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GONZALEZ, Pilar: “TRABAJO SOCIAL: ¿Una aventura del sentido común?


Ponencia presentada en las XIX Jornadas Nacionales de Trabajo Social – Mar del Plata –
Pcia. de Buenos Aires – 15 al 19/10/199

Trabajo Social: ¿Una aventura del sentido común?

El trabajo que presento en esta oportunidad es el resultado de una


investigación exploratoria descriptiva que llevo a cabo desde el periodo Marzo
1995 – Diciembre 1996 entre los asistentes sociales que trabajan en el casco
urbano de la ciudad de Olavarría ubicada en el centro oeste de la ciudad de
Bahía Blanca.

Siempre me ha preocupado el desfasaje que existe entre los enunciados


académicos y la práctica profesional cotidiana del Trabajo Social. Sé que este
problema no es privativo de nuestra profesión la visión binaria teoría – practica
es observable en muchos campos profesionales). Sé también que otros colegas
se ocupan de este tema. Pero mi motivación primera es indagar en la práctica
profesional de los trabajadores sociales que operan en una ciudad donde no
existe un centro de formación académico universitario y que tampoco cuenta
con espacios formales de discusión profesional.

Las primeras observaciones me indican que la falta de especialización de


nuestra intervenciones siempre encuentran justificación en el afuera (nos
obstaculiza la institución, la decadente economía del país, el tiempo que no
alcanza, la comunidad que no participa, los cambios continuos de la realidad) o
bien, “depende de la persona” que ejerce la profesión (de sus concepciones,
interpretaciones, cualidades, intereses, motivaciones y ganas).

Si bien es cierto que al interior de un campo intervienen condiciones objetivas


externas y una dimensión activa generada por los agentes que ocupan
posiciones dentro de ese campo para defender los intereses con él ligados –
donde la subjetividad adquiere un valor al que hay que respetar- es claro que
las limitaciones a una intervención profesional especializada no pueden
descansar así nomas en ellos. Me animo a decir que tales justificaciones nos
libran de responsabilidades como cuerpo profesional en pos del cual
compartimos un origen común, un cuerpo común, saberes comunes,
procedimientos comunes, una ley que nos define. ¿Qué pasa que no nos
hacemos preguntas hacia adentro? ¿Nos preguntamos acaso que pasa con
nuestro relacionamiento profesional, con lo poco que practicamos la tan
halagada actitud científico-profesional que siempre proclamamos?
Es así que comienzo esta investigación guiada por un problema de origen
general:

 ¿Existen limitaciones internas al cuerpo profesional que obstaculicen la


intervención especializada del Trabajo Social?

Este interrogante posibilita la vinculación de otros:

 ¿Qué dimensiones de esas limitaciones internas son reconocidas,


admitidas y expresadas por los profesionales?

 ¿Cuáles son los aspectos favorables de la práctica profesional que


pueden potenciar la intervención especializada?

Hablemos de nuestras limitaciones.

Que la práctica profesional de los trabajadores sociales es vaga, ambigua,


limitada; que se desarrolla más apremiada por la inmediatez y la urgencia
antes que por acciones reflexivas, intencionadas, organizadas no es una
novedad para quienes ejercemos esta profesión.

Hace ya casi medio siglo que venimos hablando acerca de que nuestra práctica
transcurre atendiendo necesidades inmediatas y materiales, que nos abruman
la gran cantidad y diversidad de acciones cotidianas que nos demandan, que
no contamos con recursos para actuar más especializadamente, que la apatía y
el desgano de las personas con las que trabajamos no nos acompaña.

Decimos sobrellevar la carga de modelos políticos que no atienden las


necesidades de la gente; que no les interesa abrir espacios de trabajo
comunitario; que son contradictorios ya que “parece mentira… cada vez
avanzamos más y cada vez hay más chicos indocumentados y descalzos”; que
los problemas económicos que trae aparejados nos obliga a “seguir en el
puesto” por el sueldo (aunque sus bajos valores no nos han convocado aun
como fuerza de lucha), a estar más sensibles y ver todo negativo.

