Capítulo 5
“Nosotros, los americanos del sur…”:
la búsqueda de la renovación
y el tópico americanista en Martín Fierro
Karina Vásquez
Introducción
Es sabido que Martín Fierro (1924-1927) fue una de las princi-
pales revistas de las vanguardias argentinas en los años veinte, aquella
revista que –como ha señalado Beatriz Sarlo– “convirtió al campo
intelectual argentino en escenario de una forma de ruptura típi-
camente moderna”.1 Ciertamente, en el momento de su aparición,
Martín Fierro no era un emprendimiento aislado: ya desde la Refor-
ma Universitaria, los jóvenes que se autoproponen como la “nueva
generación” sostienen con diverso énfasis, a partir de emprendimien-
tos compartidos, una voluntad de ruptura con ideas y prácticas de la
generación anterior que, con frecuencia, apela a la necesidad de una
amplia renovación estética e ideológica. Contra el positivismo, los
excesos verbales del modernismo y la incipiente profesionalización
de la generación anterior, estos intelectuales –mayormente nacidos
a comienzos del siglo XX– se proponen llevar a cabo un esfuerzo de
actualización de la cultura.
Algunos de los proyectos que dan visibilidad a estos jóvenes in-
telectuales tuvieron una duración efímera, como es el caso de la revis-
ta mural Prisma –que apareció en forma de carteles en las calles de
Buenos Aires en 1921 y apenas sobrevivió dos números– o la primera
época de Proa, en 1922 –que alcanzó tan solo tres ejemplares–. A
partir de 1922, se registra la aparición de proyectos compartidos que
gozaron de una continuidad mayor. Entre ellos, podemos mencionar
la revista Valoraciones (1923-1928), que nucleaba fundamentalmen-
1
Sarlo (1983), 129 y ss. También, véanse Romano (1984), 177-200; Sarlo (1988), 95-120; y
Salas (1995), viii-xv.
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tia –dice Prebisch– es humo entre sus manos”.4 Por lo demás, no hay
en la nota ni una palabra que explique el contraste con el “anónimo
azteca”. ¿Por qué este gesto necesita de alguna explicación? Porque,
justamente por aquellos años, Prebisch entabla una serie de signi-
ficativas polémicas, en defensa de la introducción del Movimiento
Moderno, contra las búsquedas identitarias de los defensores del es-
tilo neocolonial, como Ángel Guido o Martín Noel. Así, por ejem-
plo, si Ángel Guido consideraba que el camino para desarrollar una
arquitectura propia pasaba por profundizar y recuperar las formas
americanas pre y poscolombinas, Prebisch, por el contrario, estima-
ba prioritario atender a la relación entre el arte y los requerimientos
actuales, rescatando de la tradición “solo lo inmanente, es decir, los
valores racionales de lo clásico”.5
Unos meses más tarde, la revista recurre al mismo procedimien-
to gráfico: en la página 2 del número 24, bajo el título “Dos concep-
tos de escultura”, se nos presentan dos figuras: la mujer desnuda que
esconde la cara bajo una roca nos recuerda inmediatamente a Rodin
y la infaltable leyenda sanciona: “José Llimona: pésimo”. A su lado,
el “anónimo azteca: magnífico”.6 Esta vez, ni siquiera aparece a con-
tinuación alguna nota explicativa de Prebisch, tan solo una mención
al pasar en la página siguiente, una mención que subraya que “nues-
tros críticos” a menudo se pierden en los elogios de “mediocridades
tan evidentes como Irurtia o Llimona”. Ni una palabra que sugiera
por qué el término de comparación con esa “falta de personalidad”
es, en ambos casos, un “anónimo azteca”.
Tal vez la pregunta sea demasiado trivial, pero ¿qué hace allí el
“anónimo azteca”? ¿A qué universos de sentido remite esa coloca-
ción del “anónimo azteca” como término positivo de comparación?
¿Cómo se explica, en la constelación que construye Martín Fierro, el
esfuerzo de Prebisch por exhibir el “anónimo azteca” o la cerámica
peruana como un ejemplo de arte moderno?7
4
Alberto Prebisch, “Irurtia”, en MF, 26 de junio de 1925, año II, N° 18, 119.
