho discurso.
El análisis de los factores responsables de este tipo de organizaciones nos enfrenta con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Sin embargo,
estas fallas pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de
causalidad que no se halle acorde con el de los demás: es por ello que lo necesario no es lo
suficiente. En todos los otros casos se comprobará la presencia de un enunciado acerca del
origen que es ajeno a nuestro modo de pensar: a esto llamamos pensamiento delirante
primario. Consecuencia del encuentro entre el Yo y una organización específica del espacio
exterior a la psique y del discurso que en ella circula, este pensamiento se convierte a su vez
en una condición previa necesaria para la eventual elaboración de las formas manifiestas de la
esquizofrenia y de la paranoia.
La presencia de esta condición previa es sinónimo de lo que definimos como potencialidad
psicótica (son dos conceptos que van de la mano). Es decir, una organización de la psique que
puede no dar lugar a síntomas manifiestos pero que muestra, en los casos en los que es
posible analizarla, la presencia de un pensamiento delirante primario enquistado y no
reprimido, que permite mantener atados de manera precaria los dos componentes del “je”. Este
quiste puede ayudar a organizar el proceso secundario, da cierta estabilidad, incluso permite
desarrollar un discurso que sólo aparentemente concuerda con el discurso de los otros, pero
cuando estalla impregna toda la psique, se desorganiza el proceso secundario y queda
operando el proceso primario, pasándose de esta manera de lo potencial a lo manifiesto.
Definimos como pensamiento delirante primario la interpretación que se da el Yo acerca de lo
que es causa de los orígenes. Origen del sujeto, del mundo, del placer, del displacer.
Pensamiento delirante primario, producido por el Yo, y efecto del encuentro entre el Yo y un
medio ambiente psíquico que ha sido tal que llevó a la elaboración de un pensamiento delirante
primario.
Merced a esta creación, el Yo se preserva un acceso al campo de la significación creando
sentido allí donde el discurso del otro lo ha confrontado con un enunciado con escaso o ningún
sentido. A partir de este pensamiento podrá instaurarse un sistema de significaciones acorde
con él; producirse una forma particular de escisión que se manifiesta a través de lo que
designamos como enquistamiento de tal pensamiento que le permite al sujeto funcionar de
acuerdo con una aparente y frágil normalidad; o bien también es posible que este pensamiento
no de lugar a sistematización alguna, sino que actúe como una interpretación única y
exhaustiva, donde todo lo que escape a ella será descatectizado e ignorado por el sujeto y por
su discurso. El primer caso corresponde al sistema paranoico, el segundo constituye la
potencialidad psicótica y el tercero caracteriza a la vivencia esquizofrénica. Esta
sistematización (en la paranoia) al igual que esta extrapolación (a partir de una única y
exhaustiva interpretación en la esquizofrenia) pueden realizarse desde la instauración del
pensamiento delirante primario: nos veremos entonces frente a las formas infantiles de la
paranoia y la esquizofrenia. Pero también pueden producirse en un momento posterior y como
consecuencia del fracaso de la transacción que hasta el momento protegía a la potencialidad
psicótica. Un lugar aparte debe ser atribuido al autismo infantil precoz, en el que lo que no ha
podido elaborarse es el propio pensamiento delirante primario.
El pensamiento delirante primario se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado
del discurso del portavoz notoriamente falso. Implícita o explícitamente ese postulado se refiere
al origen del sujeto y al origen de su historia: las primeras cosas oídas referentes a este doble
origen se le han revelado al sujeto como contradictorias con sus vivencias afectivas y efectivas.
Se manifiesta una antinomia entre el comentario y lo comentado. Aceptar el comentario,
retomarlo por cuenta propia, implicaría adueñarse de una historia sin sujeto y de un discurso
que le negaría toda verdad a la experiencia sensible. Rechazarlo implicaría quedar frente a
frente con una experiencia inefable, algo innombrable. Para evitar estos dos impases, el Yo
dispone de la posibilidad de interpretar el comentario (acá está el trabajo elaborativo del Yo,
construye una nueva representación respecto de ese comentario). Puede así hacer coincidir,
de un modo más o menos defectuoso o forzado, el desarrollo de su historia con un primer
párrafo escrito por el pensamiento delirante primario.
Aulagnier se propone mostrar que así como no hay cuerpo sin sombra, no hay cuerpo psíquico
sin esa historia que es su sombra hablada, sombra indispensable pues su pérdida entrañaría la
de la vida, en todas sus formas.
Relación psique-realidad
Se la puede pensar desde el momento en que la psique puede reconocer la existencia de un
otro y de un mundo separados de ella. Lo que permite tomar conciencia de lo separable son las
manifestaciones del deseo de los otros que lo rodean. De ahí esta primera formulación de la
realidad que el niño va a darse: “la realidad está regida por el deseo de los otros” (proceso
primario). Mientras se permanece en la primera infancia, el sujeto alberga la convicción de que
todo lo que sucede o no sucede a su alrededor es testimonio del poder que él imputa al deseo
(el suyo y el de los padres).
Pero, una vez pasada la infancia, el sujeto no podrá cohabitar con sus partenaires en un mismo
espacio sociocultural si no se adhiere al consenso que respeta la mayoría con respecto a lo
que van a definir como realidad (proceso secundario). De ahí que el sujeto tome en
consideración esta segunda formulación: “la realidad se ajusta al conocimiento que da de ella
el saber dominante en una cultura”.
Pero, mientras espacio psíquico y espacio somático son indisociables (proceso originario),
mientras ningún existente exterior puede ser conocido como tal, todo lo que afecta a al psique
responderá al único postulado del autoengendramiento. La psique imputará a la actividad de
las zonas sensoriales el poder de engendrar sus propias experiencias (placer o sufrimiento). En
este caso sólo cabe una formulación: “la realidad es autoengendrada por la actividad sensorial”
(esto antes de ser reconocida la exterioridad donde el pecho es el primer representante de un
mundo separado).
Las tres formulaciones propuestas para definir la relación de la psique con la realidad pueden
aplicarse a la relación presente entre la psique y el propio espacio somático. También aquí la
actividad de las zonas sensoriales, el poderlo todo del deseo, lo que el discurso cultural
enuncia sobre el cuerpo, darán lugar a 3 representaciones del cuerpo y a las 3 formas de
conocimiento que la psique se proporciona a su respecto.
Piera plantea 3 hipótesis:
1-el acto que inaugura la vida psíquica plantea un estado de mismidad entre lo que adviene en
una zona sensorial y lo que de ello se manifiesta en el espacio psíquico (indisociación espacio
psíquico-espacio somático).
2-el Yo no puede habitar ni investir un cuerpo desposeído de la historia de lo que vivió. El Yo no
puede ser sino deviniendo su propio biógrafo, y en su biografía debe hacer sitio a los discursos
que hablan sobre su cuerpo, marcas de una historia libidinal e identificatoria, siempre abierta.
Una primera versión construida y mantenida en espera en la psique materna acoge a este
cuerpo para unirse a él. Forma parte de ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso
materno, la imagen del cuerpo del niño que se esperaba. “Yo anticipado” que es un yo
historizado que inserta de entrada al niño en un sistema de parentesco y con ello en un orden
temporal y simbólico y que lleva la marca del deseo materno.
Al preinvertir una imagen en ausencia de su soporte real, la madre asume también el riesgo de
descubrir la no conformidad entre la imagen y el soporte. La madre se topa con el cuerpo del
infans como riesgo. Sin embargo, se trata de una apuesta inevitable que generalmente la
madre conseguirá ganar.
3-a partir del momento en que la psique puede pensar su cuerpo, el otro y el mundo en
términos de relaciones, comenzará el proceso de identificación. Cada vez que la relación entre
el sujeto y el otro se torne demasiado conflictiva, el cuerpo podrá convertirse en representante
del otro. La relación yo-cuerpo sustituirá entonces a la relación yo-otro. Esto podrá llevar a que
el otro se ocupe del cuerpo del infans. Si esto ocurre el cuerpo le devolverá su lugar legítimo y
reasumirá el papel de mediador relacional. Pero si el otro permanece ciego o sordo a lo que le
ocurre al cuerpo, o si sus respuestas son inadecuadas, lo que era una sustitución provisional
puede llegar a ser un estado definitivo.
Así, cuando esta situación se vuelve permanente, lo que aparece son tres cuadros:
-en el primero, que encontramos en la psicosis, el otro y el propio cuerpo se han transformado
en destinatarios intercambiables. La relación que el sujeto mantiene con su propio cuerpo es la
reproducción de la que mantiene con el otro.
-en el segundo cuadro, el cuerpo pasa a ser el mediador de la relación; sólo a través de lo que
le sucede a su cuerpo va el sujeto a decodificar el deseo del otro para con él y a imponerle el
reconocimiento del suyo propio.
-en el tercer cuadro, el sujeto guarda la convicción de que no sufre ni goza a causa de otro sino
porque su cuerpo responde “por naturaleza” de determinada manera a determinado estímulo.
Proceso originario: antes del encuentro con un otro, la psique se encuentra y se refleja en los
signos de vida que emite su propio cuerpo. Este proceso no reconoce del mundo más que sus
efectos sobre el soma. Las sensaciones somáticas son para la psique las únicas pruebas de su
vida y son autocreadas. Una vez reducido el objeto a su mero poder sensorial también él es
engendrado. La psique aporta su objeto complementario a una zona y a una función
sensoriales. Así, el pictograma del objeto-zona complementaria es el único del que dispone el
proceso originario.
El poder de los sentidos de afectar a la psique le permitirá transformar una zona sensorial en
una zona erógena (hablar de zona erógena es pasar del registro del cuerpo al registro
psíquico).
No forma parte de los elementos de la escritura originaria ese “metasigno” (signo de relación)
que sería necesario para que ella hiciera un sitio al concepto de lo “separable”.
Resonancia afectiva: resalta la importancia que tiene para todo sujeto la posibilidad de que lo
que está reprimido (necesariamente), sea “recuperable” (lo cual posibilita historizar y posibilita
nuestro trabajo). El sujeto puede entrar en resonancia con ese pasado en relación a lo vivido
posteriormente.
Emoción: parte visible del afecto, vivencia de la que el yo tiene conocimiento, y que modifica el
estado somático.
Bleichmar plantea que tanto recurso al juego no ha permitido aún delimitar claramente su
estatuto en psicoanálisis, ya sea como equivalente de la libre asociación (como medio de
aplicación de la regla fundamental para niños) o como actividad de producción simbólica que
da cuenta del nivel del progreso psíquico; falta aún establecer ciertas especificaciones que
permitan darle un estatuto preciso en psicoanálisis, tanto desde el punto de vista del método
como de su estatuto metapsicológico. Bleichmar comienza por la segunda en tanto la función
de la primera depende de la segunda: es decir que su lugar en el interior de la teoría y la
técnica psicoanalíticas está determinado por su función general en el psiquismo.
El juego en su carácter de producción simbólica, requiere que nos posicionemos en la
intersección de dos ejes: el del placer, al cual remite “lo lúdico” y el de la articulación creencia-
realidad, que lo ubica en tanto fenómeno del campo virtual. Es en este sentido que constituye
un sector importante del amplio campo de las formaciones de “intermediación”, dando a esta
expresión una connotación que, en su proveniencia winnicottiana, es necesario precisar.
Intermediación: entre el espacio de la realidad y las creaciones fantasmáticas del sujeto. En
este sentido, algo del orden de un producto que perteneciendo a la realidad consensuada, no
deja de regirse por ciertas leyes del proceso primario (exento de toda contradicción). Modo de
funcionamiento que no puede sostenerse más que en el plano de la creencia, que implica cierto
clivaje del psiquismo con previo establecimiento de dos planos que se despliegan. Lo cual nos
lleva al segundo aspecto: prerrequisito de clivaje psíquico, en términos que posibilitan el
despegue de un espacio de certeza y otro de negación, teniendo como sustento la represión
originaria. Si este clivaje no se realiza el pseudo juego es la realización de un movimiento de
puesta en acto en el mundo de una convicción delirante.
La existencia de este clivaje implica un tercer rasgo que es necesario poner de relieve: el
juego, como puesta en escena de una fantasía, no puede hacerlo sino por medio de ciertos
niveles de deformación en los cuales aquello reprimido emerja y al mismo tiempo se encubra
(al igual que ocurre con el sueño). La riqueza de la sesión de análisis consiste en la posibilidad
de, a partir de la emergencia de fantasmas reprimidos, fracturar la desfiguración y atrapar los
retoños más cercanos a lo reprimido en virtud de la activación que la instauración del
dispositivo de la cura genera como espacio de circulación libidinal.
Se plantea así una cuestión central, que es la relación existente entre simbolización y
sexualidad.
Bleichmar concibe a la función simbólica no constituida como efecto de la ausencia del objeto,
sino de un exceso. Lo que posibilita la simbolización no es la ausencia del objeto sino el plus
que genera en tanto objeto paradojal, aplacatorio de la necesidad y suscitador de libido. Que a
posteriori, ante la ausencia del objeto se alucine una representación que la obture no da cuenta
del prerrequisito sino del efecto. La ausencia del objeto activa esta representación producto de
un exceso, que se ha implantado en el psiquismo presta a cumplir su función de obturador del
displacer. Es en este sentido que la alucinación primitiva se constituye como prototipo de toda
función simbólica.
Si la función simbólica se establece por el hecho de la existencia en el psiquismo de la
implantación de la sexualidad como plus de placer, aquello que da cuenta de su presencia lo
constituye el autoerotismo. Tal vez esta marcación de la relación entre función simbólica y
autoerotismo de cuenta de por qué lo sexual sublimado, desexualizado tiene un lugar princeps
a posteriori en el establecimiento del juego.
En el juego de los niños que han sido sometidos a traumatismos reiterados vemos emerger
fragmentos de lo real vivido sin metabolización ni transcripción, ante los cuales es necesario
más que interpretarlos restituirlos en su carácter simbólico. Así, Bleichmar considera que la
intervención del analista como meramente lúdica es insuficiente y que debe ser restituido el
valor de la palabra como modo de simbolización dominante en la función analítica.
Hasta acá la autora se refirió al juego como función simbólica, ahora va a considerar su función
en el análisis de niños. El intento de Klein de constituir al juego como equivalente de la libre
asociación es el acto fundacional más fuerte en el intento de otorgar al análisis de niños un
estatuto que permita la aplicación del método. Sin embargo, el método sólo es posible de ser
aplicado en la medida en que el objeto (el inconciente) se ha visto fundado y en este sentido el
juego puede operar “al modo de un lenguaje”.
Bleichmar rescata a Winnicott como teórico de lo lúdico, en tanto espacio simbólico de placer,
generador de sentido, que debe ser sometido a la prueba de la palabra cuando de analizar se
trata.
Establece que el inconciente es aquello que, por estar exento de toda intencionalidad, se ve
cerrado a la comunicación. De aquí la necesidad de volver a posicionar juego e inconciente, ya
que si por medio del juego se puede acceder a algo del inconciente no es el juego mismo lo
que se interpreta sino la presencia en él del inconciente. Da cuenta del carácter del juego de
rehusarse a la comunicación cuanto más próximo se encuentra de dar cuenta del inconciente
reprimido.
Y es acá donde se aplican las mismas reglas que para el análisis en general. El analista es
alguien provisto de un método que va encontrando, en el proceso de construcción de hipótesis
de aproximación al inconciente, indicios facilitados por el sujeto que colabora en esta tarea. No
tiene código de acceso al inconciente sino que sólo posee un método y algunos conocimientos
generales acerca del funcionamiento psíquico.
Es acá donde se plantean las grandes dificultades del empleo del juego como equivalente de la
palabra en la aplicación de la regla de libre asociación. Si el código de la lengua es compartido
es porque hay también alguien dispuesto a romper con lo obvio.
Pero en lo que respecta al juego falta la categoría “código compartido” de inicio. Y es acá
donde la teoría ha intentado ocupar ese lugar, convirtiéndose en una suerte de transcripción
simbólica que no da lugar a ningún tipo de construcción singular del sentido (ej: Klein hacía
interpretaciones más bien universales).
Sin embargo, hay un hallazgo enorme en este intento por convertir al juego en discurso y éste
consiste en dar a la sesión analítica la perspectiva de un espacio en el cual todo aquello que
ocurre deviene “mensaje”. Por eso es necesario subrayar que cuando hablamos del juego en
tanto vía de acceso al inconciente, sabemos que se trata del juego en análisis, y no del juego
en general como formación simbólica o lugar de crecimiento psíquico. Klein misma subrayó el
lugar de la palabra en el análisis de niños, no solamente como lugar desde donde generar
significación del juego sino también como criterio de finalización del tratamiento, aludiendo a la
capacidad de verbalización como modo princeps de dar cuenta de la apropiación del sujeto
respecto a sus mociones inconcientes.
Bleichmar establece que lo que caracteriza el intercambio entre los seres humanos es el hecho
de que no se puede dejar de tomar lo que el otro hace bajo el rubro de “lo que me quiere decir”.
En este sentido, los analistas de niños retoman esta tradición en su práctica para determinar
como mensaje aún aquello que se cierra a la comunicación y hacerlo devenir intercambio. Se
da un carácter comunicacional al acto del niño.
Del mismo modo ha devenido ritual la utilización de la caja de juegos, de la cual nada puede
entrar ni salir, ya que es en el juego de permutaciones de sus elementos donde se organiza
una batería significante mínima que posibilita la producción de sentido.
Bleichmar critica la participación del analista sólo como partenaire del juego. Considera que
esto es transformar lo accesorio en central y conlleva serios riesgos. El analista que se limita a
jugar, eludiendo la responsabilidad que implica la función simbolizante, ha perdido de vista
totalmente que el análisis es del orden del sentido (del sentido del síntoma, del deseo, del
inconciente) y no la mera acción ni educativa ni de obtención de placer. A su vez, critica al
analista para quien el juego es siempre algo del orden del trabajo, de modo tal que lo lúdico se
subsume en el interior de una obligación interpretante, alienando su propio placer y el del otro.
Por último, la autora establece las coordenadas bajo las cuales se hace posible la
interpretación del juego. De modo somero establece que tomado el juego en su carácter
discursivo circunscripto, no equivalente al lenguaje, debe ser siempre enmarcado, por un lado,
por la palabra hablada que abre el rumbo de lectura que posibilita el acceso al sentido y por
otro, por el conocimiento singular de la historia y de las vicisitudes del sujeto. Método de
abordaje que permite salir de la parálisis a la cual lleva el deseo de no ejercer formas de
apropiación subjetiva. Pero también forma de desmitificación del análisis “puramente por el
juego”.
Bleichmar critica a su vez la inclusión de juegos reglados en el interior de la sesión de análisis.
Ellos presentan la dificultad de que no dan cuenta del fantasma sino que se reducen a la
revisión psicológica de algunos mecanismos, que se consideran aislados e independientes de
los contenidos inconcientes que los determinan.
Hay que rescatar al juego en el doble orden que lo articula de placer y discurso.
Caso Dick
Niño de 4 años. Signos clínicos: pobre vocabulario y desarrollo intelectual, falta de adaptación
a la realidad y de relaciones emocionales con su ambiente, carencia de afecto, indiferencia
ante la presencia o ausencia de la madre, carencia de intereses, ausencia de juego,
insensibilidad al dolor.
Posiblemente el desarrollo de este niño quedó afectado por el hecho de que, aunque recibió
toda clase de cuidados, nunca se le prodigó de verdadero amor, la actitud de la madre hacia él
fue, desde el principio, de excesiva angustia. Del mismo modo, ni su padre ni su niñera le
demostraron mucho afecto. Dick creció en un ambiente sumamente pobre de amor.
Klein establece que había en el yo de Dick una incapacidad completa, aparentemente
constitucional, para tolerar la angustia. El yo había cesado el desarrollo de su vida de fantasía y
relación con la realidad. No había en Dick relación objetal. Después de un débil comienzo, la
formación de símbolos se había detenido.
Como no existía en su mente ninguna relación afectiva o simbólica con los objetos, ninguno de
sus actos casuales relacionados con ellos estaba coloreado por la fantasía, siendo por lo tanto
imposible considerar dichos actos como representaciones simbólicas. Su falta de relación con
el ambiente y las dificultades para establecer un contacto con su mente eran solo el resultado
de su falta de relación simbólica con las cosas. El análisis tuvo que comenzar con esto, el
obstáculo fundamental para establecer un contacto con él.
El análisis permitió un aumento de interés en Dick, que junto con el establecimiento de una
transferencia cada vez más intensa hacia la analista, dio lugar a la relación de objeto que hasta
entonces faltaba. Así, la actitud de este niño hacia su madre y su niñera fue tornándose poco a
poco afectuosa y normal. Dick comenzó a desear su presencia y a entristecerse cuando lo
dejaban. También con su padre la relación mostró indicios cada vez más claros de una actitud
edípica normal y, en general, una relación mucho más firme con todos los objetos.
Klein establece haber modificado con Dick su técnica habitual. En general ella no interpretaba
el material hasta tanto éste no hubiera sido expresado por varias representaciones; pero como
en el caso de Dick la capacidad de expresión por medio de representaciones casi no existía se
vio obligada a interpretar sobre la base de sus conocimientos generales. Al lograr por este
medio el acceso a su inc. pudo movilizar angustia y otros afectos. Klein logró que la angustia se
hiciese manifiesta, pudiendo así resolverla, en parte, gracias a la interpretación, logrando así
mitigarla de modo que el yo pudo tolerarla.
Las representaciones se tornaron entonces más completas y consiguió así bases sólidas para
el análisis, pudiendo pasar entonces a la técnica tradicional.
En el análisis de este niño, que era absolutamente incapaz de hacerse inteligible y cuyo yo no
era accesible a ninguna influencia, lo único que podía hacerse era tratar de llegar hasta su inc.
y, disminuyendo las dificultades inconcientes, abrir camino para el desarrollo del yo.