Para no perder nuestra capacidad de acción, invención y producción de nuevas


estrategias, desde los espacios académicos, congresos, encuentros se viene
insistiendo en la necesidad de trascender las intervenciones
fundamentalmente guiadas por sentido común, convicción y compromiso
procurando superar visiones binarias, incorporando dimensiones analíticas y
científicas, investigando, diagnosticando, interviniendo en forma planificada,
evaluando, registrando, supervisando y supervisándonos.

Con la misma intención, las nuevas tendencias teorico-metodologicas


promueven la incorporación de la perspectiva fenomenológica; sistemática; el
gerenciamiento social; la mediación; la inserción profesional en la práctica
cotidiana de los sujetos; la delimitación del objeto sobre el que hemos de
intervenir. Siempre hemos insistido en la necesidad de reflexionar críticamente
y de producir conocimiento propio.

Pareciera que estas propuestas para intervenir especializadamente poco son


puestas en práctica por los trabajadores social olavarrienses. Al contrario, las
asociamos con un trabajo serio, pautado, reflexivo, que nos ha sido “enseñado”
durante nuestra formación académica y cuyas posibilidades de aplicación en
tareas cotidianas que requieren tant5a urgencia e inmediatez son casi nulas.

Estas apreciaciones se confirman cuando nos adentramos en un análisis


profundo de nuestra práctica. Encontramos, al interior del cuerpo profesional,
algunas limitaciones que obstaculizan la posibilidad de intervenir
especializadamente, es decir:

• Integrando el conocimiento y la acción;

• Con fundamentos, procedimientos y finalidades teórica y


metodológicamente orientados y contextualmente interpretados;

• Para poder incidir en la modificación de los procesos a través de los


cuales los sujetos luchan por sus necesidades.

La falta de definición del objeto de intervención profesional, la ausencia de un


análisis dinámico del contexto comunitario, político-social e institucional desde
donde intervenimos y profundas confusiones conceptuales expresan nuestras
limitaciones profesionales para intervenir en forma especializada.

¿Sobre qué intervenimos?

Los trabajadores sociales nonos ocupamos de identificar qué aspectos del


problema social que abordamos son susceptibles de ser modificados por
nuestra intervención especializada. De ahí que desperdiciamos esfuerzos
diluyéndolos en acciones ambiguas, vagas, sin un porque ni un para que,
agotadoras, ineficientes e ineficaces.

No definimos el objeto sobre el que hemos de intervenir especializadamente -ni


tampoco aludimos a la necesidad de identificarlo- en tanto:

Quedamos esperando que el problema venga o “salte”; el problema viene por


demanda espontanea o bien, “salta”, “salió eso”.

Comenzamos a actuar sobre la posible consecuencia antes que sobre la


definición del problema. Apresuramos nuestra acción más allá de lo que aún no
conocemos.
Seguimos trabajando sobre problemas a los que caracterizamos en forma
vaga, incorrecta, e insuficiente (“sobre todo el eje del contexto social…”;
“sobre esa cosa que tenía…”).

Solo nos interesa “ver cómo está la cosa” abordando varios problemas al
mismo tiempo; sin clarificar cual es el problema de fondo, sus manifestaciones
o problemas que de él se derivan; limitándonos a emitir alguna opinión acerca
de los motivos que lo causaron.

Confundimos el objeto de intervención con el objeto demandado en sí mismo.


Es común que al dar comienzo a una visita domiciliaria digamos “vengo por la
leche”. Lo curioso es que confundimos la leche con el problema que requiere
ser modificado por nuestro accionar especializado o viendo la necesidad de
intervenir sobre la carencia o falta de ese alimento. No podemos afirmar que
esa expresión sea una herramienta de mediación que utilizamos en nuestro
discurso ya que la realidad traduce otra cosa cuando afirmamos “lo nuestro
ayuda paliativa, nada más”. El objeto de intervención queda así planteado.

No nos interesamos en detectar cual es el significado que el sujeto que lo porta


atribuye a su problema. Para ello, basta con las evidencias y con nuestras
suposiciones, creencias y observaciones. Si en algunos casos nos preocupamos
por conocer como lo vivencian, no lo tendremos en cuanta a la hora de decidir
que hacer.

No siempre ubicamos el problema en interrelación con la dinámica intra-


institucional. Por lo general, metemos indistintamente en una misma bolsa, la
necesidad del sujeto y la necesidad de la institución.

