1 3
Nunca la economía mundial se había manifestado tan dependiente
de la de los Estados Unidos como en los años 2001, 2002 y 2003.
En la reciente década del 90, la economía norteamericana fue la
principal fuente de crecimiento de la demanda mundial,1 al mis-
mo tiempo que lideró la extensión de las aplicaciones de las tec-
nologías de la información (TI) que han estado en la base de la
consecución de una mayor eficiencia y de crecimientos sorpren-
dentes de la productividad.
Los efectos negativos de este comportamiento de la economía
norteamericana se han reflejado también en el resto del mundo,
por lo cual se ha visto forzado a compartir los costos del ajuste a
los excesos de ese período a través de pérdidas de riqueza finan-
ciera sin precedentes y de una excepcional incertidumbre que ha
repercutido en el seno propiamente americano. Esta incertidum-
bre se vio reforzada por la extensión de los escándalos empresa-
riales que emergieron en el año 2001. El resultado de todo ello fue
la generalizada pérdida de confianza, a finales del año 2002, en
la cotización de todos aquellos activos considerados refugio, así
como en un significativo encarecimiento de los hidrocarburos y
en la continuidad de los descensos de las cotizaciones en los mer-
cados de acciones. Señales que contribuían a dilatar el esperado
horizonte de recuperación de la economía mundial.
1
En el período 1996-2000, América del Norte (Estados Unidos y Canadá)
creció a una tasa promedio anual del 4,0 %; ello representa el gran dinamismo
de esa región.
[15] 1 5
Desde el 24 de octubre de 1929 —inicio del derrumbe de la Bol-
sa de Valores de Nueva York y de la significativa caída del índice
Dow Jones— el valor de las acciones, bonos y demás títulos se
volatilizó produciendo la ruina de los inversionistas.2 El sistema
capitalista no había recibido golpes tan duros como los acaecidos
durante los escándalos que tuvieron lugar en Estados Unidos a
partir de noviembre de 2001. La quiebra de la empresa Enron fue
el primer síntoma de lo que sucedería posteriormente en el siste-
ma económico más eficiente del mundo. Luego, otras grandes cor-
poraciones emblemáticas presentaron nuevas violaciones de las
reglas de juego, aunque con orígenes técnicamente distintos. Po-
demos citar a Worldcom, Tyco International y otras, sin olvidar a
destacadas compañías de auditoría como Andersen.3
Afloraba una cara distinta del sistema que suponía estar ba-
sado en la transparencia y el libre funcionamiento del mercado,
en la capacidad exportadora del modelo que parecía reafirmar su
hegemonía. Es un trauma de naturaleza distinta, pero no menos
significativo que el derrumbe de las Torres Gemelas. A diferencia
de ello, ahora no había enemigo externo al cual acudir que pudie-
ra servir de escape a la manifiesta decepción provocada por esos
escándalos dentro y fuera de los Estados Unidos.
2
Este hecho marcó el comienzo de la depresión a escala mundial, sus efectos
negativos alcanzan hasta 1933. Según Devlin, a la crisis de 1929 siguió una
aguda baja de los precios de los productos básicos, así como del volumen
comercial. Las economías de muchos países en desarrollo se derrumbaron
bajo el peso de su deuda externa y la consiguiente desintegración de la economía
mundial llevó a prolongados períodos de mora. En 1933 se hallaba impago el
67% de las emisiones latinoamericanas de bonos en dólares (ver, R. Devlin,
Los Bancos Transnacionales y el Financiamiento Externo, p. 11).
3
Andersen y otras compañías tuvieron el denominador común de la manipu-
lación de la información y la existencia de conflictos de interés, hasta agudizar
esa sensación de bancarrota moral con que se contemplaba el capitalismo
americano a finales del año. La naturaleza de las violaciones legales, las prácticas
desveladas en aspectos tan sensibles como la remuneración de los directivos
de las empresas y la incapacidad o la complicidad de auditores y reguladores
fueron más que suficientes para que la fe en el sistema –en la fiabilidad de los
estados financieros y en el libre flujo de información veraz a los mercados– se
debilitara notablemente.
1 6
El funcionamiento de los mercados de acciones y su supervi-
sión, la función de auditoría interna y externa de las empresas, el
de los consejos de administración y el de la banca de inversión
eran seriamente puestos en entredicho. Estos traumas determina-
ron cambios regulatorios de gran alcance, probablemente los más
amplios desde la gran depresión de los años treinta, en un proce-
so todavía lejos de estar concluido.
En medio de la ola de desconfianza derivada de tales convul-
siones empresariales, la propia administración estadounidense se
encargó de incorporar una nueva fuente de riesgo, caracterizada
por los analistas de geopolítica. La prolongación de las amenazas
de guerra contra Iraq y las tensiones con Corea del Norte contri-
buyeron, en el año 2002, a una mayor concentración del riesgo con
consecuencias adversas sobre la riqueza financiera y la concreción
de las esperanzas de recuperación ya conocidas.4
Durante los últimos tres años, Europa5 también se vio envuel-
ta en la incertidumbre sin poder ofrecer ese relevo expansivo en la
economía mundial que todos esperábamos; sino que terminó por
demostrar su elevada dependencia de la demanda estadouniden-
se: una estrecha sincronía cíclica y una manifiesta incapacidad
para sustraerse a esas internas convicciones de los mercados fi-
nancieros, con origen estadounidense.
4
Hasta el año 2002 se cumplieron tres años consecutivos de pérdidas en los
mercados de acciones. Para el índice Dow Jones ése fue el ejercicio más
adverso desde 1976, después de los anteriores también desfavorables; en
conjunto, fueron más de siete mil millones de dólares de pérdidas. El
significado de esos ajustes en la riqueza financiera es mayor que en anteriores
desplomes de los mercados de acciones porque el número de afectados es
muy superior ahora.
5
Europa occidental registró tasas mínimas decrecientes de su producto con
1,5% y 1,0%, en el 2001 y el 2002 respectivamente.
1 7
cionales (comercio mundial: tasas de crecimiento, -0,9% en el año
2001 y 1,8% en el año 2002), las tendencias proteccionistas de las
economías desarrolladas, las tensiones con Corea del Norte y la
guerra con Iraq, la naturaleza duradera de los efectos de los aten-
tados terroristas del 11 de septiembre del 2001 y la intensidad de
la corrección de los mercados de valores han impedido que la ma-
yoría de las economías —entre las que se encuentran las latinoa-
mericanas— retornen a la senda de la recuperación del dinamis-
mo del año 2000. Así, el ritmo de expansión de la actividad eco-
nómica en general se ha mantenido débil.