En lo que respecta a la cuestión del diagnóstico, Klein clasifica la enfermedad de Dick como
una esquizofrenia, pero que difiere de la esquizofrenia típica en que en este caso se trata de
una inhibición del desarrollo y no de una regresión después de que el niño ha superado con
éxito cierta etapa.
Klein: sus interpretaciones están basadas en la teoría, en la concepción del Edipo que ella
tenía, no en lo histórico vivencial del paciente.
Dolto y Nasio plantean que sea cuales fueren los problemas del niño, la hipótesis general es
que padece una angustia de culpabilidad inconciente, cuyos síntomas son el medio que su
naturaleza encontró para canalizar esa angustia e impedir que destruya más gravemente aún
el equilibrio de su salud. Asimismo, plantean que la gravedad de un caso no está determinada
por la intensidad de los trastornos, sino por su antigüedad, es decir, no la antigüedad de tales o
cuales síntomas sino a la antigüedad de un estado de dificultades emocionales variadas y
cambiantes, pero que se remonta a la primera infancia.
Un niño que tuvo trastornos del apetito, del sueño, de la alegría de vivir y contactarse con el
mundo exterior (adultos y niños) antes de cumplir los 3 años, es, en principio, un caso grave.
Los casos en que los trastornos sólo aparecieron después de los 7 años, sin que haya habido
realmente nada previo que señalar en la adaptación a sí mismo y a la sociedad, son en
principio, benignos. Lamentablemente hay demasiados casos que son graves y que hubieran
sido benignos si se los hubiera tomado con bastante seriedad en su momento.
Dolto y Nasio plantean que el material utilizado para la psicoterapia varía bastante según los
psicoterapeutas (títeres, cubos, etc) pero el único fin es el de liberar la verbalización de los
afectos y posibilitar la expresión de los conflictos y las tensiones del niño. El terapeuta
interviene lo mínimo indispensable y sólo para posibilitar la expresión más acabada, más
emocional de las dificultades y los conflictos del niño consigo mismo y con su medio (en
cambio M. Klein y Aberastury intervienen más). Es fundamental la actitud permisiva para decir
todo, representar, inventar todo (pero no para hacer todo); actitud no moralizante del terapeuta
que es absolutamente específica y diferente de la actitud que deben tomar los padres y los
educadores.
Caso J.P.: J. P es un niño de casi 8 años, que viene por temores nocturnos, tics y algunos
hurtos. Los primeros hurtos aparecieron después del nacimiento de un hermano, F, alrededor
de los 3 años. La flia dice, como lo hacen todas en estos casos, que los niños se adoran y que
el mayor no estuvo celoso jamás, pero la época de aparición de los trastornos coincide con los
meses que siguen al nacimiento de F, lo cual prueba que es esta supercompensación a los
problemas normales de celos lo que lo enfermó.
J. P. había comenzado con dificultades emocionales en el momento de nacer su hermano, que
coincidía con su etapa del “no”, necesaria para su evolución. Pero debe haber tomado la
separación de la madre, que tras el parto estuvo en el sanatorio 10 días, como un castigo por
sus oposiciones caracteriales que fatigaban mucho a la madre. Durante ese período lo dejaron
a cargo de su abuela, quien no comprende bien a los niños. J. P. se sintió un poco mortificado.
Se entiende que J.P. no haya mostrado celos después de esto por miedo de volver a ser
separado de su mamá. Por el contrario se identificó con ella y se mostró maternal con el
pequeño. Pero llegó la edad del complejo de Edipo donde J. P tuvo que identificarse con su
padre, entrar en rivalidad con él para intentar ganar a su madre. Todos sus conflictos con el
padre y las lágrimas si el padre no lo besa antes de acostarse son los signos de esta tensión
ambivalente.
Cap. 6: Cura psicoanalítica con ayuda de la muñeca-flor (escrito en 1949, constituye uno
de los textos fundamentales de Doltó)
Llega a Doltó una niñita de 5 años y medio, Bernadette, que presenta una apariencia de gran
retraso mental: elabora continuamente fantasías y sus asociaciones verbales hacen pensar en
la esquizofrenia, sin embargo existe un contacto afectivo, de tipo agresivo sobre todo con su
madre. Su brazo izquierdo está doblado, la mano izquierda sobre el antebrazo, arrastra un
poco la pierna izquierda. Habla con una voz monocorde (sin modulaciones), gritando como si
fuese sorda. Hay una ausencia total de sentido crítico y de adaptación a la vida social. La niña
padece anorexia denominada mental, se niega a comer. Cuando se la obliga o cuando ella
misma se fuerza a tragar alimentos éstos suelen ser parcialmente vomitados.
En un jardín de niños, la niña es difícilmente soportada en él no participa en ningún ejercicio ni
juego colectivo, es incapaz de integrarse desde el punto de vista motor así como desde el
punto de vista caracterial. En la escuela, se vuelve más mala.
Ante este comportamiento completamente narcisista en que la afectividad está marcada
únicamente con el signo negativo a Doltó le llama la atención el aspecto paranoico, autístico y
ansioso que cobra el carácter de la niña. Es entonces cuando se le ocurre la idea de darle una
muñeca-flor. Es importante resaltar que Doltó nunca trata a la niña aisladamente sino siempre
situada con relación a un adulto.
Durante su experiencia analítica ha podido observar que el interés manifiesto por las flores y la
identificación con una flor en particular: con la margarita, siempre acompañan al cuadro clínico
del narcisismo (cuadro que parece presenta B.).
Doltó invita, entonces, a la madre de Bernadette a confeccionar una muñeca-flor que en vez de
tener la cara, los brazos y las piernas color carne debe estar completamente cubierta de tela
verde, incluyendo el volumen que representa la cabeza, sin rostro y coronada con una
margarita artificial, a su vez, vestida con ropa que evoque tanto al niño como a la niña, por
ejemplo, tela azul y rosa, etc. La niña salta de alegría: “Sí, muñeca-flor”.
Luego la niña viene (8va sesión) con su muñeca-flor margarita, que llama Rosine y por primera
vez se dirige a Doltó (y no como hasta ahora a nadie en particular) contándole con su voz
chillona que “esta muñeca es horrible, mala y que desde que llegó a su casa es un infierno”,
“Rosine, prosigue, se divierte pegándole a las muñecas”.
Así, Bernadette proyectó toda su actitud caracterial negativa sobre esa muñeca-flor y, por
consiguiente, puede hablar.
En una sesión Bernadette se inclina hacia Doltó y en voz baja al oído (es la primera vez que la
oye hablar en voz baja) le susurra: “Ser mala para ella, se llama ser amable porque tiene un
brazo y una pierna que no funcionan”.
Doltó le dice con voz normal: “¿Cómo es que eso la vuelve mala?
Y la niña le contesta que “es su manera de ser amable, hacerle daño a los demás. No es mala,
está enferma, tú la vas a curar” (demanda de la pequeña).
La niña se va muy contenta de haber dejado su muñeca a la doctora que va a atenderla. A
partir de entonces se transforma.
En la sesión siguiente pregunta: “¿Cómo sigue mi muñeca-flor?.
Doltó le contesta: “Sabes la atendí todos los días, pero sólo una mamá sabe cómo conocer a
su hijo. Tú me vas a decir cómo la encuentras”. Y le saca del armario su Rosine. D. asiste
entonces a toda una escena mímica. La niña le habla en voz baja a su muñeca se la pone al
oído para escuchar lo que responde, luego la hace bailar sobre la mesa, y de pronto, con una
voz modulada, que Doltó nunca antes le había oído, le dice: “Está curada, su brazo y su pierna
funcionan muy bien, la has atendido muy bien”.
Bernadette deposita su muñeca-flor al lado de su oso y vuelve para conversar con Doltó. Le
muestra su mano parética (paralizada parcialmente), siempre con algo de garra y le dice: “Es
una hija de lobo, entonces para amar tiene que arañar y como te quiere mucho, la hija de lobo
te va a mostrar lo fuerte que es”. Entonces se pone a clavar sus uñas en la piel de la mano de
Doltó diciendo: “No tengas miedo, tiene que ver sangre porque te quiere”.
“¿Te duele?” Pregunta B. a D.
“Sí, un poco pero sé que me quiere”, contesta.
La niña mejora enormemente en el plano motor. Puede participar en las actividades motrices y
colectivas son perturbar la clase y sin que se burlen de ella.
El viraje decisivo de su comportamiento se situó en la semana en que entró en posesión de la
muñeca-flor. Según el relato de las sesiones esa muñeca-flor fue el soporte de los afectos
narcisistas heridos de la edad oral. La agresividad oral vuelta contra sí misma en aquella niña
inválida, aquejada de graves trastornos somáticos del tuvo digestivo, se proyectó en aquella
forma a la vez humana y vegetal.
Doltó utilizó la muñeca-flor como un elemento que introdujo en el tratamiento psicoanalítico
para ser soporte de la transferencia.
El ser con el cual B. comenzó a expresar realmente lo que sentía fue aquella muñeca-flor en la
medida en que era ella misma quien se proyectaba en la muñeca. La niña podía liberar
emociones de agresividad gracias a la proyección en esa muñeca.
El comportamiento de B. con sus familiares cambió en cuanto proyectó sobre la muñeca-flor
todo lo que la había hecho sufrir en las experiencias vividas. Además, B. hizo soportar a la
muñeca-flor, por proyección, toda la carga culpabilizadora de las malas acciones de que habían
sido víctimas sus familiares. Así, pudo interesarse en otros seres (primero en su oso de
peluche) de una manera maternal, dejó de detestar a todo el mundo y recuperó la facultad de
comer libremente.
Doltó (a partir de la experiencia con este caso y con muchos otros) considera que la
representación de una criatura vegetal, parecida a la forma humana por su cuerpo y a la forma
floral por su cabeza, sin que haya rostro, ni manos, ni pies, permite al niño la proyección de
emociones que permanecieron fijadas en la etapa oral de la evolución de la libido; fijadas allí
debido a que la historia vivida del sujeto bloqueó la evolución en esa etapa o la hizo
experimentar una regresión a ella.
Dicha proyección y las reacciones que de ella resultan con respecto a la muñeca conducen al
sujeto a la abreacción de una libido oral que permaneció activa de manera patógena, inhibidora
para él, no sublimable y no integrable en el yo.
Es decir, que a partir de la presentación de la muñeca-flor esas emociones agresivas
encuentran salida en un contenido analizable. La muñeca-flor es pensada, entonces, como un
objeto mediador que abre paso a la expresión de las emociones.
Bleichmar, “En los orígenes del sujeto psíquico” (primer libro, producto de su tesis
doctoral).
En la década del 70`se produjo en Argentina un movimiento teórico que puso en crisis los
modelos teórico-clínicos sustentados hasta ese momento. La corriente kleiniana había sido la
guía del trabajo pero a comienzos de 1970 se introdujeron conjuntamente los principios de la
epistemología althusseriana y los trabajos de la escuela psicoanalítica francesa.
Se puso en crisis la técnica en la cual los analistas de niños se habían basado hasta el
momento, la técnica del juego propuesta y desarrollada por Melanie Klein, reduciendo el campo
analítico al ámbito del lenguaje exclusivamente. Ahora la pregunta que se planteaba era como
trabajar, si se abandonaba la técnica del juego, con niños pequeños en un momento de su
evolución en que el lenguaje no podía ser aún la herramienta de trabajo posible. (se planteó el
problema de si el inconciente tenía existencia por sí mismo, por fuera del discurso o no. Si se
optaba por la opción de que el inconciente sólo existía en el discurso era impensable analizar a
quien no tuviera discurso como es el caso de niños. Para Klein el inconciente estaba desde
siempre independientemente de que el niño tenga o no lenguaje y así la analizabilidad era
posible. Por su parte el estructuralismo (y entre ellos Mannoni) buscaba la determinación de los
síntomas en el discurso parental. )
Este tipo de conflicto llevó al abandono por una gran cantidad de analistas del campo de la
clínica de niños. Otros, entre los que se cuenta Bleichmar, se propusieron revisar los principios
fundamentales de la técnica.
Así Bleichmar se insertó en la línea que ponía en juego la redefinición de neurosis en la
infancia partiendo de la concepción de un sujeto en estructuración. Se fue haciendo cada vez
más claro para la autora que no se podía definir a priori ningún tipo de técnica si no se
redituaba el concepto rector de represión originaria y el lugar de ésta en la constitución del
aparato psíquico.
Partió entonces de la hipótesis desarrollada por Freud en la Metapsicología (1915) que postula
que la represión funda la diferencia entre los sistemas inconciente y preconciente-conciente y
que antes de esto son los otros destinos pulsionales (el retorno sobre la persona propia y la
transformación en lo contrario) los que pueden actuar como defensa. Estos dos destinos
pulsionales son los precursores de la represión originaria. Son estructurantes del aparato
psíquico y su aparición marca el primer tiempo de la represión originaria.
Tomando la idea rectora de un sujeto en estructuración, Bleichmar plantea si en vez de hablar
de “neurosis infantil” no deberíamos hablar de “conflictos neuróticos infantiles”, en la medida en
que la primera infancia es un proceso altamente complejo que somete al sujeto psíquico en
constitución a movimientos lo suficientemente lábiles y masivos para que no hayamos de
plantearnos los elementos como definitivos.
Nos ubicaremos en una concepción del sujeto psíquico cuya tópica se presenta, desde el
comienzo, intersubjetiva. En el marco de esta tópica intersubjetiva se dará un proceso de
constitución del aparato psíquico que, en el momento de abordar el diagnóstico, debemos tener
en cuenta a fin de precisar en qué momento de esta constitución se encuentra.
Dos cuestiones entonces: por un lado la diferencia entre inconciente originario e inconciente
desde los orígenes y por otro lado, el papel del otro humano en la constitución del sujeto y el
problema de la constitución de la tópica psíquica en el marco de una tópica intersubjetiva.
Una autora que pone el acento en el punto opuesto que M. Klein es Mannoni, en su texto, “La
primera entrevista con el psicoanalista”. Este trabajo marcó una revolución al brindar una nueva
herramienta técnica: la entrevista madre-hijo. Permitió poner en correlación el deseo materno
con la patología infantil y de esta manera se abrieron nuevas posibilidades de comprensión
para esta misma patología. Mannoni coloca al niño en el movimiento que se constituye desde
el deseo de la madre. Si “el inconciente es el discurso del Otro”, cuando la madre habla
encontramos en su propio discurso la explicación de la significación sintomática. Bleichmar
está parcialmente de acuerdo con esto. Por un lado rescata el mérito de Mannoni de emplazar
al sujeto en una línea de intersubjetividad que define las líneas por las cuales se abrirán los
movimientos que permitirán entender la constitución de su propio aparato psíquico. Pero por
otro, se pregunta si no se anula de esta manera el concepto de inconciente como sistema
intrapsíquico, si no se termina remitiendo el conflicto psíquico a una tópica intersubjetiva que,
se puede ser generadora de patología, no alcanza para explicar las peculiaridades del conflicto
psíquico. (crítica de Bleichmar a Mannoni)
Sin embargo, la teorización que Mannoni propone como “actitud” frente a la consulta le parece
válida: “…En el psicoanálisis de niños, en la primera consulta, estamos sometidos a la
demanda de los padres. Existe entonces, frente a los padres una tendencia (de los analistas) a
tomar una posición de psiquiatra o de psicopedagogo y se corre el riesgo de dejar escapar la
dimensión esencial que es, justamente, la aprehensión psicoanalítica del caso…”.
Sam tiene 3 años cuando su madre lo descubre atacado por una crisis semejante a la crisis
cardíaca de que murió su abuela 5 días antes. El médico establece un diagnóstico de epilepsia
y lo envía en observación al hospital. Permanece allí algunos días. El personal hospitalario no
se compromete con un diagnóstico debido a la corta edad del paciente y a que estaba bajo la
acción de drogas. Sus reflejos son normales, aparentemente no hay nada que llame la
atención.
Un mes más tarde el niño descubre un topo muerto. Sufre vómitos durante la noche y presenta
manifestaciones de crisis epiléptica. Esta vez el personal del hospital comparte el diagnóstico
de epilepsia, debida posiblemente a una lesión cerebral en el hemisferio izquierdo.
Dos meses más tarde, luego de que el niño aplasta una mariposa con la mano, sobreviene un
tercer ataque. El hospital matiza su diagnóstico y emite la idea de que quizás haya un factor
psíquico en el origen de la crisis. Al médico le llama la atención una constante que vuelve a
encontrar en las 3 crisis: una relación entre la muerte de la abuela, la del topo, la de la
mariposa y la crisis epiléptica. Como no puede descubrirse con certeza ninguna causa
orgánica, Erikson se dedica a comprender la parte que le cabe a la idea de muerte en la vida
del niño. Se hace evidente que le factor psíquico relacionado con el origen de la crisis tiene que
ver con la muerte. Erikson se esfuerza por recoger datos que puedan iluminar las
circunstancias de la muerte de la abuela y, a tal efecto, interroga a la madre.
Se entera de que, en esa época, la joven se sentía tensa. La llegada de su suegra, cardíaca, la
preocupaba tanto como la turbulencia de Sam, niño cargoso y travieso. Temía que Sam
fatigase a la anciana. Se advirtió al niño que el corazón de la abuela no era demasiado fuerte y
él prometió no molestarla. Durante una ausencia de la madre la abuela es presa de un ataque
(a partir del cual está enferma durante meses no logra recuperarse y muere). Según la
reconstrucción de los hechos parece probable que el niño durante la ausencia de la madre se
mostrara cargoso y cansador.
Se estimaba que Sam nada sabía de la muerte de esa abuela: se le había dicho que ésta había
partido para realizar un viaje prolongado. En respuesta Sam lloró preguntando: ¿por qué no me
dijo hasta pronto?. También fue preciso explicarle a Sam la razón de ser del ataúd. Se le dijo
que se trataba de una caja que contenía libros de la abuela. Erikson duda de que el niño haya
podido creer las explicaciones maternas. Le comunica su escepticismo a la madre. Entonces
ella recuerda un incidente ocurrido en aquella época: al pedirle un día al niño que le encontrase
un objeto que él no tenía ganas de buscar, éste le respondió con un tono burlón: “se fue de
viaje, un viaje muy prolongado”.
En el curso de las entrevistas posteriores, la madre recuerda que a Sam lo habían obligado a
quedarse con la abuela como castigo. El niño le había pegado a un amiguito, había corrido
sangre y prefirieron que se quedase en la casa por miedo a que trataran de vengarse de él. Lo
que a Erikson le interesa en relación a estos hechos son las características agresivas de cierto
grupo étnico: la minoría judía de la que forma parte la flia de Sam. Esta flia rompió con sus
antepasados y se instaló en un barrio no judío. El medio familiar parece haber actuado sobre el
niño para frenar su excesiva impulsividad, para que se muestre gentil como los niños no judíos.
Erikson comienza la cura dos años después del comienzo de las perturbaciones y anota las
siguientes etapas:
-Durante una sesión con el analista, el niño, furioso por haber perdido en un partido de dominó,
le arroja a Erikson un objeto en la cara; entonces empalidece hasta el borde del vómito y tiene
un desmayo pasajero. Al volver en sí dice: “continuemos”. Los niños tienden a expresar en las
configuraciones espaciales lo que no pueden o no se atreven a decir. Al reacomodar las piezas
hace una configuración rectangular. Todas las piezas miran hacia adentro. Erikson le da (a
través de la relación transferencial) la interpretación de su malestar: “Si quisieras ver los puntos
de tus piezas tendrías que estar dentro de esta pequeña caja, como una persona muerta en un
ataúd”. Puesto que el niño contesta “sí”, Erikson prosigue: “Eso debe significar que tiene miedo
de tener que morir porque me golpeaste”. “¿Tengo que morirme?”, pregunta Sam. Y Erikson
agrega: “Claro que no. Pero cuando se llevaron a tu abuela en el ataúd probablemente
pensaste que la habías hecho morir y por eso tenías que morir también. Debes haber pensado
que te ibas a morir cada vez que tenías uno de esos ataques”. Es decir, establece un paralelo
con la muerte de la abuela y el miedo de Sam a que se haya muerto por su culpa y que él
tenga que morir por eso. El niño está de acuerdo. Hasta entonces nunca había admitido que
sabía que su abuela estaba muerta. He aquí, plantea Erikson, la causa desencadenante de las
perturbaciones. Pero Erikson no se detiene allí. Emprende un trabajo con la madre pues
considera que todo origen psíquico de una perturbación en un niño encuentra su corolario en
un conflicto neurótico en la madre. Erikson sitúa este conflicto neurótico dentro de un marco
etnográfico: ruptura de la flia con la tradición judía, exigencia al niño para que se parezca a los
no judíos. La madre recuerda un incidente en el cual Sam le arrojó una muñeca a su rostro y le
rompió un diente. La madre le pegó con una rabia que hasta entonces nunca había
manifestado. Este es un punto crucial, pues nos habla de la violencia familiar. Más allá del
conflicto individual, todo el medio ambiente de este niño está invadido por un temor general a la
violencia (a partir de esta escena se evidencia el temor de la madre de haber dañado a Sam
temor que es la contraparte de lo que finalmente Erikson entiende como el factor psíquico
patógeno dominante en el niño: el temor del niño a que también su madre pudiera morir debido
al golpe que le diera en el diente y a sus acciones y deseos sádicos más generales).
Unos días después, Sam se sube a las rodillas de su madre y le dice: “Únicamente a un
muchacho muy malo le gustaría saltar sobre su madre y caminar sobre ella. Únicamente a un
chico muy malo le gustaría hacer eso, ¿no es así mami?”. La madre optó por reír y contestó:
“Apuesto a que ahora tú quieres hacerlo. Pienso que un muchachito bueno podría pensar que
tiene ganas de hacer algo así pero sabría que en verdad no tiene ganas de hacerlo”. “Sí”,
respondió Sam “pero no lo haré” (la verbalización de la violencia disminuye los ataques).