Peligrosamente confundimos el objeto de intervención con el sujeto que lo


porta. Es cierto que hay que superar visio0nes binarias y que no puede dejar
de considerarse la implicancia mutua entre objeto y sujeto. Pero implicancia no
es mimetización.

Si el sujeto es confundido con el problema terminamos operando sobre el


portador (“ese chico es un problema”) antes que sobre el problema en sí
mismo. Y bien sabido es que mientras no trabajemos sobre el problema que –
en definitiva- es el que no permite al sujeto buscar por sus propios medios los
satisfactores de su demanda, ninguna modificación será factible desde nuestra
intervención profesional.

Algunas posibles consecuencias de la falta de identificación del objeto


de nuestras intervenciones.

Al no hacer un esfuerzo racional, metódico, sistemático por aprehender el


objeto de nuestra intervención, no podemos identificar porque intervenimos. Es
así que ninguno de los profesionales abordamos el problema que se nos
presenta porque consideremos que nuestro accionar especializado resulte
necesario para modificarlo. Intervenimos porque cargamos de estigmatismo a
los sujetos implicados (“porque por ahí ellos no se dan cuenta del mal que le
están haciendo a la nena”), porque no es impuesto porque nos es impuesto por
el medio externo o bien, porque “justo por casualidad” se presentó el
problema.

Por el mismo motivo, tampoco podemos identificar el para qué de nuestras


intervenciones. Los objetivos –más bien intenciones- son vagamente definidas,
ilimitados en su número (sin ser gradualmente pretendidos), no claros,
imprecisos, no realistas, no evaluables ni medibles, sin tiempo de cumplimiento
y sin ser definidos con la participación de los responsables de su logro. No
tenemos en cuenta los objetivos de la institución ni de la política social que
opera en nuestro campo de actuación.

Basamos los fundamentos de estas instituciones en convicciones propias de


actuación, en nuestras suposiciones o bien, en exigencias externas de
superiores.

Si no identificamos sobre que porque ni para que intervenimos, no es difícil


comprender porque los trabajadores sociales no logramos condensar el papel,
(ni su significado) que desempeñamos en la institución desde donde
intervenimos lo cual no deja de generarnos angustia. Cuanto nos cuesta
responder al tal habitual interrogante: ¿Cuál es tu función aquí? Terminamos
aludiendo a una serie, bastante larga por cierto, de actividades y tareas que
desarrollamos en nuestro quehacer cotidiano.

Si más allá de las pocas poca diferencias que podemos observar en diferentes
campos de actuación, no es posible identificar en cada uno de los niveles de
intervención, el desempeño de los papeles que prevalecen por sobre todos los
demás.

Se trata de los roles que cumplimos como gestionadores en tanto realizamos


trámites administrativos para los sujetos portadores de problemas (los que
asiduamente hacemos para la institución los llamaríamos mandados).
Asumimos estos trámites como intervenciones completas e integrales en sí
mismas: sacar un turno, tramitar documentos, conseguir remedios constituyen
el principio y culminación de gran parte de las intervenciones que los
trabajadores sociales llevemos a cabo cotidianamente a pesar de que en pocas
oportunidades, algunos opinen que no competen a nuestra incumbencia
profesional.

También nos desempeñamos como acompañantes cuando los trabajadores


sociales decimos que:
• Brindamos ayuda para contener el síntoma (angustia: “lloro, me conto,
lloro”; “vienen a matarte”) de una situación problema.

• Charlando “un ratito”, escuchando, aconsejando, “machacando y…”

• Derivando a otras prácticas profesionales para que “completen” esa


ayuda (“que los ayude a pensar completamente”). Esa derivación
consiste en orientar, ofrecer información acerca de recursos
institucionales a los que pueden demandar la ayuda o llevar, acompañar
a los lugares donde estos funcionan.

No podemos proceder metodológicamente si no identificamos sobre que hay


que aplicar ese procedimiento algunas veces ignorado, otras no identificado
claramente, íntimamente ligado con nuestra época de formación, desligado del
trabajo cotidiano y de nuestras incumbencias profesionales.

No investigamos ni diagnosticamos ni planificamos nuestras intervenciones en


el nivel individual/familiar cuando, paradójicamente, donde más intervenimos
es en este nivel.