5
Novick (1998), 117-195.
6
“Dos conceptos de escultura”, en MF, 17 de octubre de 1925, año II, N° 24, 172. Véase
también en el mismo número, Alberto Prebisch, “El XV Salón Nacional. Los nuevos ar-
tistas”, 174-175.
7
En el mismo número donde hace la crítica a Irurtia, en el extremo superior derecho de la
página aparece una foto de una cerámica peruana con una leyenda que destaca la intensi-
dad expresiva y la simplicidad de medios de la obra.
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8
“Oliverio Girondo en misión intelectual”, en MF, 25 de julio de 1924, año I, N° 7, 47.
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La Reforma Universitaria
y sus reformulaciones del tópico americanista
Sabemos que la Reforma Universitaria de 1918 transformó un
conflicto absolutamente local de la Universidad de Córdoba (conflic-
to de los estudiantes con la jerarquía católica que tenía una adhesión
dominante en el claustro de profesores) en un llamado a la acción y al
9
Serge Panine, “Acotaciones a un tema vital”, en MF, 9 de octubre de 1924, año I, N° 10 y
11, 68.
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15
Pedro Henríquez Ureña, “Poeta y luchador”, en Valoraciones, enero de 1924, año I, tomo
II, 94-96.
16
Blanco (1977), 68-128.
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18
Bürger (1993), 90 y ss.
19
Berman (1988), 120-121.
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Alberto Prebisch, “Rodríguez Lozano y Julio Castellanos”, en MF, 26 de junio de 1925,
año II, N° 18, 121.
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En relación con esto, me gustaría sugerir que ambos rasgos –el cos-
mopolitismo y el nacionalismo– en gran medida se sostienen en la
apelación a ese horizonte americano.
Veamos primero cómo funciona con el cosmopolitismo. A poco
de iniciar la revista, Martín Fierro publica en sus páginas la dura
crítica de Roberto Mariani, que –entre otras cosas– impugna ese
cosmopolitismo de Martín Fierro: “por qué se han puesto bajo la
advocación de tal símbolo [el gaucho Martín Fierro] si tienen todos
una cultura europea, un lenguaje sutil y complicado, y una elegan-
cia francesa?”.21 Si bien en el número siguiente la respuesta de la
redacción enfatiza ese cosmopolitismo, que estaría justificado, por
un lado, en la necesidad de atender a las “sugestiones del momento
“y, por otro, en la segura posesión de la lengua (“todos somos ar-
gentinos sin esfuerzo, porque no tenemos que disimular ninguna
pronunzia exótica”),22 cabría preguntarnos cuáles son los límites de
esa apertura cosmopolita. París era, para la mayoría de los partici-
pantes de Martín Fierro, el centro indiscutible de la renovación li-
teraria y estética; pero la relación con las novedades que ese centro
produce es un tanto marginal. Es cierto que no falta alguna nota
sobre Giraudoux y alguna otra sobre Paul Morand, pero la mayoría
de las referencias al ámbito parisino provienen de amigos, Valery
Larbaud y Supervielle, interesados en la revista a partir de Ricardo
Güiraldes y, más adelante, en 1926, a partir de las colaboraciones
que reciben de Francisco Contreras (un chileno radicado en París),
Marcelle Auclair, otra joven chilena y su prometido, Jean Prévost.
Oliverio Girondo, en su gira europeo-americana, pasa por París; sin
embargo, la mayoría de las novedades que trae son de México y de
España, donde la editorial Calpe publica su libro Calcomanías. Con
frecuencia, en sus “Notas”, Martín Fierro informa que algún amigo
o colaborador se encuentra de viaje en París. ¿Por qué, entonces,
comparativamente tan escasa atención a aquel que constituía el cen-
tro intelectual por excelencia? Porque la revista no está interesada
en reseñar en general las “novedades” del mundo contemporáneo,
su “cosmopolitismo” en realidad encubre una agenda de contactos,
que, en el caso de París, eran –salvo algunas excepciones– bastante
21
Roberto Mariani, “Martín Fierro y yo”, en MF, 25 de julio de 1924, año I, N° 7, 46.