Cualquiera sea su edad, Erikson recurre (en su trabajo) a la capacidad del niño para
autoexaminarse, para comprender y para planear. Al hacerlo considera posible efectuar una
cura o acelerar una curación espontánea. Sin bien, en el caso de Sam, no pretende haber
logrado curar la epilepsia, considera que con estas investigaciones terapeúticas sobre un
fragmento de la historia del niño, ha ayudado a toda una flia a aceptar una crisis en su seno
como una crisis en la historia familiar, pues una crisis psicosomática es emocional en la medida
en que el individuo enfermo responde a las crisis latentes en las personas significativas que lo
rodean (en este caso, a través del tema de la muerte la madre pudo expresar su culpabilidad
(miedo de ser criticada (por la suegra que venía a visitarlos)) y su vergüenza (miedo de que su
hijo no se muestre gentil con un no judío). Esa muerte que ocurre luego de los cargoseos de
Sam la hunde en un malestar que la lleva a negar incluso el acontecimiento (por consiguiente
carga a su hijo con la función de ser el soporte de una mentira). Introduce en Sam una palabra
engañadora para justificar (se) el incidente y recuerda que Sam no dejó de darse cuenta de
ello. A su vez, su madre le pide a Sam que reniegue de su ascendencia, poniéndolo en
dificultades en el plano de la identificación).
Erikson considera que no hay ansiedad individual que no refleje una preocupación latente
común al grupo inmediato y al más amplio. Un individuo se siente aislado y excluido de las
fuentes de fortaleza colectiva cuando (aunque sólo sea en forma secreta) asume un rol que se
considera particularmente malo. En el caso de Sam, la muerte de la abuela sirvió para
confirmar que era un muchachito terriblemente malo.
Mannoni considera que lo que está en juego en este caso no es, como parece creerlo Erikson,
la Sociedad. El problema no reside en la situación de una flia judía en un medio “gentil”: se
trata del vínculo madre-niño en la relación fantasmática de la madre.
La pregunta de Erikson se orienta hacia la influencia del medio. Sin embargo, M. plantea que
no se trata de un conflicto étnico sino de la pregunta misma del sujeto planteada a través del
síntoma, acerca de su lugar en el deseo del Otro.
Se trata de un niño de 5 años (Arpad) que había tenido hasta los 3 años y medio un desarrollo
mental y físico regular y había sido un niño completamente normal. Hablaba corrientemente y
daba muestras de una gran inteligencia.
Bruscamente sobrevino un cambio. Durante el verano, la flia acudió a un balneario donde ya
había estado el verano precedente. Desde la llegada, el comportamiento del niño cambió de
manera singular. A partir de aquél momento su interés se centró en una sola cosa: el gallinero
que había en el patio de la granja. Al amanecer acudía junto a las aves, las contemplaba con
un interés infatigable e imitaba sus ruidos y sus andares, llorando cuando se le obligaba a
alejarse del corral.
Esto persistió durante todas las vacaciones. Pero cuando la flia regresó a su hogar volvió a
utilizar el lenguaje humano, aunque su conversación versaba casi exclusivamente sobre gallos,
gallinas y pollos. Su juego habitual era el siguiente: hacía gallinas y gallos doblando papel de
periódico y los ponía a la venta. Después tomaba un objeto cualquiera al que llamaba cuchillo y
cortaba el cuello de su pollo de papel (imitaba el degüello de los pollos).
Deseaba asistir al degüello de pollos pero le tenía mucho miedo a los pollos vivos.
Sus padres le preguntaban por qué tenía miedo del gallo y el niño contaba siempre la misma
historia: cierto día había entrado en el gallinero y había orinado en su interior, un pollo le picó el
pene y la criada le curó la herida. A continuación se le cortó el cuello al gallo. Los padres del
niño se acordaban de este incidente que había ocurrido durante el primer verano que pasaron
en el balneario, cuando Arpad tenía 2 años y medio.
Lo notable de esta historia es que el efecto psíquico de este suceso sobre el niño apareciera
tras un período de latencia de 1 año con ocasión de la segunda permanencia en la granja.
De este modo, Ferenczi sostiene la hipótesis de que fue una amenaza de castración sufrida en
el intervalo fue la que provocó un estado emocional tan intenso cuando revivió la escena de su
primera experiencia terrorífica en la que, de forma similar, había sido amenazada la integridad
de su pene. Hipótesis que después logra confirmar: el temor enfermizo del niño al gallo debe
atribuirse a una amenaza de castración recibida por haber practicado el onanismo. El conjunto
de síntomas que este niño presentaba era una reacción frente a la angustia que le inspiraba la
idea de su propia castración.
Arpad daba muestras de verdaderos síntomas neuróticos: era miedoso, soñaba mucho
(naturalmente con aves) y tenía a menudo un sueño agitado. Sus frases y acciones mostraban
en su mayoría un placer poco común en fantasear sobre crueles torturas aplicadas a las aves.
El momento en que se degollaba a un pollo era para él una fiesta. Sin embargo, sus afectos
hacia las aves no se componían simplemente de odio y crueldad, sino que eran ambivalentes.
A su vez su crueldad se manifestaba a menudo contra los seres humanos y con mucha
frecuencia estaba orientada hacia la zona genital de los adultos (es decir que la transferencia
de afectos inconcientes de los seres humanos a las aves no se había logrado por completo,
pues el fenómeno primitivo, rechazado, se manifestaba en sus palabras). Mediante las
palabras gallo, gallina y pollo Arpad designaba a su propia flia. Un día declaró “mi padre es el
gallo” (y la ambivalencia se explica en relación al padre, padre que aún siendo respetado y
amado es odiado por las restricciones sexuales que impone).
Tras estas declaraciones del niño podemos comprender mejor la intensidad de su emoción
cuando contemplaba la actividad del corral. Todos los secretos de su propia flia, sobre los que
no obtenía en su casa ninguna información, podía contemplarlos entonces a gusto: los
animales le mostraban sin dificultad todo lo que podía ver, sobre todo la actividad sexual de
gallos y gallinas (de la cual había podido enterarse en su casa dadas las condiciones de la
habitación de sus padres eran). Como consecuencia se vio obligado a satisfacer su curiosidad
despertada de este modo contemplando incansablemente a los animales.
M. Klein establece que es necesario dejar al niño adquirir tanta información sexual como exija
el desarrollo de su deseo de saber, despojando así a la sexualidad de su misterio y de gran
parte de su peligro. Esto asegurará que los deseos, pensamientos y sentimientos no sean en
parte reprimidos y en parte tolerados. Además, al impedir esta represión, depositaremos las
bases para la salud y el equilibrio mental. Otra ventaja es la influencia decisiva que tiene esto
en el desarrollo de la capacidad intelectual. Una respuesta franca a las preguntas de los niños
influye beneficiosamente en su desarrollo mental.
En cambio, el repudio y la negación de lo sexual son las causas principales del daño
ocasionado al impulso a conocer y ponen en marcha la represión.
Klein considera que ninguna crianza debe hacerse sin orientación analítica, ya que el análisis
provee una asistencia tan valiosa y, desde el punto de vista de la profilaxis, incalculable.
Establece qué ventajoso y necesario es introducir el análisis en la crianza, para preparar una
relación con el inconciente del niño. Considera que así podrán removerse fácilmente las
inhibiciones o rasgos neuróticos en cuanto empiezan a desarrollarse. Para ella no hay duda de
que el niño normal de 3 años, y probablemente un niño más chico, es ya intelectualmente
capaz de captar las explicaciones que se le dan. Incluso mejor que el niño mayor que ya está
perturbado afectivamente en esas cuestiones por una resistencia más enraizada.
Por último, considera que un niño psíquicamente fortificado por un análisis temprano, puede
tolerar con más facilidad y sin perjuicio los problemas inevitables.
Fritz era un niño de 5 años. El psicoanálisis se introdujo en su crianza pues este niño sufría de
una inhibición de juego acompañada de inhibición a escuchar o contar historias. Había también
creciente taciturnidad, hipercriticismo, ensimismamiento e insociabilidad. Su desarrollo mental
había sido normal pero lento. Recién empezó a hablar a los 2 años y tenía más de 3 años y
medio cuando se pudo expresar con fluidez. A pesar de esto, daba la impresión de ser un niño
inteligente y despierto.
Cuando tenía alrededor de 4 años y medio se inició un desarrollo mental más rápido y también
un impulso más poderoso a hacer preguntas. Aparecieron preguntas concernientes al
nacimiento (¿dónde estaba yo antes de nacer?, ¿cómo se hace una persona?). Luego la
necesidad de formular preguntas no disminuyó pero tomó un camino algo diferente. A menudo
Fritz volvió al tema del nacimiento pero en una forma que demostraba que ya había
incorporado este conocimiento al conjunto de sus pensamientos.
En el caso de este niño con el que nunca se utilizaron amenazas y que mostraba con
franqueza y sin temor su placer en la masturbación, apareció sin embargo, un complejo de
castración muy marcado que se había desarrollado en parte sobre la base del complejo de
Edipo.
Fue notable en Fritz cuánto se estimuló su interés general luego de satisfacerse parte de sus
preguntas inconcientes y cuánto decayó nuevamente su impulso a investigar porque habían
surgido más preguntas inconcientes que monopolizaban su interés. Esto pone en evidencia
que la influencia de los deseos e impulsos instintivos sólo puede debilitarse haciéndolos
concientes.
Al traer a la conciencia los deseos incestuosos de Fritz, su apasionado apego por la madre se
advirtió en la vida cotidiana, pero no hizo ningún intento de sobrepasar los límites establecidos
y se comportó igual que cualquier niño afectuoso. Su relación con el padre se tornó excelente a
pesar (o a causa de) de su conciencia de sus deseos agresivos. Es decir, que también aquí se
ve cómo es más fácil controlar cualquier emoción que se está volviendo conciente, que una
inconciente. Simultáneamente con el reconocimiento de sus deseos incestuosos Fritz comenzó
a hacer intentos por liberarse de esta pasión y transferirla a objetos adecuados.
Caso Javier: niño de 2 años y 8 meses, es llevado a consulta por sus padres debido a que
muerde como forma dominante de expresión de sus impulsos hostiles, conducta no inhibible
mediante el regaño.
Llega a la consulta acompañado de su madre y se dirige hacia la canasta de juguetes, en la
cual Bleichmar ha incluido un autito a cuerda que cuando se desliza abre y cierra la boca-capó
dejando al descubierto la dentadura. Javier toma el autito y pide a su madre que le dé cuerda.
Ella lo hace y Javier, aferrado con una mano a su falda, ríe gozoso cuando el vehículo se aleja
abriendo y cerrando la boca.
Bleichmar hace una intervención: “el autito, como Javier, cuando se aleja de mamá quiere
comerse todo lo que encuentra, por eso muerde lo que se le atraviesa”.
Javier toma el brazo de su madre y dice “mami vamos”. Ella se rehúsa y Javier comienza a
subir el tono y intenta tironear para salir. Comienza a llorar y su madre intenta tranquilizarlo.
Luego los gritos ceden. En algunos momentos las palabras de Bleichmar se dirigen a Javier:
“¿qué es esto de que mami se quede rehusándose a su pedido?”. Él está muy enojado: Silvia,
como un papá, ha dicho: Javier, no se puede hacer todo lo que uno quiere, eso es peligroso
para vos y para los demás.
Bleichmar pregunta a la mamá qué hacen ellos cuando el niño se torna insoportable. Responde
que lo envían a su cuarto hasta que se tranquilice. Bleichmar le señala lo difícil que es para ella
sostener al mismo tiempo la prohibición y la contención de las conductas riesgosas, y cómo
esto obliga al niño a un esfuerzo de autocontrol para el cual no está preparado. Le propone que
así como ahora ella lo ha rodeado con sus brazos y su cuerpo, trate de contenerlo del mismo
modo cuando Javier se torne incontenible.
A la tercera consulta Javier entra muy decidido y dice: “soñé…yo soñé” (sueño: formación del
inconciente). “¿Con qué soñaste Javier”. “Con el cocodrilo. Había un cocodrilo….la boca
abierta, hamm (hace gesto de comerme)”. La madre cuenta que se despertó angustiado y que
ha dejado de morder.
El sueño realizando una inlograda satisfacción pulsional. El rehusamiento del sujeto a su
impulsión de morder ha dado curso a una formación del inconciente.
La represión trabaja de un modo altamente individual: un niño con leguaje constituido, control
de esfínteres, noción de sí y del objeto, enlaces libidinales, queda sin embargo librado, en un
punto de su constitución, a un fracaso del sepultamiento de un representante oral que lo
compulsa al sadismo y le imposibilita el ejercicio de formaciones del inconciente capaces de
dar curso a la elaboración psíquica.
El trabajo analítico está destinado a cercar qué es aquello que obstaculiza la instalación de la
represión originaria (tanto del lado del niño como del de sus padres) y a incidir en su fundación
definitiva.
Bleichmar es consultada nuevamente, Javier tiene ya 3 años y 9 meses y ha sorprendido a sus
padres con lagunas conductas que los inquietan: orina en público, toca el trasero, tiene una
conducta desafiante.
Durante la charla la madre reflexiona: “Sabe yo creo que Javier está súper estimulado, todo el
mundo lo toca, le pide besos. Es tan adorable que tiene que cederse por entero”.
Bleichmar le habla a Javier acerca de las propiedades de su cuerpo, él tiene derecho a
rehusarse; los apretujones, las caricias desmedidas le hacen sentir nuevamente ese fuego que
quema adentro. Javier le está pidiendo que lo ayude a apagarlo. Dice: “Yo tengo un pito
grande, grande como el de papá”. Bleichmar interpreta: “Es tu pito, necesitas decirle a las
mujeres que lo tenés, que es tuyo, que es grande, que sos un varon”. Esto tiene como efecto
que Javier comienza a rehusarse: “Se acabaron, hoy no hay besos, otro día…”.
Si dividimos el material expuesto en dos tiempos: el de la primera consulta, a los 2 años y 8
meses, y el de la segunda a los 3 años y 9 meses de Javier, vemos que entre uno y otro algo
ha cambiado estructuralmente en el modo de funcionamiento psíquico del niño.
De inicio no son síntomas los que Javier presenta, sino una dificultad para la inhibición de
ciertos modos de ejercicio pulsional directo y de su sepultamiento en el inconciente. La pulsión
oral canibalística no aparece inhibida en su fin, dando cuenta de una falla en la constitución de
la represión originaria. Correlativo a esto, las funciones ligadoras del yo que posibilitarían el
enfrenamiento de la descarga motriz (morder) no han logrado aún que este opere como masa
ligadora capaz de sostener a lo reprimido en un lugar tópico más o menos definitivo.
A partir de la intervención analítica y de su consolidación durante el año posterior, una nueva
etapa se inaugura. En ella vemos al niño habiendo sepultado los representantes pulsionales de
origen, consolidad la represión originaria e instalado en un encadenamiento edípico que da
curso a la angustia de castración y reinscribe lo activo-pasivo en términos de rehusamiento al
sometimiento amoroso al semejante y de ejercicio de la masculinidad.
Es importante tener en cuenta que en sentido estricto, como formaciones transaccionales,
ninguno de los signos que preocuparon a los padres y motivaron las consultas fueron síntomas.
Caso Daniel: bebé de 5 semanas que, al decir de los padres, “no dormía nada”. El motivo de
consulta es un trastorno precoz de sueño, un bebé que nunca lograba encontrar un estado de
apaciguamiento interno para poder dormir.
Bleichmar establece que la estrategia de abordaje terapéutico va a depender del modo en que
se conciba el funcionamiento psíquico, ya que una técnica no puede ser sino la resultante, en
tanto método, de la concepción que “de la cosa misma” se tenga.
En primer lugar se trataba de definir el tipo de trastorno ante el cual nos encontrábamos. A
propósito de esto, la autora diferencia entre síntoma, en tanto formación del inconciente,
producto transaccional entre los sistemas psíquicos, efecto de una inlograda satisfacción y
trastorno, algo de otro orden, algo que no puede ser considerado como tal en sentido estricto,
en la medida en que el funcionamiento pleno del comercio entre los sistemas psíquicos no está
operando, sea por su no constitución como en el caso de Daniel, sea por su fracaso parcial o
total como ocurre en ciertas producciones psicóticas. (el trastorno no puede ser resuelto
mediante el acceso a su contenido inconciente por libre asociación sino por múltiples
intervenciones tendientes a un reordenamiento psíquico).
Dado que el inconciente no es un existente desde los orígenes (sino efecto de una fundación
operada por la represión originaria), es necesario definir a qué tipo de orden psíquico
responden estas inscripciones precoces que no son inconcientes en sentido estricto, dado que
para que haya inconciente es necesario que el clivaje psíquico se haya producido, en tanto el
inconciente es efecto de la diferenciación de ese otro sistema que constituye el preconciente-
conciente, regido por una legalidad que es la del proceso primario y sostenido, en el interior del
aparato psíquico, por la represión.
La primera cuestión tiene que ver con diferenciar entre constitución del inconciente, efecto de la
represión originaria, e inscripciones sobre las cuales esta represión se establece. Se trata de
formular para los primeros tiempos de la vida (tiempos en los cuales las inscripciones
sexualizantes que dan origen a la pulsión ya se han instaurado pero cuya fijación al inconciente
aún no se ha producido porque la represión no opera) un Más acá del principio del placer.
No es frecuente que los padres consulten motu propio algo de este orden, en general son los
pediatras quienes se hacen cargo de una situación tal y de no mediar la intervención de otro
terapeuta (analista del padre que sugiere la consulta) es posible que esta nunca se hubiera
realizado.
El pediatra había descartado cualquier perturbación de tipo orgánico y se veía a los padres
confusos y deprimidos, con la sensación de algo profundamente fallido en el vínculo con este
primer hijo al cual no encontraban forma de apaciguar.
La madre relató las terribles sensaciones que había sufrido en el posparto. El bebé, por su
parte, desde que volvieron del hospital y hasta la actualidad había comido en forma
desesperada, se abalanzaba sobre el pecho y aún habiendo terminado de alimentarse no se lo
veía reposar ni tranquilizarse. El baño era también una situación desesperante: lloraba desde el
momento en que lo desvestían, mientras lo sumergían en el agua y cuando lo sacaban. No
había un solo instante de placer.
Suponiendo que había algo que imposibilitaba un buen encuentro entre ella y su hijo,
Bleichmar, propuso una entrevista madre-hijo.
La madre relató la irritación que sentía ante su propia madre y su suegra cuando intervenían en
la relación con su hijo, advirtiendo que podía ser puesta en la misma serie que ellas, Bleichmar
señaló que ella también se estaba entrometiendo (buena intervención) a lo cual la madre
respondió con una sonrisa: “si, yo tenía miedo de venir pero al menos le puedo decir lo que
siento; creo que puedo aceptar que usted participe”.
La única indicación que dio Bleichmar fue que si el bebé llegaba a manifestar hambre un rato
antes de la hora propuesta trataran de hacerlo esperar para que se le diera de comer durante
su transcurso.
Comenzó la mamada, lo primero que notó Bleichmar era que la madre (que era médica)
sostenía a Daniel con cierta dificultad. Decía que no podía agarrarlo bien, “no sabía qué quería
él” (siendo que toda madre debe sentirse con el poder de saber qué es lo que su bebé
necesita, convicción delirante).
Le señaló (Bleichmar) que el bebé no estaba bien encajado en el ángulo interior del brazo y le
preguntó si no se atrevía a sostenerlo con firmeza, y si no tenía ganas de acariciarlo. Le rozó la
cabeza con un dedo como con temor, a medida que iban hablando comenzó a tocarlo
despacito, a acomodarle las piernitas, la cabecita. Bleichmar tenía la sensación de estar
asistiendo a algo inaugural, una envoltura narcisizante los capturaba a todos.
La madre contó sobre las dificultades de la relación con su propia madre, cómo su madre
siempre había rivalizado con ella y cómo había sido la favorita del padre. La hostilidad hacia su
madre le hacía temer ser odiada por su hijo al cual sentía que “no podía satisfacer”.
A medida que hablaban la torpeza de la joven madre disminuía era como si se pudiera ir
“apropiando” de su hijo. En la tercera entrevista, cuando la madre relataba que el niño se
dejaba cambiar ya sin problemas y pasaba algunas horas durmiendo y algunos momento
despierto pero sin llorar, Bleichmar le dijo: “Usted pudo agarrarlo” y ella le contestó “Sí, pero
creo que también pude soltarlo”, es decir, reconocerlo como otro.
Luego de las tres entrevistas, realizaron una con el padre presente. En la misma éste manifestó
su dificultad para soportar que la madre insistiera con el chupete (Estatuto del chupete: el
chupete es un antecesor importante del objeto transicional. A diferencia del dedo, no constituye
una parte del propio cuerpo. En tal medida, siendo un objeto autoerótico, se abre a la vez sobre
los objetos perdibles y reencontrables.) El era hijo de una madre intrusita. De múltiples manera,
él identificado con su propio hijo obstaculizaba la posibilidad de que su esposa pudiera ejercer
la función de madre.
Diversos elementos que surgían a lo largo de las entrevistas, por relación a su posicionamiento
femenino y a la estructura de su narcisismo, llevaron a pensar que la madre de Daniel no había
logrado producir el desplazamiento pene-niño que inaugura en la mujer el deseo de hijo. Tener
un hijo había sido el tributo que ella brindaba para poder seguir recibiendo un pene del marido.