En niveles grupales, diagnosticamos y planificamos si es necesario para


responder al plan de trabajo que implementamos o a exigencias externas que
provengan de la política social o de las autoridades de la institución.

Solo relacionamos el nivel comunitario con el procedimiento metodológico;


pero aquí intervenimos eventualmente (si la política social de campo donde
actuamos lo exige a través de la implementación de algún plan).

Cuando consideramos haber diagnosticado, no logramos transmitir esos


“diagnosticamos” sin trascender el relato anecdótico (sin convertirnos en la
“chusma”): transmitimos información sin transformarla en datos relevantes a
los intereses de intervención de otras prácticas. De este modo “hemos dado la
imagen de que esto es muy fácil”. Los trabajadores sociales opinamos sobre lo
social del mismo modo que todos (prácticas profesionales o no), no hacen o
pueden hacerlo.

Al no estar claro sobre que hemos de intervenir planificadamente derivamos en


planificaciones que no siempre son coherentes con el problema que hemos de
abordar (lo mismo sucede al momento de ejecutar lo planeado) o bien, en una
serie de acciones guiadas por compromiso u obligación, convicción o
mecanismos pautados que repetimos habitual e irreflexivamente.

Para lograr “algo” (ya dijimos que, por lo general, no definimos objetivos
claros) terminamos utilizando básicamente tres estrategias: dar, coercionar o
decir lo que tiene que hacer (lo que comúnmente llamamos aconsejar).
Además de que ese “algo” la mayoría de las veces no se logra, terminamos
utilizando la información recogida en forma deficiente e incluso, nuestras
intervenciones llegan a diluirse en prácticas no profesionales (“así, a veces,
terminas haciendo hasta de padre…”).

La no definición del objeto de intervención también nos lleva a que no


tengamos nada cierto sobre que evaluar. Es así que no logramos trascender
opiniones o juicios guiados por sentimientos, apreciaciones personales, y
creencias (“sentí… bueno que por lo menos te escucho”) que, en el mayor de
los casos, podríamos incluir dentro del rubro de las evaluaciones informales.
Entre quienes pretenden profundizar un poco procuran opinar porque pasa lo
que pasa, pero opinan en función de las evidencias mientras que el problema
de fondo continúa sin ser abordado.

¿Desde qué contexto intervenimos?

Estableces las posibilidades y límites de nuestra intervención profesional


parece no caber entre nuestras preocupaciones. Quizás, por ellos nos
contentamos con conocer apenas parcial y descriptivamente el contexto
comunitario, político social e institucional desde donde trabajamos sin
considerar la importancia de analizar dinámicamente nuestra función en ese
contexto.

Conocemos la incidencia en nuestra comunidad local de los problemas que


abordamos sin trascender el número de demandas que se nos presentan
dentro de los muros de la institución donde trabajamos. Cualquier tendencia
que estimemos nos basta fundamentarlas en nuestras impresiones personales.

Conocemos parcialmente los recursos de la comunidad local y barrial con los


que podemos contar en nuestras intervenciones, o bien, poseemos un
conocimiento desactualizado de ellos siendo que trabajamos en una
comunidad media que aún conserva atismos de relaciones cercanas.

Contamos entre los recursos solo a las instituciones(los financiamientos y


materiales parecen no caber en nuestras incumbencias profesionales). Más
poco nos relacionamos con ellas a pesar de que se encuentren en nuestro
mismo campo de actuación.

Los trabajadores sociales olavarrienses no relacionamos la política social que


opera en nuestro campo de actuación con nuestras intervenciones
profesionales, o bien, la relacionamos muy poco. En principio no entender muy
claramente de que se trata bastándonos con conocerla parcial y
descriptivamente.

Este carácter parcial y descriptivo radica en que reducimos la política social a


los programas que son enviados desde organismos oficiales “que están más
arriba” de los cuales, a su vez, no conocemos más que sus destinatarios y la
vía administrativa (provincia, nación…) para la gestión de recursos materiales
y en menor medida, financieros.

No logramos opinar sobre la coherencia entre los objetivos, políticas de acción


y metas institucionales y profesionales con las que impulsa la política social del
campo ni se prevé un análisis de las posibilidades y límites que estos
programas tienen a nivel local. Hay una aceptación, un acomodamiento tácito:
baja el programa, bajan con él los recursos, se implementa el programa.

