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Ponencia presentada en las XIX Jornadas Nacionales de Trabajo Social – Mar del Plata –
Pcia. de Buenos Aires – 15 al 19/10/199
Hace ya casi medio siglo que venimos hablando acerca de que nuestra práctica
transcurre atendiendo necesidades inmediatas y materiales, que nos abruman
la gran cantidad y diversidad de acciones cotidianas que nos demandan, que
no contamos con recursos para actuar más especializadamente, que la apatía y
el desgano de las personas con las que trabajamos no nos acompaña.
Solo nos interesa “ver cómo está la cosa” abordando varios problemas al
mismo tiempo; sin clarificar cual es el problema de fondo, sus manifestaciones
o problemas que de él se derivan; limitándonos a emitir alguna opinión acerca
de los motivos que lo causaron.
Si más allá de las pocas poca diferencias que podemos observar en diferentes
campos de actuación, no es posible identificar en cada uno de los niveles de
intervención, el desempeño de los papeles que prevalecen por sobre todos los
demás.
Para lograr “algo” (ya dijimos que, por lo general, no definimos objetivos
claros) terminamos utilizando básicamente tres estrategias: dar, coercionar o
decir lo que tiene que hacer (lo que comúnmente llamamos aconsejar).
Además de que ese “algo” la mayoría de las veces no se logra, terminamos
utilizando la información recogida en forma deficiente e incluso, nuestras
intervenciones llegan a diluirse en prácticas no profesionales (“así, a veces,
terminas haciendo hasta de padre…”).
Si bien conocemos los recursos con los que cuenta la institución (solo quienes
trabajan en el ámbito privado incluyen a los financieros), no cabe entre
nuestros suposiciones que el Servicio Social pueda acceder a los recursos, en
forma directa, para el desarrollo de actividades. Al contrario, es común
escuchar “los asistentes estamos acostumbrados a trabajar sin recursos” (sin
plata)lo cual, sin duda, colabora en el afianzamiento de una intervención a la
que no se la puede exigir especialización en su tarea porque no tiene con qué.
Y es así como los trabajadores sociales vamos tratando de encontrar un
lugarcito donde podamos permanecer por años, trabajando pero no
necesariamente en forma especializada.
Las personas con las que trabajamos, los problemas sobre los que actuamos, lo
que eventualmente pretendemos alcanzar no son identificados como
elementos que estructuran cada una de nuestras intervenciones dándoles
forma y sentido.
Respecto de los sujetos, no solo no los conceptuamos como tales sino que
además no los ubicamos en función del lugar y el modo en que cada uno
(incluso el propio trabajador social) se interrelaciona frente y en la situación
problemática que pretendemos modificar.
Una de las limitaciones más preocupantes (no visualizada por los trabajadores
sociales) es la profunda carga de prejuicios y estigmatizaciones que atribuimos
a los sujetos destinatarios de nuestro accionar. Esta forma de violencia
simbólica que reviste en los profesionales la autoridad de clasificar tipos de
identidades y de inmovilizar a los sujetos a tal punto de trabajar con ellos en
pos de su superación previendo de antemano que su superación es imposible,
limita sin duda alguna al carácter especializado del Trabajo Social.
La indiscriminada imagen con las que los trabajadores sociales nos sentimos
representados desde los destinatarios de nuestra intervención (“para
consultarle cualquier cosa..”) es factible de potencializarse porque esa
incesante búsqueda del asistente social (par5a pedir la leche, para pedir el
turno, para confiarle que el marido le pego, para decirle que le diga al médico
tal o cual cosa que por sí mismo no se atrevió a manifestar, entre otros
ejemplos) significa que se está abriendo una puerta y se está permitiendo
entrar.
• Decidir cuáles son los instrumentos más eficaces y eficientes que puede
brindar a los sujetos implicados de modo que estos puedan optar por la
táctica y estrategia más eficaz y eficiente (capacitación y participación)
en la búsqueda de satisfactores.
En primer lugar, saber de qué se trata. Y ahí tenemos que enfrentarnos con la
realidad de que los profesionales olavarrienses no logramos identificar de qué
se trata. Las conclusiones e imprecisiones conceptuales son una constante en
el análisis de nuestra práctica. Coincidimos con Margarita Rozas en la
necesidad de elaborar una matriz conceptual.
Pero no una matriz que sesgue las miradas, que haga verla realidad solo a
partir de ella (Trabajo Social no puede ni debe hacerlo porque también es su
hacer el que le permite crear y recrear conceptos). Hablamos de la necesidad
de una matriz conceptual que nos ponga de acuerdo. Esto no solo redundara
en una mayor especialización de la intervención sino también en superar
aquellas imprecisiones que –en definitiva- son las que caracterizan de
indiscriminada a la profesión y son las que transmiten imágenes de
desprestigio y nuestras consiguientes vivencias de pesimismo y
apesadumbramiento.
Habría que empezar a considerar que no solo podemos investigar al otro sino
también ser investigados. Esto suena a viejas habladurías; pero no podemos
dejar de insistir sobre una necesidad que, hasta el momento, solo pasa por
quienes poseen inquietudes personales. Aun no logramos mirarnos como
cuerpo profesional.
Cualquier práctica social puede ser aprehendida desde la calle, Trabajo Social,
como otras profesiones, es práctica social: aprende de la experiencia, del
sentido común, de las vivencias, de los significados que va atribuyendo al
mundo, a los problemas sociales, a las relaciones entre los actores.
Pero al mismo tiempo es práctica profesional y como tal, se le exige un saber
especializado, transmitido y certificado por instituciones especializadas. Entra
en el proceso de racionalización del saber moderno a partir del cual se busca
saber más para poder más. En Trabajo Social, ese poder más tiene que derivar
en intervenciones y modificaciones de procesos de un modo distinto del que lo
hacen otras personas con buena voluntad atendiendo a los sujetos
destinatarios y dejando de ser, por falta de análisis crítico, meros instrumentos
de las instituciones para el control social (en la oferta de estos espacios, a la
academia y al gremio les cabe una responsabilidad directa).