No era una mujer que intercambiaba hijos por falos simbólicos sino una mujer que
intercambiaba un hijo real por un pene fantasmático del cual se sentía frustrada. Su no deseo
de tener un hijo, porque le obstaculizaba su trabajo, daba cuenta de esa dificultad para pasar
por las ecuaciones simbólicas. En este sentido, el parto no había producido sólo una depresión
posterior por haberse desprendido de un producto valorizado de su cuerpo, sino por la
sensación de encadenamiento (de estar encadenada a ) que le producía ese ser extraño del
cual se veía obligada a hacerse cargo. El extrañamiento ante su hijo era lo que le impedía tener
la convicción delirante que toda madre tiene de que sabe qué es lo que su bebé necesita.
No nos encontrábamos ante una madre psicótica. Estábamos, en este caso, más a nivel de
una dificultad de estructuración del narcisismo secundario (del lado de la madre falla el
narcisismo secundario y eso es lo que provoca todas las dificultades de esta madre con su
pequeño. Si fallara el narcisismo primario de la madre, nos encontraríamos ante una madre
psicótica), en el cual la castración femenina posibilitara el pasaje “trasvasante” al hijo como
posicionamiento narcisista (dificultad en el trasvasamiento narcisista).
Doble conmutador: (-un primer conmutador del lado de la madre (pero del lado de su
inconciente) hace devenir la energía somática en energía psíquica, sexual;
-un segundo conmutador también está del lado de la madre pero en este
caso de su estructuración yoico-narcisista, trasvasamiento narcisístico)
La madre, con su aparato psíquico clivado, conserva del lado inconciente las representaciones
deseantes, potencialmente autoeróticas, capaces de trasmitir una corriente libidinal que
“penetra” traumáticamente al viviente, mensaje enigmático que parasita sexualmente al bebé y
lo somete a un aflujo que debe encontrar vías de evacuación. Esta madre, posee al mismo
tiempo las representaciones yoico-narcisistas que le hacen ver a su bebé como un todo, como
un “ser humano”. La libido desligada, intrusita, que penetra será ligada de inicio por vías
colaterales, mediante el recogimiento que propicia este narcisismo estructurante de un vínculo
amoroso.
En el momento del amamantamiento la madre, provista de un yo capaz de investir
narcisísticamente al bebé y no sólo de propiciar la introducción de cantidades sexuales
puntuales, no ligadas, acariciará las manitas, sostendrá la cabeza, generando a partir de esto
vías colaterales de ligazón de la energía que ingresa.
Para instaurar dichas vías, propiciatorias de un entramado ligador, es necesario no sólo que el
semejante sea un sujeto hablante, sino que se aproxime al cachorro humano con
representaciones totalizantes, narcisistas. De lo contrario, se deja al cachorro humano librado a
facilitaciones no articuladas que lo someten a un dolor constante con tendencia a una
compulsión evacuativa que responde a un Más acá del principio del placer (modo de
funcionamiento psíquico previo al clivaje de la tópica, donde no se estableció la diferenciación
entre inconciente y preconciente-conciente. Pulsión desligada, pulsión de muerte en el sentido
de desligada (no de vuelta a lo inorgánico como en Freud). Pulsión que tiende a la descarga,
no encuentra vías de ligazón, derivación lineal de las cantidades que ingresan, al modo de una
irrupción displaciente masiva sin posibilidad de regulación. Principio que introduce Bleichmar
para dar cuenta de los fenómenos del orden del trastorno.)
Antes de que se instituya la represión originaria, antes de que el yo cumpla sus funciones de
inhibición y ligazón, la intrusión de lo sexual deja a la cría humana librada a remanentes
excitatorios cuyo destino deberá encontrar resolución a través de modos defensivos precoses.
Para sostener esta propuesta es necesario diferenciar el inconciente materno del narcisismo
materno, y replantear que el origen de la sexualidad humana no se instaura a partir de la
articulación significante, del lenguaje, sino del lado de lo inconciente y de los investimientos del
autoerotismo reprimido (es del lado de la seducción originaria -o pulsación originaria en
términos de Bleichmar- donde hay que buscar el origen de la pulsión). Por el contrario, los
prerrequisitos de ligazón de esta energía originaria se encuentran en el funcionamiento del
narcisismo materno. De esto se desprende un doble carácter de la función materna: excitante,
seductora, pulsante y narcisizante al mismo tiempo.
Sex humana: se instaura del lado del inconciente materno.
Yo: se constituye sobre la base de ligazones previas, ligazones que consisten en investiduras
colaterales. En los comienzos de la vida este yo que produce inhibiciones y propicia ligazones
no está en el incipiente sujeto sino en el semejante humano, “yo auxiliar materno”.
Pasemos ahora a destacar las fallas de esta instalación a partir de los prerrequisitos
estructurantes desde la función materna e imaginemos a una madre en la cual fallan las
constelaciones narcisísticas en los tiempos de ejercer los cuidados primordiales con su bebé.
Ello puede ser efecto de una falla estructural (el hecho de que haya en esta madre un fracaso
del narcisismo, de la instancia yoica) o de una falla circunstancial (como por ejemplo una
depresión).
Podemos sostener que esta madre realiza, de todos modos, las funciones sexualizantes
primarias que permiten la instalación de la pulsión. Ello quiere decir que, del lado sexual no
ligado, del lado de lo que siguiendo a Laplanche denominamos “seducción originaria” se
propician los investimientos que permiten la constitución de una zona erógena apuntalada en
un objeto sexual. Las condiciones de una pulsación originaria están en marcha. Pero la mirada
de la madre no verá el resto del cuerpo del bebé. Los bracitos se interpondrán en forma
obstaculizante, la cabeza no encajará en el hueco del brazo. No habrá caricias ni sostén de la
mano materna que permita la constitución de investimientos colaterales. La energía
traumáticamente desencadenada no encontrará vías dentro del principio de placer para
derivarse. Estaremos en un más acá del principio de placer. A partir de ello el bebé se prenderá
con desesperación al pecho, adherido a un objeto que no logrará propiciar la disminución de
tensión erógena. Ante cada embate de displacer tenderá a reproducirse el más acá del
principio de placer en una compulsión de repetición traumática que no logra encontrar vías de
ligazón (ya que los sistemas de ligazón no se han constituido todavía) y retorna a un circuito
siempre idéntico dado que es inevacuable.
Pulsión: operando desde el interior a partir de su instalación, pero las premisas de esta
instalación se definen desde el exterior, desde lo exógeno. (Intromisión: forma en que ingresa
lo pulsional, la sexualidad. Implantación: cuando la pulsión se fija, no es puro cuantum, los
excesos pueden ser ligados.)
Primer momento: no hay represión originaria, no hay yo, tiempo de instalación de la pulsión y el
autoerotismo (autoerotismo: modo de ligazón de la excitación sobrante, por eso es ligador el
autoerotismo) sobre los que va a recaer la represión originaria. Más acá del principio del placer.
Vías colaterales: no están en la madre, son lo que la madre produce sobre el psiquismo infantil
por su trasvasamiento narcisista.
Envoltura narcisizante: va a posibilitar que desde la madre pueda hacer ese doble movimiento
de poder agarrar y soltar a su bebé. Esto supone el narcisismo primario de la madre, pasar por
las ecuaciones simbólicas que es lo que inaugura el deseo de un hijo. Esto posibilita la
convicción delirante, la empatía.
Pero el poder soltarlo es un movimiento que supone no sólo reconocerlo como un pedazo de sí
misma sino también como otro, como un alguien a quien no se puede satisfacer
omnipotentemente.
Esto supone la distinción entre el narcisismo primario y secundario por parte de la madre.
Estas cuestiones estructurales deben estar organizadas en el psiquismo del adulto pero
también operando en el momento de la crianza.
Narcisismo primario: yo ideal. Supone la organización del yo. La organización del principio de
placer da cuenta de la existencia de un yo, de una conciencia.
Narcisismo secundario: ideal del yo. Remite al atravesamiento por el Edipo, por la castración.
Permite el trasvasamiento narcisístico (que debe producirse del lado de la madre) reconocer a
su hijo como otro como una alteridad. Una madre que no puede largar, da cuenta de fallas en el
trasvasamiento narcisístico.
Huella mnémica: patrimonio del inconciente, fotografía que queda en el inconciente. Restos
representacionales producto de lo histórico-vivencial. Lo que está inscripto en el inconciente es
del orden de lo indestructible pero no intransformable. La diferencia entre indestructible e
intransformable es lo que posibilita que la clínica psicoanalítica conserve la esperanza del
pasaje de la compulsión de repetición a la elaboración (en el neurótico) o al salto estructural, en
el psicótico.
Traumatismo: aflujo energético indomeñable que deja al aparato psíquico librado a cantidades
que pueden llevarlo a la destrucción. La capacidad de metabolización del traumatismo será
concebida por Freud como la relación existente entre el aflujo de excitación y la capacidad de
ligazón interna. La función de ligar la energía es patrimonio del yo.
Temporalidad: toda temporización es patrimonio del yo.
Caso Alberto (diagnóstico de Bleichmar: dominancia psicótica): niño de 5 años (adoptado), que
es llevado a consulta por derivación de la escuela, es la maestra la que descubre
características atípicas en Alberto, no los padres. Signos clínicos (trastornos): logorrea (en
cualquier situación comenzaba a hablar cosas sin sentido), pánicos varios: a los ascensores, a
la oscuridad, terror a los ruidos fuertes. Pero no eran simples miedos (miedo: remite a la
angustia de castración), ellos remitían a angustia de aniquilamiento. Terrores que no lograban
fobizarse, se desplazaban constantemente y lo dejaban inerme para organizar defensas ante
ellos. (es frecuente la confusión entre terrores masivos y las fobias. Sin embargo, las angustias
que ponen en juego son totalmente distintas, no sólo por su carácter masivo sino por el hecho
de que estos terrores no remiten a la castración sino que ponen en juego fantasmas de
aniquilamiento).
En el momento de la primera entrevista nos encontrábamos, fenoménicamente, ante la
emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin
desencadenante aparente. La única hipótesis que surgía era la de un fracaso en los
movimientos inhibidores que el yo despliega y que hallan su culminación cuando la represión
opera diferenciando los sistemas psíquicos.
Surge la pregunta de qué carácter eran las progresiones mnemónicas a las cuales quedaba
sometido Alberto cuando un fragmento de discurso, descontextualizado, daba cuenta más que
del retorno de lo reprimido, de algún tipo de fracaso en la instalación de los mecanismos
inhibidores del yo y junto a ello de la represión misma. Esto nos lleva a pensar que en Alberto
no hay que hablar de retorno sino de progresión (tomando el esquema de aparato psíquico
donde el estímulo externo ingresa por el polo perceptivo y avanza progresivamente hacia el
polo motor), ya que no hay nada reprimido, sino que si algo de afuera lo agita aparecen sin que
nada las frene.
Cuando el niño actualizaba un fragmento de huellas anémicas, sus padres, operando como
sujetos de memoria, contextualizaban, historizaban, aquello que se presentaba más allá de un
yo que en el niño pudiera efectuar estas tareas.
Bleichmar establece un ejemplo de cómo se constituía el mundo de Alberto: un día viniendo a
una sesión de análisis, su madre se confunde y aprieta el botón del cuarto piso cuando en
realidad el consultorio de Bleichmar estaba en el tercero. Al llegar al piso correspondiente,
dándose cuenta del error, abre la puerta informándole al niño que ha llegado. El ascensor
queda unos diez centímetros por encima del nivel del pasillo. Alberto entra al consultorio en
medio de una crisis de llanto, aterrorizado. Luego explica qué es lo que ha producido su terror:
“Se hundió tu casa -grita- así estaba así -explica intentando empujar el piso con la mano- así se
había hundido”.
Cuando Alberto teme que se haya hundido el pasillo, se trata de una “desconstrucción del
espacio”, determinada por el hecho de que las categorías témporo-espaciales no se han
constituido o están en situación de fracaso, efecto de que el yo (y por ende el proceso
secundario) en este caso falla en su constitución.
Bleichmar pudo comprender este modo de funcionamiento del espacio a partir de otros
elementos: cuando un ruido fuerte hacía entrar en pánico a Alberto, lo primero que intentaba no
era taparse los oídos, sino cerrar las puertas, como si el objeto que producía el ruido pudiera
entrar bruscamente por allí. Su representación yoica no estaba constituida y debido a ello su
cuerpo podía fácilmente ser atravesado sin que él pudiera controlar sus propios agujeros de
entrada y salida.
En una sesión esto se repitió del mismo modo: el ruido de una moto penetró por la ventana;
Alberto salió rápidamente a cerrarla, corriendo de la ventana a las piernas de Bleichmar,
aferrándose a su cuerpo. Bleichmar sabiendo del carácter inoperante de intervenciones tales
como explicarle al niño que la moto no puede volar y entrar por la ventana procedió de otro
modo. Intervención dirigida al yo: B. puso sus manos sobre su cabeza, rodeándola y le habló
de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita abierta a todas las cosas que
entraban y salían, y le propuso ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera que podía abrir y cerrar su
cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía partiéndolo en pedacitos. “No puede entrar la
moto en mi cabeza, ¿verdad?”, le respondió Alberto. Algo se instala que permite organizar un
adentro y un afuera, antes inexistente (ya que antes no había una clara diferenciación entre lo
que estaba afuera y lo que estaba adentro de su cabeza).
Esta construcción, en tanto intervención estructurante que no se dirige a contenidos
inconcientes, sino a propiciar modos de recomposición psíquica, no era azarosa. Provenía de
la idea de que no habiéndose constituido en el niño el yo-representación, ni el interno-externo
del inconciente, ni el externo-exterior de la realidad podían encontrar un ordenamiento a partir
de un lugar desde el cual establecer las diferenciaciones. Era debido a esto que los bloques
hipermnésicos progresionaban sin ligazón hacia el polo motor.
Era inevitable pensar que aquello ante lo cual nos encontrábamos era ante un fracaso de la
constitución psíquica (falla en la narcisización primaria), fracaso que conducía a los fenómenos
descriptos.
Cuando Alberto se encontraba con un objeto similar al conocido reconocía lo común operando
por “identidad de percepción” (no se trataba para él de otro objeto sino del mismo pero definido
por el atributo). Estábamos ante un modo de funcionamiento regido por datos iniciales, sin
organización de totalidades que conservaran cierta permanencia. Alberto mismo no se
unificaba imaginariamente como un objeto total.
Un rastreo de la historia de Alberto: Alberto era un niño adoptivo. La madre decía: “Desde que
nació lo sentí con dificultad”. La frase abierta en su doble direccionalidad: no sólo que sintió
que había dificultades en el niño, sino que ella misma lo sintió con dificultad, da cuenta del
anudamiento patológico inicial. Había algo que no le permitía a esta madre entenderse con su
hijo, es decir, tener la convicción de que “quien más que ella podía saber algo acerca de su
bebé”.
Los primeros 6 meses del niño habían sido normales. Alberto usaba chupete, le gustaba
bañarse, todo ello dando cuenta de modos de implantación del autoerotismo y de una madre
que registró zonas de placer en el vínculo. El ejercicio del placer autoerótico (chupete) y del
baño (placer epidérmico) dan cuenta de la existencia de un cachorro humano que se introduce
en los caminos de la sexualización humanizante. En tal caso, el presunto diagnóstico de
autismo primario queda puesto en cuestión por este dato (no se trataría de un autismo).
Cuando Alberto tiene 6 meses, la tía materna enferma. Es el momento en que la madre
abandona sus funciones maternas y contratan a una mujer para que se haga cargo del niño.
Dos años después descubren que esta mujer maltrataba a su hijo.
Entre los dos y los tres años de vida se recupera el vínculo entre madre e hijo. El niño
comienza a hacer progresos. Al llegar al tercer año, se teme la presencia de un cáncer en la
madre. Durante esta etapa la madre vuelve a quedar aislada del niño. Se desencadenan en
Alberto los miedos.
Se realiza una primera consulta, la persona que lo ve (a los 3 años y medio) dice que “es muy
pequeño para hacer algo”, una oportunidad valiosa se pierde.
De lo expuesto se sigue que los elementos básicos que jalonan el pasaje a la hominización se
habían producido, pero los movimientos de ligazón que deberían culminar con la instalación de
un yo no se habían tenido lugar.
El proceso clínico: construcción de una primera posesión de sí mismo: Bleichmar se pregunta
cuál es la dominancia estructural en Alberto. Estamos ante un yo que no ha logrado
estabilizarse y no ha logrado identificar las coordenadas externas que lo sostienen. Es un
análisis que se realiza en las fronteras de la tópica. B. se propone propiciar una neogénesis.
Piensa que trabajando analíticamente se puede lograr una dominancia neurótica (Alberto
parece ser psicótico y B. considera que es posible lograr una dominancia neurótica).
Bleichmar escogió para la primera etapa del proceso analítico una técnica basada en proponer
anclajes a las movilizaciones de investimientos que se precipitaban hacia la descarga, sea bajo
el modo de conductas motrices, sea como logorrea. Las intervenciones buscaban enlazar un
afecto con una representación mediante la palabra, como modo de propiciar una detención
ligadora de la circulación desenfrenada. Modificar aquello no ligado al ligarlo o incluirlo en algún
proceso de simbolización.
Se trataba de ayudar a construir una first-me-possession (primera posesión de sí mismo) a
partir de la cual establecer una diferenciación: intrapsíquica con el inconciente; intersubjetiva
con el objeto de amor. Organizar esa masa ligadora que es el yo y ello a partir del
establecimiento de vías colaterales. La represión originaria podría entonces ejercer su función
de evitar el pasaje de las representaciones inconcientes al preconciente.
En relación a lo intrasubjetivo (como ya lo señalé antes) la función materna, si bien fallida,
había operado bajo dos formas: propiciando la inscripción de investimientos libidinales que
generaban los prerrequisitos de la fundación del inconciente; y habiendo establecido, en ciertos
momentos, investimientos totalizantes que permitían precipitar algunas constelaciones yoicas
aún con riesgos de desarticulación y fallas.
Así Alberto no era el producto residual de una falla de narcisización originaria que lo dejara
librado a los investimientos masivos de representaciones pulsionales inscritas. En él oscilaban
presencias y ausencias de objetos amorosos que propiciaban ligazones y desligazones
La pulsión de muerte, del lado de la madre, es déficit de narcisización hacia el hijo. Es la
ausencia en la madre del deseo de vida lo que se plasma en la cría como muerte.
Como ya hemos visto, Bleichmar toma partido por la propuesta freudiana que concibe al
inconciente como no existente desde los orígenes, definido su posicionamiento por relación a la
barrera de la represión, determinadas las producciones sintomales por las relaciones existentes
entre los sistemas psíquicos.
Bleichmar establece la necesidad de replantear los fundamentos del psicoanálisis de niños, lo
cual no puede hacerse sin someter a discusión las premisas que guían la práctica. Es la
categoría niño, en términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el marco de
una definición de lo originario.
El problema podría resumirse en los siguientes términos: el psicoanálisis de neuróticos (adultos
o niños con su aparato psíquico constituido, en los cuales el síntoma emerge como formación
del inconciente) transcurre los caminos de la libre asociación y esta libre asociación se
establece por las vías de lo reprimido (de lo secundariamente reprimido) presto a ser
recuperado mediante la interpretación. Pero para ello es necesario que el inconciente y el
preconciente se hayan diferenciado en tanto sistemas y que el superyó se haya estructurado.
Ahora, ¿de qué modo ocurre esto cuando el inconciente no ha terminado aún de constituirse?,
¿Cuándo las representaciones primordiales de la sexualidad pulsional no han sido fijadas al
inconciente?. Se abre acá una dimensión clínica nueva, la cual sólo puede establecerse a partir
de ubicar la estructura real, existente, para luego definir la manera mediante la cual debe
operar el psicoanálisis cuando el sujeto se halla en constitución.
Crítica de Lacan a M. Klein: la brutalidad con que le enchufa a Dick sentido, Bleichmar está de
acuerdo con esto, dice que es un enchufe sistemático de sentido.
Pero M. Klein interpreta siempre con cierta coherencia, lo que le baja al niño es un discurso
que es coherente, los mensajes van teniendo relación entre sí, eso es algo del orden de la
violencia primaria en términos de Piera, de este modo, hay un enchufe de sentido, de
significaciones tremendamente violento pero estructurante porque Dick estaba muy
desestructurado y entonces lo termina organizando.
Lo que hace Klein es soltarle una verbalización brutal del mito edípico: la estación es mamá,
Dick entrar en mamá: “tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre”.
Injerta brutalmente las primeras simbolizaciones de la situación edípica. Pero a partir de ahí
algo pasa: el niño solicita a la niñera con quien había entrado y a quien había dejado partir
como si nada. Por primera vez produce un llamado. Se trata de una primera comunicación.
En este texto la autora señala las etapas de su labor en relación con la técnica psicoanalítica
del juego.
En 1919, cuando comenzó su primer caso, ya se había llevado a cabo algún trabajo
psicoanalítico con niños, por la doctora Hug-Hellmuth. Sin embargo, ella no intentó el
psicoanálisis de niños menores de 6 años y, a pesar de que usó dibujos y ocasionalmente el
juego como material, no lo convirtió en una técnica específica.
Cuando Klein comenzó su trabajo era un principio establecido que se debía hacer un uso
limitado de las interpretaciones y éstas no debían ir muy hondo. Con pocas excepciones, los
psicoanalistas no habían explorado los estratos más profundos del inconciente (en niños, tal
exploración se consideraba potencialmente peligrosa. Por el contrario, Klein con sus
interpretaciones caló profundo en el inconciente y en la vida fantasmática del niño). El
psicoanálisis era considerado adecuado solamente para niños desde el período de latencia en
adelante (enfoque de Anna Freud).
El primer paciente de Klein fue un niño de 5 años. Se refirió a él con el nombre de Fritz. Al
principio creyó que sería suficiente influir en la actitud de la madre. Le sugirió que debía incitar
al niño a discutir libremente con ella las muchas preguntas no efectuadas que se encontraban
en el fondo de su mente e impedían su desarrollo intelectual. Esto tuvo un buen efecto pero sus
dificultades neuróticas no fueron suficientemente aliviadas, por lo que decidió psicoanalizarlo.