Todas estas características que emergen como debilidades de
la economía mundial, durante la fase de desaceleración, configu-
ran un puesto de partida para afrontar los retos de una nueva fase
de revitalización, a la espera de una pronta mejora del contexto
internacional, que despeje las dudas sobre la reactivación de la
economía estadounidense y las ilusiones sobre el comportamien-
to europeo.6 Ha quedado en duda la eficiencia económica lograda
por Europa a través de las reformas, factor que jugó un papel fun-
damental al hacer posible una integración equilibrada en la Unión
Europea Monetaria (UEM). En tanto se confirme la capacidad de
Europa para deshacerse del lastre que frena su crecimiento y se
alivien las cargas e incertidumbres procedentes de la crisis regio-
nal latinoamericana, en cualquier caso, es previsible que la recu-
peración se mantenga dentro de un ritmo moderado de crecimien-
to sin alcanzar los ritmos de expansión que se registraron duran-
te el último auge. Además, la reincorporación a una senda más
dinámica no está exenta de riesgos procedentes de algunas debi-
lidades que se han puesto de manifiesto durante la fase de desa-
celeración, como consecuencia de la insuficiente corrección de las
tensiones acumuladas durante el último auge.
6
Europa, lejos de tomar el relevo dinamizador de la economía mundial, mostró,
en esta fase depresiva, su intensa dependencia de la economía estadounidense
y una manifiesta incapacidad para avanzar en la dirección establecida por la
estrategia definida en Lisboa en el año 2000.
1 8
La economía mundial en el primer año del nuevo milenio
1 9
aproximadamente 3,5% anual. Como resultado de ello las expor-
taciones mundiales hacia dicho país aumentaron del 14,8% en 1995
al 18,6% en el 2000. Las exportaciones de los países en desarrollo
hacia los EE.UU. aumentaron del 22%, en 1990, al 28% en el 2000.
Además, esta tendencia se vio fortalecida por otros factores, como
los vínculos creados por las corrientes de capital —el papel más
importante de los mercados estadounidenses en las finanzas in-
ternacionales— la primacía tecnológica de las empresas estadou-
nidenses y la mayor correlación mundial de las expectativas res-
pecto de los resultados comerciales. Después de las crisis finan-
cieras asiáticas (1997 y 1988) la demanda de importaciones de ese
país fue prácticamente el único factor que permitió superar la re-
cesión en muchas economías en desarrollo y en transición afecta-
das. Ciertamente ello demostró que los Estados Unidos era el úni-
co motor del crecimiento económico mundial.7 Esto se hizo más
evidente cuando la economía estadounidense se desaceleró duran-
te el 2000 y 2001 provocando la disminución del crecimiento de
las importaciones de los Estados Unidos de más del 15% en el 2000
al 3,0% en el 2001. Éste fue uno de los principales factores que
impulsó a la economía mundial hacia una fase descendente.
En consecuencia, esta creciente dependencia de la economía
estadounidense ha revelado la gran inestabilidad y la fragilidad
del resto de las economías. Puesto que el crecimiento económico y
la estabilidad de los EE.UU. tienen consecuencias importantes para
las economías del resto del mundo, los encargados de la formula-
ción de las políticas económicas estadounidenses deben asumir
una responsabilidad internacional y no sólo nacional. Sin embar-
go, la transición de una economía mundial con un “motor único”
a una economía con un crecimiento equilibrado y multipolar es
un desafío para los encargados de la formulación de políticas de
los países desarrollados y es crucial no sólo para mantener la re-
cuperación actual sino también para lograr un crecimiento esta-
ble a largo plazo. Es más, si los países desarrollados adoptasen
7
En anteriores ciclos económicos mundiales por lo general se apreciaba la
fuerza contraria de Europa y/o Japón; sin embargo, ninguna de estas grandes
economías ha podido prestar apoyo al crecimiento mundial.
2 0
políticas de promoción del crecimiento que permitan a sus econo-
mías contribuir en mayor medida a la expansión económica mun-
dial ésta sería entre otras cosas beneficiosa para ellos mismos.
2 1
innovaciones importantes en la esfera de las tecnologías de la in-
formación y las comunicaciones.
Aunque es poco probable que la fuerza motriz de la recupera-
ción en el futuro cercano sea otro auge del sector de las tecnolo-
gías de la información y las comunicaciones, la aplicación de es-
tas tecnologías en otros sectores puede contribuir a reducir la du-
ración de la fase descendente en las economías desarrolladas. La
mayor y más rápida información permitió a los administradores
de las empresas responder con mayor claridad al cambio de las
condiciones del mercado y reducir la necesidad de efectuar mayo-
res ajustes; por lo que la utilización de la tecnología de la infor-
mación y las comunicaciones probablemente reduzca la magnitud
y la duración de la depresión.
Además, el uso de técnicas de financiación innovadoras ha pro-
ducido una mayor dispersión de los riesgos comerciales al redu-
cir la transmisión de las dificultades del sector real al sector fi-
nanciero y sus efectos nocivos en cadena. Es muy probable que
dichos efectos sean duraderos y resulten beneficiosos en ambas
fases del ciclo. A largo plazo la aplicación de la tecnología de la
información y las comunicaciones no sólo seguirá contribuyendo
a aumentar el crecimiento de la productividad en los países desa-
rrollados sino que —gracias a su mayor difusión— contribuirá
también al crecimiento y desarrollo de todo el mundo.
2 2
se perdió, pues el comercio mundial se desaceleró. La desace-
leración se vio agravada por las consecuencias de los ataques te-
rroristas; tales consecuencias fueron la pérdida de confianza de
los consumidores, el aumento de los costos de los seguros, la se-
guridad e importantes recortes en el sector turismo, entre otras.
Después de un crecimiento de 10,5% en el 2000, el volumen
de las exportaciones mundiales de mercancías se redujo a -0,9%
en el 2001; esto es, la primera caída en aproximadamente dos
décadas.
La consolidación y generalización de la integración de la eco-
nomía mundial, que se produce desde inicios de la década del 90,
—es decir, la creciente integración económica internacional— ha
aumentado, en diversos grados, la dependencia de los países en
desarrollo y las economías en transición de un entorno económi-
co internacional propicio. Podemos mencionar el crecimiento eco-
nómico de los países del Asia Oriental, cada vez más dependiente
de sus exportaciones de bienes manufacturados por las grandes
economías desarrolladas. En el 2001 esta creciente dependencia
del comercio internacional no sólo aumentó los efectos multipli-
cadores tradicionales de la disminución de los ingresos de las ex-
portaciones dentro de cada economía, sino que también amplificó
su difusión a otros asociados comerciales e hizo que la desace-
leración de las grandes economías de mercado se difundiera rápi-
damente por todo el mundo.
Además de la falta de crecimiento del volumen de las expor-
taciones muchos precios se redujeron por la falta de demanda.
La desaceleración tuvo sus tradicionales efectos cíclicos adversos
en los precios de los productos básicos; ello reforzó la tendencia a
la baja de los precios, característica de estos mercados. Sin embar-
go, éstos cobraron un nuevo impulso a partir de mediados de la
década del 90.