También la realidad institucional se toma como viene dada sin interpretación


de su dinámica. Describimos parcialmente los servicios que presta; no
logramos explicitar los objetivos; no identificamos los principios que orientan la
organización lineal que las caracteriza (apenas referimos descriptivamente a
las áreas en que se organizan); no reparamos en que, el lugar donde decimos
que somos ubicados en el organigrama, no es respetado en el accionar
concreto; no distinguimos explícitamente quienes ejercen al poder real y el
poder formal impidiendo que identifiquemos a quien es conveniente dirigirse o
responder; no distinguimos explícitamente los canales formales e informales
con los que habitualmente nos comunicamos; con cometarios dispersos y
generalizados caracterizamos el perfil de los usuarios de los servicios y sus
demandas.

Manifestamos no tener problemas comunicacionales al interior de los equipos


técnicos que operan en la institución. Sostenemos que, por lo general nuestras
opiniones son tenidas en cuenta por otras prácticas aunque, paradójicamente,
no contamos con espacios formales de intercambio con ellas.

Si bien conocemos los recursos con los que cuenta la institución (solo quienes
trabajan en el ámbito privado incluyen a los financieros), no cabe entre
nuestros suposiciones que el Servicio Social pueda acceder a los recursos, en
forma directa, para el desarrollo de actividades. Al contrario, es común
escuchar “los asistentes estamos acostumbrados a trabajar sin recursos” (sin
plata)lo cual, sin duda, colabora en el afianzamiento de una intervención a la
que no se la puede exigir especialización en su tarea porque no tiene con qué.
Y es así como los trabajadores sociales vamos tratando de encontrar un
lugarcito donde podamos permanecer por años, trabajando pero no
necesariamente en forma especializada.

¿Con que definiciones conceptuales abordamos nuestras


intervenciones?

Las confusiones conceptuales atraviesan el análisis de toda nuestra práctica.


Aquí abordamos aquellas que surgen naturalmente en nuestros relatos.

Las personas con las que trabajamos, los problemas sobre los que actuamos, lo
que eventualmente pretendemos alcanzar no son identificados como
elementos que estructuran cada una de nuestras intervenciones dándoles
forma y sentido.

Ya hemos dicho – al inicio de este relato- que los trabajadores sociales no


identificamos el objeto de intervención profesional frente a cada una de
nuestras intervenciones ni suponemos la necesidad de hacerlo. También
hemos detallado las confusiones más usuales.

Respecto de los sujetos, no solo no los conceptuamos como tales sino que
además no los ubicamos en función del lugar y el modo en que cada uno
(incluso el propio trabajador social) se interrelaciona frente y en la situación
problemática que pretendemos modificar.

Presentamos confusiones conceptuales al momento de identificar el


procedimiento metodológico. Es comúnmente confundido con los niveles de
intervención, con la participación y acción o bien, con algún precursor (“¿el
procedimiento metodológico?... Mary Richmond”). Quienes más lo recuerdan lo
relacionan con una serie de etapas o “esquemas”, no visualizadas
dinámicamente, con las que se debería trabajar.

No tenemos claridad conceptual acerca de lo que es una investigación o un


diagnóstico. Pocos nos animamos a decir que son. Los más atrevidos
afirmamos que el diagnóstico es “un encuestamiento”. Hablamos de ambos
indistintamente sin tener en cuenta al diagnóstico como un momento síntesis
de la investigación.

Reducimos la planificación solo a uno de los elementos que la componen: la


organización del calendario (poner fecha a las actividades) aunque, en los
hechos, no solemos respetar estos límites de tiempo. No se nos ocurre
abordarla en términos de administración de planes y proyectos, concepto que
nos resulta impreciso y hasta desconocido.

No todos los profesionales entendemos lo mismo por evaluación de nuestras


intervenciones. Algunos referimos a la nota con la que nos califican directivos,
otros la confundimos con el diagnostico, otros consideramos que es “un
proceso de mirar hacia adelante más que de mirar hacia atrás y evaluar que
pasa y porque pásalo que pasa”.