Al hacerlo Klein se desvió de algunas reglas establecidas hasta entonces, pues interpretó lo
que pareció más urgente en el material que el niño le presentaba y su interés se focalizó en sus
ansiedades y en sus defensas contra ellas. Pudo ver una atenuación de la ansiedad producida
por sus interpretaciones. La convicción ganada en este análisis (de que a través de sus
interpretaciones las ansiedades del niño disminuían) tuvo una gran influencia sobre todo el
curso de su labor analítica. Klein hizo el tratamiento en la casa del niño con sus propios
juguetes. Este análisis fue el comienzo de la técnica psicoanalítica del juego, porque desde el
principio el niño expresó sus fantasías y ansiedades principalmente jugando. Es decir, que
Klein ya usó con este paciente el método de interpretación que se hizo característico de su
técnica. Este enfoque corresponde a un principio fundamental del psicoanálisis: la libre
asociación. Al interpretar no sólo las palabras del niño sino también sus juegos aplicó este
principio a la mente del niño, cuyo juego y acciones son medios de expresar lo que el adulto
manifiesta predominantemente por la palabra. También la guiaron a Klein otros dos principios
del psicoanálisis establecidos por Freud: -el que establece que la exploración del inc. es la
tarea principal del procedimiento psicoanalítico y –el que plantea que el análisis de la
transferencia es el medio de lograr este fin.
Entre 1920 y 1923, reunió más experiencia con otros casos de niños, principalmente con el
caso de una niña de 2 años y 9 meses “Rita”. Fue creciendo su convicción de que una
precondición para el psicoanálisis de un niño es comprender e interpretar las fantasías,
sentimientos, ansiedades y experiencias expresadas por el juego, o si las actividades de juego
están inhibidas, las causas de la inhibición.
Con el tiempo Klein llegó a la conclusión de que el psicoanálisis no debía ser llevado a cabo en
la casa del niño. Descubrió que la situación de transferencia sólo puede ser establecida y
mantenida si el paciente es capaz de sentir que la habitación de consulta, o de hecho todo el
análisis, es algo diferente de su vida diaria en el hogar. Sólo en tales condiciones puede
superar sus resistencias a experimentar y expresar pensamientos, sentimientos y deseos que
son incompatibles con las convenciones usuales.
Klein consideró esencial tener juguetes pequeños, simples y no mecánicos (pequeños hombres
y mujeres de madera, autos, trenes, etc), porque su número y variedad permiten al niño
expresar una amplia serie de situaciones fantasmáticas y reales. Su simplicidad permite al niño
usarlos en muchas situaciones diferentes de acuerdo con el material que surge en su juego.
Los juguetes no eran seleccionados exclusivamente por Klein, sino que a menudo los niños
llevaban espontáneamente sus propios objetos y el juego con ellos entraba como cosa natural
en el trabajo analítico.
De acuerdo con la simplicidad de los juguetes, el equipamiento de la habitación de juego
también debía ser simple. No debía tener nada excepto lo necesario para el psicoanálisis. Los
juguetes de cada niño eran guardados en cajones particulares y así cada uno sabía que sólo él
y el analista conocían sus juguetes y, con ellos su juego, que es el equivalente de las
asociaciones del adulto. El cajón individual era parte de la relación privada e íntima entre el
analista y el paciente, característica de la transferencia psicoanalítica.
Sin embargo, los juguetes no son el único requisito para un análisis del juego. Muchas de las
actividades del niño se efectúan a veces en el lavatorio con una o dos tazas y cucharas. A
veces en el juego el niño asigna roles al analista y a sí mismo tales como el doctor y el
paciente, la madre y el hijo. En ellos el niño toma la parte del adulto, expresando no sólo su
deseo de revertir los roles, sino también demostrando cómo siente que sus padres u otras
personas con autoridad se comportan con respecto a él (o deberían comportarse). A veces,
descarga su agresividad y resentimiento siendo, en el rol del padre, sádico hacia el niño,
representado por el analista. El principio de interpretación sigue siendo el mismo ya sea que las
fantasías estén presentadas por juguetes o por una dramatización.
La agresividad se expresa de varios modos en el juego del niño directa, o indirectamente. Por
ejemplo, a veces rompe un juguete. Es esencial permitir que el niño deje surgir su agresividad;
pero lo que cuenta más es comprender por qué en este momento particular de la situación de
transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus consecuencias en la mente del
niño. Pueden seguir sentimientos de culpa después de que el niño ha roto, por ejemplo, una
figura pequeña. La culpa aparece no sólo por el daño real producido, sino por lo que el juguete
representa en el inconciente del niño, por ejemplo un hermano o hermana pequeños, o uno de
los padres. Ahora no sólo culpa sino también ansiedad persecutoria son la secuela de estos
impulsos destructivos, porque el niño teme la represalia. Usualmente Klein ha expresado al
niño que no toleraría ataques contra sí misma. Esta actitud no sólo protégela psicoanalista sino
que tiene también importancia para el análisis. Porque si tales asaltos no son mantenidos
dentro de límites pueden despertar excesiva culpa y ansiedad persecutoria y por lo tanto
agregar dificultades al tratamiento. Para prevenir estos ataques Klein cuidaba mucho de no
inhibir las fantasías agresivas del niño.
La actitud de un niño hacia el juguete que ha dañado es muy reveladora. A menudo pone
aparte ese juguete, que por ejemplo, representa a un hermano o a uno de los padres. Esto
indica desagrado del objeto dañado por el temor persecutorio de que la persona atacada se
haya vuelto vengativa y peligrosa. Sin embargo, un día el niño puede buscar en su cajón el
objeto dañado. Esto sugiere que hemos podido analizar algunas importantes defensas,
disminuyendo de este modo los sentimientos persecutorios y haciendo posible que se
experimente el sentimiento de culpa y la necesidad de la reparación. Cuando esto sucede
podemos notar también que ha habido un cambio en la relación del niño con el hermano
particular a quien el juguete representaba, o en sus relaciones en general. Este cambio
confirma que la ansiedad persecutoria ha disminuido y de que junto con el sentimiento de culpa
y el deseo de reparación aparecen sentimientos de amor que habían sido debilitados por la
ansiedad excesiva.
El analista debe permitir que el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas
aparecen. No debe ejercer ninguna influencia educativa ni moral, sino restringirse al
procedimiento psicoanalítico que consiste en comprender la mente del paciente y transmitirle
qué es lo que ocurre en ella. La variedad de situaciones emocionales que pueden ser
expresadas por las actividades del juego son ilimitadas: sentimientos de frustración y de ser
rechazado, celos del padre, de la madre o de los hermanos, agresividad, etc.
Ahora, surge una pregunta: ¿son los niños pequeños intelectualmente capaces de comprender
las interpretaciones dadas por el analista? Si se relacionan con puntos salientes del material,
son perfectamente comprendidas. Solo que el analista debe darlas tan sucinta y claramente
como sea posible y debe usar las expresiones del niño al hacerlo. Es frecuente encontrar en
niños aún muy pequeños una capacidad de comprensión que es con frecuencia mucho mayor
que la de los adultos. Hasta cierto punto esto se explica porque las conexiones entre conciente
e inconciente son mucho más estrechas en los niños pequeños que en los adultos y porque las
represiones infantiles son menos poderosas.
En lo que respecta a la transferencia con el analista, el paciente repite en ella emociones y
conflictos anteriores. Su experiencia le ha enseñado a Klein que podemos ayudar al paciente
remontando sus fantasías y ansiedades en las interpretaciones de transferencia adonde ellas
se originaron, particularmente en la infancia y en relación con sus primeros objetos. Pues
reexperimentando emociones y fantasías tempranas y comprendiéndolas en relación con sus
primeros objetos él puede revisar estas relaciones en su raíz y de esa manera disminuir sus
ansiedades.
Sintetizando podemos decir que Klein se interesó desde un principio en las ansiedades del niño
y que por medio de la interpretación de sus contenidos logró disminuir la ansiedad. Para
lograrlo debió hacer un uso completo del lenguaje simbólico del juego que reconoció como
parte esencial del modo de expresión del niño. Como se vio, el ladrillo, el auto, no sólo
representan cosas que interesan al niño en sí mismas sino que en su juego con ellas siempre
tienen una variedad de sdos simbólicos que están ligados a sus fantasías, deseos y
experiencias. Este modo arcaico de expresión es también el lenguaje con el que nos
encontramos en los sueños y fue estudiando el juego infantil de un modo similar a la
interpretación de los sueños de Freud, que Klein descubrió que podía tener acceso al inc. del
niño. Pero también que se debe considerar el uso de los símbolos de cada niño en conexión
con sus emociones y ansiedades particulares y con la situación total que se presenta en el
análisis, pues meras traducciones generalizadas de símbolos no tienen significado.
El análisis del juego mostró a Klein que el simbolismo permite al niño transferir no sólo
intereses, sino fantasías, ansiedades y sentimientos de culpa a objetos distintos de las
personas. De este modo el niño experimenta un gran alivio jugando y éste es uno de los
factores que hacen que el juego sea esencial para él. Por ejemplo: un niño le señaló, cuando
Klein interpretó su acción de dañar una figura de juguete como representando ataques a su
hermano, que él no haría eso a su hermano real, sólo lo haría con su hermano de juguete. La
interpretación de Klein le aclaró que era realmente a su hermano a quien quería atacar, pero el
ejemplo muestra que sólo por medios simbólicos era él capaz de expresar sus tendencias
destructivas. A su vez, Klein concluyó que, en los niños, una severa inhibición de la capacidad
de formar y usar símbolos y, así, de desarrollar la fantasía, es señal de una perturbación seria.
Sugirió que tales inhibiciones y la perturbación resultante en la relación con el mundo externo y
con la realidad, son características de la esquizofrenia.
Por los años 30’ (1930) Doltó y otra analista eran las únicas que en Francia mostraban algún
interés en los problemas de la infancia.
Doltó sustituyó el fanatismo de la interpretación que se usaba en esa época, por la escucha del
decir del joven paciente y de su flia. Estaba atenta a una situación global a través de lo que, de
esa situación, se encontraba repetido en la transferencia. Para ella se trataba menos de
traducir símbolos que de estar atentos al discurso colectivo de los padres y el niño.
El abordaje clínico se basó en gran parte en la investigación concerniente al problema de la
psicosis en el niño, así como en la problemática de la relación madre-hijo antes de los 6 meses
de edad.
En su práctica Doltó trataba al niño como una persona responsable y autónoma. Hacía prestar
atención a las diferentes posiciones del niño, a los momentos de tensiones conflictivas en los
que se encuentra. La guiaba su interrogación frente al deseo.
Con su manera de intervenir trataba de restablecer una comunicación que había terminado en
un callejón sin salida, dejando al pequeño paciente como mutilado en su vínculo con uno de
sus padres. No trataba al niño aislado sino que primero interrogaba la dinámica familiar.
Consideraba que desenredar la madeja de lo no dicho del discurso familiar, permitía proteger al
niño de las reacciones nocivas, inconcientes, de sus padres.
M. Klein, atenta a las producciones fantasmáticas de sus pequeños pacientes, casi no se
preocupaba por los efectos del discurso familiar en el cual el niño evolucionaba. En cambio,
Doltó tenía en cuenta el contexto cotidiano que el niño expresa por medio del dibujo, de la
arcilla y que se reactualiza en la transferencia. Doltó era excelente para traducir al niño en el
lenguaje de éste, lo que ella pensaba de los efectos de la situación familiar. Proponía una
construcción, es decir, un pedazo de historia que escapa al sujeto, a partir del cual el niño
encontraba palabras con las cuales hablar y a través de las cuales, sin que él lo supiera, surgía
una verdad. Su arte del diálogo la llevaba a hacer decir al niño lo que él sabía sin reconocerlo.
Su enfoque era interpretativo y a partir de él posibilitaba al niño el acceso a una verdad
personal.
(Creo que un poco en consonancia con el pensamiento de Doltó) Mannoni nos dice que los
niños angustiados, que se dejan morir, a veces nos hacen comprender la intensidad de un
drama que debe ser callado, incluso de un acontecimiento del cual el sujeto no quiere saber
nada; lo que se repite en el síntoma es una voluntad de perder la verdad del acontecimiento
inicial. La construcción propuesta por el analista, a veces permite hacer conocer al sujeto lo
que él no dice.
En el análisis de niños tenemos que vérnosla con muchas transferencias (la del analista, la de
los padres y la del niño). Las reacciones de los padres forman parte del síntoma del niño y, en
consecuencia, de la conducción de la cura. Los padres siempre están implicados de cierta
manera en el síntoma que trae el niño. Esto no debe perderse de vista porque allí se
encuentran los mecanismos mismos de la resistencia: el anhelo inconsciente “de que nada
cambie” a veces tiene que hallarse en aquél de los padres que es patógeno. El niño puede
responder mediante el deseo “de que nada se mueva”, perpetuando su síntoma. Por lo tanto, si
se puede introducir una nueva dimensión en la situación transferencial es partiendo desde el
puesto de escucha del analista para aquello que se juega en el mundo fantasmático de los
padres y del niño.
El niño enfermo forma parte de un malestar colectivo, su enfermedad es el soporte de la
angustia parental. Si se toca el síntoma del niño se corre el riesgo de poner brutalmente en
descubierto aquello que en tal síntoma servía para alimentar (o en caso contrario para colmar)
la ansiedad del adulto. Sugerirle a uno de los padres que su relación con el objeto de sus
cuidados corre el riesgo de ser cambiada, implica suscitar reacciones de defensa y rechazo.
Toda demanda de cura del niño cuestiona a los padres y es raro que un análisis de niños
pueda ser conducido sin tocar para nada los problemas fundamentales de uno u otro de los
padres (su posición con respecto al sexo, a la muerte, a la metáfora paterna).
El analista, a su vez, participa de la situación con su propia transferencia. Necesita situar lo que
representa el niño dentro del mundo fantasmático de los padres y comprender también el
puesto que éstos le reservan (los padres al analista) en las relaciones que establece con el hijo
de ellos. Las bruscas interrupciones de la cura, por lo general, están en relación con el
desconocimiento, por parte del analista, de los efectos imaginarios, en los padres, de su propia
acción sobre el niño.
En el caso de un niño psicótico vemos surgir en el análisis la angustia de uno de los padres de
manera continua. Esta subraya cada progreso o cada regresión del niño. El análisis del niño
despierta de un modo brutal el propio problema edípico del adulto. El conflicto edípico aparece
así en la situación transferencial.
A partir de la relación patógena madre-hijo debe emprenderse el trabajo analítico, no
denunciando la relación dual sino introduciéndola tal cual en la transferencia, con ello
asistiremos a una recatectización narcisista de la madre (dice Mannoni en relación al caso
Emilio: en las sesiones veo a la madre y al niño juntos, al sentirse mirada por mí con ese niño
podrá volver a catectizarse como sujeto en un plano narcisístico) y luego el elemento tercero
(ste) que le permitirá a la madre localizarse (es decir, situarse en relación con sus propios
problemas fundamentales, no incluyendo más en ellos al niño) habrá de surgir en una relación
con el otro.
Toda demanda de curación de un niño enfermo hecha por los padres debe ser situada ante
todo en el plano fantasmático de los padres (y particularmente en el de la madre ¿qué
representa para ella el ste “niño” y el ste “niño enfermo”?) y luego debe ser comprendida en el
nivel del niño (¿se siente implicado por la demanda de curación?, ¿cómo utiliza su enfermedad
en sus relaciones con el Otro?). El niño solo puede comprometerse en un análisis por su propia
cuenta si se encuentra seguro de que está sirviendo sus intereses y no los de los adultos.
Este problema (creo que el de situar la demanda de curación en el plano fantasmático de los
padres) se plantea también de una manera diferente en los casos de psicosis y de atraso
mental. Cuando madre y niño se encuentran en una relación dual, es en la transferencia donde
se puede llegar a estudiar lo que está en juego en esta relación, e interpretar de qué modo, por
ejemplo, las necesidades del niño son pensadas por la madre. Con esto se alcanzan ciertas
posiciones fundamentales de la madre que sólo pueden analizarse a través de la angustia.
Por otra parte es bueno tener en cuenta que el problema de los padres se plantea de manera
diferente según se trate de psicosis o de neurosis. La diferencia reside esencialmente en el
problema particular que suscita el análisis de un niño que, por la situación dual instaurada con
la madre, se presenta para nosotros únicamente como “resultado” de cuidados y nunca como
el sujeto del discurso que nos dirige. Puesto que esta situación no se creó por obra del niño
únicamente se comprende hasta qué punto el adulto puede sentirse cuestionado a través de la
cura de su hijo.
El campo de juego de la transferencia no se limita a lo que acontece en la sesión analítica.
Antes de que comience el análisis ya pueden estar dispuestos los índices de la transferencia
(por ejemplo en el caso Emilio la transferencia de la madre estaba presente antes de que se
encuentre con la analista, madre convencida de la impotencia de todos los médicos y, por lo
tanto también de la analista). Para cambiar el curso de las cosas el analista tiene que ser
conciente de aquello que se encontraba inscripto en una estructura antes de su entrada en
escena.
La cuestión con respecto a la transferencia en el análisis de niños, no consiste en saber si el
niño puede o no transferir sobre el analista sus sentimientos hacia los padres con los que
todavía vive sino en lograr que el niño pueda salir de cierta trama de engaños que va tejiendo
con la complicidad de sus padres. Esto sólo puede realizarse si comprendemos que el discurso
que se dice es un discurso colectivo: la experiencia de la transferencia se realiza entre el
analista, el niño y los padres. El niño no es una entidad en sí. En primer término lo abordamos
a través de la representación que el adulto tiene de él (¿qué es un niño?, ¿qué es un niño
enfermo?). Todo cuestionamiento del niño tiene incidencias precisas en los padres. Vemos, en
las curas de los niños psicóticos, cuál es la amplitud de la relación imaginaria que cada uno de
los padres establece con el analista (la madre de Christiane en su relación con su hija buscaba
valorizarse ante la analista como una buena madre, poniendo a un lado sus demandas para
que Christiane llegara a nacer a un deseo. Situándose en el deseo de la analista la madre
podía aceptar una situación en la que C. ya no tenía que colmar su falta. Pero sólo podía
hacerlo a costa de sentirse narcisísticamente catectizada por la analista como madre. Por
intermedio de la imagen del cuerpo del otro, la madre encontró un apoyo en su relación con su
hija). Gracias a esta relación imaginaria podrá la madre recatectizarse como madre de un niño
(reconocido por un tercero como separado de ella) y podrá luego ponerse en marcha otro
movimiento en virtud del cual el niño, como sujeto de un deseo, se internará por su propia
cuenta en la aventura psicoanalítica.
El analista tiene que ayudar al paciente a volver a poner en marcha su discurso y a situarse
ante puntos de referencia diferentes de los que surgieron a partir del juicio del médico. La
experiencia analítica no es una experiencia intersubjetiva. El sujeto está llamado a localizarse
en relación con su deseo.
Dirección de la cura: poner a jugar el puesto del deseo en la economía psíquica del sujeto.
Sacar al niño del lugar que ocupa en el deseo materno.
Ya Freud mostró la importancia de los primeros años de la vida en el ser humano. El niño tiene
que pasar por conflictos que son necesarios para él. Son conflictos identificatorios y no
conflictos con lo real, situación imaginaria que poco a poco tiene que llegar a simbolizarse. La
relación imaginaria con el otro se despliega en una situación dual, narcisista. El elemento
simbólico es el tercer elemento que interviene para romper una relación imaginaria sin salida:
orden de la cultura, de la ley, del lenguaje.
En sus relaciones con los padres el niño tiene que aprender a dejar una situación dual (de
fascinación imaginaria) para introducirse en un orden ternario, es decir, estructurar el Edipo, lo
cual sólo puede hacerse cuando entre en el orden del lenguaje.
Puede verse, en los casos en que se consulta por el comportamiento del niño ante el
nacimiento de un hermanito, el conflicto identificatorio en el que el niño se debate, por la brusca
pérdida de todo punto de referencia identificatorio (creo porque ya no sabe qué lugar ocupa en
el deseo del Otro). Al nacer un hermano menor el niño no sabe si puede seguir creciendo o si
es necesario que siga siendo chico para adecuarse al deseo del adulto.
Es en el síntoma donde se manifiesta lo que el niño tiene que decir. El síntoma se convierte en
un lenguaje cifrado cuya secreto es guardado por el niño. El síntoma viene a ocupar el puesto
de una palabra que falta (esta falta entiendo que puede ser del lado del niño cuando se calla
como del adulto cuando no dice lo que debería decir, ejemplo: Dolto nos relata las reacciones
de un niño durante los días siguientes al nacimiento del hermanito: incontinencia, tartamudeo,
etc. A medida que la hostilidad y los celos se expresan vemos cómo desaparecen los síntomas.
El tartamudeo cede después de que el niño coloca una muñeca de celuloide sobre una cama y
la lincha delante de la madre, haciéndola cómplice de este modo del asesinato (simbólico) del
hermano que había venido a ocupar su lugar. Una vez cumplido el linchamiento, el niño
manifiesta su ternura al objeto atacado y luego al bebé. La palabra verdadera que se
expresaba bajo el disfraz del síntoma es dicha y entonces el niño puede abandonar su disfraz
sintomático).