Por otro lado, el aumento de los precios del petróleo en los últi-
mos años fue uno de los factores que contribuyó a la desacelera-
ción de la economía; pero el descenso posterior eliminó ese factor
como obstáculo potencial para la recuperación. Tras un aumento
2 3
limitado, causado por la escalada de violencia en el Oriente Me-
dio, volvieron a caer a cerca de 23 dólares por barril, cifra inferior
en un 30% del nivel máximo alcanzado en el 2000. La situación
de la oferta y la demanda no permite esperar una variación im-
portante de los países exportadores de petróleo, de modo que su
efecto en la recuperación será neutro.
2 4
Altibajos de los mercados financieros
2 5
repercusiones en otras residía en que ésta era una crisis anuncia-
da desde hacía largo tiempo; y otra era que el volumen de los prés-
tamos bancarios pendientes y de otras corrientes financieras a corto
plazo a los países en desarrollo había disminuido año tras año
desde la crisis asiática lo cual redujo las posibilidades de conta-
gio financiero. No obstante, la falta de un sistema adecuado de
prevención y solución de las crisis debe ser un motivo de preocu-
pación acerca de la solidez del sistema financiero internacional.
Incluso, en ausencia de crisis, el actual sistema financiero inter-
nacional limita las actividades económicas nacionales de desa-
rrollo. Por ejemplo, cuando se enfrentan a una desaceleración
económica causada por factores externos (tales como la reducción
de los ingresos de las exportaciones y de las entradas de capita-
les) los países en desarrollo disponen de un número limitado de
respuestas debido a la necesidad de mantener la deuda pública
dentro de los límites que la comunidad financiera internacional
considera sostenibles.
En cuanto a los sistemas financieros nacionales, las reformas
bancarias y la reestructuración financiera de las economías afec-
tadas por las crisis financieras en los últimos años están lejos de
haber concluido. Del mismo modo, es cada vez más evidente la
fragilidad financiera interna y la gestión poco racional de las em-
presas que no se limitan a los países en desarrollo y a la econo-
mía en transición.10
10
La quiebra de Enron, una de las empresas más importantes de los Estados
Unidos, ha desatado una crisis de confianza en las prácticas contables, la ética
de gestión, los conflictos de intereses en el análisis financiero y la gestión de
empresas.
El Japón, la segunda economía mundial, continúa también enfrentando una
serie de problemas financieros internos. Su creciente deuda pública, aunada a
la más grave amenaza constituida por el volumen cada vez mayor de préstamos
morosos en el sector empresarial y bancario, genera un grave círculo vicioso.
2 6
objeto de considerable atención (incluidas las respuestas de las ins-
tituciones financieras internacionales). Podemos iniciar mencio-
nando la controversia que se suscitó en torno a la magnitud del
paquete de rescate mexicano para enfrentar la crisis de fines de
1994; la sorpresa que causó el hecho de que los “tigres asiáticos”
también fuesen vulnerables y que Rusia, no por el hecho de ser
demasiado grande podía escapar de la misma suerte. Además po-
dríamos afirmar que las crisis de deuda no necesariamente perte-
necen al pasado, como lo sugiere la actual situación argentina y
que el contagio estuviera presente, como lo indicaban los aconte-
cimientos ocurridos en Brasil.
Las características comunes de las crisis más importantes en
mercados emergentes,11 en la década del 90, fueron las enormes
reversiones que impulsaron las cuentas de capital y la presencia
de un cierto arreglo de tipo de cambio fijo. Resultó especialmente
significativo que el colapso de la cuenta de capital ocurriera en
países como Brasil, Argentina, México y Corea del Sur que figura-
ban entre los principales receptores del capital privado interna-
cional. Es decir, en países que parecían haber tenido éxito en sa-
car ventaja de las nuevas tendencias de la economía mundial, aun-
que —como las crisis lo iban a demostrar— su mismo éxito los
hizo dependientes de la continuación de esas afluencias de capi-
tal pero, asimismo, vulnerables a un cambio de parecer entre inver-
sionistas extranjeros. Por su parte, lo regímenes cambiarios de esos
países, adoptados en muchos casos como piedra angular de sus
programas de estabilización, fomentaron durante años las expec-
tativas de un tipo de cambio fijo. Estas expectativas influyeron en
la composición de los balances de bancos y empresas, los cuales
incurrieron en prácticas que derivaron en una excesiva exposición
al riesgo cambiario con lo que se volvieron sumamente vulnera-
bles a los movimientos de la moneda.
11
Se refiere a las crisis de México (1995), Argentina (1995), de Tailandia (1997),
Indonesia (1997), Filipinas (1998), Corea del Sur (1997-1998), Rusia (1998),
Brasil (1997-1999), Turquía (2001-2002) y Argentina (2001-2002). Estas
crisis tuvieron en común la intervención del Fondo Monetario Internacional.
2 7
Las crisis de balanza de pagos son a menudo el resultado de
persistentes desequilibrios de flujos en las cuentas macroeco-
nómicas. En el ejemplo clásico, los continuos déficit fiscales, finan-
ciados con la emisión de dinero, debilitan la hoja de balance del
banco central y agotan gradualmente las reservas internacionales
netas hasta que la autoridad monetaria deja de estar en posición
de defender la vinculación de la moneda interna, que será enton-
ces víctima fácil de los ataques de especuladores.
Sin embargo, los déficit del sector privado también pueden con-
ducir a persistentes desequilibrios externos y eventuales crisis. En
los años 80 y principios de los 90 existía en diversos círculos polí-
ticos la noción generalizada de que el creciente endeudamiento en
el sector público era una fuente de futura vulnerabilidad; pero la
preocupación era menor si el sector privado, financiero y no finan-
ciero, acumulaba obligaciones extranjeras. El argumento era que
los agentes privados sabían apreciar mejor el riesgo de sus opera-
ciones, tanto como prestamistas y prestatarios, y que de ocurrir pro-
blemas de pagos, éstos corresponderían específicamente a una
empresa y un prestamista dados y no tenían por qué generar nin-
guno de los graves efectos agregados que van asociados al incum-
plimiento soberano. Las bancarrotas ocurren con frecuencia en los
países desarrollados, pero no conducen a grandes inestabilidades
macroeconómicas.
Contrario a ello, los inversionistas comprendieron que un se-
guro de depósito implícito o explícito supone que en caso de cri-
sis del sistema las obligaciones internas —y a veces extranjeras—
de los bancos son, efectivamente, una obligación contingente del
sector público. Además, las presiones políticas siempre surgen
para rescatar a las empresas privadas no financieras ya que el go-
bierno puede hundirse junto con ellas. Esto ocurrirá probablemente
cuando los productos de bienes no comerciales tengan obligacio-
nes en moneda extranjera y no se hayan establecido procedimien-
tos eficientes en caso de quiebra. Como resultado de esta interven-
ción, la deuda pública aumentará dramáticamente y pasará a ali-
mentar las preocupaciones acerca de la solvencia del gobierno o
2 8
una eventual monetización del déficit del sector público. De este
modo, una gran deuda extranjera del sector privado tenderá tam-
bién a incrementar la vulnerabilidad de la economía ante choques
y cambios de percepción. De hecho, las crisis con raíces en el gas-
to privado excesivo tienden a ser de un tratamiento más difícil que
aquéllos donde la vulnerabilidad clave reside en el déficit del sec-
tor público ya que las del primer tipo tienen más probabilidad de
causar problemas en el sistema bancario que las del segundo.