22
“Suplemento explicativo de nuestro ‘Manifiesto’”, en MF, 6 de septiembre de 1924, año
I, N° 8-9, 56.
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Jorge Luis Borges, “Guillermo de Torre. Literaturas europeas de vanguardia”, en MF, 5 de
agosto de 1925, año II, N° 20, 142.
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29
Ramón Gómez de la Serna, “Salutación”, en MF, 18 de julio de 1925, año II, N° 19, 131.
30
Jorge Cuesta fue un escritor mexicano, organizador de la Antología de la poesía mexicana
moderna (1928), la que sirvió de plataforma para la presentación y difusión del grupo de
“Contemporáneos”. Luis Maristany señala que dicha antología “cumplía un papel seme-
jante al que desempeñaría, para los poetas de la generación del 27, la antología de Gerardo
Diego del 32”. Véase Maristany (1992), 14 y Jorge Cuesta, “Carta al señor Guillermo de
Torre”, en MF, 10 de junio-10 de julio de 1927, año IV, N° 42, 352.
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31
“Notas al margen de la actualidad”, en MF, 15 de abril de 1924, año I, N° 3, 18.
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Las dos preguntas que conformaban la encuesta eran: “1) ¿Cree Ud. en la existencia de una
sensibilidad, una mentalidad, argentina?; 2) En caso afirmativo, ¿cuáles son sus caracte-
rísticas?” Las “Contestaciones a la encuesta de Martín Fierro” aparecen en el N° 5 y 6, del
15 de junio de 1924, 38-39.
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33
Sarlo (1983) y (1988).
34
Sergio Piñeiro, “Inquisiciones, por Jorge Luis Borges”, en MF, año II, N° 18, junio 26 de
1925, 122.
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35
Antonio Vallejos, “Criollismo y metafísica”, en MF, 10 de mayo de 1926, año III, N° 27 y
28, 197. Recordemos que en el ensayo que da su título al libro, Borges escribió: “No se ha
engendrado en estas tierras ni un místico, ni un metafísico, ¡ni un sentidor ni un entende-
dor de la vida! Nuestro mayor varón sigue siendo don Juan Manuel [Rosas]: gran ejemplar
de la fortaleza del individuo, gran certidumbre del saberse vivir...”. Otro conocido ensayo
de ese libro se titula “La pampa y el suburbio son dioses”. Estas breves referencias son
suficientes para identificar claramente al interlocutor criticado por Antonio Vallejo.
36
Leopoldo Marechal, “El gaucho y la nueva literatura rioplatense”, en MF, 5 de octubre de
1926, año III, N° 34, 258. (El subrayado pertenece al autor). Señalo también que Marechal
muestra otra actitud frente al Borges poeta: de hecho, celebra el criollismo de Luna de
Enfrente, en su reseña publicada en el número 26. Pero, en ese mismo número, Marechal
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inicia una respetuosa polémica contra Lugones, a propósito del uso de la rima en la poesía.
Pareciera que el criollismo del Borges poeta no genera demasiados problemas, al contrario,
ofrece un modelo que oponer al Lugones poeta. El desconcierto surge cuando ese criollis-
mo aparece en el ensayo.
37
Jorge Luis Borges, El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina-Seix
Barral, 1993, 11-14.
38
Jorge Luis Borges, “La pampa y el suburbio son dioses”, en ibíd., 21-25. En contraposi-
ción, ya sobre el final de su artículo, Marechal propone: “Olvidemos al gaucho. En el um-
bral de los días nuevos crece otra leyenda más grande y más digna de nuestro verso, puesto
que está en nosotros y se alimenta con nuestros años”. Véase Leopoldo Marechal, “El
gaucho y la nueva literatura rioplatense”, en MF, 5 de octubre de 1926, año III, N° 34, 258.
39
Sergio Piñeiro, “Don Segundo Sombra, relato de Ricardo Güiraldes”, en MF, 3 de septiem-
bre de 1926, año III, N° 33, 248. Para la relación Borges-Güiraldes, véase Sarlo (1993),
51-53.
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40
Véase Devoto (2002), 8 y ss.
41
Sarlo (1983), 170-171.
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