Y al momento de referirnos al contexto comunitario en el que trabajamos nos


mostramos inseguros al definir a la comunidad. Solemos referirnos a ella como
el espacio lindante a la institución, otras veces ampliamos ese espacio y otras,
tenemos que esforzarnos por explicar a qué comunidad nos estamos refiriendo.
Pero siempre aludimos al espacio físico descriptivamente (“yo, al barrio, me lo
conozco de memoria: pregúntame donde vive fulanito y yo te digo…”) sin
considerarlo como el espacio dinámico donde los sujetos manifiestan sus
necesidades y donde se organizan los recursos para satisfacerlas.
Y nuevamente nos encontramos ante confusiones conceptuales cuando los
trabajadores sociales entendemos a la política social que opera en nuestro
campo de actuación como programas, pero no comprendemos estos
programas enmarcados dentro de una política social.

Acerca de otras limitaciones

A estas limitaciones puntualmente analizadas podemos sumar otras que los


propios trabajadores sociales observamos y asumimos en nuestra práctica
profesional a las que llamamos “falta de compromiso con la institución y el
trabajo” (aquí subyace la carencia de análisis institucional); la omnipotencia
profesional que nos conduce a decir siempre “si” (“a todo tenemos que darle
respuesta”; “todos incluso compañeros de trabajo- vienen con sus problemas,
nos necesitan”); la falta de un sistema integrado de intervención a nivel local;
la falta de organización y vinculación profesional (a pesar de la existencia del
gremio a nivel local y distrital); limitaciones en el dominio de técnicas e
instrumentos; limitaciones metodológicas en torno a la investigación y
diagnostico).

Una de las limitaciones más preocupantes (no visualizada por los trabajadores
sociales) es la profunda carga de prejuicios y estigmatizaciones que atribuimos
a los sujetos destinatarios de nuestro accionar. Esta forma de violencia
simbólica que reviste en los profesionales la autoridad de clasificar tipos de
identidades y de inmovilizar a los sujetos a tal punto de trabajar con ellos en
pos de su superación previendo de antemano que su superación es imposible,
limita sin duda alguna al carácter especializado del Trabajo Social.

También confluyen obstaculizando esta especialización, variables que


estereotipan históricas representaciones que no deseamos. Entre ellas:

• La imagen desprestigiada e indiscriminada del Trabajo Social desde


otras profesionales y desde los sujetos destinatarios de nuestro accionar.

• La instauración de modalidades de intervención carentes de


especialización que ya venimos observando desde épocas del
desarrollismo y la reconceptualización;

• Nuestra subordinación profesional a la política interna de las


instituciones y

• La existencia de escuelas de nivel terciario en el interior de la provincia


de Buenos Aires con el respaldo de la ley de colegiación profesional.
Estas escuelas han surgido a pesar de que la formación universitaria es
considerada necesaria en tanto se oferta continuar la formación en las
universidades. Parece que nos olvidamos que a mayor indiscriminación
en la formación académica, mayor indiscriminación en la práctica
profesional.

Además de las barreras que impone el contexto institucional, político, social y


económico, no son pocos los trabajadores sociales que encuentran las causas
de –estas limitaciones en “una formación académica que no responde a un
sistema integrado y equilibrado de enseñanza sino que depende de las
cualidades de la persona que la imparte; que no estimula el estudio reflexivo
en torno a cuestiones de personalidad, ideológicas, contextuales y teóricas.

¿Tenemos posibilidades de superar estas limitaciones?

Ninguna de las prácticas profesionales que operan dentro de la dinámica


institucional cuenta con tanto caudal de información como la que posee
Trabajo Social.

La indiscriminada imagen con las que los trabajadores sociales nos sentimos
representados desde los destinatarios de nuestra intervención (“para
consultarle cualquier cosa..”) es factible de potencializarse porque esa
incesante búsqueda del asistente social (par5a pedir la leche, para pedir el
turno, para confiarle que el marido le pego, para decirle que le diga al médico
tal o cual cosa que por sí mismo no se atrevió a manifestar, entre otros
ejemplos) significa que se está abriendo una puerta y se está permitiendo
entrar.

Pero es justo ahí donde lo indiscriminado tiene que dejar de serlo; la


información que se nos ofrece puede ser indiscriminada (¡y qué bien que lo
sea!), la intervención profesional no debe serlo.