Gran parte de la deuda privada fue intermediada por los ban-
cos internos. En ausencia de regulación y supervisión prudencial
adecuadas, combinadas con una cuenta de capital más abierta, los
bancos suministraron crédito a proyectos riesgosos y frecuentemen-
te también proporcionaron crédito para la producción de bienes
no comerciables, con recursos provenientes de fuentes externas.
Estas posiciones al descubierto, tomadas por los bancos, así como
la fragilidad de los proyectos que apoyaron con préstamos, impli-
có que varias de estas crisis de cuenta de capital estuvieran aso-
ciadas con importantes crisis bancarias o incluso que las ocasio-
naran. En consecuencia, cuando se trata de una cuenta de capital
abierta son cuestiones claves una regulación y una supervisión
de los intermediarios financieros.12
De esta manera los elementos que se deben vigilar en busca de
debilidades fundamentales que pueden constituir otras tantas se-
ñales de problemas de solvencia potenciales son: la posición fis-
cal del gobierno, la deuda del sector privado y la existencia de sis-
temas financieros endebles.
En los casos de Brasil, Rusia en 1998, Argentina y Turquía en
el 2001, se hallan situaciones en las cuales las finanzas públicas
representaban una clara fuente de vulnerabilidad. En sus inicios,
estos casos no parecían muy diferentes unos de otros, en el senti-
do de que todos mostraban elevados niveles de endeudamiento y
continuos déficit fiscales. En Rusia, aunque la deuda pública era
12
En estas condiciones el sector bancario debe pasar por un proceso de
consolidación y recapitalización a raíz de la crisis bancaria que sigue a la crisis
de balance de pagos. Adicionalmente, se permite la plena participación
extranjera en el sector bancario.
2 9
relativamente moderada a fines de 1997, año en que llegó al 35%
del PBI, el bajo crecimiento económico y los elevados déficit supe-
riores al 7,5% del PBI colocaron la relación deuda pública/PBI en
un curso explosivo. En Brasil, las finanzas públicas se hallaban
también en una trayectoria claramente insostenible y el alto nivel
de la deuda y sus características contractuales hicieron que el go-
bierno resultara especialmente vulnerable a los incrementos de la
tasa de interés. En Argentina, la relación deuda pública/PBI se
elevó continuamente durante la segunda mitad de los años 90 has-
ta exceder el 50% del PBI en el 2001, con un déficit consolidado
superior al 3% del PBI en 2000 y 2001. La relación deuda públi-
ca/PBI de Turquía llegó al 61% en 1999 y 57% en el 2000, antes
de saltar al 90% en el 2001 como resultado de la aguda deprecia-
ción de la libra turca que acompañó a la crisis.
En resumen, todos estos países presentaban un panorama fis-
cal preocupante al entrar en crisis, panorama que no hizo más que
empeorarse en cuanto experimentaron un colapso de confianza,
lo cual les cerró el acceso a los mercados financieros privados.
Sin embargo, la historia de una crisis de origen fiscal no se
aplica a todos los casos. En particular, no contribuye a que se en-
tienda la devaluación del peso mexicano y las crisis asiáticas. En
estos casos las finanzas públicas gozaban de magnífica salud. Los
ejemplos más lejanos de esa buena salud eran Tailandia y Corea
del Sur, cuya relación deuda pública/PBI era de 5 y 13%, respecti-
vamente, y cuyos déficit no pasaban de 0,5 y 0,9% del PBI para
una y para otra en el momento de entrar en crisis.
Por el contrario, el sector privado había venido acumulando
grandes deudas. Los sectores privados de estos países estaban ex-
perimentando elevados déficit y endeudándose muy fuertemente
durante el desarrollo de sus crisis financieras externas. De ahí que,
junto con la consolidación fiscal, el programa debe incluir esque-
mas de apoyo a los deudores, la extensión de una plena garantía
a los depósitos, la provisión de liquidez al sistema bancario por el
banco central y un programa para ayudar a los bancos a limpiar
sus balances de los préstamos no redituables a cambio de nuevas
3 0
inyecciones de capital. El fortalecimiento de la supervisión y la li-
beralización de las normas de participación de extranjeros en la
propiedad de los bancos son parte de una estrategia comprensiva
para mantener funcionando el sistema de pagos, al mismo tiempo
que deben suprimirse las principales amenazas a su integridad.
Esto permitirá que el sector empresarial siga siendo viable y que
la actividad se recupere junto con la reanudación de la afluencia
de capitales privados.
Otro elemento presente en las recientes crisis de balanza fue el
contagio. Durante los últimos años de la década del 90, se registra-
ron varios episodios cuando una crisis de balanza de pagos en un
país fue seguida de intensas presiones sobre las balanzas de pa-
gos de otros países. En una definición tan amplia como ésta, el con-
tagio no es nada nuevo. El ejemplo más concreto fue lo sucedido
en la crisis de la deuda de América Latina en los años 80; sin em-
bargo, hay gran diferencia en términos de algunas causas que de-
terminaron estos procesos a fines de los años 90. Los principales
factores que han sido asociados con el contagio son los siguientes:
3 1
por el deterioro de los precios de los productos básicos, mientras
que los niveles de endeudamiento y los modelos de desarrollo fue-
ron similares entre estos países.
Las dos últimas causas —las prácticas de inversión institu-
cionales y los pánicos o comportamientos colectivos— son las que
han recibido mayor atención recientemente y, en cierto sentido, son
las más preocupantes. La razón es que no están relacionadas con
aspectos económicos fundamentales del país, a diferencia de las
otras causas de contagio. Además el contagio financiero, determi-
nado por el comportamiento colectivo, puede tener un componen-
te de autorrealización.
El caso más claro de contagio financiero ocurrió como resulta-
do de la crisis rusa de 1998. Ello condujo a un gran incremento en
los diferenciales de una serie de países con mercados emergentes.
Este deterioro en los precios de los activos fue temporal para va-
rios países latinoamericanos (debido a la escasa relación comer-
cial o financiera con Rusia), pero muy bien pudo ser el elemento
que dio el impulso inicial a Brasil hacia la crisis de balanza de
pagos de 1999.
La crisis rusa, al parecer, generó tan importantes efectos finan-
cieros porque sorprendió a inversionistas y formuladores de polí-
tica por igual. En contraste, las recientes crisis argentina y turca
no parecen generar importantes efectos internacionales, con excep-
ción de los países que tenían vinculaciones fundamentales con
ellos. Estas dos crisis fueron ampliamente anticipadas, de modo
que los inversionistas pudieron ajustar sus carteras gradualmen-
te, adelantándose al momento en que los países tuvieron que de-
valuar o declarar moratorias en el servicio de sus deudas.