No son los mitos lo que molesta a los niños (cigüeña, repollo), sino el engaño del adulto que
adopta la pose de estar diciendo la verdad y de ese modo bloquea al niño en la sucesión de
sus incursiones intelectuales. Por ejemplo: en el caso Juanito, su padre es incapaz de
explicarle cuál es la parte que le cabe (al padre) en la procreación. Juanito sospecha las
implicaciones genitales de los dos sexos pero el padre se niega a revelárselas. Juanito no
recibe del padre las palabras que tenía derecho a esperar. No le quieren decir que nació de un
padre y de una madre y esta verdad le es necesaria para que pueda adquirir sentido una
identificación viril. La pareja de padres de Juanito tiene dificultades con su propia sexualidad. El
niño se mueve en un mundo en el cual lo no-dicho expresa una dificultad, un drama en la
pareja de los padres que es claramente percibido por el niño. El factor traumatizante, tal como
se lo puede vislumbrar en una neurosis no es nunca un acontecimiento de por sí real, sino lo
que de ésta han dicho o callado quienes están a su alrededor (lo que cuenta no es el
acontecimiento real sino el engaño del adulto acerca del incidente).
El síntoma incluye siempre al sujeto y al Otro. Se trata de una situación en la cual el enfermo
trata de entender la manera en que él se sitúa frente al deseo del Otro: ¿qué quiere de mí? es
la pregunta que se plantea más allá de todo malestar somático.
La originalidad de Erikson reside en el hecho de que se esfuerza en lograr que la enfermedad
“hable”. La considera como una situación en la que el sujeto y su entorno se encuentran
implicados. Erikson nos muestra que una cura sólo tiene sentido si logramos hacer rebotar la
pregunta (el tema de la muerte en el caso Sam) no únicamente en el niño sino también en los
padres.
En la cura lo que va a reemplazar a la demanda o a la angustia de los padres y del niño es la
pregunta del sujeto, su deseo más profundo que hasta entonces estaba oculto en el síntoma en
un tipo particular de relación con el medio. Lo que se pone de manifiesto es cómo queda
marcado, no sólo por la manera en que se lo espera antes de su nacimiento, sino por lo que
luego habrá de representar para cada uno de los padres en función de la historia de cada uno
de ellos.
Encontramos, en el caso del niño atrasado, un determinado tipo de relación madre-hijo, que
crea una especie de sometimiento del niño al Otro.
El psicoanálisis, sin negar el papel del factor orgánico en muchos casos, no lo selecciona como
una explicación radical. Todo ser diminuido es considerado en principio como un sujeto
hablante. Sujeto que se constituye en su relación con el Otro.
Sin saberlo, el sujeto nos confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o
con su sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una
angustia privilegiada que por lo general obstaculiza la evolución edípica normal.
Incluso en los casos en que está en juego un factor orgánico, ese niño no tiene que enfrentarse
solamente con una dificultad innata sino también con la manera en que la madre utiliza ese
defecto dentro de un mundo fantasmático que termina por serles común a ambos. Más allá de
la existencia o no de una afección orgánica, se trata de llegar a desentrañar el sentido en la
perturbación del vínculo madre-hijo.
De este modo, el psicoanálisis trata de desentrañar más allá de la enfermedad y subraya la
importancia de las palabras del entorno o de su ausencia en relación con un diagnóstico
médico, diagnóstico que no puede dejar de implicar una resonancia afectiva. Sólo la
verbalización de una situación dolorosa puede permitir darles a los padres y al niño un sentido
de aquello que ellos viven e impedir que se instale una situación familiar psicotizante,
agravando las dificultades experimentadas por el niño en su evolución.
A su vez, el discurso colectivo que se teje en torno al niño, determina su posición y su valor al
interior de dicho colectivo.
Juego: En 1908 Freud habla por primera vez del juego en el niño y lo compara con la creación
poética. El niño, dice, reordena a través del juego las cosas del mundo en relación a su idea.
En 1920 la atención de Freud es atraída por el problema plateado en las neurosis por el
principio de repetición. Así, le parece que las actividades lúdicas se encuentran sometidas al
mismo principio. El niño intenta dominar por medio del juego las experiencias desagradables,
es decir, trata de reproducir una situación que originariamente significó para él una prueba. En
la repetición el sujeto otorga su conformidad, rehace lo que se le había hecho (juego del fort-dá
que consiste en arrojar un carretel, que representa a la madre, emitiendo un ohhhh “vete” y
luego atraerlo hacia sí con un daaa “acá esta”, juego centrado alrededor de la presencia y
ausencia).
De este modo, desde 1908 hasta 1920 Freud trata al juego como una creación poética y luego
descubre el papel desempeñado por el principio de repetición como función de dominio de
situaciones desagradables.
M. Klein introdujo a partir de 1919 el juego en el análisis de niños, pero sin dejar de respetar
por ello el carácter riguroso del análisis de adultos.
Cap. V: Carola o el silencio de la madre
Una pareja de padres jóvenes llega a Mannoni, vienen por su hija Carola de 6 años. El
diagnóstico es de esquizofrenia. Se aconseja tratamiento psicoanalítico.
La madre cuenta que quedó embarazada al salir del secundario, con estudios por cumplir, con
un porvenir que no debía comprometer. Cuenta que fue necesario hacer como si no hubiese
embarazo.
Carola nació antes de término, al nacer tenía ictericia (enfermedad caracterizada por coloración
amarilla en la piel debida a la presencia en la sangre y en los tejidos de pigmentos biliares).
Luego se compuso y su madre puedo darle el pecho. Cuatro meses después queda
nuevamente embarazada. Dice: “no necesitaba eso”. No tiene más leche.
A los 6 meses Carola tiene anemia. La madre decide dejársela a su madre para poder trabajar.
Se la deja hasta los 2 años.
Se entera de que la niña todavía no caminaba cuando nació su hermanita. Las dos niñas son
confiadas a los abuelos.
Ni bien repuesta del segundo embarazo la madre queda nuevamente en cinta.
A los 18 meses Carola habla fluidamente. Tiene dos años cuando la madre vuelve a traerla a
su hogar. A su retorno la niña se vuele taciturna (entristecida). Rechaza todo alimento. Durante
un tiempo Carola reclama a su abuela, después ya no pide nada. Deja de hablar. Poco a poco
recupera el apetito pero ante la menos contrariedad vomita.
El nacimiento del 3er bebé no arregla nada. Carola desarrolla una serie de pequeñas
enfermedades sin gravedad. El contacto con los seres humanos está cortado. Ignora a sus
padres.
En la entrevista el padre apenas habla, está totalmente de acuerdo con su mujer.
Paralizada, esta madre ya no sabe dónde está ni adónde va. El médico le dijo: “Es necesario
un psicoanálisis”. Va a Mannoni para acusarse y para “darle” a su hija: “Encárguese de ella”. La
madre se sitúa de entrada con respecto a la analista en una posición infantil de culpabilidad,
asombrada de que ésta le devuelva a Carola para que sea ella quien la asuma como
educadora.
Mannoni le dice que es psicoanalista y que es desde esa exclusiva posición que debe escuchar
su historia y la de su hija a fin de que de ella surja un sentido.
“No quiero a Carola, dice la madre, ella me lo ha demostrado con exceso”. “Pero no, se
desdice, a Carola es a quien prefiero”. “Fui yo la malquerida, no hice nada para ser querida”.
Por un tiempo la madre de Carola viene en compañía de su marido, después sola. Entonces
Mannoni decide ver a Carola. Unas veces la recibe en presencia de la madre y otras veces
sola. La madre no le saca los ojos de encima a su hija. Carola las ignora. M. interviene para
explicarle quien es ella y para qué viene. Le habla acerca de su historia, de la de sus padres.
La niña se sienta, toma un lápiz rojo, hace furiosamente trazos que desgarran el papel.
Si parece que M. va a preguntar algo, la niña se escapa. Pero se niega a irse al final de las
sesiones en las que M. no le ha dado nada. Lo que pone en juego es su cuerpo, ofreciéndose y
escamoteándose alternativamente. Cada tanto se le escapa una palabra:
-Es arroz muy blanco afuera (así denomina a los copos de nieve).
-No, replica la madre, esas no son las palabras que hay que decir. ¿Qué es lo que tienes que
decir?.
M. le hace notar a la madre que cuando Carola toma la palabra, ella trata de reemplazarla por
sus propias palabras.
En una sesión en que la madre está ausente la niña imita su presencia: “muéstrale a la señora
M”, “haz esto, haz aquello”.
¿Pero lo que tú quieres dónde está?, le dice M.
Carola contesta: es mamá.
Raramente Carola toma la palabra y nunca lo hace para ser escuchada.
En una sesión la madre de carola dice: “cuando a Carola la retan hace como yo cuando era
niña. Se muerde la muñeca. Esa muñeca estoy segura de que soy yo”.
M. le contesta, para que Carola la escuche: “retar no quiere decir comer. Cuando mamá grita
hay en ella un padre que le dice: cría bien a nuestra hija”.
La mamá llora, Carola le dice: “tú eres mi mamá buena”.
La niña puede dar esa palabra porque M. apeló a la presencia del padre en la madre. En una
situación de 3 Carola no se siente en peligro de ser comida. En su intervención M. apela a la
imagen de un padre que legisla para la madre y para la niña. (creo que las intervenciones
apuntan a introducir una terceridad, la presencia de un padre como representante de la ley).
En lo que respecta a la relación transferencial Carola busca que M. sea su motricidad, su
palabra, su oído, su olfato. Le cuesta tener que definirse como no alienada en M. Carola le
confiere a la analista el poder de adivinar sus pensamientos. El día en que vislumbra que es
incapaz de adivinar sus pensamientos secretos es un acontecimiento decisivo. A través de la
separación, Carola intenta establecer una relación con los seres.
-Hubo un papi, dirá unas semanas después de la partida del abuelo. Es un momento
importante pues a través del “hubo” la niña está buscando todos los objetos perdidos de su
infancia. Parece estar de duelo por lo que ya no existe.
Es en ese momento cuando la madre evoca para M., fuera de la presencia de Carola, su propio
no-diálogo con su padre: “no sé nada de él, no hablaba”, “continuamente me reprendía: así hay
que decir, así hay que hacer, no es lindo, no está bien”.
Poco a poco Carola prueba cada vez más hablar, busca los términos que designan lo que
observa. En la casa y en el colegio toma la palabra para expresar un deseo.
En una sesión la madre dice: “mi hija menor ya no es anoréxica, usted me transformó, las dos
nenas me odiaban, fui una tirana. Desde que ya no espero una respuesta de Carola, ella está
alegre” (ya no parece exigir de Carola que realice los deseo propios).
A través de su madre, Carola descubre en la persona de su abuelo la imagen de una autoridad
respetada sobre la cual se concentraron los rencores maternos. La niña funcionó como el
representante de aquello que la madre no recibió de su propio padre (creo que como el falo
que no recibió del padre, no hay desplazamiento del pene-niño que inaugura en la mujer el
deseo de hijo, entonces la hija funciona como el falo imaginario que la completa). Al separar a
Carola del afecto de los abuelos, la madre no supo respetar cierta regla del juego, aquella
según la cual toda operación de intercambio tiene que ser presidida por un tercero. La madre
dejó de lado a ese tercero en la persona de su marido, después de haberla circunscripto en la
de su padre. Desconcertada, la niña ya no supo junto a quién le era posible afirmarse.
Únicamente la permanencia de una relación triádica hubiese podido resguardarla del peligro de
encontrarse sometida a la madre hasta el extremo de tener que renunciar a su propia palabra.
Cuando Carola se siente en peligro corre a reencontrarse en el espejo. Parece estar diciendo a
M.: con este cuerpo que vuelvo a encontrar puedo hablarte de nuevo. Carola parece estar
todavía en dificultades con respecto a la identificación con una imagen de si misma. Si bien
puede tomar la palabra, todavía no está curada. El tema actual en la cura es el de la impresión
de peligro que todo enfrentamiento con el Otro parece suscitarle.
La cura de Carola fue conducida en dos planos: el de la madre (entrevistas con la madre sola)
y el de la niña (entrevistas con la niña, al comienzo en presencia de la madre y luego sin la
presencia de ésta). La madre se cuestionó a sí misma espontáneamente tomando como atajo
el síntoma de su hija.
En el plano fantasmático, la madre de Carola se situó con respecto a los suyos como una niña
excluida, no querida, creando entre ella y sus padres una situación cerrada al diálogo.
Inconcientemente la madre de Carola repite una situación infantil: en su matrimonio coloca a su
esposo en el puesto de aquél de quien no se espera ninguna palabra, es de su hija de quien se
espera recibirla.
Cuanto más aplasta a Carola con demandas y cuidados, la niña más se escamotea. Desde la
nada en que ésta se pierde parece dirigirle a la madre un llamado de amor. Pero lo que recibe
es una actitud cargada de exigencias. La insatisfacción materna nunca puede ser colmada.
Esto lo advierte la madre de Carola un día: “soy yo quien crea una situación en la que la mayor
está muda y la menor es anoréxica”.
A través de esta confesión, la joven plantea en la sesión aquello que hasta entonces había
permanecido en el terreno de lo no dicho: sus anhelos de muerte, sus celos. A través de su
síntoma la niña se había convertido en cierto modo en el representante.
Esta confesión constituye un descubrimiento para la madre: a partir de este momento ya no
siente la necesidad de mendigarle una palabra a la hija mayor y el mutismo de ésta cede
mientras desaparece la anorexia de la menor.
La joven descubre que no puede ser madre porque de niña se escamoteó a la rivalidad edípica,
buscando afirmarse fuera de ella como la preferida (hay un Edipo no resuelto en la madre).
“Nunca hablé con mis padres, con mi hija no encuentro palabras”. Esta madre enmascara su
desconcierto por medio de una exigencia cada vez mayor con respecto a sus hijas, sobre todo
con respecto a la mayor. En su relación con la niña impide que nazca cualquier deseo mediante
un juego en el que trata de reemplazar la palabra o la demanda de la niña por su propia
palabra o demanda. La toma de conciencia de estas dificultades facilita la cura paralelamente
emprendida con la niña.
Al comienzo la presencia de la madre permite captar todo un juego corporal, juego en el que la
madre se afirma como poseedora de los cabellos, de las manos, de los pies de su hija. La
interpretación de M., indicación en la que se subraya la existencia de 2 cuerpos distintos, de 2
deseos diferentes, provoca en la madre y en la hija desconcierto y molestia. M. es el tercero
que amenaza con interferir cierto tipo de relaciones (lugar del analista, M. impide que se
establezca una relación dual).
Como vimos, Carola con su síntoma se convirtió en el representante del malestar materno.
Cuando la madre pudo verbalizar algo perteneciente al orden de lo no dicho, se modificó la
relación inconciente madre-hija. La clave de esta cura fue la verbalización del Edipo de la
madre. A partir de este momento la niña real pudo expresar un deseo. Hasta entonces la
pequeña se había encontrado sola frente a Otro devorador.
En esta cura el trabajo de M. se orientó hacia el descubrimiento de cierto tipo de no
reconocimiento en la madre, que produjo en la niña la pérdida de toda posible localización y de
toda palabra.
Al comienzo M. encontró una situación dual. Luego, las confesiones de la madre acerca de su
propia infancia introdujeron la imagen del padre interdictor cuya ley había sido rechazada por la
madre y a partir de entonces M. apareció en la cura como el tercero que molesta. En un
segundo momento, vinculó aquello que había rechazado en su historia edípica con aquello que
no pudo simbolizar en sus relaciones con la niña. Entonces Carola, como contrapartida a una
pregunta que a partir de ese momento pudo plantearse en la madre, introdujo la noción de que
le falta algo. Así, la imagen de M. fue dejando de ser la de un tercero que molesta para
convertirse en la de un tercero que permite. Se convierte en mediadora en la medida en que a
través de lo que la niña le niega puede ella tomar la palabra con su madre, y a través de lo que
ésta le dice puede Carola colocarse en situación de expresarse.
El síntoma (mutismo) se había convertido para Carola el único lugar a partir del cual ella podía
significarse como sujeto.
Carola mediante su mutismo y su hermana mediante su anorexia fueron testigos de una
pregunta que había quedado sin respuesta en la historia de la madre: ¿mi nacimiento fue o no
deseado?. La escucha analítica de M. permitió a al madre crear una situación en la que su
descendencia ya no tuvo que actuar su problema personal.
Caso Sabine
Niña de 11 años, amenazada de expulsión. El padre se opone a todo examen.
M. acepta ver a la madre pero no a la niña.
La niña presenta tics, aparecieron hace 3 meses como consecuencia de su colocación en un
hogar para niños (parece ser un hospital o algo así, la madre de esta niña es médica) contra la
voluntad de su padre.
En realidad estos tics existen hace la edad de 6 años, fecha en la que el padre abandona el
domicilio conyugal como protesta contra una operación realizada sobre otro hijo sin haberlo
consultado.
El regreso del padre al hogar coincide curiosamente con un recrudecimiento de los trastornos
de Sabine: negativa a asistir a la escuela y crisis fóbicas graves, lo que lleva a una nueva
hospitalización “con el objeto de observar trastornos nerviosos”, sin el consentimiento paterno.
Ante este cuadro Mannoni decidió escribirle al padre para solicitarle su autorización antes de
emprender un examen, quien rechazó su ofrecimiento de colaboración.
La carta de M. como negativa a entrar en el juego de la madre fue en sí misma una
intervención terapéutica. Mediante su negativa el padre se hizo presente a la madre y a la hija y
decidió llevar a esta última de viaje lo que en sí ya representa algo importante.
Si Mannoni hubiese comenzado un psicoanálisis se hubiera convertido en cómplice de la
madre. Al tener en cuenta la palabra del padre, permitió que cada miembro de la flia tuviese la
posibilidad de hallar nuevamente su lugar.
En este caso, como en muchos otros, la escolaridad deficiente sólo servía para ocultar
desórdenes neuróticos de una importancia mucho mayor.
Ahora, ¿qué nos llama la atención en estos casos de desorden escolar? El hecho de que el
síntoma invocado oculta dificultades de un orden diferente. Los padres aportan al psicoanalista
un diagnóstico formulado por adelantado. Su angustia comienza en el momento en que se
cuestiona este “diagnóstico”. Descubren así que el síntoma escolar servía para ocultar todos
los malentendidos, las mentiras y los rechazos de la verdad.
Se aprecia la importancia del rol del padre en la génesis de las dificultades escolares. O bien
es excluido por la madre y el niño se siente en peligro en una situación dual, o bien, la imagen
paterna aparece en una situación conflictiva: descorazonado ante la idea de no poder
satisfacer al padre, el niño renuncia a todo deseo propio comprometiéndose así a seguir un
camino de abandono y de depresión.
Lo que está en juego no es el síntoma escolar, sino la imposibilidad del niño de desarrollarse
con deseos propios, no alienados en las fantasías parentales. Esta alienación en el deseo del
Otro se manifiesta mediante una serie de trastornos que van desde reacciones fóbicas ligeras
hasta trastornos psicóticos.
En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso,
acompañado de un diagnóstico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el
orden establecido. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A
los padres les cuesta perdonarle que no se haga cómplice de su mentira.
Los comienzos del análisis de niños datan de 1909, año en que Freud publicó “Análisis de la
fobia de un niño de 5 años”, análisis que va a ser la piedra angular del subsiguiente análisis
infantil.
La pionera que dio origen al psicoanálisis de niños (que comenzó el análisis sistemático de
niños) fue H. Hug-Hellmuth, quien desaprueba la idea de analizar a niños muy pequeños y
considera necesario contentarse con éxitos parciales. Esta autora plantea que en el caso del
niño no sólo se requiere del analista que haga el tratamiento analítico sino también que ejerza
una influencia educativa definida.
Al igual que H. Hugh-Hellmuth, Anna Freud tiene la convicción de que el análisis de niños no
debe ser llevado demasiado lejos, es decir, que no se deben tratar demasiado las relaciones
del niño con sus padres, no se debe explorar minuciosamente el complejo de Edipo. También
comparte la idea de combinar el análisis del niño con influencias educativas. Se dice que la
conducta del niño en el análisis es distinta a la del adulto y por consiguiente es necesario
emplear una técnica diferente.
Por el contrario, Melanie Klein no considera necesario imponer restricción alguna al análisis,
tanto en lo que respecta a la profundidad de su penetración como en lo que respecta al método
con el que trabajamos.
M. Klein critica a Anna Freud, pues considera que activa la angustia y el sentimiento de culpa
pero no los resuelve suficientemente y los utiliza para que los niños se apeguen a ella; en
cambio M. Klein los registra para ponerlos al servicio del trabajo analítico desde el comienzo.
Más allá de sus diferencias, todos lo que analizan niños están de acuerdo en que los niños no
pueden dar asociaciones de la misma manera que el adulto y por lo tanto no se puede obtener
suficiente material únicamente por la palabra.
Melanie Klein considera que los niños están mucho más gobernados por el inconciente que los
adultos y establece dos factores esenciales para penetrar en el inconciente del niño: seguir el
modo de representación simbólica del niño y tener en cuenta la facilidad con que surge la
angustia en él. Estos dos factores son mutuamente dependientes y complementarios. Sólo
interpretando y por lo tanto aliviando la angustia del niño ganaremos acceso a su inconciente y
lograremos que fantasee. Entonces si llevamos hasta el fin el simbolismo que sus fantasías
contienen, pronto veremos aparecer la angustia y podremos garantizar el progreso del trabajo.
A diferencia de Mleanie Klein, Anna Freud rechaza la técnica de juego, la cual nos ofrece una
rica abundancia de material y nos da acceso al análisis del complejo de Edipo.
Transferencia
En lo que respecta a la transferencia, Anna Freud considera que en los niños puede haber una
transferencia satisfactoria, pero que no se produce una neurosis de transferencia. Los niños no
están capacitados como los adultos para comenzar una nueva edición de sus relaciones de
amor porque sus objetos de amor originales, los padres, todavía existen como objetos en la
realidad.