¿somos conscientes de este capital que poseemos?. No es la primera vez que


se habla del caudal de información que poseamos. Pero pareciera que, al
menos mayoritariamente no somos conscientes de semejante capital con el
que contamos para trabajar. Todos aludimos a que charlamos, la gente llega y
nos cuenta, siempre hay alguien esperando para hablar pero no visualizamos
en esa información que recibimos, la posibilidad de convertirla en datos que
potencien nuestra intervención especializada.

¿Y qué hacemos con esa información?: hemos de resinificar su uso. Esto


implica que instrumentemos los medios para identificarla y aprender a usarla
de una manera diferente.

¿Para qué nos sirve esa información?

• Para identificar los sujetos implicados en la necesidad o problema (que


puede o no presentarse como demanda), la posición que cada uno
ocupa, el modo en que cada uno se relaciona (incluido el mismo
profesional) con esa necesidad o problema (dirimir el campo de lucha
por las necesidades) y los significados que todos (incluido el profesional)
le atribuyen;

• Para iniciar un proceso de caracterización especializada (científica) de


las necesidades o problemas que se abordan;

• Para buscar, pensar, conocer y definir el objeto de su intervención (la


dimensión de ese problema que es susceptible de ser modificado a
través de su intervención especializado);

• Para ser ordenada, profundizada con otras informaciones y reflexionadas


desde categorías de análisis (no solo para ser recolecta, advierte M.
Rozas), en fin, para arribar a situaciones diagnosticas (evitar
diagnósticos que petrifiquen las necesidades, problemas y a los sujetos
que lo portan) que permitan…

• Decidir cuáles son los instrumentos más eficaces y eficientes que puede
brindar a los sujetos implicados de modo que estos puedan optar por la
táctica y estrategia más eficaz y eficiente (capacitación y participación)
en la búsqueda de satisfactores.

• Para argumentar y documentar la “negociación profesional” que


contribuirá especializadamente en la lucha de los sujetos por la
modificación que contribuirá especializadamente en la lucha de los
sujetos por la modificación de sus necesidades y problemas.

¿Cómo recogerla especializadamente?

Investigando en cada uno de los niveles en los que intervenimos sean


individuos, grupo o comunidad

No podemos actuar más allá de lo que aún no conocemos.

Escapamos a aquellas investigaciones lúgubres que los trabajadores sociales


olavarrienses asociamos con la tan alejada teoría. Parafraseando a Margarita
Rozas, insistimos en que deben tratarse de investigaciones ágiles,
especializadas, capaces de garantizar eficacia en el tratamiento de los tantos
abrumadores problemas que en la cotidianeidad se reproducen.

La información suministrada desde los relatos de los sujetos conformista la


fuente primaria para ello. Y cuando hablamos de sujetos, aludimos no solo a los
destinatarios de la acción profesional sino a todos los que interactúan con la
necesidad o problema que se intenta resolver incluyendo a los otros
profesionales –colegas o no-, a los directivos, a los que toman las decisiones
(sin perder de vista que el accionar del trabajador social debe
indiscutiblemente dirigirse a los nombrados en primer término). Potencializar la
capacidad de escucha durante los relatos es un óptimo instrumento.
Investigar… ¿Para qué?

Investigar para intervenir porque es en el HACER donde esta profesión


encuentra su especialidad y su singularidad respecto de otras prácticas
profesionales y no profesionales. Es en el HACER REFLEXIVO donde debemos
marcar la diferencia.

Investigar para construir el objeto de intervención profesional, para identificar –


reiteramos- la dimensión del problema o necesidad que pueda llegar a ser
modificada a través de la intervención especializada de Trabajo Social.

E insistimos: esta ha de construirse frente a cada una de nuestras


intervenciones. Mientras los trabajadores sociales no definamos correctamente
sobre que debemos de intervenir, ni la técnica, ni la teoría, ni una adecuada
contextualización por si solos, garantizaran la eficacia de nuestras
intervenciones.

¿Qué necesitamos para construir?

En primer lugar, saber de qué se trata. Y ahí tenemos que enfrentarnos con la
realidad de que los profesionales olavarrienses no logramos identificar de qué
se trata. Las conclusiones e imprecisiones conceptuales son una constante en
el análisis de nuestra práctica. Coincidimos con Margarita Rozas en la
necesidad de elaborar una matriz conceptual.