El contagio financiero en crisis pasadas se encaró en forma
completamente parchada, el país y el FMI firmaban un acuerdo
mediante el cual ponían a disposición del primero suficiente can-
tidad de recursos para asegurar que los inversionistas —seguido-
res a ciegas de las prácticas institucionales o el comportamiento
colectivo— resintieran pérdidas a mediano plazo en el caso de que
vendan los activos de país con sólidos fundamentos. Al igual que
3 2
los programas del FMI, diseñados para hacer frente a problemas
fundamentales, estos paquetes de apoyo generalmente tuvieron
éxito, como pudo comprobarse por el hecho de que los diferencia-
les de muchos países pronto volvieron a los niveles anteriores a
la crisis rusa.
Por otro lado, el elemento de pánico financiero estuvo presen-
te en casi todas estas crisis y se necesitó un gran paquete de asis-
tencia financiera para detenerlo. Sin embargo, teniendo en cuenta
que en los casos en que las crisis ocasionaron problemas de sol-
vencia eran difíciles de detectar ex ante y que en gran medida su
destino se decidió por falta de ajuste, se requería una respuesta
política de reajuste excesivo (overshooting). Primero, para corregir
cualquier aspecto fundamental que pudiera haberse desviado
de la línea correcta; segundo para restaurar la credibilidad en las
autoridades.
El primer dilema político estaba relacionado con las principa-
les decisiones que conciernen a la política monetaria. Después que
las paridades fijas fueron abandonadas, los tipos de cambio se
desplomaron en la mayoría de los casos. Las depreciaciones ob-
servadas, a causa de grandes salidas de capital, fueron mucho
mayores de lo que pudiera estar justificado por las desalineaciones
de los tipos de cambio con anterioridad a la crisis. En consecuen-
cia, después de dejar de mantener el tipo de cambio los bancos
centrales persiguieron una política de elevadas tasas de interés con
la esperanza de contener la magnitud de la depreciación y sus efec-
tos inflacionarios. Limitar la caída de la moneda era esencial para
moderar todo daño potencial a la solvencia de las empresas con
deuda externa.
En resumen, se requería una activa política monetaria pero re-
sultaba crucial que fuera apoyada por la política fiscal y por una
intensificada protección para el sistema bancario. De este modo
se esperaba que no fuese necesario mantener por mucho tiempo la
restricción monetaria inicial y que ésta se pudiese revertir a medi-
da que otros elementos del programa económico echasen raíces y
generasen una recuperación de la confianza.
3 3
El segundo dilema político tenía que ver con el papel que le
tocaba desempeñar a la política fiscal. En los casos de Rusia, en
1998, y Argentina, 2000-2001, constituían ejemplos directos para
una consolidación fiscal dada su contribución a las crisis por pro-
blemas de finanzas públicas, que incluían temores por la solución
gubernamental.
Sin embargo, al impartir un impulso negativo a la demanda
agregada, una política de consolidación fiscal podría dañar las
perspectivas de recuperación y alimentar el descontento social; por
último, se pondría en riesgo la confianza de los inversionistas ex-
tranjeros, es decir, se conseguiría un efecto completamente opues-
to al esperado. La confianza también podría ser afectada si el
apoyo del FMI pareciera dudoso, dependiendo de que se hiciera
un mínimo grado de ajuste fiscal que, dadas las circunstancias,
podría resultar simplemente inalcanzable.
En todos los casos, las crisis que se han discutido afectaron
los niveles de endeudamiento de los agentes privados y, en conse-
cuencia, crearon serios problemas para los sistemas financieros
internos. Estas cuestiones tuvieron que enfrentarse en apoyo a los
bancos viables, el cierre de los inviables y calmando los temores
de los ahorristas. Se hizo necesario también apresurar la resolu-
ción de los casos de bancarrota. Todo esto, aunque en diferente
grado, fue previsto en los programas económicos elaborados por
los gobiernos. De hecho, la decisiva implementación de estas me-
didas resultó crucial para poner fin a la crisis.
Es importante tener en cuenta que la decisión de poner en or-
den los problemas bancarios es esencial para proteger el sector real
por varias razones: primero, que la riqueza financiera de grandes
segmentos de la población toma la forma de depósitos bancarios;
segundo, que los individuos y las empresas dependen del buen
funcionamiento del sistema de pagos para llevar a cabo sus nego-
cios diarios; y tercero, si los depositantes (ahorristas) no están con-
vencidos de que sus fondos estarán disponibles en el futuro es muy
probable que se produzca una corrida bancaria lo que, a la vez, se
traducirá probablemente en mayores salidas de capital y una cri-
3 4
sis más grave de la balanza de pagos. Los programas de apoyo a
bancos y deudores, así como las operaciones de rescate bancario
en general, implican el uso de una sustancial cantidad de recur-
sos fiscales; pero son imprescindibles dada la importancia de man-
tener en funcionamiento el sistema bancario. Claro está que, a fin
de que los programas de apoyo a los bancos funcionen, se requie-
re que el gobierno pueda comprometerse a generar los recursos ne-
cesarios para financiar dichas operaciones.
3 5
bancos en México. Los préstamos sólo fueron comprados con
la condición de que la cantidad de recursos proporcionados
por la operación fuera equiparada por otra proveniente de
los propietarios. Además, los préstamos comprados deberían
seguir siendo cobrados por los bancos y cualquier pérdida
sería compartida entre el Fondo Bancario de Protección al
Ahorro y el banco original; así, se darían incentivos para la
recuperación de la mayor cantidad de recursos posibles.
e) El apoyo para la recapitalización fue suministrado por los
bancos que se consideraron en buenas condiciones y que se
atuvieron a prácticas bancarias más conservadoras. Los ban-
cos que tenían problemas de solvencia más profundos o ha-
bían seguido estrategias más arriesgadas fueron interveni-
dos por la Comisión Nacional Bancaria. Ésta fue una medida
muy importante para reducir el riesgo moral en el futuro.
3 6
La génesis y solución de la crisis bancaria mexicana difiere de
la dramática y prolongada situación argentina. En Argentina los
bancos habían venido acumulando una considerable exposición
al riesgo soberano y desde principios de 2001 el gobierno ejerció
presión para que los bancos renovaran sus tenencias de deuda pú-
blica. Después del importante canje (swap) de bonos, en el mes de
junio los bancos terminaron con grandes cantidades de bonos gu-
bernamentales a largo plazo, con elevadas tasas cupón, largos pe-
ríodos de gracia y un mercado cada vez menos líquido y deprimi-
do. De hecho, el propio gobierno se volvió la más amenazadora
fuente de riesgo para el sistema bancario. Ante el temor de que el
3 7
implicado gubernamental pudiera conducir a confiscar de sus de-
pósitos, los tenedores de cuenta trataron de sacar dinero de los ban-
cos lo cual produjo una continua corrida hasta que los depósitos
fueron en gran medida congelados por el gobierno en diciembre
del 2001. Esta medida señaló el final del régimen. Las protestas so-
ciales por la congelación de los depósitos llevó a la caída del go-
bierno y esto, a la vez, desencadenó el colapso del consejo moneta-
rio y la declaración de incumplimiento. Estos dos acontecimientos
tuvieron fatales consecuencias para los bancos, ya que no sólo te-
nían deuda gubernamental en el lado de los activos de sus balan-
ces, sino también un lado pasivo esencialmente dolarizado.