M. Klein considera que ésta es una afirmación incorrecta. El análisis de niños muy pequeños le
ha demostrado que incluso un niño de 3 años, ha dejado atrás la parte del desarrollo de su
complejo de Edipo. Por consiguiente, está ya muy alejado, por la represión y los sentimientos
de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus relaciones con ellos sufrieron
transformaciones, por lo que los objetos amorosos actuales son ahora imagos de los objetos
originales. De ahí que con respecto al analista los niños pueden entrar en una nueva edición de
sus relaciones amorosas.
Estas autoras también se diferencian porque mientras Anna Freud considera que el análisis de
niños es diferente al de adultos, Melanie Klein mantiene en el análisis de niños todas las reglas
aprobadas en el análisis de adultos. Combate enfáticamente la declaración de Anna Freud de
que los métodos utilizados en el análisis de adultos (o sea la asociación libre y la interpretación
de las reacciones transferenciales) fracasan al analizar niños.
Anna Freud piensa que la transferencia positiva es condición necesaria para el trabajo analítico
con niños, y considera indeseable la transferencia negativa, empeñándose en destruirla o
eliminarla. A diferencia de ello, M. Klein, establece que si no se produce una situación analítica
con medios analíticos, si no se maneja la transferencia positiva y negativa, ni causaremos una
neurosis de transferencia ni podremos esperar que las reacciones del niño se efectúen en
relación con el análisis y con el analista. El método de Anna Freud de atraer hacia sí la
transferencia positiva y disminuir la negativa no sólo le parece técnicamente incorrecto, sino
que es militar mucho más en contra de los padres, porque la transferencia negativa quedará
entonces dirigida contra aquellos con quien el niño está vinculado en la vida diaria.
Superyó
Melanie Klein establece que los objetos externos no son idénticos al superyó ya desarrollado
del niño.
La formación del superyó termina con el complejo de Edipo, el cual (el Edipo) se forma por la
frustración sufrida con el destete, es decir, al final del primer año de vida o al comienzo del
segundo. Pero parejamente con esto vemos los comienzos de la formación del superyó, que
difiere de aquellos objetos que iniciaron su desarrollo. Si queremos penetrar en el superyó,
reducir su poder de actuación e influirlo, nuestro único recurso para hacerlo es el análisis, pero
un análisis que investigue todo el desarrollo del complejo de Edipo y la estructura del superyó.
Además, el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, y si el análisis evita
analizar este complejo tampoco puede resolver la neurosis.
Anna Freud considera que frente a las fuerzas instintivas liberadas de la represión, el analista
debe guiar, es decir, debe asumir una intervención educacional.
Melanie Klein considera que si queremos capacitar a los niños para controlar mejor sus
impulsos, la evolución edípica debe ser desnudada analíticamente tan completamente como
sea posible y los sentimientos de odio y culpa que resultan de esta evolución deben ser
investigados hasta sus comienzos.
El peligro temido por Anna Freud, de que el análisis de los sentimientos negativos de un niño
hacia sus padres arruinará su relación con estos, es inexistente, por el contrario el resultado es
una relación más profunda y mejor con los que lo rodean.
A diferencia de Anna Freud, Melanie Klein considera que el análisis es útil no sólo en todos los
casos con perturbaciones mentales evidentes sino como medio para disminuir las dificultades
de niños normales.
Por último, Melanie Klein establece que la tarea analítica y educativa se anulan una a la otra.
Así, lo que debemos hacer es establecer y mantener la situación analítica con los medios
analíticos y abstenernos de toda influencia educativa directa. El analista debe sólo analizar y no
desear moldear o dirigir la mente de sus pacientes.
Nasio nos dice que la idea inédita que marcó un trazo único en las consultas de Doltó, fue el
haber introducido en el seno mismo de las curas la participación activa, a la manera de co-
terapeutas, de un grupo de analistas llegados para formarse en la tarea de psicoanalistas. (ver
gráfico, pág 2).
Las sillas de los analistas participantes se ubicaban de tal manera que ninguna esté detrás del
niño. Dichos analistas eran participantes activos en su implicación transferencial de acuerdo
con la dinámica misma de la sesión. Activos también cuando el niño se dirigía a uno de ellos o
al conjunto del grupo.
Toda esa gente adulta representaba para el niño un nuevo espacio social, formando parte
integrante de la sesión. Eran una especie de muestra inédita (y muy diferente) del cuerpo social
al cual el niño está acostumbrado a estar en contacto.
Sobre la mesa había una serie de objetos. La mesa era el instrumento, el lugar en que se
jugaba la relación del analista y el niño. En la mesa había: una caja de plastilina con un bastón
para trabajar la pasta, hojas de papel, una caja de marcadores, una caja de galletitas que
contenía juguetes, un manojo de llaves, un espejo pequeño, etc.
La consulta no era una presentación de enfermos sino el lugar donde se desarrollaban
verdaderas curas analíticas.
Nasio llama a esta práctica: “práctica analítica con niños delante de otros”. Pero no delante de
cualquier otro sino delante de un otro analítico, investido por Doltó de autoridad y un garante de
su trabajo. Esta instancia tercera, incluida simbólicamente en todo análisis, devenía un lugar
viviente que permitía a Doltó, cuando no comprendía lo que ocurría en el curso de una sesión
por ejemplo, preguntarse y preguntarles abiertamente delante del niño. Es decir, que los
analistas no eran simples observadores sino testigos activos comprometidos en la discusión del
acto analítico.
Doltó consideraba los síntomas como la expresión enferma de una emoción inconciente
experimentada por el niño en un tiempo lejano. Tiempo en el que esta emoción no logró recibir
el nombre esperado, la palabra oportuna, justa para nombrar la emoción. Consideraba,
entonces, que el analista como un mensajero, como un Yo-auxiliar iba a enunciar en la escena
del análisis, a tiempo y oportunamente, el nombre o la palabra hasta ahora no dicha.
Nasio considera en la gestación de este acto analítico que es la interpretación 4 tiempos:
-primer tiempo: Doltó está sentada frente al niño, intenta establecer un puente para alcanzar su
inconciente; en este primer tiempo se apoya sobre signos observados en el comportamiento
gestual del pequeño paciente, en la menor expresión del rostro, en la actitud lúdica del niño, en
los sonidos. También se sirve de los datos de la historia familiar del sujeto, recogidos
previamente durante las primeras entrevistas. Ese es el primer tiempo: Doltó quiere establecer
ese vínculo.
-segundo tiempo: Doltó parece poco a poco aislarse mentalmente y lograr no oír los ecos de su
propio Yo. En este estado ella percibe otro niño, muy diferente de aquél que se encuentra
sentado delante de ella, este “otro niño” es un niño inconciente, un niño que sufre y que espera.
Si complicamos la escena, con más luz, aparecen otros elementos o personajes que giran
alrededor del niño inconciente, como una especie de ronda fantasmática. Esta percepción
operada por el analista no es otra que la percepción de la imagen inconciente del cuerpo del
pequeño paciente, que el analista crea en el momento mismo de percibirla. La percibe, la hace
existir como la síntesis viviente y actual de la relación transferencial.
-tercer tiempo: el analista se identifica con el dolor que está en el origen de la palabra que dice
el sufriente, pero sin sentir ni piedad ni compasión (si siente esto está al lado de la posición que
tiene que tener). También puede tomar el rol de cada uno de los personajes de la constelación
fantasmática, es decir, que no se identifica solo con el dolor en el niño, se identifica también
con los personajes del fantasma.
-cuarto tiempo: el cuarto y último tiempo es el del surgimiento de la interpretación, es el tiempo
en que el analista realiza el acto analítico. Es el tiempo en el que pronuncia, en voz alta y en el
presente de la cura, la palabra esperada que el niño inconciente tendría la necesidad de decir o
de oír. La interpretación de Doltó es la enunciación dirigida a la oreja del niño actualmente
presente en la sesión, enunciación de palabras, frases o de sonidos que habrían salido de la
boca de él. O bien, enunciación de palabras, frases o sonidos, que habrían salido de la boca de
uno de los personajes de la ronda fantasmática, si ese personaje hubiera podido decir lo que
entonces se mantuvo callado. Asumiendo la función de mensajera, Doltó dice al niño de la
sesión el ste que acaba de descubrir al identificarse con el niño inconciente. Ella transmite al
primero, al niño de la sesión, aquello que ha encontrado en el Otro, en el niño inconciente.
La práctica del tatuaje produce una alteración en la piel. Cada tatuaje posee un significado
singular en cada paciente y contexto particular, de modo que es importante aquí el caso por
caso.
El tatuaje es una intervención sobre algo natural, la piel; escritura, inscripción que tiene como
soporte el cuerpo, con el objeto de dejar en él una alteración de carácter irreversible o
difícilmente reversible. Puede deberse, dependiendo el caso, a buscar ser reconocido o como
lugar de inscripción de algo que no se inscribió, como firma de pactos anti-sociales, como
marca duradera, como práctica para reforzar los bordes del cuerpo, etc.
De este modo, todo tatuaje es un enigma o enmascara un enigma y requiere un trabajo
interpretativo. En el análisis es importante poder dilucidar efecto de qué lógica/s resultó ser tal
o cual tatuaje.
Bleichmar, “Repetición y temporalidad: una historia bifronte”.
Bleichmar hace una crítica importante al determinismo estructuralista. De hecho trabaja mucho
el concepto de estructura pero en un sentido diferente que Lacan, ella habla de “dominancia
estructural” (así un psiquismo se puede desarrollar con una dominancia neurótica pero con
circuitos psicóticos) lo cual plantea otras cuestiones en torno a este tema del determinismo.
Está en contra del determinismo extremo, de que la estructura ya determina el futuro del sujeto.
Cuestiona la intransformabilidad, la idea de que si una estructura es psicótica lo será hasta el
fin de su existencia, con el objetivo de introducir la posibilidad de transformación. La estructura
no es dada de una vez y para siempre, sino una estructura que se constituye históricamente
que tiene tiempos de constitución, tiempos que son reales no míticos. Está a favor de la idea de
un sistema abierto que da lugar a lo azaroso, a lo contingente y a una imprevisibilidad en sus
transformaciones, sobre esto se asienta la idea de neogénesis y de salto estructural.
Tanto en Freud, como en Lacan y en Klein, hay un determinismo fuerte; pero Bleichmar no
propone una idea anti-estructuralista sino que cuestiona la concepción de una estructura
definida e intransformable. El modelo de Bleichmar es un modelo estructural pero más flexible,
lo cual permite pensar en saltos estructurales que no se reducen sólo a los niños sino que se
aplican también a los adultos.
El concepto de estructura es un concepto ordenador siempre que se lo tome como un corte en
el modo como se constituye la tópica a partir de ver la historia. Tópica (psiquismo) constituida
por momentos de saltos, con situaciones traumáticas y recomposiciones, con momentos de
estabilización que tiene el carácter de una estructura. La idea de un aparato psíquico abierto a
lo real implica que es capaz de recibir elementos que lo desestabilicen pero también que lo
estabilicen; nuestras intervenciones pueden ayudar a establecer niveles de simbolización y de
estabilización estructural.
Ahora, si bien el psiquismo es un aparato abierto, el inconciente es a la vez cerrado, porque
todo lo que se inscribe no tiene forma de evacuarse. Acá está el fundamento de los síntomas y
trastornos que llevan al aparato psíquico a complejizarse si tiene recursos. Y está aquí también
la paradoja que pone en juego la compulsión de repetición, pues se repite en el intento de
evacuar algo que es inevacuable, y ellos compulsa a la búsqueda de una ligazón que es razón
tanto del progreso psíquico como de su deterioro.
Bleichmar plantea la cuestión de cómo articular el eje de la repetición, sin el cual el
psicoanálisis cae de sus fundamentos, con aquel de la transformación, sin el cual la clínica
carecería de objeto, pues considera que ambos se yuxtaponen.
En el interior del pensamiento freudiano hay tres grandes cuestiones para ordenar el par
determinado-indeterminado:
-En la fundación de lo inconciente: por un lado encontramos una teoría acerca del origen del
inc. donde lo contingente, acontencial, traumático, ocupa un lugar central; por otro una
concepción del inconciente existente desde el nacimiento, donde se deja en un segundo plano
lo que es la historia singular del individuo.
Ambas coexisten a lo largo de la obra, más allá de las dominancias que una u otra van
adquiriendo en diversos momentos.
-En la teoría de la libido: por un lado una posición genético-evolutiva que apuntala el
surgimiento de la sexualidad en lo somático (Tres Ensayos); por otro lado una concepción
acerca de la “contingencia del objeto” que abre las condiciones para lo indeterminado dentro de
un abanico de posibilidades que no queda totalmente librado a un azar puro sin ordenamiento
posible.
-En la teoría psicogenética de las neurosis: por un lado una “teoría traumática de las neurosis”
en la cual lo acontecial vivido ocupa un lugar privilegiado en la causación y desencadenamiento
de la patología mental (1er esquema causal); por otro lado una causación psicogenética
determinada por puntos de fijación y regresión en la cual la evolución endógena de la libido
cobra dominancia y el determinismo se cierra a lo experiencial (2do esquema causal).
A continuación Bleichmar plantea su posición al respecto: establece que en psicoanálisis el inc.
implica un orden de determinación presente en los modos mediante los cuales lo azaroso-
acontecial se engarza en el entramado constituido del cual formará parte.
Esto implica concebir al aparato psíquico funcionando como abierto, es decir que puede recibir
nuevos contenidos representacionales efecto de inscripciones provenientes metabólicamente
de la realidad en la cual está inmerso, pero al mismo tiempo es capaz de engendrarlas por
líneas de fuerza constituidas a partir del entramado primario que les da su estatuto. Se da
lugar a lo azaroso, contingente, pero no a una indeterminación extrema.
Así, el aparato psíquico es un sistema abierto capaz de sufrir transformaciones no sólo como
efecto del análisis sino de las recomposiciones a las cuales nuevos procesos histórico-
vivenciales lo obligan.
Con respecto al origen del inc., Bleichmar está a favor de una teoría de la constitución de lo inc.
como fundado, efecto de las relaciones sexualizantes con el semejante y de la represión
originaria que lo emplaza tópicamente. Pero, los prerrequisitos de partida, la estructura del
Edipo, el carácter clivado del aparato psíquico materno, pulsante y normativizante desde las
instancias diferenciadas, no pueden ser confundidos con la estructura de llegada
metabólicamente constituida a partir de lo histórico-vivencial. Sólo pueden ser considerados
como condiciones de partida y así abren un abanico predictivo, pero no de determinación
última.
Con respecto a la teoría de la libido, Bleichmar abandona la idea de que la pulsión sea un
correlato psíquico de lo somático, así la pulsión deviene necesaria (para la puesta en marcha
del aparato psíquico, lo cual supone que el adulto tenga capacidad sexualizante para traspasar
al niño) pero contingente (pues puede implantarse o no, siendo necesario para su implantación
un investimiento afectivo de la madre hacia su hijo). Su orden de determinación debe seguir
siendo buscado en la relación con el otro que da origen al plus de placer que no se reduce a lo
autoconservativo, pero partiendo de la idea de que se trata de una contingencia de la pulsión y
no del objeto (pues es la pulsión la que puede implantarse o no). Es el objeto ofrecido por el
semejante el que, instalándose como objeto-fuente interno-externo da origen a la pulsión y
hace posible la libido como conversión, transmutación de la energía somática en psíquica.
Con respecto a la teoría de las neurosis, la teoría traumática de las neurosis crea las
condiciones para plantear que la génesis de la neurosis no puede ser pensada sino por una
temporalidad de la retroacción. En tal sentido, la génesis es real en su pluricausalidad, pero
sólo es componible por après-coup.
Llamamos punto de bifurcación a lo que un acontecimiento provoca de traumatismo en un
psiquismo, algo que somete al aparato psíquico a un punto de inestabilidad, y ante esto, el
aparato psíquico puede o bien encontrar una reorganización espontánea o quedarse en ese
estado de desequilibrio. Cuando un psiquismo tiene la posibilidad de organizar un síntoma,
pudo hacer una reorganización espontánea ante un punto de bifurcación (ante algo que lo
traumatizó).
El traumatismo ingresa ya en el orden de una cualificación que asume en el ser humano las
características de un umbral. El “umbral”, en el ser humano, está determinado por la capacidad
metabólica, vale decir simbolizante, con que cuenta el aparato psíquico para establecer redes
de ligazón que puedan engarzar los elementos sobreinvestidos que tienden a romper sus
defensas habituales. Si estos elementos son incapturables en el entramado yoico, quedarán
librados sea a un destino de síntoma, sea a una modificación general de la vida psíquica.
Caso Guillermo: Bleichmar es consultada por los padres de un niño de 8 años, cuyo hermano,
2 años menor, acababa de morir bruscamente a causa de un episodio de trombosis cerebral.
Acontecimiento que excede el umbral de cualquier ser humano.
Compañeros inseparables hasta ese momento, Guillermo, había efectuado un repliegue en el
seno del hogar y se manifestaba reacio a establecer nuevos vínculos, a desplazarse a casa de
compañeros del colegio e incluso a participar en actividades deportivas en el club al que
concurría la flia. Sólo mantenía, fuera del horario escolar, una relación con un primo con el cual
seguía practicando la actividad favorita que lo había ligado a su hermano, el fútbol, y a ella se
reducían todos los momentos de goce.
Buen alumno, bien organizado, llegó a la consulta sin mucha convicción acerca de los
beneficios que un encuentro de este tipo podría brindarle. No parecía dispuesto a recibir una
ayuda terapéutica. Por su parte, Bleichmar no estaba segura de que en el momento en que se
encontraba ésta fuera eficaz. Una oferta de tratamiento analítico apunta a tomar contacto con
el conflicto y es lo que parece que este niño no podía/quería.
Es así que Bleichmar decidió que era necesario dar tiempo al psiquismo de reorganizar
espontáneamente sus modalidades defensivas y esperar, en este punto de bifurcación que se
había instalado, que nuevos procesos de desequilibrio vital generaran un reacomodamiento de
la economía libidinal que permitiera el comienzo de un análisis.
Con el transcurso del tiempo, Guillermo logró establecer algunos vínculos de amistad, ir a
visitar a un número reducido de amigos y recibirlos en su casa, e incluso, participar en
campamentos y actividades extra-escolares. Sin embargo, Bleichmar sabía que estos avances
no eran la resolución espontánea de los núcleos patológicos que sostenían el entramado de
base que obstaculizaban una vida plena y, al mismo tiempo, esperaba que en algún momento
se rompieran los sistemas de equilibrio armados precaria, pero tenazmente, con los cuales
sostenía una vida social pobre pero no llamativamente perturbada.
Fue cuando Guillermo tenía ya 12 años y estaba en vías de comenzar el secundario, que los
padres llamaron para realizar una consulta que desembocó en tratamiento. Guillermo tenía
ideas recurrentes de temor a la muerte de sus padres, agresividad y estaba muy angustiado.
Este niño no sólo estaba dispuesto a realizar la consulta sino que prácticamente él había
demandado una ayuda profesional.
Bleichmar le explicó cómo era su trabajo. Hizo un dibujo de un niño de perfil y le mostró, en la
cabeza de este niño, cómo había pensamiento que conocía y localizó en la base de la cabeza
los pensamientos desconocidos que podían afectarlo son que él lo supiera. Luego le dijo que
estos pensamientos que no conocía podían tener que ver con lo que le ocurría y de allí la
necesidad de hablar.
A partir de esto Guillermo comenzó a contarle espontáneamente algunos hechos. Le dijo, por
ejemplo, que había empezado a prepararse para hacer ese año su Bar Mitzvá. Bleichmar le
preguntó, entonces, si sabía el sentido de la ceremonia por la cual pasaría a lo cual Guillermo
respondió que quería decir que “tenés que independizarte de tus padres, ser un hombre”. B.
apuntó así que él lo sentía como sin transición, que a partir del momento de Bar Mitzvá debía
separase de los padres y que tal vez esto le producía mucho temor.
Blecihmar, recordando a G. aquél rabino con quien. había tenido sus charlas después de la
muerte del hermano, le preguntó si era el mismo y G. respondió afirmativamente. En ese
momento G. comenzó a hablar de aquella época. Hizo un relato de lo que había sentido. La
muerte de su hermano había tenido para él el sentido de una separación, como una despedida,
pero no tenía idea de muerte ni de lo que ésta significaba. Separación y muerte habían
quedado unidas y esto estaba en relación con lo que le estaba sucediendo ahora cuando
hablaba se “separase de los padres”.
Ahora bien, en este marco, ¿qué reconocimiento de sus fantasmas hostiles previos a la muerte
del hermano (cuyo nacimiento debió afectarlo de uno u otro modo) había tenido lugar en esta
estructura que le dio origen y en la cual se constituyó durante los primeros tiempos de su vida?.
Separación-agresividad-muerte articulaban un entramado que estaba en la base tanto de las
defensas ejercidas por G. hasta entonces, como de la angustia concomitante desplegada en el
momento de fractura de sus modos habituales de ejercicio.
A los modos de recomposición espontáneos del aparato psíquico, producidos cuando el azar
acontecial de la muerte del hermano devino traumatismo, G. había respondido con una
autoorganización espontánea pero no indeterminada.
En este nuevo punto de bifurcación una génesis por après-coup le permitirá ordenar las
variables que posibilitaran que lo inscripto deviniera temporalización historizante.
Un caso de enuresis
Resumen del caso
Philip era un niño de 9 años (a esta edad llega a la consulta), el segundo de tres hermanos.
Había empezado bien su vida pero existía un contratiempo en su desarrollo emocional,
contratiempo que databa de la edad de 2 años, momento en que la guerra empezó a interferir
en su vida. A partir de esa edad el chico dejó de gozar de los cuidados en el hogar y se
convirtió en un pequeño más bien quieto y silencioso. Por aquellos días se convirtió en un niño
demasiado propenso al catarro. La tendencia catarral se mantuvo y no se vio afectada
favorablemente por la extirpación de las amígdalas, que sufrió a los 6 años. Debido a la
obstrucción nasal el sueño fue siempre difícil. Además Philip padecía fobia a ser herido y
después de la operación le tomó fobia a los médicos.