Pero no una matriz que sesgue las miradas, que haga verla realidad solo a
partir de ella (Trabajo Social no puede ni debe hacerlo porque también es su
hacer el que le permite crear y recrear conceptos). Hablamos de la necesidad
de una matriz conceptual que nos ponga de acuerdo. Esto no solo redundara
en una mayor especialización de la intervención sino también en superar
aquellas imprecisiones que –en definitiva- son las que caracterizan de
indiscriminada a la profesión y son las que transmiten imágenes de
desprestigio y nuestras consiguientes vivencias de pesimismo y
apesadumbramiento.

También necesitamos revalorizar el papel de cierto aportes teóricos –no


grandes teorías que terminamos desagregando de nuestra tarea cotidiana- que
nos ayudan a trascender análisis simplistas 8”nosotros consideramos que hay
chicos en la calle porque hay gente que les da”) conociendo e interpretando
ágilmente la realidad y, con ella, las relaciones de fuerza intrainstitucionales en
las que la intervención profesional queda marcada.

Debemos obligatoriamente incorporar el análisis de la dinámica institucional.


¡Cuántas intervenciones del Trabajo Social quedan enmarañadas y diluidas en
el torrente institucional! Por más que hayamos intentado escapar de él y aun
insistamos con ello (queriendo explorar el trabajo independiente), la institución
es un evidente, irrefutable y mayoritario espacio para nuestro ejercicio
profesional.

¿Es posible recoger esa información especializadamente?:

La mayoría afirmamos poseer cierto grado de autonomía al interior de las


instituciones olavarrienses (seguramente relativizado por nuestra condición de
subordinación) ya que nuestras funciones no están determinadas formalmente.
Decimos que los sujetos que luchan por sus necesidades demandan nuestra
intervención. Afirmamos no tener problemas de comunicación al interior de los
equipos técnicos.

Decimos contar con ciertas “virtudes” como son nuestra capacidad de


adaptación q distintos ámbitos, el aprovechamiento de simples oportunidades,
el contacto con la realidad (enriquecido fundamentalmente por las visitas
domiciliarias), la relación de confianza que somos capaces de establecer con
los actores sociales.

Todos estos aspectos ciertamente favorables que se observan al interior del


cuerpo profesional, potencian la especialización de nuestra práctica. Las
puertas están abiertas.

Fácil es entrar. Lo difícil es hacerlo profesionalmente (sin reducir esta


calificación a una mera jerarquía de status) cuando las limitaciones para
intervenir en forma especializada cobran más peso que las potencialidades.

En materia de investigación, las limitaciones son cuantitativa y


cualitativamente preocupantes. Habría que empezar por disminuir la
desconfianza respecto de la metodología de la investigación como herramienta
de nuestro trabajo.

Habría que empezar a considerar que no solo podemos investigar al otro sino
también ser investigados. Esto suena a viejas habladurías; pero no podemos
dejar de insistir sobre una necesidad que, hasta el momento, solo pasa por
quienes poseen inquietudes personales. Aun no logramos mirarnos como
cuerpo profesional.

Interrogarse, mirarse… aquí tenemos que enfrentarnos con otra tradicional


dicotomía ¿Dónde aprende un trabajador social a intervenir
especializadamente: desde los espacios académicos o desde la calle?

Cualquier práctica social puede ser aprehendida desde la calle, Trabajo Social,
como otras profesiones, es práctica social: aprende de la experiencia, del
sentido común, de las vivencias, de los significados que va atribuyendo al
mundo, a los problemas sociales, a las relaciones entre los actores.
Pero al mismo tiempo es práctica profesional y como tal, se le exige un saber
especializado, transmitido y certificado por instituciones especializadas. Entra
en el proceso de racionalización del saber moderno a partir del cual se busca
saber más para poder más. En Trabajo Social, ese poder más tiene que derivar
en intervenciones y modificaciones de procesos de un modo distinto del que lo
hacen otras personas con buena voluntad atendiendo a los sujetos
destinatarios y dejando de ser, por falta de análisis crítico, meros instrumentos
de las instituciones para el control social (en la oferta de estos espacios, a la
academia y al gremio les cabe una responsabilidad directa).

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