Hasta aquí hemos ensayado cierto número de esquemas con
el objeto de resolver el problema planteado por los depósitos en
dólares y los préstamos no redituables en los balances de los ban-
cos. En este asunto el gobierno juega un papel crucial. Sus pro-
pios problemas fiscales han contribuido a generar la crisis banca-
ria e impidieron que pueda actuar para solucionarla una vez que
estalló. El gobierno argentino se ha mostrado incapaz de encon-
trar los mecanismos adecuados para extender las pérdidas en el
tiempo y proteger a los ahorristas o bien para poner la carga del
ajuste sobre los depósitos de manera políticamente sostenible.
con 2 544%; Corea del Sur 1997, con 1 938% y el programa revisado de
Argentina 2001 (septiembre), con 800% de la cuota. Y no sólo el tamaño de
acceso según estos programas fue singularmente elevado, sino que a menudo
fueron complementados con otros recursos oficiales (como en el caso
mexicano). Para Stanley Fisher resulta sorprendentemente revelador, después
de todo lo que significó el riesgo moral, que la cantidad prestada por el FMI
durante el período 1994-2000 fuera menor con relación a la economía global
y menor a que los préstamos otorgados en el curso de la crisis de la deuda
latinoamericana de 1981-1988.
3 8
Anexos
Perspectivas de un clima recesivo mundial
—I—
Panorama internacional
[39] 3 9
2001, como efectivamente sucedió. Ahora que se ha conseguido
controlar los déficit presupuestarios, la cuenta corriente de las
balanzas de pagos se halla en buen estado y existen pocas seña-
les de presiones inflacionarias; la vía está libre para una política
macroeconómica expansiva. La caída de la tasa de interés en los
Estados Unidos y las perspectivas de una recuperación del euro
—que debería atenuar aún más la presión sobre la política mone-
taria— dejan a Europa en una buena situación para asumir res-
ponsabilidades económicas mundiales e impulsar la demanda
global contrarrestando así los efectos de la desaceleración en los
Estados Unidos.
Sin embargo, la Unión Europea (UE) parece reacia a poner a
prueba los límites de su crecimiento potencial, como hicieron los
Estados Unidos en la segunda mitad de los años 90; por otro lado,
esto es necesario también para superar su persistente y elevado ni-
vel de desempleo. El Banco Central Europeo (BCE) sostiene que
no hay indicios de que la tasa de crecimiento potencial en la zona
del euro vaya a exceder de un modesto 2,0%; con ello quiere decir
que no ve posibilidades inmediatas de relajar la política mone-
taria sin que ello tenga consecuencias inflacionarias. Quizá deba
reconsiderarse esta actitud si el impacto en la Unión Europea de
la desaceleración de Estados Unidos fuese más fuerte de lo que se
pueda pensar, teniendo en cuenta sus limitados vínculos comer-
ciales con ese país.
Por su parte, es poco probable que Japón ocupe el espacio va-
cante dada la fragilidad de su recuperación y lo mucho que de-
pende del mercado de los Estados Unidos. Su expansión incipiente,
que parecía sólida en el 2000, estaba basada en el aumento de sus
exportaciones netas; pero en el último trimestre del 2001 el creci-
miento fue otra vez negativo. La baja del dólar y la debilidad de la
demanda en el mercado estadounidense hacen que la recupera-
ción deba apoyarse en una fuerte demanda interna. Pero, como las
inversiones internas están aún estrechamente vinculadas con las
exportaciones y el desempleo gana terreno nuevamente, no es claro
de dónde habrá de venir el impulso de su crecimiento.
4 0
En suma, mucho depende de lo que piensen y hagan las autori-
dades económicas norteamericanas; por el momento el diagnóstico
es pesimista para la economía. Aunque el crecimiento de Europa
en el 2002 fuera igual al crecimiento anterior de los Estados Uni-
dos, ello no surtiría el mismo efecto en los países subdesarrollados
que tienden a importar menos de Europa. De esta manera, el riesgo
de pérdidas para los países subdesarrollados es considerable.
4 1
0,7% en el año 2003. Esto significa que Japón seguirá arrastrando
sus problemas fiscales, y de deuda, por lo que el citado organismo
internacional ha exigido al gobierno aplicar sin demora una re-
forma del sector público.
Al respecto, los sucesivos gobiernos japoneses han reacciona-
do repetidamente con medidas fiscales más activas, pero ahora que
la deuda pública se encuentra en un nivel sin precedentes la pre-
sión en favor de una consolidación fiscal se está dejando sentir en
la política macroeconómica. Asimismo, existe una considerable
incertidumbre en cuanto al rumbo que tomará la política moneta-
ria; el banco central ya no parece dispuesto a limitarse a una polí-
tica de tipos de interés nulos en la que se ve un obstáculo a la re-
estructuración financiera. Las perspectivas de una menor liquidez
y una mayor rigidez fiscal, junto con el empeoramiento de las pre-
visiones de exportaciones, ponen en tela de juicio su recuperación.
Cuadro A.1
2001 2002
4 2
de confianza de los consumidores y empresarios de 99,3% en octu-
bre del 2001 a 98,8% en noviembre. Además, se observa un aumen-
to de desempleo en Alemania, el décimo incremento que tiene lugar
en el año 2001, y que sitúa la tasa de desempleo en un 9,5%.
El lado favorable está en el comportamiento de los precios. Los
precios de los productos industriales descendieron en octubre pa-
sado 0,6% de tasa interanual. La moderación en el movimiento de
los precios, inducida por la debilidad de la demanda, aumenta la
probabilidad de que el Banco Central Europeo (BCE) reduzca los
tipos de intervención a corto plazo.
Sin embargo, la tendencia que se observa en la economía mun-
dial es de una marcada desaceleración; el PBI mundial registró en
el año 2001 una tasa inferior al 3,0%. Aunque la tasa de crecimien-
to se siga moderando hasta mediados del presente año, cuando
probablemente alcance un valor del 1,0%, el ritmo de aumento a
finales de año será seguramente algo superior al 2,0%; es decir,
dentro de la frontera que define la recesión. Estas consideraciones
sobre el perfil temporal del crecimiento de la actividad económi-
ca mundial son suficientes para estimar un intervalo en el que se
movería la tasa de crecimiento del PBI (entre el 2,2% y el 2,4 %),
debajo de la línea de recesión.
Por el lado europeo, el crecimiento del PBI durante al año 2001
se ha sustentado en la expansión de la demanda interna y ésta, a
la vez, ha estado dominada por el dinamismo de dos componen-
tes: el consumo privado y la inversión en construcción. En cam-
bio, la inversión en bienes de equipos ha experimentado un des-
censo de más del 1,0% en términos reales.