Durante la guerra el padre permaneció ausente durante mucho tiempo; al finalizar el conflicto
se retiró del ejército y se puso a reconstruir su hogar. Los trastornos de la guerra provocaron
una seria ruptura que afectó más a Philip que a su hermano. En defensa contra la inseguridad
ambiental Philip adoptó un repliegue y una relativa falta de coordinación.
Entre los 2 y los 4 años (guerra) de edad Philip y su hermano estuvieron lejos de casa con su
madre, luego regresaron al hogar originario. Sin embargo, el hogar, que había quedado
desecho cuando Philip contaba con 2 años, no se recompuso hasta que el padre se retiró del
ejército, no mucho antes de la fecha de la consulta.
A la edad de 6 años, sucedió el mayor de los trastornos de Philip que fue el nacimiento de la
hermana. La madre le dijo a W que al principio se mostró consternado y abiertamente celoso
pero que pronto le tomó afecto a la pequeña y reemprendió unas buenas relaciones con la
madre, aunque no tan buenas como las de antes del nacimiento.
La madre contó a W que tanto ella como el padre ansiaban que su segundo hijo fuese una
niña. Cuando el que nació fue Philip tardaron algún tiempo en adaptarse a la idea de que
habían tenido otro chico. Al cabo del tiempo el nacimiento de la pequeña representó un gran
alivio para la flia y liberó a Philip de un sentimiento de que querían que fuese distinto de lo que
realmente era.
La extirpación de las amígdalas tuvo lugar poco después del nacimiento de la hermana. Al
regresar a casa traía consigo el reloj de la enfermera. Durante los siguientes 3 años robó otro
reloj y dinero, que siempre gastaba. También se desarrolló en él la pasión de la bibliofilia
(persona aficionada a los libros).
El director de la escuela escribió a los padres diciéndoles que sacasen de ella a Philip, pues el
niño era la causa de una epidemia de robos que se estaba produciendo en la escuela.
Es así, como a los 6 años comenzó la degeneración de la personalidad de Philip, degeneración
que era progresiva y llevada hacia una sintomatología de mayor cuantía a los 9 años, motivo
por el que le fue llevado a W.
Segunda entrevista
Philip anunció que el brujo y su voz habían desaparecido a raíz de la primera entrevista
(psicoterapéutica). También los impulsos de robar. En un dibujo, que representaba la casa del
brujo, W. se hallaba en dicha casa armado con una escopeta, mientras que el brujo emprendía
la retirada.
Tercera entrevista
Empezó con un dibujo en el que se ve a su enemigo dejando caer un cuchillo sobre su galgo
(perro). El enemigo es el hijo del tío que tan importante papel desempeñó en su vida durante la
depresión. El primo en cuestión era odiado debido al fuerte cariño que Philip sentía por el padre
del primo, su tío.
La enfermedad en el hogar
Philip fue aceptado en la casa como niño enfermo al que era necesario permitirle que
enfermase aún más. El niño tenía derecho a recibir lo que todo niño tiene derecho a recibir al
principio: un período durante el cual el medio ambiente debe adaptarse activamente a las
necesidades del niño. Gradualmente Philip fue replegándose y haciéndose dependiente.
Cuando llegó al fondo empezó a orinarse en la cama.
Todo esto transcurrió durante unos 3 meses.
Una mañana quiso levantarse. El hecho señaló el principio de su gradual restablecimiento, en
el que no se registró ningún retroceso. Los síntomas fueron esfumándose y el chico se halló en
condiciones de volver a la escuela.
W. concluye diciendo que hubiera sido inútil tratar de curar la enuresis de Philip sin afrontar la
necesidad regresiva que había tras ella.
Creo que W. plantea en este caso como necesaria la regresión porque postula que el desarrollo
del niño, especialmente al comienzo, depende de una provisión ambiental suficientemente
buena. Esto es lo que quizás no tuvo Philip por el estallido de la guerra y es lo que se intenta
reparar en el hogar a través de esta regresión donde el medio debe adaptarse a sus
necesidades.
Winnicott, “Exploraciones psicoanalíticas II”.
Caso clínico Jane. Deducciones extraídas de una entrevista psicoterapéutica con una
adolescente
W. establece que la palabra “pubertad” designa una etapa del proceso de maduración física. La
adolescencia, en cambio, es la etapa de transición hacia la adultez merced al crecimiento
emocional. De este modo, el autor plantea que es común que varones y mujeres pasen por el
desarrollo puberal sin experienciar la adolescencia y sin arribar a la madurez emocional.
La adolescencia abarca un período durante el cual el individuo es un agente pasivo de los
procesos de crecimiento. La única cura para la adolescencia es el paso del tiempo, el paso de
esos 3 a 6 años al final de los cuales el adolescente se transforma en un adulto, es decir, se
vuelve capaz de identificarse con las figuras parentales y con la sociedad sin necesidad de
adoptar soluciones falsas.
Jane, de 17 años, es derivada a W. por su médico clínico. Se ha apartado por completo de
todas las relaciones familiares.
W. considera que la única manera adecuada de reunir la historia de un caso es tomarla del
paciente tal como éste la presenta y así lo hizo con Jane. La historia recibida del paciente tiene
un valor propio, por más que los datos sean inexactos o contradictorios.
La vio primero a Jane y luego ajustó su relación con los padres por teléfono y por carta. No vio
personalmente a nadie de la flia más que a Jane.
W. destaca lo difícil que es decidir si la persona que uno está atendiendo es un chico o chica
sano con las congojas propias de la adolescencia o alguien que está enfermo desde el punto
de vista psiquiátrico, en la edad de la pubertad. Es decir, si lo que uno tiene frente a sí es
adolescencia o una detención o distorsión de la adolescencia debida a una enfermedad.
Espera ilustrar con este caso dicha dificultad.
La flia de Jane estaba constituida por su padre, su madre (separados en el momento de la
consulta) y una hermana 14 meses mayor que ella, hermana de cuya influencia en el momento
de la consulta estaba libre pues se había casado y mudado a otra ciudad. Jane venía por
voluntad propia.
En el transcurso de las entrevistas Jane describió un cuadro de afinidad con cada una de las
anormalidades psiquiátricas, una por vez. Sabía de la melancolía, de la esquizofrenia, de la
sospecha y tendencias paranoides y había en su flia antecedentes de patologías mentales.
Contó que su hermana, quien tan sólo tenía 14 meses cuando Jane nació, la odiaba y que la
había tomado como un aspecto de ella misma. Jane se había dejado tomar y alternativamente
había elaborado la técnica del apartamiento (se había escindido en dos mitades la de la
hermana y la suya donde había adoptado el retraimiento). Por ello, en los juegos que
realizaban juntas sus personalidades se fundían.
Así, Jane y su hermana eran como una sola persona total, pero a Jane le quedó su mitad que
consistía en pasar la mayor parte de su vida retraída. Llega a W. por su retraimiento y su
hermana tenía la otra mitad que rechazaba la idea de una hermana, tenía un temperamento
extravertido y debía hacer una vida separada de la de su hermana y negar la importancia de
Jane. Las hermanas tenían que separarse la una de la otra para poder establecerse como selfs
unitarios.
Entonces, más allá de la fusión, estaba la mitad retraída de Jane y la mitad extravertida de su
hermana.
En lo que respecta a la relación de Jane con su madre había dicho que a su madre la quería
profundamente pero que no quería verse envuelta en ningún enredo emocional con ella, estaba
tratando de ser una persona individual, de establecer su identidad y no podía hacerse cargo de
las preocupaciones de su madre respecto de su infelicidad y su soledad. Refiriéndose a ella
decía: “tengo que hacer cualquier cosa con tal de mantenerla a distancia”.
Ante este panorama W. le dijo a Jane que, por lo que él podía ver, el problema que tenía con su
madre además de implicar una defensa contra la homosexualidad y contra verse envuelta en la
desazón y la soledad de la madre, implicaba un peligro mayor y Jane lo notaba: este peligro
era su temor de que la madre ocupase el sitio de la hermana en esa relación de fusión, pues
así recomenzaría la situación anormal que, históricamente hablando, se había basado en el
odio de la hermana hacia Jane y en la adaptación de éstas última a dicho odio. Jane tenía la
esperanza de evolucionar de modo de salir del retraimiento, pero esto implicaba que aceptara
sentirse dividida y que tolerase aceptar la idea de que en esa escisión las dos mitades
componían su self unitario. Para relacionarse con la madre debía alcanzar ese self unitario o
identidad.
Para concluir, W. consideró este caso como el de una chica sana.
Hipótesis mía: W. se denomina a si mismo objeto subjetivo, cumplió en este caso la función de
objeto transicional?
Anna Freud ejerció una gran influencia sobre el modo en que se desarrolló el psicoanálisis en
EEUU. En cambio, M. Klein fue más influyente en Londres, Inglaterra.
En lo que respecta a Winnicott, al ser pediatra y poder hacer que las madres le hablasen de
sus hijos y de las primeras manifestaciones de sus trastornos, no tardó en ver de qué modo el
psicoanálisis permitía una perfecta comprensión de lo que se ocultaba en la vida de los
pacientes infantiles, y de la eficacia de la teoría psicoanalítica.
Corrían los años 20’ (1920) y parecía que todo tenía su origen en el complejo de Edipo. Sin
embargo, los casos que pasaban por su consultorio demostraban que los niños aquejados de
algún trastorno psiconeurótico, psicótico, psicosomático o antisocial, ya daban señales de
padecer alguna anomalía de su desarrollo emocional durante la primera infancia, incluso
cuando sólo eran unos bebés. En muchos casos se hallaban presentes una enfermedad y una
organización defensiva correspondientes a fases más precoces y, además, eran numerosos los
niños que no llegan a algo tan saludable como es el complejo de Edipo en la edad de los
primeros pasos. Lo importante para Winnicott es que si bien no se perdía la fuerza del
Complejo de Edipo, se estaba trabajando sobre la base de angustias derivadas de los impulsos
pregenitales.
Winnicott trabajó bajo el asesoramiento de M. Klein (discípula de Abraham), pues consideró
que esta analista tenía mucho que decir sobre las angustias propias de la primera infancia.
Para M. Klein, el análisis de niños era igual al de adultos. Winnicott comenzó con la misma
convicción que aún conserva. Klein utilizaba una serie de juguetes que se adaptaban a la
imaginación infantil. Representaban para W. algo más útil que una simple charla y que el dibujo
que él había empleado siempre y que debía conservar.
Klein sabía convertir la realidad psíquica interior en algo muy real. Para ella, el modo de jugar
del niño constituía una proyección de la realidad psíquica del pequeño. Evitaba salirse del
papel del analista y las interpretaciones eran principalmente de transferencia. Pero poco a poco
W. comenzó a apartarse de los aportes kleinianos. Klein profundizó más y más en los
mecanismos mentales de sus pacientes, aplicando luego sus conceptos al bebé en
crecimiento. Y es aquí donde para W. se ha equivocado ya que, en psicología, una mayor
profundidad no es siempre lo mismo que una mayor precocidad (no por conocer más en
profundidad el análisis se puede aplicar más temprano).
W. considera probable que gran parte de los escritos de Klein, correspondiente a los últimos
años de su vida, se hayan visto perjudicados por su tendencia a atrasar más y más la edad en
que aparecen los mecanismos mentales hasta el, punto de encontrar la posición depresiva en
las primeras semanas de vida. Además considera que Klein afirmó haber prestado debida
atención al factor ambiental pero, en opinión de W., fue incapaz de hacerlo.
Para W. la aportación más importante de Klein tiene que ver con su postulación de esa fase
compleja del desarrollo que denominó “posición depresiva”. La llegada a esta fase se asocia
con ideas de restitución y reparación (que constituyen un logro), ideas que son necesarias para
que el individuo humano pueda aceptar las ideas destructivas y agresivas que hay en su propia
naturaleza.
W. considera que este aporte kleiniano está a la misma altura que el concepto freudiano del
complejo de Edipo. Éste se refiere a una relación tripersonal, mientras que la posición
depresiva se refiere a una relación bipersonal: la existente entre el niño y la madre.
Cap. 3: El juego
La afirmación de W. es que el juego debe ser estudiado como un tema por sí mismo.
Para asignar un lugar al juego postula la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la
madre. Espacio que varía en gran medida según las experiencias vitales del bebé en relación
con la madre o con la figura materna y que W. enfrenta: al mundo interior y a la realidad
exterior. La zona de juego no es una realidad psíquica interna, se encuentra fuera del individuo,
pero no es el mundo exterior. En ella el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior
y los usa al servicio de la realidad interna o personal. Al jugar, manipula fenómenos exteriores
al servicio de los sueños e inviste a algunos de ellos de significación y sentimientos oníricos.
W. plantea que hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al
juego compartido y de él a las experiencias culturales.
A su vez, postula que el juego es universal y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y
por lo tanto esta última; conduce a relaciones de grupo; puede ser una forma de comunicación
en psicoterapia y, por último, el psicoanálisis se ha convertido en una forma muy especializada
de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás.
En el juego de situaciones dramáticas el niño pone en acción sus situaciones dramáticas y las
vive plásticamente.
Por último, W. establece que el juego es una experiencia siempre creadora, en él el niño y el
adulto están en libertad de ser creadores, y que su precariedad se debe a que se desarrolla en
el límite entre lo subjetivo (casi alucinación) y lo que se percibe de manera objetiva (realidad
compartida).
Psicoterapia
Es bueno recordar que el juego es por sí mismo una terapia. Conseguir que los chicos jueguen
es ya una psicoterapia de aplicación inmediata y universal.
La tesis de W. es que la psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del
paciente y la del terapeuta. Está relacionada con dos personas que juegan juntas. Si el
terapeuta no sabe jugar no está capacitado para la tarea. Si el que no sabe jugar es el
paciente, hay que hacer algo para que pueda lograrlo después de lo cual comienza la
psicoterapia, pues cuando esto ocurre (cuando el paciente carece de capacidad para jugar), la
interpretación es inútil o provoca confusión. En cambio, cuando hay juego mutuo la
interpretación, realizada según principios psicoanalíticos aceptados, puede llevar adelante la
labor terapéutica. Y si se desea avanzar en la psicoterapia este juego tiene que ser espontáneo
y no de acatamiento o aquiescencia (aquiescencia: que consiente, permite).
El corolario de esto es que cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se orienta a
llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a uno en que le es posible hacerlo. El
motivo de que el juego sea tan esencial consiste en que en él el paciente se muestra creador.
Objeto transicional: el objeto transicional es un objeto que el niño usa para comenzar la
separación de su madre, no es interno, porque existe en la realidad pero tampoco es externo
porque esta catectizado, es un sustituto del pecho materno, único en cada niño y es la primera
posesión no-yo. Es un objeto material que posee valor electivo para el lactante y el niño
pequeño, especialmente en el momento de dormirse, es una defensa contra la ansiedad. El
recurrir a objetos de este tipo constituye, para W., un fenómeno normal que permite al niño
efectuar la transición entre la primera relación oral con la madre (en la que se encuentran
fusionados) y la verdadera relación de objeto (donde se percibe a la madre como algo exterior
y separado).
Con el nombre de fenómenos transicionales W. se refiere a un espacio particular de
experiencia que no es definible como totalmente subjetiva ni como completamente objetiva.
Este espacio no es interior al aparato psíquico, pero tampoco pertenece del todo a la realidad
exterior y constituye el campo intermedio en el que se desarrollarán tanto el juego como otras
experiencias culturales (en este espacio intermedio tienen lugar tanto los objetos transicionales
como los fenómenos transicionales, esto últimos tiene que ver con conductas, con el uso que
se hace de los objetos que no forman parte del cuerpo del niño).
En este texto W. procura describir un medio para observar objetivamente a los niños, medio
que se halla basado en la observación objetiva de paciente sometidos a análisis y que, al
mismo tiempo, está relacionado con una situación hogareña normal. Describe una situación fija
y muestra lo que considera una secuencia normal (es decir sana) de acontecimientos en esta
situación fija. A su vez establece que el comportamiento del pequeño no puede ser explicado
sino sobre el supuesto de que existen fantasías infantiles.
Si se trata de un niño pequeño, de un bebé, W. le pide a la madre que tome asiento ante él,
con la esquina de la mesa entre ella y él. Ella se sienta con el pequeño en la rodilla. De forma
rutinaria, W. coloca en el borde de la mesa el bajalengua en ángulo recto. Invita a la madre a
colocar al pequeño de tal manera que si lo desea pueda tomar el bajalengua. W. explica a la
madre que durante un tiempo evitarán intervenir en la situación, de forma que lo que suceda
pueda atribuirse a la espontaneidad del pequeño. La capacidad o incapacidad de la madre para
seguir esta sugerencia (de no intervenir) demuestra en cierto modo cómo es en su propia casa.
Primera fase: el bebé se siente atraído por el bajalengua. Pone su mano encima, pero en este
momento, en forma inesperada, descubre que la situación debe ser meditada. Se halla en un
aprieto. O bien, con la mano apoyada sobre el bajalengua y el cuerpo inmóvil, mira a W. y a su
madre con los ojos muy abiertos, o bien en ciertos casos su interés se desvanece del todo y el
pequeño esconde la cara en la blusa de su madre. Sin que la madre haga nada para
tranquilizarlo se puede observar cómo el pequeño gradual y espontáneamente vuelve a
recobrar su interés por el bajalengua.
Segunda fase: todo el rato, durante el período de “hesitación” (duda), como lo llama W. el
pequeño mantiene el cuerpo quieto pero no rígido. Paulatinamente se va envalentonando lo
bastante como para dejar que sus sentimientos se desarrollen. Al cabo de un rato el niño se
mete el bajalengua en la boca y lo mastica con las encías. El cuerpo se mueve con soltura.
Tercera fase: en ella el niño deja caer el bajalengua como por accidente. Si le es devuelto se
alegra, vuelve a jugar con él y de nuevo lo deja caer, pero esta vez menos accidentalmente. Al
serle devuelto otra vez, lo deja caer a propósito y disfruta librándose agresivamente de él y en
especial disfruta al oírlo tintinear cuando choca con el suelo.
Esta descripción es válida como normal sólo para los niños entre los 5 y los 13 meses.
W. considera que en esta “situación fija” es posible llevar a cabo una labor terapéutica.
Desviaciones de la normalidad
La variación principal la constituye la hesitación inicial, que o bien es exagerada o bien brilla
por su ausencia. Un bebé, por ejemplo, no mostrará ningún interés visible por el bajalengua y
dejará pasar un largo tiempo antes de que sea conciente de su interés o antes de reunir el
valor suficiente para mostrarlo. Por el contrario, otro agarrará el bajalengua y se lo meterá en la
boca en el espacio de un segundo. En uno y otro caso existe una desviación con respecto a lo
normal.
En otra de las variaciones de la norma, el pequeño toma el bajalengua e inmediatamente lo
arroja al suelo, cosa que repite tan pronto como le es devuelto por el observador.
Casi con seguridad hay una correlación entre estas y otras variaciones de la norma y la
relación del niño con los alimentos y las personas.
Discusión de la teoría
La hesitación que manifiesta el niño es un signo de angustia, aunque aparezca normalmente.
Si nos preguntamos por qué hesita el pequeño después del primer gesto impulsivo estaremos
de acuerdo en que ésta es una manifestación del superego (superyó?). En cuanto al origen de
esto, la hesitación normal del pequeño no puede explicarse haciendo referencia a la actitud de
los padres. Esto no quiere decir que la actitud de los padres, por ejemplo desaprobar que se
lleve cosas a la boca no influya, influye considerablemente en ciertos casos. Pero el “algo” que
provoca la angustia se halla en la mente del niño, y es la idea de una posible severidad o
castigo. Es en la mente del niño donde existe el peligro y éste sólo puede explicarse partiendo
del supuesto de que tiene fantasías o algo equivalente.
El bajalengua representa diversas cosas: pechos, pene, gente, etc.
En la situación fija, el niño que se halla en observación le da a W. una serie de claves
importantes con respecto al estado de su desarrollo emocional. Puede que en el bajalengua
vea solamente un objeto que puede tomar o dejar y al que no relacione con un ser humano.
Esto quiere decir que en él no se ha desarrollado la capacidad para construir la persona
completa partiendo del objeto parcial, o bien que ha perdido dicha capacidad. También puede
comportarse de tal modo que demuestre que detrás del bajalengua lo ve W. o a su madre y
actúe como si el objeto formase parte de W. o de la madre. En tal caso, si toma el bajalengua
es como si tomase el pecho de su madre. Finalmente, cabe también que vea a su madre y a W.
y considere que el bajalengua es algo que tiene que ver con la relación que hay entre su madre
y W. mismo. En la medida en que éste sea el caso, al tomar o dejar el objeto, el pequeño
establece una diferencia en la relación de dos personas que representan al padre y a la madre.
La experiencia de desear al bajalengua, tomarlo y hacerlo suyo sin que se altere la estabilidad
del medio inmediato, actúa como una especie de lección objetal que tiene valor terapéutico
para el niño. A la edad que estamos estudiando y durante toda la niñez tal experiencia no es
sólo tranquilizadora: el efecto cumulativo de experiencias felices y un ambiente estable y
amistoso en torno al niño es la confianza en la gente que habita el mundo exterior, así como su
sentimiento general de seguridad. También se ve reforzada la creencia del pequeño en las
cosas y relaciones buenas que hay en su interior. Estos pasos encaminados a la solución de
los problemas centrales se dan en la vida cotidiana del bebé y del niño pequeño, y cada vez
que se resuelve el problema, algo viene a sumarse a la estabilidad general del sujeto, al mismo
tiempo que se fortalecen los cimientos del desarrollo emocional. Por eso W. afirma que en el
curso de sus observaciones es también el responsable de la producción de cambios
encaminados a la salud.