El consumo de las familias habría crecido, en media, durante
el año un 3,0% en términos reales; la media oculta un perfil decre-
ciente a lo largo del año. La confianza de los consumidores ha es-
tado apoyada en la continuidad de la fase de prosperidad y en
los importantes aumentos que han tenido lugar en la población
ocupada. Así, la tasa de crecimiento del PBI es la resultante de la
evolución de estos componentes, una tasa que va en descenso pero
que es todavía unos 100 puntos básicos más alta que la tasa de
crecimiento del conjunto de países de la UEM.
4 3
Con la moderación del ritmo de crecimiento está disminuyendo
la presión de la demanda sobre los recursos y la capacidad producti-
va. La moderación de precios y costos —estos últimos contenidos por
la debilidad de los precios del petróleo— contribuiría a favorecer la
reanudación de la senda del crecimiento a finales del 2002.
En general, las perspectivas de la economía mundial para el
año 2002 se presentaron con unas condiciones iniciales menos fa-
vorables. El año empezaría con un número importante de regio-
nes del mundo (como la formada por los países del NAFTA: Ja-
pón, Singapur, Taiwán, Malasia, Turquía, Argentina y Alemania)
en situación declarada de recesión y los riesgos de involución irían
en aumento por la fragilidad del sistema económico mundial que
eleva la probabilidad de ocurrencia de episodios de crisis e inten-
sifica la vulnerabilidad de las economías a las crisis.
América Latina
4 4
El efecto negativo de la coyuntura internacional no se limitó a
los sectores exportadores sino que se extendió a todos los demás
rubros de actividad, a tal punto que las consecuencias fueron más
marcadas en el caso de la economía interna que en las activida-
des de exportación. Mientras éstas lograron compensar parcial-
mente la caída de los precios, al expandir su volumen de activi-
dad en un 2,0%, el consumo interno se estancó en el conjunto de
la región y la inversión bruta se redujo.
Cuadro A.2
de constantes de 1995.
4 5
La desfavorable evolución del nivel de actividad fue generali-
zada y afectó tanto a los países que ostentaban un alto crecimien-
to como a los que se venían recuperando tras la crisis de 1999. La
mayoría de los países de América del Sur, que habían sido gol-
peados por la crisis de 1999, volvieron a mostrar un desempeño
desfavorable en el año 2001.
La promisoria recuperación de Brasil se frenó por la crisis en
el abastecimiento de energía eléctrica, así como por la adversa co-
yuntura internacional y la acentuada crisis económica y financie-
ra de la región. De igual modo se desaceleró la economía chilena, a
pesar de la fortaleza de sus fundamentos económicos, dado el con-
texto externo poco propicio. En Colombia, la reactivación se frenó
ante la continua debilidad interna y por el deterioro del contexto
externo, del que se exceptúa el fuerte crecimiento de las exportacio-
nes hacia Ecuador y Venezuela. En tanto el Perú, que acababa de
salir de una grave crisis política interna, presentó un comporta-
miento deficiente durante casi todo el año. Bolivia se estancó a raíz
de la debilidad que exhibieron los mercados internos y externos.
A su vez, dada la fuerte contracción del financiamiento exter-
no y la salida de capitales, la recesión que venía experimentando
Argentina desde hacía tres años continuó durante el primer se-
mestre y se profundizó durante el segundo. Pese a los planes de
ajuste que se pusieron en marcha, el déficit fiscal no se redujo en
vista de la fuerte contracción de los ingresos tributarios. Uruguay
también continuó en recesión por tercer año consecutivo ya que a
los problemas de la devaluación del real y la agudización de la
crisis argentina se sumó el serio revés que sufrió la actividad pe-
cuaria por la reaparición de la fiebre aftosa.
En este escenario adverso de la economía regional habría to-
davía muchas incertidumbres respecto de la esperada reactivación
de las economías latinoamericanas. Las perspectivas de la econo-
mía internacional seguían siendo poco alentadoras debido a los
problemas que atraviesa Estados Unidos, a los que se agrega el
menor crecimiento de las economías europeas y la agudización de
la crisis japonesa. A pesar del fuerte descenso de la tasas interna-
4 6
cionales de interés no habría señales de retorno de capitales a los
países subdesarrollados debido a la alta percepción de riesgo que
subsiste. La inversión extranjera directa (IDE) —principal meca-
nismo de transferencia de capitales al mundo en desarrollo— atra-
vesó un período de retracción durante los años 90; por esta razón
se esperaba para el conjunto de la región latinoamericana un
crecimiento de apenas 1,1% en el 2002, sin embargo, tuvo su peor
resultado (-0,84%).
Asia y África
4 7
preocupación en ese país. Los efectos de los choques externos se-
guirán constituyendo una amenaza para Indonesia y Filipinas.
Además, la situación fiscal suscitaría inquietud y quedaría mu-
cho por hacer todavía en materia de reestructuración financiera y
empresarial. En ambos países las perspectivas estarían plagadas
de riesgos considerables de marasmo.
Asimismo, casi todas las economías africanas continúan sien-
do muy vulnerables a los cambios en los precios de los productos
primarios y el crecimiento sigue muy limitado por unas infraes-
tructuras inadecuadas.
Aún más que en otras regiones, en el continente africano los
factores externos siguen dominando el crecimiento y las perspec-
tivas de desarrollo. La actividad económica de los países expor-
tadores de petróleo se vio impulsada por el incremento de los pre-
cios de ese producto; ello generó mejoras notables en los saldos
fiscales y externos. Las economías de los países importadores de
petróleo, sin embargo, se vieron muy afectadas por los altos pre-
cios y las limitaciones del financiamiento exterior. En particular,
los países subsaharianos siguieron perjudicados en mayor o me-
nor grado por las secuelas de las crisis financieras de 1997-1999
de los mercados emergentes, con la persistente baja de los precios
de algunos de los principales productos de exportación distintos
de los combustibles.
En el continente africano, en conjunto, se esperaba que subie-
ra un poco la tasa de crecimiento de la producción en el año 2002;
sin embargo, resultó siendo menor (2,9%) que en 2001 (3,3%). Ba-
sándose de esa mejora se hallarían las iniciativas recientes euro-
peas y estadounidenses de abrir sus mercados a las economías más
pobres de África; de igual manera, la reducción bilateral de deuda
acordada por algunos países industrializados reportaría benefi-
cios. Sin embargo, los niveles de asistencia oficial seguían siendo
insuficientes para cubrir los déficit de recursos.
4 8
Conclusiones
—II—
Persistencia de la desaceleración en el comercio
y la inversión
4 9
mente en la situación de la economía mexicana. En dicha econo-
mía un elevado déficit en la cuenta corriente de la balanza de pa-
gos, unido a una estructura de la deuda en la que predominaban
las de corto plazo (especialmente las obligaciones de los “tesabo-
nos”), provocó una crisis cambiaria luego de las conmociones de
carácter político que minaron la confianza en la sostenibilidad de
esa dinámica. La crisis mexicana se extendió a Argentina y Uru-
guay14 a través de la salida de capital extranjero. En cambio, la
fase descendente del segundo ciclo tuvo su origen en fenómenos
que se produjeron fuera de la región.
Los dos ciclos también se diferencian en lo que respecta a las
consecuencias de la crisis para el sector bancario. En el primer pe-
ríodo, luego de las crisis cambiarias de México y Argentina, se pro-
dujeron crisis bancarias provocadas por el retiro máximo de de-
pósitos de instituciones financieras débiles y cuya supervisión pre-
sentaba deficiencias. En el segundo período, Brasil y otros países
de América del Sur ya habían comenzado a aplicar programas de
reestructuración financiera que fortalecieron el sector bancario an-
tes de que se produjeran los shocks externos. Gracias a la mejor re-
gulación y supervisión bancarias el impacto financiero en la re-
gión, en 1998 y 1999, fue menos acentuado y el proceso de creci-
miento se reactivó en un plazo más corto.
Una de las similitudes más importantes entre los dos ciclos o
períodos considerados es el comportamiento procíclico de los flu-
jos de capital extranjero y el gasto interno en la fase de expansión.
Al reactivarse el crecimiento, la región comenzó a recibir un gran
volumen de capital extranjero, sobre todo a corto plazo (1996 y
1997), lo que a su vez dio un fuerte impulso al crecimiento duran-
te esos años. La recuperación del acceso al financiamiento exter-
no redujo las restricciones impuestas a la inversión y al consumo,
mientras la liquidez iba en aumento gracias a la mayor acumula-
14
La evolución del producto bruto interno (PBI) durante 1994 y 1995 fue en
México de 4,4% y -6,2%, respectivamente; en Argentina fue de 5,8% y
-2,8%; y en Uruguay fue de 7,3% y 1,4%, respectivamente. El déficit de
cuenta corriente de México en 1994 fue el más alto de la década (-29 418
millones de dólares).
5 0
ción de reservas internacionales. Paralelamente a estas fases de
expansión, en muchos casos se produjo una sobrevaloración de
la moneda y una cierta sustitución de ahorros externos por inter-
nos que desalentó las exportaciones y fomentó las importaciones
por lo que el déficit en cuenta corriente creció notablemente y dejó
más expuestas las economías a posibles shocks de origen interno.
En todos los casos, esto se tradujo a la larga en expectativas
negativas y en una salida de capitales externos que limitó el creci-
miento y revirtió el ciclo positivo. En una situación recesiva mu-
chos agentes de los países de la región, con cuantiosas deudas en
divisas, se vieron obligados a declararse en dificultades financie-
ras con lo cual contribuyeron a restarle estabilidad a un sector fi-
nanciero ya debilitado.
5 1
Un factor complicado en el panorama de la recuperación es la
largamente anticipada caída del dólar; su depreciación es una
reacción al creciente déficit en cuenta corriente de la balanza de
pagos de Estados Unidos (cercano a los 500 mil millones de dóla-
res). El crecimiento de la economía estadounidense ha sido el úni-
co motor de la economía mundial en los últimos años; teóricamente
la depreciación del dólar debería empujar el crecimiento de ese país
hacia el aumento de sus exportaciones. Pero, como en la práctica
un dólar depreciado tiende a reducir las importaciones estadouni-
denses y a incrementar las ventajas competitivas de sus produc-
tos —en detrimento de la exportaciones de otros países—, la ex-
tensión del estímulo para el resto del mundo ha disminuido. Peor
aún, una depreciación continua del dólar podría tener un impac-
to negativo sobre los mercados financieros de Estados Unidos en
la medida en que reduciría las ganancias para los inversionistas
extranjeros en activos financieros en dólares. Esto puede llevar a
una mayor caída de los flujos de capital hacia Estados Unidos,
así como hacia una demanda reducida del dólar provocando una
mayor depreciación de esa moneda; si se produjese ese círculo vi-
cioso los mercados financieros mundiales estarían en peligro.
La necesidad de un crecimiento amplio le añade urgencia al
cumplimiento del nuevo compromiso de desarrollo forjado en el
2001 y el 2002. En esos años se alcanzó un consenso global sobre
las políticas de desarrollo y cooperación en la reunión ministerial
de la Organización Mundial de Comercio en Doha, en la Confe-
rencia Internacional para la Financiación del Desarrollo de Mon-
terrey y en la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible en
Johannesburgo.
Además, la mayor preocupación es el cumplimiento de la agen-
da de comercio y para ello los países desarrollados deberán elimi-
nar los subsidios a las exportaciones y detener el dumping de pro-
ductos agrícolas en los mercados de los países en desarrollo; se
debe hacer esto no como un elemento de intercambio negociable,
sino como una acción unilateral para iniciar las negociaciones y
alinear a los países en desarrollo con lo principios internaciona-
les del progreso.
5 2
En suma, se enfrenta un ambiente económico internacional ad-
verso. El comercio mundial se ha recuperado muy lentamente de
la contracción del 2001 y la transferencia neta de recursos ha sido
negativa por quinto año consecutivo.
Gráfico I.1.
12
11
10
Tasa de crecimiento promedio anual
9
8
7
6
5
4
3
2
1
0
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002
-1
-2
Comercio mundial
5 3
Gráfico I.2.
1990
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
2002
5 4
Cuadro I.1.
Crecimiento del Producto y el Comercio Mundial
(Variación porcentual anual)
1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 (c)
Producto mundial 3,1 2,8 3,2 3,5 2,2 2,9 4,0 1,2 1,8 2,0
América del Norte (a) 4,1 2,7 3,4 4,4 4,2 4,1 3,8 0,3 2,5 2,5
Europa Occidental 2,7 2,3 1,6 2,5 2,8 2,7 3,3 1,5 1,0 2,25
Japón, Australia y Nueva Zelandia 1,3 2,0 3,5 1,9 -0,7 0,5 3,2 0,6 0,5 1,0
Economías en transición (b) -7,2 -0,6 -0,1 2,4 -0,8 3,4 6,7 4,4 3,8 4,0
Economías en desarrollo 5,6 5,0 5,7 5,4 1,6 3,5 5,8 2,1 3,2 3,5
África 2,5 2,7 5,2 3,0 3,0 2,9 3,1 3,3 2,9 3,25
Asia Oriental y Meridional 8,4 8,1 7,3 6,0 0,5 6,3 7,1 3,7 5,7 5,25
Asia Occidental -0,8 4,0 4,6 5,5 4,1 0,7 6,4 -1,2 2,0 1,25
América Latina 5,3 1,4 3,7 5,2 2,0 0,4 3,9 0,3 -0,8 2,0
Comercio mundial 10,5 8,6 5,5 9,2 3,3 5,2 10,5 -0,9 1,8 4,0
5 5
(c) Estimaciones parciales, proyecto LINK.